—Sí. —Su voz es suave, ha perdido el tono autoritario que le caracteriza.

—¿Por eso se marchó?

—Sí.

Este hombre y sus acciones me confunden más que nunca.

—Entonces, ¿por qué intenta llevarme por el mismo camino?

—Usted no es Rebecca, del mismo modo que yo no soy Chris.

Abandona mi despacho y le sigo con la mirada.

Salgo de la galería por la puerta principal y veo el 911 aparcado en la esquina. La tranquilidad que siento al ver que Chris me está esperando no contribuye a aliviar mi aprensión; sé que estará enfadado por haberme visto con Ricco.

Se abre la puerta y su sola imagen amenaza con consumirme. Por una vez, no quiero que la presencia de Chris me consuma. No ahora, con lo inquieta que me siento por no saber qué ha supuesto toda esta semana para nosotros.

Me inclino para colocar mis bolsas en el asiento de atrás y él me las quita de las manos. Se queda petrificado un momento y me pregunto si él también nota la tensión en el ambiente. Pone mis cosas detrás y me acomodo en el asiento del copiloto, encerrándome en el pequeño espacio junto a él. Ardo en deseos por su tacto, quiero que me toque.

Ninguno de los dos habla durante unos tensos segundos. Con una mano que me tiembla de forma desquiciante alcanzo el cinturón de seguridad y se me escurre. Chris se inclina hacia mí para ayudarme, su brazo roza mi pecho y el calor de su cuerpo me invade. Su pelo me hace cosquillas en la mejilla y durante un instante se detiene ahí, con su boca junto a la mía. Me cuesta horrores no levantar las manos y acercar sus labios a los míos, pero enseguida se ha vuelto a ir y suelto un suspiro tembloroso. Abrocha mi cinturón y vuelve a apoyarse en el respaldo de su asiento. Sigue sin mirarme. Mete la marcha y se incorpora al tráfico.

Aprieto los dedos sobre mi regazo y, cuando Chris aparca en el primer sitio que encuentra, estoy a punto de explotar.

Permanecemos un momento quietos, mirando al frente. Su silencio me mata y lucho por no gritar. Dejo caer la cabeza hacia delante y entierro los dedos en mi pelo.

—Sara, ¿qué pasó con lo de tener cuidado y avisar siempre de dónde ibas a estar?

Le miro con cara de póquer, sus palabras me pillan tan desprevenida que no puedo procesarlas.

—Fui a la cafetería para estar cerca de ti, porque estaba preocupado, y entonces te veo entrar con Álvarez, de quien no me fío.

Le fulmino con la mirada.

—Álvarez es parte de mi trabajo. Sólo de mi trabajo. Necesitas aceptar eso, como yo he aceptado que no hay nada entre Ava y tú. —Mi voz se ablanda—. Pero tienes razón, tenía que haberte dicho dónde iba. Siento haber hecho que te preocuparas.

—Maldita sea, Sara. —Enreda sus dedos en mi pelo y baja su boca hasta dejarla a un aliento cálido de la mía—. Eres la razón por la que sigo respirando —susurra—. ¿Por qué no te das cuenta de eso?

Su pregunta acaba con lo que quedaba de mi enfado. Me acurruco contra él, mis dedos acariciando su mandíbula.

—Vámonos a casa, cariño. —Me besa en la frente—. Tengo algo que enseñarte.

Chris entrelaza sus dedos con los míos mientras caminamos hacia su apartamento. Tras recorrer el pasillo, abre una puerta.

—Esto es lo que he hecho esta tarde. No te iba a dar la oportunidad de cambiar de idea respecto a la mudanza.

Entro y me encuentro con un montón de cajas apiladas y con los pocos muebles que tenía en mi apartamento.

—Te robé la llave del llavero. Mandé que lo trajeran todo para que pudieras decidir qué quieres quedarte y he pagado la fianza por cancelar el alquiler. —Me acerco a él, y su tacto es mi casa—. De ahora en adelante, lo que es mío es tuyo, Sara.

Le abrazo, apretando mi oreja contra su pecho, y no quiero soltarme. Aunque sea generoso con sus «cosas», no todo lo que es suyo es mío. Sólo él es dueño del dolor de su pasado, un dolor que, al igual que el mío, no tardará en alcanzarnos.

25

A la mañana siguiente, me termino de maquillar en el cuarto de baño. Chris y yo hemos quedado para desayunar con Kelvin, el detective. Hablaremos de Álvarez y de la referencia a la posible falsificación que he encontrado en el diario de trabajo de Rebecca. Kelvin también ha prometido crear una alerta en el ordenador que le avise si Ella reserva cualquier billete a su nombre. No es un gran consuelo, pero es mejor que nada, desde luego.

Estoy cerrando mi bolso, a punto de dirigirme hacia el dormitorio, cuando aparece Chris detrás de mí y posa una tarjeta de crédito American Express Negra sobre la repisa del lavabo. La miro con incredulidad y empiezo a decir que no con la cabeza.

—No. —La cojo y me giro hacia él—. No quiero esto. No quiero tu dinero.

—Esto garantiza que tendrás todo lo que necesites o lo que quieras hasta que podamos pasar por el banco y abrirte una cuenta.

—No, Chris, no voy a aceptarla. —No quiero ser como mi madre, dependiente de un hombre—. Quiero ganar mi propio dinero. Tengo que ganar mi propio dinero.

Toma mi cara entre sus manos.

—Quiero cuidar de ti.

Mis dedos van a su muñeca.

—Sólo quiéreme. Con eso basta.

—Esta es mi manera de quererte. Por favor. Coge la tarjeta.

Me humedezco los labios y lucho con todos los demonios de mi pasado que esta situación me trae a la memoria.

—Sólo la tarjeta, para emergencias. No quiero ninguna cuenta.

—Sara...

—Sólo la tarjeta. Ese es el trato, ¿vale? Y sólo para emergencias.

Vacila, sin duda reticente, pero finalmente cede.

—Sólo la tarjeta.

Que esté tan predispuesto a ofrecerme su espacio significa mucho más para mí de lo que creía al principio. Me pongo de puntillas y pego mis labios a los suyos.

—Gracias, Chris.

Pasa sus manos por mi nuca.

—¿Por qué?

—Por ser tú. —«Y por dejarme ser yo.»

Es viernes y, mientras cruzo el umbral del restaurante mexicano Diego María, donde Chris y yo tuvimos nuestra primera cita, siento que tengo decenas de motivos para sonreír. Hemos creado una rutina, una relación, que me hace tocar el cielo. Me lleva al trabajo y me recoge cada día. Disfrutamos de la cena en casa, que suele ser algo sencillo que preparamos entre los dos mientras hablamos con Dylan por el manos libres. Parece que ha estado aguantando bastante bien, según nos cuenta Brandy. Luego Chris desaparece en su estudio y se sumerge en su pintura hasta altas horas de la madrugada, cuando me rodea con sus brazos y dormimos. Juntos. En nuestra cama.

Saludo a María mientras la puerta se cierra a mis espaldas haciendo sonar una pequeña campana. Nada más entrar me doy cuenta de que, en lugar de su hijo Diego, el copropietario del restaurante, hay un empleado que no conozco echando una mano. Me uno a Chris en una mesa junto a la ventana: su nuevo rincón para dibujar durante el día.

—Hola, cariño —dice, poniéndose en pie para saludarme. El crudo atractivo sexual de su melena rubia contrasta con su camiseta negra de AC/DC y con sus vaqueros negros, enloqueciendo mis sentidos.

—Hola —digo, dejando que mis dedos jueguen con algunos cabellos rebeldes que cuelgan sobre su frente.

Apoya la palma de la mano en mi espalda y tira de mí. Me besa con fuerza antes de quitarme la chaqueta de los hombros y ofrecerme una silla.

—¿Alguna noticia de Blake y Kelvin sobre Rebecca? —pregunto una vez acomodada, colocando mi carpeta junto a la silla y colgando mi bolso del respaldo.

Chris vuelve a sentarse y frunce los labios de forma desalentadora.

—Nada relevante que valga la pena mencionar sobre Rebecca ni sobre Ella.

Me desconciertan todas las pistas que siempre parecen conducirnos a callejones sin salida.

—Yo tampoco encuentro más anotaciones sobre el cuadro falso que mencionó Rebecca.

—Bueno, tengo algo positivo que contarte —comenta Chris—. Me llamó tu padre.

Me pongo recta en mi asiento y me preparo para el inminente golpe.

—¿Cómo? ¿Te llamó?

Cubre mi mano con la suya.

—Relájate, cariño. Te he dicho que se trata de algo positivo. Todo va bien. Me ha asegurado que se ha encargado de Michael, después de llamar a mi banquero, claro.

—¿Encargado? ¿Qué significa eso?

—«Bajo control», fueron sus palabras. Tengo a Blake indagando sobre Michael y no le quitan ojo en ningún momento, para estar seguros.

—Bajo control —repito, tensa—. Sí. Bueno, se le da bien controlar a las personas.

Chris lleva mis nudillos hasta sus labios y los besa.

—¿Estás bien?

Afirmo con la cabeza.

—Sí, estoy bien. —Miro hacia el mostrador y compruebo que Diego sigue sin aparecer.

Chris me lee la mirada.

—Se ha marchado a París para buscar a esa estudiante de intercambio con la que tuvo aquella historia.

—Se le va a romper el corazón si le rechaza —pronostico con tristeza, ya que María me ha comentado que la chica no estaba tan loca por él como Diego por ella—. Intenté que comprendiera que no era una buena idea.

Suena mi teléfono móvil, lo saco del bolso y miro a Chris.

—Ricco Álvarez —le informo antes de contestar.

—Ah, Bella, cuéntame —me dice Ricco. Ha repetido palabra por palabra su saludo de la llamada de hace dos días—. Dime que tienes buenas noticias para mí.

—Lo siento, Ricco. Rebecca no ha llamado a la galería y nadie sabe nada de ella.

Suspira y percibo su tristeza a través de la línea telefónica.

—Por favor, haz lo que puedas.

—Lo haré. —Apenas he dicho esto cuando la línea se corta.

Pongo mi teléfono sobre la mesa y Chris arquea una ceja.

—Qué rápido —apostilla.

—Sólo quiere una cosa. Rebecca. Está completamente obsesionado con ella.

—Blake y Kelvin tienen a un hombre vigilándolo por si hace algo sospechoso.

—No creo que él le haya hecho ningún daño. Creo que realmente la quiere. Es como Diego, está persiguiendo el fantasma de un imposible.

—O persiguiendo un error que intenta ocultar —advierte Chris—. No dejes que tu gran corazón haga que te confíes y bajes la guardia.

—Lo sé. Tengo cuidado.

Aparece María con nuestro pedido de siempre. Hablo con ella un momento sobre Diego, y me doy cuenta de que está preocupada por su hijo.

Cuando se marcha, Chris me escruta durante un segundo.

—Nuestras cicatrices nos definen, Sara; Diego tiene que vivir la vida para aprender a apreciarla.

—Sí. —Se me forma un nudo en el estómago al pensar que todavía desconozco el modo en que las cicatrices de Chris le definen a él.

Se acaba su cerveza y alarga la mano para coger el tenedor.

—Come, cariño. Se te enfría la comida.

Asiento y aparto a un lado mis preocupaciones. Me habla de París, esforzándose por convencerme de que dé otro gran paso y me marche con él.

Nos retiran los platos y saco mi carpeta.

—Quiero enseñarte algo. —La abro—. Estas son las obras que he seleccionado para el encargo del inmueble de Ryan.

Paso los siguientes quince minutos enseñándole todos mis increíbles hallazgos. Levanto la vista y me siento cautivada por su tierna mirada. Roza mi mejilla con sus nudillos.

—Verdaderamente amas lo que haces.

—Sí. Esto es un sueño para mí. Pero sé... Sé que no tiene por qué ser en Allure. —Es la primera vez que insinúo que podría irme a París con él.

Se queda muy quieto.

—¿Qué estás diciendo?

Tengo cada vez más claro que París es el lugar donde podría bucear en las capas que protegen a Chris.

—Significa que mi lugar está contigo.

Nos miramos el uno al otro y casi puedo sentir cómo las raíces de nuestro vínculo se extienden en las profundidades de mi alma.

—Sí —dice con suavidad—. Así es.

El camarero nos interrumpe para traer la cuenta y la magia del momento se desvanece. Le lanzo una mirada tímida a Chris.

—Me preguntaba si cierto artista genial aceptaría peticiones.

—Casi todo es posible si quien me llama genial es cierta mujer sexy-hasta-más-no-poder que, además, comparte mi cama.

Se me calientan las mejillas al rememorar todo lo que ha sucedido en nuestra cama. Pienso, sobre todo, en las correas de cuero que ha instalado en el cabecero para atarme y atormentarme con placer.

—Sí, bueno. Mañana, por fin, veré la propiedad de Ryan para comprobar de primera mano cómo quedan mis tesoros. Esperaba que tú pudieras acompañarme porque... —Le doy la vuelta a una página que muestra una pared del inmueble y giro la carpeta hacia él—. Sueño con una silueta de San Francisco de Chris Merit. Podrías donar el dinero y yo...

—Con una condición —interrumpe, y no mira la fotografía. Me mira a mí—. Que tú poses para mí y me dejes pintarte.

Recuerdo que, en el pasado, la idea me intimidaba. Me decía que era por el talento y la fama de Chris, pero había además otro motivo. Me intimidaba lo que su pincel podría llegar a capturar, los secretos que podrían revelar cada uno de sus trazos. Estudio su mirada y veo que está en alerta. Para él la petición tiene que ver con la confianza; debo confiar en que seguirá amándome después de ver lo peor que hay en mí. Y a lo mejor, sólo a lo mejor, si deposito esa clase de confianza en él, hará lo mismo conmigo.

—Sí. Posaré para ti.

A media tarde termino de ayudar a un cliente y regreso a mi despacho, donde descubro sobre mi mesa una caja con una tarjeta. Reconozco la letra de Chris inmediatamente. Abro la tarjeta y leo: «PARA ESTA NOCHE. ÁBRELO CUANDO ESTÉS SOLA Y CON LA PUERTA CERRADA. CHRIS».

Repaso las nítidas letras de su firma, creadas por la misma mano que realiza obras maestras que se venden por millones.

Amanda asoma la cabeza.

—Ha llegado hace unos minutos. —Se muerde el labio—. ¿Puedo ver qué es?

—Eh... no. No es buena idea.

Se le ilumina la cara.

—Un regalo erótico —suspira—. Yo también quiero que un artista sexy y famoso me envíe regalos eróticos. Te cerraré la puerta.

Rompo la cinta que cierra la caja roja y me río al encontrar dentro una pala rosa y un par de pinzas para pezones con forma de mariposa. Sonrío y una ola de calor me recorre el cuerpo, pero este regalo hace que sienta mucho más que deseo. No ha permitido que nos afecte lo que pasó con Michael. Si lo hubiera hecho, no sé qué habría sucedido. Necesito la liberación que Chris me da, así sé que puedo confiar en él y que nunca me hará daño. Y ese es el verdadero regalo.

Me he pasado la tarde en las nubes, anticipando mi noche con Chris, y una hora antes de cerrar la galería suena mi teléfono móvil. Miro el número y, no sé por qué, en cuanto lo reconozco siento un violento escalofrío.

—¿Dylan? —digo al contestar, aguantando la respiración mientras espero oír su voz, joven y alegre.

—Sara.

Mi nombre, como un susurro pleno de dolor en los labios de Brandy, me atraviesa el cuerpo y se me llenan los ojos de lágrimas. Sé lo que me va a decir.

—No. No puede ser.

—Se ha ido. Mi niño se ha ido.

—Yo... —Y digo las palabras que odio decir. No puedo evitarlo—. Lo siento. Lo siento mucho, Brandy.

—Ve con Chris. No se lo ha tomado bien. Yo... Yo... Sólo... ve con él. Te necesita.

—Sí. Sí. —Oh, Dios. Chris—. Voy. Voy ahora mismo.

