CAPÍTULO XI

—Hijito ¿cuánto tiempo hace que no vas a Cocotá?

Hace cinco años que él no va otra vez a Cocotá. Hoy le trajo a la madre un bifazo de esos que a él le gustan, para olvidarse las penas, y carne molida para ella, de la mejor, sin grasa. Cobró una deuda de una puta ventana del carajo que le debían hacía un montón de tiempo. Pero para el tratamiento nuevo no alcanza, él sabe muy bien que ni cien ventanas juntas van a alcanzar.

—Nadie me preguntó nada, si estabas trabajando bien, es que la gente de ese pueblo es de esas muy envidiosas. Deben pensar que estás jugando a la pelota ganando mucho y eso les da rabia.

Él llega a la casa y cuando la madre le empieza a hablar él se va, sale al patio, se va al bar. Hoy él está muy cansado, ni ganas tiene de darse un baño, se fue a cobrar esa cuenta hasta Copacabana y salió de la casa a la mañana a las seis y llegó ahora a las diez de la noche, no puede levantarse de esta cama, él está jodido, bien reventado de cansado, estaban cerrando la carnicería esa de Copacabana y alcanzó justo a entrar y comprarse el bifazo, porque ya cerraban a las ocho de la noche. Y en el ómnibus no se pudo dormir.

—No me di cuenta que se me había terminado el arroz, pero en un rato ya está listo, no te duermas si no quién te despierta después, y un hombre tiene que alimentarse. Yo mientras te cuento, que todavía no te he contado tantas cosas de las de allá. Siempre te me estás quedando dormido, o te vas al bar ¿ya no te gusta más hablar un poco con la pobre vieja? No te voy a contar cosas tristes, que sé que no te gusta que me ande quejando. Tu pobre padre, él no preguntó nada, ni cómo estabas, pero se quedaba escuchando si yo le contaba algo a tus hermanas. Un hijo siempre quiere al padre, por más que no lo diga ¿verdad? es la ley de la sangre. Mejor que no lo veas, mal como está, está viejo que no se puede creer. El que la hace la paga, dicen. Y no te terminé de contar de la muchacha aquella que estaba enferma, pero hay gente buena que no se tendría que morir nunca, es que está muy grave la abuela de la Olga, yo la fui a ver, casi no reconoce, la cuida siempre la Teresa, el hijo es igual al negrito ¿el Zilmar nunca lo vio?

Él no le contesta, se hace el dormido. Ella se va a callar, no va a seguir hablando sola.

—Con la Teresa sí estuvimos hablando mucho, tiene otra criaturita más, de uno del pueblo, muy blanquita le salió la hija, y el hijo del negrito es negro como el carbón. Y la pobre Teresa lloraba porque al morirse la vieja no sabe qué van a hacer con la casa, se tendrá que ir a vivir allá con los padres de la Olga. Con este otro tampoco se va a casar, pero es un hombre ya en edad, el negrito tenía quince años cuando le hizo el hijo ¿y quién le daba de comer a él? ¡como para pensar en el hijo! Paciencia, todo en orden, yo nunca la quise mucho pero lo mismo le pregunté por la Azucena, pero nadie sabe nada de ella, el padre se le murió y ella volvió a la casa de la madre, y se fueron a otro pueblo, a vivir para siempre, pero nadie sabe nada, y no se fue de la vergüenza porque estaba esperando hijo, no, no esperaba nada. La Teresa decía que las dos personas más buenas que había conocido en su vida eran la vieja y la Azucena, y una se había ido del pueblo y la vieja se estaba por ir al otro mundo, y ella estaba sola en la vida para criar a esos dos hijos. Todo el mundo tiene buen recuerdo de la Azucena, todos dicen que era buena, a lo mejor era así mismo y yo me equivoqué, a mí me parecía una cualquiera de cómo te andaba buscando todo el día. No era porque la madre había sido sirvienta, porque era una mujer muy decente la madre. Una mujer no debe andar así regalándose, así siempre le va a ir mal. Y yo a la Teresa le dije que se cuidara, porque ese hombre del pueblo cada tanto la va a ver y le puede hacer otro hijo, yo le dije que tomara los remedios, que se cuidara. Y ya no es la misma la Teresa, parece una mujer ya más vieja, y tiene veintinueve años. Y a la otra yo la había visto de lejos por el pueblo, pero un día que fui a la casa de la Olga la vi más de cerca, y me saludó. Yo tenía miedo de que me viniese a hablar, y que le diera el ataque de nervios, pero me saludó y entró en la casa, venía de la escuela con los libros y las cosas. Pero ya me habían dicho en la casa de la Olga que estaba bien la María da Gloria, que ya estaba media sana, porque volvió a ir a la escuela, ya desde el año pasado. Y lo que no va es a los bailes, o no iba.

