27

Mientras corría, Celia no pudo evitar recordar algo que hasta ese momento se encontraba perdido en su mente.

11/08/2000

Un año después de la desaparición de Macarena

—Celia, cuidado —dijo Isabel mientras impedía que su pequeña hija avanzara más hacia el fondo de la playa—. No más dentro, es peligroso si no haces pie.

—Pero mamá —contestó Celia, angustiada de no poder seguir avanzando. Ya no era una niña pequeña, acababa de cumplir nada menos que ocho años—. Todo el mundo está más dentro.

—Celia, hazme caso —repitió Isabel, enfadada con la insistencia de su hija—. Te lo he dicho mil veces. Nunca tienes que meterte donde no hagas pie.

—¿Ni para ayudar a alguien?

—Nunca. En ese caso tienes que buscar ayuda, pero nunca entrar en el agua tú sola, puedes acabar ahogándote tú también.

Celia escuchó dubitativa, no estaba muy convencida de las palabras de su madre, pero se dio por vencida y empezó a juguetear en la zona donde estaban. En seguida estaba totalmente ensimismada consigo misma, por lo que no se dio cuenta de que su madre se dio la vuelta y comenzó a mirar fijamente hacia su casa ni fue capaz de escuchar lo que empezó a decir de forma casi susurrante.

—Celia, ten mucho cuidado, no sabes las cosas horribles que han ocurrido aquí. Justo en estas aguas.

Ж Ж Ж

El mar estaba embravecido y rugía con fuerza, moviendo sus enormes olas de forma salvaje hacia la orilla. Por mera intuición, Celia desvió su mirada hacia el final de la playa, en busca de la caseta de madera de los socorristas. Estaba totalmente segura de que allí encontraría una bandera roja que habría hecho imposible entrar en el agua durante todo el día. Pero ya no había ninguna bandera, estaba empezando a oscurecer, y cada noche los socorristas la retiraban hasta el próximo día. No se esperaba ya que nadie se adentrara en aquellas tórridas aguas.

Volvió su mirada hacia el mar, donde sabía que algo estaba ocurriendo. Sus ojos se desplazaron de un punto a otro, rastreando aquella superficie azul. No cesó en su empeño hasta que un pequeño detalle captó toda su atención. A unos sesenta metros de distancia localizó una pequeña figura, atizada una y otra vez por el movimiento de las olas. Poco a poco aquel punto fue tomando forma: parecía tratarse de un niño que como podía resistía a flote con ayuda de una pequeña tabla de corcho para deslizarse con las olas.

Una extraña sensación recorrió todo el cuerpo de Celia, que sentía que debía hacer algo de inmediato. Pero sabía que ella sola no podría, necesitaba buscar ayuda de alguna forma. Miró a su alrededor, todo estaba desierto. El mal tiempo había dejado la playa sin apenas actividad. Podía ver gente aproximándose a lo lejos, pero para cuando llegaran, sería demasiado tarde. No tenía tiempo que perder, tenía que hacerlo ella misma, no tenía otra opción.

Sin pensar, corrió hacia dentro del agua. Nada más entrar sintió el choque de una enorme ola, que empujó su cuerpo con fuerza hacia fuera. Su piel se erizó de inmediato, pero si el agua estaba fría, Celia apenas lo notó. Estaba demasiado nerviosa y preocupada por avanzar para prestar atención a ese detalle. Como podía luchaba por adentrarse en el mar, pero cada nueva ola tiraba de ella hacia fuera, frenando su avance. Nunca había sentido el mar tan alborotado, con tantas corrientes. Mantenía el control sobre su cuerpo pisando con todas sus fuerzas contra el suelo, pero no sabía qué ocurriría una vez que dejara de hacer pie. Tenía que avanzar hacia dentro, pero una vez en ese punto, no sabía si lograría salir de nuevo.

En ese momento, el golpe de una fuerte ola le hizo perder el equilibrio por completo, cayendo en picado hacia el agua que con bestialidad la desplazó de un sitio a otro hasta llegar casi a la orilla.