Llora e inspira con fuerza.

—Llámanos y dinos que está bien.

—Lo haré.

Me limpio las lágrimas que bañan mis mejillas y llamo a Chris. No contesta. Vuelvo a llamar.

—¡Amanda!

Entra corriendo en mi despacho con los ojos como platos.

—¿Qué ocurre?

—Llama al restaurante Diego María y pregunta si Chris está allí —digo, y ya estoy marcando el número de Jacob.

—De acuerdo. Vale.

Jacob contesta.

—¿Está Chris ahí? —pregunto.

—No, señorita McMillan. No ha pasado por aquí en todo el día. ¿Está usted bien?

—Ha habido una emergencia. Si aparece, llámeme.

—¿Está usted en peligro?

—No. Estoy bien. No es por mí. Es Chris. Llámeme si lo ve. —Cuelgo cuando Amanda entra de nuevo en mi despacho.

—No está allí.

—¿Tienes el número de la cafetería?

—Sí. ¿Quieres que llame?

—No. Sólo quiero el número.

Desaparece y me llama por el intercomunicador. Marco el número y contesta un hombre.

—¿Está Chris Merit ahí? —La respuesta es no—. ¿Está Ava? —La respuesta también es no—. Se me encoge el estómago. Me dejo caer sobre el escritorio.

Mark aparece en el umbral de mi puerta.

—Dylan, el paciente con cáncer del que nos hicimos amigos Chris y yo... —Tomo aire con energía—. Él... Él... —No puedo decirlo.

—Eso lo explica, entonces.

—¿Explica el qué?

—Que Chris esté en el club.

Mi mundo da vueltas, estalla en un millón de pedazos y empiezo a temblar. Las lágrimas me caen por las mejillas como un torrente.

—Señorita McMillan —dice Mark, cortante, y de algún modo lo tengo casi encima y no recuerdo que se haya movido—, tranquilícese. ¡Coja su bolso y sígame!

Ignoro la razón, pero hay algo convincente en el tono de su voz que hace que alcance mi bolso automáticamente, como si fuera un robot. Me pongo en pie, apoyándome en mi escritorio para no caerme. Pero no puedo dar ni un paso. Me flaquean las piernas y lloro.

Mark me rodea la cintura con su brazo y me levanta la barbilla para obligarme a que le mire.

—Señorita McMillan —me limpia las lágrimas con el pulgar—, ya le advertí de que Chris tenía la cabeza muy jodida. Usted lo aceptó. ¿No es así?

—Sí. Pero...

—Hoy no hay peros que valgan —dice, interrumpiéndome—. Hoy debe decidir si acepta o no su forma de lidiar con el dolor. Debe elegir ahora.

—Lo intento. Es sólo que... Pensé...

—No piense. No le traerá más que problemas. Hace tiempo que tomó la decisión. Acepte su forma de hacer las cosas aunque no la entienda, o si no, aléjese de él.

Me humedezco los labios resecos.

—La acepto —susurro.

Me aparta delicadamente.

—Entonces, en marcha.

—¿Dónde vamos?

—A mi club.

26

Mark y yo no nos decimos nada durante los veinte minutos que dura el trayecto. Parece entender que cualquier comentario me haría estallar en lágrimas de nuevo. Reposo la cabeza en el suave asiento de cuero de su Jaguar, mirando a través de la ventanilla hacia las luces y las estrellas que centellean a nuestro paso. Ahondo en lo profundo de mi ser y reabro el agujero negro en el que enterré mis emociones antes de encontrar los diarios, antes de encontrar a Chris. Para superar esto, necesito regresar a ese lugar al que esperaba no tener que volver nunca. Me pregunto ahora si fue una buena idea dejarlo atrás.

Poco a poco logro adquirir cierta compostura, que se tambalea momentáneamente cuando diviso las verjas de la enorme mansión que es el club de Mark, situada en el centro del elitista barrio de Cow Hollow. ¿Encontraré a Chris con otra mujer? Puedo aguantar muchas cosas, pero no sé si podré con estas dos a la vez.

Aparcamos delante de una larga escalinata y un guardia de seguridad vestido de traje y con un intercomunicador en la oreja me abre la puerta. No me muevo. No puedo moverme.

—Señorita McMillan.

Mark me ordena que le mire. Pero esta vez su rol de Amo no funciona. Me quedo mirando al frente. Tengo la cabeza lo bastante lúcida como para interrogarme sobre sus motivos para traerme aquí, a pesar de agradecerle que me dé la oportunidad de enfrentarme a este asunto con Chris sin que importe el resultado. Pero los motivos que empujan a Mark podrían ocultar su intención de separarnos, o... a lo mejor... está mostrando verdadera preocupación por un antiguo amigo por el que sigue sintiendo algún vínculo. No creo que importe. Lo que salga de esta noche depende de Chris y de mí, y de nadie más.

—No me va a gustar lo que me encuentre, ¿verdad? —pregunto al fin.

—No.

Su fría y dura honestidad me pone en marcha.

Sea lo que sea lo que me espera dentro, sólo quiero saberlo. Salgo del coche y, aunque me he dejado la chaqueta en la galería, bendigo el aire frío de la noche que me permite sentir algo distinto al dolor que me quema por dentro. Deslizo mi bolso sobre el hombro. El dinero y las tarjetas de crédito me facilitarán una vía de escape si la necesito, y me sorprende a mí misma esta clarividencia en medio de la tormenta. He encontrado ese agujero profundo o, por lo menos, el borde del abismo que conozco tan bien.

Mark rodea el coche, me agarra del codo y le murmura al guardia algo que no consigo escuchar. Luego me acompaña escaleras arriba hacia las puertas dobles de color rojo que sólo he franqueado antes una vez. Se abren conforme nos acercamos y otro hombre vestido de traje saluda a Mark.

Parece que se me llena la boca de algodón a medida que entramos en la mansión y pisamos la alfombra oriental tan cara. Mi mirada se dirige hacia los techos altísimos y las valiosas piezas de arte y decoración que me rodean, y casi suelto una carcajada ante la fachada de aparente decoro.

Mark señala la escalera de caracol forrada con una alfombra roja, en lugar del pasillo que queda a la derecha y que una vez recorrí con Chris. No me había fijado en que la escalera de caracol también bajaba. Ahora descendemos por ella, sin que sepa hacia dónde nos dirigimos. Descendemos y el camino circular se me hace eterno y tortuoso. El corazón me late con fuerza en los oídos, detrás de los ojos, latiendo y latiendo. Me agarro al pasamanos y sin darme cuenta me he agarrado también al brazo de Mark. No sé de qué manera alcanzamos otra puerta roja. De pronto estamos ahí, sin más. Es de madera y alabeada, con un gran cerrojo de metal. Se me hace un nudo en el estómago. Oh, Dios. Una mazmorra. Dolor. Tortura.

Mark me gira la cara hacia él, sosteniéndome la mano.

—Acéptele o aléjese de él.

—¿Por qué hace esto?

—Porque está peligrosamente cerca de caer en el abismo, y creo que usted puede traerle de vuelta.

Busco en su mirada, intentando saber si su respuesta es sincera, y lo es. Me da igual por qué le importa lo que le ocurra a Chris. Pero sé que le importa. Saco pecho.

—Lléveme donde está.

Me analiza durante un buen rato, evaluando mi estado anímico, y al parecer me da el visto bueno. Sin mediar palabra, abre el pesado cerrojo y empuja la puerta. Me llega el olor de algo especiado, como de incienso, que me quema como un ácido hecho de miedo. Aguanto la respiración al dar un paso al frente, bloqueando mis temores, y me encuentro dentro de lo que parece un calabozo, que debe tener unos seis metros de largo por seis de ancho. Al menos media docena de antorchas alumbran la sala desde las alturas.

Inhalo aire para tranquilizarme y miro fijamente la gran pantalla en blanco que ocupa la pared que tengo justo delante, muy parecida a la que usó Chris para mostrarme a una mujer a la que estaban flagelando en otra parte de la mansión. El frío me baja por los huesos y tiemblo; la sensación de estar bajo tierra y atrapada es casi insoportable.

—¿Dónde está? —pregunto.

Mark señala la puerta de madera que hay a mi izquierda.

—Está en la siguiente habitación, pero necesito dejarlo claro. Permitirle irrumpir en los juegos rompe todos los códigos de este club. Me entrometo solamente si juzgo que el bienestar de alguien está en peligro.

—¿Qué está diciendo?

—Cuando está así, va demasiado lejos. El informe que he recibido al llegar es que esta noche está peor que nunca.

Entierro las uñas en la palma de mis manos.

—Lléveme donde está.

Camina hasta la pantalla y coge un mando a distancia colocado en la pared.

—Antes de dejarle entrar, necesito saber que podrá enfrentarse a lo que se va a encontrar.

—Quiero verlo ahora —exijo, apretando uno de mis puños contra mi pecho, como si así pudiera evitar que me explotara el corazón que me late con furia.

—Las razones por las que disfrutamos aquí de los juegos son varias. La mayoría de nosotros simplemente encontramos un subidón de adrenalina y una forma placentera de evadirnos. Chris no lo hace por placer. Lo hace para castigarse.

—Maldita sea, Mark, quiero verlo.

Aprieta los labios cuando pulsa el botón del mando. La pantalla parpadea y oigo la voz de Chris antes de verle. Oigo su respiración, áspera y entrecortada. Ahora intento procesar lo que veo. Está dentro de una celda redonda de hormigón, sin camiseta, sólo con los vaqueros puestos. Tiene los brazos estirados y atados a una especie de postes. No lleva máscara, pero la mujer que está de pie tras él y que aparece en la parte superior de la pantalla sí que la lleva. Viste una especie de traje de cuero que apenas la cubre y botas altas y... ¡Dios mío! Me tapo la boca al ver cómo le suelta un latigazo en la espalda. Su cuerpo se sacude con el impacto.

—¡Más fuerte! —brama Chris, y veo cómo el sudor se le acumula en la frente—. Dame con ganas, joder, o llama a alguien capaz de hacerlo.

Le vuelve a dar. Se contorsiona por el impacto y luego suelta una risa amarga.

—¿Eres tú la nenaza o soy yo?

La mujer vuelve a enrollar el látigo.

—¡No! —grito—. ¡Basta! —Corro hacia la puerta y tiro de ella sin que Mark me lo impida. Entro al círculo de la mazmorra por detrás de Chris y la imagen de las llagas sangrando en su espalda me resulta casi insoportable.

—Al fin —ruge Chris al oír la puerta, sin la menor idea de que soy yo—. Una sustituta; confío en que seas mejor que tu predecesora.

—Suéltalo —espeto a la mujer enmascarada, mientras rodeo los postes para situarme frente a Chris. Las lágrimas le bañan la cara, una espiral de tormento gira en las profundidades de sus ojos inyectados en sangre.

—Sara. —Deja caer mi nombre de sus labios antes de echar la cabeza hacia atrás, gruñendo, sumido en la más completa angustia.

—Chris. —Su nombre es un murmullo cargado de sufrimiento y arrancado de lo más hondo de mi alma. Empiezo a llorar, temblando a medida que toco su cara, obligándole a mirarme. Baja las pestañas, negándose a hacerlo—. ¡Suéltalo! —grito, porque la mujer no se ha movido.

Escucho hablar a Mark a través de algún sistema de megafonía.

—Hazlo.

Rodeo con mis brazos a Chris. Mi hermoso hombre, roto.

—¿Por qué no viniste a buscarme? ¿Por qué?

—Se supone que nunca deberías haberme visto así. —Sus palabras suenan pesadas y doloridas, y pega su pecho al mío.

Uno de sus brazos se suelta y luego el otro y caemos juntos al suelo, donde Chris entierra su cara en mi cuello.

—No deberías estar aquí —susurra.

—Mi lugar está contigo.

—No, Sara. No lo está. Me equivoqué. Nos equivocamos los dos.

Siento sus palabras como un puñetazo en el pecho que me aplasta el corazón. Este es el momento que he temido siempre. El momento en que sus secretos nos destruyen si yo lo permito. Aprieto mis labios contra los suyos.

—Te amo, maldita sea. ¡Podemos superar esto juntos!

Toma mi cabeza entre sus manos y su aliento me abrasa la piel.

—No. No podemos. —Se pone en pie y me lleva con él—. Ven conmigo. —Me conduce hacia una puerta a nuestra izquierda que da a una habitación privada. Nada más entrar me suelta. Tambaleándome, apenas me doy cuenta de que nos encontramos en una habitación que parece la de un hotel. Me recuerda a la que visitamos la última vez que estuve en el club.

Recupera su camiseta de no sé dónde y se la pone, y oigo el quejido que intenta reprimir. Me da la espalda, metiendo los dedos en su melena rubia. Se queda así, quieto en esa postura.

Me acerco a él y alargo un brazo para tocarle, pero acabo retirando la mano por miedo a hacerle daño.

—Chris...

Se da la vuelta y me mira desde su portentosa altura, sus ojos inyectados en sangre, atormentados.

—Intenté avisarte de que te alejaras —masculla—. Lo intenté una y otra vez.

—Sigo aquí, Chris.

—No deberías.

Me encojo ante el tono lleno de inquina que ha utilizado, pero procuro recordar que quien me habla es el dolor.

—Sí, debería. Te amo.

Tensa la mandíbula y la vuelve a relajar. Su respuesta tarda una eternidad en llegar.

—Voy a coger un avión para ayudar a la familia de Dylan.

—Iré contigo.

—No. —La palabra es un latigazo que nos parte en dos—. Necesito hacer esto solo.

—No me dejes fuera, Chris —suplico.

—Te protejo.

—¿Apartándome? ¿Me proteges recurriendo a cualquier cosa menos a mí para superar tu dolor?

—Te voy a destruir, Sara, y no puedo vivir con ese pensamiento.

Casi creo oír cómo una puerta se cierra con llave entre los dos.

—No dejarme formar parte de ti... Eso sí que va a destruirme, Chris.

—Luego me lo agradecerás, te lo prometo. Voy a hacer que Jacob y Blake te ayuden para que puedas superar este asunto de Rebecca.

Como si tuviera alguna obligación de protegerme.

—No necesito que nadie me ayude a superar nada. Como tampoco lo necesitas tú, ¿no, Chris? Si hemos terminado, hemos terminado. Enviaré un camión de mudanzas para que lleven mis cosas de vuelta a mi apartamento.

—No. —Me agarra del brazo y me atrae hacia él—. No hagas que tenga que preocuparme por ti, joder, además de enfrentarme con lo de Dylan. Te vas a quedar en mi apartamento y vas a aceptar protección hasta que Blake diga que estás a salvo, o te juro por Dios, Sara, que te encerraré en un cuarto y te dejaré allí.

Aprieto los ojos e intento hallar un poco de consuelo en el hecho de que no quiere que me marche. De que a lo mejor, sólo a lo mejor, está agarrándose a mí, y a nosotros, y que esta noche el que habla es su dolor.

—Haz lo que tengas que hacer —susurro.

—Te vas a quedar en mi apartamento.

—Está bien. Sí. Me quedaré.

Poco a poco me suelta el brazo hasta dejarme ir.

—Haré que alguien te lleve a casa. Yo voy directo al aeropuerto.

Intento combatir el dolor que me impulsa a darme la vuelta y salir corriendo. Está sufriendo. Está fuera de sí.

—Cogeré un avión para asistir al funeral.

—No. No será necesario y, de todos modos, no será en Los Ángeles.

—Voy a ir al funeral —insisto, y avanzo hacia él y aplasto un beso contra su boca—. Te quiero, Chris. Nada de lo que ha ocurrido esta noche cambia eso. —Lentamente me aparto de él, pero él no me mira. Con un esfuerzo extremo, me doy la vuelta y camino hacia la puerta con una actitud impasible. Alcanzo el picaporte y vacilo, esperando que me detenga, pero no lo hace.

Deja que me marche.

No guardo ningún recuerdo de cómo consigo llegar a la entrada de la mansión. De pronto estoy bajando las escaleras y un tipo trajeado me mira con expectación. No me detengo al llegar al final. No me detengo por él. Sigo caminando y busco mi teléfono móvil mientras le ordeno que abra la verja. Marco el número de información.

