CATORCE

Al oír las palabras de Tobias, los demás, de repente, nos callamos.

—¿La furgoneta? —pregunté, pero Tobias negó con la cabeza.

—No, una persona. A pie.

Se desabrochó dos botones del abrigo y se metió la mano dentro, mientras observaba atentamente. Yo apoyé un pie en un montículo de nieve sólida y estiré el cuello para intentar ver por encima de la pendiente. Entonces noté que Tobias se relajaba.

—Es el chico —dijo.

Volvimos a subir, trepando a trancas y barrancas. Una figura envuelta con un abrigo negro se acercaba por el sendero que habían dejado nuestras pisadas, mirándonos y arrastrando tras de sí el trineo que había pertenecido a Meredith. Su gorra naranja era una mota de color que destacaba en medio del paisaje nevado.

—Justin —dije—. Pero ¿qué está haciendo?

Cuando vio que lo mirábamos, el chico nos saludó con la mano y se apresuró. Los últimos metros antes de llegar a la pendiente los hizo corriendo y resollando.

—Camináis más rápido de lo que creía —dijo.

—¿Pasa algo? —pregunté—. ¿Con Meredith o con Tessa…?

—No, no pasa nada —contestó él—. Solo que iré con vosotros. Adonde sea que vayáis.

Nos miramos los unos a los otros.

—Creías que tu madre no iba a dejarte venir —dijo Leo rompiendo el silencio—, de modo que en lugar de hablar del asunto con nosotros has decidido escaparte, ¿no?

Justin se ruborizó.

—Mi madre no lo entiende —dijo—. Estoy cansado de… esconderme cada vez que unos capullos como los de la furgoneta vienen y quieren llevarse nuestras cosas o meterse con nosotros. Es una estupidez. No quiero estar todo el tiempo recolectando alubias, cocinando avena y fingiendo que todo va bien. Porque no va bien. Es una mierda. Y quiero hacer algo, como vosotros.

—Pero tu madre debe de estar preocupadísima —dije.

—Ya sabe dónde estoy —respondió Justin en tono obstinado—. Le he dejado una nota.

Un gesto que podría haber servido de algo si nosotros hubiéramos sabido dónde íbamos a estar mientras nos dirigíamos a Toronto, o si, por lo menos, hubiéramos tenido algún tipo de certeza de que íbamos a llegar a la ciudad.

—Pero ¿qué edad tienes tú? —preguntó Tobias.

—Quince —respondió Justin—. Bueno, los cumplo el mes que viene —añadió tras una pausa.

Puse mala cara, pero Gav lo estaba estudiando.

—De hecho, no es mucho más joven que nosotros —dijo.

—Hay bastante diferencia entre dieciséis o diecisiete y catorce —señaló Leo—. Pero es que no se trata de eso; se trata de que no ha hablado de esto con nadie, simplemente se ha largado —añadió, observando a Justin—. Si hubieras hablado con nosotros, a lo mejor nos habría parecido bien, pero así no. ¿Tienes alguna idea de lo mucho que va a sufrir tu madre, de lo mucho que se va a preocupar?

—Pero ¿no crees que merece un voto de confianza por la determinación que ha demostrado? —preguntó Gav—. Además, ahora está aquí. No creo que podamos obligarlo a volver a su casa, a menos que lo quieras llevar a rastras. Yo opino que le podemos dar una oportunidad.

—¿Te vas a responsabilizar tú de él? —intervino Tobias.

—Yo puedo cuidar de mí mismo —protestó Justin—. ¿Quién está al cargo aquí? Decidme qué tengo que hacer para demostrarlo y lo haré.

Leo y Tobias se volvieron hacia mí, como si aquello fuera cosa mía. ¿Por qué tenía que decidir yo? ¿No éramos cuatro?

—Creo que tenemos que ponernos todos de acuerdo —dije—. Al fin y al cabo esto nos afecta a todos.

—Pero ¿tú qué piensas, Kae? —preguntó Gav.

Dudé un instante. Hilary había confiado en nosotros, nos había abierto las puertas, nos había dado comida y cobijo. Había aceptado a Tessa y a Meredith en la colonia. La idea de devolverle el favor ayudando a su hijo a huir no me hacía ninguna gracia. Catorce años… Catorce años eran muy poco. Tres años atrás no me habría imaginado marchándome de viaje sin mis padres, y menos aún cruzando el país a pie en pleno invierno.

Pero, en realidad, hacía seis meses tampoco me lo habría imaginado. El virus nos había cambiado la vida a todos; a lo mejor con catorce años ya no se era tan joven.

—¿En serio eres consciente de lo que le vas a hacer pasar a tu madre? —le pregunté—. No sabemos cuándo volveremos, ni si volveremos.