De un salto, se volvió a poner de pie, quitándose el pelo mojado de los ojos y centrándose en dónde se encontraba. Prácticamente había vuelto al punto de partida, pero aquel fuerte impacto le había dado una idea. Salió corriendo hacia dentro y antes de que la próxima ola rompiera se sumergió bajo el agua lanzándose de cabeza contra ella. Cerró los ojos y empezó a bucear con todas sus fuerzas, moviéndose lo más rápido que pudo, mientras aguantaba la respiración. Solo cuando sus pulmones empezaron a fallar, decidió subir de nuevo a la superficie. Suspirando con fuerza, sacó la cabeza y abrió de nuevo los ojos, sonrojados e hinchados por la sal. Lo había conseguido, había conseguido pasar la zona donde rompían las olas. Ahora avanzar le resultaba mucho más sencillo.

En ese punto ya no hacía pie, así que empezó a nadar hacia su objetivo, ya estaba muy cerca de alcanzar a aquel niño.

—¿Estás bien? —gritó mientras se aproximaba. Lo observó desde allí, parecía que tendría en torno a ocho años.

—Sí, pero no sé qué pasa. Ayúdame, no puedo salir. —Celia reconoció un acento muy familiar en aquellas llorosas palabras. Con cuidado, llegó hasta donde se encontraba y, a su lado, se apoyó también en la tabla. Solo en ese momento fue consciente de lo tremendamente cansada que estaba. Lo miró y reconoció de inmediato a aquel nervioso niño rubio que tantas veces había visto corretear en la playa desde su casa. Era el hermano pequeño de Ivan, su vecino.

—Ey, Marc. No te preocupes, estoy aquí, he venido a ayudarte y todo va a salir bien —le dijo mientras le daba un beso en la frente. Aquel niño estaba temblando, muerto de miedo. Ella también estaba muy asustada, pero sabía que no debía transmitirlo. No tenía ni idea sobre cómo iban a conseguir salir de allí. De hecho, desde donde estaban, la orilla se vislumbraba como algo casi inalcanzable—. Agárrate con fuerza a la tabla, no te sueltes en ningún momento.

Enganchó el cordón que sobresalía de la tabla a su muñeca y comenzó a nadar en dirección a la orilla. Nadó como nunca antes lo había hecho, con fuerza y sin descanso, pero por más que lo intentaba no conseguía avanzar, el propio mar se lo impedía. Se dio cuenta de que así no podría alcanzar jamás la orilla, por lo que paró y con cuidado volvió a apoyarse sobre la tabla, justo al lado del hermano de Ivan. Mientras intentaba mantenerse a flote moviendo sin parar sus piernas bajo el agua, un gran cansancio se adueñó de ella. Sabía que su única esperanza estaba en aquella pequeña tabla, pues si de algo estaba segura era de que no lograría llegar a la orilla con aquel niño entre sus brazos, se ahogarían antes de conseguirlo. Necesitaba la tabla para mantenerlos a flote y moverse hacia fuera. Pero las fuertes corrientes los tenían atrapados en aquel punto, presos en medio del mar, totalmente a merced de aquellas aguas.

—Marc, no te preocupes, ya estamos más cerca —mintió Celia, intentando tranquilizar su sofocada respiración. La mirada de aquel niño parecía tan asustada que el corazón de Celia se encogió de forma sobrecogedora.

No entendía muy bien cómo el hermano de Ivan había acabado tan dentro. Posiblemente, mientras jugaba con la tabla, la corriente lo había ido introduciendo poco a poco. Era muy probable que el pobre se hubiera dado cuenta de que algo no iba bien, demasiado tarde. Fue en ese momento cuando una idea cruzó la mente de Celia: si la tabla lo había metido por sí sola, quizá la propia tabla podría sacarlos de allí también.

—Marc, vamos a salir, ¿vale? —le dijo Celia muy despacio—. Pero voy a necesitar tu ayuda. Vamos a poner la tabla de lado y nos vamos a poner los dos justo detrás. Necesito que muevas las piernas como si estuvieras nadando, para que los dos impulsemos la tabla hacia la orilla. ¿Crees que podrás hacerlo?

El niño asintió de inmediato y se movió con cuidado para empezar a hacer justo lo que Celia le acababa de indicar. Juntos empezaron a propulsar la tabla con la esperanza de que conseguirían salir de allí.

Pero Celia no sentía que estuvieran avanzando. Es más, desde allí cada vez veía más pequeña y lejana su casa, que resaltaba en lo alto de la orilla. Cuánto sentía que todo fuera a acabar así, de forma tan trágica. Después de toda la ilusión que había traído a su familia a aquella casa, todo acabaría con una dramática desgracia. No se sintió apenada por ella misma, sino por lo mucho que todos sufrirían, también por ese pequeño niño que tanta vida tenía aún por delante y que no había logrado salvar.

