Cinco
Cuando sonó el timbre, Jessica se quedó muy quieta. Nikolas le posó la mano en la cintura y le dio un suave apretón; después la empujó firmemente hacia la puerta. Ella se resistió de forma involuntaria y Nikolas la miró, con su recia boca curvándose en una cáustica sonrisa.
—No seas tan miedica —dijo burlón—. No dejaré que las fieras te devoren, así que ¿por qué no te relajas y lo pasas bien?
Jessica meneó la cabeza, sin habla. En los pocos días transcurridos desde que había conocido a Nikolas Constantinos, éste se había adueñado de su vida y la había vuelto del revés, cambiándola por completo. Esa mañana, Nikolas había dado a su secretaria la lista de invitados a la fiesta que pensaba celebrar en su ático por la noche, y, naturalmente, todos los que figuraban en dicha lista habían aceptado asistir. ¿Quién rechazaría una invitación de Constantinos? Esa tarde, a las cuatro en punto, Nikolas había llamado a Jessica para sugerirle que se pusiera un traje de noche y anunciar que pasaría a buscarla dos horas más tarde. Ella había supuesto que irían a cenar fuera otra vez y, aunque se sentía algo reacia, comprendía la futilidad de luchar contra Nikolas. Él no le hablo de la fiesta, no le dijo nada sobre el tema hasta que hubieron llegado al ático.
A Jessica le enfureció que Nikolas hubiese hecho todo aquello sin consultarlo antes con ella, y apenas le dirigió la palabra desde que llegaron al ático, cosa que a él no pareció molestarle lo más mínimo. Sin embargo, debajo de la ira de Jessica, imperaba un sentimiento de angustia y desesperación. Sabía que, con Nikolas respaldándola, nadie se atrevería a mostrarse abiertamente frío u hostil con ella; pero era tan sensible que, en realidad, no importaba que los demás ocultaran o manifestaran a las claras su antipatía. Ella sabía que dicha antipatía estaba ahí, y sufría por ello. La presencia de Andros, el secretario de Nikolas, no contribuiría precisamente a facilitarle las cosas. El secretario disimulaba con cuidado delante de Nikolas, pero mostraba ostensiblemente su desprecio hacia Jessica cuando su jefe no miraba. Resultó que Andros era primo segundo de Nikolas; quizá por eso no temiera perder su puesto.
—Estás muy pálida —observó Nikolas, y detuvo la mano sobre el pomo antes de abrir la puerta. Se inclinó y le dio un beso intenso, dejando deliberadamente que sintiera su lengua, y luego se enderezó para abrir la puerta antes de que ella pudiera reaccionar.
Jessica sintió ganas de darle una patada y se prometió a sí misma hacerle pagar por aquel acto arrogante, pero, de momento, se prepararía para recibir a los pequeños grupos de invitados que iban llegando. Miró de soslayo a Nikolas y vio que en sus duros y masculinos labios había una pequeña mancha de carmín. Se ruborizó, sobre todo cuando algunas de las mujeres repararon también en la mancha y se fijaron en el carmín que ella llevaba, para comprobar si el color coincidía.
A continuación, Nikolas alargó uno de sus fuertes brazos y apretó a Jessica contra su costado, presentándola como «su querida amiga y socia, Jessica Stanton». Lo de «querida amiga» hizo que en muchos rostros apareciesen expresiones de complicidad, y Jessica pensó con furia que podría haberla presentado como «mi amante», pues así había interpretado todo el mundo sus palabras. Naturalmente, ésa era la intención de Nikolas, pero ella no pensaba someterse dócilmente a sus deseos. Al oír lo de «socia», sin embargo, todos los presentes se mostraron muy educados y abandonaron el abierto desdén que Jessica había percibido por un momento. «Amante» era una cosa y «socia», otra muy distinta. Con unas cuantas palabras bien escogidas, Nikolas había dejado claro que interpretaría cualquier insulto a Jessica como un insulto a su propia persona.
Para sorpresa y recelo de Jessica, Nikolas le presentó a una rubia elegantemente vestida que era periodista. Por la leve presión de los dedos de él, Jessica supo que se trataba de la columnista de sociedad que había escrito el malicioso artículo aparecido en el diario dominical. Saludó a Amanda Waring con una actitud controlada que no dejaba traslucir ninguna emoción, aunque tuvo que hacer acopio de todo su autodominio para conseguirlo. La señorita Waring la miró con hostilidad durante una fracción de segundo, antes de adoptar una falsa sonrisa y soltar las formalidades de rigor.
