Capítulo 16
Al día siguiente, Nick echó a Sophiestication del torneo gracias a una carta de eliminación. Adujo que era muy celoso y que quería la atención de su ama solo para él.
Thelma no podía hacer nada, ya que Nick era el portador de la carta y sus órdenes primaban. Nicholas se la sacó de encima, tal y como quería.
Sophie no tardó en descubrir que en ese torneo nada era lo que parecía ser. La secuestraron antes de que se fuera al aeropuerto y la retuvieron junto a otras sumisas.
Esas horas que pasó secuestrada y que vivió en una suerte de limbo por las drogas que le hicieron tomar fueron como una neblina borrosa que no le dejaba recordar nada. Ni siquiera el miedo.
Y lo había sentido. Estaba segura de ello. Lo sintió cuando la secuestraron, cuando unas manos le cubrieron la boca dentro de un taxi que ella misma había pedido para que la dejaran en el aeropuerto. Pero, después del susto inicial, le inyectaron algo y el efecto no se le pasó hasta que el FBI hizo una redada en el crucero al que la habían llevado, a ella y a las demás mujeres que habían secuestrado para vendérselas a unos compradores extranjeros, y la liberaron.
Ahora estaba en observación, en el hospital George Washington, a punto de recibir el alta. Ella no había resultado herida tras la intervención policial, como sí les había sucedido a otros.
Thelma había muerto a manos de Venger, el villano más poderoso de todos los sadomasos que participaban en Walpurgis.
Sophie se miró las manos. Pensaba en Thelma y se le caía el mundo a los pies… Su amiga había muerto. Estaba tan llena de vida días atrás, y ahora yacía bajo tierra. Los dedos tiritaban como si tuvieran frío, pero en el hospital la temperatura era la idónea. No podía salir del shock.
Y la mayor sorpresa de todas era una que todavía no conseguía asumir. Su exesposo, su exmarido agente comercial, respetable, bueno, sin grandes ambiciones, excepto la de sacar su familia adelante, era, en realidad, un agente del FBI. ¿Lo sabrían Joseph y su mujer? ¿Lo sabría Clint?
Ella lo supo gracias a la conversación que tuvo con su subinspector Elias Montgomery. Él le había dicho que el agente Nick Summers pedía, por favor, que la tratasen bien, con todo tipo de cuidados. Y por eso se había tomado la licencia de visitarla personalmente.
—¿Agente? —preguntó Sophie, confusa.
—Sí… —Montgomery frunció el ceño, y después deseó haberse mordido la lengua—. Disculpe, tal vez usted…
—No se disculpe —le pidió, levantando la mano que tenía el suero inyectado. La ansiedad la había deshidratado un poco, pero ya se estaba recuperando—. ¿Dice que Nick Summers es un agente del FBI?
—Sí, señora. Maldita sea —gruñó mirando hacia un lado—. No recordaba que usted no lo sabía…
—Ah, ¿que ya saben que yo no tengo ni idea de nada? ¿Así de fácil? —replicó ofendida.
—Señora. —Se frotó la calva—. Cuando Nick se recupere podrán hablar.
—¿Se recupere de qué? ¿Nick está bien? —Se incorporó de golpe, asustada por el tono del subdirector—. ¿Dónde está? ¿Está aquí?
—Sí. En la planta de arriba, junto a los demás agentes implicados en la misión. —La obligó a estirarse de nuevo—. Ya se lo contará él, supongo.
—Supone mal —contestó—. ¿Insinúa que todo este torneo formaba parte de una misión del FBI?
—No. El torneo no formaba parte de nada —aclaró dirigiéndose a la bombona de agua y llenando un vaso de plástico para ofrecérselo—. Beba, por favor. Mis hombres estaban infiltrados para desmantelar la organización de sádicos que estaban asesinando a sumisas y a sumisos sin contemplaciones. Por eso estaban aquí. Llevaban preparándose para esto más de año y medio.
—Año y medio —repitió, completamente perdida. Año y medio. Eso daba para mucho.
Montgomery carraspeó, incómodo.
