Mujeres enamoradas
Aquel mismo otoño, de regreso en Londres, me puse a leer las novelas de Violet Trefusis y me quedé maravillado por su enorme calidad. En el imaginario de la gente aquellos libros habían sido relegados al olvido por el notorio romance con Vita Sackville-West. A mí me parecía que había dos vías para acercarse a Violet: a través de sus obras de ficción (y de las obras de ficción de otros autores) o a través de su autobiografía y su correspondencia. Aquellas dos vías de realidad y ficción, al igual que los dos senderos que ascendían hasta Cimbrone, se entrelazaban y unían en el punto de destino y se podían trazar a la vez.
Con frecuencia los biógrafos tratan de huir de la prisión de la cronología e intentan evitar empezar las primeras líneas con un nacimiento. Violet Keppel nació en Londres el 6 de junio de 1894. Al parecer, la figura más importante de su vida fue su madre, Alice Keppel. En 1952, cinco años después de la muerte de su madre, Violet publicó el libro de memorias No mires atrás, dedicado a la «memoria de mi querida madre». En su infancia se había visto envuelta por el esplendoroso calor del amor materno «luminoso como una armadura dorada». Ella misma se encargó de embellecer esa armadura con numerosas cualidades complementarias: inteligencia, humor, valentía, estilo. Por encima de todas las virtudes, la mayor era «su talento para hacer felices a los demás». Violet omitió su mayor logro: el de conseguir hacer feliz al Príncipe de Gales, luego rey Eduardo VII. Alice Keppel era una mujer de una discreción casi obscena y Violet tejió su libro con todos esos momentos «elegidos uno a uno y recogidos a mano» para imitar su discreción. Al final acabó perfectamente bien camuflada.
Los padres de Violet competían a la hora de contarle cuentos cuando era una niña. Los cuentos que le contaba su madre contenían «una mezcla sorprendente entre fantasía y realismo» y los de su padre eran «intrépidos y ortodoxos». No mires atrás es, al igual que los relatos de su madre, una mezcla entre vitalidad y ficción repleta de diálogos y de omisiones de lo más significativos.
Alice Keppel representó el papel dominante en su matrimonio, era una mujer fuerte. Violet se cuidó de garantizarle a su padre algunas cualidades modestas: tiene buen corazón, siempre es fácil agradarle, es metódico, apañado, un hombre grande pero sin muchas ambiciones con un bigote cuidadosamente encerado y un ojo clínico para el arte clásico. En ningún momento Violet sugirió que tal vez no fuese su verdadero padre biológico. El amante de su madre, Ernest Beckett, no tiene espacio en su libro.
Otro lugar en el que se perciben ciertas reticencias es en su retrato de Vita Sackville-West. No mires atrás fue publicado veinte años antes de que su romance fuese de dominio público. Vita, con su «mirada profunda e inmóvil», es descrita como una figura un tanto al margen. Las dos muchachas sueñan con héroes románticos desde los escalones más altos de la historia y la literatura. Aparte de eso tenían otra cosa en común: madres con carácter.
En su novela Los eduardianos, Vita describe a la madre de Violet, Alice Keppel, como una mujer «que tanto en lo que fracasó como en lo que triunfó lo hizo siempre con cierta magnificencia. Todo lo que hacía quedaba cargado de un carácter superlativo. Cuando era sofisticada, lo era a lo grande. Cuando era mercenaria, amenazaba a las grandes fortunas. Cuando amaba, lo hacía en las habitaciones más elevadas y cuando admitía su ambición, lo hacía para lograr el mayor de los poderes». Bajo el seudónimo de Romola Cheyne la representa como si fuese el personaje de una gran ópera, no tanto la virtuosa heroína como la inmoral intrigante.
Por su parte, Violet dejó también de ser discreta cuando describió a la opresiva madre de Vita, lady Sackville:
Su presencia era intermitente y a la vez omnipresente, como un gato Cheshire. Su hija la admiraba y desconfiaba de ella, y se convirtió de alguna manera en el juguete del gato de Cheshire… En su rostro demasiado carnoso había unos rasgos clásicos sumergidos bajo la grasa. Una boca admirable de un diseño puro y cruel contenía el avance del bien y aquel cuerpo ambiguo y voluminoso, más que vestido, parecía tapizado; siempre cubierto de brocados, lazos, terciopelos, tafetanes… Mantenía una conversación seductora y aduladora, no muy alejada del mago que trata de mantener la mente de su interlocutor alejada del truco que está a punto de hacerle.
Lady Sackville fue una mujer formidable y una belleza célebre en su tiempo. Llegó a posar para Rodin después de conocerlo en una cena organizada por Ernest Becket en 1905, más o menos en la misma época en la que Rodin estaba embarcado en su busto de Eve Fairfax. A pesar de que fue invitado en numerosas ocasiones, Rodin no visitó a lady Sackville en Knole hasta 1913, año en el que se quedó tan maravillado con el lugar que, en palabras de su nieto Nigel Nicolson: «Se enamoró perdidamente de lady Sackville». La biógrafa de lady Sackville, Susan Mary Alsop, opina que fueron su «vanidad e inocencia» las que «le hicieron creer» que él se había enamorado de ella, mientras que la biógrafa de Rodin, Ruth Butler, opina que Rodin se permitió la audacia de tener una amistad con una de las mujeres más temidas de su tiempo.
Victoria Sackville tenía entonces cincuenta años, mientras que Rodin estaba cerca de los setenta y cinco. Sus negociaciones durante los siguientes dieciocho meses tuvieron en cierto modo los exagerados gestos de un ballet. Tras su visita a Knole, Rodin sugirió la posibilidad de hacer un busto de la hija de lady Sackville, Vita. Pero Victoria Sackville era pertinaz. Le gustaba encargar retratos de sí misma y ya había conseguido algunos de pintores como John Singer Sargent y Charles Carolus-Duran, entre otros. Quería que la «hiciera» con una boa alrededor del cuello y así se lo comunicó a Rodin, ya que «a mi edad y a punto de convertirme en abuela, una suele perder cierta firmeza en el cuello». Lo que esperaba en realidad era recuperar aquellos hermosos rasgos clásicos que en aquel momento estaban comenzando a sumergirse en el envoltorio carnal de su mediana edad. Aunque lo más probable era que ya fuese demasiado tarde. De joven había sido espectacularmente hermosa, pero tal y como ella misma había dicho, sus famosos «rasgos clásicos» estaban empezando a desdibujarse ahora en la forma de un balón. Se sentía particularmente sola desde que Vita se había casado con Harold Nicolson (aunque esperanzada, por otra parte, en que aquel matrimonio pusiese fin a su escandalosa relación con la hija de lord Grimthorpe, Violet Keppel) y había decidido sacudirse aquel cansancio del mundo viviendo una aventura o dos en el extranjero.
Al hacer una inspección en calidad de hija al «agradablemente caótico» estudio de Rodin en París, a principios de 1913, Vita se quedó impresionada ante la enorme habitación vacía que le enseñaron. «Era más bien oscura y había unas enormes masas de mármol toscamente talladas, un cincel abandonado sobre una silla y nada más», le escribió a Harold, «a medida que iban pasando los minutos, mientras esperaba, fue creciendo más y más mi fascinación por aquel espacio», pero cuando entró Rodin se encontró un «un hombre aburguesado relativamente corriente…, gordo y un poco irreal… y todo lo que sentía parecía ser una reacción que provenía de aquellas enormes masas de mármol que estaban alrededor». Él comenzó a hablar de su trabajo acariciando el mármol y señalando ciertos puntos con el pulgar: el vulgar burgués desapareció de nuevo y apareció el genio.
Fue en aquel genio en quien lady Sackville centró toda su atención durante el otoño que posó para él. Durante quince días de noviembre de 1913 las páginas de sus diarios están llenas de detalles de aquellos encuentros: «Lleva durante todo el tiempo una capa y una boina escocesa de terciopelo y nunca para de hablar», escribe.
… Yo llevaba un vestido totalmente escotado, cosa que me hacía sentir un poco avergonzada. Creo, si es que lo he entendido bien, que lo horroriza el hecho de que no pueda cuidar siempre de él. No deja de decirme que soy muy hermosa y aun así el busto es, al menos hasta el momento, totalmente espantoso… Quiere que lo deje todo y me vaya con él a la Riviera, adonde lo expulsa esta climatología vil…, dice que tiene intención de estar modelándome durante todo el invierno y dibujarme mientras me peino, porque le han dicho que es maravilloso y nunca ha tenido a una modelo con pelo largo… Rodin hizo que me sentara en el suelo mientras él estaba subido sobre una caja de embalar, a mi lado, para modelar la parte superior de mi cabeza… No es más que un viejecito amable, un hombre sencillo y alejado del mundo real.
Victoria Sackville era una mujer testaruda, pero a pesar de eso estaba abierta a cierta galantería y antes de comenzar los posados para Rodin le había pedido su indulgencia. Él fue indulgente y ella fue copiando en su diario todos los piropos que le decía. «Vino con las manos llenas de terre glaise y se arrodilló frente a mí…, fue de lo más conmovedor». Continuaron los posados con la dama desnuda y el viejo escultor de rodillas frente a ella.
Se permitió a sí misma ir a la casa que Rodin tenía en Meudon, donde conoció a su compañera de aquellos cincuenta años, Rose Beuret. Le sorprendió la frugalidad con la que vivían su vida. «Por lo general su almuerzo consiste en sopa y un vaso de leche», escribió, «… todo es una especie de mezcla entre grandeza y enorme incomodidad. Rose es mucho más amable conmigo que con las demás visitas». Y en cuanto a Rodin, a pesar de que nunca se dirigía a Rose y pocas veces dejaba de hablar con lady Sackville, escribió: «Es la amabilidad encarnada, muy gentil».