La atención de Jessica volvió a centrarse en Nikolas cuando una impresionante pelirroja deslizó un brazo alrededor del cuello de él y se puso de puntillas para darle un beso lento en los labios. No fue un beso largo ni profundo, pero anunciaba a voces la intimidad que existía entre ambos. Jessica se puso rígida al notar que una inesperada y desagradable oleada de celos la abrasaba por dentro. ¿Cómo se atrevía aquella mujer a tocarlo? Temblando, tuvo que reprimir el impulso de apartarla de Nikolas de un tirón. Aun así, habría sido capaz de montar una escena si el propio Nikolas no se hubiese quitado del cuello el brazo de la pelirroja al tiempo que daba un paso atrás. Después dirigió a Jessica una mirada de disculpa, si bien su intención quedó estropeada por el leve brillo de diversión que iluminaba sus ojos.
Nikolas se sacó deliberadamente el pañuelo del bolsillo para limpiarse el carmín marrón claro de la pelirroja, cosa que no había hecho con el de Jessica. Después tomó la mano de esta y dijo:
—Cariño, quisiera presentarte a una vieja amiga, Diana Murray. Diana, te presento a Jessica Stanton.
Unos preciosos ojos de color azul oscuro se volvieron hacia Jessica, aunque la expresión que había en ellos era de ferocidad. A continuación, los suaves labios se entreabrieron en una sonrisa.
—Ah, sí, me parece que he oído hablar de usted —ronroneó Diana.
Jessica notó que, a su lado, Nikolas se quedaba repentinamente inmóvil, como una pantera al acecho. Ella le apretó la mano y respondió en tono sereno:
—¿De veras ha oído hablar de mí? Qué interesante —luego se volvió para ser presentada al acompañante de Diana, que hasta entonces había estado observando la escena con gesto cauteloso, como si no deseara verse involucrado.
Pese a la bomba que acababa de soltar Nikolas, o quizá debido a ella, los murmullos de conversación llenaban el salón. Andros iba de un grupo a otro, asumiendo discretamente algunos de los deberes del anfitrión y liberando así a Nikolas de gran parte de dicha tarea. Durante un rato, este paseó a Jessica entre los distintos grupos de invitados, charlando afablemente y animándola a tomar parte en las conversaciones, mientras dejaba claro, con la posesiva mano que mantenía en todo momento sobre su brazo o en su espalda, que Jessica era suya y que contaba con su apoyo. A continuación, la dejó sola, cosa que a ella le pareció una crueldad, y se fue a hablar de negocios.
Por un momento, Jessica se sintió embargada por el pánico y miró a su alrededor, buscando un lugar apartado donde sentarse. Entonces se encontró con la mirada fría y risueña de Andros, y supo que el secretario esperaba que hiciera el ridículo. Haciendo un esfuerzo para dominar sus vacilantes nervios, se obligó a acercarse a un grupo de mujeres que se estaban riendo mientras hablaban de una comedia teatral del momento. Sólo cuando se unió al grupo se dio cuenta Jessica de que en él se hallaba Amanda Waring. De inmediato se hizo un breve silencio entre las mujeres.
Jessica irguió el mentón y dijo con calma:
—¿No interpreta el papel principal esa actriz que causó tanta sensación en Estados Unidos el año pasado? ¿Penelope no sé qué?
—Penelope Durwin —dijo una mujer regordeta de mediana edad un momento después—. Sí, la nominaron para el premio a la mejor actriz, pero al parecer le gusta más el teatro que el cine.
—¿No es usted estadounidense? —preguntó Amanda Waring con una vocecita aterciopelada, observando a Amanda con sus gélidos ojos.
—Nací en Estados Unidos, sí —respondió Jessica. ¿Derivaría la conversación en una entrevista?
—¿Tiene pensado volver a vivir allí?
Jessica reprimió un suspiro.
—De momento, no. Me gusta Inglaterra y me siento bien aquí.
La conversación se interrumpió durante un tenso momento y luego Amanda volvió a romper el silencio.
—¿Hace mucho que conoce al señor Constantinos?
Fueran cuales fuesen sus sentimientos personales, Amanda era, ante todo y sobre todo, una columnista de prensa, y Jessica constituía un buen material. ¡Más que bueno, fantástico! Dejando aparte su conocida reputación, era, por lo visto, la actual amante de uno de los hombres más poderosos del mundo, un esquivo y sexy multimillonario griego. Todo lo que dijera tendría interés periodístico.
—No, no hace mucho que lo conozco —contestó Jessica en tono neutro; a continuación, otra voz irrumpió en el círculo.
—Con un hombre como Nikolas, no se necesita mucho tiempo, ¿verdad, señora Stanton? —ronroneó una voz suave y abiertamente hostil. Jessica se estremeció al oírla y se volvió para mirar a Diana, la cual la observaba con sus increíblemente bellos ojos azules.
