Once

Pero no, no era una batalla campal. Nikolas nunca permitiría tal cosa y ella era incapaz de luchar contra él. La única arma que tenía era su frialdad, e hizo un implacable uso de ella, negándose a ceder lo más mínimo cuando él acudía a visitarla. Nikolas hacía caso omiso de su indiferencia y le hablaba amablemente del día a día en la isla y de la gente que preguntaba por ella. Todos le enviaban su cariño y querían saber cuándo saldría del hospital; a Jessica le resultaba extremadamente difícil no reaccionar al oír aquello. En los pocos días que había pasado en la isla se había sentido tan cálidamente acogida, que echaba de menos a la gente de allí, sobre todo a Petra y a Sophia.

La misma mañana en que le dieron el alta, Nikolas hizo añicos su resistencia con tanta facilidad, que posteriormente Jessica se dio cuenta que se había limitado a esperar a que estuviera recuperada para entrar en acción. Cuando Nikolas entró en la habitación y vio que ya estaba vestida y lista para marcharse, la besó con naturalidad sin darle tiempo a retirarse, y luego la soltó antes de que pudiera reaccionar.

—Me alegro de que estés preparada —comentó mientras agarraba la pequeña maleta con la poca ropa que le había llevado para su estancia en el hospital—. Maman y Petra me ordenaron que te llevara de regreso lo antes posible, y Sophia ha preparado una cena especial para ti. ¿A que te apetecería tomar soupa avgolemono? Te gustó, ¿verdad?

—¿Por qué no te ahorras la molestia de llevarme a la isla y me dejas en un avión con destino a Londres? —inquirió ella con frialdad.

—¿Y qué harías en Londres? —repuso él, mirándola con ojos exasperados—. Estarías sola y serías blanco de los comentarios más crueles que puedas imaginar, sobre todo si estás embarazada.

Ella alzó los ojos para mirarlo, sorprendida, y Nikolas añadió en tono burlón:

—A menos que tomaras precauciones. ¿No? Ya me parecía, y confieso que tampoco a mí se me ocurrió.

Jessica siguió mirándolo con impotencia. Le daban ganas de abofetearlo y, al mismo tiempo, experimentaba una extraña calidez interior al pensar en la posibilidad de darle un hijo. Maldito fuera; a pesar de todo, comprendió con amarga resignación que aún lo amaba. Era algo que nunca podría evitar, aunque deseara hacerle daño como él se lo había hecho a ella. Sorprendida por la intensidad de sus propios sentimientos, apartó los ojos de Nikolas y se miró las manos. Necesitó toda su fuerza de voluntad para reprimir las lágrimas mientras decía en tono derrotado:

—Está bien. Me quedaré hasta que sepa si estoy embarazada o no.

—Puede que tardes un poco en saberlo —dijo Nikolas, sonriendo ufano—. Después de la caída que sufriste, tu organismo estará un poco trastornado. Además, pretendo hacer todo lo posible para dejarte embarazada si es el único medio de conseguir que te quedes en la isla.

—¡Oh! —gritó Jessica, retirándose de él. Lo miraba con ojos llenos de visible pánico—. Nikolas, no. No podré soportarlo de nuevo.

—No volverá a ser como la otra vez —le aseguró él, alargando la mano para agarrarle el brazo.

—¡No dejaré que me toques!

—Ese es otro de los derechos que los maridos tienen sobre sus mujeres —Nikolas sonrió burlón, atrayéndola hacia sí—. Hazte a la idea desde ya, cielo; pienso hacer uso de mis derechos conyugales. Para eso me casé contigo.

Jessica estaba tan trastornada que fue sin protestar hasta el taxi que les aguardaba en la puerta; no habló con Nikolas durante todo el trayecto desde Atenas hasta el aeropuerto. En otras circunstancias, se habría sentido fascinada por la ciudad, pero en aquellos momentos estaba aterrorizada por las palabras de Nikolas y empezaba a dolerle la cabeza.

En el aeropuerto estaba el helicóptero privado de Nikolas, con el depósito lleno de combustible y preparado para despegar. A través de una neblina de dolor, Jessica comprendió que Nikolas había debido de llevarla al hospital en aquel helicóptero. No recordaba nada de lo sucedido después de desmayarse en las rocas, y de repente deseó saber lo que había pasado.

—Nikolas, me encontraste tú, ¿verdad? Cuando me caí...

—Sí —confirmó él ceñudo. La miró de soslayo y detuvo los ojos un momento en su semblante pálido y tenso.

—¿Qué pasó luego? Después de que me encontraras, quiero decir.

Nikolas la agarró del brazo y la condujo por la pista hasta el helicóptero.

—Al principio, creí que habías muerto —explicó en tono distante, aunque exhaló un ronco suspiro que indicó a Jessica que no le resultaba fácil sobrellevar el recuerdo, ni siquiera después del tiempo transcurrido—. Cuando llegué hasta ti, descubrí que aún vivías y te saqué de debajo de aquellas rocas; luego te llevé a la casa. Sophia ya estaba levantada; me vio llegar por el sendero y se acercó corriendo para ayudarme.

Llegaron al helicóptero y Nikolas abrió la puerta; después de ayudar a Jessica a instalarse en su asiento, volvió a cerrarla bien. A continuación, rodeó el aparato y deslizó su alta figura en el asiento situado delante de los controles. Tomó los auriculares y se quedó mirándolos con aire ausente.

—Estabas empapada y tiritabas —prosiguió—. Mientras Andros telefoneaba al hospital y hacía los preparativos necesarios para tu transporte en el helicóptero, maman y yo te quitamos la ropa y te envolvimos en una manta. Después volamos hasta aquí. Sufrías un shock profundo y se pospuso la operación, aunque los médicos estaban preocupados. Alex me dijo que en ese estado no sobrevivirías a una intervención quirúrgica, que tendría que esperar a que te estabilizaras antes de plantearse siquiera la posibilidad de operar.

