Ocho

—Está bien —dijo Nikolas con voz tensa, alejándose de ella con las manos en alto, como si quisiera demostrar que estaba desarmado—. No te tocaré, lo prometo. ¿Ves? Me sentaré, incluso —hizo lo que decía y la miró atentamente, con una sombría expresión en sus ojos negros—. Pero, por amor de Dios, Jessica, ¿por qué?

Ella permaneció allí de pie, con las piernas temblando, mientras trataba de controlar sus sollozos y de recuperar la voz para darle una explicación, pero no le salían las palabras, de modo que se limitó a mirar a Nikolas como aturdida.

Él dejó escapar un jadeo y alzó las manos para frotarse los ojos, como si estuviera cansado; y, probablemente, lo estaba.

—Tú ganas —dijo en tono apagado—. No sé qué problema tienes con el sexo, pero acepto que estés demasiado asustada para acostarte conmigo sin tener ninguna seguridad respecto al futuro. Maldita sea, si es el matrimonio lo que se necesita para tenerte, te lo daré. Podemos casarnos en la isla la semana que viene.

La sorpresa impulsó a Jessica a dirigirse débilmente hacia la silla más próxima. Una vez que se hubo sentado, dijo con voz trémula:

—No, no lo entiendes...

—Entiendo que tienes un precio —musitó Nikolas furioso—. Y ya me has provocado hasta el límite, Jessica, así que no empieces otra discusión ahora. Con un marido sí te acostarás, ¿no? ¿O me tienes reservada otra sorpresita desagradable para cuando lleves la alianza en el dedo?

La ira salvó a Jessica, una ira pura y fortalecedora que fluyó de golpe por sus venas. Enderezó la espalda y se secó las lágrimas. Nikolas era demasiado arrogante y testarudo para escucharla; durante un momento, se sintió tentada de tirarle su oferta a la cara, pero su corazón se lo impidió. Quizá se había ofrecido a casarse con ella por los motivos menos idóneos, pero no dejaba de ser una propuesta de matrimonio. Y, por muy enfadado que estuviera Nikolas entonces, tanto con ella como consigo mismo, al final se calmaría y ella podría decirle la verdad. Tendría que escucharla; lo obligaría a hacerlo. En aquellos momentos se sentía frustrado y no estaba de humor para razonar; lo más prudente era no provocar su enojo.

—Sí —dijo Jessica con voz casi inaudible, agachando la cabeza—. Me acostaré contigo cuando estemos casados, por muy asustada que me sienta.

Nikolas dejó escapar un suspiro y se inclinó hacia delante para apoyar los codos en las rodillas, en un gesto de completo cansancio.

—Solamente eso te ha salvado esta noche —reconoció en tono cortante—. Estabas asustada de verdad, no lo fingías. Te han tratado muy mal, ¿no es así, Jessica? Pero no quiero saber nada de eso ahora; no podría soportarlo.

—Está bien —susurró ella.

—¡Y deja de mirarme como una gatita apaleada! —exclamó él al tiempo que se levantaba y se acercaba con pasos furiosos a la ventana—. Telefonearé a mi madre mañana — dijo poniendo riendas a su cólera—. Y procuraré salir de la reunión temprano para que podamos ir a comprar tu vestido de novia. Dado que vamos a casarnos en la isla, tendremos que cumplir con todo el ceremonial —explicó amargamente.

—¿Por qué tiene que ser en la isla? —preguntó Jessica con cierta vacilación.

—Porque me crié allí —gruñó Nikolas—. Esa isla me pertenece y yo pertenezco a la isla. Los aldeanos jamás me lo perdonarían si celebro mi boda en otro lugar. Las mujeres querrán colmar de honores a mi novia; los hombres desearán felicitarme y darme su consejo acerca de cómo debo tratar a mi mujer.

—¿Y tu madre?

Él se giró para mirarla con dureza a los ojos.

—Se sentirá dolida, pero no se opondrá a mi decisión. Y déjame advertirte una cosa, Jessica. Como alguna vez hagas algo que pueda herir o insultar a mi madre, te arrepentirás de haber nacido. Los sufrimientos que has padecido hasta ahora te parecerán el paraíso comparados con el infierno que te haré vivir.