—Seguro que serán detalles que Summers le explicará, a no ser que también decida mantener el secreto profesional. —Miró la punta de sus zapatos con incomodidad, como si tuviera prisa por huir de ahí y perderla de vista—. Deseo su pronta recuperación, señorita Ciceroni.
—Gracias.
—Ahora debo irme. Comunicaré a Summers que se encuentra bien.
—Dígale que mañana me darán el alta —le dijo antes de que dejara su habitación del hospital.
Montgomery asintió con la cabeza antes de desaparecer tras la puerta.
Sophie apoyó la espalda en el respaldo de la camilla y miró la ciudad a través de la ventana del hospital. Siempre le había gustado Washington. Una capital limpia, llena de cultura y civismo, de calles cuidadas y parques modélicos… Allí vivía Nick porque se suponía que ahí tenía su trabajo. Y ahora ya sabía por qué. En Washington estaban las oficinas federales.
Enfadada con Nick y consigo misma, por su propia ceguera e ignorancia, apretó los dientes para no chillar de impotencia. Miró su alianza, y después el vaso de plástico que le había dado Montgomery, todavía lleno de agua, y, con un impulso de impotencia y decepción, lo lanzó contra la pared, salpicando el papel azulado y la televisión que colgaba del soporte.
Tal vez había sido una mala esposa.
Pero Nick tampoco era lo que se podía decir un marido ejemplar.
Con los ojos llorosos, se cubrió la cara con la almohada.
¿Durante cuánto tiempo le había mentido?
* * *
Al día siguiente, se vistió con minifalda negra, blusa blanca, americana del mismo color y tacones, para sentirse poderosa y seria. El día anterior por la tarde, intentó visitarle, pero Nick no le permitió entrar, el maldito.
Esta vez, sin bata de interna, se sentía más fuerte. Se decía que la ropa marcaba cierto respeto. Habían recuperado sus maletas y su documentación. Se registró en un hotel cercano al hospital, y compró algo de ropa.
Pero encontrarse a Cleo Connelly o Lady Nala, como se llamara, en el ascensor, de camino a la quinta planta, resultó humillante.
Sophie iba a necesitar terapia, estaba convencida. O, tal vez, los cambios en su vida en los últimos meses la habían hecho más fuerte de lo que parecía. Tal vez por ese motivo se vio capaz de enfrentarse a aquella pelirroja Cleo sin derrumbarse.
Después de dirigirle una tímida sonrisa a la joven de ojos verdes y aspecto surfero, se saludaron.
—Sophie.
—Hola, Cleo.
—Yo… Dios, ni siquiera sé qué decirte…
—No digas nada. —Gracias a Dios, las gafas de Prada negras, grandes y de pasta, cubrían parte de un moratón que tenía en la mejilla. Se lo hizo cuando intentaron forcejear con ella para llevársela. Hasta que un tío con cresta y acento ruso la liberó. Era del FBI, al parecer, y lo llamaban Markus—. No hace falta que digas nada. Las palabras, en casos como este, sobran.
—Sí —contestó Cleo retorciéndose las manos, tan incómoda como ella—. ¿Vas a ver a…?
—¿A Nicholas? Sí —carraspeó—. Eso si me deja, claro. Las dos veces que lo he visitado me ha echado de la habitación —murmuró avergonzada.
—Qué zoquete. Fue un acto muy valiente hacer eso por él, Sophie —reconoció—. No sabía que eras Louise Sophiestication. Dios… No lo habría imaginado nunca.
—Iba siempre enmascarada. —Se encogió de hombros—. Era normal que no me reconocieras.
—Pero tú a mí sí.
—Oh, Dios —resopló—. Sí. Y cuando vi que hacías de ama de Nicholas, no me lo podía creer. No entendía qué hacía Nick ahí, de sumiso… Me dejó desorientada.
Cleo sonrió, la entendía.
—No soy capaz de imaginar el miedo que pasaste cuando te diste cuenta de que te ponían a la venta…
Sophie apretó los dientes y miró hacia otro lado. Claro que sintió miedo. Pero las drogas hacían olvidarlo todo.