Ya casi había perdido toda esperanza, cuando empezó a percibir algo: su casa se veía cada vez más y más grande, cada vez más cercana.

—Marc, ¡sigue moviendo las piernas con fuerza! —gritó, mientras sonreía entusiasmada—. Lo estamos consiguiendo, cada vez estamos más cerca de la orilla.

Conforme se fueron acercando, el mar respondió de forma más violenta y brusca, pero toda su fuerza, para su fortuna, los impulsaba ahora hacia la orilla. De forma que cuando Celia notó que volvía hacer pie, se soltó de la tabla y cogió al niño en brazos.

Con la seguridad y alegría de saber que ya no lo perdería, caminó con él sobre su cuerpo hacia la orilla.

Conforme fueron saliendo del agua, Celia vio cómo la madre del pequeño y el padre de Ivan, Antonio, corrían aterrados hacia ella y cogían el niño en brazos.

—Lo he visto desde arriba —empezó a decir aquella temblorosa mujer entre llantos, mientras abrazaba con fuerza a su hijo—. He visto que estabas intentando sacarlo, he corrido en cuanto me he dado cuenta…

Poco a poco Celia notó que más y más gente se acercaba hasta donde ellos estaban. Todo a su alrededor se empezó a nublar, a volverse muy confuso. Alguien debió de ponerle una toalla sobre sus hombros en algún momento, no lo notó, pero se dio cuenta de que ahora la llevaba sobre ella. Se sentía muy mareada, así que poco a poco se dejó caer sobre la arena.

—Llamad al socorrista. —Oyó decir a alguien.

—Ahora ya no estarán, es muy tarde, se habrán ido ya. ¿Llamo a urgencias? —Escuchó decir a otra voz desconocida.

—Madre mía, con lo mal que está hoy el mar…

La gente empezó a rodearlos, curiosos y paseantes, sorprendidos por aquel fortuito rescate. Pero Celia ya no escuchaba ni sentía nada, simplemente estaba ahí sentada sobre la arena, intentando serenar su respiración. Sin atreverse a aceptar lo que acababa de pasar. Sin llegar a entender lo que le acababa de ocurrir. Pero en el fondo, aliviada. Sabía que no todos los días, tras sentirla tan cercana, se logra escapar de la muerte.

Ж Ж Ж

Miércoles, 12 de agosto de 2009

LA MANGA

—¿Qué está haciendo la heroína de La Manga? —preguntó Emilio, el padre de Celia, entrando desde el jardín al salón donde su hija estaba sentada. Lo hizo sonriendo, lleno de orgullo.

El rescate de la noche anterior se había corrido como la espuma por el barrio y en lo que llevaban de mañana, muchos vecinos se habían incluso presentado en su casa para conocer de primera mano todos los detalles. Su familia lo estaba pasando en grande con aquel nuevo suceso y disfrutaban cada instante que pasaban presumiendo sobre lo que Celia había hecho.

—Pues nada, poca cosa —contestó Celia, escondiendo el diario entre varios cojines para evitar que su padre pudiera verlo—. Hoy mejor me quedo aquí, me da miedo bajar a la playa. ¡De repente, todo el mundo quiere hablar conmigo!

—Anda, ¡qué tonta! —le contestó su padre mientras cruzaba el salón y se disponía a salir hacia el jardín delantero—. Lo que deberías hacer es bajar y hablar con todo el mundo.

En cuanto quedó a solas de nuevo, Celia sacó el diario y siguió leyendo con atención. Durante las semanas siguientes apenas veía anotaciones, pero todo parecía indicar que Macarena y Luis habían seguido la misma rutina: todas las tardes se habían encontrado en la playa y habían acabado juntos en aquella pequeña habitación de hotel. Durante esas semanas Macarena no daba grandes detalles, pero daba la sensación de que ambos estaban viviendo una especie de sueño. No era hasta principios de agosto cuando volvían a aparecer entradas algo más largas de lo normal.

05.08.1999

Parece mentira, tantos años veraneando aquí y jamás había estado más allá de nuestra zona de playa. Al final ha tenido que ser Luis quien me descubra el paraíso.

