Trece

A la mañana del día siguiente, Jessica estaba pálida y angustiada. Tan solo deseaba curar la herida existente entre Nikolas y ella, y no sabía con seguridad como lo lograría o si él desearía que las cosas se arreglaran entre los dos. La atormentaba la necesidad de verlo y explicárselo todo, de tocarlo; más que ninguna otra cosa, necesitaba sentir sus brazos estrechándola, oír su voz musitándole palabras de amor.

¡Lo amaba! Tal vez no tuviese ninguna lógica, pero ¿acaso importaba? Jessica había sabido desde el principio que Nikolas era el único hombre capaz de vencer las defensas que ella había erigido a su alrededor, y estaba cansada de negar ese amor.

Se vistió presurosa, sin preocuparse por los resultados, y se limitó a cepillarse el cabello y a dejárselo suelto sobre la espalda. Al entrar corriendo en la sala de estar, vio que la señora Constantinos estaba sentada en la terraza y salió para saludarla.

—¿Dónde está Niko, maman? —preguntó con voz temblorosa.

—A bordo del yate —contestó la mujer mayor—. Siéntate, hija; desayuna conmigo. Sophia te traerá algo ligero. ¿Has tenido náuseas esta mañana?

Sorprendentemente, no. Era lo único bueno que había ocurrido esa mañana, pensó Jessica.

—Pero tengo que ver a Nikolas —insistió.

—Todo a su debido tiempo. Ahora mismo no puedes hablar con él, así que más vale que desayunes. Debes pensar en el niño, cariño.

Jessica se sentó a regañadientes y un momento después, Sophia apareció con una bandeja. Sonriendo, le sirvió a Jessica un desayuno ligero. En el titubeante griego que había aprendido durante sus semanas en la isla, Jessica le dio las gracias, y se vio recompensada con una maternal palmadita de aprobación.

Mordió un panecillo y se obligó a tragar pese al nudo que tenía en la garganta. Mucho más abajo podía divisar el blanco brillo del yate; Nikolas estaba allí, pero era como si se encontrase a miles de kilómetros de distancia. Jessica no podría llegar hasta él a menos que algún pescador la llevase, y para eso tendría que caminar hasta el pueblo. El trayecto no era tan largo y, en otras circunstancias, lo habría recorrido sin pensárselo dos veces, pero el embarazo había minado seriamente sus fuerzas y no creía poder alejarse tanto a pie con un calor tan implacable. Como había dicho la señora Constantinos, tenía que pensar en la preciosa vida que albergaba en su interior. Nikolas la odiaría si hiciese algo que pudiera perjudicar a su hijo.

Después de haber comido lo suficiente para que su suegra y Sophia quedaran satisfechas, y cuando hubo retirado la bandeja, la señora Constantinos le preguntó con calma:

—Dime, cariño, ¿amas a Niko?

¿Cómo podía preguntarlo siquiera?, se dijo Jessica afligida. Su amor debía de haber resultado evidente en cada una de las palabras que había dicho después de que Nikolas saliera violentamente de su cuarto el día anterior. Pero los claros ojos azules de la señora Constantinos estaban clavados en ella, de modo que admitió en un tenso susurro:

—¡Sí! Pero lo he estropeado todo... ¡Jamás me perdonará lo que le dije! Si me amara, sería diferente...

—¿Y cómo sabes que no te ama? —preguntó la mujer mayor.

—Porque, desde que nos conocimos, tan solo le ha interesado irse a la cama conmigo —confesó Jessica profundamente deprimida—. Dice que me desea, pero nunca me ha dicho que me ama.

—Ah, comprendo —dijo la señora Constantinos, asintiendo con su cabeza de blancos cabellos—. ¡Y como nunca te ha dicho que el cielo es azul, no crees que pueda ser de ese color! ¡Jessica, querida mía, abre los ojos! ¿De verdad crees que Nikolas es tan débil de espíritu como para dejarse esclavizar por la lujuria? Te desea, sí... El deseo físico forma parte del amor.

Jessica no se atrevía a esperar que fuese cierto que Nikolas la amara; había maltratado sus sentimientos en demasiadas ocasiones, y Jessica así se lo dijo a la señora Constantinos.