Los sentimiento de lady Sackville por Inglaterra comenzaron a reanimarse de nuevo en su correspondencia. A finales de febrero de 1914 se reunió con Rodin y con Rose en una villa «muy pequeña y oscura» que había alquilado cerca de Roquebrune. Su busto se encontraba en un estado que suponía para ella «una tremenda decepción». Le dio algo de dinero —mucho menos de lo que él cobraba normalmente— y Rose se puso furiosa, «no sé muy bien por qué motivo». Con la esperanza de que pudiese hacerle otro busto en el que tuviera los labios un poco más gruesos y saliera un poco más favorecida accedió a acompañarlo a Camp Ferrat. «Es un hombre de lo más infeliz», escribió en su diario, «he de ser considerada con él… Madame Rose me saca de mis casillas constantemente». Era demasiado evidente que provenía de una clase baja y no hacía más que gruñir.
La aventura estaba a punto de acabar. Navegó durante algunos meses por Italia, vio a otros hombres y comenzó nuevas aventuras. A su regreso a Inglaterra aquel verano, poco antes de la Primera Guerra Mundial, hizo una parada en París y visitó a Rodin quien le confesó que la vida con Rose se había vuelto insoportable (se casó con ella en 1917, poco antes de su muerte). «Me dio tanta lástima que hasta me olvidé de comentarle lo de mi busto».
Tanto Violet como Vita admiraron y acabaron resentidas con sus extraordinarias madres. Violet admiraba lo que denominó «el incomparable romance» que tuvo Alice Keppel, alias La Favorita[11], como amante del rey. «Me pregunto si seré capaz de extraerle a la vida todo el romance que ella consiguió extraerle a la suya, sea como sea, ¡estoy dispuesta a intentarlo con todas mis fuerzas!». Aun así, en sus primeros años no tenía la sensación de que ni ella ni su hermana Sonia fuesen «ni tan amables, ni tan bonitas como nuestra exitosa madre. Ni la igualamos ni la superamos en nada». Sonia, que era mucho más cercana a su padre, coincidía con ella en que desde su primera infancia su madre las miró siempre desde un pedestal, como si la hubiesen investido con «las brillantes virtudes de una divinidad».
También Vita tenía la sensación de que habría sido «capaz de asesinar a cualquier persona que hubiese murmurado una sola palabra en contra» de lady Sackville. «Habría sido capaz de sufrir cualquier tipo de injusticia si hubiese venido de sus manos». La injusticia se produjo y ella se encargó de sufrirla. La vieja dama fue una de las pocas aristócratas que se negó al deseo del Príncipe de Gales de ir acompañado por la señora Keppel a un fin de semana en Knole, la ancestral casa de los Sackville de trescientas sesenta y cinco habitaciones. Como si se tratara de las dos reinas de un tablero de ajedrez, las dos madres tuvieron que ejercer un gran poder en aquella partida del amor que sus hijas estaban destinadas a jugar.
La partida comenzó cuando eran niñas. Las dos recordaban bien sus primeros encuentros: «Yo tenía doce años y ella era dos años menor», recordaba Vita, «pero en realidad sus instintos estaban mucho más desarrollados y podría haber sido seis años mayor…».
Nos conocimos tomando el té junto a la cama de una amiga común que se había roto una pierna y ella (Violet) hizo algún comentario sobre las flores que había en la habitación. Yo no estaba escuchando, de modo que no contesté nada. Aquello la molestó porque era una niña mimada. Le pidió a su madre que me invitara un día a tomar el té, lo hizo y yo acudí. Nos sentamos en una habitación sombría y hablamos —de nuestras familias y de todo tipo de temas extraños— y cuando me iba a marchar, ella me dio un beso en la entrada. Aquella noche inventé una canción mientras me bañaba que decía: «Tengo una amiga…».
Vita era probablemente la persona a la que peor se le daba en el mundo hacer amigos, pero ahora tenía una y parecía que iba a acompañarla toda la vida.
En el relato que hace Violet no existe la presencia de contraste de la amiga común con la pierna rota. Omite también en sus memorias de niña buena tanto la habitación sombría como el beso en la entrada. Las dos niñas eran criaturas dolorosamente aisladas y perdidas en medio de enormes salas. Violet comenta que Vita está sobrepasada por la presencia de lady Sackville: «Era alta para su edad», escribe Violet, «desgarbada e iba vestida de una manera espantosa con lo que tenían toda la pinta de ser viejas prendas de su madre…».
Yo la invité a tomar un té y ella vino. Me pareció que era agradable, aunque un poco infantil (yo tenía diez años). Cuando nos separamos, lo hicimos cordialmente. La represión de mis primeros años era tan grande que no tardé en encontrar una vía de escape en aquella voluminosa correspondencia… Nuestra amistad creció aquel invierno.
Violet se había dado cuenta de la «alegría de su familia» ante el hecho de que hubiese entablado amistad con la hija de lady Sackville y cuando acudió a pasar con ella el fin de semana en Knole, comprendió por qué estaban tan alegres. Con aquellas torres y almenas, aquellas galerías enormes, aquellas escaleras, parques, patios, capillas y todo lo demás la casa de los Sackville era infinitamente mucho más majestuosa que ninguna casa a la que pudieran aspirar los Keppel. Violet se dio cuenta de inmediato de lo mucho que Vita amaba aquel espléndido sitio y cuánto deseaba ella que se sintiera abrazada amorosamente por todo lo que la rodeaba. «¡Cómo adoro ese lugar!», escribió a Vita poco después, casi al mismo estilo de Orlando. «Si hubieses sido un hombre, casi con toda seguridad me habría casado contigo porque creo que soy la única persona del mundo que ama Knole tanto como tú. (Lo digo en serio)…».
Durante los primeros seis años de su amistad, Violet y Vita se vieron con cierta regularidad en Londres y en París, en Escocia y en Italia. «Fui a tomar el té con Violet y me quedé a cenar», escribe Vita en su diario, en diciembre de 1908, «el rey estaba allí». El rey era una presencia anónima y a menudo invisible en casa de los Keppel en Portman Square, la berlina de un solo caballo esperando en la puerta, el mayordomo susurrando: «El caballero está a punto de bajar». Todo aquello le añadía a Violet «un toque romántico», recuerda Vita.
Violet siguió visitándola en Knole y Vita se acercó a ver a Violet al castillo de Duntreath, la ancestral casa de Stirlingshire en la que había nacido Alice Keppel. Se trataba de un castillo medieval de juguete emplazado en un paisaje lunar escocés, con ardientes puestas de sol sobre las colinas y pavos reales que paseaban por el jardín. Aquel ambiente exótico se acrecentaba todavía más en la imaginación de las muchachas con el olor a madera de cedro y a pólvora. Vita recuerda cómo se vestían y cómo Violet la perseguía con una daga en la mano a lo largo de un interminable pasillo, cómo pasaban las noches enteras charlando y charlando «mientras los búhos ululaban allí afuera»; y Violet recuerda cómo mientras corrían de habitación en habitación, subiendo y bajando escaleras, pasaban «del éxtasis al miedo» constantemente. Duntreath era para Violet casi tanto como Knole para Vita.
Tanto Vita como Violet tenían la sensación de que las casas eran entidades con vida propia, pero sus sentimientos con respecto a Duntreath y Knole no eran exactamente los mismos. Vita adoró Knole durante toda su vida, viviera donde viviera y amara a quien amara. Tenía una gran necesidad de amor y un gran apetito sexual, tuvo una vida promiscua y repleta de historias de amor. Su amor por Violet fue único: nunca más nadie volvió a ocupar un lugar tan especial en su corazón, aunque eso no impidió que tuviera muchos otros amantes que significaran menos para ella. Violet, por su parte, pensaba que Vita no solo era el más grande, sino el único amor que había conocido en la vida, alguien capaz de hacerle sombra hasta a la figura de su madre. Podía flirtear, jugar y aparecer en compañía de otras personas, pero la realidad es que nunca fue feliz sin Vita. Si se contara la historia desde el punto de vista de Violet, sería necesario eliminar a todo el mundo menos a aquellos que se convirtieron en enemigos e impedimentos para que fructificara su amor, tal y como había eliminado a su hermana Sonia, que había nacido cuando ella tenía seis años, por haberse convertido en una competidora por el amor de su madre. «No la quería», recuerda Violet, «y no le dirigí la palabra hasta que cumplió diez años». (Sonia lo corrobora en una carta que le escribe a su hermana: «Durante los primeros diez años de mi vida siempre que me mirabas lo hacías con un gesto de evidente desagrado»). Diez años más tarde, Violet miraba del mismo modo a cualquier persona que se convirtiera en un posible competidor del amor por Vita. «Soy tan primitiva en mi alegría como en mi dolor», le dijo, «nuestra presencia es vital para la otra o al menos así es como yo lo siento».