Jessica la miró durante unos instantes sin decir nada y el silencio se hizo tan denso que resultaba casi sofocante. Todas las integrantes del grupo esperaban para ver si se produciría una escena. Jessica ni siquiera pudo sentir ira; tan solo podía compadecerse de aquella hermosa criatura que la miraba con tan intensa malicia. Era evidente que Diana adoraba a Nikolas Constantinos, y Jessica sabía cuán indefensa se hallaba una mujer ante los encantos y el poder de Nikolas.
Cuando el silencio se volvió casi insoportable, respondió en tono suave:
—Lo que usted diga —luego se giró hacia Amanda Waring—. Nos conocimos el sábado pasado —dijo, ofreciéndole más información de lo que había pretendido; no obstante, sería una necedad por su parte dejar que el antagonismo de Amanda persistiera, cuando podía ganarse a la periodista con tanta facilidad.
La estratagema dio resultado. Los ojos de la señorita Waring se iluminaron y las demás mujeres volvieron a unirse a la conversación, para preguntarle si tenía planeado visitar la isla del señor Constantinos. Habían oído decir que era fabulosa; Constantinos se marcharía pronto de Inglaterra; ¿se iría ella con él? Mientras respondía a las preguntas, Jessica reparó en que Diana se alejaba del grupo e, interiormente, suspiró aliviada, pues había tenido la sensación de que aquella mujer estaba decidida a provocar una escena.
A partir de ese momento, todo resultó más fácil. Las mujeres parecieron relajarse un poco cuando descubrieron que Jessica era una jovencita discreta, de exquisitos modales, que no actuaba en absoluto como si codiciara a sus maridos. Además, Nikolas Constantinos estaba allí para controlarla, lo cual las tranquilizaba. Aunque se mantenía aparte con los hombres, charlando de negocios, muy a menudo desviaba sus ojos negros hacia la menuda figura de Jessica, como si la estuviera vigilando. Y, desde luego, su mirada de alerta convencía a cualquier varón de que no resultaría prudente acercarse a ella. Solamente en una ocasión, cuando salió un momento para retocarse el peinado y el maquillaje, Jessica se sintió intranquila. Vio que Diana hablaba muy seriamente con Andros y, mientras los observaba, el secretario le lanzó una fría mirada de desprecio que le produjo un escalofrío. Corrió hacia el dormitorio de Nikolas y permaneció allí un momento, tratando de calmar su corazón acelerado, diciéndose que no debía preocuparse por una simple mirada. ¡Por Dios bendito, ya debería estar acostumbrada a recibir miradas como aquella!
Unos golpecitos en la puerta la sacaron de sus cavilaciones y se giró para abrir. Al hacerlo, se encontró con Amanda Waring.
—¿Me permite un momento? —inquirió la periodista con calma.
—Sí, cómo no; sólo me estaba retocando el peinado —contestó Jessica al tiempo que retrocedía para dejarla entrar.
Vio que Amanda observaba con atención el mobiliario, como si esperase encontrar sábanas de satén negro y espejos en el techo. En realidad, Nikolas tenía unos gustos bastante espartanos, y el espacioso dormitorio aparecía casi vacío de muebles. Naturalmente, la enorme cama dominaba la habitación.
—Quería hablar con usted, señora Stanton —empezó a decir Amanda—. Deseaba asegurarle que nada de lo que me ha dicho aparecerá en mi columna; el señor Constantinos ha dejado bien claro que puedo perder mi empleo, y no soy ninguna tonta. Me doy por avisada.
Jessica emitió un jadeo de sorpresa y se apartó del espejo en el que se había estado retocando el peinado. Horrorizada, se quedó mirando a Amanda y luego se recompuso lo suficiente para preguntar con frialdad:
—¿Qué ha hecho el señor Constantinos?
Los finos labios de Amanda se contrajeron.
—Estoy segura de que usted lo sabe —respondió con rencor—. Mi director me dijo esta mañana que, como volviera a aparecer una sola palabra más sobre La Viuda Negra en mi columna, no solo perdería mi trabajo, sino que pasaría a engrosar la lista negra. Bastó una llamada del señor Constantinos al editor del periódico para ello. La felicito. Ha ganado usted.
Jessica tensó los labios y elevó el mentón con altivez.
—Debo pedirle disculpas por la conducta de Nikolas, señorita Waring —dijo en tono tranquilo y neutro, decidida a no permitir que la periodista reparase en lo confusa que se sentía interiormente—. Aunque le garantizo que yo no le pedí que hiciera tal cosa. No es un hombre que se ande con sutilezas, ¿verdad?
Pese a la frialdad que se reflejaba en sus ojos, Amanda esbozó una sonrisa de buen humor.
—No, no lo es —convino.
—Lamento que haya sido tan cruel. Comprendo que usted tiene que hacer su trabajo, y yo, desde luego, soy un blanco tan legítimo como cualquier otro —prosiguió Jessica—. Tendré que hablar con él...