Él entonces le preguntó a la madre cualquier cosa, si este año había llovido más que el año pasado, ¿verdad? y si el padre iba a poder arreglar los techos, cuando hiciera la cosecha de los zapallos.

—Él está muy cambiado, tu padre no es como antes, ya no está mirando todo el día si va a llover, si se juntan las nubes, y si la luna está con agua. Trabaja todo el día el pobre, despacio, pero desde antes de aclarar ya está afuera, no tiene ni una vaca, no sé para qué se levanta tan temprano. Yo me levantaba con él, y siempre llegaba al hospital la primera de todas. Y esperaba hasta que llegara el doctor, aunque a veces lo peor es estar sentada para los que sufrimos con esta cruz del reumatismo, una cruz bien pesada, pero cuando una está ahí en el hospital ve cosas mucho peores, y se conforma con lo que Dios le mandó, esas mujeres que entran tan flacas, a darse algún tratamiento, amarillas, que se ve que les queda muy poco para vivir. Y una mañana yo la vi que venía con otra muchachita de la escuela, pero mucho más joven que ella, porque ella perdió todos esos años y ahora tiene veintiséis me contó. Yo primero creí que eran no sé quiénes, la otra muchachita, y otras que llegaron después. Pensé que eran algunas que la acompañaban para hacerse la cura de los nervios. Alguna que le había conseguido la madre para que la acompañara. Pero después ella me dijo que eran las compañeras de la escuela, y que habían venido a vacunarse, por orden de los de la escuela. Yo la vi venir y la saludé, porque ella ya me había saludado muy atenta cuando la vi desde la vereda de la casa de la Olga. Y entonces me pareció que estaba contenta que yo la saludé, y me vino a hablar, yo me había quedado ahí sentada donde espera la gente al doctor. Y me dio un beso, y que cuántos años que no me veía. Entonces yo le conté que me había venido acá a Santísimo hace ya años, y que tu padre quiso dejar la chacra porque nunca llovía y le había ido tan mal, pero que no le gustó estar de estibador en el puerto, eso le gustó menos todavía, y que él se quiso volver pero yo me quedé cuidando al hijo, que todavía andaba soltero, o que eso era lo que decías, pero sí que te habías casado por la iglesia y por todo, aunque ahora estabas separado, y ahí me miró muy fijo, pero después bajó la vista. Me parece que se iba a animar a decir algo y después no. Quién sabe qué era. Y le conté que habías dejado el empleo de la CESP y te habías venido acá a Santísimo, para ver si progresabas haciendo trabajos no de albañil, de cosas más difíciles de hacer, que un albañil solo no podía hacer, porque no se te había olvidado lo de la escuela en Cocotá, y podías hacer trabajos de un albañil bien capacitado, más que eso, lo que hacen los capataces de obras, y con algún ayudante que te conseguías hacías muy buenos trabajos, pero que era una vida muy sacrificada, porque son dos horas casi de viaje hasta los barrios donde hay siempre trabajo, en las partes mejores de Río. Y ahí me preguntó qué me pasaba que estaba en el hospital, si parecía bien sana, siempre un poco gorda, que es buena señal de salud, y todo eso. Y entonces le conté que era para ver si me daban otro tratamiento del reumatismo, menos caro, y que me habían recomendado que no trabajara mucho, y que descansara, entonces la cuestión era si me volvía a Cocotá para siempre, donde mi hija mayor me puede cuidar, aunque ella tenga toda esa porretada de hijos, pero no le dije nada que íbamos a tener que vender la casa esta, si no había otro remedio. Eso yo no se lo digo a nadie, porque se me parte el alma de pensarlo nomás. Y me dijo que si me volvía a vivir a Cocotá pasara un día a verla, aunque yo ya no trabajara en la casa de la Olga podía un día acercarme hasta la casa de ella. Y yo le dije que no, porque la madre no iba a querer, porque yo nunca había trabajado fuera de mi casa, hasta que no hubo otro remedio y estuve todos esos años de sirvienta en casa de la Olga. Y que yo sabía el lugar que me correspondía y no me gustaba ir a una casa donde la gente no está acostumbrada, a que fuera alguien que era sirvienta antes, en la casa de enfrente. Y ella me dijo que ella sabía que en mi familia no habíamos sido sirvientas, pero que la vida es así, cuando hay que trabajar no queda más remedio, y que ella sabía muy bien que la vida se encarga de enseñarte a no ser tan orgulloso, y cosas así. Entonces yo me animé y le pregunté qué estaba haciendo ahí en el hospital. Y ella me contó que era para la vacuna, y todo eso. Y que ya este año se recibe de maestra, que le da medio vergüenza estar entre las otras más jóvenes, como diez años más chicas, porque no pudo estudiar todos esos años, pero ya está bien. Y yo le pregunté por qué no salía más, una chica linda como ella, porque yo me acordaba que la madre de la Olga me había dicho que no iba a los bailes, ni al parque los jueves. Y la María da Gloria se sonrió un poco y no contestó nada, así, cualquier cosa me dijo, para dejarme pensando. Y yo ahí tenía ganas de decirle que no estaba bien lo que había pasado, que en el pueblo todos te tenían rabia porque te echaban la culpa de ser el causante de todo, que ella se había enfermado de los nervios, aunque había mucha gente que le echaba la culpa a los padres de ella, que no te querían verte noviando a escondidas con ella. Y yo tenía ganas de decirle que por eso yo no los había dejado entrar en el galpón de la chacra aquella noche, porque sabía que los padres no te querían, que eras todavía muy joven y todavía no te habías hecho un camino en la vida.