Durante un momento, Justin pareció un niño asustado, no aparentaba ni siquiera los catorce años que aseguraba tener, pero finalmente apretó la mandíbula.

—Sí —dijo—. Lo entiendo. Si me pasa algo, será responsabilidad mía. Es mi vida.

Desde luego, no lo era: lo que hiciera mientras estuviera con nosotros nos podía afectar a todos. Pero Gav tenía razón, no teníamos forma de impedir que nos siguiera, a menos que renunciáramos a un día de viaje para llevarlo de vuelta a la colonia. Y aun en ese caso, ¿quién nos aseguraba que no iba a venir corriendo otra vez?

—Bueno —dije.

Tobias se encogió de hombros.

—Mientras cargue con sus cosas, por mí de acuerdo.

Leo tenía el ceño fruncido. De pronto, me di cuenta de que, en mi fuero interno, deseaba que se le ocurriera un argumento perfecto que convenciera a Justin de que aquello no era una buena idea. Sin embargo, al final Leo soltó un suspiro y dijo:

—Vale. No me hace demasiada gracia, la verdad, pero si a vosotros os parece bien, adelante.

Trasladamos algunas de las provisiones al quinto trineo y echamos otra vez a andar. Justin se apresuró para colocarse junto a Gav, que abría la marcha, y a mí me invadió una sensación incómoda.

Ya había otra vida en juego a causa de papá y de mi vacuna de eficacia no probada.

Mi inquietud por la llegada de Justin se disipó un poco cuando sacó cinco peras de una bolsa que llevaba.

—Acabadas de coger del árbol —dijo, y nos las tendió mientras caminábamos.

Me acerqué la pera a la nariz y la olí. Se me llenó la boca de saliva al momento. ¿Cuándo había sido la última vez que había comido una fruta que no saliera de una lata o un bote? Ya ni me acordaba. Le pegué un buen mordisco y se me escapó un gemido de placer al notar cómo los jugos ácidos me bajaban por la garganta. Me comí el resto de la pera a mordisquitos, para que durara lo más posible.

Aún notaba el sabor en la boca mucho después de terminármela, mientras cruzábamos otro pueblo en el que tampoco encontramos vehículo alguno que funcionara. Por la tarde, Tobias vio un camión de transporte en la autopista, de modo que nos desviamos para echar un vistazo, pero no encontramos las llaves. Empezó a oscurecer mientras atravesábamos un bosque particularmente solitario. Yo ya me temía que íbamos a tener que acampar al aire libre cuando, de pronto, nos topamos con una caravana abandonada en un claro.

La puerta de aluminio estaba abierta de par en par y chirriaba ligeramente con la brisa, pero los dueños habían montado un avancé que había impedido que la nieve entrara en la cabina. Apretujados en los banquitos de la zona de comedor, calentamos un estofado de lata con guisantes en el hornillo de camping. Con la puerta cerrada, el calor que desprendía el queroseno al quemar hacía que el aire gélido resultara un poco más soportable. En cuanto terminamos de engullir la comida, Tobias sacó la radio.

—¿Has contactado alguna vez con alguien? —le preguntó Justin.

Él negó con la cabeza.

—No, pero no perdemos nada por intentarlo —respondió—. Tampoco es que tenga muchas más cosas que hacer. Me la llevaré fuera, no creo que le gusten mucho las paredes de aluminio.

Salió y oí como colocaba el transmisor-receptor encima de la mesa del avancé. Al cabo de un momento oímos su voz a través de la puerta de la caravana; dio el nombre de la autopista por la que circulábamos como identificador.

—Ruta 2 New Brunswick al aparato, ¿alguien me recibe? Cambio.

No hubo respuesta. Tobias esperó un momento y entonces repitió el mensaje. Gav metió un poco de agua en un cuenco lleno de nieve, y Leo lo colocó encima del hornillo. Yo crucé el estrecho pasillo y eché un vistazo al dormitorio: tenía una cama doble con una litera doble encima. Ya nos apañaríamos, por lo menos teníamos paredes alrededor.

Iba a salir a por los sacos de dormir cuando de pronto en la radio se oyó una aguda voz de mujer.

—Te recibimos, Ruta 2 New Brunswick. Cambio.

Me pegué tal susto que me di un codazo con el armario. Gav se levantó de un brinco y los cuatro salimos corriendo al avancé.

Tobias estaba petrificado, con la vista fija en la radio. Justin fue el primero en llegar junto a él.

—¡Di algo! —le susurró y agarró el micrófono, pero Tobias se lo quitó de las manos.

—Aquí Ruta 2 —dijo. Le temblaban las manos—. ¿Con quién hablo? Cambio.

