Capítulo 12
La casa estaba a oscuras. Nick había apagado todas las luces y había bajado los fusibles para que Sophie experimentara el juego en estado puro. Cuando él la persiguiera y ella buscara claridad, él no se la daría.
La necesitaba nerviosa y excitada por completo. Necesitaba que creyera y supiera que él iba a secuestrarla y a llevársela al camerino de su barco para abusar de ella. En los juegos de dominación y sumisión, los disfraces y las interpretaciones entraban dentro de una modalidad llamada role play.
Él sería un bucanero malvado. Ella, la virginal hija de un rey.
Nick ya estaba cambiado y esperaba oculto. Se apoyaba en la pared del pasillo en la que estaban el resto de las habitaciones, excepto su suite, en la que dormían junto a la cuna de Cindy.
Escuchó el clic de la puerta abrirse y siguió con los ojos a Sophie, que salía a tientas de la habitación, cambiada con su vestido rosa y largo, los hombros al descubierto y sus pechos, hinchados, que sobresalían a través del corsé atado por delante.
¿Cuánto tardaría en desvestirla? ¿Y si se lo arrancaba? ¿Sería demasiado brusco?
—Pirata Niiiiiick… —canturreó ella con inocencia—. Ya estoy aquíííí…
Nick la siguió de puntillas por toda la casa. Cuando ella se daba la vuelta, él se agachaba o se escondía para alargar el misterio y los nervios. A nadie le gustaba que lo persiguieran, y Sophie no iba a ser una excepción.
Un rato después, ella ya empezaba a perder la paciencia.
—¿Nick? ¿No te habrás ido, no? Espero que no me hayas dejado aquí sola vestida de doncella de Piratas del Caribe… —Asomó la cabeza por la cocina y tampoco lo encontró. Se estaba poniendo nerviosa. Sentía que alguien la vigilaba, y sabía que era Nick, pero eso no la tranquilizaba. La oscuridad no le gustaba demasiado… Y, de repente, el juego no le pareció buena idea—. Oye, Nick… Me aburro. Voy a encender la luz. —Pulsó el interruptor del salón, pero las luces no se encendieron. Probó repetidas veces y nada.
«¿Ha sido capaz de bajar los plomos de la casa?». La caja de los conectores estaba en el porche delantero, contra la pared. Tendría que salir para subir los plomos de nuevo. Corrió hacia la puerta de salida, dispuesta a acabar con el juego que la estaba haciendo sudar. Iba a quedar como una cobarde, pero Nick lo entendería, ¿verdad?
En el momento en el que su mano tomó el pomo de la puerta blanca de la entrada, otra mano dura y robusta le rodeó la cabeza y le tapó la boca. La apartó de la puerta y la llevó a rastras por la casa.
—¿Adónde te creías que ibas?
Sophie se quedó impresionada por la fuerza de esas manos y por lo duro que estaba Nick detrás de los pantalones. Sus nalgas golpeaban su entrepierna, ya que él la había alzado para cargarla con más facilidad.
Intentó soltarse de su brusco amarre, pero Nick no se lo permitió. Inmediatamente, le tapó la boca con algo que ató detrás de su cabeza.
¿Tenía una pelota entre los dientes? Nick la empujó boca abajo sobre la cama de la habitación de invitados.
—Hola, señorita. —Se sentó sobre sus nalgas e inmovilizó sus manos por encima de sus muñecas.
«¡Suéltame, Nick! ¡Esto no me gusta!», pensaba ella.
—Sé que no puedes hablar. Pero me han dicho que en esta casa hay una preciosa bebé durmiendo y no queremos que se despierte. —Le acarició la espalda con los dedos, y, súbitamente, sin un ápice de paciencia le rasgó el vestido de arriba abajo para dejarla desnuda, boca abajo. Necesitaba romperlo. Necesitaba ser bruto y duro. Deseaba a su esposa con demasiada fuerza.
