CAPÍTULO IV

—Te volviste a quedar dormido. Hace un rato te desperté y no me hiciste caso.

Él siempre le pedía a ella que se lo agarrase fuerte con una mano.

—¡Basta! no te andes toqueteando más.

Y ella siempre le daba el gusto, hasta dentro de la casa de ella misma, siempre se lo agarró, se lo apretaba bien, al ganador aquel ¿no? Ahí entonces él le pasaba la mano bien fuerte por esos pechotes de ella, se los refregaba bien, le hacía un masaje general, ella quedaba loca, llegaba hasta medio llorar, loquita de ganas, y hasta chillaba. Hacía así, «¡Ham, hum, haim, ham, ay qué lindo! ay qué bueno que es mi novio conmigo». Todas esas cosas se le escapaban de la boca.

—Todo eso es cierto, pero sucedió hace mucho y los tiempos cambiaron, tenemos que hablar de otras cosas.

Ella metía la mano por adentro del pantalón y sacaba todo para afuera. Ella tenía que chupar también ¿no? Pero eso nunca lo hizo. Decía que no. Él siempre le decía, «¿Qué te cuesta chupar un poquito?». Y esas cosas, «Eso forma parte del amor». Pero ella, «No, no, yo no hago eso». No aceptaba por nada del mundo. Ni siquiera un besito le dio, «Dale un beso al garrotito». Ella al novio le besaba mucho la boca, pero el garrote nunca se lo besó. Decía que no, «La mujer no hace eso». Ahora ¿verdad? tal vez si fuese ahora, tal vez lo haría. Porque ahora a la mujer le gusta chupar un garrote. Los tiempos cambiaron. Ella creía mucho en él, porque él le decía que se iba a casar con ella, para que ella no tuviera esa duda, «¿Me estás creyendo todo lo que te digo, mi amor?». Ella fue entrando en el asunto ¿no? le decía a él, «¿Qué tengo que hacer para que veas que te creo?». Y cosas así. Y él, «El asunto es el siguiente: yo no soy Dios, para que creas en mí, lo mejor es que creas en Dios y no en mí». Eso es lo que él siempre le decía. Y ella le decía a él, «Pero…». Y esas cosas, porque ella sentía que la vida estaba cambiando, pasando de la infancia a ser mujercita. Ahí ella quedó como loca, en ese momento de la vida ellas se ponen locas, de atar ¿verdad? y le dan lo que tienen, al tipo que quieren de verdad. Entonces fue en esa época, él se quedó esperando la fase ésa de ella, cuando surgió la fase, él sintió que ella estaba en la fase y arremetió ¿no? Lo importante era que ese día al campo con ellos no fuera la Delfina.

—¿Quién era?

La mejor amiga de ella, más crecida ya, más viva, la que le traía a él siempre los papelitos cuando la Gloria no podía aparecerse. Una de sus más grandes amigas, que después pasó a ser amiga bandida. Porque se lo quería robar a la Gloria, hasta le hacía propuestas, «Yo te voy a dar lo que ella es muy jovencita y no te puede dar».

—Tu mamá salió para el hospital antes de las seis de la mañana, puede volver de un momento a otro y encontrarte todavía en la cama. Mi papá tenía razón con todo lo que decía en contra tuya. Es la última vez que te pido que te levantes.

En la cama él quiere quedarse unos minutitos más, nada más ¿verdad? porque otra cosa que él no se tiene que olvidar es que a la María da Gloria él le enseñó a mirar la luna, que ella nunca antes había pensado que se podía mirar un rato largo. Eso él sabía cómo se hacía, alguien se lo había enseñado.

—¿Quién?

Él nunca se lo contó a la María da Gloria, para que no se enojara. De día en el campo ella sí miraba los pajaritos. Él le dijo que también mirara las nubes del cielo ¿verdad? y de día ese verde lindo, ese campo, muchas cosas diferentes, muchas piedras bonitas.

—¡Todavía no te has levantado! no quiero oír más una palabra tuya.