En ese momento, Nikolas entró en el dormitorio y miró a Amanda Waring con frialdad.
—Señorita Waring —dijo en tono severo.
Jessica comprendió de inmediato que Nikolas había visto a la periodista entrar en el cuatro después que ella y había acudido a rescatarla. Antes de que pudiera decir algo que ofendiera aún más a Amanda, Jessica se acercó a él y habló con calma.
—Nikolas, ¿es cierto que has amenazado con hacer que despidan a la señorita Waring si publica algo sobre mí?
Él agachó la cabeza para mirarla, y sus labios se torcieron en un rictus cínico.
—Sí, es cierto —admitió, y después su mirada se desvió hacia Amanda—. No permitiré que vuelvan a hacerle daño —dijo sin alterarse, aunque su tono era mortalmente serio.
—Gracias, Nikolas, pero soy perfectamente capaz de cuidar de mí misma —dijo Jessica con cierta aspereza.
—Claro, claro que sí —repuso él indulgentemente, como si le estuviera hablando a una cría.
Furiosa, ella alargó la mano hacia la de Nikolas y le clavó las uñas.
—Nikolas... no. No me quedaré de brazos cruzados viendo cómo manipulas a los demás en mi beneficio. No soy una niña o una idiota; ¡soy una mujer adulta, y no permitiré que me traten como si fuese tonta!
Unos diminutos destellos de fuego dorado iluminaron los ojos negros de Nikolas; bajó la mirada hacia Jessica y le cubrió los dedos con la mano libre para impedir que siguiera clavándole las uñas. Pudo parecer un gesto cariñoso, pero sus dedos se cerraron sobre los de ella con dureza y contundencia.
—Muy bien, cariño —murmuró mientras se acercaba la mano de Jessica a los labios. Tras depositarle un suave beso en los dedos, irguió la arrogante cabeza de cabellos oscuros y miró a Amanda.
—Señorita Waring, no me importará que diga en su columna que la encantadora Jessica Stanton ha actuado como anfitriona de mi fiesta, pero no toleraré más referencias a La Viuda Negra ni a la situación financiera de la señora Stanton. Para su información, acabamos de cerrar un acuerdo muy favorable para la señora Stanton, de modo que no necesita ni necesitará nunca el apoyo económico de otras personas.
Amanda Waring no era una mujer que se dejara intimidar con facilidad. Irguió el mentón y dijo:
—¿Puedo publicar lo que ha dicho?
Nikolas sonrió.
—Dentro de lo razonable —dijo, y ella le devolvió la sonrisa.
—Gracias, señor Constantinos. Señora Stanton —añadió al cabo de un momento girándose hacia Jessica.
Amanda salió de la habitación, Nikolas miró a Jessica, con aquellos diminutos destellos dorados aún refulgiendo en sus ojos.
—Eres una gatita salvaje —dijo perezosamente, arrastrando las palabras—. ¿No sabes que ahora tendrás que pagar por lo que has hecho?
Jessica no se dejó asustar.
—Te lo merecías, por haber actuado como un matón —dijo con calma.
—Y tú te mereces todo lo que va a pasarte, por ser una jovencita tan provocativa —contestó Nikolas, atrayéndola con facilidad hacia sus brazos. Ella trató de soltarse, pero se vio impotente contra su enorme fuerza.
—Suéltame —dijo sin aliento, retorciéndose para escapar de él.
—¿Por qué? —musitó Nikolas, agachando la cabeza para apretar sus ardientes labios contra el hombro de ella—. Estás en mi dormitorio, y bastaría un leve tirón para bajarte el vestido hasta los tobillos. Jessica, seguramente sabías que ese vestido haría hervir la sangre de un santo de escayola, y yo jamás he dicho que sea tal cosa.
A Jessica le habría hecho gracia la frase si el roce de la boca de Nikolas sobre su piel no estuviese provocando oleadas de placer en sus venas. Se alegraba de que le gustase el vestido. Sí, era provocativo; ella lo sabía y se lo había puesto deliberadamente, igual que una polilla jugueteaba con las llamas que acabarían abrasándole las alas. Era un vestido precioso, de gasa color verde mar y esmeralda, que revoloteaba alrededor de su menudo cuerpo formando ondas, y el cuerpo del vestido, que carecía de tirantes, se sujetaba gracias al delicado frunce situado encima de los senos.
Nikolas tenía razón, bastaría un simple tirón para quitárselo; aunque ella, desde luego, no había planeado quedarse a solas con él en su dormitorio. Vio cómo agachaba la cabeza de nuevo y retiró la boca justo a tiempo.
—¡Nikolas, basta! Tienes que atender a tus invitados. ¡No puedes retirarte a tu habitación como si nada!