Sophie negó con la cabeza, asustada como nunca. ¿De verdad estaba haciendo eso? ¿Acababa de romper un vestido así como así?
—¿No llevas bragas, Ciceroni? Eso no es propio de una doncella. —Sonrió mirándola con adoración. «Por Dios, qué cuerpo más bonito tiene»—. Tendré que azotarte un poco para que aprendas buenos modales.
Nick alzó una mano y la dejó caer sin demasiada fuerza, pero lo suficientemente intensa como para que le escociera un pelín.
En cuanto Sophie notó la primera cachetada se volvió loca, frenética. ¿La estaba pegando como a una niña? ¿La estaba azotando en el trasero? ¿Qué demonios le pasaba?
Después de cinco nalgadas, que Sophie soportó con humillación, se dio cuenta de que no podía hacer nada contra Nick, porque era mucho más fuerte que ella. Si él quería seguir tratándola así, no podría hacer nada para evitarlo. Sería un juguete en sus manos. Se sintió humillada y triste. Le escocía el trasero y un duro manto de vulnerabilidad la cubrió por completo.
—Mira cómo se enrojece tu piel, princesa —le dijo con un murmullo de aprobación, acariciando su nalga maltratada—. Me encanta —le susurró en el oído. A continuación, le mordió el lóbulo y ella gimió.
Sophie estaba interpretando a la perfección el papel de doncella aterrada. Coló una mano entre sus piernas y sus dedos se untaron de humedad.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Te gusta esto, Ciceroni? —preguntó, animado por su respuesta física. Tiró de sus muñecas inmovilizadas y le subió el cuerpo hasta hacerla llegar a los barrotes de la cama. Ahí las esposó a los barrotes.
«¡¿De dónde demonios había sacado esas esposas?! ¡¿Se ha vuelto loco?!».
Ella tiró de las barras metálicas del cabecero, perpleja y muerta de miedo. Quería liberarse. Quería huir de ahí. Ese juego no le gustaba. Ese Nick no le gustaba.
—No puedes escapar, princesa… —aseguró él, que se desnudó tras ella, metido de lleno en su nueva identidad malhechora.
«Pero ¿es que no ves que estoy llorando, cretino? ¡No lo estoy pasando bien!», intentó gritar. Pero la mordaza en la boca se lo impidió.
—Estás húmeda y preparada para mí —aseguró Nick, acercando su prepucio a la entrada de la vagina de su mujer—. Soy un pirata cruel y estoy convencido de que nunca nadie te ha follado así, como lo haré yo, ahora, a la fuerza.
Sophie abrió los ojos llorosos y se quedó inmóvil por el pánico. Nick tiró de sus caderas y las levantó. Después le abrió las piernas y se colocó entre ellas.
«Oh, Dios. No. No». No sería capaz. Nick no sería capaz de forzarla. Ella no lo quería hacer así… Así no. No estaba jugando. ¿Por qué no se daba cuenta?
Sophie empezó a moverse como un animal, intentando liberarse. Pero la dura silueta recortada de Nick la miró implacable. Después volvió a azotarle las nalgas como castigo por intentar huir.
—¿No comprendes que no puedes escapar de mí? —La tomó de las caderas y pegó su pubis a sus nalgas. Tomó su pesada erección con su mano libre y la guio de nuevo a la cueva cálida de Sophie—. Eres mía para hacer lo que quiera contigo. Estás atada. Y te voy a follar como follan los piratas. Sin contemplaciones —murmuró al tiempo que la penetraba, ensanchándola, internándose con empujones duros, resbalando por su matriz hasta empalarla por completo.
Sophie se quedó sin respiración. Nick era muy grueso y grande, y nunca la penetraba por completo, porque ella era estrecha y siempre le dolía. Su Nick jamás le había provocado dolor, y siempre la tuvo en consideración. Pero ese desconocido que abusaba de ella no era Nick.
¿Quién demonios era?