—Póngame con una empresa de taxis.

—¿Para qué dirección? —pregunta la operadora.

Hago una mueca al percatarme de que no tengo ni idea de dónde estoy y ya he recorrido la mitad del camino serpenteante que conduce a la salida. No saber dónde estoy resulta ser otra fantástica metedura de pata.

—Volveré a llamar cuando vea algún cartel —digo, y cuelgo ante la verja cerrada.

La verja no se abre cuando llego. Rodeo con mis manos los barrotes de hierro y apoyo la cabeza contra el metal. Los barrotes están helados. Qué oportuno, porque yo estoy muerta de frío de un millón de maneras posibles.

El sonido de un coche a mis espaldas me da esperanzas de que se abra la verja, y al apartarme me encuentro con el Jaguar a mi lado. Se baja la ventanilla.

—Entre —ordena Mark.

Me planteo negarme, pero quiero salir de aquí. Sólo quiero salir. Me meto en su coche.

27

—¿Dónde quiere ir? —pregunta Mark, dejando el coche en punto muerto.

No le miro. Tengo la mirada perdida y le doy la dirección de mi apartamento. No me importa que no haya muebles. Chris tiene su modo de afrontar las cosas y yo tengo el mío. La idea de regresar a su casa, que se supone que debía ser nuestra casa, me resulta insoportable esta noche. Me enfrentaré a ello mañana.

—Sara —dice Mark con voz suave y me giro hacia él—, ¿está bien?

—Aún no. Pero ya encontraré la forma de sobrevivir. Siempre lo hago.

—Es mejor que no esté sola esta noche. Tengo un cuarto de invitados y vivo a unas cuantas manzanas de aquí.

—No. No voy a ir a su casa. Gracias, pero necesito estar sola.

Me mira durante un momento y mete la marcha. Empiezo a sentir que se me adormecen las extremidades. Me acuerdo de esta sensación cuando se murió mi madre. El adormecimiento de todo mi cuerpo y de mis sentimientos. Y me alegro por ello, pues sé que es la forma que tiene mi mente de sobrevivir.

Veinte minutos más tarde, rompo el silencio y guío a Mark a mi edificio.

—Puede dejarme aquí.

—Voy a acompañarla a la puerta.

Suspiro en mi interior. No voy a ganar esta batalla y ya no me quedan fuerzas para luchar.

Aparca y caminamos hasta mi puerta. Me giro hacia él.

—Gracias por traerme.

—Déjeme su teléfono. —No le pregunto por qué. Se lo entrego sin más. Teclea algo y me lo devuelve—. Mi dirección está en sus contactos. Mi oferta no caduca. Si me necesita, mi puerta está abierta.

No me planteo cuáles serán sus motivos, porque en este estado mental no pueda juzgar nada.

—Se lo agradezco.

Me observa detenidamente.

—Voy a esperar a que esté dentro y bien.

Busco en mi bolso y dejo caer la frente contra la puerta.

—No tengo la llave.

Mark se apoya en la puerta, girado hacia mí. Tiene la americana desabrochada y me choca la rectitud con la que se comporta incluso ahora, el control que posee, y le envidio por ello.

—Venga a casa conmigo —me dice—. Deje que la cuide esta noche.

Levanto la cabeza y miro sus ojos plateados, y una parte de mí quiere alimentarse del control que tiene, para hacerlo mío. Pero no. Si Chris supiera que me he ido a casa de Mark, aunque fuera para quedarme en el cuarto de invitados, se hundiría. O quizá no lo haría. Yo elegí creer que me ama lo bastante como para no hacerlo.

—No le haré eso a Chris.

Me estudia durante un rato largo y su mirada resulta más ilegible que nunca.

—¿A dónde quiere que la lleve entonces? —pregunta, empujando contra la puerta.

—A casa de Chris... —De pronto se me enciende una bombilla, me aparto de la puerta y rebusco en el bolso. Bingo. Tengo la llave de Ella. La levanto triunfalmente—. El apartamento de mi vecina. Está fuera del país. —Camino hasta su puerta y deslizo la llave en la cerradura. Afortunadamente, abre. Enciendo la luz y me giro hacia Mark—. Muchas gracias, de nuevo.

—¿Está segura de que aquí está bien?

—Sí. Muy segura.

Duda.

—Llámeme si me necesita.

—Lo haré.

Espero a ver cómo dobla la esquina antes de entrar en el piso de Ella y cerrar. Me apoyo en la puerta, posando la vista en el sofá azul y en las enormes sillas a juego, acordándome del vino y de la pizza y de las largas charlas con Ella. Debería estar de vuelta la semana que viene, si tiene pensado dar clase este semestre. No, «debería» no. Tiene que estar de vuelta en casa. Tiene que estar bien.

De repente tengo una idea. Me quito el bolso y empiezo a buscar por el apartamento cualquier cosa que pueda indicarme que está bien. Rebusco entre papeles, cajones, armarios... No encuentro nada. Ni siquiera fotos de ella con David. Ni una mención de él o de París o de la boda. Nada.

Termino en su dormitorio y me dejo caer sobre el edredón de su cama, tan blanco y suave. Mi madre está muerta. Mi padre es un indeseable al que no le importaría que yo estuviera muerta. Dylan está muerto. Ella está perdida. Chris está perdido. Todos a los que me atrevo a amar desaparecen.

Coloco una almohada bajo mi cabeza y me acurruco. La soledad es el único lugar seguro. Estar sola duele mucho menos.

Le dije que ya no puedo seguir con esto, que no puedo ser lo que necesita que sea. Me respondió que ya se encargará él de pensar las cosas por mí. Él decidirá qué es lo que puedo y no puedo ser. Luego me levantó la falda y se clavó en mí. Una vez que ese hombre está dentro de mí, estoy perdida. Pero quizá sea ese el problema. Estoy perdida.

Me despierto de golpe, dándole vueltas todavía a la entrada del diario de Rebecca con la que estaba soñando. Recorro con la mirada el dormitorio de Ella y las sombras de la noche me rodean. El sonido de unos golpes me sacude de nuevo y gateo hasta el borde de la cama. La puerta. Alguien está llamando a la puerta. Se me llena el corazón de esperanza ante la posibilidad de que sea Chris.

Me apresuro hacia la puerta y la empiezo a abrir, pero el sentido común me rescata en el último instante.

—¿Quién es?

—Blake.

Inclino la cabeza contra la puerta con resignación. Maldita sea. Maldita sea. Maldita sea. Maldita sea.

—¿Vas a dejarme entrar? —pregunta, tras varios segundos.

—¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Mark pensaba que podría encontrarte aquí.

Claro. Se lo ha dicho Mark. Suspiro con desaliento, abro la puerta y lo encuentro recostado contra el marco, con el brazo sobre la cabeza, su cabello largo y oscuro le cae caprichosamente de la coleta que tiene en la nuca.

—Chris me ha pedido que salga a buscarte. Está preocupado porque no estás en su casa.

—¿Está aquí?

Sus labios se estrechan y sacude la cabeza.

—Está en Los Ángeles.

—Claro —musito—. ¿Qué hora es?

—Las dos de la mañana.

—No quiero volver allí esta noche.

—En su casa estarás más segura.

—Claro —repito—. Porque vivo bajo la amenaza de alguien que no sabemos quién es y que podría haber matado a Rebecca. Sólo que no la podemos encontrar, ni tampoco a Ella, ni tampoco tenemos ningún indicio que nos dé pistas de qué está pasando.

Me estudia, sus ojos marrones se vuelven perspicaces antes de tornarse amables.

—Regresemos a casa de Chris, Sara; así estaremos todos mucho más tranquilos.

Me planteo discutir, pero ¿para qué? Por lo menos Chris estaba lo suficientemente preocupado como para averiguar que no estaba en casa. «En su casa», me corrijo en silencio. Dejó claro que debía quedarme allí hasta que se resolviera el misterio de Rebecca. En otras palabras, su casa nunca fue mi casa.

—Está bien —concedo. Cojo mi bolso y cierro el apartamento de Ella.

Tras meterme en su coche y salir a la carretera, se me ocurre hacerle una pregunta.

—¿Qué sabemos de Rebecca?

Me detalla los resultados de sus pesquisas. Para cuando llegamos al edificio de Chris, siento la misma cantidad de preocupación que de consuelo ante lo rigurosas que son las investigaciones de Blake y la falta absoluta de información sobre Rebecca.

El botones me abre la puerta del copiloto.

—Sara —dice Blake, deteniéndome.

—¿Sí?

—Este fin de semana viene mi mujer. También trabaja en Seguridad Walker. Podéis hacer lo que sea que hacéis las mujeres cuando os juntáis y hablar de todas estas cosas. Quizá te acuerdes de algo útil.

Resumiendo: ahora tengo una guardaespaldas que no quiero.

—Voy a estar trabajando. Tú disfruta de la visita de tu mujer. —Salgo del coche y paso junto al guardia de seguridad nocturno; me alegro de que no sea Jacob. No quiero ver en su mirada la preocupación, podría conseguir que me desmoronase.

Cojo el ascensor para subir al apartamento de Chris, y cuando las puertas se abren, no me muevo. Solamente cuando empiezan a cerrarse de nuevo, las detengo y avanzo. Su olor está por todas partes. Un olor a tierra. Pero él no está.

Me duermo en el sofá y, al despertar, me ajusto a la misma rutina de todas la mañanas, como si fuera una zombi. Me pongo un vestido completamente negro con medias negras y tacones. Dirijo la vista a la caja fuerte del ropero y me arrodillo para tirar de la puerta. Está cerrada, claro, y no tengo la combinación.

Unos minutos más tarde estoy en la cocina, sin saber muy bien qué hacer conmigo misma, y me atrevo a intentar llamar a Chris. Cada tono es como el filo de una navaja que se clava en mi corazón, hasta que salta el contestador. Esta vez tampoco dejo un mensaje. Marco el número de Brandy y me contesta su marido. El funeral no será hasta la semana que viene, porque un equipo de investigadores le van a realizar unas pruebas. Será en Carolina del Norte. Le dirá a Chris que me cuente todos los detalles.

Al llegar al vestíbulo me encuentro con Jacob.

—Quiero mi coche.

—Señorita Mc...

—Quiero mi coche, Jacob —digo interrumpiéndole.

Entrecierra los ojos y adopta una mirada severa.

—El señor Merit...

—No está aquí.

—Sabe que debe tener cuidado, ¿verdad?

—Sí. Lo sé, pero quiero conducir mi coche.

Pide mi coche y me acomodo en el asiento, deseando no haber dejado nunca la seguridad de lo que conozco. Todo está roto. Yo estoy rota.

Ni siquiera recuerdo cómo manejar las marchas.

Lo primero que me encuentro al llegar al trabajo es un sobre blanco con mi nombre garabateado encima. Creo que se trata de la letra de Mark. Me siento, lo abro y dentro hay un cheque por valor de cincuenta mil dólares firmado por mi jefe. Es la comisión que tenía pendiente cobrar. Junto al cheque hay una nota.

Señorita McMillan,

Dadas las circunstancias actuales, he decidido abonarle el cheque antes de lo previsto. Tener dinero en el banco le proporciona a uno cierta paz y la libertad de poder decidir lo que quiera. Después de lo de anoche, pensé que le irían bien estas dos cosas. Si necesita tomarse unos días para ir al funeral, hágalo sin ningún problema.

Jefazo.

Pese a apreciar el dinero, no puedo evitar pensar en la ironía que hay en sus palabras, teniendo en cuenta cómo me lo gané. Aprieto el cheque contra mi frente y revivo la noche de la cata de vinos y el momento en que Chris se enfrentó a Mark para exigir que yo recibiera esta comisión: «Vengo aquí esta noche para apoyar a Sara. Espero que se lleve la comisión de mis ventas». Al preguntarle por qué lo había hecho, me dijo que fue para evitar que Mark me consumiera y me destruyera. Después me besó por primera vez y fui suya a partir de entonces. «Y lo sigo siendo», susurro, doblando el cheque e introduciéndolo en mi cartera. El problema es que no creo que él sea mío. Creo que realmente nunca lo fue.

Se trata de un pensamiento inquietante que me retuerce las entrañas y hace que tense la espalda en mi asiento, sin saber si levantarme o qué hacer. «No.» Estoy sentada detrás del escritorio de Rebecca. ¿A quién quiero engañar? Esta es su vida, su mundo. Soy una intrusa que le debe más que el robo de su puesto. Esta idea me enciende. Cierro la puerta y empiezo a rebuscar entre todas las cosas de su despacho. Abro los libros, las carpetas, las revistas y... ¡bingo! Pegado a la estantería, detrás de unos libros, hay otro diario. Lo saco y empiezo a leer. Tras unas cuantas páginas, me doy cuenta de que lo ha utilizado para anotar los detalles de una serie de obras falsas que cree que Mary ha entregado a Riptide. Hay notas sobre Ricco Álvarez revisando las piezas. Busco rápidamente en Google y descubro que a Ricco Álvarez se le considera un experto autentificando cierta clase de cuadros. No hay nada en las notas de Rebecca que parezca indicar que se fijara en estos cuadros concretos.

Marco el número de Ricco. Contesta inmediatamente.

—Bella...

—Reúnete conmigo en la cafetería.

—Quince minutos.

Siento la adrenalina subiéndome como un volcán en erupción y reviso la información que me dio Mark sobre Riptide para encontrar las piezas que Rebecca ha enumerado en sus notas. Se vendieron justo después de que se marchara, o, más bien, después de que desapareciera. Dejo los papeles que me entregó Mark y me pongo a revisar los documentos de mi ordenador. Imprimo los detalles sobre aquellas piezas y sobre las nuevas que Mary ha previsto que formen parte de la nueva subasta. Lo introduzco todo en mi maletín, agarro el bolso y el abrigo y, una vez de pie, marco el número del despacho de Mark. No contesta.

Me dirijo al pasillo y me detengo junto al mostrador de Amanda.

—Voy a ver a un cliente aquí al lado. ¿Está Mark en la galería?

—No. No estará hasta esta tarde, pero me ha dicho que te comunique que ha cancelado tu reunión de esta noche con Ryan. Me ha dicho que quizá querrías sugerirme otra fecha para volver a programarla.

Odio lo agradecida que estoy por escuchar estas noticias. He soñado con este trabajo, esta vida que ahora se ha vuelto un pequeño pedazo de infierno.

Aparece Mary en el otro extremo del mostrador de Amanda. Se me sonrojan las mejillas ante la certeza de que está envuelta en la desaparición de Rebecca.

—Llámame si Mark regresa antes de que lo haga yo —pido, y me apresuro hacia la puerta, ansiosa por hablar con Ricco.

Al entrar en la cafetería de Ava, aspiro el aroma a café y a dulces y consigo lanzarle un saludo que me queda poco natural. Ricco ya está aquí y me siento delante de él, intentando no mirar la mesa que ocupa siempre Chris. Pero lo hago. Miro como si fuera a aparecer milagrosamente, y a duras penas me trago las emociones que su ausencia provoca en mi pecho.

—¿Has encontrado alguna forma de localizar a Rebecca? —pregunta el artista con urgencia.

—No. Lo siento. Pero estoy indagando en un asunto en el que ella trabajaba. ¿Es posible que te preguntara por un par de falsificaciones? —Saco la carpeta y le muestro los cuadros—. ¿Revisaste estas obras para ella?

—Oh, sí. Recuerdo que Rebecca estaba preocupada por el tema, pero se limitó a consultar mi opinión. Nunca llegó a traerme todo lo necesario para verificar las obras.

—¿Y qué necesitas?

—Puedo empezar con fotos digitales, pero lo ideal, claro, es poder examinar las obras directamente.

—¿Cuánto por cuadro?

—No cobro. Siento que si lo hiciera, rebajaría mi credibilidad.

Deslizo la carpeta hacia él.

