Capítulo 17

En la actualidad

Nueva Orleans

Nick bebía de su botella de ron Cajún, apoyado en su nuevo Evoque negro, recién comprado. Había ganado el torneo de Dragones y Mazmorras DS, eso implicaba una buena cantidad de dinero.

No solo había logrado desmantelar la red de tráfico de armas liderada por Yuri Vasiliev y el Mago, sino que también se había vuelto un poco más rico. Sus compañeros habían acordado quedarse un pellizco del dinero que los mismos narcos manipulaban. ¿Y por qué? Por venganza y porque nadie les había echado un cable respecto a ese caso. Al contrario, todo eran sospechas alrededor de ellos. El FBI había dudado de su fidelidad, y apenas los habían ayudado para mantenerse a salvo de los ataques de los rusos. No enviaron ningún refuerzo y, para más inri, sus amigas Leslie y Cleo Connelly y el agente al cargo del caso Amos y Mazmorras, Lion Romano, estuvieron bajo sospecha por ayudar a un supuesto agente doble llamado Markus Lebedev, que ahora era uno de sus mejores amigos, un tipo que jamás traicionaba a los suyos. Y por eso y por más cosas, se habían hartado de protocolos y de ser tan buenos. Y ahora ninguno de ellos quería trabajar más para el FBI.

Lo dejarían. Tal vez montarían una agencia de detectives o de seguridad ellos solos… Ya lo verían.

—Puede que viva del cuento toda mi vida… —Alzó la botella negra y brindó con la luna llena, sin atisbo de alegría.

Observaba la noche estrellada, nadando entre el olvido que proporcionaba el alcohol, con la canción de Hey Brother, de Avicci, sonando a toda pastilla, en un descampado frente al río Misisipi. Y allí pensaba en si algún día volvería a ser feliz, como antes. Antes de que su mujer metiera la pata y enviara todas sus ilusiones a la basura.

Estaba solo. Más solo que la una.

No como Lion y Markus, que habían encontrado a sus medias naranjas, mujeres de acción como ellos. Mujeres dispuestas a cubrir todas sus necesidades y a cuidar todo lo que era de ellos.

Dos días atrás, se sintió feliz por sus amigos, por ser partícipe de su dicha y ver en directo el regreso de Markus mientras cantaba junto a su hija Milenka y le decía a Leslie que era la mujer de su vida. Maldita sea, se le habían saltado las lágrimas al verlo, y al ver que la familia de la chica lo aceptaba. Los Connelly y los Romano se querían de corazón. Y los primeros habían adoptado a Lebedev como uno más de la familia.

Amargado y exhausto de tanto atormentarse, Nick se sentó sobre el capó del coche. ¿Por qué los Ciceroni no le habían recibido con un afecto igual de sincero? ¿Por qué? Siempre sintió que junto a ellos caminaba entre minas, señalado por su pobre linaje, por no manejar ciertos códigos de buena conducta. Pero él era un hombre culto y trabajador, que había estado perdidamente entregado a su hija Sophia…, y sentía que lo habían menospreciado. Todos ellos.

Se sentía injustamente apaleado.

Debería estar alegre porque se había librado de aquellos que no le querían. Sin embargo, a veces el despecho y la pena no le dejaban dormir. Por eso, de vez en cuando, bebía. Lo relajaba, y privaba a su mente de pensar en nada más que no fuera reposar la resaca.

Ahora entendía a Clint, que en paz descansara. Él hizo lo mismo. Cuando mataron a Mizuki, odiaba experimentar esa pérdida día tras día: los días pasaban, pero el recuerdo permanecía. Y el whisky lo tranquilizaba tanto…, lo sumía en la neblina de un pasajero olvido. Y se aficionó demasiado a esa sensación.

Después, salió del agujero, espoleado por la increíble Leslie. Y en sus castigos, en las domas, Clint encontró el olvido. En la misión encontró una liberación, una vía de escape. A pesar de que, lamentablemente, para pena de todos, también encontró la muerte.

Y Nick le echaba de menos. Muchísimo. Su mejor amigo se había ido. Eso era algo que costaba de aceptar.

No obstante, él seguía vivo.

Vivo y sin planes.

Vivo y libre.

Vivo y solitario.

Decían que tenía un mundo por delante. Pero aún no lograba divisar ese mundo, solo un espacio hueco y aburrido, en el que se encontraba fuera de lugar.

Sacó su iPhone plateado del bolsillo trasero de su tejano y comprobó si había alguna llamada. No quería preocuparse, porque, de hecho, él ya no pensaba en ella como si fuera nada suyo. Pero Sophia lo había llamado todos los días desde que salió del hospital George Washington. Y lo había hecho durante casi dos meses, preocupándose por él, por su lesión del brazo, por si ya había cicatrizado su herida del cuello, por si tenía pesadillas… Además, le informó de que había retirado la denuncia y de que el juez, después de sus súplicas, había anulado la orden de alejamiento.

De la última vez que hablaron hacía poco más de dos semanas. Ella lo llamó para explicarle que se sentía inquieta. Tenía una especie de manía persecutoria.

Nick lo entendía. Cuando habías vivido un secuestro, el trauma te hacía pensar y creer cosas que no son, y ella tenía la sensación de que la estaban persiguiendo. Pero solo eran fantasmas consecuencias de un trauma. Nada más. Con el tiempo, esas sensaciones se desvanecerían como el humo.

