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Cuando Michael Corleone llegó a la casa de su padre en Long Beach, se encontró con que la angosta entrada a la alameda estaba interceptada por una cadena. Los potentes reflectores instalados en lo alto de las ocho casas iluminaban la explanada, y por lo menos había diez automóviles aparcados allí en medio.

Observó que dos hombres a los que no conocía estaban apoyados en la cadena.

—¿Quién es usted? —le preguntó uno de ellos, con acento de Brooklyn.

Se identificó. De la casa más próxima salió otro hombre.

—Es el hijo del Don —dijo éste—. Lo acompañaré dentro.

Mike siguió al desconocido hasta el interior de la casa de su padre, donde otros dos hombres montaban guardia.

La casa parecía llena de desconocidos. Cuando llegó al salón vio a la esposa de Tom Hagen, Theresa, sentada en un sofá y fumando un cigarrillo. En una mesita frente a ella había un vaso de whisky. Junto a ella estaba el corpulento caporegime Clemenza, cuyo rostro permanecía impasible. Sin embargo, sudaba profusamente, y el cigarrillo que sostenía entre los dedos se veía casi deformado.

Clemenza se levantó para estrechar la mano de Michael.

—Tu madre está en el hospital con tu padre —murmuró tristemente—. Todo irá bien, no te preocupes.

Paulie Gatto se levantó también para darle la mano. Michael le miró con curiosidad. Sabía que era guardaespaldas de su padre, pero ignoraba que aquel día se había quedado en casa, enfermo. En la delgada cara del hombre se adivinaba cierta tensión. Gatto era un hombre muy rápido y consciente de sus obligaciones, aunque ese día no había sabido cumplir con su deber. En la estancia estaban otros hombres, que Michael no reconoció. Desde luego, no eran hombres de Clemenza. No había que esforzarse mucho para comprender que Clemenza y Gatto eran sospechosos. Convencido de que Paulie había estado en el escenario del atentado, Mike preguntó al joven con cara de hurón:

—¿Cómo está Freddie?

—El médico le ha administrado un calmante —respondió Clemenza—. Ahora está durmiendo.

Michael se acercó a la esposa de Hagen y se indinó para darle un beso en la mejilla. Siempre habían simpatizado.

—No te preocupes —la tranquilizó—. Seguro que Tom está perfectamente. ¿Has hablado ya con Sonny?

Theresa lo asió por un brazo y movió la cabeza. Era una mujer frágil y muy hermosa, más americana que italiana, y estaba muy asustada. Él la tomó de la mano y la ayudó a levantarse del sofá. Luego la condujo al despacho de su padre, en donde se hallaba Sonny.

Sonny estaba retrepado en la silla de su escritorio, con una libreta amarilla en una mano y un lápiz en la otra. Con él estaba únicamente el caporegime Tessio, a quien Michael reconoció. Dedujo de inmediato que debían de ser sus hombres los que hacían guardia en la casa. También Tessio tenía papel y lápiz en las manos.

Cuando Sonny los vio entrar, se acercó a ellos y abrazó a la esposa de Hagen.

—No te preocupes, Theresa —dijo—. Tom está bien. Sólo quieren que actúe como intermediario. En realidad, es nuestro abogado. Nadie puede querer hacerle daño alguno.

Luego también abrazó y besó a su hermano menor, que se sorprendió ante esta muestra de afecto. Michael apartó a Sonny y dijo, sonriendo burlonamente:

—¿Después de haberme acostumbrado a tus golpes, ahora debo soportar esto?

Años atrás, los dos hermanos se habían peleado muchas veces.

—Escucha, muchacho —dijo Sonny, encogiéndose de hombros—. Tienes que saber que me preocupé mucho al no conseguir localizarte en aquella rustica población. No es que me importara gran cosa lo que pudiera haberte ocurrido, pero no me gustaba la idea de dar la noticia a nuestra madre. Bastante tuve con tener que contarle lo de papá.