—Sí que puedo —replicó él, agarrándole la barbilla con su fuerte mano y obligándole a girar la boca hacia la suya. Antes de que Jessica pudiera volver a protestar, abrió los labios encima de los de ella, llenándola con su cálido aliento. Su lengua avanzó, animándola a responder y, al cabo de un momento, ella olvidó sus protestas y se puso de puntillas para apretarse contra el recio cuerpo de Nikolas y ofrecerle por completo la dulzura de su boca. Él la aceptó sin dudar, sus besos fueron volviéndose más profundos y feroces mientras la saboreaba ansiosamente. Jadeó contra la boca de Jessica y comenzó a deslizarle la mano por las costillas. Sólo cuando los fuertes dedos de Nikolas se cerraron sobre uno de sus senos, Jessica comprendió cuáles eran sus intenciones, y de nuevo el miedo extinguió el fuego de su propio deseo. Se estremeció y empezó a retorcerse para escapar de su abrazo; Nikolas la apretó con fuerza, ejerciendo una dolorosa presión y haciendo que su menudo cuerpo se arqueara contra él mientras la devoraba con la boca.
Jessica se puso rígida y gritó con voz ronca: —¡No, por favor!
Nikolas maldijo en griego y volvió a apresarla entre sus brazos cuando ella intentó escapar; no obstante, en lugar de seguir acariciándola a la fuerza, simplemente la apretó contra sí un momento, de manera que Jessica pudo sentir el atronador palpitar de su corazón.
—No te forzaré —dijo Nikolas al fin, besándole la sien con suavidad—. Has sufrido malas experiencias y puedo comprender tu miedo. Pero quiero que entiendas, Jessica, que cuando estés conmigo no quedarás insatisfecha. Puedes confiar en mí, cariño.
Ella negó débilmente con la cabeza.
—No, no lo comprendes —musitó—. Nikolas, yo... —iba a decirle que nunca había hecho el amor, que era el miedo a lo desconocido lo que la acobardaba, pero él le puso un dedo sobre los labios.
—No quiero saberlo —gruñó—. No quiero que me digas cómo te han tocado otros hombres. Creí que podría soportarlo, pero no puedo. Me siento demasiado celoso; no quiero oírte hablar nunca de otro hombre.
Jessica meneó la cabeza.
—¡Oh, Nikolas, no seas tan bobo! Déjame decirte...
—No —la interrumpió él, agarrándola por los hombros y zarandeándola con fuerza.
Enfurecida, Jessica se zafó de él y echó la cabeza hacia atrás.
—Está bien —dijo con aspereza—. Si quieres hacer como los avestruces, adelante: entierra la cabeza en el suelo. ¡A mí me trae sin cuidado lo que hagas!
Nikolas la miró con enojo un momento; luego, sus anchos hombros se relajaron y sus labios se curvaron en una risa apenas contenida.
—Sí que te importa —la informó en tono socarrón—. Simplemente, todavía no lo has admitido. Veo que tendré que acabar con tu terquedad igual que acabaré con tu miedo, de la misma forma. Unas cuantas noches de sexo convertirán en una cariñosa y dócil gatita al animal salvaje que eres ahora.
Jessica lo esquivó para dirigirse hacia la puerta con la cabeza muy alta. Antes de salir, se giró y dijo:
—No sólo eres tonto, Nikolas. Eres un tonto arrogante.
Oyó a su espalda la suave risa de él mientras regresaba a la fiesta, y reparó en las miradas de complicidad de varias personas. Diana parecía furiosa; le volvió la espalda, enfurruñada. Suspirando, Jessica se preguntó si Nikolas invitaría a, Diana a muchas de sus fiestas. Esperaba que no, aunque tenía la sensación de que sus esperanzas no se cumplirían.
A partir de aquella noche, Nikolas tomó por completo las riendas de la vida de Jessica. Casi cada noche la llevaba a alguna fiesta o reunión, o a cenar a los restaurantes más elegantes y exclusivos. A ella apenas le quedaba tiempo libre para estar con Sallie, aunque ésta, que era una mujer joven y práctica, se alegraba de que su amiga saliera más y de que la prensa no publicara artículos maliciosos sobre ella. Amanda Waring mencionaba a menudo el nombre de Jessica junto al de Nikolas, e incluso llegó a insinuar que la prolongada estancia del griego en Londres se debía enteramente a los encantos de la señora Stanton, pero sin hacer ninguna alusión a La Viuda Negra o a la reputación de Jessica.
Incluso Charles estaba encantado con que Nikolas hubiese tomado las riendas, solía decirse Jessica pensativamente. Sentía como si un amigo de toda confianza la hubiese abandonado y la hubiese arrojado a la guarida del león. ¿Comprendía realmente Charles lo que Nikolas quería de ella? Seguramente sí; al fin y al cabo, todos los hombres eran iguales. No obstante, parecía que Charles delegaba cada vez más en Nikolas a la hora de despachar detalles concernientes a los asuntos de Jessica; y, aunque ella sabía que Nikolas era prácticamente un genio de las finanzas, no veía con agrado aquella intrusión en su vida.
