RETRATO DE ANDREA
HASTA aquí, la exposición de los acontecimientos de los que fui testigo tras la desaparición de mi hijo Andrea y los motivos que me han impulsado a publicarlos.
Ahora bien, creo que para poder valorar mejor lo ocurrido, y situarlo en su marco correcto, es justo que hable también de él, que describa su vida terrena y refiera algunos de los hechos excepcionales que la caracterizaron y que pueden considerarse premonitorios de lo que posteriormente sucedió.
Andrea era el sexto de mis hijos. Nació cuando mi mujer y yo estábamos ya en la cuarentena, en una época en la que me hallaba especial e intensamente comprometido con Acción Católica. Su llegada la consideramos inmediatamente como un regalo, ya que no esperábamos tener más hijos. Decidimos llamarle Andrea tras haber escuchado una plática sobre este santo, hecha por nuestro obispo durante una asamblea de los hombres de Acción Católica.
Curación milagrosa
Cuando Andrea tenía cinco años sucedió un hecho extraordinario. Perdió completamente la audición del oído izquierdo a causa de una recaída en la rubéola. Lo llevamos a los mejores especialistas de Trieste (el Profesor Mario Rusca y el Dr. Eugenio Rainis) quienes lo visitaron a conciencia, constatando, ambos, que la audición de aquel oído había desaparecido por completo.
El diagnóstico fue claro: como sucede algunas veces, aunque raramente, el nervio auditivo había sido destruido por el virus. Las células nerviosas, al contrario de las demás, no tienen poder de regeneración o reproducción y, en consecuencia, la lesión era del todo irreversible.
Naturalmente, no nos contentamos con este diagnóstico y buscamos otras opiniones. En Padua, solicitamos una entrevista con el ilustre Profesor Arslan, de renombre internacional por su gran competencia.
Al no poder éste damos hora hasta un mes más tarde y con el fin de no perder tiempo dada la ansiedad que sentíamos, pedimos ser recibidos por otro ilustre profesor, también de Padua, el Dr.Oscar Sala. Su diagnóstico, tras visitar al niño, fue el mismo que ya nos habían dado. Nos entregó un informe para el médico de Trieste confirmando la irreversibilidad de la lesión.
En la fecha fijada, llevamos a nuestro hijo a la consulta del Dr. Arslan. En la sala de espera había pacientes llegados de Sudamérica y de distintos países europeos. Desgraciadamente, no hizo más que decimos lo que ya sabíamos: el nervio auditivo no tenía ninguna posibilidad de regeneración. Por propia iniciativa, nos dió su diagnóstico por escrito. En él destacaba la naturaleza totalmente irreversible de la pérdida de la audición, a fin de que el niño quedara, en su día, exento del servicio militar.
Comenté la desgracia con uno de mis clientes, quien, poco tiempo después, me informó que había hablado de mi hijo con un médico de Toscana de mucha fama, el cual, ante la excepcionalidad del caso, tendría mucho gusto en examinar a Andrea. Se trataba del Dr. Ettore Tarani, quien deseaba verificar si la causa de la sordera era realmente la diagnosticada por los demás médicos o podía ser otra. Concertamos una cita y fuimos a su consulta. Dedicó prácticamente toda una mañana al niño y le hizo todas las pruebas y controles imaginables. Al concluir, confirmó el diagnóstico de los demás especialistas: no existía solución, el nervio había sido destruido por el virus y la recuperación era imposible. Añadió que, honestamente, nos recomendaba que desistiéramos de llevar a nuestro hijo a otros médicos, ya fuera en Italia o en el extranjero, puesto que el diagnóstico sería siempre el mismo. Debíamos resignamos y aceptar los hechos.
Convencidos de la impotencia de la medicina decidimos recurrir a quien está por encima de ella, es decir a Dios.
Primero, llevamos al niño a Padua a implorar la gracia de su curación ante la tumba del Padre Leopoldo, muerto en olor de santidad y actualmente ya canonizado. Después, mi esposa y yo viajamos a Lourdes solos, a fin de no imponer a Andrea, que sólo tenía cinco años, las incomodidades de un viaje tan largo.
A nuestro regreso trajimos agua bendita. Mi mujer empezó, cada noche, cuando el niño rezaba sus oraciones antes de acostarse, a tocarle el oído con el agua de Lourdes, rogándole a la Virgen que le curara el mal (el «búa», como dicen los niños en nuestra tierra).
Andrea cogió la costumbre, cada noche al ir a dormir, de arrodillarse ante la mesita donde estaba la estatuilla de la Virgen de Lourdes que contenía el agua de la santa cueva. Hacía la señal de la cruz y se tocaba el oído con el agua bendita, pidiéndole a la Virgen que le curara su «búa». Después, en el momento de acostarse, ponía debajo de su almohada una reliquia del Padre Leopoldo.