—Oh, sí… —gruñó Nick saliendo y entrando sin remisión—. ¿Toda entera, Ciceroni? Fíjate… —Empujó para asegurarse de que no cabía más—. Estás hambrienta hoy. Pues si quieres más, yo te daré más…
Y se lo dio. Nick bombeó en el interior de su mujer, disfrutando de sus gemidos, de sus gritos, de las nuevas sensaciones que les recorrían a ambos. Aquello también era hacer el amor. Y Nick disfrutaba porque se trataba de Sophie, y ella respondía a la perfección. En un alarde de atrevimiento la cogió del pelo al tiempo que la penetraba sin descanso y dejó caer su cabeza hacia atrás como un salvaje conquistador.
Su mujer. Suya. Su compañera ideal de juegos.
—Me corro, Soph… —susurró empezando a temblar—. Me co… Me corro.
Nick rugió al ser sacudido por el mejor orgasmo de todos los que había tenido con ella. Dejó en su interior hasta la última gota. Al final, acabó desplomado encima de ella, encajados profundamente.
* * *
Sophie ni siquiera sabía por qué estaba tan húmeda. Todo el día se lo había pasado mojada imaginándose ese reencuentro con su marido. Pero nunca pensó que aquella noche todo a su alrededor se resquebrajaría.
Ese no era Nick. Ese maltratador, abusador, violador… No era Nick.
Él no estaba en ese cuerpo. El hombre que había abusado de ella esa noche era un hijo de puta. Un hijo de puta que nunca querría a su lado.
Arrancó a llorar desconsolada, con tanta fuerza que el temblor de sus hombros sacudió el cuerpo de Nick.
—Oh, cariño… Princesa —murmuró en su oído—. ¿Te ha gustado?
Sophie tosió y empezó a temblar como si estuviera en shock. Nick, extrañado, se apartó de ella para verle la cara, pero no había luz. Saltó de la cama y salió al porche desnudo para darle a los fusibles.
Cuando entró de nuevo en la habitación, Sophie seguía en la misma posición en la que la había dejado, y lloraba con las pupilas dilatadas por la impresión, con temblores provocados por algo que Nick no se atrevía a pensar: miedo. Miedo de él.
—¿Sophie? —murmuró, quitándose el parche del ojo, apresurándose para quitarle las esposas y liberarla la mordaza—. ¿Sophie? ¿Preciosa…?
La joven huyó de él, con las lágrimas cayéndole por las mejillas pálidas.
—¿Soph? —Nick alargó la mano hacia ella, preocupado por su reacción. Una sensación fría le hizo vacío en el pecho. No le gustaba aquello.
—¡No te acerques a mí! —le gritó tapándose con el vestido que él había roto. Buscó las esposas y las miró asqueada, al igual que a aquella pelota negra con agujeros que había tenido en la boca y que casi la había hecho babear—. ¡No te acerques, hijo de puta!
—Soph, no, no… No es lo que piensas. —Nick corrió a abrir la bolsa y sacar una fusta—. Es un juego de dominación y sumisión… Esto es… Mira. —Le ofreció la fusta—. Ahora tú puedes dominarme si lo deseas. Puedes hacer lo que quieras conmigo. Incluso me puedes azotar los testículos con esto si…
—¡¿Estás loco?! ¡Te voy a denunciar!
—Pero…, Sophie, tú has querido jugar conmigo y yo…
—¡Vete a la mierda, loco sádico! ¡Me has violado! ¡Me has pegado! ¡Me has esposado! —gritó, perdida en sus terrores.
Cindy empezó a llorar al oír gritar a su madre.
—No, no, Sophie, por favor… Escúchame. —Estaba desnudo, húmedo todavía de él y de ella. Sin escudos ni defensas.
—¡Me has hecho daño! —le recriminó ella, abrazándose al vestido roto—. Te has… ¡aprovechado de mí! ¡Me has maltratado!
Cada acusación que vertía sobre él le hacía sentir vergüenza de sí mismo. Era como ácido en una herida, o como puñales directos a su corazón.