—Tengo detalles de cada pieza y fotografías. Dos de las cuatro piezas están en la galería Allure. Las otras dos no. Por favor, ¿podrías analizarlas para mí?

—¿Está esto relacionado con las preocupaciones de Rebecca?

—Sí.

—¿Crees que tiene algo que ver con los motivos de su desaparición?

«Desaparición.» La palabra flota en el aire y me recuerda que debo tener cuidado. ¿Acabo de cometer un error? ¿Es posible que Ricco esté involucrado junto a Mary?

—No lo creo —contesto—. No creo que averiguara mucho respecto a esto.

Entorna los ojos y su respuesta tarda en llegar.

—Muy bien, Bella. Lo investigaré. —Agarra la carpeta—. ¿Te acompaño a la galería?

—No. Gracias. Voy a quedarme un ratito.

Observo cómo se marcha y me planteo llamar a Mark, pero vacilo. Me pregunto si él estará implicado, y no es la primera vez que lo hago. Las dos primeras piezas que suscitaron dudas en Rebecca se vendieron por grandes cifras de dinero. En vez de telefonearle a él, decido llamar a Blake. Le cuento lo que he descubierto y me escucha sin decir nada.

—Sabías que yo antes formaba parte de una unidad especial dedicada, entre otras muchas cosas, al robo y falsificación de obras de arte, ¿no?

—La verdad es que no.

—Bueno, pues ya lo sabes. Y sí, creo que está ocurriendo algo y estoy investigándolo. Tú, sin embargo, no deberías estar haciendo preguntas. Repito: estoy al tanto de la situación y, por cierto, estoy siguiendo a Ricco Álvarez muy de cerca.

—¿Está Mark involucrado?

—Mark Compton es muchas cosas, pero por lo que he podido ver no es ningún ladrón. Aunque, por ahora, no quiero descartar ninguna posibilidad.

—¿Crees que... crees que Rebecca husmeó demasiado en el tema y que alguien...?

—No tengo nada que conecte su desaparición con el comercio de las obras falsas, pero parece lógico que exista alguna relación. De todas formas, mantente al margen de esto. Si de mí dependiera, te subiría a un avión rumbo a Los Ángeles para que estuvieras con Chris.

Si de mí dependiera, yo también estaría en un avión para estar con él. Cuelgo y vuelvo a llamar a Chris. No contesta. Estrujo el teléfono y me pregunto qué clase de clubs tienen en Los Ángeles. Me pregunto qué cosas hará para esconderse de su dolor y con quién decidirá hacerlas. Marco el número de Brandy y vuelve a contestar su marido, que me cuenta que está muy sedada y hecha polvo. Cuelgo y súbitamente me invade una certeza. Chris se molestará si aparezco de pronto, y Brandy se molestará a su vez si ve que mi presencia hace que él se sienta aún peor. Entiendo con claridad meridiana que la vida que estaba convencida de que era la mía nunca lo fue. Ni siquiera puedo llorar por ese niño valiente como se merece sin sentir que soy una intrusa.

Derrotada, recojo mis cosas y doy varios pasos hacia la puerta, pero me detengo al ver que Mark entra con Ryan. Los dos juntos son pura testosterona, luciendo unos trajes hechos a medida, y me llama la atención el contraste que hay entre el cabello rubio de uno y el cabello oscuro del otro. La belleza masculina que emana de ellos es casi un crimen, y resulta absolutamente cegadora para el resto de los humanos.

—Cariño mío —dice Ryan al verme y, no sé cómo, consigue mirarme de arriba abajo sin que sea raro ni ofensivo—. Estás preciosa.

Sus encantos me arrancan una pequeña sonrisa. Creo que es por la calidez de sus ojos marrones, tan opuesta al brillo ferruginoso que desprenden los de Mark.

—Gracias, Ryan, pero sé que hoy estoy muy lejos de estarlo.

—¿Significa ese vestido negro que piensa viajar a Los Ángeles? —pregunta Mark.

—No. De momento no voy a ir. —De repente comprendo que Ava le contará a Mark que estuve con Ricco—. He venido a reunirme de nuevo con Ricco, pero sigue sin estar dispuesto a llegar a un acuerdo. Debe ser que disfruto castigándome.

—Sí —coincide Mark, con ironía—. Debe ser que le gusta.

Me enfurezco al darme cuenta de que se está refiriendo a Chris y lucho para no soltarle una impertinencia: «Pues él es la clase de castigo que me gusta». Entonces suena la campanilla de la puerta de la cafetería y Mark y Ryan dan un paso hacia mí para permitir que entre la gente. Termino apretada contra mi jefe, contemplando la profundidad de sus ojos grises. Se me dispara el pulso y retrocedo un palmo.

—Debería volver a la galería.

Mark frunce los labios.

—No muerdo, señorita McMillan.

—No sé por qué, pero no le creo —le espeto antes de poder reprimirme.

Mark arquea una ceja con arrogancia y Ryan suelta una carcajada que parece sincera.

—Vaya, si hay algo que me gusta en una mujer es que tenga un poco de nervio. Pero antes de que te escabullas a la galería, Sara, quiero contarte que han llegado las obras que pediste para los pisos piloto y el vestíbulo. Si me acompañas al inmueble, podrás dirigir a los operarios e indicarles dónde deben colocar cada una de las piezas.

Le lanzo una mirada interrogativa a Mark. Hace un gesto con la mano que significa que vaya.

—Adelante. Vaya a ver las obras que amó lo bastante como para comprarlas y cierre el trato para que ganemos todos algo de dinero. Le hará sentir mejor y sé que hará que yo me sienta mejor.

La única cosa que hará que yo me sienta mejor es escuchar la voz de Chris.

—Entonces vamos al edificio. ¿Te sigo a ti, Ryan?

—Claro. —Posa la mano de forma casual sobre mi hombro, un gesto atrevido considerando que apenas nos conocemos, pero es un tipo amigable—. Pero déjame pedir un café para el camino. ¿Quieres uno?

—Nunca rechazaría un chute de cafeína —bromeo. Luego dirijo la mirada hacia la barra y veo que Ava ya no está. Me parece raro, aunque no hay ningún motivo para que lo sea.

Todavía más raro me parece no poder dejar de pensar en su ausencia hasta que me encuentro dentro del elegante piso piloto del edificio de Ryan. El inmueble está situado frente al océano, que se divisa a través de una pared llena de ventanas muy semejantes a las que hay en el apartamento de Chris. Avanzo hasta la chimenea de mármol claro, que combina con los suelos oscuros de caoba, y observo la pared blanca y lisa que hay sobre ella. Tenía la intención de que la pared albergara un original de Chris Merit. Está tan vacía como lo estoy yo.

28

Seis días después de la marcha de Chris, y faltando poco para el 1 de octubre, día en que Ella debería empezar las clases, estoy histérica en el interior de mi despacho, anhelando que me llamen. Es jueves y casi mediodía, y por primera vez en toda la semana intento prepararme para romper con Chris. Incluso me visto con mi ropa antigua, una sencilla falda negra y una blusa roja de seda. Será inevitable encargarle a una empresa de mudanzas que lleve mis cosas de nuevo a mi apartamento. Prefiero hacerlo yo ahora a que lo haga Chris al volver.

Cada vez me siento más como la mujer mantenida que fue mi madre, siempre pendiente de un hombre que no está, y me muero de ganas por escapar de los límites de la galería. Preocupada por la tranquilidad de Chris, hago lo que llevo haciendo varios días y llamo a Jacob, le informo de que voy a la delicatesen que hay calle abajo, a tres manzanas. Una vez allí, pido un sándwich de lechuga y huevo y me sitúo en una mesa al fondo; pero aparto la comida. No puedo comer. No he podido comer desde que Chris se marchó.

Suena la campanilla de la puerta y alzo la vista. Mark y Ava están entrando en la delicatesen. La forma que tiene ella de mirarle me quema desde el otro lado del restaurante. Me da pena su marido, que intenta competir con mi jefe y no tiene ninguna oportunidad.

Mark alza la vista y su mirada choca con la mía. Le susurra algo a Ava y da un paso para alejarse de ella, y durante un momento veo un destello de algo maligno en su rostro. Caramba, eso sí que es nuevo. Creía haber detectado ya antes que me odiaba, pero confirmarlo me provoca una sacudida que me hace ver la realidad.

Mark se une a mí sin preguntarme, se sienta al otro lado de una mesa que está pensada más para una persona que para dos.

—¿Piensa comerse el sándwich o va a mirarlo como si fuera la tele?

—Vaya, veo que usa su sentido del humor más allá de los correos electrónicos y de los mensajes.

No se ríe.

—Parece delgada. —Me pone el sándwich delante—. Coma.

Sorprendentemente, en los últimos días se ha portado más como un padre preocupado que como un Amo que hace chasquear su látigo, pero en este caso tiene razón. He perdido casi dos kilos y medio que no tenía que perder, pero a pesar de sus buenas intenciones no estoy de humor para que me obliguen a nada.

—No quiero comer y no me dé órdenes como si fuera su sumisa. No lo soy.

—Señorita McMillan...

—Sara —le atajo, al borde del derrumbe e irritada al sentir que nos hemos hecho amigos durante esta última semana y, aun así, nos tratamos de usted y no utiliza mi nombre.

—¿Por qué no me llama por mi nombre de pila como hace con Amanda?

Me ofrece una de esas miradas intensas imposibles de leer.

—Está bien, Sara. Estoy preocupado por usted.

—No lo esté.

Se inclina hacia mí.

—¿Qué puedo hacer?

—Nada. Nada que no haya hecho ya. Sé que convenció a Ryan para que yo le ayudara a decorar el vestíbulo de su inmueble. Y sirvió. Me mantuvo ocupada y se lo agradezco.

—A Ryan le cae bien. Tenemos que exprimir ese hecho todo lo que podamos.

—Ya. —Suelto una carcajada—. Con usted todo es una cuestión de dinero, ¿no?

—El dinero es poder.

Eso mismo me dijo Chris una vez.

—Y los dos sabemos lo mucho que a usted le gusta el poder —sentencio.

Alza una ceja.

—¿Lo sabemos?

—Así es —aseguro.

Se reclina en el respaldo de su asiento y mueve los labios.

—Bueno, está bien que tengamos eso claro. —Hace una pausa, apretando la boca, y noto que va a cambiar de tema antes de que lo haga—. ¿Sabe algo de él?

—No. —Intento reírme sin ganas, pero emito un extraño sonido como de ahogamiento—. Supongo que no supe llegar a él como usted pensó que podría hacerlo. —Me masajeo los hombros en tensión. Tengo una pregunta que me quema por dentro y que me empuja a aprovecharme de este estado tan relajado y atento que es muy raro en él—. ¿Por qué, Mark?

—¿Por qué qué, Sara?

—¿Por qué necesitan los dos ir a ese club?

No parece que le intimide la pregunta.

—Ya se lo dije. Para cada persona es diferente, y en ese sentido Chris y yo somos el día y la noche. Él quiere castigarse. Encarna el dolor. Es él. Lo controla.

—¿Y usted?

Aparece el destello de acero que tan bien conozco en sus ojos y observo cómo el hombre se transforma en el Amo, increíblemente provocador e intenso, capaz de seducir a una habitación llena de gente sólo con su presencia.

—No permito que nada me controle. Soy el que soy y disfruto de cada momento, y también disfrutan los que entran en mis dominios. Me aseguro de que sea así. —Me cautiva la forma en que este hombre, que es todo poder y sexualidad, me mira fijamente, pero puede que lo más cautivador sea la idea de tener algún día esa confianza en mí misma y ese control. Parece detectar el efecto que tiene sobre mí, o acaso es que lee mis gestos, porque se inclina hacia mí y, bajando la voz hasta un ronroneo seductor, dice—: Nunca pondría mi placer ni, dicho sea de paso, mi dolor, por delante de sus necesidades, Sara.

Estoy segura de que su afirmación pretende atraerme más y atraparme en su encantamiento, pero no funciona. Me está sugiriendo posibilidades que no quiero plantearme y me pone a la defensiva de repente. Enderezo la espalda.

—Él no hace eso. Chris no se coloca a sí mismo por delante de mis necesidades.

—¿Y cómo definiría lo que ha hecho?

—Está intentando protegerme.

—¿Y cómo le hace sentir esa protección? Porque no come y no duerme. Si esa es su forma de protegerla, la está fallando.

—Como usted le falló a Rebecca.

Veo que se encoge un poco y me quedo alucinada. El gesto demuestra que el tema de Rebecca es uno de sus puntos débiles.

—Ella quería lo que yo no podía darle, lo que nunca prometí que le daría.

—¿Y eso qué es?

—La fachada del amor. El mismo veneno que hace que su sándwich permanezca ahí, sin que se lo coma. Piense en lo que le está causando esta fantasía que llama amor. Cuando esté preparada para librarse de esta maliciosa emoción, le enseñaré cómo hacerlo. —Se pone en pie—. Esta noche se abre al público la propiedad de Ryan. Salimos a las siete menos cuarto. Yo conduciré.

Ahora soy yo la que se encoge a medida que se va alejando.

A última hora de la tarde tengo la suerte de cerrar una gran venta, nuestra partida de la galería se retrasa por ello y llegamos a la inauguración sólo cuarenta y cinco minutos antes de que termine. Mark detiene el Jaguar en la entrada del edificio de treinta plantas frente al océano y dos aparcacoches nos abren las puertas. A continuación él rodea el vehículo para unirse a mí y coloca su mano demasiado posesivamente sobre mi espalda.

El vestíbulo está completamente lleno. Una chimenea de gas con zócalo de piedra calienta a los invitados, y los muebles son de un tono caoba oscuro. Hay sillones de cuero marrones y varios cuadros de los que seleccioné personalmente. Hay personas por todas partes, deambulando de un lado a otro y charlando con copas en la mano. Mark y yo nos abrimos paso entre la gente, saludando y hablando con diferentes personas, siempre atentos a posibles clientes. Ryan no tarda en localizarnos. Está deslumbrante con su corbata roja de seda y su traje negro, que combina con su melena oscura perfectamente peinada.

Me toma la mano y la besa.

—Estás muy guapa, Sara. —Se inclina hacia mi oreja—. Mucho más bonita que cualquiera de las obras de arte que hay aquí esta noche.

Me ruborizo con el cumplido que no merezco, teniendo en cuenta los vestidos y los trajes tan caros que lleva la mayoría de los invitados.

—Tenía que haberme cambiado.

—Bobadas —dice—. Estás espectacular. ¿Por qué no subimos a ver el piso piloto? Allí hay varios invitados a los que podrías impresionar con tus conocimientos de arte.

Paso la siguiente media hora en el interior del piso veinte, hablando alegremente con diversos invitados, y me dejo invadir por la emoción de hablar de los cuadros que he elegido para el proyecto. No es tarea fácil, pues el hermoso paisaje de Chris Merit, que le compré a un coleccionista local para la pared que quedaba libre, me recuerda constantemente a él.

Cuando la multitud se dispersa, me encuentro sola, perdida en las ensoñaciones que me provocan el tenue alumbrado y la música suave de fondo. Descubro que me horroriza pensar en el piso vacío que me espera.

—Liquidado —anuncia Ryan, y al girarme me encuentro a él y a Mark aproximándose—. El vestíbulo está despejado y hemos cerrado aquí.

Apoyada en la barandilla de caoba que cruza el ventanal, siento en el aire una palpable tensión. Conforme ambos me van rodeando, tengo la sensación de que soy la presa no de un león, sino de dos.

—La noche ha sido un éxito, señorita McMillan —comenta Mark—. Ha demostrado su valía.

Incluso el animal enjaulado en que me he convertido estos últimos días agradece recibir los cumplidos de este hombre, y me digo que se trata de mi trabajo y de nada más.

—Lo he intentado. —La voz me sale temblorosa y rígida, me doy cuenta de que perder a Chris me ha hecho retroceder y me molesta la facilidad con que estoy a merced de la aprobación de hombres como Mark o Michael.

Ryan me ordena el cabello sobre el hombro y, a pesar de la delicadeza de su gesto, resulta demasiado íntimo y me tenso, clavando mis ojos en los suyos.