Lo hacía con tal empeño y tanta seriedad que empecé a preocuparme, pensando que en el caso de que no obtuviera la gracia, quizás, con el tiempo, pudiera tener una crisis de fe. Aconsejé a mi esposa que se las ingeniera, no para impedirle estas devociones, pero si para que poco a poco disminuyera su interés. A mi mujer se le ocurrió mandarlo unos días a casa de los abuelos, que vivían en una localidad cercana a Trieste, sin darle, a quien le acompañó, la estatuilla de la Virgen con el agua. La primera noche Andrea la reclamó y al día siguiente hizo telefonear al abuelo para que pidiera que se la mandáramos. Mi mujer se la envió, pero cuando llegó a manos de Andrea era ya la víspera de la fecha fijada para su regreso.
Una vez en casa y cuando estaba en brazos de su mamá, ésta, por error, le dijo unas palabras cariñosas en el oído enfermo. Andrea contestó. Anteriormente, no oía absolutamente nada en aquel lado. Al darse cuenta de su error y asombrada de la reacción del niño repitió el experimento. Andrea volvió a contestar. Entonces me llamó: «¡Lino, Andrea oye!».
Inmediatamente, hicimos un experimento. Llevamos al niño a casa de unos vecinos, yo llamé por teléfono desde la nuestra y su madre le puso el auricular en el oído enfermo. Andrea oía perfectamente. Repetimos el experimento con el mismo resultado. Felices, decidimos ir de inmediato al médico de Trieste que le había examinado. Andrea se mostraba contentísimo con su curación. El médico le hizo enseguida una audiometría, que mostró una capacidad auditiva perfecta en el oído izquierdo, idéntica a la del derecho, mientras que la precedente había mostrado que el oído izquierdo estaba privado de toda capacidad auditiva.
Volvimos a pasar por los consultorios de los distintos médicos que habíamos visitado precedentemente. Todos quedaron sumamente sorprendidos y fueron incapaces de dar una explicación.
Por mi actividad como presidente de la Junta Diocesana de Acción Católica, me hallaba en contacto permanente con el arzobispo de Trieste, Monseñor Antonio Santin, a quien había mantenido al corriente de la enfermedad de mi hijo y del hecho de haber recurrido a Dios para obtener su ayuda en la curación. También le había pedido que se uniera a nuestras oraciones, a fin de obtener la gracia solicitada. Por ello, lógicamente, cuando Andrea se curó milagrosamente le informé del hecho, diciéndole que ya no hacía falta seguir rezando pues habíamos obtenido la gracia. Además, le enseñé toda la documentación e informes de los médicos.
Sin que yo supiera nada, por su propia iniciativa y de su puño y letra, escribió un artículo en el semanario católico diocesano «Vita Nuova», donde, de forma explícita, informaba del hecho milagroso citando el nombre de mi hijo.
La noticia fue, después, íntegramente reproducida en el periódico local «Il Piccolo» del 15 de julio de 1961
He referido todo el caso con tanto detalle para que se pueda apreciar la seriedad del mismo.
Debo también añadir, que un muy querido colega y amigo, presidente de los Hombres de Acción Católica en aquel entonces, al enterarse de la curación de Andrea me dijo: «Ya que Dios ha querido dar un signo tan especial a tu hijo, quien sabe que designios debe de tener para él». Estas palabras se grabaron en mi corazón y me hicieron pensar que, tal vez, Dios reservaba a mi hijo una vida edificante, quizás como sacerdote.
Una vida ejemplar
A pesar de mis convicciones católicas, siempre he pensado que el camino de la santificación puede recorrerse desde el laicado y que el sacerdocio es un camino más duro, más difícil y que tiene mayores peligros morales. Por ello, siempre consideré la hipótesis de que uno de mis hijos fuese sacerdote con cierta aprensión, deseando que, para llegar a Dios, eligieran un camino más fácil y no el más difícil y peligroso.
Por esta razón, pensé que si hubiera hecho participar a Andrea de un ambiente demasiado fervoroso, dada la experiencia milagrosa por la que había pasado, quizás hubiese sido llevado a énfasis religiosos superiores a sus fuerzas. Por eso, le mantuve siempre alejado de todo tipo de asociaciones católicas militantes, justamente lo contrario de lo que había hecho con sus hermanos, dándole, no obstante, una educación católica. En efecto, Andrea, al igual que sus hermanos, fue siempre muy buen católico, practicante y observante. Creció y llegó a la edad en la que fue asesinado habiéndose comportado siempre de forma ejemplar. En toda su vida, jamás tuve ocasión de hacerle el más mínimo reproche.
