CAPÍTULO X

—¿Por qué estás mirando todo así, te habías olvidado de cómo era tu pueblo?

Él no se acordaba de que Cocotá era un pueblito así, y que la gente era tan pobre. Toda la gente se conoce y cualquiera habla con el que sea. Es un pueblo que está dividido en dos ¿verdad? que tiene el lado derecho y el lado izquierdo y en el medio pasa el río con casi cien metros de ancho.

—¿Qué te pasa? ¿por qué vas mirando a la gente con el rabo del ojo?

Un río con muchos pescados, y mucho animal feroz, el peor el yacaré. Y hay tapires como un chancho grande, con el hocico largo, cada vez que mira abre grandes los ojos. Y en la época de agosto ataca, porque está con cría. Se come al animal que sea, se agarra a las gallinas para llevárselas a la cría. Se agarra gatos, y hasta perros, y si una persona se descuida también se la agarra.

—¿Te acordabas de que la parte izquierda es donde están las casas mejores?

Sí, con la iglesia, y el paseo del río, y un bar muy bueno, y un restaurante de los finos, y un hotel también de gran calidad. Un solo hotel, pero bien limpio de afuera que él no conoce por dentro, y del lado derecho hay más población, con unos cerros donde se juntan a vivir los más pobres, el cerro del Kerosén y el cerro de Santa Fátima. Cada cerro con su nombre. Y las calles no asfaltadas pero bien empedradas, y algunas también de tierra. Y a seis kilómetros está la chacra. Media hora caminando tranquilo. Hay que pasar dos ríos pero de los angostos. Y con puentes, y un viaducto nuevo, que él no había visto. Y llegó el ómnibus a las cinco de la mañana y él se fue caminando para la chacra, para darse una ducha ¿verdad? y una afeitada de la puta que lo parió. Porque a la tarde iba a hacer una entrada al pueblo, de aquellas del gran carajo. Iba a salir de la chacra, iba a atravesar un maizal, los cañaverales, pasar las cascadas, un río, el otro, uno que tiene de aquellas piedras lindas, y toda aquella arboleda. Él salió de la chacra cuando el sol ya no estaba tan caliente, para no llegar todo sudado, y si tenía suerte y no se levantaba viento por el camino ¿verdad? iba a llegar con el pelo limpio como los del pueblo. Y a las seis empiezan en el parque a tocar los discos que pide la gente, todos los jueves. Y si ella ya está curada de los nervios van a hablar de muchas cosas, que se vaya con él para allá para Mato Grosso, que se escape con él.

—Una vez me dijiste una cosa que me gustó mucho. Si me la pudieras decir de nuevo me pondría muy contenta.

Él le decía muchas cosas cuando todavía no la conocía y la veía pasar, le decía, «¡Carajo! a esa rosa la quiero para un lindo florero».

—No, no era eso. Otra cosa, me la dijiste por acá cerca, donde tu papá sembró maíz.

¿Qué puede haber sido? él le prometió casarse en seguida, pero no podía.

—Eso ya lo sé, que no podías. Pero era otra cosa la que dijiste.

Un domingo a la tarde que había jugado al fútbol, él ya se había dado un baño, y estaba charlando en la plaza con los compañeros, ¿cómo anduvo el partido? ¿cuál jugó bien y cuál jugó mal? y ahí pasó ella, y él se dijo a él mismo, «Hoy la voy a dejar pasar, porque a gallina de casa no se le corre detrás». Pero ahí ella lo miró y él no se aguantó, fue y le dijo, «Mi jardín está necesitado de tus flores». Y pasaron unos días y ella pasó y fue ella que le dijo, «Mi jardín también está necesitado de tus flores». Porque ella como era una criatura todavía no tenía experiencia para inventar unas palabras de esas para gustar a alguien. Y él le contestó, «¿Dónde vas a plantar esas flores?». Y ella, «Ahí en la puerta misma de mi casa». Y ahí él dijo, «Yo nada de eso, yo las quiero plantar en la puerta de mi corazón». Ese tipo de charla.

—No, aquello que me dijiste fue otra cosa, y estoy segura de que te olvidaste.

Él no se acuerda. Pero no se lo va a confesar a ella, porque si ella se da cuenta… entonces va a descubrir todo.

—¿Qué es lo que voy a descubrir?

Que él es menos que ella. Es algo que ella nunca tiene que saber.

—¿En qué sentido es menos que ella?

Que la cabeza de él ni siquiera sirve para acordarse de eso que él le dijo una vez y a ella le gustó. Porque él no estudió, y el cerebro no está desarrollado. Él se acuerda de cosas que ella le dijo a él, de eso sí.

