Capítulo 17
El lunes, el cartel del ascensor rezaba: XEROX Y WURLITZER HAN ANUNCIADO QUE SE VAN A FUSIONAR CON EL FIN DE COMERCIALIZAR ÓRGANOS REPRODUCTORES. Jaine aún estaba riendo cuando se abrieron las puertas del ascensor. Se sentía como efervescente por dentro, resultado directo de un fin de semana ocupado por Sam. Ella misma no había sido «ocupada» por Sam, pero aquella misma mañana empezó a tomar la pildora anticonceptiva. Aunque no se lo había dicho a él, por supuesto. La frustración la estaba volviendo loca, pero la ilusión estaba iluminando todo su mundo. No recordaba haberse sentido nunca tan viva, como si todas las células de su cuerpo estuvieran despiertas y cantando.
Derek Kellman dio un paso al frente para salir del ascensor en el momento en que lo abordaba ella.
—Hola, Kellman —dijo en tono alegre—. ¿Cómo te va?
Él se ruborizó intensamente, y la manzana de Adán se le agitó en la garganta.
—Er... bien —farfulló al tiempo que hundía la cabeza y se apresuraba a bajar del ascensor.
Jaine sacudió la cabeza sonriendo y pulsó el botón del tercer piso. No se imaginaba a Kellman haciendo acopio de valor suficiente para tocarle el trasero a Marci; ella y el resto del personal de aquel edificio habrían pagado un buen dinero por verlo.
Como de costumbre, era la primera en llegar a la oficina. Los lunes por la mañana le gustaba comenzar con un poco de ventaja, con todas las nóminas que tenía que manejar. Sólo con que consiguiera concentrarse en el trabajo, ya empezaría bien la jornada.
El asunto de la Lista empezaba a decaer, tal vez. Todos los que querían una entrevista la habían tenido, excepto la revista People. Aquella mañana no había visto la televisión, de modo que no tenía idea de qué fragmentos de la entrevista del viernes iban a emitirse por antena al final. Seguramente se lo diría alguien, y si le entraba la necesidad imperiosa de verlo, lo cual no era probable, por lo menos alguna de las otras tres habría grabado el programa.
Era curioso lo poco que le importaba. ¿Cómo iba a preocuparse de la Lista teniendo a Sam, que acaparaba gran parte de su tiempo y de sus pensamientos? Era un hombre exasperante, pero era divertido y sexy, y ella lo deseaba.
Después de cenar juntos el viernes por la noche, él la había despertado a las seis y media del sábado rociando la ventana de su dormitorio con la manguera de agua y luego invitándola a salir para ayudarlo a lavar el todoterreno. Suponiendo que estaba en deuda con él, ya que le había lavado el Viper, Jaine se puso algo de ropa rápidamente, se tomó un café y se reunió con él frente a la casa. Sam no sólo quería lavar el coche, sino también encerarlo y sacarle brillo, limpiar y abrillantar todos los cromados, aspirar el interior y lavar todas las ventanillas. Tras dos horas de intenso trabajo, el todoterreno quedó reluciente. Seguidamente, Sam lo introdujo en el garaje y le preguntó a Jaine qué iba a prepararle para desayunar.
Pasaron el día juntos, discutiendo y riendo, viendo un partido por televisión, y estaban preparándose para salir a cenar cuando a él le sonó el mensáfono. Utilizó el teléfono de Jaine para llamar a la oficina, y antes de que ella pudiera siquiera darse cuenta, ya estaba saliendo por la puerta con un beso rápido y un «no sé cuándo volveré».
Era policía, se recordó Jaine a sí misma. Y mientras continuara siendo policía —y parecía dispuesto a hacer carrera, teniendo en cuenta aquella entrevista con la policía estatal—, su vida consistiría en una serie de interrupciones y llamadas urgentes. Incluidas en el mismo paquete vendrían las citas anuladas. Había reflexionado sobre ello y decidido qué demonios, ella era dura y podría soportarlo. Pero si él estuviera en peligro... no sabía si podría soportar aquello igual de bien.