—Con un grupo de personas preocupadas que intentan ayudar a quien lo necesita —respondió la voz. Sonaba metálica y estaba envuelta por un leve zumbido de estática, pero era lo bastante clara como para que pudiéramos distinguir cada palabra—. ¿Desde dónde llamáis? ¿Necesitáis ayuda? Cambio.

—Pregúntales qué tipo de personas tienen en su grupo —dije, al tiempo que me sentaba en la silla que había junto a Tobias. Este se llevó el micrófono a la boca y repitió mi pregunta.

—Pues tenemos a gente de todo tipo —respondieron—. No hacemos distinciones. Si necesitáis ayuda médica, tenemos a un par de médicos. Cambio.

Si eran buenos médicos a lo mejor sabrían como formular la vacuna y replicarla.

—¿Crees que están cerca? —le pregunté a Tobias; el corazón me latía con fuerza.

—No lo sé —contestó él—. Es la mejor radio que teníamos en la base. En un día claro captábamos señales del extranjero. También depende de lo bueno que sea su transmisor.

Gav me puso las manos en los hombros.

—¿Qué más da que estén más cerca o más lejos? ¡Están ahí!

—¿Y nos podemos fiar de ellos? —preguntó Leo—. No sabemos quiénes son. Los de la furgoneta… tenían radios, ¿no?

—Eran walkie-talkies —dijo Tobias—. Ese tipo de aparatos transmiten solo a un par de kilómetros. Las probabilidades de que estuvieran tan cerca y escuchando mientras yo transmitía son realmente bajas.

—Esta mujer no es la de la furgoneta —añadí. La frase «todavía no los podemos matar» aún resonaba en mi cabeza: la había pronunciado una voz grave, muy distinta a la voz nasal y estridente de la mujer de la radio—. Pero aún no sabemos si nos pueden ayudar.

Sin embargo, y suponiendo que no tuvieran a nadie que supiera replicar la vacuna, sí sabrían dónde encontrar a alguien capaz de hacerlo, ¿no? O por lo menos podrían prestarnos un vehículo para que lo buscáramos nosotros mismos.

Se oyó un ruido de estática y oímos una voz de hombre.

—¿Seguís ahí, Ruta 2? Cambio.

—Seguimos aquí. Cambio —respondió Tobias.

—¿Qué es lo que buscáis? —preguntó la voz en tono calmado—. Si necesitáis algo, a lo mejor os podemos ayudar. Cambio.

Sonaba tan tranquilizador que empecé a relajarme. A lo mejor podríamos dejar de caminar y de preocuparnos por el frío, por la comida y por la gente de la furgoneta. A lo mejor podría volver con Meredith al día siguiente.

—Dile que estamos buscando un científico o un médico que esté trabajando en… encontrar un remedio contra el virus —dije—. No quiero revelar exactamente lo que tenemos hasta que podamos hablar con ellos cara a cara.

Tobias transmitió el mensaje.

—No puedo decir que hayamos logrado dominar la gripe cordial —respondió la voz—, pero tenemos a gente intentándolo. ¿Dónde estáis? Os podemos dar direcciones, o a lo mejor incluso podemos mandar a alguien a buscaros. Cambio.

Miré a los demás.

—¿Qué creéis?

—No veo por qué iban a mentir —dijo Gav—. Esto es justo lo que estábamos buscando, ¿no? ¿Por qué no vamos a echar un vistazo?

—Pero aún no sabemos quiénes son —dijo Leo—. E incluso en el caso de que no sean los que nos perseguían…

—A mí me suena bien —señaló Justin, rascándose la cabeza.

—Ni siquiera saben que tenemos algo útil —dije—. Seguramente creen que buscamos a un médico porque tenemos a alguien enfermo, y aun así nos abren las puertas si queremos ir con ellos. ¿Por qué iban a tomarse la molestia si no nos quisieran ayudar?

—No lo sé —respondió Leo—. ¿Por qué estaban buscando las frecuencias de radio?

—Pero ¿qué sentido tiene patearse todo el país si luego no confiamos en la gente con la que logramos contactar? —dijo Gav, levantando las manos—. ¡Joder, si no íbamos a fiarnos de nadie no entiendo por qué no nos quedamos en la isla e intentamos reproducir la vacuna nosotros mismos!

Hubo un momento de silencio. Finalmente, Leo bajó la cabeza.

—Tienes razón —dijo—. Estoy siendo paranoico, pero, aun así, creo que debemos tener cuidado.

—Y lo tendremos —aseguré yo, volviéndome hacia Tobias—. Dales el nombre del pueblo que hemos cruzado hace… ¿cuánto? ¿Unos seis kilómetros? Si pueden venir ellos aquí, será lo más fácil.