Él le preguntó a la madre si no le había escondido los cigarrillos ¿no? que no los podía encontrar, aunque él no se acordaba si los había dejado olvidados en la obra en construcción, ¿verdad? pero que ya se le había pasado el resfrío y si se los había escondido ahora se los tenía que devolver, que no le iba a hacer mal fumar uno o dos cigarrillos ¿está claro?

—Yo no te escondí nada, siempre me estás diciendo eso, te los escondí cuando estabas con la fiebre, aquella otra vez, pero ahora yo no escondí nada. Tu padre también sigue fumando, yo ya me cansé de decirle que le hace mal. ¿Sabías una cosa? me mandaron saludos para que te los diera. Fue tu padre que me dijo que el Matías había vuelto al pueblo, y él sí le preguntó a tu padre, «¿Y el Josemar? ¿qué hace el Josemar?» porque el Matías es agrónomo, lo mismo que el hermano de la María da Gloria, y estuvieron por la chacra, porque el dueño del campo les pidió que vieran unas canaletas, que siempre se secan, y todo eso. Yo a la María da Gloria ahí en el hospital no me animé a preguntarle nada, porque la Olga y la madre me dijeron que ya alguna gente lo sabe, pero no quieren todavía que se sepa mucho, y es que el Matías estuvo para las vacaciones de él, que vive en Minas Gerais, donde está trabajando, en unos campos de maíz muy grandes que hay por ahí. El Matías no puede ir a Cocotá más que en las vacaciones, porque no puede dejar el trabajo. Y ese tipo de cosas.