Jessica emitió un jadeo ahogado al ver el odio que se reflejaba en sus ojos. Trató de defenderse desesperadamente y gritó:

—¡Tú sabes que yo no soy así! ¡No hables de mí como si fuera una desalmada simplemente porque lo nuestro no ha salido como tú querías! Yo no deseaba que las cosas fueran así entre nosotros.

—De eso ya me doy cuenta —dijo él en tono grave—. Habrías preferido que yo fuera tan ingenuo como Robert Stanton, que me ablandara al ver tu rostro angelical y estuviera dispuesto a concederte todos tus deseos. Pero sé lo que eres, y a mí no me dejarás limpio como hiciste con el viejo. Pudiste elegir, Jessica. Siendo mi amante, te habría mimado y tratado como una reina. En tanto que mi esposa, tendrás mi apellido y poco más. Ya has elegido, y ahora tendrás que vivir con las consecuencias de tu decisión. Pero no esperes más acuerdos generosos, como el que te concedí con esas acciones. Y recuerda que soy griego; después de la boda, me pertenecerás en cuerpo y alma. Piensa en eso, cariño —pronunció el apelativo cariñoso con un deje de sarcasmo, y Jessica dio un paso atrás al ver la ferocidad de su expresión.

—Te equivocas —dijo con voz trémula—. Yo no soy así, Nikolas; tú sabes que no soy así. ¿Por qué me dices unas cosas tan horribles? Por favor, deja que te explique cómo fue mi...

—¡No quiero que me expliques nada! —vociferó él repentinamente, su rostro estaba lleno de una ira que ya no podía seguir reprimiendo—. ¿Es que no sabes cuándo debes callarte? ¡No me provoques!

Temblando, Jessica se alejó de él y se dirigió hacia el dormitorio. No, no podía hacerlo. Por mucho que lo amara, era evidente que Nikolas nunca la amaría a ella, y la haría muy desgraciada si cometía el error de casarse con él. Jamás la perdonaría por haberlo obligado prácticamente a aceptar aquel matrimonio. Era un hombre orgulloso y airado; y, como él mismo había dicho, era griego. Un griego no perdonaba jamás un agravio. Un griego buscaba venganza.

Lo mejor era acabar limpiamente, no volver a ver a Nikolas. Jessica no conseguiría olvidarlo nunca, desde luego, pero sabía que el matrimonio con él era imposible. Había vivido teniendo que soportar continuamente el desprecio y el recelo de personas desconocidas, pero no podría soportar el desprecio y el recelo de un marido. Había llegado el momento de que abandonara Inglaterra definitivamente y regresara a Estados Unidos, donde podría llevar una vida de tranquilo aislamiento.

—Vuelve a poner esa maleta en su sitio —dijo Nikolas en tono sepulcral desde la puerta mientras ella sacaba la maleta del armario.

Palideciendo, Jessica se giró para mirarlo sobresaltada.

—Es la única forma —suplicó—. Seguro que comprendes que nuestro matrimonio no funcionaría. Deja que me vaya, Nikolas, antes de que nos destruyamos el uno al otro.

La boca de él se curvó en un rictus cínico.

—¿Te echas atrás, ahora que te has dado cuenta de que no bailaré al son que tú me marques? Es inútil, Jessica. Nos casaremos la semana que viene... al menos que estés dispuesta a pagar el precio de irte de este hotel sin mí.

Jessica comprendió perfectamente lo que quería decir e irguió el mentón. Sin articular palabra, volvió a colocar la maleta en el estante y cerró la puerta del armario.

—Lo que yo pensaba —murmuró Nikolas—. Ni se te ocurra intentar huir de mí o lo lamentarás. Ahora vuelve aquí y siéntate. Pediré que nos suban la cena y ultimaremos los detalles de nuestro acuerdo.

Se expresaba con tanta frialdad, que lo último que Jessica deseaba era hablar con él; sin embargo, salió del dormitorio y se sentó en el sofá, sin mirarlo.