—Pero ahora viniste a Cocotá de vacaciones y te va a volver todo a la memoria. La música ya empezó en el parque, están poniendo los discos que cada uno va pidiendo.

Él se fue acercando al parque, a una cuadra se oía la música, él entró a un bar y pidió una copa del carajo más fuerte que tuvieran, para que no le temblaran más las manos. Si alguien pedía el disco de las «Hojas», él sabía que ella estaba ahí, en el parque. Un tipo anunciaba el disco por el altoparlante y decía quién lo pedía pero la inicial nada más, y dedicada a fulano, pero no decían ni la inicial, decían para el muchacho de la camisa amarilla. Pero él estaba con camisa negra. No importa, el trago le calentó los cojones y salió a la puerta del bar, para escuchar la música mejor, no se oía nada, estaban cambiando el disco o se había descompuesto el altoparlante. No, estaban cambiando el disco, «las hojas caen… el invierno ya llegó… pero dónde anda, dónde anda mi amor… que se fue sin darme un beso, sin siquiera saludar…». Y a él le empezaron a castañetear los dientes ¿qué mierda era que él le había dicho a ella? tenía que acordarse. En alguna otra parte, no en el campo de maíz, él le había prometido que cuando le dieran la fiesta porque se había recibido de maestra él iba a ir, y le iba a decir, «Muchas gracias por ser ahora maestra», y llegaba con un regalo, una cosa útil para la casa futura de los dos ¿está claro? una cosa útil con el nombre de él grabado. Y le había prometido también que cuando se perfeccionase en electricidad, y después en construcción civil, iba a ser un buen constructor, para hacer la propia casa, con jardín, plantas y todas esas cosas, con preferencia una casa blanca, la pared bien granulosa salpicada, ese tipo de casa, con paredes granulosas salpicadas. Pero ahí venía la guerra peor, ella quería las paredes lisas. Y él le explicaba cómo se hacía la masa para que quedara todo así una parte con más granitos que otra, y ella, «No, así no porque agarra el polvo». Y él, «No, yo lo prefiero así, a mí me gusta, da un poco más de trabajo para la limpieza, pero al hombre le gusta la mujer trabajadora». Ahí ella, «¡Carajo, tal vez quede bien!» porque ella es una mujer bien sexy ¿se entiende? le gusta mucho el sexo, porque hay dos tipos de mujer: están las que nacieron para la casa, para trabajar y nada más, para que se las monten no, y están las que nacieron para trabajar y para que se las monten, quiere decir que ella es del tipo de mujer que nació para trabajar y para que se la monten. Y él hizo su primer trabajo en el pueblo, muy bien hecho y a todo el mundo le gustó ¿verdad? porque mientras estudiaba trabajaba, él iba a estudiar ahí, cálculo de masa, cuántos fierros lleva esto y lo otro, todo ese asunto, de hacer hasta los cálculos, de cuántos ladrillos lleva una casa, y cuántos kilos de la puta que lo parió, y él ahora se acuerda de una cosa que le dijo a ella, una cosa que se había olvidado, que siempre le decía a ella, «Las primeras noches de casados vamos a dormir bien lejos» ¿sería eso lo que ella le está preguntando ahora? y ella, «No, no, yo quiero ponerme a dormir juntos desde la primera noche», y él, «Las primeras noches vamos a dormir bien separados, para ver si me vas a venir a buscar ¿está claro? las primeras noches que estemos casados». Pero ella no entendía, y él, «La primera noche te vas a dormir a una pieza separada». Era para ver si ella se animaba a ir a buscarlo y cosas de ese tipo. A la noche él dormía en la otra pieza para ver si ella venía a hacerle alguna demostración de amor, entonces ella venía, lo veía durmiendo, se quedaba acariciándolo. Ahí entonces él se iba a quedar esperándola, sin dormir, la una, las dos de la mañana, ella no viene y él la está esperando, amanecía el día, paciencia, él se iba para el trabajo. Y pasaba otro día, él salía del trabajo, volvía a la noche, se acostaba a dormir, bien lejos de ella, hasta que ella se sintiese sola y viniese a buscarlo ¿verdad? Y así pasaban las noches, una detrás de otra, siempre esperando que ella viniese a buscarlo, porque él no la iba a buscar por ninguna razón del mundo. Hasta que un día ella se iba a sentir tan sola y tenía que acercarse ¿no? de la manera que fuese. Porque estaban viviendo como amigos nada más, él llegaba, se daba un baño, cenaba, ella se iba a su pieza, él a la suya para ver quién