Nick se sentía culpable, pues la última vez que hablaron había sido demasiado duro y desagradable con ella. Cuando Sophie lo llamó, estaba en medio de un rastreo facial, ayudando a Markus y a Leslie en el Temptations, un club de BDSM del barrio Francés. Entonces no tenía tiempo para Sophia ni para nadie. Hablar con ella lo irritaba; oír su voz suave y temblorosa le afectaba demasiado. Porque la quería. Pero la odiaba más de lo que la había querido.

Sujetó el móvil con fuerza, cansado de aquella rutina desde que ella lo había dejado de llamar. Todas las noches desde entonces repetía el mismo ritual. Miraba el móvil, meditaba si llamarla o no, recordaba lo vivido y lo sufrido, y se volvía a guardar el teléfono.

Mejor así. Las heridas aún estaban demasiado abiertas como para hacerle creer que se creía sus disculpas y que deseaba retomar algo que Sophia y su familia se habían encargado de pisotear.

Nick, en ese tiempo, había recibido muchas llamadas de sus exsuegros. Carlo y Maria querían hablar con él, seguramente para disculparse. Seguro que lo habrían visto de refilón por la tele declarando en la resolución del caso de Yuri Vasiliev y que se habrían dado cuenta de que era una especie de héroe nacional. Pero Nick no deseaba conversar con ellos, no quería escuchar ni halagos ni disculpas de nadie.

En ese momento, el teléfono sonó, con la canción de It Girl, de Jason Derulo. Era el tono de voz que había escogido para su amiga Lady Nala, la agente Cleo Connelly.

—¿Qué pasa, Nala? —preguntó solícito—. ¿Ya te deja el Rey León llamarme a estas horas?

—Eh, Nick… ¿Dónde estás?

—Frente al Misisipi.

—Ah, bien, entonces estás aquí.

—Sí. ¿Qué sucede, Cleo?

—Verás, te llamo porque Magnus acaba de venir a verme.

—¿Qué le pasa al mulato? —Se rio sin demasiado interés y dio otro sorbo más a su botella. Magnus era el jefe de policía de la comisaría en la que trabajaba Cleo.

—Oye… ¿Estás bebiendo?

—No, qué va…

—Pues más vale que tires esa botella a la basura y espabiles, ¿me oyes?

Nick arrugó el cejo con incredulidad. En ocasiones, Cleo tenía una naturaleza de lo más dominante.

—¿Qué es lo que hace que te pongas así? Me muero por saberlo. ¿Qué ha pasado? —Su voz sonó impersonal.

—Carlo Ciceroni ha venido a poner una denuncia a la comisaría. —Dejó caer la bomba sin anestesia.

Nick resopló, hastiado. Carlo ya sabría que andaba por Luisiana y quería denunciarlo de nuevo, con la excusa de que violaba la orden de alejamiento.

—Maldita sea —gruñó—. ¿Me ha denunciado?

—¿A ti? No. A ti no. —Cleo parecía preocupada.

—¿Y entonces? —No comprendía.

—Nick…, préstame atención. Carlo ha denunciado la desaparición de su hija. La esperaban esta mañana para que recogiera a Cindy. Sophia había ido a Chicago a negociar la compra de un local, y les había dejado a la pequeña a sus padres… La última noticia que tienen de ella es de las ocho de la mañana. Acababa de llegar al aeropuerto de Luisiana y se dirigía hacia Thibodaux. Sus padres la han llamado repetidas veces. El teléfono suena, pero no han dado con ella y no creo que le quede mucha batería… Y… ¿Nick? ¿Nick, me estás escuchando?

La botella que sostenía cayó al suelo y lo que quedaba de licor se desparramó por la tierra arenosa. Un sudor frío le recorrió la espalda, acompañado de aquel extraño hormigueo que producía el miedo.

Sophia jamás tendría a sus padres tanto tiempo desinformados. Si le hubiera pasado algo que ella pudiese contar, ya les habría contactado. Aquello no era normal. No era propio de una mujer tan responsable y respetuosa como ella.

¿Y si…? ¿Y si el miedo que tenía Sophia estuviera justificado? ¿Y si no era fruto del shock?

Se llevó la mano al pecho. Podría jurar que su corazón se había olvidado de latir. Apretó los dientes con fuerza y se pasó una mano temblorosa por la nuca, hasta que contestó con determinación:

—Poned inmediatamente a un equipo de búsqueda, Cleo. Que rastreen el aeropuerto y todo el perímetro que va desde este a Thibodaux —ordenó.

—Eso ya lo hemos hecho —aclaró ella—. Lo que quiero saber es si tú vas a echarnos una mano. ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar?

—¿Alguna idea? No. Pero, por supuesto que os voy a ayudar, joder. Ahora mismo voy para allá.

Nick colgó el teléfono inmediatamente y rodeó el Evoque. Se subió en él y encendió el motor hasta que las luces y el ordenador de la consola iluminaron el interior del vehículo. Apretó un botón en la guantera, y de él emergió un ordenador portátil negro integrado en el mismo coche.

Jamás había sentido tal ansiedad. Rezó para que a Sophie no le sucediera nada malo… y para que su iPhone todavía siguiese encendido. Se sabía las claves de su Id de Apple y pensaba rastrear su teléfono hasta que diera con su posición exacta.

Si a su exmujer le había pasado algo, él sería el único que la podía encontrar. Tenía los medios para ello.

Y cuando Nick buscaba algo, siempre lo encontraba. Era un rastreador nato.

Sophia había llegado a su vida cuando él no la buscaba, pero ahora era el momento de buscarla, de dar con ella de nuevo.

Y rezaba por que nadie le hubiera tocado un pelo. De lo contrario, habría firmado su sentencia de muerte.

Habían tenido sus diferencias, pero él iba a morder y matar por la madre de su hija.

¿FIN?