Él le preguntó a la madre quién le mandaba saludos.

—Te manda muchos saludos el Matías, le dijo eso a tu padre ¿y cómo está el Josemar? y ¿cómo anda el Josemar? porque tiene un buen recuerdo, de un buen muchacho que eras, y que esto y que lo otro, y que nadie jugaba mejor a la pelota. Y ese tipo de cosas, que se dicen de corazón.

Él le preguntó a la madre algo, él estaba muy cansado, tirado en la cama, él miraba para la pared porque le dolía la vista, de todo el día colocando derechitos los mosaicos, él no miraba más que para la pared, la madre tenía la luz encendida al lado del fogón para calentar la plancha antes de echar el bife. Él le estaba dando la espalda pero le preguntó algo, si el Matías se había casado, o si se estaba por casar.

—El Matías no tiene otra novia, no. Parece que no tiene otra. Dice la madre de la Olga que está mejor de más hombre, con bigote, y no está así gordo como antes. Y que eso no lo dice a nadie la madre de la María da Gloria, pero con la madre de la Olga tiene mucha confianza, y le dijo que cuando llegó el Matías hacía años que no la veía a la María da Gloria, porque él había estado viviendo con ellos porque era hijo de un compadre, y se quedó viudo, y el Matías estuvo ahí en Cocotá, pero cuando se fue a estudiar de agrónomo ya no vino en las vacaciones y ahora cuando la encontró a la María da Gloria mucho mejor, que ya iba a la escuela, empezó a hablar mucho con ella, y a hacerle mucha compañía, porque ella sola no quería ir a ninguna parte, a pasear, ¿no? y con él fue un día a pasear por ahí al campo, que en la familia le tienen total confianza, como si fuera un hermano, y los padres estaban medios contentos de verla que quería que le trajeran algún pajarito nuevo para las jaulas, que tenía tantos antes, y después cuando se puso mal, ya no los quiso más. Y unos dicen que ella les abría la jaula, la Olga me dijo que no, que a ella le regaló unos cuantos, porque le traían malos recuerdos, o que la ponían triste, malos recuerdos no, no quise decir eso. Pero había gente que decía otras cosas. La Teresa me dijo y me juró que la vio a la María da Gloria que agarraba a los pajaritos de la jaula y los apretaba en la mano hasta que los hacía crujir, que les partía los huesos. Yo no le creo, ella la odia, porque era la íntima amiga de la Azucena ¿verdad? a ella no se le puede creer, porque es del bando contrario. Y el Matías la llevó también al parque de los jueves, y ella tenía mejor color en la cara, no estaba tan pálida, dice la madre de la Olga que años y años estuvo pálida mortal, por el asunto de la noche, de no poder descansar bien de noche. Y donde no había pisado más la Gloria era al baile, y se hizo un vestido nuevo y fue.

Él le preguntó a la madre una cosa, le pidió que no le hiciera el bife para él especialmente, que si se cocinaba algo para ella también, sí, o si no ¿para qué? porque él no tenía hambre y se iba un rato al bar. Y le preguntó una cosa, de qué color era el vestido nuevo ése que se hizo la muchacha ésa.