—Creo que lo encontraremos —dijo la voz después de que Tobias le diera las instrucciones—. Dadnos una hora o así. Y no os mováis de donde estáis. Corto.

Tobias dejó el micrófono y ya iba a apagar la radio cuando lo detuve.

—Déjala un rato encendida —le dije—. ¿Y si necesitan más información?

Eché un vistazo a los trineos que habíamos escondido detrás de la caravana. No íbamos a podernos llevar todas las provisiones, dudaba mucho que fueran a caber en el vehículo que nos enviaran. A lo mejor podíamos volver a por ellas más tarde.

Noté un escalofrío de emoción.

—Lo hemos logrado —dije en voz alta, como si necesitara oírlo para creérmelo—. Hemos encontrado a alguien.

—Lo has logrado tú —apuntó Gav, que me abrazó y me dio un beso detrás de la oreja.

—Bueno, en realidad, ha sido Tobias quien ha contactado con ellos —respondí.

—No habría tenido ningún motivo para intentar dar con nadie si no hubiera sido por eso —dijo Tobias señalando las vacunas con la cabeza.

Me apoyé con las manos encima de la nevera.

—A lo mejor tendríamos que esconderla hasta que estemos totalmente seguros de que esta gente es trigo limpio —dije—. Hablaremos con sus médicos, les haré unas cuantas preguntas y decidiremos qué hacemos.

Al fin y al cabo, no había nada seguro. Aunque aquella gente fuera de fiar, podíamos terminar en otro callejón sin salida. En cualquier caso parecían dispuestos a ayudar. A lo mejor podía delegar de una vez la responsabilidad en alguien que supiera realmente lo que hacía.

—Si tú crees que eso es lo que tenemos que hacer… —dijo Gav.

—Sí —contesté, y cogí la nevera del suelo. No podía dejar de sonreír.

—Supongo que después de esto volveréis todos a vuestras casas —dijo Justin, que parecía abatido.

Leo le pegó un empujoncito en el hombro.

—Si hubieras pasado por todo lo que hemos pasado nosotros, te alegrarías.

—Hasta donde sabemos, aún podría ser que… —empecé a decir, pero de pronto se oyó una voz en la radio.

—¿Hola?

Me di la vuelta. Tobias cogió el micrófono.

—Aquí Ruta 2, seguimos en posición. Cambio.

—Bien, bien —susurró una voz—. Tengo que haceros una pregunta que a lo mejor sonará un poco rara, pero… ¿tenéis una vacuna?

No era ninguna de las personas con las que habíamos hablado anteriormente, ni la mujer ni el hombre. Por la voz parecía una persona joven. Sus palabras me sentaron como una bofetada, pero di un paso al frente; tenía la sensación de estar perdiéndome algo.

—¿Qué vacuna? —preguntó Tobias, que me miró y enarcó las cejas—. Cambio.

—Escuchad —respondió la voz—, tanto si la tenéis como si no, ellos creen que sois los de la vacuna. Las personas que han salido a buscaros la quieren, y no estoy muy seguro de que os vayan a creer aunque les digáis que no la tenéis. Querrán que se la entreguéis, y si os tienen que hacer daño para conseguirla, os lo harán.

El corazón me empezó a latir con tanta fuerza que me dolía.

—¿Con quién hablo? —preguntó Tobias.

—Eso es lo de menos —contestó la voz—. Sois vosotros, ¿verdad? Hacedme caso: no queréis que la vacuna termine en manos de esta gente. El mejor consejo que os puedo dar es que os dirijáis hacia el este. Hay una isla en el extremo sur de Nueva Escocia donde aún queda gente que trabaja para derrotar al virus… Mi padre…

Al oír aquellas palabras, todo encajó. Sin ni siquiera darme cuenta de lo que hacía, le quité el micrófono de las manos a Tobias.

—¿Drew? —dije.

Hubo una pausa.

—¿Cómo sabes mi nombre?

Me reí y noté cómo los ojos se me llenaban de lágrimas.

—Drew, soy Kaelyn. La vacuna es obra de papá. Pero él… No quedaba nadie que pudiera crear más, por eso la he traído hasta aquí. ¿Dónde estás?

—¿Kaelyn? Pero… ¿tú no estabas enferma? Creía que habrías… Mierda, ya vuelven. Kae, lárgate de allí. No sé dónde les habéis dicho que os vayan a buscar, pero os tenéis que marchar de inmediato. Por favor. Intentaré… Intentaré volver a conectarme otro día, más o menos a esta hora. Pero, por favor… Mierda.

Se oyó un silbido de estática y a continuación un leve zumbido sin palabras.