Sufrió una amarga decepción, aunque no se sorprendió, cuando, poco después de que Nikolas se hubiese hecho cargo de sus asuntos, Charles le entregó unos documentos para que los firmara, diciéndole que se trataba de cuestiones de escasa importancia. Jessica siempre había confiado en él sin reservas, pero esa vez su instinto la impulsó a leer cuidadosamente los documentos mientras Charles la observaba nervioso. En efecto, la mayoría de ellos se referían a asuntos poco importantes, pero, en mitad del montón, Jessica encontró el documento de la venta de las acciones de ConTech. Se habían vendido a un precio ridículamente alto, no a su precio en bolsa, como ella había exigido.
Con calma, Jessica extrajo el documento y lo puso aparte.
—Este no lo firmaré —le dijo a Charles tranquilamente.
Él no tuvo que preguntar a qué documento se refería. Le dirigió una sonrisa socarrona.
—Esperaba que no te dieras cuenta —confesó—. Jessica, no trates de luchar contra él. Quiere que recibas ese dinero; acéptalo.
—No me dejaré comprar —afirmó ella, irguiendo la cabeza para mirarlo directamente—. Y eso es lo que intenta hacer, comprarme. ¿No te habrás hecho ilusiones con respecto a sus propósitos, verdad?
Charles clavó los ojos en las puntas de sus impecables zapatos.
—No me hecho ninguna ilusión —murmuró—. Lo cual puede resultar o no triste. La realidad sin adornos tiene pocos atractivos. Sin embargo, siendo como soy una persona realista, sé que no tienes nada que hacer contra Constantinos en este asunto. Firma los documentos, cariño, y no despiertes al tigre que está dormido.
—No está dormido —repuso ella—. Está al acecho —después meneó la cabeza con decisión—. No, no firmaré los documentos. Antes que dejarle creer que me ha comprado, prefiero no vender las acciones. O venderlas a terceros. Al precio de su valor en bolsa nos las quitarán de las manos en un momento.
—No lo hagas —advirtió Charles—. Él no quiere que esas acciones vayan a parar a otras manos.
—Entonces, tendrá que pagarlas a su precio en bolsa —Jessica sonrió, con un brillo de satisfacción en sus ojos verdes. Por una vez, se dijo, tenía ventaja sobre Nikolas. ¿Cómo no se le había ocurrido antes amenazarlo con vender las acciones a terceros?
Charles se marchó con el documento sin firmar; Jessica sabía que informaría de ello a Nikolas inmediatamente. Esa noche había quedado con éste para asistir a una cena con sus asociados, y Jessica jugueteó con la idea de irse de la ciudad y darle plantón en lugar de discutir con él, pero eso sería una niñería y, probablemente, sólo serviría para demorar lo inevitable.
De mala gana, se duchó y se vistió, eligiendo con cuidado un vestido que tapase su cuerpo lo máximo posible. Sabía que la apariencia civilizada de Nikolas tenía un límite. No obstante, incluso el vestido más modesto que encontró resultaba provocativo a su manera. La sobria austeridad del tejido negro hacía un contraste perfecto con el pálido tono dorado de su piel. Mientras se veía reflejada en el espejo, pensó con cínica amargura en el apodo de Viuda Negra y se preguntó si alguien se acordaría ya de él.
Como Jessica había temido, Nikolas llegó media hora antes de lo previsto, tal vez con la esperanza de sorprenderla mientras se estaba vistiendo y era vulnerable. Cuando le abrió la puerta, él entró y la miró con una expresión tan sombría en sus ojos negros, que ella se sobresaltó, pese a que había esperado verlo enfadado.
Nikolas cerró la puerta con estrépito y luego agarró a Jessica por la muñeca y la atrajo hacia sí, haciendo que se sintiera pequeña al lado de su tamaño y su fuerza.
—¿Por qué? —murmuró él suavemente, con la cabeza tan inclinada sobre Jessica que esta podía sentir en el rostro el soplo cálido de su aliento.
Sabía que no era prudente resistirse a él. Eso sólo aumentaría su ira. De modo que se obligó a apoyarse obedientemente contra su cuerpo y respondió sin alterarse:
—Ya te dije cuáles eran mis condiciones, y no he cambiado de parecer. Tengo mi orgullo, Nikolas. No pienso dejarme comprar.
Los ojos negros de él la miraron con furia.