—Pensé… Pensé que lo disfrutabas como yo. —Levantó las manos temblorosas y tragó saliva. Tenía la garganta seca—. Jamás lo volveré a hacer, cariño… Perdóname… Me he equivocado. —Sus ojos dorados enrojecieron de arrepentimiento.
Sophie corrió a su habitación escapando de sus disculpas y Nick la siguió.
—¡No te acerques a mí! —repitió ella tomando a Cindy en brazos para que se calmara. Cogió el teléfono móvil, que había dejado cargando sobre la mesilla de noche, y empezó a marcar un número de teléfono.
—¿Sophie? —Nick palideció y se acercó a ella, pasándose las manos por el pelo con nerviosismo—. ¿Qué… estás haciendo?
—Te he dicho que te alejes. No me toques. ¿Papá?
—Sophie… No lo hagas. —Nick se arrodilló ante ella, perdido, confundido, desnudo en cuerpo y alma, y lloró como un niño—. Soph, ha sido un error. No lo volveré a hacer…
—Papá, esta noche mismo tomaré un vuelo hacia Luisiana. ¿Puedes enviarme a alguien a recogernos?
—No, Sophie… —pidió Nick, llorando. Eso no podía estar pasando.
—No, no estoy bien, papá. —Ella empezó a llorar, mirando a Nick con desconfianza, procurando que no se acercara ni un centímetro a su hija—. No, Nicholas no vendrá… Él… Oh, papá… —No pudo decir nada más. Se limitó a asentir a lo que su padre parecía decirle por teléfono—. Sí… Sí, de acuerdo. Sí. Ahora lo haré. Sí, papá… Bien.
Cuando colgó, Sophie sorbió por la nariz y se abrazó a Cindy, cubriéndose la boca con la mano.
Nick seguía de rodillas, indefenso y rendido. Todo. Todo lo que había construido en esos siete años y medio se había esfumado por una mala decisión.
—¿Por qué has hecho eso, Soph? Yo te quiero.
—¡No digas eso nunca más! Los hombres como tú no quieren a las mujeres —dijo temerosa—. ¡Tú…! ¡Tú no eres quien yo creía! ¡Me has engañado todo este tiempo! ¡Me has forzado! ¡Tú! —rugió, incrédula.
—¡No es verdad! No te he forzado. Pensaba que lo estabas disfrutando…
—¿Cómo voy a disfrutar algo así, maldito enfermo? —espetó mirándolo como si estuviera loco.
—No…, no te veía la cara, y como ese era el papel que tenías que hacer… —Sus explicaciones parecían ridículas ante aquella situación.
—¡Que no me hables! ¡Lárgate! ¡No te quiero ni ver!
—Pero, Sophie… —Nick se frotó la cara con las manos y se secó las lágrimas—. Escúchame al menos… ¿Qué vas a hacer? ¿Por qué has llamado a tu padre?
—¿Que por qué he llamado a mi padre? ¿Tú qué crees, cabrón? No pienso estar bajo el mismo techo que un violador —le soltó con desprecio—. Mi hermano Rick murió defendiendo a una mujer de un violador. Alguien como tú acabó con su vida. ¿Cómo crees que me siento?
—No digas eso… —le pidió, afectado.
—Y ahora yo… —Sacudió la cabeza y alzó la barbilla. Su cálida mirada castaña, a pesar del shock, se había vuelto fría—. Ni mi hija ni yo viviremos contigo. Me voy.
—¿Me vas a dejar?
—Te voy a dejar. Te voy a denunciar. Eso haré. No te perdonaré jamás. No soy de esa clase de mujeres que da segundas oportunidades cuando el hombre que dice quererlas les pega, las humilla y las viola. Yo no soy así.