—Nunca he dicho que sea un hombre afable —contestó la otra mujer—. Hablo por experiencia propia. Niko es la viva imagen de su padre; podrían ser el mismo hombre. No siempre me resultó fácil ser esposa de Damon. Tenía que hacerlo todo según su parecer o montaba en cólera, y Niko es igual que él. Es tan fuerte que a veces no comprende que la mayoría de las personas no poseen esa misma fuerza, que debe ser más blando con los demás.

—Pero su esposo la amaba —señaló Jessica suavemente, con los ojos fijos en el lejano brillo del yate que se destacaba en el cristalino mar.

—Sí, me amaba. Pero no me lo dijo hasta que llevábamos seis años casados, y sólo porque sufrí la pérdida de nuestro segundo hijo, que no llegó a nacer. Cuando le pregunté desde cuándo me amaba, él me miró asombrado y respondió: «Desde el principio. ¿Cómo puede una mujer estar tan ciega? No dudes nunca que te amo, aunque no te lo diga con palabras». Y lo mismo le pasa a Niko —serenamente, con sus claros ojos azules clavados en Jessica, la señora Constantinos volvió a decir—: Sí, Niko te ama.

Jessica palideció aún más, sacudida por la súbita ráfaga de esperanza que la recorrió de repente. ¿La amaba? ¿Podría amarla, después de lo ocurrido el día anterior?

—Te ama —la tranquilizó la madre de Nikolas—. Conozco a mi hijo, igual que conocía a mi marido; me he fijado en cómo te mira, con un anhelo en los ojos que me dejó sin habla cuando lo vi por primera vez. Porque Niko es un hombre fuerte que no ama a la ligera.

—Pero... las cosas que me ha dicho —protestó Jessica trémulamente, sin todavía a albergar esperanzas.

—Sí, lo sé. Es un hombre orgulloso, y está furioso consigo mismo porque no puede controlar la necesidad que tiene de ti. El problema que hay entre vosotros es, en parte, culpa mía. Niko me quiere, y yo me disgusté mucho cuando creí que mi querido amigo Robert se había casado con una buscona. Niko deseaba protegerme, pero no conseguía dejarte. Y tú, Jessica, eras demasiado orgullosa para decirle la verdad.

—Lo sé —dijo Jessica en tono quedo mientras las lágrimas afluían a sus ojos—. ¡Y ayer lo traté tan mal! Lo he echado todo a perder, maman; ahora jamás me perdonará —las lágrimas comenzaron a caer de sus pestañas mientras recordaba la expresión de Nikolas cuando se había marchado del cuarto.

Deseaba morir. Sentía como si hubiese destrozado el paraíso con sus propias manos.

—Tranquilízate. Sí tú puedes perdonarle su orgullo, cariño, él te perdonará el tuyo.

Jessica tragó saliva, reconociendo la verdad. Había utilizado su orgullo para alejar de sí a Nikolas, y ahora estaba pagando el precio.

La señora Constantinos le colocó una mano en el brazo.

—Niko sale ya del yate. ¿Por qué no vas a reunirte con él?

—Yo... Sí —dijo Jessica tragando saliva mientras se ponía de pie.

—Ten cuidado —le aconsejó la señora Constantinos—. Acuérdate de mi nieto.

Con los ojos puestos en el pequeño bote que se dirigía hacia la playa, Jessica bajó por el sendero que conducía hasta el agua. Caminaba con el corazón acelerado, preguntándose si la señora Constantinos tenía razón y era cierto que Nikolas la amaba. Al recordar los momentos vividos, le pareció que sí, que la amaba... O que, al menos, la había amado. ¡Ojalá ella no lo hubiese estropeado todo!

Nikolas había sacado el bote del agua y lo estaba asegurando contra la marea cuando Jessica caminó por la arena hacia él. Llevaba tan solo unos tejanos recortados y los músculos de su cuerpo casi desnudo se ondulaban con felina gracia conforme se movía. Jessica contuvo el aliento, admirada, y se paró en seco.

Nikolas se enderezó y la vio. Era imposible leer la expresión de sus ojos negros mientras permanecía allí, mirándola, y Jessica tomó aire trémulamente. Sabía que él no daría el primer paso; tendría que darlo ella. Haciendo acopio de todo su valor, dijo en tono quedo:

—Nikolas, te quiero. ¿Podrás perdonarme?

Algo titiló en la negras profundidades de los ojos de él, y luego desapareció.