—Y entonces mejoré —concluyó Jessica por él, sonriendo débilmente.

Nikolas no sonrió.

—Empezaste a reaccionar de forma positiva —musitó—. Pero tenías fiebre e inflamación en los pulmones. Unas veces estabas inconsciente, otras delirabas y gritabas cuando los médicos o yo nos acercábamos a ti —giró la cabeza para mirarla, con ojos implacables y amargos—. Al menos, no era sólo conmigo; gritabas siempre que algún hombre se acercaba a ti.

Jessica no podía decirle que había sido de él de quien había tenido miedo. Al cabo de unos momentos de silencio, Nikolas se puso los auriculares y tomó los controles.

Ella reclinó la cabeza en el asiento y cerró los ojos, deseando que el dolor que sentía en las sienes desapareciera; no obstante, aumentó cuando la hélice empezó a girar, y Jessica hizo una mueca. El roce de una mano en su rodilla la hizo abrir los ojos; al ver la expresión preocupada e inquisitiva de Nikolas, ella se llevó las manos a los oídos para hacerle saber cuál era el problema. Él asintió y le dio una compasiva palmadita en la pierna, y a ella le dieron ganas de gritar. Volvió a cerrar los ojos para no ver a Nikolas.

Por extraño que pudiera parecer, Jessica se durmió durante el viaje a la isla. Tal vez se debía a que la medicación que aún estaba tomando la adormecía, pero Nikolas tuvo que despertarla una vez que hubieron llegado. Ella se incorporó en el asiento, confusa, para ver cómo prácticamente toda la población de la isla había acudido a esperar su regreso. Todos le sonreían y la saludaban con la mano, y ella devolvió el saludo, conmovida hasta el llanto por la cálida acogida de los isleños. Nikolas se bajó de un salto del helicóptero, gritando algo que provocó la risa de todos los presentes, y después se acercó al lado de Jessica para abrirle la puerta mientras ella se quitaba el cinturón de seguridad.

Con una facilidad que la asustó y la deleitó al mismo tiempo, Nikolas la tomó en brazos y la apoyó sobre su pecho.

—Puedo caminar —protestó ella.

—Por la pendiente de la colina, no —dijo él—. Aún estás débil; rodéame con tus brazos, cariño. Que todos vean lo que quieren ver.

Efectivamente, cuando Jessica deslizó los brazos alrededor de su musculoso cuello, todos parecieron complacidos, y algunos hombres le hicieron a Nikolas comentarios que parecían jocosos, a los cuales él respondió con sonrisas socarronas y comentarios del mismo estilo. Jessica se prometió aprender griego sin demora; deseaba saber qué era lo que Nikolas decía de ella.

Él la llevó hasta la casa y subió directamente a su dormitorio. Mientras la soltaba en la cama, ella miró a su alrededor frenéticamente; antes de poder reprimir las palabras, exclamó:

—¡No puedo dormir aquí Nikolas!

Él dejó escapar un suspiro y se sentó en el borde de la cama.

—Lamento que pienses eso, cariño, porque tendrás que dormir aquí. Mejor dicho, tendrás que dormir conmigo, y eso es lo que tanto te preocupa, ¿verdad?

—¿Acaso puedes reprochármelo? —inquirió ella ferozmente.

—Sí que puedo —respondió Nikolas con calma. Sus ojos negros la miraban, implacables—. Eres una mujer inteligente y adulta; deberías ser capaz de comprender que, en el futuro, nuestras relaciones sexuales no serán como las de nuestra noche de bodas. Yo estaba medio borracho, frustrado, y perdí el control. Tú estabas asustada y furiosa, y te resististe a mí. Como era de esperar, te hice daño. Pero no volverá a suceder, Jessica. La próxima vez que te posea, disfrutarás tanto como yo.

—¿Es que no comprendes que no te deseo? —estalló Jessica, furiosa al ver que él pensaba tranquilamente hacerle el amor a pesar de su negativa—. De verdad, Niko, debes ser increíblemente presuntuoso si piensas que querría acostarme contigo después de lo de aquella noche.

Un estallido de rabia iluminó los ojos de él.

—¡Da gracias a Dios de que te conozco bien, Jessica, o de lo contrario haría que te arrepintieras de esas palabras! —espetó bruscamente—. Pero te conozco, y sé que cuando estás asustada y dolida contraatacas como una gatita furiosa, y que los años de práctica te han ayudado a perfeccionar esa máscara de frialdad. No, cariño, a mí no me engañas. Aunque tu orgullo te impulse a resistirte a mí, recuerdo cierta noche en Londres, cuando me dijiste que me amabas. Esa noche te mostraste tímida y dulce; no fingías. ¿Lo recuerdas tú también, Jessica?

Jessica cerró los ojos, horrorizada. ¡Esa noche! ¿Cómo iba a olvidarla? Y qué propio de Nikolas recordarle el secreto que ella había confesado en voz alta, pensando que él le correspondería con palabras igualmente dulces y le diría que la amaba. Pero no lo había hecho, ni esa noche ni después. De sus labios habían brotado palabras de pasión, pero nunca palabras de amor.

Temblando, Jessica gritó:

—¿Si lo recuerdo? ¿Cómo voy a olvidarlo? Como una tonta, dejé que te acercaras a mí, y apenas salieron esas palabras de mi boca cuando tú me abofeteaste con la opinión que tenías de mí. Al menos, me abriste los ojos, me sacaste de mi absurdo ensueño. El amor no es inmortal, Nikolas. Puede morir.

