INTRODUCCIÓN: LA POSICIÓN DE LA IGLESIA ANTE LOS FENÓMENOS PARANORMALES
POR el Rvdo. Giovanni Martinetti
Eminente especialista en fenómenos paranormales. Autor de importantes obras sobre el tema.
Creo oportuno empezar con la inserción de un texto que ilustra la posición de la Iglesia frente a los fenómenos paranormales y que considero esencial, especialmente para que el lector no sufra los graves males que podrían derivarse de su interés por la materia y también para evitar daños innecesarios a aquellos que desconocen el tema o tienen una opinión errónea o falsa del mismo. Este texto me fue remitido el 31 de diciembre de 1986 por el Rvdo. Giovanni Martinetti, conocido especialista en fenómenos paranormales y autor de importantes obras sobre este tema.
He aquí lo que me escribió el Padre Giovanni Martinetti:
«La Iglesia, desde mi punto de vista, se siente muy feliz de que la verdad predicada por Jesucristo reciba hoy, en un mundo secularizado, confirmación a través de hechos y verificaciones concretas susceptibles de despertar el interés de los indiferentes y de los agnósticos, quienes, sin esto, difícilmente percibirían el valor de las motivaciones más intimas y profundas de la fe.
Entre los signos e indicios de vida en el más allá señalados ya por algunos Santos Padres, hay, en primer lugar, ciertos fenómenos paranormales «espontáneos», es decir, no médiumnicos, como las bilocaciones (bilocación: Término que significa la presencia de una misma persona física en dos sitios a la vez.) de los vivos o las apariciones de difuntos (las de los santos son muy numerosas). Tales fenómenos, si son relatados por testigos creíbles y van unidos a acontecimientos objetivos (revelación de hechos desconocidos o futuros que a continuación se verifican, curaciones instantáneas, etc...), constituyen para el hombre moderno una preciosa y convincente invitación a la Fe, como ya tuve ocasión de explicar en mi libro «La vida fuera del cuerpo» (Elle Di Ci - Turín 1986).
Una segunda categoría de fenómenos a favor del más allá, es la constituida por las comunicaciones mediúmnicas que, como ya ha declarado un sinfín de veces la Iglesia fundándose en la Biblia, son un tema delicado y peligroso.
La Biblia condena la necromancia (particular tipo de comunicación con presuntos difuntos, vigente en las culturas tribales y no ausente en nuestros países), a causa de su estrecha relación con religiones mágicas y naturalistas. Dios, como ilustra la Revelación bíblica, quiere conducirnos hacia una felicidad supraterrena a través del amor, la obediencia confiada hacia El y la aceptación de determinados acontecimientos futuros que nosotros desconocemos y que son por El permitidos. El hombre, por su parte, utilizando el poder de los «espíritus» (magia, adivinación, necromancia), pretende conocer su futuro, dañar a sus adversarios por medio de sortilegios y construirse a su gusto un destino lleno de éxitos, riqueza y poder: en las culturas tribales actuales en las que se practica la necromancia el Creador no tiene cabida y, por mediación de brujos, todo el culto va dirigido a los muertos a fin de que estos perjudiquen a los enemigos y concedan ventajas materiales a aquellos que las solicitan.
Las prohibiciones del Magisterio de la Iglesia referentes al espiritismo -la última data de 1917-, se inspiran en las de la Biblia respecto a la necromancia (la cual puede presentar afinidades con determinados tipos de espiritismo), y, sobre todo, son motivadas por la posibilidad, ciertamente no remota ni teórica, de que en las comunicaciones mediúmnicas se introduzcan, bajo nombres falsos, espíritus negativos cuya finalidad es apartar a los seres vivos del buen camino, pudiendo provocar, en algunos casos, incluso fenómenos de «posesión».
Con los progresos de la parapsicología científica, los estudiosos -y también algunos creyentes- ven hoy, en la mayoría de los mensajes mediúmnicos corrientes, no la presencia de Satanás sino, únicamente, proyecciones de la psiquis del médium o de los participantes. Sólo en algunos casos reconocen serios indicios de contacto con seres inteligentes que no viven en este mundo.
1) Son los casos en que el presunto difunto muestra el carácter y la forma de pensar y hablar que tenía en esta vida la persona que él afirma ser, cuando revela nombres y costumbres de individuos que él mismo y los participantes en la sesión conocen, pero, sobre todo, en aquellos casos en que ofrece informaciones absolutamente desconocidas al médium y demás asistentes que únicamente conocía el propio difunto cuando estaba vivo y que hoy, verificadas, resultan exactas.