—¿Cómo reaccionó? —preguntó Michael.

—Bien. No es la primera vez que pasa por este trance. Ni yo tampoco. Entonces tú eras muy joven, y luego, cuando te fuiste haciendo mayor, la situación iba sobre ruedas.

Después de una corta pausa, Sonny añadió:

—Ahora está en el hospital, con papá. Nuestro padre está fuera de peligro, según creo.

—¿Cuándo iremos a verlo? —preguntó Michael.

—No puedo dejar esta casa hasta que todo haya pasado —respondió Sonny con sequedad.

Sonó el teléfono. Sonny descolgó y escuchó atentamente. Mientras, Michael echó un vistazo a la mesa y leyó lo que su hermano había escrito en la libreta amarilla.

Era una lista compuesta de siete nombres. Los tres primeros eran Sollozzo, Phillip Tattaglia y John Tattaglia. Michael comprendió que había interrumpido a Sonny y a Tessio mientras confeccionaban una lista de hombres que debían morir asesinados. Sonny colgó.

—¿Podéis esperar fuera? —les pidió a Theresa Hagen y a Michael—. Tengo que terminar un trabajo con Tessio.

—¿Estaba relacionada con Tom esta llamada? —interrogó Theresa.

Había pronunciado estas palabras con aparente tranquilidad, pero lo cierto es que casi tenía lágrimas en los ojos. Sonny la tomó del brazo y la acompañó a la puerta.

—Te prometo que todo acabará bien —aseguró—. Espera en el salón. No tardaré en salir.

Cerró la puerta tras ella. Michael se había sentado en uno de los grandes butacones de cuero. Sonny le dirigió una rápida mirada y luego se sentó detrás de la mesa.

—Sería mejor que salieras, Mike —dijo—. Vas a oír cosas que no te van a gustar.

Michael encendió un cigarrillo.

—Puedo ayudar —replicó.

—No, no puedes. Si permitiera que te vieras mezclado en esto, nuestro padre se pondría hecho una furia. Michael se levantó, hecho una furia.

—Oye, imbécil —dijo—, se trata de mi padre. ¿Es que no debo hacer nada por él? Puedo ayudar. No tengo por qué salir a la calle y liarme a matar gente, pero puedo ayudar. Deja ya de tratarme como a un niño. He estado en la guerra. Fui herido ¿lo recuerdas? Y maté a algunos japoneses. ¿Qué crees que voy a hacer cuando mates a alguien? ¿Desmayarme?

Sonny le miró con una sonrisa burlona.

—Bien, bien, de acuerdo. Ocúpate del teléfono.

Se volvió a Tessio.

—Esa última llamada me ha dado los datos que necesitaba —dijo.

Seguidamente, dirigiéndose a Michael, comentó:

—Alguien nos ha traicionado: puede haber sido Clemenza, o tal vez Paulie Gatto, que ha padecido una enfermedad muy conveniente. Ahora ya sé la respuesta. Vamos a ver lo listo que eres, Michael, tú que eres el intelectual de la familia. ¿Quién se ha pasado al bando de Sollozzo?

Michael volvió a sentarse en el cómodo butacón de cuero. Meditó la situación con mucho cuidado. Clemenza era uno de los caporegimi de la familia Corleone. Gracias al Don se había hecho millonario, y ambos eran íntimos amigos desde hacía más de veinte años. Disfrutaba de uno de los puestos más importantes de la organización. ¿Qué podía ganar Clemenza traicionando al Don? ¿Más dinero? Era ya muy rico, pero los hombres suelen ser ambiciosos. ¿Más poder? ¿Venganza por algún insulto o desdén? ¿Le había sentado mal que Hagen fuera nombrado consigliere? ¿O quizá se había convencido de que Sollozzo sería el vencedor? No, era imposible que el traidor fuera Clemenza, aunque Michael pensó tristemente que era sólo imposible porque él no quería que Clemenza muriera. Cuando él era niño, el gordo Clemenza siempre le llevaba pequeños regalos e incluso lo llevaba a pasear, cuando el Don estaba ocupado. No podía creer que Clemenza fuera culpable de traición. Por otra parte, Clemenza sería con toda seguridad el hombre al que Sollozzo preferiría tener en su bando, de entre todos los de la familia Corleone.