—No me dijo, o no me acuerdo. Pero le insistieron en la casa, o la convenció el Matías. Y fue. Y ahora el problema es que a la María da Gloria le tenían un trabajo preparado en la escuela, ni bien se recibiera de maestra, para enseñarle a los chicos más chiquitos, porque parece que ella tiene mucha paciencia, y había pedido eso ella. Pero le tenían reservado ese trabajo, y otras chicas de las de allá se quejaron, que ya se habían recibido un año antes, dos años antes, y todavía estaban esperando trabajo. Y esto me lo contó la Teresa, y es que una muchachita de ahí del campo de gente bien humilde ya estaba recibida hacía no sé si un año o dos, y por fin le ofrecieron un trabajo de maestra pero muy lejos, como a tres horas, y en el medio por allá del campo, que a ella no le importaba porque bien que era nacida y criada en el campo, pero a más de doscientos kilómetros se tenía que quedar a vivir sola en la escuela esa, con otra muchacha más. Bueno, pero lo que pasó es que se enteró que había ese puesto de maestra en Cocotá mismo, y se lo reservaban cuando la maestra vieja se jubilaba ese año, se lo reservaban a la Gloria, que tantas penalidades había pasado, y ya se tenía que haber recibido años antes. Y lo que pasó es que esta del campo, yo no sé si te acordarás de ella, era una criaturita cuando estabas allá, hija del Pascual Gonçalves, y ésta entonces se enteró que la Gloria a lo mejor no aceptaba el puesto de maestra en Cocotá, y ella antes de firmar los papeles del Ministerio para ir a la escuelita del campo quería saber si la Gloria aceptaba el puesto o no. Porque es a esta que te estoy contando que le tocaba el turno, si no era por la Gloria, que tiene la recomendación que la familia es de ahí del pueblo, y todo eso, y lo que ya te conté. Y la cuestión es que al final esta que te estoy contando, que se llama Regina, Regina Gonçalves, consiguió el puesto en el pueblo, porque la Gloria no lo va a aceptar, porque entonces la madre de la Olga y la Olga dicen que es que el Matías les pidió la mano, pero no quieren decir a nadie, para que no vuelva a haber otra vez las habladurías de la otra vez. Yo no sé, a mí no me gusta la gente así, hipócrita, pero después con todo lo que pasó un poco cambié idea, y creo como la Olga, que la Gloria te quería de veras, y la culpa no fue de ella, fue de la familia. La Olga siempre te defiende, no venía todos los días a verla a la madre, la madre se queja mucho, de que está cerca, y tiene automóvil el marido de la Olga, y que no venga por lo menos a darle un beso todas las tardes. Pero es que la Olga siempre fue así, es perezosa, y con los mellizos no tiene ganas de moverse a ninguna parte. Dicen que la casa está toda modernizada, yo nunca más fui, no sé si te acordarás tu padre cómo se ponía si nos acercábamos a esa casa. Tan linda casa. Y la Olga tiene razón de no querer moverse de ahí, de estar siempre en su preciosa casa, con sus hijos, y su marido, pero es un egoísmo no ir a ver a la madre. Dice la madre de la Olga que a las tardes le viene esa tristeza de estar sola, y con la pena de la suegra tan enferma, que se va a morir cualquier día. Y yo le dije que se llevara a la Teresa para la casa, pero la madre de la Olga dice que no lo quiere al tipo ése, que la Teresa lo sigue viendo, después de haberle hecho ese hijo y sin pasarle un centavo para criarlo, y ella lo sigue viendo. Claro que no lo dice a nadie la Teresa, pero lo ven al tipo que ronda la casa de la vieja por ahí por la noche. Y la misma Teresa me dijo que sí, que lo ve, porque ella lo quiere de veras. Yo estoy segura que la Azucena debe haber terminado igual, pero nadie sabe decir dónde está, y cuando se fueron del pueblo no estaba con panza ni nada. Pero la madre de la Olga siempre fue así, media egoísta, y no le importa de la Teresa, y la Olga es igualita a la madre. La suegra sí que era una santa