Nikolas pidió la cena sin preguntarle siquiera qué deseaba tomar; después llamó a Andros, que se alojaba en la planta inferior, para decirle que subiera a la suite cuando hubiese transcurrido una hora. Quería que tomase algunas notas. Por último, colgó el teléfono y se acercó al sofá para sentarse al lado de Jessica. Incómoda, ella se alejó y él dejó escapar una breve carcajada.

—Extraña conducta en una futura esposa —se burló—. Tan distante. Pero no te saldrás con la tuya, ¿sabes? Voy a pagar por el derecho a tocarte como me plazca y cuando me plazca, y no quiero más fingimientos.

—No estoy fingiendo —negó ella trémulamente—. Tú sabes que no.

Nikolas la observó pensativo.

—No, supongo que no finges. Me tienes miedo, ¿verdad? Pero harás lo que yo quiera si me caso contigo primero. Lástima que eso acabe con cualquier sentimiento de compasión que hubiese podido tener hacia ti.

No había manera de convencerlo. Jessica guardó silencio y trató de recobrar su dignidad y su compostura. Nikolas estaba furioso, y sus intentos de dejar clara su inocencia solo contribuían a enfurecerlo aún más, de modo que decidió seguirle la corriente. Por lo menos, así podría conservar su orgullo.

—¿No tienes nada más que decir? —se mofó él.

Ella logró encogerse de hombros con calma.

—¿Para qué voy a perder el tiempo? Harás lo que te dé la gana de todos modos, así que más vale que siga tu juego.

—¿Eso quiere decir que aceptas casarte conmigo? —el tono de Nikolas era burlón, pero Jessica percibió la seriedad que había debajo de aquella burla y comprendió que él no estaba seguro de cuál sería su respuesta.

—Sí, me casaré contigo —contestó—. Con las mismas condiciones que puse para ser tu amante.

—Te echaste atrás en eso —señaló él con poca amabilidad.

—Pero en esto no me echaré atrás.

—No tendrás oportunidad de hacerlo. Las mismas condiciones, ¿eh? Creo recordar que no querías vivir conmigo; huelga decir que esa condición ya no será válida.

—Pero la concerniente al dinero sí —replicó Jessica, volviendo hacia él sus ojos verdes, opacos y misteriosos debido a la intensidad de su emoción—. No quiero tu dinero; cuando necesite algo, lo pagaré yo misma.

—Eso me parece interesante, aunque poco convincente —dijo Nikolas arrastrando la voz al tiempo que acercaba una mano fuerte al cuello de Jessica y le acariciaba ligeramente la piel—. Si no te casas conmigo por dinero, ¿por qué lo haces? ¿Por mí?

—Así es —admitió ella mirándolo de frente.

—Muy bien, porque eso es lo único que vas a conseguir —musitó él, inclinándose sobre Jessica como si se viera irresistiblemente atraído por su boca.

Apretó fuertemente sus labios sobre los de ella; con manos duras y severas la atrajo hacia sí, pero ella no se resistió. Se recostó obedientemente sobre Nikolas y dejó que devorara su boca hasta que la ira que él sentía empezó a disiparse, reemplazada por el deseo. Sólo entonces ella respondió al beso, tímidamente, y la presión de la dura boca de Nikolas disminuyó.

El largo beso fue como una válvula de escape para su ciega furia, y Jessica notó que iba calmándose a medida que aumentaba su pasión; ahora estaba dispuesto a esperar. Sabía que ella sería suya al cabo de una semana.

Él se retiró y contempló el pálido semblante de Jessica, sus labios suaves y temblorosos, y volvió a besarla con dureza.

Los interrumpió la llegada de la cena; Nikolas soltó a Jessica y se levantó para abrir la puerta. Su ánimo parecía haberse calmado y, mientras cenaban, incluso se puso a charlar de asuntos triviales, hablándole de la reunión y de las cuestiones que en ella se habían tratado. Jessica se relajó, percibiendo que ya se le había pasado el mal humor.

Andros se presentó justo cuando habían acabado de cenar; sus ojos negros refulgieron sobre Jessica con silenciosa hostilidad antes de volverse hacia Nikolas.