—¡Sophie, maldita sea! —Lo estaba acusando injustamente. Entendía su impresión y su miedo, pero no podía estar hablando en serio—. Soy Nick. ¡Nick! ¡Tu marido! Solo estaba jugando, joder. —Se acongojó de nuevo e intento abrazarla, para que juntos encontraran una solución a aquel malentendido. Necesitaba tocarla y sentir que lo aceptaba.
—¡No! ¡No! ¡No me toques! —Ella estaba completamente ida, sin atender a sus palabras—. ¡Vete!, ¡vete! No te quiero ver más… ¡Vete! —le ordenó con los pulmones llenos de ira y decepción.
Nick, asustado, agachó la cabeza como un perro apaleado. No sabía ni qué hacer ni adónde ir.
Cogió algo de ropa sin ton ni son y las llaves de su coche, y salió de la casa.
Tal vez, cuando volviera, Sophie hubiera recapacitado. Seguro que se la encontraba con Cindy, sentadas en el comedor, esperando para hablar civilizadamente y aclarar las cosas. Una historia como la de ellos no podía acabar así. No tendría sentido.
Arrancó el todoterreno, dispuesto a conducir toda la noche, esperando despertar de aquella pesadilla que cada vez se parecía más a una broma de mal gusto.
Sophie se había enamorado perdidamente de él, del Nick que ocultaba su identidad laboral y que la había engañado desde el principio.
En cambio, justo cuando quiso mostrarse ante ella, desnudo y con el corazón de amo en la mano, ella parecía asustarse, desenamorarse, lo tachaba de violador y lo abandonaba.
Si había una moraleja de todo aquello, él no la sabía leer. Pero, tal vez, Clint Myers y Lion Romano podrían ayudarle a iluminarlo.
Necesitaba a sus amigos. Ahora más que nunca.
* * *
Aquella noche fue la peor de su vida.
Cuando contó angustiado a Lion y a Clint lo que había pasado, sus dos amigos no podían creer peor desenlace para él.
Romano escuchaba atentamente la narración de Nick. Comprendía la decepción y la desazón de su agente, pero, de algún modo, podía llegar a entender el pánico de Sophie, y más todavía después de conocer lo que había pasado con su hermano, Rick.
—Me ha metido en el mismo saco que al asesino de su hermano —explicó incrédulo, bebiendo un vaso de coñac que Lion le había ofrecido—. Me ha dicho que soy un maltratador. —Tenía la mirada perdida, fija en la única estantería del comedor minimalista de Lion.
El agente vivía en un cuadriculado apartamento de lujo, de tonos blancos, grises y negros en el centro de la capital.
Clint vivía cerca de él en un loft para soltero, así que acudió inmediatamente a la llamada de socorro de sus compañeros.
—Se ha asustado. —Lion intentó excusar a Sophie.
—Por supuesto que lo ha hecho. —Nick bebió de un solo trago lo que quedaba en su vaso. Se sentía amargado y furioso consigo mismo por haber querido jugar con ella así. Tal vez jamás debió sugerirle nada a su mujer—. Joder, deberíais haberle visto la cara… Fue como si toda la confianza que había depositado en mí se esfumara de un plumazo. Así. —Movió la mano dando una bofetada al viento—. ¡Zas!
Clint tenía sus ojos negros fijos en la punta de sus zapatos, escuchando con pesar lo mal que lo estaba pasando su amigo.
—Nick…, ¿crees que Sophie te denunciará?
Lion frunció el ceño, sopesando esa desastrosa posibilidad. Esperaba que no lo hiciera, de lo contrario, Nick podría llegar a convertirse en el hazmerreír del FBI, al menos para los que estuvieran al corriente de la operación Amos y Mazmorras. Y no solo eso: los que no le conocieran, pensarían que era un maltratador, y eso no les gustaba nada a los agentes. Podrían prejuzgarle. Le señalarían como si fuera una vergüenza. Fuera como fuera, si Sophie se iba con sus padres y no hacía nada, el conflicto podría llegar a solucionarse con tiempo, pero para ello Nick debería contarles la verdad. Debería revelar su verdadera identidad de agente del FBI.