—El tuyo no ha muerto —murmuró él en tono confiado, con sus duros y perfectos labios arqueados en una sonrisa—. Te casaste conmigo y deseabas vestir de blanco. Llevabas el peinado de una virgen; sí, me di cuenta. Todos tus actos pregonaban a voces que te casabas conmigo para siempre, y así será. Te he lastimado, cariño, te he hecho infeliz, pero te compensaré. Para cuando nazca nuestro primer hijo, no recordarás haber derramado una sola lágrima.

Aquel comentario casi la hizo saltar de la cama; para demostrarle a Nikolas que se equivocaba, se echó a llorar, lo cual hizo estragos en su dolorida cabeza. Con un murmullo tranquilizador, Nikolas la estrechó entre sus brazos y se tumbó en la cama junto a ella, atrayéndola hacia sí, susurrándole para consolarla. Contra toda lógica, la cercanía de Nikolas la tranquilizó. Finalmente, Jessica dejó de llorar y se acurrucó contra él, enterrando el rostro en su camisa.

—¿Nikolas? —dijo con voz vacilante desde el interior de aquel dudoso refugio.

—¿Sí, cariño? —musitó él, y su profunda voz retumbó debajo del oído de Jessica.

—¿Querrás... querrás darme un poco de tiempo? —inquirió ella, alzando la cabeza para mirarlo.

—Sólo hasta que te recuperes por completo —contestó Nikolas mientras le retiraba el cabello de las sienes con dedos cuidadosos—. Pero no esperaré más. No podré. Aún la deseo con locura, señora Constantinos. Nuestra noche de bodas fue un mero aperitivo.

Jessica se estremeció entre sus brazos al imaginar a Nikolas devorándola, como un animal hambriento. Se sentía desgarrada por la indecisión: lo amaba pero era incapaz de entregarse a él, de confiar en él, de saber lo que en realidad sentía.

—Por favor, no me metas prisa —susurró—. Lo intentaré; de verdad. Pero no sé... no sé si podré llegar a perdonarte alguna vez.

La comisura de la boca de Nikolas tembló un momento; de inmediato, afirmó sus labios y dijo:

—Me perdones o no, eres mía y jamás te dejaré ir. Te lo repetiré tantas veces como haga falta hasta lograr que me creas.

—Lo hemos hecho muy mal, Niko —susurró Jessica dolorida, usando por primera vez la abreviación cariñosa de su nombre mientras las lágrimas fluían de nuevo.

—Sí, lo sé —musitó él, y sus ojos se tomaron sombríos— Tendremos que esforzarnos por salvar lo que podamos para conseguir que nuestro matrimonio funcione.

Cuando Nikolas se hubo ido, Jessica permaneció echada en la cama, tratando de aquietar sus confusas emociones; sentía tantas cosas al mismo tiempo que era incapaz de aclarar sus sentimientos. En parte, deseaba fundirse entre los brazos de Nikolas y rendirse al amor que aún sentía por él, a pesar de todo lo que había sucedido; otra parte de ella, sin embargo, se sentía amargamente furiosa y resentida, y deseaba irse lo más lejos posible de Nikolas. Jessica había reprimido el dolor y la soledad durante años, pero Nikolas había hecho pedazos la barrera de su autocontrol, y ya no era capaz de desterrar o ignorar sus sufrimientos. Las emociones que durante tanto tiempo había dominado se desbordaban ahora en una amarga liberación, y Jessica estaba resentida con Nikolas por el modo en que había hecho añicos sus defensas.

Vaya parodia de matrimonio, se dijo cansada. Una mujer no necesitaba defensas contra su marido; un matrimonio debía basarse en la confianza y el respeto mutuos, y Nikolas aún no la respetaba ni confiaba en ella. Jessica había pensado que su actitud cambiaría cuando se diera cuenta de lo equivocado que había estado respecto a ella, pero no había sido así. Tal vez ya no estuviera tan resentido con ella, pero seguía sin reconocerle autoridad alguna sobre su propia vida. Deseaba controlarla, someter cada uno de sus movimientos a su capricho, y Jessica no se creía capaz de vivir así.

Al cabo de un rato, se quedó dormida, para despertarse con las largas sombras del anochecer. Su dolor de cabeza había disminuido; de hecho, había desaparecido por completo, y se sentía mejor que nunca desde el accidente.

Se bajó de la cama y caminó hasta el cuarto de baño con cautela, temiendo que le volviese el dolor de cabeza, pero no fue así; aliviada, se quitó la arrugada ropa y llenó de agua la enorme bañera de porcelana. Petra había surtido el cuarto de baño de diversos artículos de tocador que seguramente Nikolas no había utilizado nunca, a no ser que tuviera una pasión oculta por el gel de baño perfumado, y Jessica vertió una generosa cantidad de gel en la bañera hasta que se formaron montañas de espuma.

Después de recogerse el cabello, se introdujo en la bañera y se sumergió en el agua hasta que las burbujas le hicieron cosquillas en el mentón. Alargó la mano para tomar el jabón y emitió un sobresaltado chillido al ver que la puerta se abría de repente.

Nikolas entró en el cuarto de baño, con el ceño fruncido, pero su expresión ceñuda se transformó en una sonrisa socarrona cuando vio a Jessica allí tumbada, prácticamente cubierta de espuma.

—Lo siento, no quería asustarte —dijo.

—Me estoy dando un baño —protestó ella indignada, y la sonrisa de él se ensanchó.

—Ya lo veo —dijo, tumbándose junto a la bañera y mirando a Jessica apoyado sobre un codo—. Te haré compañía. Es la primera vez que tengo el privilegio de ver cómo te bañas, y no me sacarían de aquí ni a rastras.

—¡Nikolas! —gimió Jessica con las mejillas sonrojadas.