Hoy hemos pasado el día en la playa más maravillosa en la que nunca antes había estado. Totalmente virgen, la sola visión de todo el paraje natural de Calblanque es algo que jamás olvidaré. Luis me ha llevado a una zona alejada, de difícil acceso, donde hemos podido disfrutar el uno del otro con total intimidad.

Nunca antes había vivido algo así, tan intenso y profundo. Allí hemos podido hacer todo lo que en La Manga no podemos hacer sin escondernos. Ha sido maravilloso como me tocaba al bañarnos, como me besaba y jugaba conmigo dentro y fuera del agua. Es algo que simplemente pensaba que los hombres no hacían, acostumbrada como estoy ya a despertar indiferencia.

He estado siempre tan dormida en ese sentido que no entiendo qué me ocurre cuando estoy con Luis, por qué toda la timidez y fragilidad desaparece de mí. No puedo dejar de pensar en que he sido yo quien lo ha desnudado sobre la arena, quien no ha querido parar, quien se ha puesto sobre él y se ha dejado llevar allí sin más. En medio de aquella playa.

Jamás olvidaré este día, la primera vez que he vivido momentos de pasión bajo el agradable sonido de las olas. La primera vez de demasiadas cosas.

Macarena.

Celia cerró durante un segundo el diario sobre su pecho, echándose hacia atrás sobre el sofá, mientras reflexionaba sobre lo que acababa de leer. No pudo evitar que el nombre de Ivan acabara cruzando sus pensamientos, un nombre que llevaba semanas intentando esquivar. También había sido en Calblanque donde ella había pasado momentos muy entrañables con su vecino, por ello, le resultaba tan triste recordar cómo había acabado. ¿Era tan complicado ser feliz? ¿Que todo saliera bien?

Intentando borrar las imágenes de Ivan de su mente, Celia dirigió su mirada hacia la próxima entrada que llamó su atención:

22.08.1999

Llevo días preparándome para dejarlo todo atrás, para llevar a cabo esa fantástica huida que yo misma he planeado con Luis y solo hoy me he dado cuenta de que simplemente no es posible, que todo debe acabar.

Y por el bien de todos, cuanto antes todo esto sea cosa del pasado, mucho mejor.

Macarena.

La entrada no daba más detalles ni nada durante esa semana mostraba que algo fuera de lo normal hubiera sucedido. No entendía qué podría haberle hecho cambiar de opinión, pero algo muy grave debía haber ocurrido para que Macarena volviera a resignarse a la vida que le esperaba junto a su marido. Impaciente, empezó a leer la siguiente entrada del diario, con la esperanza de encontrar las respuestas que tanto anhelaba.

24.08.1999

Ha ocurrido algo horrible…

—Celia, haz el favor. —Escuchó que le gritaba la voz de su abuela desde el jardín—. Sal un momento y cuéntales a los vecinos de detrás cómo sacaste al chiquillo.

Suspirando, Celia escondió el diario debajo de unas revistas y se levantó para dirigirse hacia donde se encontraba su abuela. Estaba segura de que sus vecinos la escucharían boquiabiertos, deseosos de descubrir los detalles de aquella anécdota que ya solo aburría a Celia. Ella no quería viajar hasta lo que había ocurrido el día anterior en la playa, sino seguir reviviendo algo que había pasado mucho antes, casi diez años atrás.

Ж Ж Ж

—La verdad, Víctor, te engañaría si te dijera que era esto lo que esperaba —empezó a decir Sofía, mientras miraba con atención el rostro de su hijo que reflejaba una gran tranquilidad, parecía que se había quitado un gran peso de encima al confesarle sus intenciones, como si hubiera temido que llegara ese momento, ese instante en el que tuviera que sincerarse con su propia madre—. Pero, Víctor, no te puedo decir nada, me has dado tus razones, que con algunas estoy más de acuerdo que con otras, pero que me hacen ver que no es una simple cabezonería de un niño, sino que has pensado a fondo sobre el asunto. Si quieres estudiar aquí la carrera, no veo ahora motivos suficientes para no apoyarte.

Al escuchar esas palabras algo cambió en el rostro de su hijo: su expresión apenas tranquila se iluminó, mostrando una profunda sorpresa y felicidad, como si aquella respuesta hubiera superado con creces todas sus expectativas.