aguantaba más tiempo solo, si era él o era ella, pero él había hecho el juramento que nunca la iba a buscar, tenía que ser ella. Era para ver si ella tenía el valor, si se entusiasmaba hasta ese punto ¿está claro? Porque él todos los días le iba a traer un regalo diferente para que le fuese subiendo el entusiasmo, entonces se le iba acercando cada vez más, a ella, que iba recibiendo esos regalos, cualquier regalito, un juguete, cualquier cosa, un frasco chico de perfume hoy, mañana un chupete para el hijo, el hijo futuro que iban a tener, todo ese tipo de cosas, y otro día un jabón, «Éste es un jaboncito para tu hijo, para que lo guardes de regalo, para tu futuro hijo», y pasaban los días, y otra vez le traía un camisón, algo por el estilo. Él llegaba, se lo ponía a ella él mismo, primero la desvestía y le dejaba el bikini nada más, y le ponía el camisón pero sin manosearla, sin jineteada posible, la tenía que mantener a cierta distancia, que ahí era una guerra de amor, una guerra para que el amor aumentase, uno buscando al otro. Y él también le prometía que cuando empezaran ahí le iba a demostrar que era un hombre muy joven y fuerte, entonces se podían correr cinco y seis carreras por noche. En esa época él podía hacer ese tipo de cálculo ¿verdad? Y la música se oía ahí en la puerta del bar, que llegaba desde el parque. Él empezó a caminar para allá mismo, despacito, se la dedicaba un tipo de inicial tal a la fulana de vestido tal, y terminando esa música se empezó a oír otra, él se encontró un compañero del equipo de antes, pero le dijo que iba apurado con mucho que hacer. Y terminó esa música y cuando él dobló y vio el parque, estaban como siempre los toboganes y los subibajas, para jugar los más chicos y se empezó a oír otra vez la misma cosa, el mismo disco de antes, «las hojas caen… el invierno ya llegó… pero dónde anda, dónde anda mi amor… que se fue sin darme un beso, sin siquiera saludar… como esas hojas que por el aire van…». Y era ella, estaba seguro él, que era ella que había pedido que repitieran ese disco, y él iba a pedir otro para contestarle, uno que dice cosas diferentes, «nunca más oíste hablar de mí… pero yo continué viéndote… en toda esta nostalgia que quedó… tanto tiempo ya pasó… pero nunca te olvidé… Cuántas veces yo pensé volver… y decirte que mi amor nada cambió… pero el silencio a todo fue mayor… y a la distancia cada día muero… sin que llegues a saber…». Él no se acercó adonde estaban tocando los discos porque había gente que lo conocía y no quería empezar a saludar a todos, él quería ver si estaba ella. Alguien pidió un disco, él miró desde la esquina y no la vio ¿qué era que él le dijo y ahora no se acuerda? ella un día le dedicó un disco, «Al joven de pelo largo, castaño, ojos castaños, tez blanca, camisa Vuelta al Mundo y pantalones negros, zapatos negros, reloj pulsera, de parte de una señorita de inicial M». Y él en Baurú había oído una cosa por la televisión que le gustó y cuando se la encontrara a ella se la iba a decir toda, él le iba a pedir que fuera como la esposa ideal que dijeron en la televisión, porque el asunto es el siguiente, «Para mí la mujer tiene que ser lo siguiente, debe considerar al hombre como si fuese un amigo, un excelente amigo ¿está claro? nunca pensar que él es el marido ¿no? vivir la vida como dos amigos, adentro de la casa, y lo mismo el padre con el hijo, bien amigos, bien íntimos, todo bien al descubierto, que los hijos aprendan todo lo que les diga el padre, Hijo: las cosas son así y así, explicar cómo es el mundo, en la época actual». En la época de él no hubo eso, hay que dejar ahí el libro abierto, con quien sea, con la mujer, con los hijos. El padre a los hijos y a la mujer, a todos igual ¿está claro? poner ahí el libro a la vista bien abierto, él piensa que así es mucho más claro, no quedarse escondiendo nada ¿verdad? Porque carajo, en este mundo, si a alguien no le enseñan, después en la calle no le enseñan tampoco. A casi dos cuadras se oía todavía el altoparlante, el joven que responde a la inicial de W solicita dedicar el disco siguiente a una señorita de vestido verde con lunares azules, «… nunca más oíste hablar de mí… pero yo continué viéndote… en toda esta nostalgia que quedó tanto tiempo ya pasó… pero nunca te olvidé… Cuántas veces yo pensé volver… y decirte que mi amor jamás cambió…».

