Capítulo 6

Esa misma noche viajaron a Las Vegas. Dejaron a Dalton con Clint, que no podía creer lo que iba a hacer su amigo.

—Pero ¿hablas en serio? ¿Os vais a casar? Pero si ni siquiera tenéis casa propia. Pero si no hace ni un año que os conocéis…

—El tiempo es relativo cuando conoces a tu alma gemela. Y yo sí tengo casa —contestó Nick—. Bueno, ¿vienes a hacerte cargo de mi cachorro? Te invitaría para que fueras mi padrino, pero creo que los alquilaremos allí mismo. Como todo. —Soltó una carcajada.

—Qué detalle… ¿Cachorro? Tu perro es la semilla del mal, tío. ¿Alquilan los trajes de boda también?

—Incluso los invitados son alquilados.

—Joder —murmuró incrédulo.

—Venga, ven, que Dalton te espera. No le temas, es solo un bebé.

—Ya, claro… De acuerdo. Ahora iré hacia tu casa. ¿Salís ya?

—Dentro de una hora —contestó Nick mirando su reloj.

—¿Estás convencido de esto, tío? Sus padres te odiarán de por vida, Nick.

—No es algo que me preocupe demasiado. Sophie me quiere —reconoció pellizcándole la nalga a Sophie cuando pasó por su lado con una bolsa negra de viaje—. Es lo único importante.

* * *

Se casaron en una capilla de Las Vegas. La ciudad estaba repleta de ellas, por alguna razón era el segundo lugar del mundo con más matrimonios oficiales.

Sophie se sentía pletórica. Debido a su estricta educación y a que la habían sobreprotegido, siempre ansió comportarse como la rebelde y alocada que en realidad era, algo que sus padres jamás habían permitido.

Aquella noche junto a Nick, el chico del que se había enamorado perdidamente, su futuro esposo, haría la mayor locura de todas.

Como no tenían anillos, decidieron comprar en la misma capilla los que el cura les ofreció. Eran dos alianzas de calaveras de oro. Una de ellas tenía un lazo en la cabeza; la otra, un parche en el ojo. La primera era para Sophie; la segunda, para Nick.

Una vez elegidas las alianzas, debían escoger los trajes, al cura, al cantante o al artista famoso que debía cantarles como homenaje, además de a los padrinos y al público asistente.

Sophie no quería gente que no conociera de nada, así que el pack de asistentes lo descartaron.

Como era una boda diferente y en el viaje de avión pidieron champán y bebidas para celebrar su enlace como si se tratara de una noche de fiesta, escogieron también los disfraces más divertidos para ellos. Él se vistió de Batman, y ella, de Wonder Woman.

Entre Marilyn, Abba, Michael Jackson y Elvis, eligieron al último. Elvis les cantó el Falling in love with you, y Nick decidió hacerle los coros mirando fijamente a Sophie y desafinando todo lo que podía y más. Ella, un poco achispada, se mondaba de la risa.

Un cura que se parecía a Cuba Gooding Jr los casó, y los animó para que cada uno hiciera su discurso y su promesa de amor eterno por el otro.

Nick tomó las manos de su futura esposa, uno de esos regalos atípicos e impensables que la vida le había dado. Iba a tener una compañera. Increíble.

—Sophie, mírame.

Ella lo obedeció y se dio cuenta de que Nick tenía el antifaz de Batman torcido y una oreja más arriba que la otra. Eso hizo que soltara una nueva carcajada.

—Nick, por Dios… Tu disfraz…

—El tuyo es pectacular.

Volvieron a reírse como tontos.

¿Quemos hecho? —se preguntaba histérica y medio borracha.

—Conocernos y amuarnos —dijo acercándola a él de manera muy íntima. El cura carraspeó, y eso lo obligó a separarse de nuevo—. Perdón, señour cura.

—Los arrumacos después —respondió el cura.

Nick asintió y frotó con los pulgares los dorsos de las manos de Sophie.