Piedras altas, grandes ¿verdad? Entonces ellos corrían a ver quién alcanzaba al otro, ahí generalmente él se escondía detrás de aquellos pedazotes de piedras, bien escondido, y ella lo empezaba a rondar, como antes él le hacía a ella. Él le decía, «Hay que cerrar los ojos, taparse los ojos con las manos, y después se puede empezar a buscar al que está escondido». Ahí él se escondía rapidito en los matorrales, y detrás de aquellas piedrotas de su puta madre, y eran las cosas que ellos hacían para estar contentos, esos juegos y cosas así ¿verdad? A ella le costaba encontrarlo, y si no lo encontraba él se le aparecía, «¡Aquí estoy!», y esas cosas. Ella iba corriendo, ahí decía, «¡Ay, qué tipo éste! ¡qué bien que se sabe esconder!». Ahí generalmente cuando ella trataba de esconderse él la encontraba. Ella decía, «¡Qué tanto embromar! ahora quien se esconde soy yo». Y él de acuerdo. Ahí las piedras generalmente eran negras, oscuras con unas lonjas blancas, unas piedras muy lindas que existían por esa zona, y cerros, árboles muy grandes, muchas cosas diferentes, bastantes flores del campo, y maderas de Ipê, lindas, Palo de Brasil, todo así. ¿Se acordará ella de eso? ¿o es que no piensa más en él?

—…

Había muchas flores del campo, amarillas, bien lindas. Representan los colores de Brasil ¿no? las hojas de las plantas son el verde, la bandera brasileña, y aquellas lonjas de piedras blancas componen las estrellas brasileñas. A él no le gusta el color amarillo para la ropa, pero le gustan mucho las flores amarillas. Supongamos, si él fuera a una casa de comercio, donde venden ropa, él nunca compraría algo amarillo. Y a veces ella le preguntaba por qué no se ponía nada amarillo. Ella tampoco se ponía ese color, se lo había prometido a él ¿andará usando algo amarillo ahora? ¿por qué ella no está pensando en él, en este momento?

—…

Para él el amarillo representa muchas cosas ¿no? los pajaritos amarillos, los canarios, y las flores, le gusta ver ese color. Entonces ellos dos ¿verdad? se divertían mucho, andaban, así sin rumbo, no tenían nada que hacer, la cuestión era subirse a un cerro, a otro, a un cerro más alto ¿está claro? A él la ropa color amarillo o color rojo no le gusta, camisas rojas, o pantalones rojos, nunca se pondría. Ella un día le dijo que había adivinado por qué a él no le gustaba la ropa amarilla, o muy roja fuerte, pero ahora él no se acuerda por qué era.

—…

Son colores que a él le gusta ver, cuando la gente se regala rosas rojas significa mucho afecto de un amigo para otro, de una amiga para otra o de un hombre para una mujer. Es un regalo que a él le gusta recibir ¿no es cierto?

—…

Y otra cosa roja que a él le gusta es la jalea, las cosas dulces no le gustan mucho pero la jalea de vez en cuando sí que se la come, porque él es jodido para comer, pocas cosas le gustan. Y le tiene odio a ver sangre, no le gusta nada, se vuelve loco, odia ver sangre. Un compañero en la obra en construcción estaba herido, se le cayó un ladrillo de seis metros, él quedó desesperado cuando le vio la cara toda roja de sangre. Lo tuvo que llevar al hospital, y quedarse con él todo el día. Y cuando él vio la sangre de ella que corría tampoco le gustó nada, francamente le dio pena, ¿verdad? ¿en qué estará pensando ella ahora? en él no piensa, porque los padres le hablaron mal de él.

—…

Para él no fue una satisfacción, la sangre no le gusta de ninguna manera. Puede ser la mujer más linda del mundo, que si le sale sangre cerca de él se siente mal. Todo, hasta un bife si tiene sangre no le gusta. Él está en contra de la sangre, cien por cien. De sólo hablar de sangre ya se está sintiendo mal. Ella a veces le cortaba rosas color rosa, no rojas del todo.

—…

Él tenía muchas amigas y era muy querido, y generalmente se acuerda de las rosas color rosa que recibió, entonces generalmente cuando tenía tanta popularidad con aquel grupo de muchachitas amigas entre ellas ¿verdad? él recibía muchas rosas, pero después, ahora no recibe ninguna rosa porque no vive con aquel grupo con que vivía antiguamente ¿está claro? entonces así no hay modo de recibir rosas, y cosas de ese tipo. Ahora si es el cumpleaños está trabajando, como otro día cualquiera. ¿Ella no se acuerda del cumpleaños de él? En este momento ella no está pensando en él, no va a hacer las compras, ni a la plaza. Ella no sale de la casa, se queda tirada en la cama y se va poniendo cada vez más triste. Como él, tirado en la cama.