—No estoy intentando comprarte —rugió, y pasó las manos por su esbelta espalda con una caricia opuesta a la ira que Jessica percibía en él. Luego Nikolas cerró sus brazos alrededor de ella, apretándola contra su recio cuerpo, y agachó aún más la cabeza para depositar una serie de rápidos y suaves besos en sus labios—. Lo único que quiero es protegerte, ofrecerte seguridad para que no tengas que vender tu cuerpo nunca más, ni siquiera casándote con un anciano.
Al instante, Jessica se puso rígida entre sus brazos y le dirigió una mirada que despedía fuego.
—Nunca te fíes de un griego que acude a ti con regalos —contestó ásperamente—. ¡Lo único que quieres es asegurarse de ser el único comprador!
Los brazos de Nikolas la oprimieron hasta que le faltó la respiración. Ella empujó contra sus hombros, en protesta.
—Jamás he tenido que comprar a una mujer —murmuró con los dientes apretados—. ¡Ni voy a comprarte a ti! Cuando hagamos el amor, no será porque te haya pagado ningún dinero, sino porque me desees tanto como yo te deseo a ti.
Ella apartó la cabeza desesperadamente para rehuir su boca.
—¡Me estás haciendo daño! —resolló.
La presión de los brazos de Nikolas cesó al momento y ella respiró con dificultad, recostando la cabeza sobre su pecho. ¿Acaso no podría hacerle entender de ninguna manera su punto de vista?
Al cabo de unos instantes, Nikolas separó a Jessica de sí y extrajo del bolsillo interior de su chaqueta un papel doblado. Tras desdoblarlo, lo depositó encima de la mesa del vestíbulo y sacó un bolígrafo.
—Fírmalo —ordenó suavemente.
Jessica se colocó las manos detrás de la espalda, en el clásico y característico gesto de negativa.
—Sólo a su precio en bolsa —insistió, sosteniendo la mirada de Nikolas con calma—. Si tú no las quieres, estoy segura de que habrá otros compradores que adquirirán gustosamente esas acciones a su precio real.
Nikolas se enderezó.
—No me cabe duda —convino, sin abandonar su tono de voz suave y sereno—. Pero tampoco dudo que, como no me vendas esas acciones a mí, acabarás lamentándolo luego. ¿Por qué te obstinas tanto en la cuestión del dinero? El precio al que vendas las acciones no influirá para nada en el desenlace de nuestra relación. Eso ya está decidido.
—¿Ah, sí? —exclamó Jessica, apretando los puños con furia ante su arrogancia—. ¿Por qué no te vas y me dejas en paz? No deseo nada tuyo, ni tu dinero ni tu protección. ¡Y, desde luego, no te deseo a ti!
—No te mientas a ti misma —dijo él endureciendo la voz al tiempo que avanzaba hacia ella con largas zancadas y la rodeaba con sus brazos para oprimirla contra sí.
Jessica giró la cabeza hacia Nikolas para decirle que no estaba mintiendo; era la oportunidad que él necesitaba: agachó la cabeza de cabellos negros y apretó la boca contra la de ella. No fue un beso brusco; le acarició los labios con un seductor roce, invitándola a responder, aniquilando sus defensas, dejándola sin respiración y débil entre sus brazos. Jessica cerró los ojos y entreabrió impotentemente los labios para recibir la dominante lengua de Nikolas. Dejó que la besara tan profundamente como deseaba, hasta que se derrumbó, sin fuerzas, contra su cuerpo. La ternura de Nikolas era aún más peligrosa que su cólera, porque la respuesta de Jessica a sus caricias iba tornándose cada vez más apasionada a medida que se iba acostumbrando a él y percibía que su rendición era inminente. Él no era un principiante en lo referido a las mujeres y sabía, tan bien como la propia Jessica, que la excitación que provocaba en ella era cada vez más fuerte.
—Ni me mientas a mí —musitó contra sus labios—. Me deseas y los dos lo sabemos. Te obligaré a admitirlo —su boca descendió nuevamente para cubrir la de Jessica, poseyéndola por completo, amoldando sus labios a los de ella a su antojo. Empezó a tocarle los pechos para establecer deliberadamente su dominio sobre ella, y arrastró con suavidad la yema de los dedos sobre la curva de cada seno dejando tras de sí una estela de ardiente calor.
Jessica emitió un quejumbroso gemido de protesta, que quedó amortiguado por los labios de Nikolas. Jadeó ante su asalto, esforzándose desesperadamente por respirar, y él le llenó la boca con su cálido aliento.
Nikolas deslizó una osada mano bajo el vestido de Jessica y cubrió la redonda curva de su seno con la palma. Al notar la íntima caricia, ella sintió que se ahogaba en la sensual necesidad que él le provocaba, y se rindió con un gemido, entrelazando brazos alrededor de su cuello.