Pero hasta que Vita no se convirtió en su amante, «la señorita Violetta se entretuvo cruelmente a expensas de los demás, lo que es ciertamente inapropiado». Sí fue apropiado para los muchos hombres que durante años se vieron atrapados por sus juegos de seducción. Gerald Wellesley, que más tarde se convirtió en el séptimo duque de Wellington, se descubrió totalmente enamorado y «medio comprometido» para casarse con ella y Vita tuvo que romper su compromiso con sir Osbert Sitwell, tal y como relató luego a sus amigos, porque una vez casados habrían tenido que dormir en los extremos opuestos de una gigantesca mansión, separados por numerosas habitaciones vacías (un acuerdo que seguramente los dos habrían aceptado con alegría). Poco después Gerald Tyrwhitt-Wilson, el decimocuarto barón de Berners, tras haber almorzado un día en París con Violet, leyó en el periódico del día siguiente que estaba a punto de casarse con ella… Entre tantos otros también se encontraba el poeta y atleta Julian Grenfell, con quien lo habían pillado in fraganti en el interior de una despensa… Todos aquellos pequeños escarceos terminarían cuando Vita estuviera permanentemente con ella.
Por su parte, Vita fue el objeto de varias odiosas propuestas de matrimonio. «No me atraían los hombres», escribió, «las mujeres sí». Y la primera mujer que la atrajo no fue Violet sino Rosamund Grosvenor, quien había asistido a la misma escuela que ellas dos. Vita buscó en sus relaciones amorosas con las mujeres lo que no había conseguido encontrar en su relación con su madre. «Mi madre hirió mis sentimientos muchas veces diciéndome que no podía soportar mirarme porque era demasiado fea», escribió en Retrato de un matrimonio, «… me quiso cuando era un bebé, pero no creo que se preocupara demasiado por mí cuando me convertí en una niña y tampoco se lo reprocho». Vita se veía a sí misma como alguien «vulgar, plana, oscura, insociable, poco atractiva —¡increíblemente poco atractiva!—, ruda y con tendencia a esconderme». Y cuando se escondía, en lo único en lo que pensaba era en «escribir, siempre escribir», en tratar de hacer algo lo bastante hermoso como para que pudiera ser admirado por su madre y por el mundo. En Rosamund Grosvenor encontró una persona de una belleza delicada y voluptuosa, alguien que la cuidaba apasionadamente y cuya sencilla presencia curaba las heridas que le había infligido lady Sackville. «Estaba totalmente enamorada de Rosamund», escribió, pero a pesar de que la adoraba como belleza, como compañera «me aburrió siempre…, tenía un carácter muy dulce, pero era un poco tonta». Se acostaron juntas, se abrazaron y besaron «pero nunca hicimos el amor». Lo de hacer el amor era algo que Vita iba a aprender con Violet, de Rosamund —a quien denominó «la dama de Rubens»— estuvo tan cerca de su belleza que casi llegó a poseerla, pero con Violet —de quien admiró su estilo cargado y resplandeciente, su robusta figura y su complexión con forma de pera— ella misma se sentía también una belleza. Como a Rosamund nunca le interesaron los libros, Violet se convirtió en la musa literaria. Parecía haber caído del cielo para satisfacer todas las necesidades de Vita.
También para Violet fue un reto. Parecía estar desprovista del más elemental sentido del miedo, no sentía la aprehensión del peligro. «¡Sígueme, sígueme!», la urgió, pero seguirla suponía rechazar todo lo que la madre de Vita había preparado para ella. Sin duda era mejor tenerlo todo y no tener que renunciar a nada.
¡Vaya estilo combativo y convincente había adoptado Violet! «Te quiero, Vita, porque he tenido que luchar muy duro para conquistarte», escribió, «te quiero porque no te rindes jamás…, te quiero porque nunca pareces dudar de nada. Quiero en ti lo que también está en mí…». No se podía ser un tirano con una mujer así, en su imaginación y en su fantasía solo podían tratarse como iguales.
El desarrollo de su relación se vio interrumpido por dos extraños sucesos históricos: la muerte del rey en 1910 y el comienzo de la Gran Guerra en 1914. «No entiendo cómo la gente es capaz de hacer cualquier cosa», escribió Alice Keppel a su amiga lady Knollys tras la muerte del rey Eduardo VII, el 6 de mayo de 1910, «para mí la vida y todas sus alegrías se han detenido por completo». En palabras del historiador Giles St. Aubyn ella fue «la amante más consumada y perfecta de toda la historia de la realeza» y ahora se había convertido en la «viuda no oficial», un papel que siguió cumpliendo con perfecta distinción. El consejero financiero del rey, sir Ernest Cassel (apodado Windsor Cassel), la había convertido en una mujer muy rica y gracias a aquello fue capaz de trasladar a toda la familia a una inmensa mansión del siglo XVIII en el número 16 de Grosvenor Street, donde el clima de lujo era el más apropiado para lo que Osbert Sitwell había denominado su «instinto para el esplendor», una descripción que también habría podido servir para Violet (aunque no para Sonia). Pero la vida de Alice Keppel había cambiado bruscamente. Diana Souhami lo describe así en su doble biografía de Alice y Violet: «Ahora que se había quedado sin papel (Alice) ya no podía hacer públicas demostraciones de dolor ni formar parte de la vida palaciega. Fue ninguneada por el hijo de Bertie y rechazada cuando fue a firmar en el libro de visitas del Marlborough House». Para la familia real su presencia se había convertido en una vergüenza y decidió marcharse un año o dos al extranjero. Se lo anunció a las niñas como si fuera un personaje de una de las novelas de Violet: «Tengo una noticia que daros, niñas. Os voy a llevar a Ceilán este invierno. En mi opinión la educación de una jovencita no está completa hasta que no se le añade una pizca de tamil… El barco sale dentro de cuatro días, así que tenéis tiempo de sobra para hacer la maleta».
Sin la presencia de Vita, Ceilán se convirtió para Violet «en un interludio absolutamente irrelevante» que estuvo repleto además de inquietantes premoniciones. En 1909 Vita había «salido» y aunque todavía era una adolescente, ya podía afirmarse que estaba oficialmente en el mercado matrimonial. De pronto comprendía la enorme importancia de que Vita fuese dos años mayor que ella. «Tenía que haberme dado cuenta de que a tu edad (diecinueve años) lo más probable era que tuvieras alguna historia con un hombre», escribió Violet en una desesperada carta fechada el 12 de diciembre de 1910 desde Ceilán, «estoy a punto de decir una barbaridad… Intenta no casarte antes de que regrese». Era muy consciente de las dificultades de animar a Vita a que se adentrara en «un territorio totalmente desconocido». Estaba celosa de Harold Nicolson, con quien Vita había comenzado una relación «de casi infantil camaradería». Era muy divertido estar con él, era un poco tímido, tenía una sonrisa encantadora, era simpático y exuberante; el compañero de juegos perfecto. Violet temía lo peor.
A comienzos de 1911, Violet y Sonia fueron «arrojadas como bebés en el bosque en un exclusivo internado alemán» cercano a Múnich para completar su formación mientras su madre se fue de viaje a China. Entretanto, Vita parecía caminar lenta pero segura hacia el matrimonio. ¿Qué podía hacer Violet? Vita ya no buscaba constantemente la elocuente mirada de Violet, ni escuchaba con atención aquella voz clandestina, ni sentía aquellos rojos y perturbadores labios en los suyos; lo único que todavía quedaba para mantener el hechizo eran las cartas de Violet y no era suficiente. Violet regresó a Inglaterra en 1912. Se encargó de ocupar el tiempo con cenas de bienvenida y un enorme baile de gala en Grosvenor House. No parece que aquello fuese un proceso que la divirtiera especialmente. Necesitaba ver a Vita con urgencia porque la otra mujer en cuya compañía podía sentir una alegría intensa, su propia madre, estaba haciendo movimientos en busca de un nuevo matrimonio y preparándola para que aceptara la distancia y una vida independiente. Violet era incapaz de asumir la expectativa de quedarse sola.
Para Vita aquel interludio que había pasado alejada de Violet no era más que un mero retraso de lo que parecía un drama inevitable. No importaba lo elusiva y distante que se mostrara Violet, Vita estaba segura de que, en cuanto se diera la oportunidad, podría recuperar el amor de aquella criatura extraordinaria y poco mundana. «Lo que significa este vínculo solo Dios lo sabe. Hay veces en las que llego a tener la sensación de que es algo legendario». Y más tarde escribió: «Violet es mía, siempre lo ha sido, es algo ineludible». No siente «miedo de perderla, a pesar de que sea orgullosa y aguerrida». En cuanto a Violet, añade Vita, «ella también lo sabe». Pero en realidad sabían cosas distintas. Violet sabía que continuar con aquel amor hasta el final significaría también la renuncia al resto de las cosas, incluidas familia, amigos y un lugar de privilegio en la sociedad. Vita no entendía por qué razón su postura tenía que ser tan excluyente, lo más probable era que se pudiera llegar a disfrutar las dos relaciones a la vez, una homosexual y otra heterosexual, ¿o es que acaso no lo había hecho ya hasta aquel día con Rosamund y Harold?
El año de 1913 comenzó fantásticamente bien y acabó desastrosamente para Violet. «Violet Keppel y yo dimos una fiesta», le escribió Vita a Harold a finales de febrero, «fue el mayor éxito del año… Violet y yo hicimos una actuación y al final acabamos la una en los brazos de la otra». Vita disfrazaba ante Harold el sentido de propiedad que sentía con respecto a Violet y frente a Violet escondía el sentido de dependencia que probaba hacia Harold. Cuarenta años después, en No mires atrás, Violet describió aquella época: «Ella (Vita) se casó sin decírmelo. Escuché algunos rumores sobre su compromiso, pero como ella no me dijo nada, no les di mayor importancia. Me quedé petrificada ante la perfidia de aquella acción que a mí me parecía totalmente inmerecida».