—Me retuvieron en la isla. Pensé que… Pensé que me iban a matar… —Exhaló, como si no tuviera fuerzas para continuar—. No sabía qué estaba pasando… Me drogaron… Nos drogaron a todas.
—Pero eso ya ha pasado. —Cleo le puso una mano en el hombro—. ¿Sabes?, Nick dejó de jugar de dominante en la misión, después de lo tuyo.
Sophie no quería pensar en eso. Pero sabía que era cierto. Y le daba tanta pena y tanta rabia haberle hecho tantísimo daño… ¿Cómo lo podía arreglar? ¿Cómo iba a perdonarle la mentira sobre su trabajo?
—Bueno, no me extraña… Lo dejé traumatizado —juró arrepentida.
—Fuiste tan osada… Te admiré mucho cuando Nick me dijo que eras tú. ¿Cómo te atreviste a meterte allí, en un torneo así?
—Yo solo quería recuperar a mi marido… Las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. ¿No dicen eso?
—Sí.
—También fue una gran estupidez todo lo que hice cuando me asustó. Y eso… Eso no me lo va a perdonar.
—Con el tiempo…
—¿Con el tiempo? —repitió ella mirándola de reojo—. Llevaba siete años casada con él. Hemos tenido una niña maravillosa… Y ahora ya no sé ni con quién me había casado. Nicholas es agente del FBI, no agente comercial. —Por supuesto que no, joder. No era un simple agente comercial. El Estado utilizaba las habilidades de Nick para otras cosas—. Me secuestraron en el maldito torneo de BDSM, y a él por poco lo matan… Vi cómo…, vi cómo Venger mataba a Thelma. —Los ojos se le llenaron de lágrimas. Recordaría para siempre esa imagen tan salvaje. Tendría pesadillas para siempre—. Y yo no tenía ni idea —protestó levantando un poco la voz—. Ni idea de nada, de… —susurró, mordiéndose el labio inferior.
Cleo comprendía su desasosiego. Pero, a veces, ser agente doble comportaba mentir y ocultar la identidad hasta a los que más se amaba.
A veces, ser agente doble era arriesgar la vida de aquel modo.
Las dos se bajaron en la planta quinta.
—Bueno, voy a intentarlo de nuevo —aseguró Sophie secándose los ojos humedecidos.
—Suerte —le deseó Cleo, que se detuvo frente a la puerta de Lion—. Ponte en contacto conmigo cuando lo necesites, Sophie. Nick… Nicholas tiene mi teléfono.
—Gracias —contestó ella con cara de estar a punto de enfrentarse al diablo—. No lo descarto. —Por supuesto que no. Cleo sería una magnífica fuente de información para ella. Y seguro que serían buenas amigas. Le caía muy bien.
Siguió caminando hasta pararse frente a la habitación de Nick. Llamó con los nudillos y abrió la puerta.
* * *
Una cédula con un vendaje aparatoso le cubría el brazo herido. Otro vendaje ocultaba el corte en la garganta, que había necesitado algún que otro punto.
Nick dormía, y esta vez, no había ninguna enfermera presente, ni tampoco ningún compañero velando por él.
Solo en ese momento, Sophie se acercó a la cama y le acarició el pelo que tenía pegado a la frente. Era un guerrero. Un héroe. Su superhéroe, pensó acongojada. Un hombre que quería celebrar sus victorias y logros en el más absoluto anonimato.
No quería celebrar nada con ella, por eso nunca le dijo la verdad sobre quién era o a qué se dedicaba.
Mientras Nick durmiera, ella podría tocarle sin sentirse juzgada o sucia. Sonrió con tristeza. Su cuerpo era tan grande que ocupaba toda la cama, y los pies a punto estaban de salírsele por la parte inferior.
La sábana blanca cubría unas extremidades llenas de heridas de guerra. La había salvado. Había avisado para que la liberaran, para que la rescataran. Sophie había presenciado el momento en el que degollaron a Thelma y golpearon a Nick por intentar salvarla… Eran unos recuerdos escalofriantes que jamás podría enterrar.