—Claro que sí —dijo Nikolas simplemente, y echó a andar hacia ella. Cuando estuvo tan cerca que Jessica podía oler el limpio sudor de su cuerpo, se detuvo y preguntó—: ¿Por qué?

—Tu madre me ha abierto los ojos —respondió ella, tragando con cierta dificultad. Sentía el corazón en la garganta, latiéndole con tanta fuerza que apenas le permitía hablar—. Me ha hecho ver que estaba dejando que mi orgullo arruinase mi vida. Te... te amo y, aunque tú no me ames, quiero pasar el resto de mi vida contigo. Espero que me ames. Maman dice que sí, pero si... si no puedes amarme, no importa.

Nikolas se pasó los dedos por el cabello negro; su expresión era súbitamente seria e impaciente.

—¿Es que estás ciega? —preguntó ásperamente—. Toda Europa se dio cuenta de que me volví loco por ti nada más verte. ¿Crees que soy tan esclavo de la lujuria?, ¿que me habría empeñado tanto en conseguirte si te hubiese querido sólo por el sexo?

Jessica notó que el corazón se le salía del pecho mientras él se expresaba en unos términos tan parecidos a los que había utilizado su madre. ¡Y tanto que la señora Constantinos conocía a su hijo! Como ella había dicho, Niko se parecía mucho a su padre.

Jessica alargó las manos y cerró los dedos sobre la cálida piel que cubría sus costillas.

—Te quiero —susurró temblorosamente—. ¿Podrás perdonarme por haber sido tan ciega y tan estúpida?

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Nikolas; con un jadeo profundo, la atrajo hacia sí y enterró el rostro en su enredado cabello.

—Claro que te perdono —musitó ferozmente—. Si tú puedes perdonarme, si puedes amarme después del modo tan implacable en que te he acosado, ¿cómo podría guardarte algún rencor? Además, para mí la vida no valdrá la pena si te dejo marchar. Te quiero —alzó la cabeza y volvió a decir—: Te quiero.

Jessica tembló de pies a cabeza al oír cómo su voz profunda pronunciaba aquellas últimas palabras; una vez que lo hubo confesado, Nikolas siguió repitiéndolo una y otra vez, mientras ella se aferraba a él desesperadamente, con el rostro enterrado en el cálido vello rizado que cubría su pecho. Nikolas le agarró la barbilla y la obligó a alzar la cabeza para mirarlo antes de devorarla con un beso hambriento y posesivo. Ella notó que un hormigueo recorría sus nervios y se puso de puntillas para apretarse contra Nikolas, entrelazando los brazos alrededor de su cuello. El tacto de la firme y cálida piel bajo sus dedos hizo que se sintiera embriagada, y ya no deseó resistirse; respondía a él sin reservas. Por fin pudo satisfacer su propia necesidad de tocarlo, de acariciar su piel bronceada y morder sensualmente sus labios. Un profundo jadeo brotó del pecho de Nikolas mientras ella le hacía exactamente eso; al cabo de un instante, la había tomado en brazos y avanzaba con grandes zancadas por la arena.

—¿Adónde me llevas? —susurró Jessica, deslizando los labios por su hombro, y él respondió con voz tensa:

—Aquí, donde podamos escondernos detrás de las rocas. Un momento después, estaban completamente rodeados por las rocas y Nikolas soltó a Jessica en la arena calentada por el sol. Pese a la urgencia que ella percibía en él, fue tierno mientras le hacía el amor, conteniéndose, como si temiera hacerle daño. Sus atenciones, diestras y pacientes, la hicieron alcanzar el éxtasis. Y, cuando Jessica regresó a la realidad, supo que aquella sesión de amor había sido limpia y curativa, que había borrado todo el dolor y el peligro de los meses anteriores. Había sellado el pacto del amor que se habían confesado mutuamente, los había convertido verdaderamente en marido y mujer. Presa entre sus brazos, con el rostro enterrado en su agitado pecho, Jessica susurró:

—¡Cuánto tiempo hemos desperdiciado! Si te hubiese dicho...

