CAPÍTULO 29

LA SÉPTIMA PUERTA

Plantado junto a la Puerta de la Muerte, Haplo montó guardia mientras Alfred procedía a entrar. El patryn percibió una presencia cerca de él. Hugh la Mano se había aproximado para acompañarlo en la vigilancia. Haplo no se volvió; no apartó la vista de la entrada a la estancia.

Alfred colocó la mano en el signo mágico grabado en el mármol y pronunció la runa.

La puerta se abrió. Alfred, sin una mirada atrás, entró y desapareció.

Hugh la Mano dio un paso hacia la puerta.

—Yo, que tú no avanzaría un palmo más —le avisó Haplo con suavidad.

El asesino se detuvo y miró al patryn.

—Sólo quiero ver qué sucede.

—Si das un paso más, mi Señor —insistió Haplo con un tono respetuoso en su voz—, me veré obligado a detenerte.

—¿Mi Señor? —Hugh la Mano puso cara de perplejidad.

Haplo se colocó entre el mensch y la puerta.

—Absteneos de violencia —recomendó Jonathon sin alzar la voz.

«… de violencia..».

Hugh miró fijamente a Haplo; después, se encogió de hombros y pronunció unas palabras… en el idioma de los patryn; palabras que un mensch no podía en modo alguno conocer.

Una lluvia de runas centelleantes se arremolinó en torno al asesino. La luz resultaba cegadora y Haplo tuvo que entrecerrar los párpados para protegerse de ella. Cuando pudo mirar de nuevo, Hugh la Mano había desaparecido y, en su lugar, estaba el Señor del Nexo.

—La pregunta sobre los cuatro mundos —murmuró Xar—. Ha sido eso lo que me ha delatado, ¿verdad?

—Sí, mi Señor. —Haplo sonrió y movió la cabeza—. No era la clase de pregunta que haría un mensch. A Hugh no le importaba gran cosa su propio mundo, y mucho menos los otros tres. ¿Dónde está él, por cierto?

Xar se encogió de hombros; de nuevo, tenía la vista fija en la Puerta de la Muerte

—En el Mar de Fuego —respondió—. O en el Laberinto. Quién sabe. La última vez que lo vi, estaba a bordo de la nave sartán. Mientras tú andabas despistado con ese torpe sartán, pude adoptar el aspecto de Hugh y ocupar su lugar en el lomo de la dragón de fuego. Ese ser —Xar dirigió una fugaz mirada hacia Jonathon— conocía lo sucedido.

El lázaro permaneció sentado a la mesa con aparente despreocupación, como si fuera ajeno a lo que allí ocurría.

—Pero ¿qué significan los vivos para estos cadáveres ambulantes? —Continuó diciendo Xar—. Has sido un estúpido al confiar en él. Te ha traicionado.

—Absteneos de violencia —repitió Jonathon sin alzar la voz.

«… de violencia..».

Xar emitió un bufido y clavó de nuevo sus centelleantes ojos en Haplo.

—De modo que tú y ese amo sartán al que sirves os proponéis en serio cerrar la Puerta de la Muerte, ¿eh?

—Sí —respondió Haplo.

El Señor del Nexo entrecerró los ojos.

—¡Si haces eso, condenarás a tu propio pueblo! ¡Condenarás a la mujer que amas! ¡Y a tu hija! Sí, la pequeña está viva. Pero no lo seguirá estando mucho tiempo si permites que el sartán cierre esa Puerta.

Haplo permaneció callado e intentó mantener su apariencia de tranquilidad. Sin embargo, a Xar no se le escapó la tensión de los músculos de sus mandíbulas, la ligera palidez, la mirada rápida y dubitativa hacia la puerta que conducía al Laberinto…

—Ve con ella, hijo mío —sugirió con suavidad—. Ve con Marit y reuníos con vuestra hija. Yo di con ella. Sé dónde está. No está lejos, nada lejos. Llévala a ella y a la madre al Nexo. Allí estaréis a salvo. Cuando haya terminado mi trabajo aquí —Xar abrió los brazos en un gesto que abarcaba todo lo que había alrededor—, volveré triunfante a buscarte. Juntos, derrotaremos a nuestros enemigos, los encerraremos en la misma prisión que ellos crearon para nosotros… ¡y seremos libres!