Durante los primeros años de la guerra ambas se vieron muy poco. Vita y Harold compraron Long Barn, que no quedaba lejos de Knole («demasiado tímidamente pintoresca», sentenció Violet, «… como si vivieran sobre la supremacía de los muebles en vez de entre ellos»), y también una casa en Ebury Street en Londres (que sorprendió a Violet como si se tratara de una deprimente casa de clase media de las afueras). Entre 1914 y 1917 Vita dio a luz a dos niños, Ben y Nigel Nicolson (aún quedaba otro niño por nacer). Era como si hubiese finalizado el lado más tormentoso de su vida. «Veo a Violet de cuando en cuando, pero cada vez me parece más ajena que nunca».
Harold no era un hombre afeminado, pero sí es cierto que había en su naturaleza un poderoso lado femenino que le hacía más atractivo, si cabe, a los ojos de Vita. Pero al trabajar para la Foreign Office se vio inmiscuido en un mundo cada vez más claramente masculino que le interesaba poco a ella y que Violet despreciaba abiertamente. Surgió también otra dificultad: debido a una relación homosexual esporádica se había infectado con una enfermedad venérea tras la que le habían recomendado no tener relaciones sexuales hasta después de abril de 1918. Violet seguía atenta a lo que denominaba la «radiante domesticidad» de Vita. Aquella primavera Harold estaba en Londres cuando sucedieron los asaltos del Zeppelin, trabajaba día y noche en la Foreign Office en un momento crucial de la guerra. Daba la sensación de que hubiese dejado la puerta de Long Barn entreabierta… Y por ella entró Violet.
La invitó a que se quedara con ellos quince días a comienzos de abril de 1918. La primera semana no transcurrió de una manera muy agradable, Vita se hallaba totalmente inmersa en su escritura y Violet estaba demasiado ansiosa. Luego, el 18 de abril (dos días antes de que concluyera el tiempo prescrito para la curación de la enfermedad venérea de Harold), Vita se puso un vestido nuevo que solían llevar las muchachas del campo y «me dediqué a correr, saltar, gritar, trepar… Violet me iba siguiendo con docilidad a través de los campos y los bosques sin apartar ni un segundo su mirada de mí… y en ese momento me di cuenta de que no había perdido ni un ápice de mi antiguo poder sobre ella… Fue uno de los días más excitantes de mi vida». Aquella noche, mientras Harold trabajaba en Londres, las dos mujeres hablaron durante mucho tiempo y con gran intimidad, y luego se fueron juntas a la cama e hicieron el amor. Para Vita supuso una liberación extraordinaria.
Poco después Violet escribió sobre aquel episodio: «Me deleito en tu belleza, en la belleza de tus formas y de tu figura…, siento el éxtasis de mi rendición…, adoro pertenecerte, me glorifico en el hecho de que solo tú hayas conseguido vencerme a tu voluntad, que hayas roto mi autodominio, que me hayas arrebatado mi secreto para hacerlo tuyo, para hacerme tuya… Me deleito al descubrir lo poco que tenemos que ver tú y yo con el resto del mundo».
En aquel punto crucial de mi investigación (el momento en el que Violet y Vita se convierten en Mitya y Lushka), Tiziana Masucci (o Tizy, como ya se había convertido en los juguetones mails que me enviaba) llegó desde Roma para continuar sus propias investigaciones en Londres.
Le pregunté cómo había llegado a interesarse en Violet. Le habían regalado Retrato de un matrimonio y lo había leído «en un momento en que me sentía muy triste», me dijo. El libro había caído de la estantería en un momento en que estaba reorganizando su biblioteca y lo abrió por una página en la que había una imagen de Violet. Aquellos ojos de basilisco se encontraron con los suyos y comenzó a pasar las páginas. Tras aquella lectura se hizo con los libros de Violet, se encerró con ellos y cuando salió de la habitación, empezó a reorganizar su vida alrededor de ellos. Violet había hecho una nueva conquista, aunque ¿quién podía determinar si Retrato de un matrimonio había sido un regalo de los dioses o un cáliz envenenado? Le pregunté en qué había consistido exactamente la fascinación y me miró con un gran gesto de asombro. «¡Violet soy yo!», exclamó, y a continuación: «¡Adoro a Violet! Otras personas, la gente que aún está con vida, suelen decepcionar, pero Violet está blindada contra la decepción».
En un sentido legal y literario Tiziana se ha convertido en Violet. Ha comprado los derechos póstumos de las obras de Violet, que todavía estarán vigentes durante treinta y cinco años más (hasta el 2042) y no para de hacer planes y proyectos para traducir más libros de Violet al italiano y para llevar a escena una obra de teatro que está escribiendo sobre Vita y Violet. Tiene pensado también hacer una película y (¿por qué no?) ¡un musical! Se ríe cuando lo dice. Tiene intención, por supuesto, de preparar una edición de las cartas, ser la comisaria de una gran exposición y escribir su biografía. Es un proyecto para toda una vida. ¿Cuántos años tendrá cuando finalice el periodo por el que ha comprado los derechos? No se atreve ni a pensarlo…, le teme a la vejez tanto como la propia Violet. A veces, da la sensación de que tiene diecinueve años, y otras, treinta y cinco (su verdadera edad). Sonia Keppel escribió en una ocasión que su hermana Violet nació siendo vieja y nunca consiguió ser joven, ni durante su infancia ni durante su adolescencia, pero tras su romance con Vita comenzó a rejuvenecer y la gente que la conoció durante la década de sus veinte y sus treinta años coincidía siempre en comentar que tenía un aspecto muy infantil (Harold Nicolson la vio en París después de la guerra y comentó que parecía que tenía diecisiete años). En realidad era como si estuviese desafiando a las leyes de la edad, como si rebotara desde la infancia a la edad adulta. «Un día parecía que tenía cuarenta años y al día siguiente que era una anciana» comentó su amigo y biógrafo Philippe Jullian, como si una musa trágica hubiese oscurecido el encanto romántico que la envolvía. Me dio la sensación de que con Tiziana sucedía algo parecido. Siempre ha pertenecido al mundo del cine y del teatro en Roma y conoce a mucha gente, pero «no pertenezco a su mundo», asegura. Bajo su entusiasmo continuo hay siempre una sombra de melancolía. Pertenece a una mujer difunta a la que trata de llevar de nuevo a la vida. No es una sorpresa que a pesar de estar rodeada de gente sea una solitaria en realidad. Pero gracias al hecho de que últimamente he estado leyendo libros de Violet y sobre ella, podemos tener conversaciones muy íntimas llenas de citas sobreentendidas, bromas privadas y alusiones que solo nosotros dos entendemos. «Tengo un amigo», comenta parafraseando lo que escribió Vita tras conocer a Violet, pero luego añade: «Vita no era leal, pero yo sí». Es como si fuera el alma gemela de Violet, no de Vita.
Se produce una atmósfera extraña en la que Violet parece revivir, una situación que Tiziana aparentemente valora mucho más que tener discusiones prácticas sobre cómo continuar en Inglaterra con su cruzada privada, pero también acabamos hablando sobre el registro de los derechos, sobre la idea de contratar a un agente en Inglaterra y sobre que sería interesante averiguar si en los archivos de la BBC existe alguna copia sobre las locuciones que hizo Violet en Londres para emitir en Francia durante la guerra. A Tiziana le encantaría escuchar su voz. Tiene, de hecho, en su teléfono móvil una grabación de la voz de Vita leyendo un fragmento de Orlando y también de la voz de Virginia Woolf, ambas las consiguió en la British Library.
Nos invita a cenar Carmen Callil quien, mientras estuvo dirigiendo Virago Press, fue una de las pocas personas que se interesó en la obra de Violet. Publicó La caza de la zapatilla, en 1983, en su colección de clásicos modernos de Virago con un prólogo de Lorna Sage. Nos comenta que tenía intención de añadir más obras de Violet a la lista de publicaciones (Juego de piratas se publicó trece años después), pero había ciertas dificultades con los derechos y celebra que Tiziana los haya comprado. Durante la cena charlamos sobre el talento y la reputación de Violet. Carmen comenta que está harta del asunto del romance entre Vita y Violet y que cada vez le interesan más las novelas de Violet. Tiziana opina lo mismo. Yo me inclino por una línea un tanto distinta; opino que las novelas de Violet nunca habrían sido las comedias de costumbres llenas de claroscuros que son si ella misma no hubiese vivido un gran sufrimiento, también entre las luces. Tiziana toma la palabra y habla en contra de Vita y de la familia Nicolson, a quienes acusa de haber provocado ese sufrimiento. Asegura que Vita fue una cobarde que llegó a amenazar con el escándalo a toda la rancia sociedad londinense y que luego se retrajo y acabó anteponiendo a un amor verdaderamente extraordinario una carrera literaria de dudosa reputación, su afición a la jardinería y una familia a la que además era sistemáticamente desleal por motivos de lo más triviales. En cuanto a Harold Nicolson se ganó el desprecio de Tiziana cuando escribió en 1918 que deseaba que Violet estuviese muerta. Yo replico que si denigra demasiado a Vita y a Harold y rechaza su valor literario corre el peligro de quedarse sola con un drama articulado solo en un lado, y además, si Vita era realmente una mujer tan poco valiosa, ¿acaso no ponía eso mismo en evidencia a Violet, quien la describió siempre como el amor de su vida?