—Estúpido héroe… —susurró entre lágrimas, acariciando su frente y su mejilla.
La mano de Nick salió disparada y rodeó la muñeca de Sophie, que dio un respingo, asustada. Sus ojos acusadores pasaron de estar soñolientos a alerta en cero coma dos segundos.
—¿Qué estás haciendo aquí? Ayer te dije que te fueras y me dejaras solo.
—No pienso irme. Estás…, estás convaleciente —replicó ella sin dejar que su tono la intimidara.
Nick la repasó de arriba abajo, soltó su muñeca y fijó sus ojos de oro en el moratón que se adivinaba tras las gafas.
—¿Te duele? Te golpearon… Intentaste resistirte a que te vendieran y…
Sophie percibió un tono de preocupación, pero no quiso hacerse demasiadas ilusiones. Se apartó las gafas de sol para que le pudiera ver los ojos. Ese Nick era volátil, lleno de carácter y poco dado a las conversaciones amables. A lo mejor, ya no sentía nada por ella.
—Sí me duele. Pero solo si me lo toco. —El moratón sobre su mejilla era un recordatorio constante de la pesadilla que había vivido.
—Ya. —Nick miró la puerta de la habitación—. Vete.
—Nicholas, tengo algo que decirte…
—Sophia, no me obligues a presionar la alarma de la habitación o tendrán que sacarte de aquí a la fuerza. —La amenazó—. No tenemos nada de que hablar.
—¿Ah, no?
Nick intentó darse media vuelta para presionar el botón, poco paciente, pero Sophie lo cubrió con las manos impidiendo que lo tocara.
—Espera un momento. —Se armó de valor para decirle lo único que él le permitía decir antes de que la apartara de ahí y viniera una enfermera—. Sé que fui injusta contigo, y no sé qué hacer para arreglarlo…
—Cállate.
—Pero tú también te has portado mal conmigo, me mentiste. —La voz se le quebró y bajó la cabeza para que Nick no viera por enésima vez las lágrimas que se deslizaban a través de sus mejillas. ¿Por qué no podía hablar sin llorar? Se maldijo, debía de ser una cosa de familia. Era igual que su madre—. Eres un agente del FBI —dijo, incrédula.
Nick se quedó muy callado y estudió la reacción de Sophie, aunque ya no importara.
—Sí. ¿Y qué?
—¡¿Y qué?! ¡Que me mentiste! ¡A mí! ¡Y mentiste a mi familia! —le reprendió—. ¡¿Cuándo pensabas decírmelo?!
Nick sonrió cínicamente.
—¿A los Ciceroni? ¿A los que temen a las placas más que a la vulgaridad? ¡¿Tú qué crees, princesa?!
Sophie dejó ir el aire que retenía en los pulmones, y se sintió pequeña y mezquina al saber que Nick jamás se hubiera sincerado con ella por sus prejuicios hacia los policías.
—No me lo habrías dicho nunca, ¿verdad? En los ocho años que hace que nos conocemos…
—No, Sophie. No te lo hubiera dicho jamás. Porque la sola idea de perderte me consumía —dijo sin ninguna emoción en la voz, mirándola como si fuera parte del mobiliario, y no una persona con corazón—. Pero ahora ya no importa, ¿verdad? Estamos divorciados, me denunciaste… Ya no hay nada que perder. Tu familia no me va a enterrar más de lo que ya lo ha hecho. Y tú…, tú ya no me puedes abandonar y acusar de… Ya ves, que sea agente del FBI no cambia nada.
Sophie se dirigió al dispensador de agua arrastrando los pies. Parecía arrastrar una gran peso, como si ya nada pudiera importar.
Nick no sentía nada hacia ella. ¿Era eso? ¿La indiferencia, la crueldad y el desquite se debían a que no sentía nada por ella?
—Ibas a mantenerme engañada toda la vida —afirmó sin tapujos.
Nick se encogió de hombros.