—Jessica y yo vamos a casarnos —le anunció Nikolas con absoluta naturalidad—. La semana que viene, en la isla. El martes, concretamente. Haz todos los preparativos necesarios y comunica a la prensa que ya se ha anunciado el compromiso, pero no les des detalles acerca de dónde se celebrará la ceremonia. Llamaré a mi madre personalmente mañana a primera hora.

El asombro de Andros era evidente y, aunque el secretario no volvió a mirar a Jessica, ella notó su disgusto. ¡La mandíbula se le había desencajado al saber que la mujer a la que tanto detestaba iba a casarse con su jefe!

—También redactaremos un acuerdo prematrimonial —continuó Nikolas—. Toma nota de todo lo que voy a decir, Andros, y entrégaselo a Leo mañana por la mañana. Dile que quiero el acuerdo redactado pasado mañana, como muy tarde. Lo firmaremos antes de ir a la isla.

Andros se sentó y abrió su bloc de notas, con el bolígrafo ya preparado. Nikolas dirigió a Jessica una mirada pensativa antes de seguir hablando.

—Jessica renuncia de antemano a toda reclamación sobre mis propiedades —dijo arrastrando la voz mientras se sentaba y estiraba las piernas—. En caso de divorcio, no tendrá derecho a ninguna pensión ni propiedad, excepción hecha de lo que yo le haya regalado, que será considerado propiedad personal suya.

Andros lanzó a Jessica una mirada de sorpresa, como esperando que mostrara su desacuerdo; ella, sin embargo, siguió sentada en silencio, observando el semblante moreno y meditabundo de Nikolas. Se sentía más tranquila, aunque era consciente de que todo su futuro estaba en juego. Nikolas había aceptado casarse, cosa que ella no creyó que hiciera nunca; por algo se empezaba...

—Mientras estemos casados —prosiguió él, reclinando la morena cabeza en el sofá—, Jessica se comportará con absoluto decoro. No podrá salir de la isla si no es conmigo o en compañía de una persona de mi elección. También me cederá el control de todas las rentas que conserva de su anterior matrimonio —se volvió para mirar a Jessica, pero ella no protestó. Con Nikolas, sus asuntos financieros quedarían en manos extraordinariamente capacitadas, y no lo creía capaz de engañarla en ese aspecto. En ese momento se le cruzó por la cabeza un pensamiento y, antes de poder contenerse, dijo serenamente:

—Supongo que es una manera de recuperar el dinero que pagaste por mis acciones.

La mandíbula de Nikolas se tensó y ella deseó haber contenido la lengua en lugar de enfurecerlo todavía más. No protestaba por tener que cederle el control de su dinero; de todos modos, ella no deseaba dicho control. Nikolas quería tenerla completamente sometida a su poder, y ella estaba dispuesta a complacerlo. Era un riesgo que corría, pero albergaba la esperanza de que, cuando él descubriera lo equivocado que estaba, su postura cambiaría.

Al cabo de un tenso momento, Nikolas expuso la última condición.

—Para terminar, me corresponderá a mí la tutela y la custodia de los hijos que podamos tener. En caso de divorcio, Jessica tendrá derecho, naturalmente, a visitarlos si desea ir a la isla con ese fin. Bajo ninguna circunstancia podrá llevarse al niño o a los niños de la isla o verlos sin mi permiso.

Jessica notó una punzada de dolor en el corazón al oír esto último y, rápidamente, giró la cabeza para que él no pudiera ver las lágrimas que afluían a sus ojos. ¡Nikolas parecía tan duro e inflexible! Quizás estaba siendo una tonta, se dijo; quizás él nunca llegaría a amarla. Sólo la certeza de que él sabría sin sombra de duda que había ido virgen al altar le daba valor para aceptar sus condiciones. Nikolas comprendería al fin que ella no iba a corromper a sus hijos.

¡Hijos! ¡Ojalá los tuvieran! Nikolas parecía dar por sentado que su matrimonio no duraría, pero Jessica ya sabía que sería eterno. Hiciera lo que hiciese Nikolas, ella siempre seguiría casada con él de corazón. Deseaba darle hijos, muchos hijos, réplicas en miniatura de Nikolas, con su mismo cabello oscuro y sus ojos negros y brillantes.