—Pobre Sara —murmura—. Tienes tanto dolor en tus ojos.

—Estoy... Estoy bien.

—No —insiste él, con voz suave—. No lo estás. Llevo toda la semana viendo cómo te desangras emocionalmente.

—Tiene que dejarlo ir.

Mark demuestra nuevamente lo poco que le cuesta ponerme a la defensiva, y me vuelvo hacia él y descubro que está mucho más cerca de lo que pensaba. Mi muslo roza el suyo y siento una segunda sacudida.

—No —digo casi sin voz—. No puedo. —Doy un paso hacia atrás y las manos de Ryan van a mi cintura. Vuelvo a ser un animal enjaulado. Un cervatillo atrapado entre dos depredadores.

Mark se adueña del espacio que había creado entre nosotros y aprieta sus piernas contra las mías.

—¿No puede o no lo hará?

El impulso de salir corriendo se ve frenado por Ryan, que se inclina hacia mí y acaricia mi pelo con su barbilla.

—Él te ha dejado ir. Ahora tienes que hacerlo tú, también —susurra.

Me turba pensar que quizá no se equivoque y cuánto deseo que sí que lo haga.

—Es demasiado pronto. —«Es demasiado pronto».

Mark posa las manos sobre mis hombros, quemándome con su tacto.

—Me niego a verla sufrir un solo día más. Déjelo ir, señorita McMillan.

Se inclina hacia mí, bajando la cabeza lentamente, la línea sensual y castigadora de su boca se acerca a la mía.

—Piénselo —insiste con suavidad—. No sentir otra cosa que placer. No esperar nada más.

Los pulgares de Ryan me acarician la cintura.

—Deja de sufrir —añade.

El calor del aliento de Mark me eriza la mejilla y su potente olor especiado me abruma; durante un instante soy lo bastante débil como para querer lo que estos dos hombres tienen que ofrecerme. Chris no me quiere. Realmente me ha echado de lo que llegó a llamar mi hogar. «Quédate hasta que superes este asunto de Rebecca.» Sólo pensarlo me parte el alma.

—Déjelo ir de una vez —murmura Mark, pasando los nudillos por mi rostro a la vez que Ryan desliza su mano por mi vientre. Me recorre una llamarada de calor que luego se transforma, girando y retorciéndose dentro de mí, empujándome hacia un abismo oscuro, hacia un sitio que recuerdo demasiado bien. Un sitio al que Michael me llevó hace dos años.

—¡No! —Empujo a Mark—. No. No. No.

—Sara...

—No, Mark. Suéltame. —La mano de Ryan se aparta de mi cuerpo y siento una pizca de alivio, pero Mark sigue tocándome, sujetando mis brazos—. ¡Que me dejes!

Los dos dan un paso hacia atrás, como si mi cuerpo quemara, y me cuelo entre ambos empujada por la adrenalina. Prácticamente corro hasta la salida que da a las escaleras y empiezo a bajarlas. Diez pisos después, me arrepiento de haber decidido bajar andando, pero no me detengo, odiando lo que Mark y Ryan han removido en mí; cómo han intentado robarme las pocas esperanzas que me quedaban de salvar lo que tenemos Chris y yo; cómo he estado a punto de ser lo bastante débil para que me convencieran de que debía claudicar ante su control.

Llego al final de las escaleras con las piernas temblando y, antes de salir, respiro profundamente para calmarme. Me prometo que no me desmoronaré hasta estar sola, pero me doy cuenta de que es demasiado tarde; ya estoy hecha un volcán de emociones.

Logro mantener cierta compostura, hasta que paso bajo el sensor de las puertas automáticas y Mark aparece a mi lado.

—Sara...

—Déjame en paz, Mark. —No. Ya no puedo tratarle de usted.

—Te llevaré a tu coche.

—No. No necesito que me lleves a ningún sitio.

—Estaba intentando ayudar —dice a la defensiva justo cuando salimos a la calle—. Puedo ayudar.

En cuanto veo que la entrada del edificio está despejada, me giro hacia él.

—Lo que ha ocurrido allí arriba no tenía que haber pasado. —El enfado mana de las profundidades de mi alma, salpicando mis palabras—. No puede suceder nunca más. Nunca. —Desesperada por alejarme de él, giro hacia la derecha y me quedo helada al ver a Chris allí.

—Chris —exclamo, y me falta el aire. Me lo bebo con la mirada en toda su gloria de cuero y pantalón vaquero. Su presencia es un dulce bálsamo que me llena los espacios vacíos, que me permite respirar de nuevo.

Mira por encima de mi hombro y fulmina con la mirada a Mark.

—¿Lo que ha ocurrido no puede suceder nunca más?

—La estás haciendo sufrir demasiado, Chris —responde mi jefe sin ocultar su desprecio.

Los ojos verdes de Chris se vuelven más afilados y me esquiva con ímpetu y avanza hacia Mark. Salto delante de él, deteniéndole con mis manos sobre su pecho. Tocarle es celestial.

—No. No lo hagas.

Baja las pestañas y sus ojos reposan en mi rostro.

—¿Qué ha pasado, Sara?

Mark contesta antes de que pueda hacerlo yo.

—Lo que pasa es que se está haciendo polvo por tu culpa, capullo.

Chris levanta la cabeza y vuelve a clavar en Mark sus ojos llenos de furia.

—Los dos sabemos de qué va realmente todo esto, y te sugiero que no vayas por ese camino.

—Tú sugieres —repite Mark con desdén—. Eres muy bueno sugiriendo lo que no eres capaz de hacer.

Chris vuelve a dar un paso hacia él y le rodeo con mis brazos.

—No. Por favor.

Los dos hombres se miran fijamente, el pecho de Chris sube y baja con fuerza bajo mi mano.

—Lárgate, Mark —le amenaza—. Lárgate antes de que no te deje hacerlo.

—Mark, por favor —ruego por encima del hombro.

Vacila.

—Si me necesitas, Sara, sabes dónde encontrarme. —Oigo pasos y Chris permanece rígido, al límite, hasta que doy por sentado que Mark se ha ido.

Chris desvía la atención hacia mí durante un instante, sus dedos deshacen mi abrazo y cogen mis muñecas a medida que empezamos a caminar. Prácticamente me arrastra hasta la Harley que está aparcada cerca de la entrada.

—Chris...

—No hables, Sara. Ahora no. No cuando estoy cabreado. —Se detiene junto a la moto y me entrega una chaqueta de cuero de mi talla. Me quedo mirándola. ¿Me ha comprado una chaqueta?—. Póntela, Sara.

—Llevo falda. No puedo ir en moto.

—Súbete, o rasgaré la maldita falda por la mitad si es lo que tengo que hacer para que te subas a la moto.

Me pongo la chaqueta. Me entrega un casco.

—Y esto también.

En cuanto me lo coloco en la cabeza, tira de mí. Me subo la falda y paso una pierna por encima de la moto. Chris me agarra de las muñecas y hace que le rodee con los brazos. Empiezo a sentir pánico. Nunca me he subido a una moto. ¿Y si me caigo?

Enciende el motor, rueda un poco hacia atrás y luego, con un enorme rugido, estamos en la autopista, el frío aire del océano azota mis piernas desnudas. Chris acelera y aprieto mi cara contra él. Recorremos las carreteras serpenteantes, y acelera más y más rápido. No frenamos. No para de acelerar. Nos va a matar a los dos.

29

«Aterrorizada y furiosa» no alcanza a describir mi estado de ánimo cuando Chris detiene la moto con un derrape junto a la costa, entre sendas sinuosas e inmensos árboles de enormes troncos, apenas iluminados por la luz de la luna y las estrellas. Me falta el aire, tengo el corazón en la garganta y las piernas congeladas hasta los huesos.

Me suelta las manos y salto de la moto, tropezando mientras me saco el casco.

—¡Estás loco! —chillo, arrojando a un lado el casco y apartándome el pelo revuelto de la cara—. ¿Intentabas matarnos o sólo castigarme, Chris? ¿Es que no me has castigado suficiente?

—¿Quién está castigando a quién? —pregunta con tono imperioso, dejando su casco sobre la moto y avanzando hacia mí.

Levanto las manos y me están temblando por toda la adrenalina y las emociones que me recorren.

—Quédate ahí. No te acerques. No puedo creer que me hayas hecho pasar por esto.

Me agarra del brazo y me da media vuelta, empujándome contra un árbol. Clavo los dedos en la corteza del tronco y sus caderas empujan mi trasero. Mi cuerpo se enciende a la vez con enfado y excitación y la necesidad de poseerle.

—¿Te follaste a Mark, Sara?

—¡No!

Su mano sube por mi cadera, se adentra en mi chaqueta y alcanza mis pechos. Aprieto los ojos al sentir la deliciosa brusquedad de su tacto, porque no quiero que mi cuerpo reaccione ante él. No cuando está enfadado, no así.

—¿Te tocó aquí? —Formula la pregunta con una voz grave, aplastando la boca contra mi oreja. La pregunta rezuma una intención acusatoria y me esfuerzo en pensar cómo me sentiría si lo hubiera visto con Ava.

—No. Chris...

—¿Le dijiste que no, Sara? —Me sube la falda de golpe, sus manos se aferran a mis caderas y arquea la pelvis contra mí.

—Sí —jadeo, sintiéndome viva sin remedio con su tacto, doblándome hacia él, el grueso latido de su erección apretado contra mi trasero. A mi cuerpo le da igual lo enfadada o dolida que estoy.

Me rompe las braguitas.

—¿Hizo esto?

—No —digo con un suspiro.

Su mano rodea mi cadera y sus dedos se deslizan por el calor de mi sexo.

—Oh, sí, cariño, ya estás empapada para mí. ¿O fue él quien te preparó para mí?

—¡Basta! —grito, porque su estupidez me ha sacado de quicio. Trato de apartarle, sin éxito—. Déjame separarme de este árbol, Chris.

—No hasta que esté listo. —Me estruja un pecho, acaricia la sedosa carne entre mis piernas y gimo sin poder contenerme.

—¿También gemiste para él?

«¡Suficiente!», pienso, y le propino un fuerte codazo en el costado. Gruñe, aflojando la presión lo bastante para permitir que me escurra y me dé la vuelta para mirarle. Empujo su pecho, reclamando más espacio.

—¿Acaso no me has hecho bastante daño ya? —exclamo, bajándome la falda para esconder mi trasero desnudo y frío. Y le echo en cara todo lo que he sentido durante los últimos seis días.

»¿Cuándo será suficiente? ¿Cuándo, Chris? ¿Cuando me hayas arrancado el corazón de cuajo? No me follé a Mark, pero podría haberlo hecho. Dijiste que habíamos terminado. Y, maldito seas, me hiciste creer que tu casa era mi casa y, de pronto, en cuanto hay un problema, me arrebatas ese hogar y me dices que puedo quedarme hasta que el asunto de Rebecca se haya solucionado. Como si estuviera en un hotel. ¿Sabes cómo me hizo sentir eso? ¿Te imaginas lo que me dolió?

Durante un rato nos quedamos así, de pie, mirándonos. La luz de la luna esculpe en su rostro el mismo enfado que sé que debe reflejarse en mi cara. Un enfado que ahora se va transformando ante mí y que convierte los reflejos ámbar de sus ojos en grises sombras de tormento. Apoya las manos en el árbol, encajando mi cara entre sus brazos.

—Sara. —Sus labios pronuncian mi nombre como si fuera un viento oceánico, y entierra su cara en mi cuello. Su olor, el olor a tierra que tanto he echado de menos, me azota y me baña, colmando mis sentidos.

Mis brazos le rodean el cuello y bajo los párpados. Su brazo me rodea la cintura, apretándome contra él.

—Lo siento —musita. Su tono es oscuro y afligido—. Lo siento tanto, cariño. —Me sujeta la cara con las manos, bajando la cabeza para mirarme fijamente—. Daría la vida por ti, Sara. Nunca te haría daño a propósito. Nunca.

—Me dejaste fuera y... —Se me contrae la garganta—. Se supone que debía estar a tu lado. Se supone que debíamos superar esto juntos.

—Perder a Dylan... —vacila, parece luchar consigo mismo antes de poder continuar—. Eso trajo de vuelta viejos fantasmas que pensé que habían desaparecido para siempre. —Vuelve a enterrar su cara en mi cuello, como si no pudiera soportar que le vea—. ¿Sabes cómo me hizo sentir que me vieras en el club?

Puedo palpar la angustia que recorre su cuerpo y que contagia el mío. Tomo su cabeza entre mis manos, acunándolo.

—Te amo, Chris. Puedo soportarlo todo, menos que me dejes fuera.

—Eso no lo sabes.

Su frase deja caer una pesada duda en mi corazón y me pregunto si lograremos superar esto.

—Tú eres el que no lo sabe —susurro—. No confías en mí lo suficiente como para creer en mí, en nosotros.

Levanta la barbilla, permitiéndome contemplar sus ojos avergonzados, exponiendo lo que ha intentado ocultar. Una vergüenza que entiendo perfectamente y que nunca le desearía a Chris.

—No hay motivo para que sientas lo que estás sintiendo ahora. No conmigo —murmuro.

—Hay una parte de mí que vive en el corazón de los infiernos. Tú no perteneces a ese mundo. No puedo llevarte allí conmigo. —Pega su frente a la mía—. Pero hay una parte de mí que no puedo mantener alejada de ese lugar. No puedo dejarte ir.

—No lo hagas —digo, respirando; mis manos aprietan su pecho y un temblor recorre sus músculos al sentir mi tacto. Ojalá pudiera arrancar el dolor de su interior, sanarlo como él me sana a mí—. No me apartes de ti.

—No lo haré —promete, rodeando mi cara con sus manos y mirándome fijamente a los ojos; su voz áspera como papel de lija desciende con un escalofrío por mi columna hasta llegar a mi alma—. No es posible, y sólo puedo rezar para que tú no ansíes que lo hubiera hecho. —Me besa posesivamente, y es como si me tomara de nuevo por primera vez. Le ofrezco todo lo que soy.

Su lengua bucea entre mis labios y mis dientes buscando mi lengua para acariciarla, y lo siento en todas partes, mi cálido deseo por él hace desaparecer el frío de la noche. Todo se desvanece, salvo nosotros dos, aquí, tocándonos, besándonos, fundiendo nuestros cuerpos. La pasión me ciega, me ciega el alivio por su regreso y sentir su cuerpo junto al mío. El tiempo se detiene y, sin saber cómo, tengo la blusa abierta y el sujetador desabrochado. Me tiene aprisionada contra el árbol y me chupa y me lame los pezones. Tengo la falda subida hasta las caderas y acaricio su paquete, donde noto su enorme erección. Estoy casi desesperada por sentirlo dentro de mí, anhelo la conexión que pensé que ya no volvería a experimentar jamás.

—Chris... —jadeo y grito, sintiendo que la corteza del árbol se me clava en la espalda, penetrando en la bruma del deseo que me domina.

—Ah, el árbol. —Chris me aparta del tronco, me besa impetuoso en los labios y se quita con prisa la chaqueta de cuero, extendiéndola en el suelo. Me quita también mi chaqueta de los hombros y la coloca sobre la suya. Tiemblo por el viento frío y me tiende en el suelo. Su cuerpo, grande y tibio, me aísla de todo menos de él. Me protege. Siempre me protege, incluso de sí mismo.

Nuestros alientos se entremezclan y me tortura el beso que aún no nos damos, la profundidad de la pasión que siento por Chris y que crece en mí. Pero sigue sin besarme. Vuelve a acariciar mis muslos, subiendo hasta mi cintura. Su tacto me eriza la piel desnuda. No es por el frío, es por este hombre. Alargo la mano para quitarle el cinturón y la urgencia que siento por dentro quema con más fuerza, se vuelve acuciante. Responde a mi ruego silencioso y se baja los pantalones, y gimo cuando siento su largo y duro miembro palpitar entre mis muslos.