Un ejemplo significativo de su comportamiento podría ser este: un día, cuando tenía seis o siete años, discutió algo acaloradamente con uno de sus hermanos mayores. Yo intervine en tono tranquilo y amable diciendo: «Andrea, me parece que hoy estás un poco nerviosillo». No dije nada más. No contestó. Poco después, salió de la habitación junto con su hermano y le dijo: «Has sido malo, has hecho que papá me riñera».
Este fue, por llamarlo de alguna manera, el único reproche -aunque de hecho no lo era- que hice a mi hijo Andrea en toda su vida. Me parece un ejemplo significativo de su sensibilidad.
En la escuela cumplió siempre con todos sus deberes. Jamás un suspenso, jamás un examen de recuperación, jamás una clase particular. Superado el Bachillerato, en la rama de letras, se inscribió en la Facultad de Derecho. Su jornada estaba íntegramente dedicada al estudio, a las actividades deportivas y a la familia. Nunca participó en actividad política alguna, ni en asociaciones civiles de cualquier tipo, aparte de las que correspondían a su actividad deportiva. Únicamente, en la época del referéndum contra el divorcio, colaboró con un comité cívico en la distribución de panfletos en contra, dentro del marco de su escuela.
He intentado educar a todos mis hijos en la autodisciplina y la responsabilidad, por lo que jamás he intentado meterme en su «privacy». Andrea era muy reservado, fuese por esta razón o, sobre todo, por su carácter, parecido al de su mamá.
Desde que empezó a ir a la escuela alternó los estudios con el deporte. Primero, se dedicó al baloncesto, en el que destacaba por su buen desarrollo físico y por su altura (1,96 m.). Más adelante, lo dejó por el balonvolea, distinguiéndose también en esta actividad, tanto que pasó a formar parte del equipo nacional de la serie A. Ello le permitió obtener unos ahorros, con los que pudo comprarse un coche por sus propios medios. Siéndole muy útil para poder ir a los entrenamientos de última hora de la tarde sin tener que depender del mío, que le prestaba a mi regreso a casa pero nunca a horas fijas.
Otra característica de su carácter era la humildad. No le gustaba absolutamente nada recibir alabanzas y las esquivaba. Si en la Universidad hacía algún examen brillante no nos lo decía nunca. Algunas veces, me enteraba por medio de alguno de sus profesores o ayudantes, al encontramos en los Tribunales, cuando me felicitaban efusivamente por tal o cual examen de Andrea.
Era muy escrupuloso en el cumplimiento de sus deberes. En su último examen universitario, el de Derecho Administrativo, tuvo una media superior a 29 sobre 30. Otra vez, en un examen al que era consciente de ir bien preparado, tuvo una nota de 28 sobre 30. No satisfecho con ella prefirió examinarse de nuevo a fin de mejorarla.
Era ejemplar en todos sus deberes y especialmente escrupuloso en todo lo que tuviera relación con la honestidad. A título de ejemplo citaré algunos hechos:
Aprovechando la circunstancia de que yo, en mi respeto por su autonomía, no asediaba a mis hijos con preguntas demasiado concretas sobre el desarrollo de sus estudios, nunca me decía para que examen se estaba preparando, ante el temor de que, aún sabiendo que le habría molestado, yo intercediera por él ante tal o cual profesor.
En esta misma línea, cito otro ejemplo que llegó a mi conocimiento a través de terceras personas. En un examen resultó que el asistente era amigo de uno de sus hermanos. Andrea se las ingenió para pasarlo cuando éste se hallaba ausente y no tener, así, un trato de favor.
Una constante en su vida fueron los escrúpulos. Observaba atentamente las normas y reglas y se oponía a cualquier violación de las mismas.
Por ejemplo, sin hacerme ningún reproche, desaprobaba abiertamente el que yo, en ocasiones y por falta de aparcamiento, dejara el coche en algún sitio prohibido. El no lo hacía nunca, aún cuando tuviera que pasarse horas buscando.
Otro hecho significativo: Antes de su desaparición y durante las vacaciones yo solía ir de viaje y hacer muchas fotografías, algunas veces sin respetar las indicaciones de «prohibido fotografiar». Andrea no decía nada, pero lo desaprobaba. Recuerdo, al respecto, que el año anterior a su desaparición fuimos juntos a Grecia, al Monte Athos, donde está terminantemente prohibido filmar. Al llegar, hay que depositar las cámaras de video en un puesto de policía, siendo restituidas a la salida. Sin embargo, en un puerto intermedio en el que desembarcamos, me quedé con la videocámara. Cruzamos a pie un paisaje bellísimo a fin de embarcar de nuevo desde otro pequeño puerto cercano. Durante el trayecto, se me presentaron escenas magníficas que me hubiera encantado filmar. Nadie me habría visto, porqué estábamos en pleno campo y en una zona de bosques, pero no tuve el coraje de hacerlo por respeto a su sensibilidad.