—¿No tienes nada que comentar, Jessica? —inquirió él suavemente, en tono de evidente burla.

Apartando sus pensamientos de la deliciosa visión de sí misma con un bebé de ojos negros en los brazos, Jessica se quedó mirándolo un momento, como si no lo reconociera; luego se recompuso y contestó con voz apenas audible:

—No, acepto todos tus deseos, Nikolas.

—Eso es todo —dijo Nikolas a Andros. Cuando volvieron a quedarse a solas, se dirigió de nuevo a ella—: Ni siquiera presentarás una queja simbólica para exigir la custodia de alguno de nuestros hijos, ¿verdad? ¿O acaso esperas que te pague a cambio de mantenerte alejada de ellos? Si es así, te engañas. ¡No me sacarás un solo penique, bajo ninguna circunstancia!

—He aceptado tus condiciones —gritó ella temblorosamente, con un intenso dolor que le horadaba el pecho—. ¿Qué más quieres? He descubierto que no puedo luchar contra ti, así que no gastaré saliva inútilmente. En cuanto a los hijos que podamos tener...Sí, deseo tener hijos, tus hijos, y para conseguir que me separe de ellos tendrías que echarme físicamente de la isla. Y no me insultes insinuando que no seré una buena madre.

Nikolas se quedó mirándola, con el músculo del mentón temblando sin control.

—Dices que no puedes luchar contra mí —musitó con voz ronca—, pero aun así, me rechazas continuamente.

—No, no —gimió ella, desesperada por lograr que la comprendiese—. No te rechazo. ¿Es que no lo entiendes, Nikolas? Te pido más de lo que tú me ofreces, y no hablo de dinero. Hablo de ti. Hasta ahora solo me has ofrecido la misma parte de ti que le diste a Diana, y yo deseo algo más que eso.

—¿Y qué me dices de ti? —gruñó él, levantándose y paseándose inquieto por la habitación—. No quieres darme ni siquiera esa parte; te cierras a mí y exiges que me rinda a ti en todos los aspectos.

—No tienes que casarte conmigo —señaló Jessica, repentinamente cansada de la discusión—. Puedes dejar que salga por esa puerta, y te prometo que nunca más volverás a verme, si es eso lo que deseas.

La boca de él se curvó ferozmente.

—Sabes que no puedo hacer eso. Me tienes tan trastornado por dentro que he de poseerte. No valdré nada como hombre si no consigo satisfacer esta necesidad que me corroe. No será una boda, Jessica. Será un exorcismo.

Las palabras de Nikolas aún resonaban en los oídos de Jessica al día siguiente, mientras se paseaba por la suite y esperaba a que él volviera de la reunión. Andros estaba allí; llevaba en la suite toda la mañana, observándola sin decir nada, y su silenciosa vigilancia le ponía los nervios de punta.

Había sido una noche de pesadilla; Jessica había dormido sola en la enorme cama que Nikolas había pretendido compartir con ella, oyendo cómo él se removía inquieto en el sofá. Había sugerido acostarse en el sofá y cederle a él la cama, pero él la había mirado con tanta severidad que ni siquiera se molestó en insistir. Los dos habían dormido muy poco.

Antes de irse, Nikolas había telefoneado a su madre, y Jessica se encerró en el cuarto de baño, decidida a no escuchar la conversación. Al salir vio que Nikolas se había marchado y que Andros estaba allí.

Justo cuando pensaba que no podría seguir soportando por más tiempo el silencio, Andros habló, y casi la mató del susto.

—¿Por qué ha aceptado todas las condiciones de Niko, señora Stanton?

Ella lo miró con rabia.

—¿Por qué? —dijo—. ¿Cree usted, que Nikolas estaba de humor para razonar con nadie? Parecía un barril de dinamita en espera de que algún insensato lo hiciera estallar.

—Pero usted no le tiene ningún miedo —observó Andros—. O no tiene miedo de su genio, al menos. Casi todo el mundo le teme, pero usted siempre le ha hecho frente en los peores momentos. He estado dándole muchas vueltas, y sólo se me ocurre un motivo para que le haya permitido establecer esas condiciones tan insultantes.