—…

Donde él vive no tiene muchos amigos. Y generalmente los amigos que tiene no son buenos ¿verdad? Así no vale. Son amigos que quieren dinero, que quieren que les pague la bebida, y él no transa con esos asuntos ¿está claro? Él trata de vivir entre él y el hermano negro, nada más que entre ellos se entienden. Porque solo siempre no se puede andar ¿no? ¿Qué estará haciendo la María da Gloria en este momento? Mejor que él se levante de esta puta cama ¿verdad?

—…

La verdad es que él no tiene hermano negro, es uno que quedó huérfano, y la madre lo crió, él lo vio el día que lo trajeron a la casa. Lo cuidó y nunca lo picó una cobra, porque lo cuidaba y le enseñó a escuchar cuando se está acercado una. No todas hacen ruido. La más brava de todas hace ruido, la surucucú dorada, una cobra linda como ninguna, tiene un cascabel, entonces cuando oye a la persona a un kilómetro de distancia empieza a tocar, hace así, tic, tic-tic-tic. Hace ese ruido con el hocico, revolviendo el veneno en el hocico. La mordida de la cobra es increíble, si muerde cinco minutos después la persona muere ¿verdad? entonces cuando viene al ataque, viene respirando fuerte, respirando con rabia, con la gana de morder a alguien. A la Gloria le daba miedo cuando él hablaba de las cobras ¿no? se tapaba las orejas ¿no es cierto?

—…

Una vez él vio un perro ¿no? la cobra lo mordió, no tardó tres segundos en morirse, él alcanzó a oír el salto, lo picó. El perro trató de morderla, y esto, y lo otro, la cobra consiguió prenderse y el perro cayó, la otra se quedó mordiéndolo, picándolo todo. Porque para vivir feliz tiene que inyectar el veneno en la presa. Solamente mordiendo es que sale ¿verdad? si ella muerde a alguien se queda bien por un rato largo, si no mordió a nadie el veneno le queda haciéndole mal, jodiéndola un rato largo, queda nerviosa, llena de ganas de prenderse a alguien, descargar el veneno. Entonces una vez que agarra a alguien lo muerde a gusto, le da todas las mordidas que puede, se le enrosca a la persona y queda mordiéndola, picándola toda ¿verdad? Muerde a cualquier animal que se le ponga a tiro, el que aparezca, perro, mono, lo que se presente, pero a un tipo es más difícil, porque oye el barullo, un tipo despierto como él, y el tipo corre. Él se fue de Cocotá bien a tiempo ¿verdad? que le querían ahí echar el lazo al cuello. Pero se les escapó. Y lo que les quedó es aquella casa bien triste, con una hija más nerviosa que no sé qué. Y si no piensa en él que piense en el mismo carajo.