—Gracias, mamá —le contestó su hijo, engulléndola en un gran abrazo, de esos que hacía siglos que no le daba—. No sabes lo que significa para mí que lo entiendas.

—Claro que te entiendo, Víctor, vosotros no lo pensáis, pero yo también he sido joven.

Lo cierto era que, aunque comprendía cada uno de los motivos que su hijo le había explicado, no había nada en el mundo que le doliera más que tener que aceptar que a partir de septiembre sus caminos se separarían, cuando su hijo tomara una ruta diferente a la que ella había diseñado para él con tanto esfuerzo y cariño. Le había llevado tiempo aceptar la marcha de María a Inglaterra, pero con ella estaba tranquila, era muy trabajadora y tenía claro que quería ser maestra. Sabía que aprovecharía el tiempo y tenía la esperanza de que la separación fuera solo algo temporal. Pero Víctor iniciaba una nueva aventura en Cartagena, a muchos kilómetros de Madrid y sus padres. Una aventura que puede que ya nunca volviera a acercarlo hasta ella.

Sabía lo difícil que le iba a resultar regresar en septiembre a una casa tan vacía como quedaría su apartamento en Madrid con la partida de sus dos hijos. Sería muy duro tanto para ella como para su marido, pero era algo que no podían evitar. No se puede luchar contra el progreso, contra algo que es simplemente ley de vida.

El fuerte abrazo se alargó durante algunos minutos, hasta que el ruido de la puerta los hizo separarse poco a poco y centrar toda su atención en el sonido de unos pasos que se acercaban hacia ellos. Sonaban nerviosos y perdidos, y trajeron hasta allí la figura de su hija María.

Sin dirigirles ninguna palabra, entró y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación, nerviosa, con el rostro casi contraído en una mueca de angustia. Llevaba todavía el uniforme del restaurante, por lo que Sofía tuvo claro que algo le había ocurrido en el trabajo.

—¿Qué pasa, María? —preguntó casi de forma automática.

—No es nada —comentó al mismo tiempo que dejaba escapar un gran suspiro. Se dejó caer en una silla, cerca de donde también estaba sentado su hermano—. Es solo que me han propuesto algo en el trabajo.

—¿Qué te han propuesto? —preguntó Víctor, intentando que su hermana hablara de una vez.

—Al terminar de trabajar —empezó a decir María, pasando su mano por su rostro, incapaz de relajarse—. Luis, el encargado, me ha dicho que tenía que hablar conmigo a solas, en privado. Así que hemos entrado en la cocina y allí me ha empezado a decir que se había dado cuenta de que este verano todo estaba saliendo bien especialmente gracias a mí. Que le había quedado claro desde el principio (al final va a resultar que es más perspicaz de lo que pensaba) y que se lo había transmitido a los dueños del restaurante.

»Para mi sorpresa me ha ofrecido un trabajo de encargada allí durante todo este año, un trabajo cuyo sueldo no está mal y que me daría la oportunidad de no dejar España hasta que vuelvan a salir oposiciones.

—¡Enhorabuena! ¿Lo sustituirías a él? —preguntó Víctor de inmediato, entusiasmado con la noticia.

—Sustituiría a Montse, la otra encargada, que sería despedida —contestó María, disminuyendo el tono y dirigiendo su mirada ligeramente hacia sus pies.

—¿Qué le has dicho? —se atrevió a preguntar Sofía, temerosa de la posible reacción de su hija ante aquel hombre al escuchar tal oferta. Había criado a una joven indomable y sabía que su hija admiraba mucho a la otra encargada.

—Le he dicho que lo tenía que pensar.

—¿Y tienes algo qué pensar? —preguntó Sofía que no salía de su asombro. ¿Qué podría haber llevado a su hija a no reaccionar ante tal propuesta? A no enfadarse por el menosprecio con el que parecían estar tratando a la otra encargada. Desde luego no parecía algo propio de María.