—¿Ah, sí? ¿Y a qué conclusión ha llegado? —inquirió Jessica, retirándose el espeso cabello de los ojos. Esa mañana se sentía tan trastornada que no se lo había recogido y lo tenía revuelto sobre los hombros.

—Creo que usted lo ama —dijo Andros con calma—. Creo que está dispuesta a casarse con él con esas condiciones porque lo ama.

Ella tragó saliva al oír aquellas palabras. Andros la miraba con un brillo diferente en sus ojos negros, un brillo que denotaba aceptación y un principio de comprensión.

—Claro que lo amo —confesó Jessica en un tenso susurro—. El problema está en conseguir que él lo crea.

Andros sonrío súbitamente.

—No hay ningún problema, señora Stanton. Niko está perdidamente enamorado de usted. Cuando se tranquilice, comprenderá que, con las condiciones que ha puesto, usted sólo ha podido aceptar casarse con él porque lo ama. Ahora mismo está tan furioso que simplemente no se le ha ocurrido pensarlo.

Andros no estaba al corriente de todo el asunto, pero sus palabras la llenaron de esperanza. Había dicho que Nikolas estaba perdidamente enamorado de ella. A Jessica le resultaba un poco difícil de creer, pero era cierto que estaba dispuesto a casarse con ella si no podía conseguirla de ninguna otra manera.

Nikolas llegó entonces, interrumpiendo su conversación con Andros, aunque ahora Jessica se sentía mejor. Los dos hombres se pusieron hablar de unos documentos que Nikolas había sacado de su maletín; finalmente, Andros tomó los documentos para regresar a su habitación y Nikolas se volvió hacia Jessica.

—¿Estás preparada? —le preguntó en tono distante.

—¿Preparada? —ella no lo había entendido.

Nikolas suspiró con impaciencia.

—Te dije que iríamos a comprar tu vestido de novia. Y necesitarás anillos, Jessica; es lo esperado en una ceremonia como esta.

—Tengo que recogerme el pelo —dijo Jessica girándose hacia el dormitorio, y él la siguió.

—Cepíllatelo y déjatelo suelto —ordenó—. Me gusta más así.

Ella obedeció y sacó el lápiz de labios.

—Espera —dijo Nikolas, agarrándole la muñeca y obligándola a volverse hacia él. Jessica sabía lo que quería, y notó que su corazón flotaba mientras se apoyaba en Nikolas y alzaba la boca para recibir su beso. Él apretó sus labios contra los de ella, llenándole la boca con su cálido aliento, haciendo que la cabeza le diese vueltas. Deseaba más; no estaba satisfecho con un simple beso, pero se separó de Jessica con una brusca sacudida y la miró. En sus ojos brillaba de nuevo una expresión casi asesina.

—Ya te puedes pintar los labios —musitó antes de salir violentamente del dormitorio. Ella se aplicó el carmín con dedos temblorosos. El humor de Nikolas no había mejorado, y temía que, si le negaba también sus besos, no haría sino empeorar. No, nada satisfaría a Nikolas... salvo su total entrega a él; Jessica deseó que la siguiente semana pasara volando.

Pero ¿cómo podía pasar volando toda una semana cuando una sola tarde se hacía eterna? Jessica notó cómo la tensión aumentaba en su interior mientras permanecían sentados en la exclusiva joyería y examinaba los muestrarios de anillos que sacaba el joyero. Nikolas no fue de ninguna ayuda; se limitó a reclinarse en la silla y a decirle que escogiera los que más le gustasen, que a él no le importaba. No podría haber dicho nada mejor calculado para arruinar la alegría que, de otro modo, ella habría sentido haciendo aquello. El joyero, por su parte, era tan amable y se mostraba tan solícito, que Jessica no deseaba decepcionarlo con su desinterés, así que se obligó a examinar cada uno de los anillos que él pensaba que podían ser de su gusto. Sin embargo, por más que se esforzó, no pudo escoger ninguno. Los relucientes diamantes podrían haber sido cristal barato, por lo que a ella respectaba; sólo deseaba refugiarse en un tranquilo rincón y llorar a lágrima viva.

Finalmente, con voz cascada por la tensión, dijo:

—¡No, no! ¡No me gusta ninguno! —e hizo ademán de levantarse.