2) Tales revelaciones poseen, inicialmente, un valor considerable si es posible comprobar que ni el médium ni los participantes en la sesión poseen especiales y extraordinarias dotes de clarividencia (es decir, si éstos, en su vida cotidiana, jamás han tenido tales facultades), y, sobre todo, si las revelaciones se producen en presencia de fenómenos paranormales que desde el punto de vista lógico es imposible atribuirles (por ejemplo: cuando un bolígrafo escribe sin que el médium lo dirija). Las informaciones desconocidas hasta entonces y que resultan exactas constituyen un signo bastante convincente de la presencia de un espíritu que se comunica desde el más allá. Pero, también podría tratarse de entidades con un bajo grado de moralidad que dan informaciones exactas y verificables para poder engañar posteriormente en temas no controlables, consiguiendo así que los vivos adopten posturas que, a la larga, resultan desviatorias desde el punto de vista moral y religioso.
3) Dios puede querer que los difuntos intervengan en nuestra vida para ayudamos a creer en la vida eterna, para exhortamos a no enraizarnos en las cosas terrenas (Cf. Sto Tomás, «La Summa», 1,89,8 ad 2; Supl. 69,3; y otros).
El Magisterio católico, al ponemos en guardia contra el espiritismo, jamás ha confirmado que éste tenga siempre orígenes diabólicos. La Iglesia permite las experiencias en este campo a condición de que sean efectuadas por personas competentes, (que tengan una sólida formación religiosa y moral, espíritu crítico, cierta cultura en el campo de la parapsicología y equilibrio psíquico). Las permite, con el único fin de buscar la verdad y tomando las precauciones necesarias (a saber: el médium debe de haber demostrado su rectitud moral y no haber actuado, jamás, con fines lucrativos o en busca de la fama).
Con estas prescripciones el Magisterio se une a la opinión predominante entre los expertos, para quienes los fenómenos mediúmnicos, con frecuencia, son de origen infraterrestre (el inconsciente de los participantes en la sesión o el engaño del médium). No obstante, no excluye que, en ciertos casos, sean realmente los propios difuntos quienes se manifiesten.
Razonablemente, podemos creer que el presunto difunto que se comunica es, realmente, quien afirma ser si hay -únicamente- indicios suficientes para pensar que tal comunicación es voluntad de Dios y realizada en comunión con El. En estos casos, nosotros, creyentes, sabemos que:
a) El difunto no negará los puntos esenciales del Evangelio ni las enseñanzas de la Iglesia.
b) Incluso, a veces, confirmará algunos de los mismos y los profundizará.
c) Su intervención tendrá efectos positivos desde el punto de vista moral y religioso (reafirmación de la fe, paz y serenidad reencontradas, plegaria, perdón, reconciliación, etc...)
Cuando todas estas condiciones se cumplen, se pecaría de exceso de rigor metodológico si se exigieran, para creer en la autenticidad de las comunicaciones, pruebas científicas, es decir, pruebas que excluyeran de forma absoluta cualquier posibilidad de error, incluso mínimo, y que constituyeran una certidumbre matemático-física. Esta posición podría hacer fracasar cualquier investigación, tanto en el campo de la parapsicología como en todas las demás disciplinas no concernientes, exclusivamente, a los fenómenos físico-químicos.
De hecho, los propios científicos creen en otras personas, en acontecimientos y toman decisiones importantes o incluso vitales, basándose, simplemente, en certidumbres morales bien meditadas (las relaciones humanas, los hechos históricos y los testimonios relativos, los procesos judiciales, los valores humanos que no proporcionan certidumbres científicas). Y, como de hecho sucede en muchas ocasiones, un científico creyente puede, lógicamente, creer en las apariciones de Lourdes, Fátima, etc. sin que existan hechos científicos que las prueben y teniendo sólo certezas morales, lo cual sucede con frecuencia. Incluso las apariciones narradas en los Hechos de los Apóstoles, los milagros de Jesús, las profecías verificadas y las apariciones del Resucitado, que los Evangelios y la Iglesia han considerado siempre actos de fe, no pueden ser comprobados científicamente. Se basan en certidumbres morales extremadamente bien fundadas. La intuición personal lleva a la certeza absoluta de la fe gracias a la iluminación divina.
Resumiendo:- las numerosas y significativas influencias positivas conseguidas por «El más allá existe» en las conciencias, demuestran que el hombre de hoy precisa de signos externos y hechos objetivos para reforzar una fe que, actualmente, tiene dificultades para afirmarse y el deber que, nosotros creyentes, tenemos de estudiar este importante caso, al igual que el amplio y complejo campo de lo paranormal. Debemos poner fin al desinterés y a la indiferencia que, en el siglo pasado y bajo la influencia del positivismo predominante, caracterizaron gran parte de la cultura católica».