Michael pensó también en Paulie Gatto. Paulie aún no era un hombre rico. Estaba bien valorado, había ido escalando posiciones, pero llevaba todavía pocos años en la organización. Seguro que soñaba en convertirse en un hombre muy poderoso. Tenía que ser Paulie. De pronto Michael recordó que él y Paulie habían sido compañeros de clase en el sexto grado, y tampoco quería que el culpable fuera Paulie.

—Ninguno de los dos —dijo—. Pero lo dijo sólo porque Sonny había asegurado que ya tenía la respuesta. Si tuviera que haber votado por alguno de ellos como culpable, lo hubiera hecho por Paulie.

Sonny lo miró, sonriente.

—No pienses más —dijo—. Es Paulie. Michael descubrió una expresión de alivio en el rostro de Tessio. Sus simpatías, teniendo en cuenta que ambos eran caporegime, se inclinaban hacia Clemenza. Además, aparte del atentado sufrido por el Don, la situación no era demasiado grave.

—Supongo que mañana podré enviar a mis hombres a casa ¿no? —dijo Tessio, cautelosamente.

—Mejor pasado mañana —replicó Sonny—. No quiero que nadie sepa ni una palabra del asunto hasta entonces. Oye, quiero tratar de algunos asuntos privados con mi hermano. ¿No te importará aguardar fuera? Más tarde terminaremos la lista. Tú y Clemenza trabajaréis juntos en esto.

—De acuerdo —dijo Tessio, y salió.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de que es Paulie? —preguntó Michael.

—Tenemos amigos en la compañía telefónica, y ellos han comprobado todas las llamadas efectuadas y recibidas por Gatto y Clemenza. Durante cada uno de los tres días en que estuvo enfermo este mes, Paulie recibió una llamada desde una cabina cercana al edificio en que nuestro padre tiene su oficina. También hoy. Tal vez querían asegurarse de si Paulie salía o de si alguien ocupaba su lugar o de cualquier otra cosa; no importa ya. Gracias a Dios que ha sido Paulie. Clemenza nos hará mucha falta.

—¿Va a ser una guerra abierta? —preguntó Michael, en tono indeciso.

—Así será, pero quiero esperar a que Tom esté con nosotros —respondió con una mirada acerada—. Luego, cuando el viejo se haya recuperado, que sea él quien decida.

—Siendo así ¿por qué no te quedas con los brazos cruzados hasta que papá pueda decidir? —preguntó Michael.

Sonny le miró como si fuese un ser del otro mundo.

—¿Cómo diablos conseguiste tus medallas en la guerra? Tenemos que luchar, y lucharemos, muchacho. Ahora sólo me preocupa que no pongan en libertad a Tom.

—¿Por qué no? —preguntó Michael, sorprendido.

—Secuestraron a Tom porque estaban convencidos de que nuestro padre había muerto —contestó Sonny con paciencia— y pensaban que podrían hacer un trato conmigo. Tom debía actuar de intermediario y transmitirme la proposición de Sollozzo. Sin embargo ahora saben que el viejo está vivo y que no podrán hacer tratos conmigo, así que Tom no les sirve de nada. A lo mejor lo dejan libre, pero también pueden matarlo; dependerá del humor de Sollozzo. Si lo liquidan, ello significará que se hallan dispuestos a llegar hasta el final.

—¿Cómo es posible que Sollozzo pensara que podía llegar a un acuerdo contigo? —preguntó Michael, suavemente.

La pregunta cogió a Sonny desprevenido.