Nikolas la detuvo, asiéndole la muñeca con una mano de hierro, y la obligó a sentarse de nuevo.

—No te alteres, cariño —le dijo en un tono más suave que el que había empleado a lo largo del día—. Tranquilízate; no llores o monsieur se disgustará. ¿Quieres que yo elija uno por ti?

—Sí, por favor —respondió Jessica con voz ahogada, girando la cabeza para que Nikolas no vieras las lágrimas que ribeteaban sus ojos.

—A mí tampoco me gustan los diamantes, monsieur —estaba diciendo Nikolas—. La tez de la señorita necesita algo más cálido... Sí, esmeraldas que hagan juego con el color de sus ojos. Engastadas en oro.

—Faltaría más... ¡tengo justamente lo que desea! —dijo el joyero entusiasmado, retirando el muestrario de diamantes.

—¿Jessica?

—¿Qué? —dijo ella, sin girarse para mirarlo.

Nikolas deslizó el largo dedo anular por su mentón y la obligó suavemente a volverse para mirarlo a la cara. Sus ojos negros estudiaron la expresión lívida y tensa y repararon en la humedad que amenazaba con desbordarse de sus ojos.

Sin decir nada, Nikolas sacó su pañuelo y se los enjugó como si fuera una niña pequeña.

—Sabes que no soporto verte llorar —susurró—. Si prometo no ser tan bruto, ¿sonreirás para mí?

Jessica era incapaz de negarle nada cuando se mostraba tan dulce, aunque un momento antes se hubiese mostrado frío como el hielo. Sus labios se entreabrieron en una suave sonrisa y Nikolas le acarició la boca con el dedo, recorriendo la línea del labio.

—Así está mejor —murmuró—. Entenderás por qué no te beso aquí mismo, aunque lo esté deseando.

Jessica le besó los dedos en respuesta; vio que el joyero regresaba y se enderezó, apartando de sí la mano de Nikolas, aunque sus breves atenciones habían teñido de color sus mejillas y ahora sonreía como embelesada.

—Ah, esto ya me gusta más —dijo Nikolas, abalanzándose sobre un anillo en cuanto el joyero les puso delante el muestrario. Tomó la delgada mano de Jessica y le puso el anillo; le estaba grande, pero, aun así, ella se quedó sin aliento al verlo.

—Qué color tan precioso —musitó con un suspiro.

—Sí, este es el que quiero —decidió Nikolas. La esmeralda cuadrada tenía el tamaño adecuado para no resultar exagerada en la mano menuda de Jessica, y su rico color verde oscuro le sentaba mejor que mil diamantes. La tez dorada y el cabello rojizo de Jessica constituían el marco perfecto para sus misteriosos ojos verdes egipcios, y la esmeralda no hacía sino reflejar su color. Estaba rodeada de diamantes, pero eran tan pequeños que no restaban intensidad al color verde profundo de la gema. Nikolas le retiró cuidadosamente el anillo del dedo y se lo devolvió al joyero, quien lo dejó aparte y tomó las medidas del dedo de Jessica con meticulosidad.

—Y una alianza de matrimonio —añadió Nikolas.

—Dos —terció Jessica con valentía, mirándolo a los ojos. Al cabo de un momento, Nikolas cedió y asintió para dar su permiso.

—No me gusta llevar anillos —dijo mientras salían de la joyería, rodeándole la cintura con el brazo.

—Vamos a estar casados —respondió ella volviéndose para mirarlo y colocando las manos sobre su pecho—. ¿No deberíamos esforzarnos al máximo para conseguir que nuestro matrimonio sea un éxito? ¿O ya tienes en mente el divorcio? —su voz tembló ante la idea, pero siguió mirando de frente los ojos negros de Nikolas.

—No tengo nada en mente salvo poseerte —contestó él sin rodeos—. Los anillos me traen sin cuidado; si quieres que lleve una alianza de matrimonio, la llevaré. Un anillo no me impedirá librarme de ti si deseo hacerlo.