—…

A él le pasó varias veces, de oír aquello, una vez estaba cazando pájaros con la escopeta, cazaba juritís, un pájaro grande como un pollo, para comer. Él iba silbando, distraído se había quedado a la sombra de unas piedras grandes, miró para arriba y tenía una cobra grandota. Atravesada. Él silbaba como silban los juritís, pero aquélla era una cobra, y también silbaba, él se dijo a él mismo, «¡Hija de la gran puta!». Él había estado buscando al pájaro y se encontró a esa puta de mierda, ahí él se echó atrás y ella se le venía encima con esa boca abierta, lo único que él podía hacer era apuntarle bien la escopeta y tirarle. Cuando tiró, se le cayó toda encima, pero ya se estaba muriendo. Él le dio rápido al gatillo, ahí nomás ¡pum! cayó la puta, pero otra vez fue increíble, él estaba comiendo algo subido a unas piedras ¿verdad? y vio una muy lejos, bien gruesa, que casi no alcanzaría a abrazarla toda, de más de veinte metros de largo. Ahí él se quedó mirando todito el tiempo, como cinco horas la estuvo mirando, sin hacer otra cosa, generalmente ella andaba, se paseaba, todo eso, hasta que por ahí se entró en un agujero, en el suelo. Desapareció, «¡Mierda, esa cobra es grande como el carajo!». Y la intención de él era colocar un anzuelo grande para agarrarla, engancharla. Le ponía un pedazo de carne, con anzuelo, como de pescar ¿verdad? y una soga bien fuerte, y empezaba a tirar ¿verdad? aquella cobra grandota, atragantada. Ya tenía preparado todo pero se le olvidó cómo tenía que hacer y llamó al padre en el momento que el cobrón se asomó, «¡Virgen Santísima, corramos ligero, m’hijo, que este bicho es muy grandote ¿no?!». Ahí corrieron y después el padre fue a buscar no sabe cuántos litros de alcohol de quemar y los echó al agujero y le prendió fuego, y ahí adentro de las piedras se revolcaba que se alcanzaba a oír. Debajo de la tierra, loca por salir, pero no podía. No se sabe si murió, o lo que le pasó, si se volvió loca de rabia ¡que se joda por hija de puta! ¡que se revuelque! Pero a partir de esa vez nunca más la vio. Cuando él hablaba de cobras la María da Gloria salía corriendo, para no oír ¿cuántos años hace de eso? Él por más que quiere acordarse a veces hasta se olvida de la cara de ella. De la boca.

—…

Él la quería ver libre a la cobra ¿está claro? él la había visto libre más de una vez, pero no se le podía acercar, lo máximo era a cien o doscientos metros, pero cuando ella oía que tenía a alguien cerca se ponía toda alborotada, levantaba la cabeza hasta un metro y medio, o dos metros, para buscar la persona. Entonces él se escondía, pero no la perdía de vista, aunque a cualquier movimiento él salía disparando como loco. El padre de él oía cuando se acercaba una. Ahora no está, el padre abandonó el trabajo, lo dejó, se desesperó y dejó de trabajar. Pero ahora es viejo. Hace muchos años también mandó todo a la mierda, y ahí cada uno tuvo que arreglarse como podía. El padre trabajaba sin parar, hasta que cayó en la desesperación, vio que el trabajo no rendía y declaró la huelga, la huelga con él mismo ¿verdad? No hacía más nada, salía para el bar y se tomaba unas cervezas, la mujer quedaba en la casa con los hijos que empezaban a crecer. Ella hacía lo siguiente: iba vendiendo las cosas que tenía, para no ver a la cría en esa situación. Vendía los chanchos, las gallinas, cabritos, y traía lo que podía a la casa, y encima todavía pagaba las deudas de él ¿está claro? no era fácil. La María da Gloria no sabe lo que es andar con hambre. Si un día tuviera hambre se le pasarían los nervios, qué joder.

—…

No le quedaba ni una gallina, ni un cabrito, nada de nada, la madre de él entonces empezó a lavar la ropa de otros, pero no alcanzaba, y entonces fue de sirvienta a una casa, esa vez nomás ¿verdad? y a mucha honra, para darle de comer a los hijos.

—…

La madre de él tenía cuatro en aquella época ¿no? Ahora el padre cambió, está totalmente cambiado, no empina más el codo. Pero ella llegó a esa casa y les pidió que le dejaran limpiar todo, pero que le pagaran por adelantado algo porque ese día los hijos no tenían nada que comer. Las personas aquellas eran conocidas de ella y más acomodadas, a veces la ayudaban. No había que preocuparse de nada porque ella mandaba las compras para la casa de ella, y ahí ella se quedaba a trabajar pero no importaba porque ya había algo para comer en la chacra, para que la hermana de él cocinara la comida de todos ¿verdad? La madre lavaba, limpiaba, todo el día afuera, y carpía la tierra en la huerta de esas casas. Por eso es que ella ahora ya ni se aguanta en pie, pobre vieja, vendía los pollos y el último cabrito que le quedó, para comprar las otras cosas para comer, pero una vez no consiguió venderle aquel cabrito a nadie, y lo mató, y la cría se lo comió ¿verdad? y es sabrosa la carne de cabrito, hasta ahora le siguen las ganas a él, es increíble, y esta noche va a haber un plato de arroz porque la madre tiene siempre algo para comer aunque sea casi fin de mes. Él se comería un bife, más que cabrito todavía.

