5
Mechi pasó una mañana inquieta, mirando de reojo su celular a pesar de que esperaba el llamado de Pedro para la noche. Salió a almorzar un poco más temprano de su horario habitual, y decidió ir a un bar que quedaba del otro lado del parque, para cambiar un poco, para distraerse. Pero no llegó a cruzarlo del todo. Cuando estaba subiendo los escalones de la fuente principal del Parque Chacabuco, que ese mediodía no estaba encendida, Mechi vio a Vanadis sentada en uno de los escalones. No tuvo ninguna duda. Era la chica, vestida igual que en una de las fotos de su MySpace, la única en que se la veía de cuerpo entero. La había reconocido por eso precisamente, por la ropa: fue como ver una foto en tres dimensiones. Las botas de media caña negras, la pollera de jean, las medias negras, el pelo oscuro y pesado. Pensó que era pura sugestión, pero solamente lo pensó, porque estaba totalmente segura, se lo decían las náuseas en el estómago y el temblor en las manos. Se acercó a la chica lentamente: ella no la miraba. Finalmente se le puso enfrente, para que ella le prestara atención.
—¿Vanadis? ¿Sos Vanadis?
—Si, hola, qué tal —le respondió la chica, que claramente no estaba muerta, que no podía ser la del video que había conseguido Pedro porque sonreía muy viva bajo el sol, con una sonrisa que mostraba dientes torcidos y amarillos, la única perturbación de su hermosura, que sin embargo nunca se veía en las fotos, a lo mejor porque se reía poco y rara vez abría la boca.
Mechi no sabía cómo seguir. La chica no le hablaba. Tuvo miedo de que se levantara y se fuera, de que se le escapara. Entonces le pidió que la acompañara, por favor, y la chica accedió. En ese primer encuentro no pudo interrogarla, nada más se aseguró de que la siguiera hasta la oficina, donde las recibieron los aullidos de alborozo y extrañeza de Graciela y Maria Laura, que enloquecieron de alegría cuando se enteraron de quién era la chica. Le ofrecieron a Vanadis capuchino de máquina, y ellas sí fueron capaces de acosarla con preguntas que la chica contestaba sobre todo con inclinaciones de cabeza y con muchos «no me acuerdo». «Está shockeada», dijo Graciela mientras marcaba el número de la Fiscalía y después el de la madre de Vanadis. En veinte minutos la oficina estaba superpoblada, y encima con la parentela de Vanadis a puro desmayo, llanto y grito, en un reencuentro de jolgorio demencial. Una cosa rara, pensó Mechi, porque durante el año entero que Vanadis pasó desaparecida ni siquiera llamaron y antes, cuando estaba en el instituto, ni la visitaron. Sin contar con que no la habían sacado de la calle cuando la chica se prostituía a los catorce años. Se lo sugirió a Graciela, que la miró con expresión de «qué bruta y desalmada sos». Dijo, didáctica: «La gente reacciona al trauma y la pérdida de diferentes maneras. Hay familias que se obsesionan y buscan sin parar; otros hacen como que no pasó nada. Eso no quiere decir que no quieran a sus hijos». Graciela, siempre con su estilo de psicóloga social en indignación permanente, y sus explicaciones sencillas pero arrogantes. Mechi se alegró, una vez más, de trabajar apartada de ellas, de no haber intentado nunca que fueran sus amigas, y mucho más de no ser uno de los pobres familiares que debían sentarse ante su escritorio y escucharla.
Con el tumulto, se olvidó de llamar a Pedro. Lo hizo ni bien Vanadis y la familia partieron en auto hacia Tribunales para aportar lo que hubiera que aportarle a la causa.
—No sabés lo que pasó.
—¡Ja! Vos no sabés lo que pasó acá. No pude ir a Constitución a ver lo de Vanadis, ni a la cárcel ni nada, me llamó mi editor recontra loco para mandarme acá..
—¿Acá adónde? Pará Pedro, esto es más…
—Estoy en el Parque Rivadavia, en Caballito. Una mujer reconoció a un pibe desaparecido, estaba mirando películas en uno de los puestos. Un tal Juan Miguel González, de trece años….
—Pedro, pará que…
—No, ¡dejame terminar que es una locura! No puedo creer que no te enteraste.
—Es que acá también estamos con…
—¡Pará! La mujer se le acerca al pibe, lo conocía de antes, le dice Juan Miguel, ¿sos vos? y el pibito dice que sí. Entonces la mujer llama por celular a la familia, desde ahí mismo desde el parque, ¡y la madre del pibe empieza a los gritos, diciendo que su hijo ya apareció, pero apareció muerto, hace tres meses! ¿Vos te acordás de este caso? ¡Fue famoso, salió en la tele, un despelote total! El del pibito que se cayó abajo del tren. Escuchame una cosa: la madre no quiso venir a ver al pibe este que apareció en el parque, porque le agarró un ataque. El padre, más duro, sí que vino. A todo esto al pibe lo tenían en una comisaría, ahí me mandó el editor, a él lo llamó la cana directamente. El padre llega, ¡y dice que es su hijo! Yo tengo la cabeza a mil y no te voy a mentir, estoy cagado en las patas mal, mal en serio, ese pibito estaba muerto, el tren le cortó las patas pero no le tocó la cara, es la misma cara, es el mismo pibito.
—Pedro…
—¡Encima con el video que encontré ayer, es una cosa de locos!
—Pedro, Vanadis apareció acá, en el Parque Chacabuco.
—¿Qué cosa?
—Vanadis, la del video…
—¡Ya sé cuál Vanadis, boluda, encima con ese nombre más raro que la mierda! ¿Cómo que apareció!
—La encontré yo, en unas escaleras del parque, esas que están cerca de la fuente.
—Me estás jodiendo.
—Cómo te voy a estar jodiendo, qué pelotudo.
—¿Y ahora dónde está?
—Fueron a Tribunales, está con la familia.
—¿Y es ella?
—Es. Está rara, pero es.
—No puede ser, no puede ser. Esperá que me entra otro llamado, te llamo en un rato, ¿vas a estar ahí?