—Vamos, cálmate —la tranquilizó él, alargando la mano para pasarle un dedo por la nariz—. Prometí no propasarme contigo y no lo haré. Pero esa promesa no me impide conocer mejor a mi esposa ni procurar que vaya acostumbrándose a mí.

Estaba mintiendo. De repente, Jessica supo que estaba mintiendo y se retiró de su mano, con los ojos llenos de lágrimas.

—¡Aléjate de mí! —gritó con voz ronca—. ¡No te creo, Nikolas! No puedo soportarlo. ¡Por favor, por favor, vete! —si se quedaba, se la llevaría a la cama y le haría el amor, a despecho de su promesa. Nikolas le había hecho esa promesa solamente para poder sorprenderla con la guardia baja, y Jessica era incapaz de someterse a él de nuevo. Empezó a temblar entre sollozos, y él se puso en pie al tiempo que profería una maldición, con su rostro ensombrecido por la furia.

—Está bien —dijo con los dientes apretados—. Te dejaré tranquila. ¡Dios, y tanto que te dejaré tranquila! ¡La paciencia de un hombre tiene un límite, Jessica, y la mía ya se ha agotado! Quédate con la cama; yo dormiré en otro sitio —salió violentamente del cuarto de baño, cerrando la puerta con tanta fuerza que los goznes retemblaron; unos segundos después, Jessica oyó que también se cerraba la puerta del dormitorio.

Hizo una mueca y exhaló un tembloroso suspiro, tratando de dominarse.

Era inútil. Aquel matrimonio jamás funcionaría. Tendría que convencer a Nikolas para que la dejara marchar; después de lo sucedido esa noche, dicha tarea no resultaría muy difícil.

Sin embargo, Nikolas se mostró inflexible en su negativa a permitir que Jessica saliera de la isla. Ella sabía que él veía la situación como una batalla y que tenía toda la intención de ganarla, pese a las constantes maniobras de Jessica para mantener una cómoda distancia entre ambos. Sabía, asimismo, que aquella cólera que Nikolas había manifestado en el cuarto de baño llevaba largo tiempo gestándose. Le irritaba profundamente que ella no se lanzara a sus brazos cuando él la tocaba, como antes te que se casaran, y no estaba dispuesto a renunciar a los placeres de su cuerpo. Simplemente estaba esperando, al acecho, observándola cuidadosamente en busca del menor signo de debilidad en su resistencia.

Aunque el esfuerzo de mostrar una fachada de calma y serenidad delante de los demás empezaba a afectarla, Jessica no deseaba disgustar a la madre de Nikolas, ni a Petra y Sophia. Todos habían sido tan amables con ella y le habían prodigado tantas atenciones, que no quería preocuparlos con un ambiente de conflicto. Merced a un acuerdo tácito, Nikolas y ella dejaron que todos pensaran que él dormía en otro cuarto porque a ella aún le dolía la cabeza y la presencia de Nikolas perturbaba su sueño. Dado que seguía sufriendo fuertes dolores cuando hacía algún esfuerzo, nadie puso en duda dicha explicación.

Jessica fingió para que su recuperación pareciese más lenta de lo que era en realidad, aunque sin exagerar, utilizando su estado físico como arma contra Nikolas. Descansaba con frecuencia y a veces se retiraba sin decir nada para echarse en la cama con un paño frío sobre la frente y los ojos. Normalmente, alguien acudía a ver cómo se encontraba al cabo de poco rato, y de ese modo se aseguró de que todos en la casa supieran lo delicada que estaba. Lamentaba tener que engañarlos así, pero debía protegerse a sí misma, y sabía que tendría que aprovechar cualquier oportunidad que se presentase para escapar de la isla. Si todos pensaban que su estado seguía siendo más débil de lo que era en realidad, tendría más posibilidades de éxito.

La ocasión se presentó una semana después, cuando Nikolas informó durante la cena que Andros y él volarían a Atenas a la mañana siguiente. Pasarían la noche en la ciudad y regresarían un día después. Jessica tuvo cuidado de no alzar la mirada, segura de que su expresión podía delatarla.. ¡Era su oportunidad! Tan solo tendría que colarse a escondidas en el helicóptero; una vez en Atenas, cuando Nikolas y Andros se marcharan para asistir a su reunión, ella saldría del aparato, se dirigiría a la terminal del aeropuerto y compraría un billete de avión para marcharse de Atenas.

Pasó toda la tarde preparando su plan; se retiró temprano y guardó las cosas esenciales que pensaba llevarse en la maleta más pequeña que tenía. Cuando hubo terminado, volvió a guardar la maleta en el armario. Revisó su bolso para cerciorarse de que el dinero que había llevado consigo seguía en su billetera; descubrió que aún lo tenía. Sin duda, Nikolas estaba convencido de que nadie en la isla era susceptible de recibir un soborno y, probablemente, tenía razón. Pero a Jessica ni siquiera se le había pasado por la cabeza intentar sobornar a nadie, y ahora se alegraba de ello, pues Nikolas le habría quitado el dinero con toda seguridad si hubiese intentado semejante táctica.

Contó el dinero cuidadosamente; cuando partió de Inglaterra para viajar a París con Nikolas, había llevado consigo dinero suficiente para permitirse algún capricho o cubrir alguna posible emergencia. Cada penique seguía allí. No sabía si tendría suficiente para comprar un billete de avión para Londres, pero sin duda podría salir de Grecia. Si lograba llegar hasta París, podría telefonear a Charles para que le girase más fondos. Nikolas tenía el control de sus asuntos financieros, pero no había retirado el dinero de su cuenta corriente y ella aún podía disponer de ese dinero.

