El viaje en el tiempo y a vidas pasadas

De acuerdo con nuestra definición de consciencia, identificamos tres niveles de existencia a los que llamamos alma, espíritu y personalidad. El alma es la parte que viaja de una vida a otra, y que en cada vida toma una forma diferente, a la que llamamos espíritu. El espíritu, en consecuencia, es la forma individualizada que la consciencia toma dentro de un determinado periodo de vida, con experiencias y talentos particulares, a fin de alcanzar los propósitos de ese espíritu que somos, dentro del periodo de una vida.

La naturaleza de la consciencia es perseguir el logro de sus objetivos. Cuando tienes un objetivo o un deseo, la realización de cualquiera de ellos ya existe y tú sólo te desplazas hacia dicha realización. Al mismo tiempo, los acontecimientos externos te aproximan a la consecución de ese objetivo. En la vida, cuando las circunstancias te ofrecen la oportunidad de aceptar lo que has pedido, siempre tienes la opción de tomarlo o de declinar ese ofrecimiento. Así, vamos por la vida aceptando o declinando experiencias que son el resultado de las imágenes que hemos creado en nuestra consciencia, y que representan deseos u objetivos que nos hemos forjado.

Cuando llegas al final de la vida sin haber consumado tus objetivos, tienes la oportunidad de elegir otra vida diseñada para completar tus metas inconclusas y manifestar tu alma en otro espíritu. Cuando lo hagas y te fijes más objetivos, el proceso continuará hasta que hayas experimentado todo lo que has pedido. Entonces irás a otro lugar y realizarás más cosas en otro universo. Este proceso continúa para siempre. La única constante es el cambio. A través del cambio aprendemos y por medio del aprendizaje crecemos. La naturaleza de la consciencia —que es lo que somos— debe crecer a través del aprendizaje, a través del cambio.

Al tomar forma humana, somos espíritu que se manifiesta a través de una mente. Cuando aprendemos algo y se nos recompensa por ello con amor, nos identificamos cada vez más con lo que conocemos, más que con quien somos, y así construimos el sentido de identidad que llamamos personalidad.

En ocasiones, la personalidad y el espíritu no están alineados. Es posible que cada uno de ellos tire en direcciones distintas, creando con ello tensión. La curación al nivel de la personalidad ocurre cuando ésta se alinea con el espíritu.

Cada espíritu tiene su propia sensibilidad. Cuando un estado de desequilibrio causado por dicha sensibilidad recibe curación, podemos afirmar que la curación ha ocurrido al nivel espiritual.

Se dice que lo que pensamos en el momento de la muerte permanece con el ser cuando éste abandona el cuerpo. La parte de nuestra consciencia que abandona un periodo de vida y elige entrar en otro es lo que conocemos como alma. En consecuencia, si se lleva una situación de desequilibrio de una vida a otra, será necesaria una curación al nivel del alma.

Aunque la situación de desequilibrio sea producto de tensiones que se presentaron en una vida pasada, esas tensiones tendrán una correlación en la vida actual.

Por ejemplo, una persona que eligió venir a la tierra para ser sanador hace varios cientos de años, en una época en la que esta actividad no era aceptada como ahora, pudo haber sido perseguido, torturado y asesinado por dedicarse a ayudar a los demás. Para su protección estos sanadores formaron grupos y se rebelaron contra aquellos sectores de la sociedad que los habían reprimido.

La tradición occidental suele enseñar que Dios es un Ser externo a nosotros, que decide lo que nos ocurrirá. De acuerdo con ello, los sanadores antes mencionados no se percataron de que, desde el punto de vista de que todo comienza en nuestra propia consciencia, y de que Dios está en nuestro interior, fueron ellos quienes decidieron venir a la tierra con la misión de curar, y que ningún otro ser les asignó semejante tarea.

Muchos de ellos optaron por molestarse con Dios por haber permitido esa injusticia, esa persecución, y finalmente murieron con ese pensamiento en su consciencia. El resultado que produjo tal decisión de enojo fue el cierre del Chakra Violeta al nivel del alma.

Cuando llegó el momento de entrar nuevamente en el plano terrenal, tuvieron que elegir, en consecuencia, a unos padres que reflejaran el estado de desequilibrio existente en su sistema de energía, a fin de curar este desequilibrio. Así, eligieron unos padres que no se ocuparon de ellos o que les dieron razones para sentirse molestos. La curación, por lo tanto, podría surgir de la comprensión de que todo comienza en la consciencia, o bien de curar la relación con sus padres; o de una combinación de ambas.