Maggie está en desacuerdo con eso. Si tuviésemos que ser juzgados por la gente de la que nos hemos enamorado a lo largo de todos estos años, lo más probable es que ninguno de nosotros saliésemos muy bien parados. No es una vía válida para valorar la vida de nadie. Tengo la impresión de que todos coincidimos con la opinión de los demás, pero sin renunciar del todo a la nuestra. Tiziana nos recuerda que Violet le escribió a Vita en una ocasión que ellas eran como dos personas a las que habían pillado robando y que a una la habían metido en la cárcel, mientras que a la otra no. Ha llegado el momento, añadió, de que se libere a Violet. Tal vez pueda sonar un poco melodramático expresado de ese modo, pero no deja de ser cierto que Violet ha acabado de alguna manera encerrada en los libros de los demás, de Vita y de Virginia, de Nigel Nicolson, Cyril Connolly, Nancy Mitford y Harold Acton[12]. Las novelas de Violet están dispersas por toda Europa como si se tratara de un ejército desnortado y sin líder, escritas en francés y luego en inglés, como si trataran de probar un registro y luego el otro para poder liberarse. ¿Será Tiziana capaz de liberarla por fin? ¿Podrá otorgar a las «sardónicamente ligeras, eficientes y divertidas» novelas de Violet, tal y como las describió Lorna Sage, el lugar que les corresponde en la historia de la literatura? Está claro que tiene una determinación extraordinaria, pero yo temo que tratando de liberar a Violet acabe encerrándose ella misma en una prisión.
Durante el transcurso de todas estas jornadas, que han estado casi ocupadas por completo por Tiziana-Violet, nadie habría podido adivinar que Maggie es una novelista. Nunca habla ni de sí misma ni de sus libros, pero se ha tomado la molestia de leerse de antemano dos o tres novelas de Violet y le gustan. Cuando hablamos de otras cosas, Tiziana se mantiene en silencio, como si el mundo que quedara más allá de Violet fuese una especie de desierto[13]. Por supuesto el inglés no es su lengua materna. Se encuentra en el comienzo de una cruzada con la que pretende recuperar a alguien que para ella es absolutamente precioso. Regresa de nuevo a Roma dejándonos a cada uno una conmovedora y sentida carta de despedida. Tras su partida yo subo un instante a su habitación; está exactamente como a su llegada, perfectamente limpia y arreglada, casi intacta, como si nadie hubiese estado allí.
«Es una historia fantástica», escribió Victoria Glendinning sobre el romance entre Vita y Violet, «pero es un material antiguo y es necesaria una perspectiva distinta». Por lo general ha sido siempre contada desde el punto de vista de Vita y yo me preguntaba cómo quedaría contar la historia de nuevo, pero esta vez desde la influencia que la relación tuvo en la obra de Violet. «Solo amamos una vez en la vida, porque solo una vez en la vida estamos perfectamente equipados para el amor… El patrón de nuestra vida depende esencialmente de cómo se ha desarrollado ese primer gran amor». Violet subrayó en rojo ese fragmento de la novela de Cyril Connolly, La sepultura sin sosiego. Sus novelas fueron precisamente el acuerdo que estableció entre aquel primer amor y el resto de su vida.
En opinión del biógrafo de Harold Nicolson, James Lees-Milne, las cartas de Violet a Vita son «fantásticas». Asegura que la mayoría de las cartas de amor suelen aburrirle, «pero no las de Violet». «Son tan implacables y la pasión que hay en ella es tan inquebrantable que nunca me he encontrado con nada semejante». En sus diarios reconoce que Violet no le gusta demasiado, pero no puede evitar una nota de reticente admiración cuando compara en una reseña su correspondencia con uno de esos «resplandecientes buldóceres amarillos con los que uno se encuentra en las cunetas y que sirven para asfaltar carreteras por encima de todo tipo de piedras y obstáculos imaginables». La biógrafa de Vita, Victoria Glendinning, afirma tener cierto conflicto con aquella «extravagante y exagerada» figura de Violet y no puede evitar sentir lástima al ver su letra manuscrita, que le recuerda siempre todo el dolor que produjo en las vidas de los demás. Aun así reconoce también en una reseña en el Times Literary Supplement que las cartas de Violet a Vita, incluso las de su infancia «eran siempre fluidas, creativas, inspiradas» y que las de Vita siempre resultaban más bien sosas en comparación.
«Durante dieciséis noches he oído cómo se abría la puerta de mi habitación, el sonido de tu voz susurrando Lushka cada vez que entrabas y esta noche, por primera vez, estoy sola. ¿Qué voy a hacer? ¿Cómo podré dormir?», escribió Violet en el verano de 1918, «no quiero dormir por el temor de despertar pensando que estás a mi lado y abrir los brazos para abrazar… ¡el vacío! Debemos armarnos de valor de una vez por todas, darnos la mano y seguir adelante».
A finales de abril de 1918 las dos mujeres abandonaron Long Barn y se fueron de viaje a la casa que el novelista Hugh Walpole tenía en Polperro, Cornwall, durante diez días. «Han sentido el súbito deseo», se vio obligado Harold a explicarle a Walpole, «de ver el mar». Fue allí donde Vita comenzó a escribir su novela Desafío (a la que Harold había puesto el apodo de Guarrerías). Regresaron de nuevo a Polperro durante tres semanas en el mes de julio. «Jamás había creído que fuese posible un arte del amor semejante», escribió Vita en Retrato de un matrimonio. Fue a la vez seductor y siniestro. Violet «se dejó caer en mis brazos como si fuese un objeto absolutamente pasivo», recordaba Vita. (Tiemblo al pensar en la realidad que latía bajo aquel tipo de abandono).
Se vieron también en Londres durante aquel verano y comenzaron sus experimentos de travestismo. Vita se disfrazaba como un joven un poco descuidado llamado Julian y pasaban la noche como marido de Violet (o Eve) en hoteles baratos. «Me sentía como si fuese otra persona distinta, como si hubiese renacido», escribió. Era divertido, excitante y además todo parecía perfectamente natural. Su escapada funcionó como un estímulo para la novela de Vita y como un ensayo para lo que iban a ser sus aventuras en el extranjero. Para Violet sin duda significó algo más, no solo un encuentro apasionado, sino una promesa de que se aproximaba una nueva vida totalmente distinta. Durante todo aquel agosto estuvo escribiéndole a Vita unas cartas que parecían salidas de uno de esos «resplandecientes buldóceres amarillos».
Oh, Mitya, ven a mí, volemos juntas. Mitya, cariño mío, si alguna vez ha habido en este mundo dos personas primitivas esas somos tú y yo… Nunca te he dicho toda la verdad. Voy a decírtela ahora: te he amado toda mi vida, una buena parte de ese tiempo sin saberlo y cinco años sabiéndolo de una manera tan irrevocable como lo sé ahora; te he amado como mi ideal, mi inspiración, mi perfección… Esta es la verdad suprema: jamás seré feliz si no estás conmigo… Me paso los días consumida por este impotente anhelo de ti y las noches asediada por unas espantosas pesadillas… Te quiero. Te quiero de una manera hambrienta, ansiosa, apasionada. Estoy muerta de hambre de ti… O te tengo toda para mí o no tengo nada, tú decides.
Violet se imaginaba que Vita y ella eran como dos jugadores deseosos de ganar, pero ambos reticentes a mostrar sus cartas «a no ser que el otro las enseñe al mismo tiempo». Pero aquella imagen no era del todo cierta; Violet solo disponía de una ficha para apostar, mientras que Vita (sin tener tampoco un capital mucho mayor) tenía varias fichas pequeñas y podía plantearse una partida más táctica y paciente. Violet intentó desestabilizar la paciencia de Vita provocando celos, hablándole de las cartas de amor que recibía de un romántico oficial de la Guardia Montada Real llamado Denis Trefusis, un hombre apuesto, de cabello dorado, un condecorado héroe de guerra con quien había estado flirteando y con quien su madre esperaba que se casara; se rumoreaba que se habían comprometido extraoficialmente. Insistía en que Vita estaba celosa de Denys Trefusis porque «es como tú» y realmente cuando Vita lo conoció tuvo que admitir que le gustaba mucho. «Puedo ver su tragedia, porque se trata de un personaje trágico», comentó en Retrato de un matrimonio. Por si Vita no estuviese lo suficientemente celosa de Denys, Violet le contó que había también una joven tremendamente atractiva a la que acababa de conocer y que tenía unos ojos «maravillosamente dibujados de un color parecido al de la aguamarina que me encanta porque unas veces se tornan azules y otras verdes… y tiene además la boca carmesí más adorable que he visto en mi vida».
Lo cierto era que la que estaba realmente consumida por los celos era la propia Violet. A diferencia de Vita «me resulta imposible centrar mi atención en más de una persona al mismo tiempo. No sabrás jamás lo celosa que estoy de ti hasta el día del Juicio Final». Sentía celos hasta del «insuperable Nicolson», de quien pensaba que se iba a retirar educadamente a partir de ese momento, y hasta le había hecho jurar a Vita que jamás iba a volver a tener relaciones sexuales con él. Aun así, no podía evitar odiar tener que dirigir sus cartas a la dirección de la señora Nicolson, una etiqueta conyugal que había investido a Vita prematuramente de ciertas costumbres de mujer de mediana edad. Vita había sacrificado su libertad, o eso parecía, para adoptar aquella especie de diplomática falta de identidad y corría el riesgo de sacrificar hasta su amor por Violet, cuyo resentimiento había crecido ya hasta adoptar las proporciones de una enfermedad «que acabará matando nuestro amor con tanta seguridad y tanta falta de piedad como un cáncer lleva a su víctima a la muerte».