Haplo continuó sin decir nada. Y tampoco se movió. No se apartó de la puerta. Se mantuvo donde estaba, impidiendo el acceso a ella.

Xar miró más allá de Haplo, al interior de la Puerta de la Muerte. No alcanzó a ver a Alfred, pero observó el torbellino caótico e imaginó que el sartán estaba en un buen apuro. Mientras prevaleciera el caos, Xar no tenía de qué preocuparse. Disponía de tiempo. Echó una mirada a las runas que brillaban en las paredes de la cámara y leyó sus advertencias. Después, se volvió de nuevo hacia Haplo, que seguía impidiéndole el paso.

—¡Alfred te ha engañado, hijo mío! ¡Está utilizándote! Al final, te traicionará. Haz caso de lo que te digo ¡Al final, te arrojará de nuevo a nuestra prisión!

Haplo no se movió.

El Señor del Nexo empezaba a impacientarse. Avanzó hasta quedar directamente delante de Haplo e insistió:

—Me debes tu lealtad, hijo mío. ¡Yo te di la vida!

Haplo continuó callado. Su única reacción fue llevarse la mano al pecho, a las cicatrices que tenía sobre la runa del corazón.

Xar alargó una mano, atrapó la de Haplo y clavó las uñas en el dorso de ésta.

—¡Sí, también te dejé morir! Tenía derecho a disponer de tu vida, si era necesario. Tú me la ofreciste ahí —su dedo nudoso señaló otra vez la puerta del Laberinto—, delante de la Última Puerta.

—Sí, mi Señor. Tenías derecho a ello.

—Podría haberte matado, hijo mío. Podría haber puesto fin a tu vida. Pero no lo hice. El amor rompe el corazón. —Xar exhaló un suspiro—. En mi interior hay cierta debilidad, lo reconozco…

—No es una debilidad, mi Señor. Es nuestra fuerza —aseguró Haplo—. Por eso hemos sobrevivido.

—¡El odio! ¡Ésa es la fuerza que nos ha hecho sobrevivir! —Xar estaba disgustado. Su voz era fría—. ¡Y ahora tenemos a nuestro alcance la venganza! ¡No sólo la venganza, sino la posibilidad de corregir la gran injusticia cometida con nosotros! ¡Los cuatro mundos quedarán unificados otra vez… bajo nuestro mando!

—Morirán miles, millones… —protestó Haplo.

—¡Mensch! —masculló Xar con tono despectivo; después, al observar la expresión de Haplo, se dio cuenta de que había cometido un desliz.

El Señor del Nexo empezaba a inquietarse. Pendiente de la Puerta de la Muerte, acababa de advertir que el enloquecido torbellino caótico había empezado a perder velocidad. No había sobrestimado el poder de Alfred. Cabía la posibilidad de que el Mago de la Serpiente fuera capaz, realmente, de conseguir su propósito.

No disponía de mucho tiempo.

—Perdona mi actitud insensible, hijo mío. Lo he dicho precipitadamente, sin reflexionar. Ya sabes que haré lo posible por salvar al mayor número posible de mensch. Los necesitaremos para que nos ayuden en la reconstrucción. Dame los nombres de los mensch a los que tienes un especial interés en proteger y me ocuparé de que sean trasladados al Nexo. Tú mismo puedes ocuparte de ellos. Sí, serás el garante de su seguridad.

»Es algo que no podrás hacer —añadió Xar con una mirada de astucia— si la Puerta de la Muerte está cerrada. En ese caso, no podré acudir a rescatarlos. Entra en esa Puerta de la Muerte. Aprovecha la oportunidad. Te enviaré de nuevo con Marit, con tu hija…

—No, mi Señor. —Haplo no vaciló.

Xar se sintió furioso, lleno de frustración. Observó que, en efecto, el caos del interior de la Puerta de la Muerte estaba desvaneciéndose. Apareció un largo pasadizo y, al otro extremo, una puerta abierta. Y vio a Alfred alargar la mano para cerrarla…

El Señor del Nexo no tuvo elección.

—¡Es la última vez que frustras mis propósitos, hijo mío! —Xar extendió los brazos y empezó a entonar las runas.

La voz de Jonathon se alzó en la estancia:

—¡Absteneos de violencia!

El fantasma repitió la advertencia, pero su voz ya no era audible.