Postscriptum
Una historia de libros

En 1973, Nigel Nicolson publicó Retrato de un matrimonio y el nombre de Violet Trefusis, que había sido olvidado durante muchos años en Inglaterra, surgió de nuevo y recuperó cierta notoriedad.

Mientras leía el diario secreto de amor de Vita Sackville-West tras la muerte de su madre en 1962, Nigel quedó convencido de que habría deseado que se publicara póstumamente. «Podría haberlo destruido», escribió, «pero tenía potenciales lectores». El problema era que Violet Trefusis y el padre de Nigel, Harold Nicolson, todavía estaban vivos. En realidad, el que más le preocupaba era su padre y, cuando Harold falleció en 1968, solo se interponía Violet en el camino. Había dejado leer el preciado manuscrito de Vita a algunos de sus amigos y la mayoría de ellos (no todos) le habían recomendado que lo publicara. «Es uno de los textos más extraordinarios que escribió tu madre», constató Peter Quennell. «No debes tener ningún miedo de que perjudique su reputación. Puede que hubiese sido un perjuicio en 1950 o incluso en 1960, pero no ahora. Y no te preocupes por Violet Trefusis, se encuentra entre las mujeres más estúpidas y arrogantes con las que me he cruzado en toda mi vida y sospecho que lo único que sucederá es que se sentirá halagada».

Aun así, Nigel decidió no publicar el diario mientras Violet estuviese viva. En aquella decisión fue apoyado por la hermana de Violet, Sonia, quien le escribió una gélida carta sobre aquel «libro repulsivo» que podía provocarle a él un gran enfrentamiento «con los amigos literarios de Violet», entre los que se encontraba, por ejemplo, Cyril Connolly. Pero lo cierto es que Connolly ya pensaba que Vita Sackville-West no era más que «una escritora pasada de moda», de modo que tampoco suponía una gran pérdida. Había conocido a Violet Trefusis a finales de la década de los años veinte y la había descrito como una mujer «muy atractiva, con aspecto de viciosa y la única persona por aquí (Florencia) que tiene apariencia de ser verdaderamente moderna». Más tarde la utilizaría para construir su personaje de la «malvada y gorda pelirroja» Geraldine de su novela En el fondo del estanque (1936), donde la describe con «un tono de voz libertino y musical, de una belleza infantil» y «una boca enorme y sensual, como una puta de Rowlandson». La Geraldine de Connolly no es más que una travesura y aunque en ocasiones pueda llegar a ser seductora, conoce los «trucos para llevar a la gente hasta un lugar en el que acaban siendo ridículos».

Tras la muerte de Violet, en 1972, Nigel comenzó a preparar el manuscrito de Vita para su publicación. Ni alteró ni suprimió nada de cuanto había escrito su madre, pero las treinta mil palabras que añadió al libro como coautor situó aquel romance entre Violet y Vita, que según sus estimaciones no había durado más de tres años, frente a un matrimonio que había durado cincuenta y cinco. Y para dejar claro su propósito tituló el libro Retrato de un matrimonio. El suyo es el único nombre que aparece en la portada y dedica el libro a alguien a quien amó enormemente: Shirley Anglesey. El único episodio que olvida comentar en su relato es la enfermedad venérea que tuvo Harold Nicolson en 1917 y que, creía Nigel, había favorecido el romance que Vita había tenido con Violet. Pero finalmente «la crisis del matrimonio lo convirtió en algo todavía más exitoso y firme», escribió, y su propio libro demostraba «el triunfo del amor sobre el enamoramiento».

Aun así admitía que, más adelante, Violet Trefusis había cambiado y había llegado a escribir «algunas novelas inteligentes», pero no por eso dejaba de odiar la campaña que había realizado para intentar separar a su madre de su padre y de su familia. En su autobiografía Larga vida escribió que el egoísmo que Violet había demostrado en su juventud no tenía excusa posible. «Intentó destruir el feliz matrimonio de su mejor amiga y se casó con un hombre decente, Denys Trefusis, con la única intención de humillarlo. Despreciaba el matrimonio y lo consideraba una especie de fachada hipócrita para encubrir la infidelidad, tal y como había sido el matrimonio de su madre, Alice Keppel…». Y también, cabría añadir, no de manera muy distinta a la forma en la que tanto Vita como Harold se habían planteado su propio matrimonio.