¿Estaría aún trabajando como parte de aquel equipo especial? ¿Sería algo a lo que estaba asignado de forma permanente, o esas cosas eran más bien temporales? Sabía muy poco acerca de los encargados de hacer cumplir la ley, pero estaba decidida a informarse más.
Sam regresó el sábado por la tarde cansado y de mal humor, sin ganas de hablar de lo que había hecho. En vez de acosarlo a preguntas, Jaine lo dejó que echara una cabezada en su enorme sillón mientras ella leía acurrucada en uno de los dos almohadones que quedaban del sofá.
Estar con él así, sin haber quedado para salir ni nada, sólo estar, le resultó como... perfecto. Verlo dormir. Disfrutar del sonido de su respiración. Y no atreverse, todavía no, a definir con la letra que empezaba por A lo que sentía. Era demasiado pronto, y ella se había vuelto demasiado desconfiada tras las experiencias pasadas para confiar a ciegas en que la emoción que la invadía cuando estaba con él fuera a durar siempre. Su cautela también constituía la verdadera base de su renuencia a acostarse con él. Sí, frustrarlo era divertido, y le gustaba ver el deseo en sus ojos cuando la miraba, pero en lo más profundo de sí aún tenía miedo de permitirle acercarse demasiado.
Tal vez la próxima semana.
—¡Eh, Jaine!
Levantó la vista y vio a Dominica Flores asomar la cabeza por la puerta, con las cejas levantadas en gesto interrogante.
—Acabo de pillar parte de la entrevista de televisión; he tenido que marcharme antes de que terminara, pero la he dejado grabando en vídeo. ¡Era genial! ¡Tú estabas estupenda! Todas estabais muy bien, claro, pero tú estabas de cine.
—No lo he visto —dijo Jaine.
—¿De verdad? Mira, si yo fuera a salir en una cadena de televisión nacional, faltaría a trabajar sólo para verme.
No si estuvieras tan harta de todo esto como lo estoy yo, pensó Jaine. De todos modos consiguió esbozar una sonrisa.
A las ocho y media llamó Luna.
—¿Sabes algo de Marci? —le preguntó—. Todavía no ha venido a trabajar, pero la he llamado a casa y no ha contestado nadie.
—No, no he hablado con ella desde el viernes.
—No es propio de ella faltar al trabajo. —Luna parecía preocupada. Ella y Marci estaban muy unidas, cosa sorprendente teniendo en cuenta la diferencia de edad que había entre ambas—. Y tampoco ha llamado para decir que se retrasará o que está enferma o algo.
Ciertamente, aquello no era propio de Marci. No había llegado a ser jefa de contabilidad precisamente por ser poco seria. Jaine frunció el entrecejo. Ahora, la preocupada era ella.
—¿Has probado llamarla al móvil?
—No lo tiene encendido.
El primer pensamiento que le vino a la cabeza fue que había sufrido un accidente de tráfico. El tráfico de Detroit era horrendo durante la hora punta.
—Voy a hacer unas cuantas llamadas a ver si doy con ella —dijo, sin expresar su repentina preocupación a Luna.
—De acuerdo. Ya me contarás.
En el momento de colgar el teléfono, Jaine intentó pensar a quién debería llamar para averiguar si Marci había sufrido un accidente de tráfico en la autopista que unía Sterling Heights con Hammerstead. Además, ¿Marci utilizaba Van Dyke para coger la I-696 o bien evitaba Van Dyke y tomaba una de las Mile hasta Troy, donde podía coger la I-75?
Sam sabría a quién había que llamar.