—No sé si erues la auténtica Wonder Woman, perrrrro te complementas conmigo a las mil maravillas.

Ella sonrió y los ojos le hicieron chiribitas.

—Qué ocurente

—Lo sé —asintió Nick—. Sophie…

—Aquí estoy.

—Sophie, Sophie, Sophie… —repitió.

—Dime Nick, Nick, Nick.

—Elvis y UB40 ya han hablado por mí esta noche. —Intentó hablar con serenidad, controlando los deslices de su lengua algo beoda—. Desde que te vi no pude evitar enamorarme de ti. Era… algo natural. Como la vida. Te prometo que… —Se llevó una de sus manos al pecho—. Yo te pruometo que… siempre cuidaré de ti, que nunca te haré daño. Viviré para cuidarte y protegerte. Y te amaré siempre. Nada ni nadie puede cambiar lo que siento por ti. Nadie lo haruá jamás. Mi amor está por encima de toda duda, es incuestionable, ¿lo entiendes? Tsuneni.

Sophie se emocionó tanto que apenas le salían las palabras. Ella no pudo pronunciar su discurso, solo asintió con el rostro lloroso y dijo:

—Te amaré siempre, Nick. Tsuneni. Pase lo que pase.

Se lanzó a besarle ante la sorpresa del cura, que intentó mediar entre ellos para acabar la boda lo antes posible, de forma correcta y organizada. Pero, al ver que no había modo de desengancharlos, acabó la ceremonia diciendo:

—Está bien… Yo os declaro marido y mujer.

Nick tomó a Sophie en brazos y la subió sobre su pelvis para que ella le rodeara la cintura con sus torneadas piernas. La diadema de Wonder Woman salió volando, y la máscara de Batman acabó de desvelar el misterio del rostro oculto del multimillonario Bruce Wayne.

Aunque, ni Sophie ni Nick eran auténticos superhéroes, estaba claro que el uno era el héroe del otro.

Salieron de la capilla al grito de «¡Estamos casados!».

El cura, algo pasado de peso, intentó alcanzarlos y buscó a un guardia de seguridad de las capillas colindantes para que fueran a la busca y captura de Nick y Sophie.

—¡Se han llevado los trajes! ¡Son de alquiler!

* * *

Las luces del amanecer entraban a través de las cortinas de la ventana del hotel. Habían cogido una habitación en Hampton Inn. Las sábanas granates y blancas olían a sexo, sudor y amor.

Sophie se desperezó con un ligero dolor de cabeza, pero no le importó para nada tener resaca. Había hecho justamente lo que había querido, y la migraña era un precio nimio que pagar por aquella espléndida aventura.

Sabía que su boda con Nick era un desafío en toda regla, un desafío abierto y puede que desconsiderado hacia sus padres. Pero había sido igualmente desconsiderado lo que ellos habían hecho con el amor de su vida: infravalorarlo, desecharlo… Aún le dolía la actitud que habían adoptado contra él. Contra ella. Incluso contra ellos mismos, porque un comportamiento así no hablaba bien sobre sus principios o sus valores.

Levantó la mano, y los rayos del sol se reflejaron en su anillo de calavera. El lazo era de brillantes. Estaba bañada en oro y las piedras no eran de gran valor. No era una sortija demasiado cara, pues les había costado cien dólares por cabeza. ¿Y qué importaba? Solo importaba el significado. Y para ella tenía tanto que de todo el repertorio de joyas que tenía en Luisiana, no era nada comparada con aquella joya que siempre llevaría encima.

La enorme mano del hombre que tenía al lado entrelazó los dedos con los de ella. Nick giró la cabeza y sonrió perezoso, como un gato que necesitara mimos y caricias, antes de abrir los ojos por completo. Guio su otra mano libre a uno de los pechos desnudos de ella y empezó a masajearlo.

—Hola, esposa mía —dijo con voz ronca.

Sophie sonrió, inclinó su cuerpo hacia el de él y le acarició la mejilla rasposa con la mano libre.