Vita siempre situó a otras personas por delante de sus hijos en sus prioridades emocionales. Si hubiera que atribuir su insatisfacción como madre y sus tremendas ausencias a una persona, esa persona no habría sido Violet Trefusis, sino la propia madre de Vita, lady Sackville, quien también era una hija ilegítima y había tenido que gestionar sus propias dificultades. Bajo la fachada de celebrar su matrimonio con Harold, el lector de Retrato de un matrimonio es guiado de la mano para que acabe pensando que aquella unión feliz y poco convencional había sido amenazada por una sola persona llamada Violet. La pasión más fuerte que tuvo Vita en su vida fue la que sintió por Violet, tal vez por eso Nigel la considere una amenaza, pero sus motivaciones a la hora de publicar aquel manuscrito se volvían más complejas cuando se pensaba que tal vez pudiera ser leído como una especie de venganza filial. La gente a la que le gustaba Vita, y sabía poco o nada de su amor por Violet, podía leer Retrato de un matrimonio y cambiar la opinión que tenían de ella. Lord Sackville, por ejemplo, que siempre había tenido «una gran admiración por tu madre», le escribió para decirle que aquellos sentimientos habían sido «mancillados por tu libro».

Nigel Nicolson fue una persona tan ausente con sus propios hijos como su madre lo había sido con él. «Tanto mis hermanas como yo orbitábamos alrededor de la triste y central ausencia de nuestro padre», escribe Adam Nicolson en Sissinghurst: Una historia inconclusa. Nigel tenía muchas cualidades fantásticas, muchos talentos y virtudes, pero aun así había cierta calidez humana que parecía faltarle. «Es un hombre frío que intenta ser cálido», escribió James Lees-Milne, «y es incapaz de serlo». Y ese hombre se disponía ahora a avergonzar a sus propios hijos, revelando un secreto que iba a hacer bailar a los esqueletos familiares para entretenimiento público y, tal y como lo acusó Sonia, la hermana de Violet, «para obtener beneficios».

Aun así, ¿quién habría creído que hacía un acto noble al destruir aquel manuscrito de su madre? La forma en la que decidió elaborar aquel libro era realmente original; lo desarrolló dentro de un artefacto híbrido como el que había utilizado su padre para escribir Ciertas personas. Cada uno de esos libros tiene un lugar asegurado en la historia de la no-ficción y de la literatura de semificción. Ciertas personas no solo fue alabado por Virginia Woolf, sino que resultó ser una enorme influencia a la hora de escribir su Orlando. Retrato de un matrimonio ofrece una narrativa asociada, es como la clave para entender un lenguaje secreto utilizado en varias historias interrelacionadas entre las que se incluyen Broderie anglaise, la novela que Violet Trefusis había publicado originalmente en francés en 1935 como una respuesta a Orlando.

Nigel Nicolson, que fue editor, señaló como biógrafo de su padre a James Lees-Milne. Lees-Milne había tenido un breve flirteo amoroso con Harold Nicolson, que había terminado en un afecto que perduró entre ambos (su mujer Alvilde tuvo romances con Violet Trefusis y con sus dos amantes principales: Vita Sackville-West y Winnaretta Polignac). Y más sencillamente, Nigel eligió como biógrafa de su madre a Victoria Glendinning. Son biografías excelentes las dos (yo mismo las reseñé) y mientras aquellos dos navíos salían a la mar a finales de los ochenta, zarpó junto a ellos, como si se tratara de un barco pirata, una película para televisión realizada por Penelope Mortimer.