—Yo también iba a decirte una cosa muy importante, pero se me olvidó, no me acuerdo más qué era.

Y él la miró a la madre, un día que estaba con los dolores del reumatismo, no aquellos de cuando iba a parir, y él no sabía qué decirle para alegrarla, y la madre se quedó mirándolo, porque él le quería decir alguna cosa muy importante, para resolver los problemas de ella, pero no sabía qué decirle, «¡Ay, hijito! ¡yo no sé lo que hacer!». Y ahí parecía que no era ella la que hablaba, parecía alguien que se iba a morir, «Con tanto cariño que estás arreglando esta casita de Santísimo, que el nombre está tan bien puesto, el sábado y domingo siempre en casa, arreglando algo». En Cocotá el padre mira el cielo para ver si hay nubes, porque se pone muy nervioso cuando no llueve, se queda mirando el pasto muriéndose seco. Las plantas y el sembrado se van muriendo. Ahí el padre se queda mal ¿verdad? putea a todo el mundo, «¡Puta madre, este año no va a llover!». Y a partir de ese momento se empieza a desesperar. Si llueve, cuando el hijo va a trabajar por los barrios con edificios altos de Río de Janeiro, el tráfico se pone del carajo, pero en las chacras todo el mundo se pone contento, porque la lluvia da manzanas, uva, banana, arroz. El padre entonces silba, canta, queda completamente diferente, le vuelve la esperanza. La esperanza de encontrarla, y si se la encuentra a la Gloria por ahí le va a decir que se escape con él, a la mañana en el primer ómnibus sin que nadie sepa, aunque él no se acuerde cuál fue esa cosa que él le dijo y que ella sí se acuerda ¿qué fue? él no se acuerda pero si se la encuentra le va a decir otra cosa que a ella siempre le gustaba, él le decía, «¡Qué lindo pelo largo! tan rubio parece de oro cómo brilla, ya no necesito espejo porque me miro en ese espejo tan limpito». Y un día que no los veía nadie lo hicieron, el pelo de ella le daba tres y cuatro vueltas al cogote de él. Y se ataban, esa noche entonces los dos se enrollaron todos en el pelo de ella, y en el de él, porque en esa época era melenudo, muchacho que iba a la moda, y a veces se enredaba el pelo de él con el de ella, y parecía que nunca más se iban a poder desatar uno del otro «… cuántas veces yo pensé volver… y decirte que mi amor nada cambió… pero el silencio a todo fue mayor… y a la distancia cada día muero… sin que llegues a saber…» y él entró a un supermercado nuevo que no conocía, no era grande pero era nuevo, para comprar tabaco y ahí al fondo le pareció que estaba alguien, entonces él salió a la calle, sin comprar nada, y después al rato salió ella, la María da Gloria, a él le pareció que era un paquete de azúcar lo que llevaba en la mano. Ahí él le dijo, «¿Cómo estás? ¡me alegro de verte!». Y ella se quedó tan emocionada que no pudo decir nada, y miró para el suelo y después se fue corriendo para la casa. Él no le dijo nada más ¿hizo mal? ¿tenía que pararla y hablarle más? él no sabe por qué, pero la dejó irse a la casa. Y no la volvió a ver más. Él fue al parque el otro jueves y tampoco estaba, y ese día que él había llegado de Mato Grosso se volvió a la casa y la madre le preguntó si había visto a la María da Gloria, y él le contó la verdad, «La encontré a la salida del supermercado y la saludé, “¿Qué tal? ¿cómo estás?” fueron las únicas palabras, ella se quedó tan emocionada que se quedó ahí parada en seco, quería que yo le siguiese con la charla, pero yo corté ahí nomás, no insistí, paré ahí mismo, y ahí ella se quedó sin saber qué hacer, y yo me fui». Y al padre de él lo había visto a la mañana en el campo y se dieron un fuerte abrazo, pero ahora a la tarde estaba todo vestido y bañado el viejo, no se vino a conversar con él y la madre, los miraba de lejos, pero le sonreía al hijo. Y después el hijo vio que el padre estaba llorando, pero no sabía qué hacer ¿no? ¿qué le podía decir? y el padre fue y cortó unas rosas de las que venden y se acercó al hijo y se las dio. Y generalmente cuando a la tarde se quedaban los dos solos el padre se quedaba mirándolo, y lloraba, estaba muy cambiado, ya no empinaba el codo porque el médico se lo tenía prohibido. Y el padre no decía nada ¿será que se acordaba de cuando agarraba la escopeta, o peor, la cuchilla, y quería matar a alguno ahí en la cocina? El día que el hijo se fue de vuelta a Mato Grosso el padre fue y cortó más rosas todavía, lo trataba diferente, lo consideraba como hijo, y no decía nada, se quedaba mirándolo, que el hijo ahora era un hombre trabajador y honesto.

—Yo lo sé muy bien. Por eso, te sigo esperando.