Más tarde, cuando todos se hubiesen retirado, iría a esconder la maleta en el helicóptero. Sabía, por anteriores viajes, que había un pequeño espacio detrás de los asientos traseros, y pensaba que dicho espacio bastaría para la maleta y para ella. No obstante, para asegurarse, se llevaría una manta oscura y se acurrucaría debajo de ella, en el suelo, si le resultaba imposible esconderse detrás de los asientos. Recordando el interior del helicóptero, llegó a la conclusión de que una persona podía esconderse en él de ese modo. Estaba diseñado para transportar a seis pasajeros, y los asientos eran espaciosos y confortables. Nikolas pilotaría el vehículo personalmente y Andros se instalaría en el asiento delantero, junto a él; no tenían por qué mirar los asientos de la parte trasera.

El plan en sí presentaba muchos inconvenientes y dependía demasiado de la suerte y del azar, pero Jessica no disponía de ningún otro, ni de más oportunidades, así que tendría que correr el riesgo. No tenía intención de desaparecer para siempre, sino tan sólo el tiempo suficiente para aclararse con respecto a lo que sentía por Nikolas. Únicamente pedía un poco de tiempo y de distancia entre ambos, pero él se negaba a darle de buen grado lo que necesitaba. Ella se sentía incapaz de seguir soportando la presión. Desde el mismo momento en que lo había conocido, Nikolas la había utilizado y manipulado hasta hacer que se sintiera como una muñeca, y para Jessica se había convertido en una necesidad fundamental recuperar el control de su propia vida.

En otros tiempos, había creído ingenuamente que el amor podía resolver cualquier problema, pero también ese sueño había quedado hecho pedazos. El amor no resolvía nada; tan solo complicaba las cosas. Amar a Nikolas le había causado mucho dolor y le había reportado muy pocas satisfacciones. Algunas mujeres se habrían conformado con la satisfacción física que él ofrecía y, a cambio, habrían aceptado que no las amase, pero Jessica no estaba segura de poseer la fuerza necesaria para ello. Eso era lo que tenía descubrir, si amaba a Nikolas lo suficiente para vivir con él fueran cuales fuesen las circunstancias, si podría obligarse a aceptar el hecho de que él la deseaba, pero no la amaba. Muchos matrimonios se basaban en sentimientos que no llegaban a ser amor, pero Jessica tenía que estar muy segura antes de dejarse arrastrar de nuevo a un rincón del que no habría escapatoria.

Conocía a su marido; planeaba dejarla embarazada, atándola así de forma irrevocable a la isla y a su persona. Jessica también sabía que disponía de muy poco tiempo antes de que Nikolas pusiera su plan en práctica. De momento, la había dejado tranquila, pero ya casi estaba recuperada por completo, y su intuición le advertía que Nikolas ya no se dejaba engañar por su farsa y que, en el momento menos pensado, acudiría a su cama. Sabía que tenía que escapar pronto si deseaba tener tiempo para pensar a solas y decidir con calma si podría seguir viviendo con él.

Después de guardar el bolso, Jessica se preparó para acostarse y apagó las luces, pues no deseaba levantar sospechas. Permaneció muy quieta en la cama, relajada pero muy atenta a cualquier ruido que pudiera oírse en la casa.

La puerta del cuarto se abrió y una alta figura de hombros anchos proyectó su larga sombra sobre ella.

—¿Estás despierta? —preguntó Nikolas en tono quedo.

En respuesta, Jessica alargó la mano y encendió la lamparilla de noche.

—¿Sucede algo? —se incorporó apoyándose sobre un codo, con los ojos cautos y muy abiertos, mientras Nikolas entraba en el cuarto y cerraba la puerta tras de sí.

—Necesito sacar unas cosas del armario informó él, y Jessica sintió que el corazón se le paraba en el pecho mientras observaba, paralizada, cómo Nikolas se acercaba al armario y lo abría. ¿Y si agarraba la maleta en la que ella había guardado sus cosas? ¿Por qué no había insistido en que él se llevara sus cosas del armario? No, a la madre de Nikolas le habría extrañado y, en honor a la verdad, él no había intentado aprovecharse de la situación. Cuando necesitaba algo de ropa, iba a buscarla de día, y nunca en momentos en los que Jessica pudiera estar desvestida.

Nikolas sacó dos maletas negras de piel y ella dejó escapar un tembloroso suspiro de alivio.

—¿Te encuentras bien? Tienes mala cara.

—La jaqueca de costumbre —se obligó a responder Jessica con calma y, antes de poder evitarlo, añadió—: ¿Quieres que te prepare yo el equipaje?

Una sonrisa surcó las sombras del rostro de Nikolas.

—¿Crees que no sabré doblar las camisas? Me las arreglo bastante bien, aunque te agradezco el ofrecimiento. Cuando regrese —agregó pensativo—, te llevaré al hospital para que el doctor Theotokas te haga otro examen...

Ella no quería que la examinaran, pero, como tenía pensado marcharse antes, no protestó.

—¿Por los dolores de cabeza? ¿No dijo que tardarían en desaparecer por completo?

Nikolas retiró una camisa de la percha y la dobló pulcramente antes depositarla en la maleta abierta.

—Sí, pero creo que tu recuperación debería ser más rápida. Quiero asegurarme de que no hay otras complicaciones.

¿Como un embarazo?, pensó Jessica de repente, y empezó a temblar. Cabía la posibilidad, desde luego, aunque seguramente era aún pronto para saberlo. Ella, al menos, no tenía ni idea. Pero ¿no sería irónico si lograba escapar de las garras de Nikolas y descubría que ya estaba embarazada? Ignoraba qué haría si se daba esa circunstancia, de modo que desterró el pensamiento de su mente.

La conversación cesó y Jessica se incorporó más sobre la almohada y observó cómo Nikolas terminaba de hacer el equipaje. Después de cerrar la maleta y ponerla a un lado, él se acercó a la cama y se sentó junto a Jessica. Incómoda por su proximidad, ella guardó silencio y lo miró con tensa fijeza.