—Tuvimos una entrevista hace unos pocos meses —respondió tras un largo silencio—. Sollozzo nos propuso que participáramos en el negocio de las drogas. El viejo no aceptó. Pero durante la reunión dije algo que indujo a Sollozzo a creer que yo deseaba llegar a un acuerdo. Fue un error, lo reconozco. Si hay algo que disguste a nuestro padre, es demostrar que en la Familia hay diversidad de opiniones. Sollozzo creyó que si lograba apartar al viejo, yo entraría en el asunto de las drogas. Sin el viejo, el poder de la Familia se reduce al menos en un cincuenta por ciento. Por otra parte, me sería muy difícil controlar todos los negocios de la Familia. Las drogas son el negocio del futuro, y opino que deberíamos dedicarnos a ellas. En el atentado contra nuestro padre no ha habido nada personal; ha sido todo cuestión de negocios. Pensando como hombre de negocios, me asociaría con Sollozzo. Naturalmente, no se fiaría mucho de mí, pero sabe que cuando yo hubiera aceptado el trato, las otras Familias no me dejarían empezar la guerra contra él sólo por venganza. Además, cuenta con el apoyo de los Tattaglia.

—Si hubieran acabado con nuestro padre ¿qué hubieses hecho? —preguntó Michael.

Con toda soltura, sin demostrar sentimiento alguno, Sonny replicó:

—Sollozzo morirá. No me importa lo que cueste. Si tengo que luchar contra las cinco Familias de Nueva York, lo haré. La familia Tattaglia tiene que ser aniquilada, aunque ello signifique nuestra propia destrucción.

—Papá no habría reaccionado así —comentó Michael, con voz tranquila.

—Sé que no puedo compararme con papá —admitió Sonny con cierta rabia—, pero deja que te diga una cosa. Cuando se trata de actuar, soy tan bueno como el mejor. Nuestro padre sólo me aventaja en su visión del futuro. Sollozzo, Clemenza y Tessio saben que mis golpes pueden ser durísimos. Lo demostré a los diecinueve años, la última vez que la Familia se vio envuelta en una guerra; en ese momento fui una gran ayuda para papá. Por eso estoy tranquilo ahora. Y nuestra Familia tiene todos los ases en la mano en un posible trato con Sollozzo. Sólo necesito localizar a Luca.

—¿Es Luca tan duro como dicen? —preguntó Michael con curiosidad—. ¿Es realmente un buen elemento?

—Sólo puede compararse consigo mismo —respondió Sonny—. Le pediré que se ocupe de los tres Tattaglia. De Sollozzo me encargaré yo mismo.

Michael se agitó inquieto en su silla mientras miraba a su hermano mayor. Sabía que a veces Sonny era brutal, pero sabía igualmente que tenía buen corazón. Era un buen muchacho. Le parecía raro oírle hablar como lo había hecho. Además, la lista de los hombres que debían ser ejecutados le parecía a Michael completamente fuera de lugar, pues Sonny no era, en modo alguno, un emperador romano, dueño y señor de las vidas de sus súbditos. Se alegró de no verse envuelto en el asunto, ya que viviendo su padre, los planes de Sonny podrían ser llevados a cabo. Él se limitaría a contestar el teléfono y a llevar algún que otro mensaje. Sonny y el viejo ya se las arreglarían, especialmente teniendo el apoyo de Luca.

En aquel momento oyeron el llanto de una mujer en el salón. Michael supo que era la esposa de Tom. Corrió hacia la puerta y la abrió. Todos los presentes se habían puesto en pie. En el sofá, Tom Hagen abrazaba a Theresa, que lloraba a lágrima viva. Era un llanto de alegría, naturalmente. Tom se desprendió del abrazo de su esposa, que continuó en el sofá, y dirigió una alegre sonrisa a Michael.

—Me alegro mucho de verte, Mike, me alegro mucho.

Hagen, sin mirar a su esposa, entró resueltamente en la oficina. «Por algo ha vivido durante diez años con la familia Corleone», pensó Michael, con orgullo. Tom, Sonny, e incluso él mismo se habían contagiado de algo del espíritu del viejo.