Buscó rápidamente el número del Departamento de Policía de Warren, lo marcó y pidió hablar con el detective Donovan. Entonces pusieron su llamada en espera. Aguardó impaciente, dando golpecitos con un bolígrafo contra la mesa, por espacio de varios minutos. Por fin regresó la voz de antes y le dijo que el detective Donovan no podía ponerse al teléfono, que si deseaba dejarle un mensaje.
Jaine titubeó. No le gustaba nada molestarlo por algo que fácilmente podría terminar no siendo nada, pero no creía que ninguna otra persona del departamento fuera a tomarla en serio. Así que una amiga llevaba ya una hora de retraso para ir a trabajar; por lo general aquello no era causa suficiente para convocar a las tropas. Era posible que tampoco Sam la tomara en serio, pero por lo menos haría un esfuerzo por averiguar algo.
—¿Tiene su número de mensáfono? —preguntó por fin—. Es importante. —Era importante para ella, aunque quizá no para ellos.
—¿De qué se trata?
Irritada, Jaine se preguntó si las mujeres solían llamar a Sam al trabajo de manera habitual.
—Soy uno de sus soplones —dijo, cruzando los dedos por aquella mentira.
—En ese caso tendrá usted su número de mensáfono.
—¡Oh, por el amor de Dios! Alguna persona podría resultar herida o muerta... —Se interrumpió—. De acuerdo, estoy embarazada, y he pensado que a él le gustaría saberlo.
La voz rompió a reír.
—¿Es usted Jaine?
¡Dios mío, había hablado de ella! Un sopor le inundó el rostro.
—Er... sí —murmuró—. Lo siento.
—No hay problema. Dejó dicho que si alguna vez lo llamaba usted, nos cerciorásemos de que consiguiera contactar con él.
Vale, pero ¿cómo la habría descrito? Jaine se abstuvo de preguntar y anotó rápidamente el número de mensáfono.
—Gracias —dijo.
—De nada. Er... En cuanto a lo del embarazo...
—Era mentira —replicó Jaine, e intentó infundir una pizca de vergüenza en el tono de voz. No creyó haberlo logrado, porque la mujer rió de nuevo.
—Adelante, muchacha —dijo la mujer, y colgó dejando a Jaine pensativa acerca de qué habría querido decir exactamente.
Pulsó el botón de desconexión de su teléfono y a continuación marcó el número del mensáfono de Sam. Se trataba de un mensáfono numérico, de forma que dejó su número. Como Sam no iba a reconocerlo, se preguntó cuánto tiempo tardaría en devolverle la llamada. Mientras tanto llamó a contabilidad.
—¿Ha llegado Marci ya?
—No —le contestaron con preocupación—. No sabemos nada de ella.
—Soy Jaine, extensión tres, seis, dos, uno. Si llega, dile que me llame inmediatamente.
—Conforme.
Dieron las nueve y media antes de que volviera a sonar su teléfono. Rápidamente levantó el auricular con la esperanza de que Marci hubiera aparecido por fin.
—Jaine Bright.
—Me han dicho que vamos a ser padres. —La voz profunda de Sam tronó a través de la línea.
¡Maldita bocazas!, pensó Jaine.
—Tuve que decir algo. Esa mujer no se creyó que yo fuera un soplón.
—Menos mal que advertí a todo el mundo respecto de ti —repuso Sam, y luego preguntó—: ¿Qué sucede?
—Nada, espero. Mi amiga Marci...
—¿Marci Dean, una de las infames Chicas de la Lista?
Podría haberse imaginado que Sam contaría con los detalles de las cuatro.
—No ha venido a trabajar, no ha llamado, no contesta al teléfono de casa ni al móvil. Tengo miedo de que haya sufrido un accidente de camino al trabajo, pero no sé a quién llamar para averiguarlo. ¿Puedes orientarme tú?
—No hay problema. Voy a ponerme en contacto con la división de tráfico y pedirles que examinen los partes que haya. Vamos a ver, ella vive en Sterling Heights, ¿no?