Una media sonrisa se dibujó en los labios de Nikolas.

—Me marcharé al amanecer —murmuró—, así que no te despertaré. ¿Querrás darme el beso de despedida esta noche?

Jessica deseaba negarse, pero una parte de ella cedió, manteniéndola inmóvil mientras él se inclinaba y la besaba tiernamente en los labios. No fue un beso exigente, y Nikolas se retiró casi de inmediato.

—Buenas noches, cariño —dijo con suavidad; le colocó las manos en el tórax y la acomodó debajo de la ligera colcha; después empezó a arroparla. Jessica levantó los ojos para mirarlo y le dedicó una sonrisa, leve y tímida, que bastó para que las manos de él se detuvieran y dejaran lo que estaban haciendo.

Nikolas contuvo el aliento y sus ojos negros comenzaron a brillar, iluminados por el resplandor de la lámpara.

—Buenas noches —repitió, inclinándose sobre ella.

Esa vez su boca se detuvo más tiempo sobre los labios de Jessica, acariciándolos, estimulándolos para que se amoldaran a su presión. Dicha presión no era intensa, pero el contacto se prolongó, cálido y provocativo. El aliento de Nikolas era dulce y embriagador, impregnado del vino que habían tomado en la cena.

Inconscientemente, Jessica alzó una mano hasta su brazo y fue subiendo hasta aferrarse al hombro y luego a la curva del cuello. Nikolas hizo más profundo el beso, buscando la lengua de Jessica, provocándola, haciendo excitantes incursiones en los puntos sensibles que encontraba, y ella se sintió arrastrada hacia una neblina de sensual placer, sin sentir miedo aún de sus caricias.

Con un lento ademán, Nikolas bajó la colcha lo suficiente para que las suaves curvas de los senos quedaran al de cubierto ante su ávida mirada. Alzó la cabeza y observó sus largos dedos mientras se deslizaban debajo de la fina tela y se cerraban sobre la exquisita piel; después subieron para agarrar el tirante y retirarlo del hombro de Jessica. Ella hizo un leve gesto de miedo, pero los movimientos de Nikolas eran tan pausados y tiernos que no protestó; en vez de eso, sus labios lo buscaron con ansia, paladeando el sabor levemente salado de la piel de los pómulos y la curva del mentón.

Él giró la cabeza y, de nuevo, sus bocas se encontraron mientras Jessica cerraba los ojos. Con movimientos perezosos, Nikolas bajó aún más la tela de seda rosa, desnudando la curva superior de uno de los senos. El delicado pezón rosado escapó de la tela y Nikolas retiró la mano del tirante para capturar su expuesta belleza.

—Ahora te daré el beso de buenas noches —susurró antes de deslizar los labios por la curva de su cuello. Se detuvo un momento y su lengua exploró el sensible hueco situado entre el cuello y el omóplato, haciendo que Jessica se estremeciera, presa de un placer que escapaba rápidamente de su control.

A ella no le importó. Tal vez, si Nikolas se hubiese mostrado tan cuidadoso y tierno en la noche de bodas, sus problemas no existirían. Permaneció inmóvil debajo de su errabundo contacto, disfrutando con las delicadas sensaciones, con el calor que se propagaba por su cuerpo.

Los labios de Nikolas reanudaron su viaje, desplazándose hacia abajo para cerrarse sobre el palpitante pezón. Jessica jadeó en voz alta y arqueó la espalda, agarrando el espeso cabello negro de Nikolas para apretar la cabeza de este contra sí. Los suaves tirones de su boca provocaban intensas punzadas de puro deseo físico que recorrían sus terminaciones nerviosas. Sus temblores se intensificaron y Jessica alargó las manos para abrazarlo; pero él soltó el pezón y alzó la cabeza, retirándose de ella.

Sonreía, pero su sonrisa era de triunfo.

—Buenas noches, cariño —murmuró subiéndole de nuevo el tirante—. Nos veremos dentro de dos días —y se fue, llevándose la maleta y cerrando la puerta tras de sí.

Jessica siguió echada en la cama, mordiéndose los labios para reprimir un grito de furia y frustración. Nikolas lo había hecho deliberadamente; la había seducido con su delicadeza hasta que ella olvidó sus miedos, y luego la había dejado insatisfecha. ¿Habría querido desquitarse por los anteriores rechazos de Jessica, o todo había sido una maniobra calculada para someterla? Jessica prefería pensar lo segundo, aunque estaba más que decidida a no rendirse a él. ¡No sería su esclava sexual!

Pensar en la huida la llenó de perverso placer. Nikolas estaba muy seguro de su victoria; pues bien, que se consumiera con la duda preguntándose qué había fallado cuando descubriera que su esposa había preferido huir antes que acostarse con él. Era demasiado egoísta, y estaba demasiado pagado de sí mismo; le iría bien que alguien le plantase cara de vez en cuando.

Jessica puso el despertador a las dos de la madrugada y se acomodó en la cama, esperando poder dormir. Y logró dormirse, aunque había descansado pocas horas cuando sonó el despertador. Lo paró rápidamente y salió de la cama; después utilizó la linterna que tenía siempre en el cajón de la mesita de noche para buscar unos tejanos, una camisa y unos zapatos de suela de crepé. Fue hasta el armario muy despacio y sacó la maleta; después se dirigió hacia la puerta corredera que conducía a la terraza. Retiró el pestillo con un leve clic y deslizó la puerta lo justo para poder pasar por la abertura. Por último, se apresuró a apagar la linterna, esperando que a esas horas no hubiese nadie levantado para ver la traicionera luz.

