Capítulo 19 El cuarto poder Lee esto.
El periódico cayó en el escritorio de Adelino, frente a Leonora. Ella podía sentir bajo su nariz el olor característico de la tinta impresa. Adelino se puso de espaldas y se dirigió a la ventana, luchando con una emoción que Leonora todavía no podía identificar. ¿Sería enfado? Supuso que la imprenta había echado a perder los anuncios o cometido alguna falta de ortografía. La señal de alerta sólo comenzó a sonar cuando vio la firma y la fotografía de Vittoria Minotto en la página doblada.
«¿Mi entrevista? No, algo peor».
«El desdichado maestro vidriero Adelino della Vigna apostó al caballo equivocado para su ostentosa campaña publicitaria. En un esfuerzo por vender el cristal de su decadente Fondaria della Vigna, en Murano, presentó recientemente la campaña Manin, una línea exclusiva de vidrio antiguo y moderno. Iba a venderse con el reclamo del famoso artista Corrado Manin, conocido como Corradino, y su decorativa descendiente Leonora Manin, quien hace poco se convirtió en la primera maestra sopladora de la isla. Nuestros lectores recordarán que hace sólo algunos días aparecieron anuncios a todo color en esta y otras publicaciones, que presentaban a los dos Manin, el antiguo y la moderna. Nuestra mirada se ha visto asaltada también por los numerosos carteles publicitarios que adornan las paredes de nuestra bella ciudad. Pero entonces nada sabíamos sobre lo que este periódico ha podido descubrir ahora, con ayuda de uno de los maestros sopladores de vidrio de la fonderia, Roberto del Piero».
Leonora se quedó paralizada.
«Roberto».
Temblando, con las sudorosas yemas de sus dedos emborronando la tinta, siguió leyendo.
«“Todo esto parece una broma —dice el señor Del Piero—. Corrado Manin fue en verdad un maestro soplador de vidrio, pero también un traidor a la República y a su oficio. Captado por espías franceses, se fue a París para vender nuestros secretos al rey de aquel país, que en esos tiempos era nuestro más grande rival en el comercio. Corradino, sin ayuda de nadie, destrozó el monopolio del vidrio veneciano. Sería una anécdota graciosa, si no fuese porque se trata de una historia siniestra para mi propia familia. Mi antepasado, Giacomo del Piero, fue el amigo de toda la vida y el mentor de Corradino, y sin embargo éste lo traicionó y provocó su muerte. Él es un asesino, no un artesano”».
Esta pequeña disquisición había llamado, evidentemente, la atención del editor, ya que las palabras «asesino, no artesano» formaban el subtítulo del reportaje. Leonora tragó saliva y leyó más.
«El señor Del Piero no sólo tiene quejas antiguas. También las tiene actuales. “Yo abordé a los publicistas y les conté mi historia. Giacomo fue el mentor de Corradino, quien le enseñó todo lo que le hizo célebre. Es más, desde aquel tiempo siempre hubo miembros de la familia Del Piero trabajando en la fundición. Les ofrecí la oportunidad de presentar una línea de vidrio con el nombre de mi familia, pero la rechazaron. Evidentemente prefirieron a esa muñequita que sólo lleva en Venecia unos meses”. El señor Del Piero desdeña el talento de la señorita Manin. “Ella puede soplar vidrio un poco, pero en realidad es sólo una muchacha inglesa sin talento y, eso sí, con un metro de melena rubia”. Especialmente duro resulta el hecho de que, al parecer, después de cientos de años de servicio a la industria del soplado de vidrio, la trayectoria de la familia haya terminado. “Yo intenté alertar a Adelino sobre la verdad, y me respondió despidiéndome. Que se quede con su preciosa muñequita, porque va a necesitarla para su campaña publicitaria”.
»Llegados a este punto debemos señalar que no es costumbre de este periódico publicar declaraciones vengativas de quienes han sido injustamente despedidos. Hemos recibido pruebas documentales de la traición de Corrado Manin. Son documentos que los historiadores considerarían como “fuentes primarias”.
»Estas revelaciones causarán, indudablemente, vergüenza al signor Della Vigna, quien ha promocionado el negocio con la ayuda de lemas como “El vidrio que construyó la república”. Dichas frases estarán resonando en sus oídos esta mañana, y pueden explicar por qué ha rechazado hacer comentarios hasta el momento. Es posible que la campaña acabe siendo retirada».
—¿Esto es verdad? ¿Vas a retirar la campaña?
Adelino se dio la vuelta, con el rostro sombrío.
—¿Qué otra cosa puedo hacer? —Cogió el periódico de las manos de Leonora y lo miró otra vez. Un gran titular gritaba: «Traición en Murano». Flanqueando las letras estaba el retrato del inocente Corradino a los diez años de edad y el de ella, en camiseta y vaqueros junto al horno.
Repentinamente, de la tormenta de pensamientos que la asaltaban quedó sólo uno.
«Voy a vomitar».
Leonora salió corriendo de la habitación, cruzó la fundición y se dirigió al borde del canal, donde vació su estómago inconteniblemente. No podía saber que Corradino había hecho lo mismo, cuatro siglos antes, la noche anterior a convertirse en traidor.