—Ya tenía demasiados números en mi contra por no ser rico, ni italiano, ni saber nada sobre los campos de azúcar, ni provenir de la aristocracia de Nueva Orleans, como para, encima, soportar sentirme señalado e infravalorado por mi vocación. Sirvo a mi país. Llevo placa. Lo siento por vosotros —admitió sin escrúpulos—. Pero seguro que tus padres están contentos con el pijo de Rob. Sí, creo que es el hombre que mejor te va, ¿eh, princesa?
Ya estaba otra vez aquel tono despectivo que la sacaba de quicio.
—No seas injusto. Yo no tengo nada con Rob…
—Claro, y también juraste amarme y respetarme todos los días de tu vida. Pero no cumpliste tu juramento. Me sentenciaste. Ahora, por favor, sal de mi habitación. No eres bienvenida.
—¿Sabes cuál es la diferencia entre tú y yo? —susurró Sophie, herida al descubrir que le importaba tan poco—. Que…, que yo no he dejado de amarte, incluso cuando creía que me habías maltratado. —Se puso las gafas para ocultar su dolor—. Y que incluso ahora, sabiendo que me has engañado durante tanto tiempo, aún te quiero. Y todavía te pido que me perdones y que lo volvamos a intentar. No quiero que lo nuestro acabe así. —Sus labios hicieron un puchero y la barbilla le tembló—. Tenemos una hija…
—¿Ah, sí? ¿La hija a la que no me has dejado acercar, tratándome como si fuera un maldito asesino? ¿Qué pensabas que iba a hacerle, Sophia?
—En cambio, tú —prosiguió ella, que se sentía perdedora— no quieres aceptar mis disculpas, y me has tachado de tu vida por una simple equivocación… Eso dice mucho de tu amor por mí.
Aquella acusación tocó una fibra sensible en Nick, algo que hizo que se incorporara de la cama, a pesar del dolor, y alzara la voz:
—¡No te atrevas a hablarme de amor, niñata consentida! ¡Cuando te lo quise demostrar, me tiraste a los leones! ¡Cuando quise enseñarte qué era, me juzgaste y me denunciaste! ¡Soy un puto agente del FBI con una denuncia de violencia de género! —exclamó fuera de sí—. ¡¿Crees que ha sido ir por una camino de rosas pasearme por las oficinas con ese cartel pegado en la frente?! ¡No me hables de amor, Sophia! ¡Porque si soy culpable de algo es de haberme enamorado tanto de ti que me olvidé incluso de quererme a mí mismo y de respetarme! ¡Así que ni se te ocurra darme lecciones de lo que es querer, porque, en ese sentido, tanto tú como tu familia os podéis ir a la mierda!
Sophie abrió los ojos, estupefacta, abatida.
—¡Vete a llorarle a Rob! ¡Y de paso le explicas cómo me metiste hasta tu garganta y…!
—¡Capullo! —Sophie le tiró el agua del vaso a la cara, y salió de la habitación como un vendaval, sabiendo que sería imposible hacer las paces con Nick.
Lo había perdido.
Si le hablaba así, es que no sentía nada por ella. Sollozando y gimiendo, entró en el ascensor, deseosa de salir del hospital y con ganas por llegar a Luisiana y retomar su vida.
Le explicaría todo lo sucedido a sus padres, porque quería cerrar el tema Nick para siempre. Ellos sabrían toda la verdad. Era lo justo para Nick. Y también para ella.
Después… Después ya vería.
Ahora no podía pensar mientras le doliera el corazón de ese modo. Solo Cindy calmaría sus heridas y su derrota. Y necesitaba a su hija con urgencia, necesitaba de su cariño incondicional. Ella siempre la querría por mucho que se equivocara.
Nick, por su parte, se quedó con la vista clavada en el techo. Sintió la almohada y las sábanas mojadas, por aquel arrebato de Sophie. Le había tirado el vaso de agua a la cara, pero al menos eso disimularía las lágrimas.
Si le había ocultado algo tan importante a Sophie durante tanto tiempo, también sabría mentirse a sí mismo y fingir que ya nada le dolía.
Que no lloraba por lo que ya no tenía.