No había luna, pero la tenue luz de las estrellas le bastó para orientarse mientras esquivaba el mobiliario de la terraza y se encaminaba hacia la parte delantera de la casa. Salió de la terraza y siguió el sendero de losas de piedra que subía por la colina hasta la pista de aterrizaje. Había avanzado poco cuando las piernas empezaron a dolerle y temblarle a causa del cansancio, un desagradable recordatorio de que aún no estaba completamente recuperada. El corazón le martilleaba en el pecho cuando al fin llegó, hasta el helicóptero; hizo una pausa, respirando sin resuello.

La puerta del vehículo se abrió con facilidad; Jessica se introdujo a gatas, dándose un doloroso golpe en la cadera con la maleta y maldiciendo el pesado equipaje. Encendió de nuevo la linterna para deslizarse por los asientos hasta la parte de atrás. El espacio que había detrás de los asientos traseros apenas tenía medio metro de profundidad; Jessica descubrió enseguida que no cabría en él con la maleta. Colocó la maleta en el suelo, entre los dos últimos asientos, pero decidió que quedaba demasiado a la vista.

Examinó el interior del helicóptero un momento; luego volvió a acurrucarse en su escondite y puso la maleta delante de sí, apretada contra el respaldo del último asiento; el asiento se inclinó un poco hacia delante, esperaba que no se notase. Estaba muy apretujada y sabía que no podría moverse hasta que aterrizasen en Atenas y Nikolas y Andros se hubiesen ido, pero no tenía otra alternativa. Dejó la maleta en su sitio y salió a gatas, con las piernas ya rígidas por el breve tiempo que había estado acuclillada detrás de los asientos. Había olvidado la manta que tenía pensado llevarse, y se prometió que contaría con ella para amortiguar la dureza del frío metal cuando despegasen.

Eufórica, bajó por la colina, entró en su habitación y cerró la puerta corredera. Podría haber esperado en el helicóptero, pero tenía el presentimiento de que Nikolas se asomaría al cuarto para verla antes de irse, y Jessica pretendía estar acurrucada en su cama cuando lo hiciese. Debajo del camisón, sin embargo, estaría vestida.

Pero entonces vio que tendría que quitarse la camisa, porque resultaba visible debajo del camisón, y no tendría oportunidad de volver a ponérsela. Dispondría de muy poco tiempo para llegar hasta la pista de aterrizaje antes que los dos hombres, y no quería malgastar un solo segundo vistiéndose. Se dejaría puesta la camisa y se taparía con la colcha hasta la barbilla.

Se quitó los zapatos y los dejó junto a la cama, en el lado opuesto a la puerta, y luego sé acostó. Tenía el pulso acelerado por la excitación; esperó con impaciencia a oír los tenues sonidos que indicarían que alguien se estaba moviendo por la silenciosa casa.

Apenas empezaba a clarear cuando Jessica oyó un ruido de agua corriente y supo que no tendría que esperar mucho. Se puso de lado, mirando hacia la puerta, y se subió la colcha hasta la barbilla. Obligándose a respirar profunda y regularmente, aguardó.

No oyó sus pasos; Nikolas se movía con el sigilo de un gran felino, y ella captó el primer indicio de su presencia cuando la puerta se abrió sin hacer ruido y un fino haz de luz cayó sobre la cama. Jessica se concentró en su respiración, observando a través de las pestañas cómo Nikolas permanecía inmóvil en la puerta, mirándola. Pasaron los segundos y el pánico empezó a atenazarle el estómago. ¿A qué esperaba?

¿Acaso presentía que pasaba algo raro?

Finalmente, él cerró la puerta con lentitud, y Jessica exhaló un profundo y trémulo suspiro de alivio. Retiró la colcha y se puso los zapatos; luego agarró la manta de color marrón oscuro que antes había olvidado llevar consigo, y salió por la puerta corredera.

El corazón se le subió a la garganta, dificultándole la respiración, mientras corría tan silenciosamente como podía alrededor de la casa y colina arriba.

¿Cuánto tiempo tenía? ¿Segundos? Si salían de la casa antes de que ella se hubiese subido al helicóptero, la verían. ¿Nikolas estaría ya vestido? Jessica no se acordaba. Jadeando, llegó a la cima de la colina y se precipitó hacia el helicóptero. Tiró de la puerta. Antes se había abierto con facilidad, pero ahora se negaba a ceder, y Jessica forcejeó con ella durante angustiosos segundos hasta que por fin se abrió. Se introdujo como pudo en el helicóptero y cerró la puerta, lanzando una apresurada mirada hacia la casa para ver si habían salido ya. No había nadie a la vista, y se derrumbó en el asiento delantero, aliviada. No había imaginado que la huida le destrozaría los nervios hasta ese extremo, se dijo cansadamente. Le dolía todo el cuerpo a causa del desacostumbrado esfuerzo, y empezaba a sentir palpitaciones en la cabeza.

Con movimientos más lentos, avanzó a gatas hasta la parte trasera del helicóptero y echó el asiento hacia delante para poder esconderse. A continuación, desplegó la manta en el suelo y se acurrucó en el exiguo espacio, con la cabeza recostada en un brazo. Estaba tan cansada que, pese a lo incómodo de la postura, se quedó adormilada; se despertó con un sobresalto cuando Nicolás y Andros subieron al helicóptero. No habían notado nada raro, al parecer, pero Jessica contuvo la respiración.

Cruzaron unas palabras en griego y ella se mordió los labios de frustración por no poder entenderlos. La señora Constantinos y Petra le habían enseñado unas cuantas palabras, pero no había progresado mucho en el aprendizaje del idioma.

Entonces oyó el chirrido de la hélice conforme empezaba a girar y supo que su plan había funcionado.