En su vida únicamente un aspecto me preocupaba un poco: no tenía novia.
Una vez, discretamente, le pregunté cual era el motivo, a lo que me contestó que encontraba poco serias a todas las chicas. Yo le dije que no debía de ser tan exigente, que debía observar la educación y el comportamiento de la familia y le deseé que encontrara, lo antes posible, una compañera para su vida.
Un día me dijo que creía haberla encontrado. Me dio su nombre y apellidos. Yo conocía bien a los padres de la muchacha. Eran muy buenas personas en todos los aspectos. Una familia de comportamiento ejemplar que frecuentaba regularmente la Iglesia y los sacramentos. Lógicamente, estuve muy contento, ya que de la chica había oído hablar muy bien.
Pasado algún tiempo, Andrea me comunicó que todo había terminado. Me supo mal, pero no le pedí explicaciones. Algo más adelante, me encontré casualmente con la madre de la muchacha, a quien comenté que lamentaba que no hubiéramos llegado a ser consuegros. Ella me respondió explicándome que su hija le había dicho que Andrea era demasiado serio. La muchacha tenía apenas veinte años y deseaba asistir a fiestas, excursiones y demás diversiones propias de su edad antes de comprometerse.
Teniendo en cuenta lo sucedido, debo decir que fue una suerte que Andrea no llegara a casarse como ya habían hecho sus hermanos a su edad. Fue una gracia del Señor que así evitó otros dolores.
Cuando Andrea desapareció, sentí la necesidad y el deber de saber lo más posible respecto a su vida pasada, sus amigos y su comportamiento. Sólo obtuve elogios excepcionales sobre él y todos los aspectos de su existencia, ya fuera a través de las personas interrogadas por mi o por terceros, incluida la policía, lo cual no hizo más que agravar mi dolor por la pérdida. Todos sus compañeros destacaron el hecho de que Andrea era no sólo amistoso, sereno, bueno y generoso, sino también capaz de restablecer la paz en las discusiones que solían surgir en el ambiente deportivo en el que se movía, por lo cual era considerado un gran diplomático. Andrea estaba siempre fuera y por encima de las disputas. Además, cuando en el equipo surgían escisiones, despidos y fuertes rivalidades, él sabía mantenerse siempre en óptimas relaciones con todos. Su entrenador, un cualificado funcionario de la Seguridad Pública, añadió que incluso él, cuando Andrea estaba presente, se sentía empujado a abstenerse de usar expresiones inconvenientes. No porque Andrea protestase, sino porque se daba cuenta de que ello le hacía sentirse incómodo, por lo cual, si alguna vez se le escapaba alguna expresión malsonante se excusaba con él, quien, amable y humildemente, evadía tales excusas. Me explicó también, que en toda su carrera como entrenador Andrea era el único jugador que había conocido que se llevara los libros consigo para estudiar en las horas libres. Incluso, de vez en cuando y una vez terminado el partido, se acercaba a visitar algún museo.
Repito que, ante tantos elogios y reconocimientos, se me encogía un poco el corazón al pensar en lo que había perdido.
También era muy profunda su sensibilidad a los problemas del prójimo. Por ejemplo, no aprobaba que mi mujer y yo no recogiéramos a los autoestopistas por el riesgo que ello pudiera comportar. Opinaba, de manera reservada y sumisa, que es mejor correr algún riesgo que dejar de ayudar a los demás.
Cuando se presentaba en casa algún propagandista de alguna secta religiosa a repartir publicidad y mi esposa contestaba, más bien bruscamente, que no quería saber nada del tema, él, siempre dulce y humildemente, señalaba que se trataba de personas que creían estar cumpliendo honestamente con su deber y que como tales había que tratarlas.
Para hacer pública la figura de mi hijo Andrea he tenido que actuar en contra de mi mismo, especialmente porque sé que no habría sido de su agrado dada su modestia. Sin embargo, creo que conocer su personalidad y su vida es elemento útil a la hora de valorar sus mensajes y la posibilidad de que éstos procedan de él desde el mas allá. Sostengo la hipótesis de que nació y murió para cumplir una misión en honor a Dios.
Creo que el acontecimiento milagroso del que fue protagonista siendo niño pudo ser, verdaderamente, un signo de la Providencia.
Desde esta óptica, me atrevería a decir que cobra un significado especial la forma como desapareció, improvisada y extrañamente, sin dejar huellas, haciendo así posibles todos los hechos que nos han llevado a la situación actual y que aquí expongo.
También es posible pensar que tuvo una motivación específica el que naciera cuando nosotros ya no lo esperábamos. Aquí adquiere un sentido particular su mensaje afirmando haber nacido y muerto para cumplir una misión en honor a Dios.