—Chist —la interrumpió él, acariciándole el cabello—. No te recrimines a ti misma, cariño, porque yo tampoco estoy libre de culpa, y no se me da nada bien admitir los errores —su fuerte boca se arqueó en una sonrisa irónica mientras le colocaba una mano en la espalda, acariciándola como si fuese un gatito—. Ahora comprendo por qué recelabas tanto de mí; pero, en aquel entonces, cada rechazo era como una bofetada en la cara —siguió diciendo suavemente—. Quería dejarte en paz; jamás sabrás hasta qué punto deseaba alejarme de ti y olvidarte, y me ponía furioso no poder hacerlo. No estoy acostumbrado a que nadie ejerza esa clase de poder sobre mí —confesó como burlándose de sí mismo—. No podía admitir que, finalmente, me habían derrotado; hacía todo lo posible por recuperar la ventaja, por dominar mis emociones, pero nada funcionó. Ni siquiera Diana.

Jessica emitió un jadeo ahogado ante el atrevimiento por parte de Nikolas de mencionar ese nombre y alzó la cabeza para mirarlo con celos.

—Eso, ¿qué me dices de Diana? —preguntó en tono áspero.

—Ay —Nikolas hizo una mueca mientras le daba un golpecito en la nariz con el dedo—. He abierto la maldita boca cuando debería haberla mantenido cerrada, ¿verdad? —pero sus ojos negros brillaban, y ella comprendió que disfrutaba con sus celos.

—Sí —convino—. Háblame de Diana. Esa noche me dijiste que sólo la habías besado una vez. ¿Era cierto?

—Más o menos —respondió él, tratando de salirse por la tangente.

Furiosa, ella cerró el puño y le golpeó en el estómago con todas sus fuerzas, que en realidad no bastaron para hacerle daño, pero que le arrancaron un gruñido.

—¡Oye! —protestó Nikolas, sujetándole el puño y echándose a reír. Era una risa despreocupada que Jessica jamás había oído en él. Parecía eufórico y feliz, lo que hizo que ella se sintiera aún más celosa.

—Niko —dijo con rabia—. Dímelo.

—Está bien —accedió él, y su risa se convirtió en una leve sonrisita. Observó a Jessica atentamente con sus ojos negros mientras confesaba—: Tenía intención de poseerla. Diana estaba dispuesta, y habría sido como un bálsamo para mi ego herido. Diana y yo tuvimos una fugaz aventura unos meses antes de que me conocieras, y dejó claro que deseaba reanudar la relación. Me tenías tan confundido, tan frustrado, que sólo podía pensar en romper el dominio que ejercías sobre mí. No me dejabas poseerte, pero yo seguía insistiendo en estrellarme contra ese frío y delicado hombro tuyo, y estaba furioso conmigo mismo. Te comportabas como si no pudieras soportar mi contacto, mientras que Diana sugirió a las claras que me deseaba. Y yo quería tener a una mujer receptiva entre mis brazos; pero, cuando empecé a besarla, me di cuenta de que algo fallaba. No eras tú, y no la deseaba. Sólo te deseaba a ti, aunque en aquel momento fuese incapaz de reconocer que te amaba.

La explicación apenas aplacó a Jessica; sin embargo, como le tenía el puño sujeto y la otra mano inmovilizada con el brazo con que la rodeaba, no podía descargar físicamente su furia contra él. Siguió mirándolo con rabia mientras le ordenaba:

—No volverás a besar a otra mujer nunca más, ¿me oyes? ¡No lo soportaría!

—Te lo prometo —murmuró Nikolas—. Soy todo tuyo, cariño; lo he sido desde el momento en que entraste en mi oficina y te acercaste a mí. Aunque reconozco que me gusta ver ese fuego verde en tus ojos; estás preciosa cuando te pones celosa.

Acompañó sus palabras con una sonrisa perversa y encantadora que logró su propósito, pues Jessica se derritió bajo la mirada cariñosamente posesiva que él le dirigía.

—Supongo que a tu ego le gusta que me sienta celosa —preguntó mientras se relajaba y se apoyaba contra su cuerpo.

—Por supuesto. He pasado una tortura. Sentía que me consumían los celos, así que es justa que tú también te sientas un poco celosa.

Nikolas remató su confesión con un intenso beso que hizo que la pasión de ella se desbordara; era como si el deseo que sentía por Nikolas, tan largo tiempo reprimido, hubiese estallado sin control y Jessica fuese incapaz de refrenar su placer. Como un animal, Nikolas lo percibió y se aprovechó de ello, profundizando el beso, acariciando su cuerpo con manos seguras y sabias.