Con un veloz movimiento, Nikolas se inclinó para tomarla en brazos y la llevó hasta el salón; una vez allí, la dejó en el sofá y se tumbó a su lado, sin dejar de darle los embriagadores besos que la mantenían bajo su sensual dominio. Ella se movía inquieta, con las manos sobre el cabello de Nikolas, tratando de acercarse más a él, atormentada por una necesidad y un vacío que no comprendía, pero que, al mismo tiempo, no podía ignorar.
Un brillo de triunfo centelleó en los ojos de Nikolas mientras cambiaba de postura para cubrirla con su cuerpo; Jessica abrió brevemente los ojos para leer la expresión de su semblante, aunque apenas pudo verlo a través de la brumosa neblina de deseo que enturbiaba sus sentidos. Ya nada le importaba; si Nikolas seguía besándola de aquel modo...
Él había explorado con los dedos sus senos cubiertos de satén, había martirizado los suaves pezones hasta que estos comenzaron a palpitar, como prueba del efecto que sus caricias estaban ejerciendo en ella. Deslizándose hacia abajo, Nikolas probó aquellos deliciosos bocados con los labios y con la lengua, abrasándola con el calor de su boca. Jessica retiró las manos de la cabeza de él y las desplazó hasta sus hombros, enterrando los dedos en los músculos que se flexionaban con cada movimiento.
Un fuego dorado se propagó en su interior, derritiéndola por dentro, disolviéndola, y Jessica se dejó arrastrar hacia su propia destrucción. Deseaba saber más, deseaba más de él, y creyó que moriría a causa del placer que Nikolas le estaba proporcionando.
El abandonó sus senos y ascendió de nuevo para besarla en la boca; esa vez, dejó que Jessica sintiera la presión de todo su cuerpo, la fuerza de su excitación.
—Deja que me quede contigo esta noche —le susurró entrecortadamente al oído—. Me deseas; me necesitas tanto como yo te deseo y te necesito a ti. No tengas miedo, cariño. Te trataré con mucho cuidado; deja que me quede —repitió; pese a su suavidad, aquellas palabras no eran una súplica, sino una orden.
Jessica se estremeció y cerró los ojos con fuerza, notando que la sangre le hervía en las venas a causa de la frustración. Lo deseaba, sí; debía reconocerlo. Pero Nikolas se había hecho ideas terribles sobre ella, y eso no podía perdonárselo. Apenas lo oyó hablar, comenzó a volver en sus cabales y recordó por qué no deseaba que le hiciera el amor; giró la cabeza para rehuir sus besos.
Si dejaba que le hiciera el amor, él sabría, en cuanto la poseyera, que sus acusaciones habían sido erróneas; no obstante, si se entregaba a él en esas circunstancias, se rebajaría y se convertiría en la clase de mujer que él la consideraba ahora, y sus principios eran demasiado elevados como para permitir eso. Nikolas no le ofrecía nada salvo satisfacción física y beneficios materiales, mientras que ella le ofrecía un corazón que había sido maltratado y que era demasiado sensible al dolor. Nikolas no deseaba su amor; ella, sin embargo, sabía que lo amaba, contra toda lógica y contra todo sentido de supervivencia.
Él la zarandeó suavemente para obligarle a abrir los ojos, y repitió con voz ronca:
—¿Dejarás que me quede esta noche, cariño? ¿Dejarás que te muestre lo dulces que serán las cosas entre nosotros?
—No —se obligó a responder Jessica, con la voz enronquecida por el esfuerzo que estaba haciendo. ¿Cómo reaccionaría Nikolas a una negativa en un momento así? Tenía un genio muy violento; ¿se pondría furioso? Jessica alzó la vista hacia sus ojos negros, de modo que él pudo apreciar claramente su miedo, aunque no acertara a adivinar la causa—. No, Nikolas. Todavía... no. Aún no me siento preparada. Por favor.
Él respiró hondo para dominar su frustración y ella se derrumbó con intenso alivio al comprender que no se había enfadado. Bruscamente, él apretó la cabeza de Jessica contra su hombro y le acarició el cabello; ella inhaló el cálido aroma masculino de su piel mientras se dejaba confortar.
—No debes tener miedo —insistió Nikolas en tono quedo—. Créeme. Confía en mí. Tiene que ser pronto; no podré esperar mucho más. No te haré daño, Jessica. Deja que te demuestre lo que siente una mujer al ser mía.
Pero eso ella ya lo sabía, se dijo Jessica con desesperación. La masculinidad de Nikolas la atraía irresistiblemente, pese a lo que le dictaba la razón. Le haría el amor de forma dulce y feroz, abrasándola hasta privarla de todo control, dejándola completamente desvalida ante su implacable dominio. Y después, cuando hubiese terminado, cuando su atención se viera atraída por otro desafío, ella quedaría reducida a cenizas.
Pero ¿cómo podría seguir resistiéndose a él, cuando cada día lo necesitaba más?