—…

La madre de él nunca los abandonó. Y nunca jamás va a permitir que él se quede sin techo. Antes se deja matar.

—…

Y no llegó del hospital antes que él salió al trabajo. No lo vio que se había quedado en la cama como dos horas más. Cuando a la noche él se baje de este puto ómnibus la madre le va a decir, «Hijo mío, ¡cuántas horas de trabajo!». Y él le va a contar la verdad, que hoy aumentó otra vez el pasaje hasta Río. Ella hacía aquel chuño y las sopas. Ella agarraba los nabos y los hacía con arroz, eso en aquella época, claro. No había nunca carne, no había moneda para eso, hacía una polenta especial, que ella hacía y era para chuparse los dedos. Ella agarra la harina de maíz, la condimenta con ají, y le pone chicoria, corta las hojas en tiras, las mezcla y queda una sopa de la gran puta, una sopa espesa fuera de serie. Él le pide todavía que la haga, él le dice lo siguiente, «Señora, haga aquella sopa que usted hacía cuando estábamos en la vía…». Y ahí ella, «Está bien, pero a mí no me gusta acordarme de aquellos tiempos, hijo mío». Él dice, «No se haga problemas, hágala nomás que a mí me gusta». Y ella la hace ¿verdad? Polenta, ají, chicoria, todo mezclado, lo echa en la cacerola y hace un montón de comida. Todo hervido ¿verdad? lo único es que no lleva carne ni nada, nada más que polenta, o los nabos, y las hojas. También al hijo le cocina ahora mucho arroz, con banana frita, y un buen bife. Esta noche aunque no le digan él ya sabe que no va a haber de aquella polenta, arroz solo. «Hijo, de acá al final del mes no da para más, y si no me compongo no va a haber más remedio que hacer lo que nunca quise…». Él no la escucha cuando la madre le viene con eso.

—…

Si la madre se va el Zilmar puede venir a vivir con él. En la casa de enfrente a la casa de la María da Gloria había una mañana un negrito, la madre era una sirvienta y se había muerto, «¿No se lo llevaría usted Carminha a su casa, para criarlo con todos sus hijos? nosotros le damos algunos cruzeiros y así entre todos le salvamos la vida ¿no?». En esa casa de ricos tenían una hija, la Olga.

—…

La Olga espiaba desde la ventana de ella, cuando él y la Gloria hacían sus negocios en lo oscuro. Por la casa de la Olga la madre de él pasaba todos los días, a saludar. Y él también iba, y jugaba con la Olga, hasta que se ponía oscuro para el otro negocio, enfrente. Y la madre de él cuando volvió el padre a trabajar a la chacra empezó a tener hijos otra vez, él era muy chico, «¡Josemar, Josemar!» siempre lo llamaba el padre, como a un tornillo, lo iba apretando cada vez más, hasta que se quedaba ahí que no se podía mover más. Y la madre a veces no lo podía defender, porque estaba en la cama enferma, o a veces ya estaba por parir. Y si estaba por parir no iba a otra parte a trabajar, pero lavaba y planchaba para otros ahí en la casa. Esta noche al volver si la madre está mejor de salud él le va a dar un gran abrazo, «¡Señora, muy bien, felicitaciones, usted se está curando, y bien rápido! ¿no? ¿O es que no se está curando?».

—…

Él iba y le decía a la madre que el padre apretaba el tornillo cada vez más, pero ella estaba en la cama quejándose de los dolores, porque iba a tener familia otra vez. Ella no tenía la culpa ¿verdad? ella estaba sintiéndose muy mal.

—…

Él le decía, «¡Señora, señora! por favor ¿cuándo va a estar bien otra vez? señora, no puedo más de cansado, ya junté las vacas, ya carpí la tierra para los tomates, y arranqué el pasto venenoso, ¡ahora él me va a mandar a cortar la caña y me duelen los brazos, y tengo una llaga en esta mano!» ¡mamá! ¿dónde está? ¿ya la llevaron a parir al hospital?

