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De nuevo no pude dormir. No encontraba el modo de conciliar el sueño. Definitivamente, todo aquello se había convertido en una locura. Sentí que debía detenerlo. Quise por un momento pararlo todo. Y creí que podía hacerlo. Pensé que no era tan difícil; sólo había que convencer a Montes. Pero enseguida me di cuenta de que lo más fácil era abandonar, cortar por lo sano y no tener que ver nada con aquello. Quizá eso era lo que tenía que hacer.
Pasé la noche navegando por Internet, buscando más datos sobre Montes. Ya conocía prácticamente toda su biografía. Había leído mucho de lo que se había escrito sobre él. Pero seguía mirando páginas sin cesar, sin saber muy bien lo que buscaba. En las noticias recientes sobre él encontré algunos blogs que hablaban sobre Groundwork, su último proyecto, realizado para la Bienal de Shanghái. Tenía el catálogo que me había regalado, pero allí apenas había unas cuantas fotos de su obra y un texto que no explicaba demasiado. Así que no pude entender la intervención hasta después de leer la información en Internet.
Montes había trabajado con artistas locales sobre la pobreza del Bund, el distrito financiero de Shanghái en el que, junto a los grandes rascacielos y las tiendas de ropa más chic, hay legiones de indigentes que permanecen allí rodeando los edificios, como si las construcciones hubieran sido clavadas desde el cielo y los pobres fueran la arena sobrante de los cimientos. Lo que había hecho Montes era reflexionar acerca de esa metáfora. Después de una investigación sobre la situación real, en la que se había ayudado de asistentes locales —asistentes como yo, pensé—, había realizado una acción con quinientos indigentes, a los que había utilizado para sostener una pesada estructura de acero durante toda una semana. Siete días, un número que parecía mágico para Montes. «Son los días de la Creación bíblica», decía en una entrevista al ser preguntado por la duración de la acción. «Dios creó el mundo en una semana. Y descansó el séptimo día. Hoy, sin embargo, ya no hay lugar para el descanso. Son siete días de trabajos forzados». Remunerándolos con un salario mínimo, casi lo mismo que podían sacar con las limosnas, Montes había logrado que los indigentes se prestasen para permanecer ocultos en una especie de surcos en el terreno realizados por unas excavadoras. Allí iban a sostener, como si fueran cimientos humanos, una estructura de acero en la que temporalmente se iba a colocar una tienda de Armani, la firma que precisamente patrocinaba la obra. Los indigentes podían establecer turnos. Pero siempre tenían que permanecer un número determinado de horas cargando algo de peso, pues, de lo contrario, la estructura caería y podría llegar a aplastarlos.
La mayoría de los comentarios sobre la obra eran elogiosos. Y apenas había alguna crítica sobre el procedimiento poco ético de trabajo y el modo en que Montes denigraba a las personas. Él se defendía diciendo que «había visualizado la pobreza ocultándola y quitándola del medio». Sabía que eso no iba a cambiar las cosas, pero «era una manera de hacer visible el conflicto y mostrar los lados oscuros del capitalismo».
Por vez primera, comencé a desconfiar de las palabras de Montes y a dar crédito a otras opiniones que antes no habría tenido en cuenta. Lo que allí estaba pasando era grave. Y pensé que lo que hacía realmente Montes era aprovecharse de la situación. Recordé entonces sus comentarios despectivos sobre Shanghái. Que trabajaba por dinero y que lo demás le interesaba más bien poco. Y comparé eso con sus declaraciones comprometidas y con el discurso de los críticos, que legitimaban ésa y otras obras de Montes acudiendo a pensadores de izquierda para decir que este arte mostraba las fallas del sistema y pretendía desmontarlo. Y, en efecto, yo comencé a ver que algo fallaba allí, pero no sólo en el sistema, sino en el arte de Montes, financiado en esa ocasión por una firma como Armani, cuya imagen, por un lado, era puesta en entredicho a través del juego de la banalidad frente a la indigencia, pero, por otro, al mostrar esa autocrítica salía fortalecida. Pero sobre todo algo fallaba allí, porque ganaban todos menos los pobres indigentes, cuya situación volvería de nuevo a ser la misma en una semana. Y aunque regresarían con algo más de dinero, también saldrían de allí siendo algo menos personas, prostituidos por el gran artista social.