—Sí. —Jaine se apresuró a darle la dirección, y entonces hizo una pausa, pues se le ocurrió una idea horrorosa—. Sam... Su novio estaba muy alterado con lo de la Lista. Se marchó el jueves por la noche, pero puede haber vuelto.
Se produjo un breve silencio; luego el tono de Sam se volvió rápido y profesional.
—Voy a ponerme en contacto con el departamento del sheriff y la comisaría de Sterling Heights para que echen un vistazo. Probablemente no sea nada, pero no se pierde nada con asegurarse.
—Gracias —susurró Jaine.
A Sam no le gustó lo que estaba pensando, pero llevaba demasiado tiempo siendo policía para descartar la preocupación de Jaine tachándola de reacción exagerada. Un novio enfurecido —uno con el orgullo herido, además, por causa de aquella maldita Lista— y"una mujer desaparecida eran ingredientes de muchos actos de violencia. Tal vez a la señorita Dean se le hubiera estropeado el coche, tal vez no. Jaine no era de las que se ponían histéricas por nada, y estaba claro que estaba asustada.
Quizás en aquel caso tuviera algo que ver la intuición femenina, pero Sam tampoco descartó ese detalle. Diablos, su madre tenía ojos en la espalda y siempre, de manera infalible, los esperaba levantada a él y a sus hermanos cada vez que habían cometido alguna diablura. Hasta la fecha desconocía cómo se había enterado, pero lo aceptaba de todos modos.
Efectuó dos llamadas, la primera a la comisaría de Sterling Heights y la segunda a un compañero de tráfico que podría decirle si había habido víctimas en algún accidente ocurrido aquella mañana. El sargento de Sterling Heights con el que habló dijo que enviaría inmediatamente un coche al domicilio de la señorita Dean, de modo que ya no llamó a la oficina del sheriff. A ambos contactos les dejó el número de su teléfono móvil.
Su compañero de tráfico fue el primero que llamó.
—No ha habido accidentes importantes esta mañana —le dijo—. Algún que otro golpe y un tipo al que se le paró la moto en medio de Gratiot Avenue, pero eso es todo.
—Gracias por comprobarlo —dijo Sam.
—A tu disposición.
A las diez y cuarto volvió a sonar el móvil. Era el sargento de Sterling Heights.
—Ha dado en el blanco, detective —le dijo en tono grave.
—¿Está muerta?
—Sí. Y de forma bastante brutal. ¿Tiene el nombre de ese novio suyo? Ninguno de los vecinos está en casa para que se lo preguntemos, y creo vamos a necesitar tener una pequeña charla con él.
—Puedo conseguirlo. Mi amiga es... era... la mejor amiga de la señorita Dean.
—Le agradeceré su ayuda.
Sam sabía que se estaba metiendo en territorio ajeno, pero supuso que, como había sido él quien los condujo hasta la escena del crimen, tal vez el sargento le diera alguna información.
—¿Puede darme detalles?
El sargento calló durante unos momentos.
—¿Qué tipo de teléfono móvil usa usted?
—Uno digital.
—¿Es seguro?
—Hasta que los hackers inventen un modo de interceptar la señal.
—Está bien. La han matado con un martillo y lo han dejado en la escena. Puede que saquemos alguna huella digital de él, puede que no.
Sam hizo una mueca de disgusto. Un martillo era capaz de causar daños horribles.
—No queda gran cosa de su rostro, y además la han apuñalado varias veces. Y ha sufrido abuso sexual.
Si el novio había dejado su semen dentro, estaba listo.
—¿Hay semen?
—No lo sé todavía. El forense tendrá que hacer varios análisis. El atacante... er... lo hizo con el martillo.
Dios santo. Sam aspiró profundamente.
—Está bien. Gracias, sargento.
—Le agradezco su ayuda. Su amiga... ¿Es ella a quien tiene intención de interrogar acerca del tal novio?
—Sí. Me ha llamado porque estaba preocupada al ver que la señorita Dean no ha ido a trabajar esta mañana.