—…

Había una escuela en el campo. Había una en el pueblo y otra en el campo. Él iba a la del campo y la maestra se llamaba Valseí. A él le gustaba, volvía a la casa siempre pensando en ella ¿verdad? no se esperaba conocerla tanto un día ¿no? Ella vivía en el pueblo y él en el campo. Era soltera esa maestra, y nunca faltaba a clase, nunca estaba enferma. No lavaba y planchaba para afuera. Ahí él llegó, a aprender con esa maestra muy bonita. A él le gustaba, pero con aquella locura de amor infantil. Le escribió un mensaje y se lo colocó debajo del libro de asistencia. Él ya tenía once años, todavía no había aprendido a escribir bien ¿cómo era que le escribió? «Mi querida maestra Valseí: yo sé que respeto la presencia de usted, además por lo gran maestra que es, pero estoy locamente enamorado de usted. Sé que a través de esto puedo perjudicar mis estudios y puedo recibir un excelente castigo». También a ella, cuando lo vio, le costó creer. Pasó meses para hablarle del asunto, él estaba siempre esperando la reacción, en aquella época ¿está claro? Ahí, un día todo lo más bien, ella le habló, es que cuando ella leyó el mensaje sintió que era infantil ¿no? «No sé quién me escribió este mensaje». Entonces allá, en aquella época, las maestras cuando le querían llamar la atención a un alumno, para no estar delante de los otros, lo hacía esperar hasta que todos salían del aula. Después de clase lo mandaba arrodillarse sobre el maíz picado. Ella echaba en el piso el maíz y ahí había que arrodillarse para la penitencia. Aquel día él se quedó quieto, pensando que ella le iba a pegar, porque en aquella época las maestras pegaban. Ella agarró un puñado de maíz y lo fue tirando despacito al suelo, le preguntó si tenía otros hermanos. Él le contó que era el tercer hijo y después otros más, que habían pasado unos años bastante mejores y ahora la madre había tenido otro después de mucho tiempo y estaba esperando otro más, porque el padre estaba trabajando de nuevo en la chacra y tenían para comer, «Señorita, el problema es el siguiente: fui yo quien le escribió ese papelito, realmente creo que hablar la verdad es sentir, sacar mis sentimientos al descubierto, eso no es ninguna novedad». Entonces él le dijo que bueno, que él la quería. Le habló franco, bien franco, «Usted no se preocupe, puede hacerme arrodillar en el maíz picado, pegarme, pero no me va a convencer. Yo estoy completamente loco por usted, estoy enamorado. Me vuelvo loco por darle un beso en la boca», le dijo a ella, y ahí ella se le sonrió, largó una risa y después le dijo así, «Te llamé para darte unos consejos; esto va a perjudicar tus estudios, pero voy a agradecerte la gentileza de escribirme ese papelito, a mí me gustó, fuiste el primer alumno que perdió la cabeza por mí, hasta el día de hoy he tenido más de mil alumnos y nunca me dijeron que me querían». Entonces él le dijo, «Mire, querida señora, el problema es el siguiente: yo la quiero de verdad, yo la voy a esperar, cuando crezca y sea mayor la voy a ir a buscar, voy a ponerme de novio con usted ¿está claro?». Ahí ella le dijo que faltaban muchos años pero que en el mundo había muchas cosas lindas, no solamente en Río de Janeiro y San Pablo, más que nada ahí en el campo, y que tenía que mirar qué hermosas eran las plantas. Y él le dijo que a la noche pensaba en ella porque todos se dormían temprano y la madre estaba siempre descompuesta en la cama, después de trabajar todo el día, lavando y planchando para afuera, y esperando familia, y él se ponía triste pensando en ella, en la maestra. Y la maestra Valseí le dijo que a la noche no se veían las plantas, y los cerros, y las flores del campo pero hay que mirar la luna y las nubes que son muy bonitas, y las estrellas, «Te parece que soy linda y por eso cuando estás triste a la noche te vienen ganas de verme, pero hay otras cosas más lindas todavía, y hay que aprender y acordarse de salir a mirarlas, y así se te va a pasar la tristeza». Todos dormían en la chacra, el padre también, ya no se iba más al bar a tomar aquellas cervezas, ni a otras partes todavía más lejos, trabajaba otra vez en el campo. Dormía toda la noche, aunque pensaba que el tercer hijo no era hijo de él.