mujer, para mí que ya se debe haber muerto, porque la semana pasada antes de venirme ya la había ido a ver el cura y todo, pobrecita, qué mujer tan buena, cómo se ha ganado el cariño de la gente. Y la Olga salió más a la madre que a la familia del padre, pero es buena muchacha, yo siempre la quise, a lo mejor es porque la he visto crecer, y uno que ha trabajado en la casa tantos años le conoce todo, hasta los secretos más grandes. Y esto ella me pidió por lo más sagrado que no te lo contara, pero yo creo que mejor te lo cuento, para que veas que hay gente que allá te tiene mucho cariño. Un día la Olga vino a la casa de la madre y yo había ido a cocinarles porque la madre de la Olga me pidió que fuera, porque ella iba a estar con la suegra, el día que fue el cura, y la Olga a último momento no quiso ir con ella, se quedó conmigo porque no quería ir con los chicos, que hacían ruido, a una casa donde se está muriendo una persona. Yo creo que es porque le daba tanta pena ver morirse a la abuela, una mujer tan cariñosa como fue. Y nos quedamos las dos solas, los chicos jugaban en el patio. Y la Olga me pidió que nunca te lo dijera, pero que me lo contaba para que viera qué buen hijo tenía. Y entonces empezó. Yo ya sabía, y quién no lo sabía, que de chiquita te adoraba, pero esas cosas de criaturas, pero ella era bien picarona, y adelantada para su edad, y le vino el desarrollo más pronto que a ninguna otra chica. Y entonces me dijo que ella desde siempre te había querido, y como mujer mismo, eso se animó a decirme, que te veía tan bonito muchacho como eras, y como ahora todavía, yo le dije, que estás siempre igual, bien cuidado, con la barba bien recortada, pero cuando le viene el desarrollo a una criatura que se vuelve mujer de golpe, pierde la cabeza, y si se enamora de algún hombre puede hacer cualquier locura si la madre no está ahí vigilándola. Yo por eso a tus hermanas nunca las dejé ir solas a ninguna parte en esa edad, ya cuando tienen quince o dieciséis años ya el corazón es otro. Y decía la Olga que ella se pasaba horas espiándoles cuando estabas noviando con la Gloria, porque el padre de la Gloria llegaba tarde y la madre de la Gloria los dejaba todo lo que quisieran, si es que se metían en el jardín, y que nadie los veía en la calle, eso no quería. Pero lo mismo en el pueblo se sabía que estaban de novios, porque en el baile bailaban mucho juntos, aunque la llevaba y la traía la madre. Y la Olga los espiaba, y se moría de celos, y dice que un día que estaban jugando con los hermanos te empezaron a tirar almohadas, porque eras mucho más fuerte, y más grande de edad también, y en un momento así de confusión te dio un beso en la boca. Y que con la confianza que te habían dado en la casa de ella te podrías haber aprovechado, porque era una casa grande, con muchos lugares para esconderse, y ella te estaba siempre provocando, para ir detrás de los árboles frutales. Como después de la escuela venías que yo te diera de almorzar con ellos, que iban a la otra escuela pero a la misma hora, y después peor, a la hora ya oscuro, cuando volvías y me acompañabas a casa después que yo lavaba los platos de la cena. Pero nunca le hiciste caso, porque respetabas la casa, y yo pienso también que porque no tenías ojos más que para la de enfrente, y estaba también la otra vaga, la Azucena, la descarada. Que no me la defiendan, que la Teresa me contó siempre todo lo que hacían. Pero entonces sí que la Olga me dejó con la boca abierta con lo que dijo, no sé cómo tuvo el coraje de decírmelo, la Olga es una muchacha de mucho carácter. Y fue así, dice que una noche, la última, que al día siguiente te fuiste sin despedirte de nadie, esa noche ella te estaba espiando como siempre mientras noviaban con la Gloria, y la oyó llorar, y entonces en vez de espiar desde la casa de ella salió y cruzó la calle porque quería escuchar lo