Harold Nicolson comprendió de pronto, y con estupefacción, que Violet tenía toda la intención de destruir su matrimonio y fue a quejarse a lady Sackville. Más o menos por la misma fecha, la propia Violet había tenido una larga charla con lady Sackville en la que le había confiado que Vita ya no se sentía atraída por Harold y que aquello se estaba convirtiendo en un conflicto ahora que estaba a punto de empezar una carrera literaria, le comentó también lo contenta que estaba ante su inminente unión con Denys Trefusis. Todo apunta a que estaba fantaseando en su imaginación con una especie de trinidad mágica en la que tanto ella como Denys compartirían sus vidas con Vita; él como buen amigo y ellas como amantes (Harold no aparecía en el sueño), pero su conversación con lady Sackville llevó la situación hacia una resolución inesperada. Sobre el asunto de que Vita se separara de su infiel marido, lady Sackville fue particularmente explícita sobre ciertos detalles escatológicos y burdos, aportando algunas anécdotas sobre la lujuria específicamente masculina. Las palabras de lady Sackville le abrieron a Violet los ojos sobre las implicaciones que conllevaría una vida matrimonial con Denys. Su sorpresa emocional ante todo aquello da a entender que Violet había permanecido hasta ese momento en un estado de enorme ingenuidad acerca de los «sucios y repugnantes» hechos que implica un relación heterosexual corriente. «Gracias a Dios me había librado de saber esas cosas durante más tiempo que la mayoría de las personas», escribió Violet. «No me extraña haber vivido hasta hoy en un mundo privado o casi privado…, no me extraña haber preferido siempre los cuentos de hadas a las historias realistas».
Para mantener intacto su cuento de hadas sintió la necesidad de escapar al extranjero donde (eso creía ella) gestionaban aquellas cosas de una manera diferente. «¡Oh, Mitya, vente conmigo! Vayámonos a París, a la Riviera, a donde sea, no importa con tal de que no sea Inglaterra».
El vuelo se hizo más práctico tras el 11 de noviembre, día del armisticio. «Estoy demasiado ocupado con el tema de los tratados de paz», le dijo Harold a Vita desde el sótano de la Foreign Office de Londres. «En realidad tiene gracia, pero me siento extrañamente responsable de todo esto». Se sintió también extrañamente responsable de tener que conseguirles a Violet y a Vita los pasaportes y pasar «un aburrido día entero», el 24 de noviembre para ser precisos, tratando de explicarle a lady Sackville por qué su hija (a la sazón su mujer) estaba a punto de viajar a Francia en compañía de Violet. En realidad le costaba trabajo explicárselo a sí mismo.
Las dos mujeres llegaron a París solo un par de días más tarde. Resultó que Denys Trefusis también estaba allí y se le permitió sacar a Violet a comer durante el día mientras Vita, disfrazada de soldado herido con una venda alrededor de la cabeza, iba recibiendo piropos cuando paseaba por las calles. En ocasiones los tres se reunían para cenar y a Violet casi le debía de dar la sensación de que su fantasía de la mágica trinidad estaba haciéndose realidad. Lo cierto es que para Harold se estaba convirtiendo en una pesadilla. «Llevas ya una semana en París y todavía no me has dicho ni una palabra sobre qué planes tienes, no me has dicho si piensas ir al sur», se quejó a Vita, «lo escribo aquí para que se entere también esa cerda de Violet que parece haberse apropiado de tu voluntad». Como si las hubiese espoleado esa carta, Vita y Violet parten al día siguiente hacia Aviñón y desde allí hacia Montecarlo. Pasaron alrededor de unas doce semanas bailando, perdiendo dinero en apuestas (Harold le envía a Vita ciento treinta libras para ayudarla) y escribiendo Desafío. «Montecarlo fue perfecta, Violet era perfecta», escribió Vita. Corrían ciertos rumores sobre aquellas aventuras, entre las que se incluían también algunas «escandalosas e indiscretas caricias en público» que no tardaron en llegar a Inglaterra. «¡Maldita Violet! Qué asco me da esa mujer», exclamó Harold, que en aquel momento se encontraba en París acompañando a la delegación británica a la Conferencia de Paz de París, pero a pesar de que odiaba todas aquellas manifestaciones «vulgares y peligrosas» lo cierto era que estaba demasiado ocupado trabajando para establecer la paz en Europa y que no tenía demasiada energía como para estar enfadado por aquel tema mucho más tiempo y acabó disculpándose por su «rabiosa carta». En realidad tampoco era muy capaz de entender la intensidad de los sentimientos de las dos mujeres y lo atribuía todo a la coquetería de Violet. «Todas las mujeres estúpidas son coquetas», le dijo a Vita, «cómo odio a las mujeres».

Poema escrito en un hotel de Montecarlo en forma telegráfica
(1918-1919): las primeras 24 líneas son
de Vita, y las líneas 25-55
de Violet, que termina con un «Tant pis pour moi!»
(Cortesía de National Trust)
Vita le había dado a entender a Harold que no se iba a ausentar demasiado tiempo del hogar y cuando se separaron en Montecarlo, le dio a entender a Violet que aquella separación era solo temporal. Aquella costumbre de decirle a cada uno lo que quería oír era como las dos caras de una moneda, lo que ella solía denominar su «dualismo», que siguió activo y flotando en el ambiente, inclinándose unas veces hacia un lado y otras veces hacia el otro, mostrando que su lealtad estaba dividida.
En aquel punto de la historia las dos madres (Victoria Sackville y Alice Keppel) volvieron a intervenir. Parecían determinadas a acabar de una vez por todas con aquellas vergonzosas escapadas. Lady Sackville le dio a Vita una larga charla sobre la perversión sexual de Violet y le insistió en que tenía que romper de una vez la relación con aquella muchacha «espantosa». Por su parte la señora Keppel insistió a su hija para que hicieran oficial su compromiso con Denys Trefusis, cosa que sucedió el 26 de marzo de 1919, cuando el anuncio apareció en las páginas de The Times. Da la sensación de que la señora Keppel estaba convencida de que, en cuanto su hija estuviese casada, acabarían todos aquellos sinsentidos y que incluso en el caso de que no acabaran, por lo menos quedarían parcialmente cubiertos con una hoja de parra de respetabilidad. Para Violet fue prácticamente imposible enfrentarse a su madre. Lo más probable era que todavía soñara con un mariage blanc y una trinidad mágica con Vita. «Somos jóvenes los tres», le dijo a Vita, «y nos trae sin cuidado lo que piense el resto del mundo, somos indiferentes a las convenciones sociales». Y sin embargo, la verdad, comenzaba a descubrirlo ahora, era que a pesar de su carácter romántico y el estado de debilidad física en que lo había dejado la guerra, Denys Trefusis era un hombre tan convencional como cualquier otro (que para empezar jamás había oído hablar de lesbianismo en toda su vida). La principal esperanza de Violet era la seguridad de que Vita iba a acabar rescatándola, tal vez en el mismo instante en que cruzara la puerta de la iglesia y, en ese instante, las dos comenzarían su vida juntas, como les era natural.
Las cartas de Violet a Vita durante la primavera y comienzos del verano de 1919 tenían un tono cada vez más angustiado. «Me entrego a ti, te doy mi vida entera», escribió, «¿es que acaso piensas quedarte ahí de pie contemplando cómo me caso sin más con ese hombre? Es impensable. Te pertenezco a ti en cuerpo y alma… Mi vida —o lo que queda de ella— no es más que una vasta amargura sin límites… Me siento sumergida en una especie de agónico anhelo de ti. No había entendido lo que era el compañerismo hasta que te conocí… Me siento atrapada y desesperada».
Denys Trefusis destruyó las cartas que Vita le envió a Violet durante toda aquella época (aquellas que no había destruido la propia Violet), de modo que no queda ningún testimonio de lo que escribió, pero por lo que trasluce el lado de la correspondencia de parte de Violet da la sensación de que estaba actuando con cautela y que trataba de mantener en equilibrio las reclamaciones de Harold por un lado, junto con todas las obligaciones que había adquirido con su casa y su familia, y tratando de apaciguar a Violet, quien no paraba de pedirle que se fuera a vivir permanentemente con ella. Aquellas inadecuadas cartas de Vita llenaban a Violet de furia y espanto. «Por Dios, Mitya, te juro que si pudiera matarte, te mataría», escribe, «tu doble cara es tan impresionante que me pone los pelos de punta… Si no puedo tenerte, voy a vengarme… ¿Te sorprende que desconfíe de ti? ¿Es que acaso eres algo más que una simple mujer despiadada y sin corazón?». Violet estaba al borde de una crisis nerviosa y se sumergió hasta tal punto en aquel estado de depresión general que comenzó a despreciarse a sí misma, toda aquella miseria incontrolable, toda aquella furia, aquel rencor. «Sé comprensiva con esta enorme infelicidad», le telegrafió en uno de sus peores días.
La diana de su odio más furibundo era Denys. Su plan parecía ser obligarlo, si Vita no la rescataba, a cancelar el matrimonio, pero él seguía sin pronunciarse e inescrutable, parecía más una esfinge que un hombre. Lo que Violet no entendía del todo era el devastador efecto que había tenido la guerra sobre él, aquella era la tragedia que sí había entendido Vita. «Me cuida con tonterías», escribió Violet. Ella le comentó que su amor por Vita era mucho más grande que ningún tipo de amor que había sentido por nadie, pero él no la entendió del todo y pensó que no se trataba más que del nerviosismo común antes del matrimonio, prometió «no hacer nada que me desagrade, ya sabes a lo que me refiero», pero relatarle todas aquellas cosas a Vita fue un error. Cuando leyó su compromiso en el periódico, estuvo a punto de desmayarse, pensaba que Violet, al igual que ella, era bisexual en cierto modo, ahora daba la sensación de que si los maridos de las dos admitían sus relaciones sexuales, podrían conseguir la libertad necesaria para viajar como Julian y Eve en futuras vacaciones. Pero Violet quería algo más que unas vacaciones.