—…

Lo trataba al tercer hijo como si fuera adoptivo. No tenía celos de otro hombre, ni sospechas, no tenía ese problema de estar pensando una cosa así sin pie ni cabeza, pero generalmente lo que hablaba eran estupideces, mucha mentira. No decía que el tercero no era hijo de él, pero hacía bromas. No llegó nunca a hablar en cristiano, claro, pero la abuela, la paterna, la abuela del tercero una vez lo dijo. Que el tercero era hijo del dueño del campo, que tenía muchos campos y el padre se lo araba con la yunta de bueyes. Pero el tercero sabía que no era verdad porque su madre era una persona muy honesta, correctísima. No era más que un chisme que había corrido por ahí, porque el tercero era diferente de todos los hermanos. Era bastante más blanco, pero no mucho, pero el pelo no era negro y duro de indio, era ondeado, castaño. La Gloria se lo decía siempre ¿no?, «Tu pelo me parece que es todavía más suave que el mío».

—…

Los hermanos eran todos de pelo duro, negro, la madre de pelo negro duro largo hasta la cintura, el pelo del padre cortado bien corto, y con aquel pensamiento siempre, tal vez por eso le exigía más que a los otros ¿verdad? «¡Josemar! rápido a carpir la tierra, todo aquel terreno hasta donde se termina, y hay que traer las bolsas de calabazas, y lo peor de todo, lo que más rabia te da hacer, que es cortar la caña ¡sinvergüenza, rápido a cortar la caña he dicho!». Los padres no eran indios, habían nacido en alguna chacra, o en el pueblo, pero no en matorrales de allá lejos ¡nada de eso! ¿qué se cree la gente? Los padres de los padres tampoco, pero los abuelos de los padres sí. El tercer hijo le preguntaba a la abuela materna si ella era india, y le decía que no, que a la madre de ella sí la habían agarrado entre los matorrales, al fondo allá en la selva, le habían echado el lazo, y cosas de ésas ¿verdad? Fue con un lazo que la agarraron, y después la amansaron ¿no? ésas fueron las informaciones que le llegaron a él, pero los indios que había por allá no eran peligrosos, los agarraban y los domaban, y fueron saliendo y saliendo lo que son personas normales ¿está claro?

—Eran salvajes, tiraban flechas, a todo le tiraban.

—¡No, no eran peligrosos! Atacaban si eran atacados. Si a un indio o a una india les raptaban una hija, ellos, ahí ellos atacaban de cualquier manera ¿verdad? con flechas, esas cosas de ellos, garrotes, en el pueblo hay un museo, con los penachos, todo lo de la cabeza, y las ollas de ellos, de barro, y esas pipas grandes de fumar. Pero en la casa de la abuela ya no tenían más nada de eso, aunque todavía hay indios, en la selva, pero allá muy al fondo, como a cuatrocientos kilómetros, se puede ir pero cuando se entra en la selva es fácil de perderse, y allá al fondo están con unos pedazos de tierra sembrados, nada más que para lo que necesitan para comer, en mil novecientos y algo le dijo la abuela que habían agarrado a aquella india, y la amansaron, hasta pasar a ser una mujer normal, y usar vestido, ropa, porque antes andaba con aquella cosa como tanga y la costumbre de rezar. Porque creía mucho en Dios ¿verdad? como la madre de él, que no ha hecho en la vida más que trabajar para los hijos y cree en Dios tanto como una santa.

—…

Aquella que trajeron de los matorrales después de amansada todavía seguía con eso, el rezo de la descendencia de indios, a la hora de dormir hacen un ruido, se ponen a rezar cuando van a dormir ¿verdad? así lo andaban contando en la familia. Rezaba en ese idioma de ellos, no en cristiano. En la familia de él son todos hijos de hijos de indios, no hay ninguno que sea portugués, sangre toda pura, una sangre purificada se podría decir, de vivir honestamente con el trabajo de cada uno, y de no haber tenido en la familia ningún portugués. Ni italiano tampoco. Pero en la próxima parada del ómnibus él se tiene que bajar, y ponerse a trabajar en ese puto baño mal hecho. Porque si no tenía nada que hacer se volvía a Santísimo con el primer ómnibus que pasase para allá, la madre ya debe estar de vuelta del hospital y no hay nadie que la cuide.