—Qué hermosa eres —susurró entrecortadamente—. He soñado tantas veces con tenerte así; no quiero soltarte ni siquiera un momento.

—Pero es necesario —contestó ella, sus ojos verdes iluminados por un brillo de amor y de necesidad—. Maman nos estará esperando.

—Entonces será mejor que volvamos —gruñó Nikolas, incorporándose y ayudándola a levantarse—. No quisiera que enviase a alguien a buscarnos. Además, tienes sueño, ¿verdad?

—¿Sueño? —inquirió Jessica, sorprendida.

—No podrás permanecer despierta, ¿verdad? —prosiguió él, sus ojos negros centelleando—. Tendrás que echarte un rato.—¡Oh! —exclamó ella, abriendo mucho los ojos al entender por fin—. Creo que tienes razón; tengo tanto sueño que no podré permanecer despierta hasta la hora del almuerzo.

Nikolas se echó a reír y la ayudó a vestirse; luego, con las manos enlazadas, subieron por el sendero. Mientras apretaba la fuerte mano de Nikolas, Jessica sintió que el resplandor del amor que sentía en su interior crecía hasta abarcar el mundo entero. Por primera vez en su vida, todo era como debía ser; amaba a Nikolas y él la amaba a ella, y ya iba a darle un hijo. Le contaría la historia de su anterior matrimonio con detalle, le explicaría por qué se había ocultado detrás de las mentiras que otros habían propalado, por qué se había escondido incluso de él, aunque sabía que eso no influiría para nada en su amor. Llena de una profunda satisfacción, preguntó:

—¿Cuándo reconociste que me amabas?

—Cuando estabas en Cornualles —confesó él —con voz ronca, intensificando la presión de sus dedos. Se detuvo para mirarla con una sombría expresión en el rostro mientras recordaba—. Pasaron dos días hasta que Charles se dignó decirme adónde habías ido, pensando que ya había soportado bastante castigo; creí que iba a volverme loco. Llevaba dos días intentando contactar contigo por teléfono, esperando delante de tu casa durante horas para ver si regresabas. No dejaba de pensar en todo lo que te había dicho, de recordar la expresión de tus ojos cuando te marchaste, y me entraban sudores fríos al pensar que te había perdido. Fue entonces cuando comprendí que te amaba, porque la idea de no volver a verte era un tormento.

Jessica lo miró sorprendida. Si ya la amaba entonces, ¿por qué había insistido en imponer las insultantes condiciones de su acuerdo prematrimonial?

Se lo preguntó con voz trémula y, en respuesta al eco de dolor que vio en sus ojos, Nikolas la estrechó entre sus brazos y descansó la mejilla en su cabello.

—Estaba dolido y arremetí contra ti —musitó—. Lo siento, cariño, ordenaré que rompan ese maldito acuerdo. Pero seguía creyendo que me exigías una alianza de matrimonio para poder acceder a mi dinero, y eso me ponía furioso, porque te amaba tanto que debía tenerte, aun pensando que mi dinero era lo único que te interesaba.

—Nunca he querido tu dinero. Incluso me alegré cuando te hiciste cargo del mío; estaba furiosa contigo por haberme obligado a aceptar una suma tan elevada por las acciones de ConTech, sin yo querer.

—Ahora lo sé, pero en aquel momento creí que era precisamente eso lo que querías. Se me abrieron los ojos en la noche de bodas, y cuando me desperté y vi que te habías ido... —Nikolas dejó la frase a medias y cerró los ojos con expresión angustiada.

—No pienses en eso —dijo ella suavemente—. Te quiero.

Él abrió los ojos y la miró; la clara profundidad de los ojos de Jessica brillaba con el amor que sentía.

—Incluso cuando estoy loco de celos y frustración, conservo una chispa de cordura —dijo Nikolas, sus labios curvándose en una sonrisa—. Fui lo bastante sensato para casarme contigo —se inclinó y la tomó en brazos—. Maman nos está esperando. Vamos a darle la buena noticia y después echaremos ese sueñecito. Te llevaré a casa, amor mío —y subió a grandes zancadas por el sendero que conducía hasta su hogar, llevando a Jessica sin esfuerzo.

Ella le rodeó el cuello con los brazos y se recostó sobre él, sintiéndose a salvo y protegida por la fuerza de su amor.

FIN