Apoyado sobre los codos, me clava una mirada ardiente a medida que entra dentro de mí y es como si mi alma al fin suspirara cuando lo tengo enterrado en las profundidades de mi cuerpo, abriéndome, llenándome.

—Pensé que no volvería a estar dentro de ti y la idea casi me mata. —Su voz tiembla con una vulnerabilidad que me revela incluso más que su confesión.

Empieza a moverse y su miembro se desliza de forma lenta y sensual, una y otra vez. Me mira, yo le miro, y estamos haciendo el amor de una forma increíble que me deja sin aliento. Nos mecemos juntos y nos fundimos en un baile dulce y suave, pero no es la armonía de nuestros cuerpos lo que me toca por dentro y conmueve mi alma, sino lo que ocurre entre los dos mientras nos miramos fijamente. Él es una parte de mí al igual que mi piel o mis huesos, y me aterroriza y me completa.

Chris baja la cabeza y toca mis labios con los suyos, juega con mi lengua, pasa sus labios por mi mandíbula, por mi hombro y desciende hasta mi pezón. Cada vez que me lame, cada vez que me saborea, lo hace de una manera tierna, delicada, que contrasta con la dureza de la pasada semana y con el hombre al que ataron a esos postes en el club. De pronto necesito que sepa que nos veo a los dos, que amo lo que somos.

Mis manos se deslizan por los largos mechones sedosos de su melena rubia.

—Chris —consigo musitar, casi afónica, a pesar de la dulce fricción de su lengua contra mi pezón, mi sexo contrayéndose alrededor de su miembro—. ¡Chris!

Su boca cubre la mía, ahora con más fuerza, exigiéndome más, y crece en él una necesidad más cruda, más hambrienta, que asciende hasta la superficie.

—Tú me perteneces —gruñe—. Dilo.

—Sí. Sí. Te pertenezco. —Su boca encuentra de nuevo la mía, exigiéndome, tomándome, encantándome con su conjuro.

—Dilo otra vez —insiste, mordiendo mi labio, pellizcando mi pecho y mi pezón, enviando una ola de placer directamente a mi sexo.

—Te pertenezco —jadeo.

Me levanta del suelo, sosteniendo mi trasero con la posesiva curva de su mano y ajustando el ángulo de mis caderas para embestirme con más fuerza, de un modo más profundo.

—Otra vez —ordena, clavándose en mí, su miembro tocando mi centro, sacudiendo mis terminaciones nerviosas.

—Oh... ah... Yo... Yo te pertenezco.

Su boca recorre mi pecho, su pelo me hace cosquillas en el cuello y sus dientes me arañan los hombros mientras bombea contra mí y el mundo me da vueltas, sólo hay placer y necesidad y más necesidad.

De repente, siento calor sólo donde él me toca y un frío helado donde ansío que me toque. Levanto la pierna y le atrapo la cadera, ávida más allá de lo que creía posible. Escalo hasta el borde del clímax, intentando alcanzarlo a la vez que aguanto desesperadamente. Chris no tiene piedad, es malévolamente salvaje. Golpea sus caderas contra las mías, bombea con fuerza.

—Te amo, Sara —confiesa con voz ronca, uniendo su boca a la mía y tragándose el breve y tierno suspiro que suelto, y me castiga con una dura embestida que acaba con el poco control que todavía retenía. Me posee. Un fuego explota en el fondo de mis entrañas y baja en espiral, adueñándose de mis músculos, y mi sexo empieza a vibrar alrededor de su miembro duro y tiembla con la energía de mi orgasmo.

Con un bramido grave, sus músculos se tensan bajo mi piel y su miembro late con intensidad. Siento su cálido semen derramarse dentro de mí. Gemimos juntos, perdidos en el clímax de una montaña rusa de dolor y placer, la metáfora de esta horrible semana, y finalmente caemos rendidos, abrazándonos sin más. Lentamente, retiro mi pierna de su cadera y la poso sobre el suelo, y Chris me coloca a su lado, frente a él.

Todavía dentro de mí, me mantiene cerca, tirando de la chaqueta para cubrirme los hombros, rozando mi mandíbula con sus dedos.

—Y yo te pertenezco a ti.

El juramento inesperado me remata. Las lágrimas brotan de mis ojos y descienden por mi mejillas.

—Pensé... Pensé... No puedo pasar por esto de nuevo.

—Shhh —me calla, besando las gotas que empapan mis mejillas—. Ahora estamos juntos.

Digo que no con la cabeza, rechazando una respuesta que se limita a un momento en el tiempo.

—Necesito saber que la próxima vez que te sientas tan mal y desesperado lo superaremos juntos, sin importar lo que eso signifique, Chris. Tengo que saberlo.

—No voy a...

Su negación me atraviesa de lado a lado e intento apartarle de mí, pero me sujeta.

—Sara, espera.

—Sí que volverás a experimentar dolor. Es la vida. Y lo nuestro es todo o nada, Chris. Te acompañaré a todos los lugares oscuros y odiosos a los que vayas. Tienes que confiar en que ame esa parte tuya tanto como amo el resto.

—No sabes lo que estás pidiendo.

—No es una petición. Ni siquiera se acerca a un ruego. Es lo que debe ser. —Baja los ojos, su esfuerzo es evidente, y suavizo mi tono al instante, sufriendo porque él sufre. Mis dedos recorren su pelo, acariciándolo con ternura—. Déjame amar lo que odias. Déjame hacer eso por ti.

Aprieta su mejilla contra la mía, su barba me raspa de una forma agradable.

—Dios, mujer. No puedo perderte.

Cierro los ojos.

—No me voy a ninguna parte —susurro.

Durante un rato nos abrazamos, ninguno de los dos está preparado para moverse o irse, como si sospecháramos que el mundo real nos arrebatará las riendas del futuro que acabamos de hallar por fin. Y entonces empezamos a hablar de Dylan, del infierno que ha sido esta semana para él, hasta que el frío de la pérdida choca con el frío de la noche y ya no nos podemos quedar más allí.

Chris me ayuda a ponerme en pie y hago lo posible por arreglarme y recuperar la compostura. Aunque parezca increíble, sigo teniendo los tacones puestos, pero a mi falda no le ha sentado nada bien nuestro encuentro. Tiene un desgarro en un lado y, cuando intento abrocharme la blusa, me doy cuenta de que he perdido varios botones.

—Estoy hecha un desastre. No puedo entrar a tu edificio así.

—Nunca dejo que el botones me aparque la moto. Entraremos por el garaje. —Me entrega el casco y su voz se ablanda—. Vámonos a casa, cariño. A nuestra casa.

Y me atrevo a creer que realmente lo es. Me atrevo a volver a apostar por nosotros.

Chris y yo nos dirigimos al ascensor con los dedos entrelazados; los zapatos me cuelgan de la otra mano. En ese momento Jacob sale del ascensor y se dirige a nosotros con paso firme.

—Pues menos mal que iba a ser una entrada discreta —murmuro, horrorizada por mi falda rota y agradeciendo que la chaqueta de cuero esté abrochada.

—¿Algún problema? —pregunta Chris cuando Jacob nos alcanza.

—Estaba a punto de preguntarle lo mismo —comenta el jefe de seguridad, mirándome de arriba abajo.

—El primer viaje de Sara en moto ha sido algo accidentado —contesta Chris.

Jacob parece esperar una explicación más detallada, pero, cuando esta no llega, pone cara de incomprensión antes de dirigir la mirada a Chris.

—Blake ha intentado localizarle.

Chris mira su teléfono móvil.

—Cierto. ¿Sabes de qué se trata?

—Han detenido a Mary y a Ricco intentando salir del país.

—¿Cómo? —exclamo.

—¿Mary y Ricco? —repite Chris con el mismo tono de asombro que yo—. ¿Estás seguro?

—Al cien por cien —afirma Jacob—. Pero no sé nada más allá de eso. Al parecer, Sara hizo algunas preguntas y asustó a Ricco. Blake quiere explicarlo todo personalmente. Me pidió que le llamara, ya que, según sus propias palabras: «No contesta al jodido teléfono».

Chris marca el número de Blake.

—Estoy en ello —promete, y nos metemos en el ascensor.

Intento desesperadamente enterarme del contenido de la conversación, pero durante la mayor parte del tiempo Chris se dedica a escuchar. Me vuelve loca.

—¿Y Rebecca? —pregunta Chris, al fin.

¡Sí! ¿Qué hay de Rebecca?

—Entiendo —responde a lo que sea que le dice Blake—. Sí. No hay problema.

—¿Y bien? —pregunto con insistencia conforme entramos en el apartamento y una vez que ha terminado la llamada.

—Hablemos mientras nos damos una ducha caliente. —Entrelaza sus dedos con los míos y me conduce hacia el dormitorio—. Parece ser que Ricco no sólo estaba celoso por la relación que tenían Mark y Rebecca, sino que estaba, de hecho, furioso con Mark por haberse aprovechado de ella. Quería acabar con Riptide como venganza por haberle hecho daño. Mary se apuntó al plan por el dinero y porque estaba enfadada con Mark por no darle más oportunidades.

—¿Y Rebecca está involucrada? —pregunto según entramos en el cuarto de baño. Chris se quita las botas y abre el grifo de la ducha.

—Según Ricco y Mary, no.

—Entonces, ¿dónde está?

—Esa es la gran pregunta. Ricco insiste en que Mark tuvo que hacer algo para provocar su huida.

—Así que... ¿piensan que puede estar escondida?

—Ignoran dónde está, pero si Mary y Ricco o incluso Mark lo saben, estoy convencido de que Blake acabará por averiguarlo.

—¿Siguen pensando que Mark tiene algo que ver?

—Blake cree que no. Cree que Mary y Ricco conocen su paradero y que confesarán bajo presión.

—No me puedo creer que Ricco sepa dónde está. Pero, pensándolo bien, tampoco me hubiera creído que pudiera estar envuelto en todo esto.

Chris se rasca la barbilla.

—Ni tú ni yo. No tengo un buen concepto de Ricco, pero tampoco le creía un delincuente. Ah, y Blake quiere que acudas mañana a la comisaría para hacer una declaración con todo lo que sabes.

—Vale. —Cojo mi bolso de la repisa y saco mi teléfono—. Supongo que debería enviarle un mensaje a Mark para decirle que no iré a trabajar mañana. —Su estado de ánimo cambia súbitamente, en su rostro se dibuja una borrasca y aprieta la mandíbula. Procuro reaccionar cuanto antes—. Y quizá no vuelva nunca.

Se queda muy quieto.

—¿Qué estás diciendo?

—Que lo quiero todo o nada, así que tengo que estar dispuesta a dar lo mismo.

Reduce la distancia que hay entre nosotros, sus brazos me acorralan contra el mármol del lavabo mientras busca mi mirada.

—¿Dejarías Allure por mí?

—Sí. —Es una decisión que hasta este mismo momento no me he dado cuenta de que he tomado, pero después de esta noche es inevitable y correcta—. Pero no renunciaré a mi profesión ni a mi independencia. Esas cosas son importantes para mí.

—Te apoyaré en todo lo que pueda, cariño.

—Pero no quiero que lo hagas ayudándome con cosas, Chris. Necesito tener éxito por mí misma.

—Lo entiendo. —Me aparta el pelo de los hombros y deja reposar los dedos sobre mi cuello, con ese gesto tan suyo que he echado tanto de menos durante estos últimos días—. Esta vez vas a hacer que esto funcione.

La convicción de su voz hace que le crea.

—Sí. Lo conseguiremos. —Le envío un mensaje a Mark y dejo caer el móvil sobre la repisa, sin que me importe su respuesta. No cuando tengo a Chris tirando de mi blusa.

Me desnuda poco a poco, besando con ternura mis hombros, mi cuello y mis labios. Nos metemos bajo el delicioso calor de la ducha, poniendo fin al frío de la noche y, con él, al amargo frío que hemos pasado durante estos últimos días. Inclinando mi cabeza contra su pecho, rodeada por sus brazos, siento como si me hubiera perdido y me hubieran encontrado de nuevo. Pero Rebecca sigue perdida, y me temo lo peor.

30

El sábado, Chris y yo pasamos varias horas en la comisaría y el misterio de Rebecca no está más cerca de resolverse. Tengo un mal presentimiento sobre ella del que no logro deshacerme, y esto alimenta mis preocupaciones sobre el paradero de Ella. Decido denunciar su desaparición y contactar con el consulado francés. Después de eso, Chris y yo volvemos a casa y no salimos del apartamento durante el resto del fin de semana. Simplemente gozamos de estar juntos, haciendo el amor y viendo películas, aunque realizamos una escapada al gimnasio, donde prácticamente muero al reencontrarme con mi vieja amiga, la cinta de correr, tan abandonada últimamente. El lunes por la mañana regresamos al mundo real. Chris me acompaña al colegio y, a pesar de estar preparada para lo peor, me hundo al comprobar que Ella no ha aparecido. Después descubrimos que no ha pagado el alquiler. Se lo pagamos y volvemos a la comisaría para aportar los datos que hemos descubierto.

Para intentar animarme, Chris me convence de que deberíamos tomarnos la mañana del martes para visitar la propiedad de sus padrinos en Sonoma y asistir a la apertura de una exposición en una galería próxima. Katie está entusiasmada y, la verdad sea dicha, yo también lo estoy. La sensación de pertenecer a una familia me sienta de maravilla. Hacia las ocho de la tarde ya hemos cenado, él está pintando en su estudio y yo estoy haciendo las maletas para el viaje. Chris todavía tiene que deshacer el equipaje de Los Ángeles, así que abro su maleta para empezar a sacar lo que no necesita.

Después de retirar la ropa sucia, me encuentro con una pequeña bolsa transparente con los pinceles que suele firmar, y me detengo. Había uno de ellos en la caja de souvenirs de Rebecca..., aunque él me había asegurado que apenas la conocía. Entonces, ¿por qué se habría quedado con un pincel? Saco uno de los pinceles de la bolsa y lo miro con las cejas fruncidas.

Aparece Chris por la puerta.

—¿Sabes dónde he puesto mis pant...? —se interrumpe—. ¿Qué ocurre?

Me pongo en pie y camino hasta el armario.

—Tengo que hacerte una pregunta. —Enciendo la luz y me pongo de rodillas ante la caja fuerte—. ¿Cuál es la combinación?

—¿Qué está pasando, Sara?

—Ya lo verás dentro de un minuto. ¿La combinación?

Me dice los dígitos y los introduzco en el teclado. Tiro de la puerta, agarro la caja que encontré en el trastero de Rebecca, recupero el pincel de su interior y se lo enseño a Chris.

—¿Por qué tiene Rebecca uno de tus pinceles en su caja de souvenirs? —Entonces agarro la foto rasgada por la mitad y me pongo en pie de un salto para mostrársela también—. ¿Y sabes algo de esta foto?

Suspira.

—La foto fue tomada durante un acto benéfico, conmigo y con Mark. Eso fue antes de que él y yo discutiéramos.

—¿Por Rebecca?

Asiente.

—La noche después del acto benéfico, yo estaba en el club cuando oí comentar algo sobre Mark y su nueva sumisa, y cómo había llorado ella durante la flagelación pública. Me enfrenté a él y le dije que había ido demasiado lejos con ella. Me dijo que me metiera en mis asuntos, que él era el Amo del club. Como se negaba a escucharme, intenté advertir a Rebecca de que se alejase de él.

De pronto tengo un déjà vu.

—Igual que tú me advertiste a mí.

—No ocurrió lo mismo que contigo, Sara. A ella apenas la conocía.

—Pero tú querías protegerla, como querías protegerme a mí.

—Mira, sé que esos diarios hacen que te sientas cercana a ella, pero Rebecca no tenía nada que ver contigo. Era sólo una cría, y a Mark eso le daba igual, pero a mí no. Aquella noche durante la gala, ella estaba feliz a su lado, no era más que una colegiala enamorada... Hasta que él le robó la inocencia. Cuando intenté alejarla de él, se puso furiosa. No me sorprende que rompiera la foto en la que aparecemos juntos. Sentía la misma devoción por Mark que tu madre sentía por tu padre.