que decían, detrás del cerco del ligustro. Y ella cuando llegó, la Olga, ya te estabas separando de la Gloria peleados, y cuando salías y te ibas la Gloria siempre se subía al balcón y te miraba hasta que doblabas la esquina, o hasta que te metías en la casa de la Olga que yo les tenía la cena lista. Pero esa noche la Gloria se metió en la casa, porque se había enojado para siempre, y entonces la Olga estaba ahí escondida detrás de unas plantas y te llamó. Y en vez de que entraras por la puerta de la casa de ella te hizo entrar por entre unas plantas donde el alambrado estaba roto, y te dijo que te quería hablar. Y estabas tan triste y tan nervioso, me dijo la Olga, que te temblaban las manos, y medio no podías hablar. Y ahora me da vergüenza a mí seguir contando, aunque a una madre no le tendría que dar vergüenza, con un hijo, que es carne de su carne, pero entonces, eso lo sabrás mejor que nadie, ella te empezó a querer consolar, y ahí al fondo del jardín se bajó su ropa interior de abajo y te la dio que la olieras, que siempre se la perfumaba con el perfume de la madre, esperando que un día sintieras qué lindo perfume usaba, y estabas ahí y ella misma te bajó los pantalones, como yo hacía cuando eras chiquito y tenías que sentarte a hacer tu caquita, y ella empezó a temblar de miedo porque era la primera vez que se le subía encima un hombre, y ahí le dijiste que estaba mal lo que hacían, y no quisiste seguir. Y le salvaste la honra para siempre. Y si no hubiera sido así ella ahora no tendría ni por asomo todo lo que tiene. Dice que ella nunca se había fijado en el marido, porque era medio de la edad de ella, un poco más grande, un año o dos cuanto más, pero para ella en esos tiempos él era una criaturita, porque le gustaban los más grandes, los hombres ya hechos, pero sabía que era el hijo de un hombre más rico que el padre de ella todavía, y que el padre del muchacho era dueño de las chacras, y que nosotros siempre le decíamos que era muy bueno ese hombre, lástima que tu padre no lo quería, por aquella habladuría. Y cuando el muchachito éste creció le empezó a gustar mucho, y ella dice, la Olga, que se te parece mucho, por eso lo empezó a mirar primero, y yo le dije que todos los muchachos bonitos se parecen un poco, y la Olga me dijo que sí, que era por eso. Y ahora es una señorona, la Olga, para mí es siempre la criaturita de antes, la más traviesa que hubo en el mundo, peor que cualquiera de mis hijos, pero la miro y veo que ya es toda una señorona, viviendo en aquella casona tan lujosa, donde yo nunca más volví a pisar, hace más de treinta años, cuando le llevábamos de regalo la primera canasta de duraznos a la finada madre del dueño, que le gustaban tanto los duraznos priscos. El dueño del campo era soltero todavía, y a tu padre le dio aquel ataque de celos. La Olga tiene todo en la vida, con esos dos hijos bonitos que no se puede creer. Y ella me abrazó y me dijo que todo te lo debía, porque si aquella noche te hubieras aprovechado de ella, que se te había puesto tan descarada, la vida de ella habría terminado aquella noche, como le pasa a las mujeres que cometen una falta muy grande en este mundo. Y en cambio aquella noche fue cuando empezó la vida para ella, me dijo la Olga, hasta esa noche ella había sido una criaturita traviesa, y ya media descarada, pero que gracias al respeto que le tuviste, esa noche se volvió una mujer.

Él le va a decir a la madre que tiene que salir a buscar cigarrillos, y se va a ir hasta el bar porque no tiene hambre, no va a cenar nada. Y la suerte acompaña al que se lo merece, esta tarde le pagaron esa puta ventana los del departamento de allá de Copacabana, y tiene para tomarse una cerveza y convidar a los vagos que estén ahí, que seguro están jugando a los dados con la garganta seca. Unos tipos más pobres que el carajo, sin un billete para tomarse un buen trago.