En mitad de aquella conmoción también se presentaron en Inglaterra las novelas de Violet Trefusis Eco y Broderie anglaise, que se tradujeron por primera vez del francés. Hubo dos motivos principales para que sucediera aquello; el hecho de que la historia de Violet aparecía de repente en las noticias y la sensación de que las recientes publicaciones de no-ficción habían sido realizadas exclusivamente desde la perspectiva de Vita Sackville-West. Los libros que habían salido al mar desde el puerto Trefusis estaban todavía dispersos o mal anclados y, por si fuera poco, habían zarpado bajo una tormenta terrible. «El “gran romance” fue con toda seguridad uno de los episodios más absurdos de la historia de la literatura inglesa y de toda su historia social», escribió un reseñista de la Literary Review, que reseñaba en ese momento una de las novelas de Violet Trefusis y no Retrato de un matrimonio, que no obstante dominó el clima en el que todos aquellos libros fueron recibidos. A contracorriente se publicaron dos volúmenes de las cartas que Violet le había escrito a Vita. Las dos ediciones estaban acompañadas por pequeñas biografías y un intento infructuoso de permanecer al margen del «gran romance». Uno de aquellos libros cambió de título al pasar de Estados Unidos a Inglaterra. Empezó titulándose La otra mujer y acabó como Violet Trefusis: Vida y correspondencia (aunque añadía el subtítulo de Correspondencia con Vita Sackville-West). Hubo un proyecto de reedición de las novelas de Violet en la colección de Virago Classics con prólogos realizados por novelistas contemporáneos que se vio interrumpida por una cuestión de derechos de autor. Sus memorias No mires atrás fueron presentadas en Estados Unidos por Peter Quennell (quien no era precisamente un amigo de Violet, a juzgar por la carta que le envió a Nigel Nicolson), quien también escribió un entretenido retrato suyo (aunque un tanto burlón) en su libro de retratos contemporáneos titulado Disfraces y personajes. Victoria Glendinning contribuyó con un excelente prólogo a la edición de Broderie anglaise, aunque es evidente que está escrito desde la simpatía al personaje de Vita. Nicholas Shakespeare sugirió en su reseña para The Times «una historia que sin duda tiene mucha más carga de la que Victoria Glendinning le atribuye». Fuera cual fuera el navío que saliera del puerto de Trefusis, no importaba con cuánto entusiasmo lo hiciera, era inmediatamente atrapado por el enemigo: Sophia Sackville-West escribió una espantosa reseña de Eco y lo mismo ocurrió con la que escribió James Lees-Milne sobre la doble biografía de Alice Keppel y Violet Trefusis de Diana Souhami, no ayudó la amable pero inevitablemente modesta reseña de Henrietta Sharpe de Vida de Violet Trefusis, en 1981 (un libro que fue defenestrado con mucha más rotundidad por Harold Acton). «[Violet] Tenía un temor patológico a quedarse a solas con su conciencia», sentenció, para añadir luego que «Madame Très Physique», como la apodaban a medida que se le acumulaban los años, se iba pareciendo cada vez más a «un caniche».

Con el paso de los años, Harold Acton se fue volviendo cada vez más hostil. En el comienzo de uno de sus relatos cortos titulado «Documento anexo», que apareció en su libro de relatos El gimnasio de las almas (1982), podemos ver a Muriel, un retrato ficticio de Violet, escribiendo su testamento. Como su médico le había dicho que estaba enferma, se había pasado los últimos días y noches reorganizando su última voluntad, ya que sus amigos se están muriendo todos irremediablemente (un ataque cardiaco aquí, un accidente allá) y Muriel se ve obligada a ir rellenando los huecos que van quedando con nuevos herederos. El otro entretenimiento habitual de Muriel es el de escribir una monumental autobiografía. «Mi vocación es la de ser una leyenda», le dice a su secretaria, «he olvidado mi parentesco exacto con Carlomagno…, incluso cuando estaba en la cuna mis mejillas ya eran besadas por bigotes de la realeza». Pero el sinsentido de ese libro, al igual que el sinsentido de su vida completa, es algo que sobrecoge al personaje. Cuando se llega al final del relato todos sus amigos han muerto. Le ordena a la sirvienta que saque todas sus joyas y penosamente se las va poniendo sobre su frágil anatomía hasta «acabar jadeando por el esfuerzo de la transformación». A continuación contempla en el espejo el grotesco ídolo en el que se ha convertido. «La ruina de sus rasgos envuelta en el fulgor de sus joyas producía un efecto intensamente dramático». La sirvienta le asegura que está muy guapa y Harold Acton concluye al final: «Y sí, lo cierto era que Muriel era un bonito cadáver».