—¿Puede preguntarle sólo por el novio, y darle evasivas en lo demás?
Sam lanzó un resoplido.
—Me resultaría más fácil dar evasivas a un toro bravo.
—Así que es una de ésas, ¿eh? ¿Será capaz de guardar el secreto? Estamos bastante seguros de que ésta es la señorita Dean, pero aún no hemos hecho las pruebas de identidad, y tampoco se ha informado a la familia.
—Conseguiré que salga del trabajo. Va a estar bastante alterada. —De todos modos, quería estar con ella cuando se lo dijera.
—Muy bien. Ah, detective, si no logramos encontrar a ningún familiar por aquí, es posible que necesitemos que su amiga identifique el cadáver.
—Ya tiene mi número —respondió Sam en voz baja.
Después de colgar permaneció un minuto sin moverse. No necesitaba imaginarse los detalles sangrientos; había visto demasiadas escenas de asesinatos con todo su sangriento realismo. Sabía lo que era capaz de hacer al cuerpo humano un martillo o un bate de béisbol. Sabía el aspecto que ofrecían las múltiples heridas de arma blanca. Y, al igual que el sargento, sabía que aquel asesinato había sido perpetrado por alguien que conocía a la víctima porque la agresión había sido personal: habían atacado al rostro. Las múltiples puñaladas indicaban saña. Y dado que la mayoría de las víctimas de asesinato que eran mujeres morían a manos de alguien que las conocía, por lo general el novio o el marido, o el ex lo que fuera, todo apuntaba de forma abrumadora a que el atacante había sido el novio de la señorita Dean.
Respiró hondo y marcó de nuevo el número de Jaine. Cuando ella contestó, le dijo:
—¿Sabes cómo se llama el novio de Marci?
Ella inhaló aire de forma audible.
—¿Se encuentra bien?
—Aún no sé nada —mintió Sam—. ¿Su novio...?
—Oh. Se llama Brick Geurin. —Le deletreó el apellido.
—¿Brick es su verdadero nombre o es un apodo?
—No lo sé. Nunca he oído a Marci llamarlo de otra manera.
—De acuerdo, con esto es suficiente. Volveré a llamarte cuando sepa algo. Oh... ¿quieres que comamos juntos?
—Claro. ¿Dónde?
Jaine todavía parecía asustada, pero se mantenía firme, tal como Sam esperaba de ella.
—Yo te recogeré, si puedes hacer que me dejen cruzar la barrera de la entrada.
—No hay problema. ¿A las doce?
Sam consultó su reloj. Las diez treinta y cinco.
—¿Podrías salir antes, digamos a las once y cuarto o así? —Eso le daría el tiempo justo de llegar a Hammerstead.
Tal vez Jaine lo supiera, tal vez cayera en la cuenta en aquel momento.
—Me reuniré contigo abajo.
Cuando el guarda le franqueó la entrada, Jaine lo estaba esperando enfrente del edificio. Llevaba otra de aquellas faldas largas y estrechas que le sentaban de maravilla, lo cual quería decir que de ninguna forma iba a poder subir a su todoterreno sin ayuda. Se apeó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta. Ella estudió su semblante con ojos de preocupación. Sam sabía que llevaba puesta su expresión de policía, desprovista de toda emoción igual que una máscara, pero Jaine palideció.
Sam le rodeó la estrecha cintura y la subió al todoterreno, y a continuación dio la vuelta hasta el otro lado para sentarse frente al volante.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Jaine.
—Dímelo —dijo con voz ahogada.
Sam suspiró, y luego la tomó en sus brazos.
—Lo siento mucho —dijo contra su pelo.
Ella se aferró a su camisa. Sam la notó temblar y la abrazó con más fuerza.
—Está muerta, ¿verdad? —dijo Jaine en un suspiro tembloroso, y no se trataba de una pregunta.
Lo sabía.