Jessica casi se atragantó con el dolor que le inundó el pecho; se alejó de él bruscamente, luchando para mantener la compostura. Cuando Nikolas la alcanzó, ella ya había conseguido ponerse de nuevo su máscara de frialdad para ocultar el dolor que la laceraba por dentro.

Al subirse en el taxi, oyó que Nikolas le daba al taxista la dirección de un famoso modisto.

—No sé qué es lo que tienes pensado, Nikolas, pero no disponemos de tiempo para que me hagan un vestido a medida. Con uno de confección tendré bastante.

—Olvidas quién soy —repuso él—. Si pido que tengan un vestido listo para mañana por la tarde, lo tendrán.

Jessica no pudo contradecirlo, porque lo que decía era cierto; sin embargo, pensó en las personas que tendrían que trabajar durante toda la noche en la delicada costura, y decidió que no merecía la pena. Pero el firme gesto de la mandíbula de Nikolas la disuadió de discutir con él, así que se limitó a reclinarse en el asiento en abatido silencio.

Por lo que ella sabía, Nikolas no era aficionado a elegir personalmente la ropa de sus amantes, pero todos lo reconocieron en cuanto entró en el fresco vestíbulo del salón. Al instante, una mujer alta y esbelta, con el cabello rubio ceniza sobriamente peinado, recorrió la moqueta gris perla para darles la bienvenida. Si monsieur Constantinos deseaba algo en particular...

Nikolas derrochaba encanto; se acercó los dedos de la mujer a los labios, y sus ojos negros provocaron en las mejillas de ella un rubor que nada tenía que ver con la afectación. Nikolas le presentó a Jessica, y luego explicó zalameramente:

—Nos casaremos la semana que viene en Grecia. Logré convencerla ayer mismo y deseo que la boda se celebre inmediatamente, antes de que pueda arrepentirse. Eso nos deja muy poco tiempo para la confección del vestido, como puede usted comprender, porque pensamos partir para Grecia pasado mañana.

La mujer se cuadró y le aseguró que podrían preparar un vestido cuanto antes, si tenían la amabilidad de ver unos cuantos modelos...

Comenzaron a desfilar las modelos; algunas vestían de blanco, pero en su mayoría lucían vestidos en tonos pastel, colores delicados y favorecedores que, pese a todo, no eran el virginal blanco. Nikolas los observó con suma atención y al fin eligió un vestido de líneas sencillas y clásicas; lo pidió en un tono melocotón claro. De repente, Jessica frunció el ceño. Era su traje de novia y tenía derecho a llevar el tradicional color blanco.

—No me gusta el color melocotón —dijo con firmeza—. Que sea blanco, por favor.

—Has hecho el ridículo con esa insistencia en el blanco —dijo Nikolas en tono cortante mientras regresaban al hotel—. Tu nombre es conocido incluso aquí en Francia, Jessica.

—También es mi boda —repuso ella tercamente.

—Ya has estado casada, cariño. No debería ser nada nuevo para ti.

Ella notó que el labio inferior le temblaba y enseguida se dominó.

—Robert y yo nos casamos por lo civil, no por la iglesia. ¡Y tengo derecho a casarme de blanco!

Si él comprendió el significado de sus palabras, decidió no tomarlo en cuenta. O quizá simplemente no se lo creía.

—Con el historial que tienes, puedes considerarte afortunada de que me case contigo —dijo en tono grave—. Debo de ser el mayor estúpido del mundo, pero ya me preocuparé por eso más tarde. Una cosa es segura. En tanto que mi esposa, serás la mujer más correcta y decorosa de Europa.

Jessica volvió la cabeza con frustración y observó por la ventanilla las refinadas tiendas parisienses, los elegantes cafés. No conocía nada de París, aparte de las fugaces vistas que había tenido ocasión de contemplar desde la ventanilla del taxi y las alegres luces que por la noche se divisaban desde la ventana del hotel.

Ya era demasiado tarde para echarse atrás, pero la invadía la inquietante certeza de que había cometido un error al aceptar aquel matrimonio. Nikolas no era un hombre que perdonara con facilidad; ni siquiera descubrir que Jessica no era una mujer promiscua le haría olvidar que, según su forma de ver las cosas, se había vendido a él por un precio: el matrimonio.