—Hola, esposo mío.

Nick acercó sus caderas a las de ella y la joven recién casada entrecerró su mirada castaña para después ronronear con placer.

—¿Qué quieres, tigre? ¿Quieres guerra de buena mañana?

—Siempre quiero guerra. Soy adicto a tu cuerpo. —Se intentó poner encima de ella para volver a hacerle lo que durante la noche le había hecho infinidad de veces—. ¿No te habías dado cuenta de que sin mi ración de Sophie no soy persona?

La besó con dulzura y ella le respondió igual.

—Tenemos dos horas antes de abandonar el hotel.

Nick se hizo un hueco entre sus piernas y susurró:

—Suficiente, ¿no crees?

Sophie lo detuvo y fue ella la que lo empujó para que se quedara

—Suficiente. ¿Sabes?, es una suerte que a mí me pase lo mismo contigo —murmuró ella—, de lo contrario tendría que violarte todos los días…

Nick se endureció cuando vio que la bella Sophie inclinaba su rostro hacia su erección y que se relamía los labios dirigiéndole una mirada lasciva, sonriendo divertida por la expresión de su marido.

—Ay, Señor… Sophie…

—¿Quieres que te dé los buenos días?

—Joder, claro que sí.

Ella se colocó su larga melena sobre un hombro para tener el acceso libre y despejado hacia su objetivo. Él sería el único testigo, y de excepción, de lo que tanto le gustaba ver.

Cuando asomaba su lengua y empezaba a hacer círculos con ella sobre el prepucio, Nick se volvía loco por completo.

Y ella lo sabía. Por eso le gustaba torturarlo, por eso le encantaba saber que controlaba a un hombre que casi le doblaba en tamaño, tan grande, tan musculoso, tan fuerte… Él jamás le haría daño.

Poco a poco se introdujo el potente miembro de Nick en la boca, y empezó a succionarlo como si disfrutara de su textura y de su sabor, aunque apenas le cupiera. Sophie se esforzaba por hacerlo disfrutar, y él disfrutaba con lo que ella le hacía, mañosa o no. Nunca la obligaba, nunca la instaba a llegar más lejos si ella se sentía insegura o temerosa. Siempre la hacía sentirse poderosa, respetada y tan amada que a veces le entraban ganas de llorar.

Nick le acarició la cabeza mientras ella descendía a un ritmo que los hipnotizaba a ambos.

—Oh, joder… —Nick dejó caer la cabeza hacia atrás y empezó a levantar las caderas con lentitud, para no introducírsela demasiado adentro y provocarle una arcada.

Sophie le acarició los testículos levemente y apretó hacia dentro con sus mejillas. Él gimió dando gracias a Dios por la boca de su mujer. Sophie gimió a su vez y rodeó la dura vara con una mano, para masajearla al ritmo que lo hacía con sus labios. Le encantaba tenerlo a su merced.

Y lo torturó durante largos minutos hasta que Nick la apartó y le dijo:

—Me corro, Sophie.

Sophie se retiró sonriendo. Lo masturbó con la mano y dejó que Nick explotara, gruñendo como un felino satisfecho.

* * *

En el avión de vuelta a Luisiana, justo cuando estaban embarcando, Sophie recibió una llamada de su madre.

Nick la miró consternado y le dijo:

—Debes cogerlo.

Tomaron asiento y guardaron la bolsa de mano en los compartimentos superiores.

—Sé por lo que me llama, Nick —respondió ella. Se puso el cinturón, decidiendo si cogerlo o no.

—Soph… —La regañó con la mirada—. Contesta y habla con ella. No van a estar una eternidad sin saber de ti.

—No me apetece hablar con ellos ahora.

—Pero tienes que hacerlo. Son tus padres.

Sophie descolgó el teléfono sin mucha apetencia.

—¿Sí?

—Sophia…

—Dime, mamá.

—Sophia… ¿Tú puedes explicarme por qué hay transacciones en tu tarjeta de un hotel en Las Vegas?