Y eso era lo que todos esperaban.
Pero si, lamentablemente, su mujer decidía poner la denuncia, la orden de alejamiento no tardaría en llegar, y Nick se vería abocado al ostracismo, a soportar aquella mancha en su expediente, como violador, y a enfrentase a la tortura de aceptar que la mujer a la que amaba lo rechazaba por mostrarle su naturaleza de amo. Ella era la única a la que, sinceramente, le había entregado el corazón.
Lion se acuclilló frente a Nick y lo agarró por la nuca.
—No te puedes hundir, ¿me oyes? —Nick alzó su mirada vidriosa y acongojada, intentando prestar atención a las palabras de su superior—. Pase lo que pase a partir de ahora, tienes que continuar y levantarte.
Clint seguía en silencio, pues sabía que a partir de ese momento, Nick viviría en un vía crucis, con el miedo de ser denunciado, con el pavor de ser rechazado por su esposa y con la inseguridad de perder el respeto dentro del cuerpo.
Pero ellos estarían ahí. Clint estaría ahí para partir caras si alguien osaba insultar o menospreciar a Nick por algo que él, en realidad, no había hecho. Del mismo modo que Nick, con su infinita paciencia, le había intentado sacar día tras día de su miseria después de su obsesión por la muerte de Mizuki.
Los amigos estaban para eso, ¿no?
Para apartar la mierda cuando estorbaba.
* * *
Sin embargo, poco pudieron hacer ante lo que Nick se encontró, al amanecer, cuando llegó a su casa con ojos sanguinolentos por el alcohol, la falta de sueño y las lágrimas de arrepentimiento.
Un coche de la policía lo esperaba en el jardín de su casa. Los vecinos de la periferia se asomaban para fisgonear. No había rastro de Dalton, que en otro momento habría salido disparado a saludarle.
Mientras caminaba arrastrando los pies hasta las escaleras del porche, para averiguar si Sophie seguía dentro o no, el policía de piel negra y alto y ancho como un armario empotrado le detuvo el paso.
Nick tragó saliva y saludó a los dos agentes con educación.
—¿Es usted, Nicholas Summers? —preguntó.
—Sí, soy yo.
—Queda usted arrestado por la violación de Sophia Ciceroni.
Le cogieron las muñecas y le dieron la vuelta. Él no opuso ninguna resistencia, perdido como estaba en sus pensamientos, sin poderse creer que Sophie, finalmente, hubiera hecho lo que él más temía.
¿Cómo había acabado de esa manera?
—Tiene derecho a guardar silencio. Todo lo que diga puede ser usado en su contra en un tribunal…
—¿Mi mujer sigue ahí adentro? —preguntó mientras lo acompañaban al coche de policía, con las manos esposadas a la espalda. ¿Vería Sophie cómo se lo llevaban? ¿De verdad continuaría pensando que era un violador?
—Tiene derecho a consultar un abogado. En caso de que no lo tenga, le será adjudicado uno de oficio…
—¿Sigue ahí?
—Su mujer ya no está en Washington —contestó el otro agente, el de pelo blanco, mientras lo empujaba bruscamente a la parte trasera del coche.
Nick no dijo nada más.
Sophie se había marchado. Seguramente, habría ido con sus padres.
Apoyó la cabeza en el cristal de la ventana y tragó con amargura lo poco que le quedaba de orgullo.
No tenía nada más que decir. No había nada más que hacer.
Todo había acabado de la peor de las maneras. Lo que vendría tras una denuncia de ese tipo sería una noche interminable en el calabozo. Una noche en la que se regodearía en su propia miseria, recordando una y otra vez lo que había hecho mal esa noche para destrozar la vida que había construido durante siete años y medio.
Tras la denuncia, en función de todo lo que valorase el juez tras la declaración de Sophie, se dictaminaría la sentencia.
Aunque Nick sabía que un hombre con una denuncia de maltratos a sus espaldas estaría sentenciado de por vida.