—Se quedó con tu pincel —pronuncio con tono seco.

Se encoge de hombros.

—No tengo ni idea de por qué. Quizá porque le recordaba a aquella noche con Mark.

Lo dejo estar, luego afirmo con la cabeza. Puedo aceptar esa respuesta, pero no el silencio que ha mantenido hasta ahora.

—Entonces, ¿por qué no me has contado nada de esto hasta ahora? Te pregunté directamente si la conocías. La hemos estado buscando juntos, Chris.

—Ya te lo he dicho, casi no la conocía, y esa es la verdad.

—Pero la conocías mejor de lo que me has hecho creer hasta ahora —digo, esforzándome por evitar un tono acusatorio, pero me cuesta. No entiendo su silencio—. No me dijiste que la habías visto en el club, y has tenido millones de oportunidades para hacerlo.

—Cuando me preguntaste por ella, no quería que supieras que existía el club. No quería involucrarte en esa parte de mi vida.

Sus palabras me golpean con dureza. Todavía me duele que me excluyera del funeral y me dejara fuera de esa parte de su vida. De repente, me doy cuenta de que el dolor que siento no tiene tanto que ver con Rebecca como con darme cuenta de que Chris sigue manteniéndome a cierta distancia emocional, y que no termina de dejarme entrar del todo en su vida. Estoy aquí con él, pero nunca estoy del todo presente, como querría.

Trato de pasar a su lado. Se interpone en mi camino.

—Déjame pasar.

—Sara...

—Necesito pensar, Chris. Necesito espacio. —Y es verdad. No entiendo lo que siento, pero duele. Duele y llevo sufriendo, ya, varias semanas seguidas. Estoy cansada de sentirme así.

Duda un instante y luego retrocede hacia el dormitorio. Paso a su lado y cojo el bolso.

—¿Dónde vas? —exige.

—Ya te lo he dicho: necesito espacio.

—No. Necesitas quedarte aquí para que hablemos.

—No me queda otra que dar por hecho que ya me lo has contado todo. Salvo que haya más cosas, ¿es así?

Mira hacia el suelo.

—No. No hay nada más. Eso es todo.

—Entonces está todo dicho. Necesito conducir un rato y pensar.

—No quería que supieras lo del club, Sara. No sé si hice bien o si hice mal, pero ese era el motivo.

—Lo sé. El problema es que todo lo que me cuentas siempre es porque sientes la obligación de hacerlo... No porque elijas contármelo. No terminas nunca de confiar en mí.

—Eso no es verdad. —Se peina el cabello con los dedos y su aspecto atormentado es un reflejo de mis sentimientos—. No es verdad.

—Es como me siento. Es como me siento ahora mismo. —Lleva desde el primer día acumulando secretos y yo elegí ignorar el peligro que podrían llegar a representar. Elegí mirar hacia otro lado porque estoy profundamente enamorada de él. Me dirijo a la puerta y me interrumpe el paso.

—Quédate.

—Obligarme a quedarme ahora es lo peor que podrías hacer, Chris. Provocará que me sienta atrapada. Llevo demasiado tiempo sintiéndome así. No me hagas eso.

Se aparta.

Empiezo a caminar y parte de mí quiere que él me detenga, aunque me enfureceré si lo hace. Y otra parte de mí cree que el hecho de que no me detenga es tan impropio de él que me asusta. Me dejó marchar una vez, después de encontrarle suplicando que le flagelaran. No, eso no está bien. Me alejó de él. No me he recuperado completamente de eso y, ahora mismo, me da miedo lo que desconozco y cómo nos podría separar, como casi consiguió hacer el descubrimiento del club. Temo que pueda volver a suceder. No puedo evitarlo. Ahora necesito que luche por mí, sin importar lo cruel que resulte por mi parte.

Si me deja marchar no podrá ganar, y tampoco si me retiene aquí... y yo tampoco puedo. A lo mejor nunca podremos ganar los dos. A lo mejor estamos predestinados a hacernos pedazos el uno al otro. Predestinados a acabar aquí, donde estamos esta noche.

En la entrada del edificio, pido que me traigan el coche. Una vez dentro, me siento tras el volante preguntándome adónde ir. Quiero estar con Chris, pero me carcomen los secretos que guarda, además de todo lo sucedido durante la última semana.

No confió en que pudiera superar la pérdida de Dylan a su lado. No confió en mí para contarme lo de Rebecca. Tampoco para hablarme del club. Eso me lo intentó ocultar durante todo el tiempo que pudo. ¿Qué más me oculta por creer que no podré soportarlo? Le he abierto el corazón a este hombre y ahora he renunciado a mi trabajo por él. Había apartado todos mis miedos a un lado y había apostado por nosotros. ¿Y cuándo va a apostar él por nosotros? ¿Llegará a hacerlo?

Suena mi teléfono y es Chris. Rechazo la llamada. El botones golpea con los nudillos en mi ventanilla y pego un respingo.

—¿Está bien? —pregunta, y yo le saludo y salgo a la carretera. No sé hacia dónde me dirijo. Sólo conduzco.

Una hora más tarde, estoy frente a la mansión blanca de Mark en el barrio de Cow Hollow, no muy lejos de su club. No tengo ni idea de por qué he terminado aquí. La verdad es que no tengo otro sitio adonde ir. Y Mark, al fin y al cabo, es la única persona que realmente tengo en común tanto con Chris como con Rebecca, dos nombres que se han vuelto muy importantes en mi vida. Dos personas que, ahora mismo, siento que estoy perdiendo.

Además, con Mark todo es seriedad. Con él, las emociones que ahora mismo controlan mis actos no asoman por ningún lado. Sólo escucharle relatar la misma historia que me ha contado Chris sobre Rebecca podría ayudarme a entender el silencio de Chris y por qué me molesta tanto.

Cojo el bolso y abro la puerta del coche. Se ponen en marcha los detectores de movimiento y aparecen ante mí dos puertas, idénticas a las del club, que me provocan intranquilidad. Intento franquearlas y llamo al timbre. Estoy temblando y me digo que es porque, con las prisas, he olvidado coger una chaqueta, no por el sitio en el que me encuentro. No funciona. Me traicionan los nervios y mi inquietud se convierte en un mar de dudas. Estoy a punto de regresar corriendo al coche cuando se abre la puerta y aparece Mark. Es un Mark que nunca he visto. Va descalzo y su pelo, que siempre lleva perfectamente peinado, está revuelto. Su sempiterno traje a medida ha sido sustituido por una camiseta blanca y unos vaqueros desgastados.

Su mirada se desliza por mis vaqueros y mi camiseta y está claro que mi vestimenta le llama tanto la atención como a mí la suya. Levanta una ceja.

—Sara. Menuda sorpresa...

—¿Verdad? —pregunto, sintiéndome tan fuera de lugar como mi absurdo saludo—. ¿Estoy interrumpiendo algo?

—Nada que no pueda esperar.

Me indica que pase y vacilo un instante, recordando la habitación del club llamada la Guarida del León y la sensación de ahogo que tuve en el piso piloto de Ryan. Pero quiero respuestas. Necesito respuestas. Tomo aire y avanzo por el suelo de madera color marfil y luego por un pasillo estrecho, demasiado cerca de Mark para estar cómoda.

—¿Va todo bien? —pregunta.

—Sí. No. Sólo necesito hacer... unas preguntas sobre... Chris.

Sus ojos se estrechan.

—¿Chris?

—Y Rebecca.

—Y Rebecca —repite, y capto un destello de consternación en su mirada que desaparece un segundo después—. No sé muy bien qué relación pueden tener, pero me intriga conocer hacia dónde vas con todo esto. —Levanta la barbilla para indicarme que sigamos. Me quedo quieta, helada en el sitio, sus ojos grises, perspicaces, me observan con detenimiento. Sí, me siento desde luego como si estuviera en la Guarida del León y necesitara una salida—. ¿Te quedas o te marchas, Sara?

«Respuestas, Sara. Lo que quieres son respuestas.»

—Me quedo. Me quedo. —Mis pies se mueven. Eso ya es algo. Cada paso hacia el interior de la Guarida es también un paso para poder salir de ella.

El enorme salón que surge ante mí al final del pasillo es exactamente lo que me hubiera esperado de Mark. Rico, rico y rico de todas las formas posibles. Un gran sofá marrón de cuero, que obviamente debe ser muy caro, flanqueado por dos enormes sillones a juego. A la izquierda hay una chimenea y, sobre ella, un cuadro que reconozco como un Motif. A la izquierda y a la derecha de la chimenea hay dos esculturas y es muy posible que fueran realizadas por artistas famosos, aunque no sé lo suficiente como para estar segura.

Mark se sitúa junto a mí y me intimidan su altura y lo cerca que está.

—Sentémonos.

Avanzo y elijo el aislamiento que ofrece uno de los enormes sillones; me siento en el borde, dejando mi bolso a un lado. Mark se apoya en el brazo del sofá, mirándome, asumiendo de forma automática una posición dominante.

Tengo la garganta muy seca y de repente se me empieza a acelerar el pulso desaforadamente. Temo que esta situación sea otra caja de Pandora.

—Tú dirás —dice él cuando, por lo visto, he dejado pasar demasiado tiempo.

Un suspiro profundo se escapa de mis pulmones.

—Necesito saber qué es lo que hizo que Chris y tu acabarais mal.

Me estudia durante un momento.

—¿Qué te ha dicho él?

—Preferiría que me lo dijeras tú.

—¿Por qué es importante? —Su voz es nítida.

—Lo es, y punto.

—Esa respuesta no me vale.

Claro que no. Eso sería demasiado simple.

—¿Fue por Rebecca?

—¿Tiene esto algo que ver con la investigación policial?

—No, no se trata de eso. Yo... —Casi se me escapa lo del trastero, pero me lo pienso mejor—. Lo que sucede es que la siento como una persona muy cercana y he encontrado algunos de sus objetos personales, y entre ellos había recuerdos de un acto benéfico en el que ella y Chris...

—Ellos no estaban liados. Ni por asomo. De hecho, ella llegó a sentir verdadera aversión hacia él.

—No pensaba que estuvieran liados, pero ¿por qué no le gustaba Chris a Rebecca?

—Él la veía como a una niña que necesitaba más un padre que un Amo.

Esto explica por qué Rebecca tachó el nombre de Chris en su diario de trabajo.

—¿Y tú no compartías su punto de vista?

—No. No compartía su punto de vista. Yo veía a una mujer joven, inteligente y hermosa que tenía el mundo en sus manos.

Hay una ternura en su voz que nunca había oído antes, y vuelvo a sospechar que sentía algo por Rebecca. Quizá no amor, pero tenía un afecto por ella que hubiera dicho que era incapaz de sentir por nadie.

—¿Dónde está, Mark? —inquiero.

—En contra de lo que afirma Ricco con tanta insistencia, no tengo ni idea. No lo sé —contesta Mark.

—¿Qué coño hace ella aquí?

Doy un salto al escuchar la voz de Ava y me levanto. Me giro hacia el pasillo a mi derecha y la veo allí de pie, con fuego en los ojos y sin otra ropa que una camiseta grande. Ryan está detrás de ella, con el torso desnudo y pantalones de vestir.

—He intentado detenerla, Mark. —Alarga la mano hacia Ava y ella se vuelve y empieza a darle puñetazos y a arañarle las mejillas—. ¡Ava! Pero ¡¿qué haces?!

—¿Qué hace ella aquí, Mark? —chilla Ava, y parece fuera de sí, enloquecida.

—Te he dicho que esperes en el dormitorio —advierte Mark con palabras cortantes—. Regresa al dormitorio.

—¿Para que puedas follártela y luego follarme a mí como hiciste con la puta esa de Rebecca? —Corre hacia adelante y Ryan intenta atraparla, pero se le escapa. Tengo el corazón en un puño al verla abalanzarse sobre nosotros y no sé muy bien adónde ir, qué hacer. Está corriendo y veo que viene hacia mí. Empiezo a retroceder.

Mark me agarra y me coloca detrás de él justo antes de que Ava choque contra él. Empieza a dar manotazos, intentando alcanzarme. Al final logra atrapar un mechón de mi pelo y lo retuerce con la mano. Un dolor punzante me recorre el cuero cabelludo y chillo por la brutalidad de sus tirones.

—¡Basta, Ava! —ladra Mark, y siento un último y doloroso tirón antes de que me libere de pronto. Me tambaleo hacia atrás y caigo sobre la mesa, dándome un golpe que me sacude entera.

—¡Que te jodan, Mark! —chilla Ava, enfurecida, y veo que Ryan la tiene sujeta por el pelo y tira de ella hacia atrás—. ¡Ya me hiciste esto con la puta esa de Rebecca! —berrea—. No vas a volver a hacérmelo.

Resbalo hasta el suelo y aterrizo sobre las rodillas.

—Mataré a esa puta —amenaza Ava—. La mataré.

—Sal de aquí, Sara —ordena Mark. ¿Matarme? ¿Habla en serio? Mark me coge y me pone en pie—. ¡Sara! ¡Sal de una vez!

No necesito que me lo repitan. Salgo corriendo de la habitación y me dirijo a la puerta. Ni siquiera la cierro detrás de mí. Oigo cómo chilla Ava desde el interior. Salvaje. Loca. Corro tan deprisa que me estrello contra la puerta del coche, intentando recobrar el aliento. Busco mi bolso. «Oh, Dios. Oh, Dios. ¡No!» Mi bolso y mis llaves se han quedado dentro. Me aprieto la frente e intento pensar, pero hay demasiada adrenalina fluyendo por mi cuerpo para poder pensar con claridad. Empiezo a caminar en círculos, intentando calmarme. Un vecino. Tengo que llamar a la casa de algún vecino y avisar a Chris para que venga a buscarme. No hay otra opción. Empiezo a correr por el camino de entrada de la mansión hacia la calle.

A mis espaldas oigo el chasquido de la puerta del garaje y al girarme me ciegan unas luces largas que empiezan a avanzar hacia mí. Atravieso el césped y no tengo que mirar para saber que el coche sigue detrás y que está cerca... Demasiado cerca. Desesperada, me protejo tras un gran árbol y me tambaleo cuando el vehículo se estrella contra el tronco con un estruendo que me retumba en los huesos.

Escucho mi propia respiración. Escucho gritos. Creo que son Mark y Ryan, pero no los distingo bien. Me pongo en pie y corro hacia las voces, vislumbrando a los dos hombres mientras ellos corren hacia mí. A mis espaldas se abre la puerta del coche con un chirrido y me doy la vuelta para ver cómo Ava se esfuerza por salir mientras me apunta con una pistola.

—¡Quédate donde estás, puta! —chilla, y veo que la sangre le mana a borbotones de la sien.

Me quedo helada ante el odio que veo en sus ojos, ante la certeza de que está loca y no dudará en apretar el gatillo.

—¡Ava! —grita Mark desde algún sitio más allá de mi hombro, y debe haber dado un paso al frente porque ella reacciona.

—No te muevas, Mark —dice entre dientes—, o le disparo ahora mismo. Métete en el coche, Sara.

Ryan no dice nada. No sé dónde está, pero espero que no esté aquí y que haya ido en busca de ayuda.

—Que te metas en el coche, Sara —ordena Ava.

No puedo meterme en el coche. No puedo. Sé que si lo hago no saldré con vida.

—¡Ahora! —vocifera.

Me trago el pánico que intenta dominarme, trato de ser lógica, trato de pensar en alguna manera de salir de esta. Ella no me hará daño. Hay testigos. La gente sabrá que me he marchado con ella. Todo esto da igual. Está loca. No hay nada más que decir.