El relato de Acton se centra en los últimos años de la vida de Violet. Sus memorias de Nancy Mitford, publicadas en 1975, abarcan de forma intermitente un periodo más amplio de la vida de Violet. «Aun sabiendo que eso le iba a provocar una gran infelicidad» Violet había suplicado a Vita. Harold Acton, que por lo general es un escritor cortés, no lo es aquí. Siente lástima por ella pero no por su dolor, la contempla como si siempre hubiese sido quien fue en sus últimos años, una persona triste, un epílogo. Las memorias contienen una fotografía de «La señora Violet Trefusis y su criada» que muestra a una figura envejecida, que parece una anciana bailarina de ballet puesta sobre una acera, como si estuviera esperando al autobús con su criada Alice Amiot, a unos cuantos pasos por detrás de ella, mirando directamente a la cámara con una especie de mirada cómplice, como si nos invitara a reírnos. Acton escribe que había habido una «extrañeza total» entre Violet Trefusis y él «debido a la absoluta mala educación de Violet». En el libro se hace un retrato de ella como si fuese una persona socialmente intratable. Aunque «tampoco hay necesidad de rememorar ese asunto», observa Rebecca West, «a través de tantas anécdotas despiadadas». Se nos dice que llevaba «la condecoración de la Legión de Honor día y noche», se nos habla de su «altanera ostentación» y de que su escritura «no era más que un ejercicio de exhibicionismo». Añade que Philippe Jullian, autor del Diccionario del esnobismo, debería haber sido el biógrafo de aquella mujer que era el colmo del esnobismo y para quien la literatura no era más que un simple entretenimiento.

El libro de Acton no hace ninguna referencia a la primera época en la que Nancy Mitford se divertía yendo a las fiestas de Violet. Nancy la había emparentado con la Matilda de Hilaire Belloc quien «mentía de una manera tan flagrante que a una se le abría la boca de admiración», pero aun así añade «no podía evitar que me gustara muchísimo». Ese sentimiento está totalmente ausente en el libro de Acton. La Violet Trefusis que se nos muestra es «una cabeza hueca» que irrita tanto a Nancy Mitford con sus llamadas de teléfono cuando ella estaba intentando trabajar que «estoy empezando a odiarla». Acton considera que esa persona odiosa no era más que una intrusa en el territorio privado y dietario de Nancy Mitford, pero en No mires atrás Violet hace de ella un retrato admirable, alabándola por tener «el valor de romper con toda la parafernalia familiar (de la novela), con el decoro, las bromas familiares y hasta el vocabulario». La describe como «la conquista más ingeniosa de Francia», pero los cumplidos no fueron correspondidos. Nancy sugirió en una ocasión que No mires atrás se debería haber titulado Aquí yace la señora Trefusis.

Nancy Mitford utilizó a Violet Trefusis como base para construir su personaje de lady Montdore en su novela Amor en clima frío (Violet es «exactamente lady Montdore», le comentó en una ocasión al librero Heywood Hill). Había nacido con el nombre de Sonia Perrotte, la hermosa hija de un hacendado rural «de poca importancia», pero su matrimonio con el títere de lord Montdore la había elevado hasta codearse con una gran aristocracia a la que ella fingía despreciar, pero que en realidad era el único motivo de su existencia. Cuando se nos presenta al personaje en la novela, ya tiene sesenta años y se ha hecho célebre por su apabullante vulgaridad y su proverbial mala educación. La mayor parte de la gente que la odia son personas que nunca la han conocido y desean hacerlo. Siente debilidad por la realeza y también por los banqueros que tal vez no sean gran cosa en el exterior, pero de los que «podía librarse con facilidad». Piensa que sea quien sea quien haya inventado el amor «deberían fusilarlo». Todo está descrito con un talentoso encanto superficial y se adapta a lo que Nancy Mitford consideraba que era el ambiente familiar de los Keppel.