—Pues no lo sé, mamá —continuó diciendo María, suspirando con fuerza de nuevo—. No debería, es una clara injusticia hacia alguien que ha trabajado tan duro y tantas horas como Montse. Y no entiendo por qué mantienen al patán de Luis allí, no sé, como si necesitaran tener a un hombre al mando o como si conociera a alguien que lo hace intocable… Sea por lo que sea, no le veo ningún sentido y debería estar en parte enfadada por ello. Pero, por otra parte, este trabajo significaría quedarme aquí… No marcharme…

La cabeza de Sofía empezó a dar vueltas, en algún momento de aquel verano, sin darse cuenta, debía de haberse perdido algún capítulo de la historia de sus hijos, que habían dejado de comportarse de forma predecible y pasado a no dejar de sorprenderla. Pero ella debía estar por encima de todo, aún era su madre y, aunque cada día notaba que su papel tenía menos importancia en la vida de sus hijos, debía seguir intentando ayudarles.

—María, tranquila —comenzó a decir acercándose hasta sus hijos, poniendo una mano sobre cada uno de ellos—. Piénsalo, piénsalo tranquilamente y toma una decisión. Es tu decisión. Yo os apoyaré en todo lo que decidáis, sea lo que sea. Aunque no siempre os ponga matrícula de honor en los pasos que elijáis, siempre os daré el visto bueno.

—Mamá, muchas gracias —contestó María, en un tono algo más tranquilo al que había mantenido hasta el momento. Abrazando con fuerza a su madre.

Sofía disfrutó de aquel momento, del íntimo abrazo con sus hijos que ya empezaban a hacer frente a problemas reales y de difícil solución. Estaba claro que sus pequeños se habían hecho mayores. Estaba totalmente claro. Pues por más que lo intentaba, ya no conseguía entenderlos como antes.

Ж Ж Ж

Con cuidado, Celia apoyó su espalda sobre el marco de su cama, acomodándose sobre unos cojines. Sentía una gran ansiedad dentro de su cuerpo, una incómoda sensación que sabía solo podría calmar leyendo, indagando en los detalles de la historia de Macarena. Así que, respirando profundamente, se concentró en las páginas de aquel diario que la tenía tan intrigada:

24.08.1999

Ha ocurrido algo horrible, algo que jamás pensé que fuera posible. Al final ha resultado que son todos iguales, monstruos.

No puedo explicar cómo me sentía esta tarde mientras caminaba a mi encuentro con Luis: nerviosa, triste, desesperada. Sabía lo que tenía que decirle, que no teníamos opción más que acabar con nuestros planes de huida. Con nuestros encuentros. Con todo lo que se había creado entre nosotros. Pero el dolor que me invadía era tan grande que no tenía claro que fuera a ser capaz de hacerlo.

De hecho, cuando he entrado en la habitación del hotel y me ha recibido con esa gran sonrisa, elevándome en sus brazos en un fuerte abrazo, haciéndome por unos segundos volar junto a él; me he sentido sin vida, inerte, incapaz de seguir adelante.

Pero, tristemente, sabía muy bien lo que debía hacer allí. A lo que había ido a aquella habitación, a acabar con toda aquella hermosa locura.

Lo que ha ocurrido entonces… Me ha roto. Me ha partido en pequeños trozos que creo ya nunca más volverán a juntarse. Nunca jamás podré volver a ser la misma persona. No mientras en mi mente continúe el recuerdo de cómo Luis me ha insultado, agarrado y estrellado contra aquella fría pared. Repitiéndome una y otra vez que no podía hacer eso, que no podía acabar con todo ahora, no cuando él ya lo había dejado todo por mí.

Aún me duele el moratón con el que sus intentos por que no me marchara han marcado mi brazo. Aún me asfixia el dolor intenso que la pena ha dejado en todo mi cuerpo. Heridas que irán sanando, pero de cuya cicatriz no creo que pueda volver a recuperarme.

Macarena.

Una pequeña lágrima resbaló muy despacio por el rostro de Celia, una pequeña gota salada que acabó cayendo sobre aquellas páginas, difuminando la tinta de una de aquellas doloridas palabras. Era tan horrible y conmovedor todo lo que aquella mujer transmitía en sus escritos que Celia no estaba segura de querer seguir adelante, temía el triste final que acechaba a aquella pobre alma.

Pese a ello, muy despacio, decidió pasar hacia la siguiente página. Pero para su desesperación, nada más había allí escrito. Continuó pasando las hojas, deprisa, con cierto nerviosismo; pero las páginas aparecían ante ella sin nada marcado, impolutas, sin anotación alguna. Nada más salvo un pequeño apunte justo el día antes de que Macarena desapareciera.

—Dios mío —dejó escapar Celia.