A mediados de abril de 1919 Violet pasó tres días con Vita en Knole. Más tarde, y sintiéndose «terriblemente infeliz», Vita se marchó a París a ver a Harold. ¿Con quién iba a pasar el resto de su vida? La respuesta parecía ser con Harold… y con Violet. «Oh, cariño, no sabes lo que he sufrido a lo largo de todo este año oscuro y espantoso», le escribió Harold el 22 de mayo, «¿me vas a hacer pasar otro igual?». La respuesta a aquella pregunta iba a ser que sí: un año más y luego otro más. Él prometía amarla y respetarla «y dejarte hacer lo que te dé la gana». Y eso fue lo que ella hizo. Aceptó el plan de Violet de fugarse poco después de la boda, y luego accedió a ir a ver a Harold a París el mismo día de la boda y le dijo «enciérrame en un cuarto con llave».
Denys y Violet se casaron en la iglesia de St. George, en Hanover Square, el 16 de junio de 1919. Nellie Melba cantó el Ave María de Gounod mientras los dos firmaban en el registro civil; entre los invitados presentes en la ceremonia estaba una cabeza de Medusa en alabastro que había enviado Vita. Aquel mismo día Violet le envió una nota a lápiz: «Me has roto el corazón, adiós».
Tenía todo el aspecto de una despedida definitiva.
No lo fue, evidentemente. Vita se enteró de que Denys y Violet estaban pasando los primeros días de su luna de miel en París y era consciente de que Harold iba a liberarla pronto de su custodia e iba a regresar al trabajo. A pesar de que ya era demasiado tarde, actuó con una resolución tremenda; se presentó en su hotel y se llevó a Violet durante una hora o dos, «la traté salvajemente, le hice el amor, la poseí, no me importaba nada más, lo único que deseaba era hacerle daño a Denys». Al día siguiente tuvo otra oportunidad de herirlo cuando se encontraron los tres en el hotel. «No soy capaz de describir lo terrible que fue aquel encuentro», escribió Vita en Retrato de un matrimonio. Las dos lo humillaron a la vez, lo llamaron impotente, le dijeron que pensaban fugarse. Más tarde Vita se reunió con Harold en Suiza, y Violet y Denys continuaron lo que les quedaba de luna de miel en el sur de Francia.
A Alice Keppel le había parecido una buena idea alquilar una casa para su hija y su yerno a unos treinta kilómetros de la casa que Vita tenía en Long Barn. La vida de Violet en aquel lugar era de lo más banal y ella y Denys apenas se hablaban a aquellas alturas. «Tengo ganas de suicidarme, Mitya, no sé lo que me frena», insistía Violet. Lo que la frenaban eran precisamente las promesas de Vita de fugarse con ella, esta vez para siempre. Pero ¿podía Violet confiar en ella? ¿O Vita en Violet?
Un elemento de farsa estaba a punto de entrar en el drama (fantásticamente encarnado por la niñera de los pequeños Nicolson, al presentarse en la casa con uno de los trajes de Harold y respondiendo al nombre de Julian). La propia posición de Harold en todas aquellas negociaciones había quedado ligeramente comprometida por un romance con el modisto Edward Molyneux: «Un nuevo amigo, un diseñador con una gran tienda en la Rue Royale». Si por lo menos Vita se hubiese tomado aquella aventura de una manera relajada y agradable, pero lo que acabó demostrando no fue precisamente cómo deben tomarse las relaciones extramaritales con personas del mismo sexo, sino hasta qué punto Harold había malinterpretado su devastadora pasión por Violet. «No creo que comprendas ni lo más mínimo lo que está pasando ni lo que está a punto de pasar», le dijo ella a él. «No me parece que te hayas tomado en serio nada de todo esto». A su manera sí se lo había tomado en serio, pero solo para convencerse a sí mismo de que «Violet tiene todas las de ganar y yo muy pocas oportunidades».
Alice Keppel se quedó sorprendida con la tremenda debilidad de los dos maridos. Ella misma no era una mujer débil y se negaba a atender las peticiones de su hija. O Violet mantenía su matrimonio con Denys y llevaba de ahí en adelante una vida razonablemente discreta y honorable, o Alice la dejaba sin un céntimo (o, como decía Violet, la «desjoyaba»). Solo encontraron la paz cuando madre e hija fueron juntas al castillo de Duntreath, la casa familiar en Escocia. En aquel lugar en el que había sido feliz de niña, Violet tenía la sensación de regresar a la infancia y liberarse de las complicaciones de la vida adulta.
En la biografía doble La señora Keppel y su hija, Diana Souhami apunta que «Vita era tan incapaz de comprometerse con Violet como de abandonarla». Es cierto. Pero también es cierto que podía hacer las dos cosas. Violet también estaba dividida «Necesito aventura…, me siento totalmente inquieta», le escribió a Vita en 1919. Planearon irse de viaje aquel mismo otoño, pero cuatro días antes de partir, Violet previno a Vita: «Me veo obligada a suplicarte que no vengas al viaje a no ser que estés absolutamente convencida… Esta vez podrías matarme de verdad, te lo juro, y no merezco caer en tus manos».
Tampoco Harold lo merecía. «Si piensas que puedes tratarme como Violet trata a Denys Trefusis, estás muy equivocada», le asegura a Vita, «no te permitiré que arruines mi vida». Aun así consiente en que las dos mujeres viajen de nuevo a París y a Montecarlo, y para hacerle sentir más seguro, Vita le escribe una carta en la que se despide «con todo el amor».
Violet no tiene noticia de todo eso, pero de lo que sí tiene noticia es de que su madre está determinada a acabar de una vez por todas con aquel escándalo que está poniendo en peligro la boda de Sonia. Por increíble que pareciera, Alice Keppel había alquilado otra casa incluso más cerca de Long Barn y había enviado a Denys Trefusis a la Riviera para que trajera de vuelta a su mujer para vivir allí. Vita la convenció para que regresara con Denys diciéndole que ella misma regresará también a Long Barn y allí podrán planear juntas su futuro. Vita regresa a casa y le dice a Harold que ella y Violet van a comprometerse para siempre y que aquella escapada no había sido más que el prólogo a una relación de por vida. Él prorrumpe en lágrimas y le pide que cambie de idea, se siente espantosamente mal: «Me odio a mí misma», le dice ella, «ojalá estuviese muerta». A unos veinte kilómetros de distancia, Violet estaba diciéndole a Denys más o menos lo mismo.
Llegados a este punto, lector, no puedo más que echarme las manos a la cabeza al contemplar la consideración con que esos personajes tratan a sus futuros biógrafos: Victoria Glendinning, James Lees-Milne, Diana Souhami, yo mismo. La trágica historia de amor que sucede a continuación —porque eso es lo que será y no otra cosa— ha terminado por convertirse en algo totalmente caótico por una sencilla acumulación de contradicciones. Ni siquiera lady Sackville, que en ese momento ya estaba amenazando a Vita con sacarla de su testamento, pudo evitar darse cuenta (con cierta admiración además) de que aquella historia era «una fantástica novela».
A comienzos de febrero de 1920 las dos mujeres se dirigieron un tanto atolondradamente hacia Dover. Durante el camino, Violet le da a entender a Vita que en su última noche juntos le ha permitido a Denys que tenga con ella cierta intimidad sexual, pero Vita hace oídos sordos a la historia. La simple sombra de esa imagen ya sería suficiente como para que se volviera loca. La coreografía de la historia a partir de ese punto se vuelve extraordinariamente compleja. Violet (quien odia viajar sola porque no lo ha hecho nunca) cruza con grandes nervios el canal y se anticipa hasta llegar a Amiens. Vita se prepara para seguirla al día siguiente desde Dover, pero envía desde allí telegramas a Harold y a sus padres para que puedan rescatarla. De repente se ve descubierta por Denys, a quien no había mandado ningún telegrama. Aquellas dos personas que hace muy poco tiempo se habían deseado mutuamente la muerte se entienden perfectamente bien y viajan juntos hasta Calais donde, nueva sorpresa, se encuentran con Violet que ha sido incapaz de llegar sola hasta Amiens y ha regresado a Calais. Al día siguiente, tras una velada en la habitación del hotel de Violet en la que discuten sobre literatura francesa, los tres cogen un tren juntos hacia Amiens, lugar desde el que Denys regresa desesperado a Inglaterra después de que hubieran rechazado todas sus súplicas.
Denys estaba enfermo de tuberculosis, pero en la mente de Alice Keppel aquello no era excusa para justificar la nefasta retirada que acababa de hacer en Francia, había esperado más de un héroe de guerra condecorado. Tomó inmediatamente cartas en el asunto y le añadió un ingrediente que no podía faltar en una novela moderna: un pequeño aeroplano, y le ordenó a Denys que volara de vuelta a Amiens. Aquel desarrollo de la historia era mucho más del gusto de lady Sackville, quien preguntó si había espacio en el aeroplano para el pequeño Harold. Y lo había: los dos maridos volaron juntos.