Lady Montdore tiene una hija, la hermosa e insensible Polly Hampton. Repartidas entre las dos protagonistas, Mitford vuelca un buen número de cualidades de las Keppel, muchas de ellas basadas directamente en rumores (hay de hecho un rumor muy conocido sobre que Polly «no es hija de lord Montdore, sino del rey Eduardo, eso me han dicho»). Tanto la madre como la hija son totalmente indiferentes a los niños y cuando el hijo de Polly nace muerto, lady Montodore afirma: «Supongo que el drama no es para tanto, los niños cuestan un auténtico dineral hoy en día». El amor secreto que durante muchos años Polly siente por su lujurioso tío, y a quien se ofrece tan pronto como su esposa está «fría en su tumba», es considerado aquí tan «antinatural» como el amor que Violet había sentido por Vita; es descrita por otro de los personajes como «una pequeña zorra incestuosa». Polly se había enamorado de su tío cuando tenía catorce años sin saber que había sido previamente el amante de su propia madre. Ese amor por un hombre mucho mayor que ella la hace totalmente indiferente al amor de los otros hombres. Es una debutante irresponsable, capaz de provocar duelos entre sus pretendientes, atraer a hombres casados e insatisfechos o romper compromisos de amistades suyas por puro juego, exactamente el mismo tipo de cosas que había hecho su madre antes de acomodarse en el matrimonio de conveniencia.

El giro dramático e inesperado de la trama es la llegada del «terriblemente ofensivo mariquita Cedric», que hasta ese momento había sido dependiente de los caprichos de barones, un muchacho alemán temperamental y alcohólico. Él acabará consiguiendo que lady Montodore pase de ser «un temible ídolo de sesenta años a una deliciosa jovencita de cien». Y con ese destino concluye la sátira.

La relación lésbica que mantuvieron Violet y Vita ha sido muy bien reivindicada por Diana Souhami en La señora Keppel y su hija, pero no era su trabajo hacer un estudio de sus novelas. Sus novelas han sido descritas muchas veces como piezas periódicas en las que los personajes salían directamente de su agenda. Su estilo es sardónicamente ligero, cómico y levemente coloquial, con unos escenarios basados en textos de autores como Ronald Firbank y Angela Thirkell, y un ingrediente francés tomado tal vez de Paul Morand. Ha sido criticada muchas veces por sostener su narrativa con ensayos escolares sobre virtudes nacionales, por incluir numerosas e innecesarias referencias culturales, documentos, comentarios y descripciones minuciosas de muebles, comida y edificios que muchas veces dejan de ser sencillamente el marco y pasan a primer plano, pero esos «defectos» son también parte de un tapiz muy original.

La reivindicación de su obra comenzó con Lorna Sage, quien en su publicado póstumamente Momentos de verdad (un estudio sobre doce mujeres novelistas) incluye un gran ensayo sobre La caza de la zapatilla que sitúa a Violet a la altura de nombres como Edith Wharton, Christina Stead y Jane Bowles, entre otras. En su prólogo a ese libro comenta que Violet Trefusis es hoy casi más conocida «como personaje en los libros de otros». Su intención no era otra que la de sacar algunas de sus novelas de esa especie de condena de reclusión y afirmaba también su deseo de encargar nuevas traducciones de Broderie anglaise, la discordante roman-à-clef. Yo he tratado de coger el relevo que dejó Lorna y correr una vuelta más para llamar la atención sobre el valor de sus mejores novelas —Eco, Broderie anglaise, La caza de la zapatilla y Juego de piratas— antes de pasárselo a mi vez a una nueva generación de lectores.