—¿Por qué, mamá?

—Sí, eso mismo te pregunto.

—Quería ir a veros a Luisiana estas Navidades en persona para decíroslo, pero después de vuestra visita relámpago de anteayer creo que tuve suficiente de vosotros por un tiempo.

—Sophia —la voz de su madre parecía intranquila—, ¿qué has hecho?

—¿Además de negociar mi futuro con vosotros e hipotecarlo? —Se miró las uñas con desinterés—. Pues he hecho algo por mí misma, para poder sobrellevar los próximos años. Ya sabes…, ya que prácticamente me vais a obligar a trabajar en el azúcar y vais a joder mi futuro laboral…

—No me hables así. Nunca nos has hablado así.

—Nunca he tenido la necesidad de hacerlo, mamá. Pero no me habéis dejado otra opción.

—Por el amor de Dios, hija… ¿En qué lío te has metido?

Sophie solo necesitó desviar los ojos hacia el noble, fiable y apuesto rostro de Nick para coger fuerzas y decirlo sin más:

—He decidido salvaguardar la felicidad de mi corazón, porque nadie puede mandar sobre él, excepto yo misma. Esta noche me he casado con Nick.

La línea al otro lado se quedó completamente en silencio. Sophie era capaz de adivinar lo que cruzaba por la mente de su madre.

—Dime que no es verdad.

—Lo es, mamá.

—¡Solo tienes veintiún años! ¡¿Cómo has sido capaz?!

—Mamá, la edad no tiene nada que ver aquí. Soy adulta, una mujer, y quiero a Nick.

—Dios mío, Sophie. —Su madre sollozaba, incrédula—. ¿Te has vuelto loca? ¿Crees que el primer amor es el definitivo?

—No creo ni en primero ni en últimos, mamá. El avión va a despegar. Confío en que comuniques a mi padre mi nuevo estado civil. Siento haberos decepcionado, pero vosotros también me habéis decepcionado a mí. No os metáis en mi vida con Nick, y nuestra relación irá bien. Quiero que lo tratéis como a un hijo más.

—Yo ya tuve un hijo y murió. ¡Tú eres mi hija! Él solo… Solo cree que tú puedes encajar en su mundo. ¡¿No lo entiendes?!

—¡La que no lo entiende eres tú, mamá! El tiempo te demostrará que tengo razón y que vosotros estabais equivocados. Mamá, te tengo que dejar…

—Sophia, por favor…

—Mamá —adoptó una voz más cariñosa y suplicante—, vamos a estar bien. Os iré a ver igualmente. Cuando me licencie, trabajaré con vosotros en Luisiana, ¿no es eso lo que queríais? Yo he cedido en eso. Ahora os toca a vosotros ceder.

—No es lo mismo.

—Sí lo es. Mis intereses. Los vuestros —sentenció—. No perdéis a una hija, ¿entendido? Ganáis a uno más.

—Sophia…

—Te quiero, mamá. Luego hablamos. Un beso.

Cuando colgó, tenía ganas de llorar, tras escuchar la voz asustada de su madre. Pero, por otra parte, la invadió una gran satisfacción. Ellos la habían puesto entre la espada y la pared; les había demostrado que nadie la podía amenazar.

—Tus padres jamás me aceptarán —murmuró Nick mirando a través de la ventanilla.

—Lo harán.

—No me importa si lo hacen o no. Les demostraré que pueden confiar en mí. Además, mientras tú me quieras…

—Nick —Sophie le cogió la cara por la barbilla y se la giró hacia ella—, no me acuesto con mis padres. No vivo con mis padres. Lo hago contigo. Y tú has pasado a ser la persona más importante de mi vida. Que te quede claro. —Acto seguido, le dio un beso revitalizante y sanador que los dejó a los dos con ganas de más.

El avión emprendió su vuelo.

Igual que Sophie había alzado el vuelo para alejarse del nido protector de sus padres.

¿Adónde les llevaría ese viaje?

Solo el tiempo lo diría.