El enfrentamiento entre Denys, Harold, Violet y Vita en la destruida ciudad de Amiens fue verdaderamente terrible. Vita se quedó totalmente impresionada por la forma en la que Violet maltrató a Denys, quien permaneció durante todo el tiempo pálido y callado como un fantasma. «Recordaré hasta el día de mi muerte el gesto de su cara», escribió, «si se hubiese desplomado sin vida a nuestros pies, no me habría sorprendido en absoluto». Pero fue precisamente aquello que Denys le había confiado a Harold en el transcurso del viaje, y que Harold le hizo saber a Vita, lo que cambió el rumbo de los acontecimientos. Vita, de hecho, ya albergaba algunas sospechas, pero había tratado de sobreponerse a ellas. ¿Acaso Violet le había permitido a Denys tener relaciones sexuales con ella? ¿Le había «pertenecido» a él? Denys se negó a contestar a aquellas preguntas y ni siquiera lo hizo cuando Vita le aseguró que nunca se volvería a dirigir a Violet si él contestaba que sí lo había hecho. Cuando se lo preguntó directamente a Violet, contempló cómo cruzaba su rostro la sombra «del terror absoluto». Ese gesto le dio a entender que la respuesta no podía ser más que afirmativa. Era consciente además de lo débil que era Violet en la cama, de lo pasiva que podía llegar a ser y de la forma en la que permitía que quien estaba con ella le hiciese lo que le viniera en gana, y cómo aquel abandono podía casi deducir una latente tendencia masoquista. ¿Acaso Denys le había hecho a Violet algunas de las cosas que ella misma le había hecho? «El sufrimiento me hizo delirar», escribió. Violet, que había comenzado ya a llorar y que se abrazó furiosamente a ella. «No pude separarla de mí hasta que no me ayudó Denys», recuerda. Custodiada por Harold, Vita comenzó a hacer las maletas y de pronto corrió a besar a Violet, escapando de su marido. Cogieron un tren hacia París y desde allí Vita regresó a casa, pero Denys y Violet, que viajaban por su cuenta, tuvieron la mala suerte de coger el mismo tren que ellos… Denys, al ver el estado de histeria en el que se encontraba Vita, «mintió» (en opinión de Harold), diciéndole que Violet y él nunca habían tenido relaciones sexuales.
Hasta el mejor de los novelistas hubiese concluido la historia en este punto…
Hubo un pequeño intervalo de tiempo hasta la segunda visita de Tiziana. Yo me encargué de organizar para ella un encuentro en la Charleston Summer School de Sussex y en el Oxford Festival titulado «Redescubrir a Violet Trefusis». Tiziana preparó una pequeña publicación parecida a la que hizo para el catálogo de la exposición de Ravello en la que había imágenes, poemas, epigramas y dos o tres extractos de novelas de Violet para el público.
Tiziana me enseñó los impresos del panegírico académico que quería repartir entre el público. Era algo conmovedor. ¿Cómo podía convencerla de que dejara de lado todas aquellas cosas que había estado realizando con tanta devoción? Le expliqué que lo que esperaba el público era sencillamente una conversación entre nosotros dos en la que pudiera participar en los últimos quince minutos. Nadie los iba a cautivar solo con un monólogo. Se ofreció a reducirlo a unos quince minutos. «¡Quince minutos!», exclamé yo. ¿Es que no tenía piedad? Cinco minutos como mucho. A esas alturas ya estábamos riéndonos, pero era un buen termómetro para su confianza que yo estuviera dispuesto a apoyar todo lo que supusiera un interés por Violet. Le dije que tal vez podríamos hacer una pequeña presentación de Violet a través de tres mujeres: Alice Keppel, Vita Sackville-West y la princesa de Polignac, bajo cuyo patrocinio pudo escribir sus novelas en Francia. Tiziana aceptó incluir a las dos primeras mujeres, pero no a la tercera, posiblemente porque había algo en su relación que no le gustaba del todo, no soy capaz de adivinarlo. Acepté. Haríamos un esbozo de la vida sentimental de Violet y luego discutiríamos sus novelas analizando hasta qué punto comenzaron siendo textos autobiográficos y luego acabaron desarrollándose como textos de ficción.
La pequeña sala de conferencias de Charleston está abarrotada de un público internacional, muchos de ellos de Estados Unidos. Hablamos desde una tarima levemente elevada y sentados en sillas durante toda la conversación, de modo que las primeras filas del público nos pueden ver y las últimas apenas nos pueden oír. Somos como la televisión o la radio del vecino que se oye al otro lado de la pared. Yo hago un pequeño prólogo a nuestra charla, comentando que Tiziana es la demostración del poderoso efecto que alguien como Violet puede tener en una nueva generación de lectores jóvenes.
Nuestra charla es a la vez ligera y seria. El público ríe y escucha, escucha y ríe. ¿Qué pensarán de nosotros? A ratos debemos tener el aspecto de una especie de exhibición padre-hija llena de bromas, citas y referencias a la familia de Bloomsbury en esta casa de Bloomsbury. Luego Tiziana se pone de pie para dar una pequeña conferencia que dura cuatro minutos, tras la que yo me siento mal por haber limitado su tiempo tan severamente, pero lo que dice es encantador y deja en el ambiente la sensación de que quedan muchas cosas por descubrir. El público aplaude entusiasta. Maggie, uno de los vecinos que escucha nuestra radio en la última fila, hace un par de preguntas pertinentes y la charla termina. Tiziana sonríe. «Somos un equipo perfecto», dice con placer.
De regreso a Londres la noche del domingo invitamos a cenar a la biógrafa de Primo Levi, Carole Angier. Ella y Tiziana se ponen a hablar enseguida en un frenético italiano parando de cuando en cuando para explicarnos a Maggie y a mí (ella lo entiende mejor que yo) su caótico discurso. Tengo la sensación de que, para Carole, Tiziana es una especie de sorpresa; en su imaginario, el patrón italiano es más bien rígido: la familia que protege a los hijos, especialmente a las hijas, hasta que son adolescentes y que continúa protegiéndolos incluso cuando tienen veinte y hasta treinta años si es necesario, los protege hasta que se casan y pueden empezar ellos mismos a proteger a sus hijos hasta el colmo de la extravagancia. Según los estereotipos de Carole casi todos los italianos pueden clasificarse básicamente en dos grupos: los protectores y los protegidos, pero el caso es que Tiziana no encaja realmente en ninguna de las dos categorías. Ni tiene unos padres protectores ni tiene a unos hijos a los que proteger. Tiene su círculo de admiradores, pero se protege de ellos. Cuando habla de Violet habla de Londres, de Inglaterra, de Escocia, parece siempre extraordinariamente joven y romántica. Tiene puntos de vista liberales, pero en ciertos aspectos tiene el carácter vengativo de alguien que tal vez es demasiado vulnerable a la cultura italiana. Tiene las aprensiones de una anciana que ve la vida contemporánea poco atractiva y hasta peligrosa. Su optimismo y su sentido de la aventura se reavivan cuando adopta la existencia virtual de Violet y asume una vida que parece renovarse en las novelas que ella misma traduce.
Ha traído con ella su hermosa monografía, La rapsodia de Violet, y nos regala varias copias. «Con una licenciatura en Literatura Inglesa y una maestría en Escritura de guiones su principal interés es Violet Trefusis», informa la semblanza que está en la tapa del libro. Sobre ese pequeño texto hay una descripción de Violet Trefusis, a la que se la define como una romántica precoz y una enfant terrible que se sintió alienada en la rígida sociedad inglesa y encontró «su verdadero lugar en la literatura y en París». Hay un paralelismo muy claro con una Tiziana que se siente alienada en la sociedad italiana y desea encontrar su lugar en la sociedad literaria inglesa. Desea mejorar su inglés escrito para llegar por lo menos a un nivel en que sus textos sean publicables. Mientras tanto ahí está ese pequeño libro. Es en realidad un símbolo de amor. «Violet y yo: coup de foudre» es la dedicatoria que ya se lo dice todo al lector.
El libro contiene dos poemas de Violet; uno es una llamada a su aliada, la Naturaleza, para que «luche para mí», la otra es la invitación «Ven conmigo» a la que se acompañan unas promesas para aquellos que lo hagan, como si ella misma fuese la fuerza de la naturaleza. Tiziana no cita el poema que a mí más me gusta, cuyos últimos versos recuerdan a Yeats y que fue escrito poco antes de su muerte:
Mi corazón fue el más desgraciado y solitario
de todos los que en el mundo han sido;
míralo, paseante, como si fuera tuyo, no mío.
El soneto de Elizabeth Barrett Browning titulado «¿Cómo te amo?» está impreso a modo de epitafio del libro y, cuando lo leo, creo entender todas las cosas de Violet que ciegan a Tiziana. Hay una intensa necesidad emotiva y también una sensación de que las cosas adquieren sentido casi hasta rozar la sensación de destino. La veo en busca de una nueva identidad, una forma de reinventarse, un renacimiento y una transformación, todo eso debía ser alcanzado gracias a una dedicada tarea: «la pasión comenzó a utilizar / mis viejos sufrimientos y la fe de mi infancia». Tiziana ya había confesado que la primera vez que se cruzó con Violet sucedió en una época de mucho sufrimiento y que fue amor a primera vista. Utiliza ese soneto para dar a entender que será un amor para siempre: «Y tras la muerte lo único que haré será amarte mejor». Se trata de una tarea totalizadora, un ideal. Su única ambición, así lo afirma, es «escribir una biografía que sobreviva a mi partida de este estúpido mundo». Este estúpido mundo parece un lugar oscuro, pero la vida se ha convertido en una fuente de felicidad desde que posee las novelas de Violet. Desde hoy también este capítulo forma parte de su mundo.