La vibración del metal hizo que se le erizase la piel, y ya se le había acalambrado la pantorrilla izquierda. Adelantó el brazo con cautela para frotarse el doloroso calambre, agradeciendo que el fuerte rugido de las hélices ahogase todos los sonidos. El ruido se convirtió en el característico silbido agudo y al fin despegaron. El helicóptero se inclinó ligeramente hacia delante mientras Nikolas se alejaba de la casa y se dirigía hacia el mar que mediaba entre Atenas y la isla.

Jessica no supo cuánto duró el viaje, pues la cabeza le dolía tanto que cerró los ojos e intentó obligarse a dormir. No lo consiguió del todo, aunque debió de adormilarse, porque fue la disminución del ruido de la hélice lo que la alertó de que habían tomado tierra. Nikolas y Andros hablaron un momento y después se apearon del aparato. Ella permaneció quieta, escuchando el moribundo chirrido de la hélice. Temía salir enseguida por si ellos seguían en la zona, de modo que contó lentamente hasta mil antes de abandonar su escondite.

Estaba tan agarrotada que tuvo que sentarse y darse un masaje en las piernas para que estas le respondieran; sentía en los pies el hormigueo de la sangre que comenzaba a circular de nuevo. Después de sacar la maleta de detrás del asiento, se asomó al exterior y no vio a nadie que se pareciera a su marido, de modo que respiró hondo, abrió la puerta y se bajó del helicóptero.

Le extrañó que nadie le prestase atención mientras recorría con aire despreocupado la pista y se dirigía a la terminal del aeropuerto. Sabía, por propia experiencia, que en las terminales aéreas se controlaban cuidadosamente las idas y venidas, y el mero hecho de que nadie la parase para preguntarle qué hacía allí la inquietó.

Aún era temprano y, aunque ya había gente en el edificio, Jessica no encontró la aglomeración habitual en horas más tardías; el lavabo de señoras estaba casi vacío y ninguna de las mujeres presentes reparó en ella mientras entraba en uno de los aseos y cerraba la puerta. Una vez allí, abrió la maleta para sacar el bolso y el vestido que iba a ponerse. Admirada de lo poco que se arrugaban los tejidos modernos, se quitó el pantalón y la camisa y los colocó doblados en la maleta; después se puso unas medias y se metió el vestido por la cabeza. El contacto de la suave y sedosa tela resultaba agradable; Jessica se ajustó la prenda de color azul y después se llevó las manos a la espalda para subir la cremallera. Unos cómodos y clásicos zapatos de salón completaban el atuendo.

Metió dentro los otros zapatos, cerró la maleta y la levantó con la misma mano con la que agarraba el bolso.

Tras salir del aseo, se arregló rápidamente el cabello y se lo recogió con unas cuantas horquillas. Se dio un poco de carmín brillante en los labios. Sus ojos la miraron desde el espejo, abiertos de par en par y llenos de alarma, y deseó llevar unas gafas de sol para poder ocultarlos.

Abandonando la seguridad del lavabo, se dirigió al mostrador para preguntar cuánto costaba un billete de avión en clase turista para Londres. Por suerte, tenía dinero suficiente para pagar la tarifa y compró un billete para el siguiente vuelo disponible, aunque tendría que esperar. El vuelo no salía hasta después de la hora del almuerzo, y a Jessica le daba pavor esperar tanto tiempo. En la isla la echarían en falta mucho antes; probablemente, ya habían reparado en su ausencia. ¿Registrarían la isla antes o comunicarían a Nikolas que su esposa había desaparecido? ¡Ojalá se le hubiera ocurrido dejarles una nota diciéndoles que se marchaba con Nikolas! De ese modo, nadie habría sabido que se había escapado hasta que Nikolas hubiese regresado sin ella.

Su estómago vacío empezó a protestar, así que se dirigió a la cafetería y pidió un desayuno ligero; instalada en una de las mesas, se obligó a comer pese al nudo que tenía en la garganta. La idea de que algo fallase a esas alturas resultaba aterradora.

Dejó gran parte de la comida en el plato y compró una revista de modas para tratar de sofocar su inquietud mientras pasaba las páginas, fijándose en los nuevos estilos que se llevaban. Un vistazo al reloj no hizo sino aumentar su ansiedad; seguro que ya le habían dado a Nikolas la noticia. ¿Qué haría? Poseía infinitos recursos; podía hacer que se extrema sen las medidas de seguridad para impedir que saliera del país. Debía subir a ese avión antes de que él descubriera que se había marchado de la isla.

El tiempo fue pasando con una lentitud desesperante. Jessica se obligó a permanecer tranquilamente sentada, pues no deseaba llamar la atención paseándose de un lado para otro o haciendo algo que delatara su nerviosismo. La terminal estaba abarrotada de turistas que llegaban a Atenas, y ella intentó concentrarse en el gentío. ¿Cuánto faltaba? Ya era mediodía. Una hora y media más y estaría en camino, suponiendo que el vuelo no sufriera ningún retraso.

Cuando notó que alguien le rozaba el codo, no prestó atención inmediatamente, esperando que fuese algún desconocido, pero el profundo silencio le dijo que sus esperanzas eran vanas. Con resignación, giró la cabeza y miró con calma los duros ojos negros de su marido.

Aunque su semblante carecía de expresión, Jessica pudo sentir la fuerza de ira y comprendió que estaba furioso. Nunca lo había visto tan enojado, y necesitó un valor que jamás había creído poseer para levantarse y sostener su mirada; no obstante, lo hizo, irguiendo el mentón en gesto de desafío. Un brillo feroz iluminó los ojos de Nikolas durante un breve segundo; luego se contuvo y se inclinó para recoger la maleta de Jessica.

—Ven conmigo —dijo apretando los dientes, y cerró sus fuertes dedos sobre el brazo de Jessica para asegurarse de que obedecía su orden.