Como podemos ver, aunque la decisión original que dio lugar al desequilibrio fue tomada en una vida anterior, hubo también razones reales en la vida actual para optar por las mismas decisiones. Cuando la curación ocurre en esta vida, los efectos de vidas anteriores también se esclarecen.

Aunque la exploración de las vidas pasadas puede ayudar a la persona a darse cuenta de la naturaleza espiritual e inmortal de su Ser, también puede darle razones para evitar afrontar problemas actuales, siendo así contraproducente para su evolución. Si continúa con esa misma actitud durante su siguiente periodo de vida, tendrá tensiones procedentes de éste, que deberán ser liberadas. Desde el punto de vista de la curación, el conocimiento de vidas pasadas es útil sólo cuando nos ayuda a resolver problemas de la vida actual.

Como no estamos limitados por el tiempo ni el espacio, podemos imaginarnos a nosotros mismos viajando a esas experiencias pasadas con objeto de cambiar algo y regresar después a este cuadro temporal para ver los efectos positivos de la curación.

Una mujer me contó que durante una vida anterior había sido miembro de la realeza europea y que tenía un hijo. Durante una de las muchas guerras de esa época, su hijo fue secuestrado por los enemigos. Aunque en ese momento quiso llorar, no lo hizo y su llanto nunca fue liberado, pues en ese momento la asesinaron. Ella creía que éste era el motivo de que durante toda su vida actual hubiera tenido problemas en la garganta.

Durante la curación vi la escena de la batalla, con un soldado llevándose al bebé mientras otro se preparaba para matar a la madre con una lanza. Soplé algo de humo en los ojos del soldado para que dudara un momento antes de golpear con la lanza. El grito salió de la garganta de la mujer, después de lo cual fue asesinada. Después de todo, era el momento de que se fuera, pues no deseaba seguir viviendo sin su hijo. Sin embargo, sí tuvo la oportunidad de llorar y gritar. Después de la curación, su garganta mejoró.

Durante otra curación, tuve la impresión de que el sujeto —un varón adulto— era un adolescente cuyo padre acababa de morir. Mi primer impulso fue tomar al niño y estrecharlo en mis brazos para confortarlo de alguna manera, pero no era eso lo que él quería o necesitaba, por lo que simplemente me quedé a su lado y le ofrecí mi mano. El muchacho la tomó y se sintió feliz con ello. Caminamos un poco mirando en cierta dirección. Simplemente éramos conscientes de la presencia del otro, centrados en lo que estábamos experimentando así como en la sensación que estábamos viviendo juntos.

Luego, caminamos un poco más y miramos en otra dirección, experimentando la intensidad del momento, después de lo cual regresamos al lugar en el que habíamos comenzado. Esto dejó satisfecho al muchacho, quien entonces rápidamente creció y se convirtió en adulto, totalmente curado.

El niño había crecido sintiéndose incompleto, pues no tuvo la oportunidad de compartir sus experiencias con su padre. Cuando esas experiencias fueron vividas a través de la curación, fue capaz de avanzar hacia el presente con la consciencia de no haber carecido de esa experiencia. Asimismo, podemos afirmar que el espíritu de su padre estuvo allí, en la curación, actuando a través del sanador.

Estas escenas son experiencias subjetivas, es como si uno observara y participara en minipelículas creadas por una imaginación muy activa. Lo interesante, por supuesto, radica en que estas películas imaginarias frecuentemente son vividas tanto por el sanador como por el sujeto, lo cual tiene como resultado la curación. Si este paradigma, aunque sea construido, tiene como resultado el alivio de los síntomas, debemos reconocerlo como una realidad válida.

Aquí lo importante es darse cuenta de que no existen límites para el proceso curativo. Aunque el sanador puede comenzar la experiencia sin tener la menor idea de viajar en el tiempo, las circunstancias que se le presenten en la curación posiblemente lo guíen en esa dirección. Si así ocurre, el sanador podrá estar seguro de que cualquier cosa que se presente será parte del proceso curativo y que él responderá con lo correcto en ese momento. Más tarde podrá examinar el escenario, así como los efectos de lo realizado, y quedará sorprendido por la actuación de la consciencia, por las dimensiones de la curación y por lo que ha aprendido de ella.

En efecto, quedará sorprendido, hasta que la considere como su nueva realidad cotidiana y simplemente espere que se presenten más curaciones y más dimensiones de consciencia.

El proceso continúa de manera infinita.

Es algo que debemos hacer mientras estemos aquí.

Todo se puede curar.