Dispara a un palmo de mis pies y pego un brinco. Mark grita. Me muevo hacia ella, temiendo que vuelva a disparar y que esta vez apunte bien. Doy un paso hacia ella y, antes de verla, oigo el rugido de una moto. Ava también lo oye y reacciona apuntando el arma hacia el sonido. Aparece la moto y sé que es Chris. Tiene que ser él, y en lo único que puedo pensar es en que va a dispararle. Mis instintos reaccionan y corro hacia Ava, pero oigo el disparo antes de alcanzarla. La moto y Chris salen volando y chocan contra mi coche. Llego hasta Ava y salto sobre ella desde atrás, intentando no pensar en Chris muerto y desangrándose. Solamente en la pistola. Le tiro del pelo y hago la única cosa que sé hacer. Le muerdo el brazo con todas mis fuerzas. Chilla y se retuerce y caemos al suelo, su espalda sobre mi pecho. Pero consigo mi objetivo. La pistola sale volando por los aires y oigo el sonido de sirenas que llegan a toda velocidad, pero Ava se me escurre. Rueda y trata de alcanzar la pistola.

Le agarro de la camiseta, lo único que lleva puesto, y me da una violenta patada en la cara. Me paraliza el dolor y suelto su camiseta. Se escabulle y, sin saber cómo, logro ponerme de rodillas y luego en pie, con la intención de perseguirla. En ese momento veo a Chris, cubierto de sangre, que se pelea con Ava a un metro escaso de la pistola. La mano de ella roza el arma y el terror por lo que le pueda pasar a Chris me inyecta adrenalina en las venas.

—¡Chris! —chillo, y cierro el puño para golpear a Ava en la cabeza. Se cae a un lado con un gemido.

Ryan aparece de la nada y me agarra y tira de mí hacia atrás. Mark aprieta a Ava contra él y ella grita como si estuviera poseída, con la cara cubierta de sangre.

Chris se pone de rodillas, también le brota la sangre de una herida en la cabeza, pero sostiene con pulso firme la pistola y apunta hacia Ava.

—Saca a esa zorra de aquí o le disparo —grita Chris a Mark.

Este aleja a Ava arrastrándola y la entrada se llena de coches de policía.

—¡No se mueva! —le grita un policía a Chris, apuntándole con una pistola—. ¡Suelte el arma!

Mis ojos se encuentran con los de él y no dejo de mirarle mientras suelta la pistola. Siento los metros que nos separan como si fueran las desoladas millas de un desierto. Tenía secretos que me había ocultado. Acudí a Mark en busca de respuestas. El jardín se llena de policías, impidiéndome ver a Chris, separándonos. Vivimos en mundos distintos y estamos heridos más allá de las heridas de nuestros cuerpos, y a lo mejor ya no es posible la curación.

Nos rodean un montón de policías y sanitarios y no puedo ver a Chris, pero me aseguran que está bien. Sin embargo, no me siento como si estuviera bien. Siento que nada volverá a estar bien, jamás. Sólo consigo respirar de nuevo cuando se llevan a Ava y veo a Chris hablando con la policía al otro lado del jardín. Solamente entonces permito que me acompañen a una ambulancia para que los sanitarios me revisen.

En la ambulancia, un amable señor mayor de pelo canoso me toma el pulso y me mide la tensión. Es allí donde me encuentra Chris, maltrecho y abatido. Me abruma pensar que podría haber muerto esta noche por salvarme, que todo habría sido por mi decisión de venir aquí.

—¿Qué tal tienes la cabeza? —pregunto, observando la gran venda de su frente.

—Necesitaré puntos, pero viviré. —Desvía la mirada hacia el sanitario—. ¿Qué tal está?

—Magullada, pero también vivirá.

Chris y yo nos miramos fijamente, y mi corazón se retuerce ante lo que sucede entre los dos, porque sigo estando segura de que pertenecemos a mundos distintos. El sanitario se aclara la garganta.

—Ahora mismo vuelvo —dice, y se apresura a salir del vehículo, entendiendo claramente que necesitamos estar unos momentos a solas.

Chris se sube a la ambulancia y se sienta a mi lado.

—Ha llamado Blake. Ava ha confesado que mató a Rebecca.

Cierro el puño contra mi pecho ante el impacto que supone la noticia.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—No tenemos detalles del asunto, porque llegó un abogado y procuró que dejara de hablar, pero imagino que los tendremos en los próximos días. El detective privado con el que tuviste el encontronazo en el trastero entregó algunos diarios que robó de allí. Ha tenido problemas en el pasado y no quiere tener nada que ver con un asesinato. Según afirma, nos resultarán muy útiles.

—Más diarios —susurro—. Más personas leyendo los pensamientos privados de Rebecca. Como hice yo.

—Gracias a que lo hiciste, ahora podrá descansar en paz. Y podrán poner a Ava entre rejas antes de que le haga daño a alguien más... Como ha tratado de hacer esta noche.

Me giro hacia él, deseando que no hubiera ni un centímetro entre los dos.

—Me has salvado la vida.

Tarda en responder, su mirada es inescrutable. No me deja entrar, como siempre.

—Sí, bueno, esta vez he acertado con lo de protegerte. Al parecer no lo he hecho tan bien en otras ocasiones.

—Eso no es verdad, yo sólo tenía que...

—Escuchar la verdad en boca de Mark, porque a mí no me creías. Lo sé. Lo entiendo.

—No me contaste lo de Rebecca hasta que lo descubrí por mí misma.

—Eso también lo entiendo, pero lo que no termino de entender es por qué estabas dispuesta a aceptar su palabra antes que la mía. —Se rasca la barbilla y apoya los codos sobre las rodillas—. Dices que te alejo de mí cuando tengo problemas... Bueno, pues parece que tú sales corriendo en busca de Mark.

—No, Chris. No es así. No es así en absoluto.

—Tú querías honestidad, Sara. Te la estoy dando. Sabía que irías a buscarle. Por eso no te intenté retener. Y me juré que si te ibas con él, lo nuestro se habría terminado.

Me siento débil y tiemblo ante la posibilidad de que lo diga en serio.

—No, Chris. Mark no tiene nada que ver con nosotros. Me dolió que no me hubieras dicho todo sobre Rebecca y seguía susceptible después de la semana pasada.

—Lo sé. Lo sé, Sara. Joder, hay que ver lo bien que se nos da hacernos daño.

—¿Qué estás diciendo? —Apenas consigo mascullar la pregunta, tengo la voz atrapada en la garganta, junto a mi corazón.

—No sé lo que digo. Sé que me he muerto mil veces esta noche cuando he pensado, por un momento, que Ava iba a dispararte. Hubiera dado mi vida por ti esta noche; así es como te amo.

—Pero hay veces que amar no basta —digo, repitiendo las palabras que pronunció él en el club—. ¿Volvemos a estar así?

—No estoy seguro de ser yo el que tiene que responder esta vez a esa pregunta, Sara. Creo que te toca a ti.

—¿Y eso qué demonios significa?

—Disculpen. —Levanto la vista y veo a un policía que nos observa desde la parte trasera del vehículo, y rezo para que se marche, pero no funciona—. Señorita McMillan, si se siente en condiciones, nos gustaría que pasara dentro para responder a algunas preguntas.

—Claro. ¿Ahora?

—Eso sería lo mejor, sí.

Chris se baja de la ambulancia y me ofrece su mano. Deslizo mi palma en la suya y el calor que desprende me recorre el brazo, pero el espacio que hay entre los dos, el maldito espacio, es enorme y frío, y temo que se está volviendo más impenetrable a medida que pasan los segundos. No quiero abandonarle. Quiero que todos los demás se marchen y nos dejen solos.

Reaparece el sanitario y posa su mirada en Chris.

—Estamos listos para salir hacia el hospital, si usted lo está.

—Sí —dice él—. Estoy listo. —Sus ojos se encuentran con los míos y durante un instante no desviamos la mirada—. Voy a que me cosan la cabeza.

—Iré contigo.

—Tienes que contestar a las preguntas que necesitan que respondas, así nosotros podremos pasar página. Quédate aquí. Haz lo que tengas que hacer.

Me aferro a la referencia a nosotros, pero sé lo rotos que estamos los dos. Sé lo cerca que estamos de perdernos, lo raro que es en Chris que no insista en estar a mi lado para esto. Se me cierra la garganta.

—Está bien. Vale. —Me giro hacia el agente de policía—. Estoy preparada. —No vuelvo a mirar a Chris porque sé que, si lo hago, no me marcharé. Y, por primera vez desde que nos conocimos, me pregunto si le aliviaría que lo hiciera.

31

Una hora después de que Chris haya partido rumbo al hospital, he terminado con las preguntas de la policía y salgo de casa de Mark. Un movimiento me llama la atención entre las sombras del jardín, junto al árbol contra el que chocó Ava. Me acerco y encuentro a Mark apoyado contra el tronco, con la cabeza abatida y los brazos reposando en las rodillas. Salta a la vista que no se trata del Mark siempre controlado al que estoy acostumbrada.

Tras vacilar un momento, me siento a su lado en el suelo. Levanta la cabeza y me quedo anonadada ante lo que me permite ver. Dolor. Tormento. Culpa.

—Regresó porque yo se lo pedí —me cuenta.

—¿Qué? —pregunto, pero de repente comprendo lo que quiere decir. Recuerdo cuando Blake dijo que Rebecca había regresado a la ciudad y que luego había desaparecido.

—Llamé a Rebecca cuando estaba de vacaciones con el tipo con el que se largó, y le dije que regresara. Que todo cambiaría. Me dijo que no. —Se pasa una mano por el pelo y maldice entre dientes—. Pensé que había decidido borrarme de su vida. Ni siquiera supe que había regresado a la ciudad. La traje de vuelta y entonces Ava le hizo... sabe Dios qué. Está muerta por mi culpa.

—No te tortures así. —Me pongo de rodillas para mirarle de frente—. Tú no eres responsable de lo que hizo Ava.

Clava una mirada atormentada en mí.

—Lo soy. No sabes hasta qué punto tengo yo la culpa. Junté a Rebecca y a Ava en el club. Incluí a Ava en los juegos. Yo... —Se le quiebra la voz y desvía la mirada—. Rebecca era... —Pasan los segundos y de pronto vuelve a clavar los ojos en mí—. Yo he provocado esto, y casi consigo que te ocurra lo mismo a ti. Habría ocurrido lo mismo si no hubiera aparecido Chris. Tú y yo sabemos que es verdad. Vete a casa, Sara. Aléjate todo lo que puedas de mí.

La orden es brusca y afilada como una cuchilla de afeitar, pero no me muevo. Quiero ayudarle.

—Mark...

—¡Vete a casa!

Comprendo entonces que tiene que enfrentarse con sus demonios a su manera, como yo he tenido que enfrentarme con los míos. Me pongo en pie y bajo los ojos para mirarle, pero no me mira y sé que ya no volverá a hacerlo. Camino hasta mi coche. Una vez dentro, arranco el motor, pero no sé muy bien qué hacer. Chris ha dicho que se prometió a sí mismo que, si venía aquí esta noche, lo nuestro no tendría futuro. ¿Lo diría en serio? No he sabido nada de él, pero le amo demasiado para ser orgullosa ahora mismo.

Con los nervios revoloteando en mi estómago, intento llamarle. Cada tono me atraviesa como una punzada, uno tras otro, hasta que me salta su contestador y cuelgo. Siento el mismo pellizco en el pecho que sentí la semana pasada cuando levantó la muralla de siempre entre los dos. Está enfadado y dolido y yo ya no lo estoy. Siento incertidumbre y estoy confundida.

No sé qué cosas han podido llevarle a actuar esta noche como lo ha hecho. Empiezo a conducir y me interrogo en busca de respuestas, preguntándome dónde empezó todo. Termino en mi viejo apartamento y visito el de Ella, donde descubrí a Rebecca por primera vez. Entro en el dormitorio, dejo el bolso en la cama y me tumbo sobre el colchón, contemplando el techo. Gracias a Ella y a Rebecca me atreví a ser yo misma, no la carcasa de la persona con la que me había conformado por ser. Y, gracias a ellas, encontré a Chris.

Ruedo y me pongo de lado, exhausta más allá de lo que creía posible. Quiero irme a casa. Quiero ver a Chris. Quiero hablar con él de todo lo que siento, pero estamos rotos y heridos. Tan rotos... No sé cómo podríamos arreglar lo nuestro. No sé si él quiere que lo arreglemos. A lo mejor no debería desear que volviéramos a estar juntos. Pero lo deseo. Y no me importa si eso me hace parecer ingenua. Saco mi móvil del bolso, cierro los ojos y ansío con todas mis fuerzas que suene.

—Sara. —Parpadeo. Me ha despertado la voz de Chris y lo encuentro de pie y mirándome.

Me incorporo medio mareada, temiendo no haber despertado y que se trate de un sueño.

—¿Chris? —Brinco hasta el borde de la cama, aliviada al comprobar que realmente está aquí. Se me llena el pecho de esperanzas al pensar que todavía nos queda alguna oportunidad.

Se pone en cuclillas delante de mí, pero no me toca.

—Cuando no te encontré en casa, supuse que estarías aquí.

—No podía ir a casa sin que estuvieras tú. Intenté llamarte.

—Me hicieron apagar el móvil en el hospital, y cuando por fin lo pude encender, no contestabas. —Aparta la mirada y detecto su esfuerzo por expresar lo que quiere decirme. Me lleno de angustia antes de que se gire hacia mí de nuevo—. Mira, Sara. —Vuelve a vacilar, y me quedo sin respiración hasta que continúa—. Salgo hacia París a las diez de la mañana.

Siento un peso en los hombros y el dolor me parte el cuerpo en dos.

—¿Te vas?

—Sí. Me voy.

—No. No lo hagas.

Me observa fijamente durante un rato largo, buscando algo que espero que encuentre.

—Ven conmigo. Encontraremos a Ella e intentaremos encontrarnos a nosotros, de nuevo. Llevo horas pensando en esto. No me he abierto a ti y es posible que lo de esta noche no hubiera ocurrido si lo hubiera hecho. Si quieres saber exactamente qué y quién soy, París es donde podrás averiguarlo. Eso es algo que siempre he sabido, pero hasta hoy no he estado preparado para lo que significa. Y no estoy seguro de que tú llegues a estar preparada alguna vez. Tienes que pensar mucho en ello antes de que amanezca.

—Mi pasaporte...

Introduce una mano en el bolsillo, extrae mi pasaporte y lo arroja sobre la cama.

—Llegó mientras estaba fuera. —Se pone en pie y aún no me ha tocado. ¿Por qué no me toca?

Esto es demasiado repentino. La cabeza me da vueltas.

—Chris, por favor. Hablemos de esto.

—No. Basta de hablar. No hay medias tintas. Todo o nada, Sara. Eso es lo que te ofrezco, y tú tienes que decidir si realmente lo quieres. Hay un billete de American Airlines a tu nombre. Yo estaré en el avión. Espero que lo estés tú también. —Se aleja, y la puerta se abre y se cierra detrás de él.

Se ha ido, dejándome con la confirmación de lo que ya había presentido en él. Hay cosas sobre su dolor que no sé, hay más secretos por revelar. Me ha dejado ante otra de sus pruebas y sólo tengo unas cuantas horas para responder. Sin saber los secretos que oculta, ¿estoy dispuesta a arriesgarme e irme con él?

Jueves, 2 de agosto de 2012

Hoy le he dicho adiós, pero no me ha creído. Frunció los labios de esa forma tan sensual y tan suya, y murmuró en mi oído promesas de placer llenas de malicia. Pero esta vez sus promesas no han bastado. Parecía consternado cuando le he dicho que el placer era la fachada que utilizaba para esconderse del amor. Vi algo profundo en sus ojos, un destello de angustia. Y supe que tenía razón, que hay mucho más que no me deja ver. Pero ya no estoy ciega. Ahora ya sé que no soy la mujer que puede descubrir al hombre que se esconde detrás del Amo. Soy sólo una parte de su viaje, como él lo es del mío.

Ah, pero hay una parte de mí que espera que me eche de menos; que espera que, a lo mejor, nos encontraremos de nuevo, algún día. No me atreví a verle de nuevo, ni a tocarle de nuevo, por miedo a ser débil y a cambiar de opinión. Le dejé una nota manuscrita sobre la mesa de su despacho, y en ella le dije todo lo que quedaba por decir: «Adiós..., Amor, Rebecca».