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En el Cuartel General

En las primeras horas de la mañana siguiente, comenzó el barqueo para permitir el desembarco de la fragata, con lo que llegamos a tierra bien cargados con nuestros bagajes, apilados poco después en una carretilla que pudimos conseguir para su transporte en tierra. Tal y como se nos había ordenado, nos dirigimos al Cuartel General de las Fuerzas Navales del Bloqueo, dispuestas bajo el mando del jefe de escuadra don Antonio Barceló, rimbombante nombre para denominar lo que más parecía un cuartelillo naval, aspecto este que poco importaba al sencillo y práctico marino mallorquín.

El Cuartel General se encontraba situado en la ciudad de Algeciras. En realidad, no era más que un viejo caserón con fríos y humedades excesivas, situado a pie de playa. Tan solo la presencia de guardia armada en la puerta principal, compuesta por soldados de los batallones de Marina, indicaba el fin al que era sometido. Los guardiamarinas voluntarios para las lanchas cañoneras fuimos recibidos por el ayudante del jefe de escuadra. Aunque Barceló tenía derecho a disponer de ayudantes en cantidad y antigüedad superiores, se había limitado a escoger para tal puesto a un joven y valeroso teniente de fragata mallorquín, llamado Jaime Escach, hijo de un buen amigo de la infancia y al que denominaba cariñosamente como Jaume. A Escach se le notaba con claridad su reciente ascenso, por lucir un brillo radiante en la charretera[38] del hombro izquierdo, en comparación con el viejo alamar que portaba en el derecho, correspondiente a su anterior grado de alférez de navío.

El teniente de fragata Escach ordenó a un subalterno que recibiera y anotara convenientemente nuestros pasaportes, para dar como presentados a los diez guardiamarinas procedentes de Cartagena, primer grupo en arribar de los tres previstos para las cañoneras. Asimismo, nos entretuvo con preguntas generales y de cortesía, a la espera de ser recibidos por el mismísimo Barceló, que deseaba darnos la bienvenida personalmente. Poco después, entrábamos en el despacho de trabajo del general, con los nervios reflejados en nuestros rostros. En principio, nos sentimos desconcertados al descubrir una sala más propia de casa humilde, con dos mesas de enormes proporciones en las que bailaban gran cantidad de cartas marinas y planos terrestres en desordenada combinación.

Pero la mayor sorpresa que recibimos en aquella primera entrevista personal, a la que nos aprestábamos correctamente uniformados, se produjo al contemplar la figura del viejo y experimentado marino. Nada en su aspecto recordaba al Barceló que nos hablara en la Academia con su entorchada y brillante casaca. El jefe de escuadra lucía, como única vestimenta, una vieja y arrugada camisola que descansaba sobre unas gastadas calzas azules, enjaretadas en unas medias de lana gorda. Por supuesto, nada de peluca, sombrero, polvos ni aditamento exterior alguno. A pesar del frío y humedad reinante, tan solo una pobre hoguera lucía en la gigantesca chimenea. Barceló se encontraba apoyado en una de las mesas de trabajo, observando con interés un plano, cuando fue avisado por su ayudante.

—Mi general, los caballeros guardiamarinas de la Escuela Naval de Cartagena.

Barceló se volvió hacia nosotros con rapidez. Su rostro, ligeramente abotargado, denotaba un profundo cansancio, así como sus movimientos, lentos y pausados. Sin embargo, nos dirigió una mirada afectuosa y cordial.

—Siempre es bueno recibir refuerzos en tiempos de guerra —frotó sus manos entre sí, en un gesto que parecía expresar su buen humor—. Bienvenidos al teatro de operaciones, jóvenes. Forman ustedes el primer grupo en arribar a su destino. Los correspondientes a las Compañías de Cádiz y Ferrol lo harán en un par de semanas, si los vientos les son propicios, por encontrarse en viaje de prácticas que no dio tiempo a aplazar. Pero como no es cosa de perder el tiempo y mucho el trabajo que se nos abre por la proa, les hablaré de las unidades donde deberán desempeñar sus funciones. Después, mi ayudante los pondrá al día de la situación general. Pero, por favor, pónganse cómodos. Como pueden comprobar, no contemplo como prioritaria la etiqueta en el vestir. Creo que es más importante sentirse cómodo en el trabajo.

Nos distribuimos por la sala a nuestro arbitrio, apoyándonos en las mesas o la pared con naturalidad ante la falta de mobiliario.

—Desde los primeros días de las operaciones de bloqueo a la plaza de Gibraltar, comenzamos a construir unas lanchas de mi invención, que han venido en llamarse cañoneras, aunque también ahora disponemos de otras denominadas bombarderas u obuseras, dependiendo del armamento utilizado. Básicamente se trata de embarcaciones con casco plano, redondas, de 56 pies de eslora y 18 de manga[39]. Para su impulsión disponen de 14 remeros, aunque incorporan un palo con vela latina que puede ser abatido y colocado a plan, para efectuar las últimas y necesarias maniobras a remo. Su mejor utilización, como pueden suponer, tiene lugar en escaramuzas al abrigo de la noche y la oscuridad, especialmente para batir objetivos que no se encuentran al alcance de la artillería instalada en tierra, así como mantener el trabajo y disposición en combate de los ingleses, con lo que evitamos su necesario descanso. Como es sencillo colegir, son unidades difíciles de batir, ya que presentan un blanco muy pequeño a las baterías enemigas.

Nos observó con detenimiento, para comprobar que lo escuchábamos con especial atención, antes de continuar.

—Las cañoneras montan una pieza de a 24 en su proa. Veo por sus caras que les produce asombro la incorporación de un cañón de tal calibre, pero tengan en cuenta que es su único armamento y conseguimos equilibrar adecuadamente el peso para la necesaria estabilidad. Además, dicho cañón se encuentra protegido por un parapeto metálico contra disparos de fusilería, protección que he ido aumentando hasta blindarlas en casi su totalidad; es decir, colocarles planchas de hierro desde la línea de flotación hacia arriba, sujetas por fuertes clavijas y clavazón metálico. Como pueden comprender, dejamos un gran orificio para la pieza artillera, que es giratoria, sobre rieles de madera. Como les adelanté en mi visita a Cartagena, en los primeros momentos de su utilización, los ingleses gastaban chanzas y bromas a nuestra costa, hasta bautizarlas con el vejatorio apodo de cucarachas. El genio del bautizo fue el capitán de navío británico Sayer, al que conozco desde hace años. Pero ya no ríen al observar como les caen las balas por la noche y no pueden alcanzarlas con sus disparos, pues tan solo hemos perdido tres hasta el momento, aunque algunas regresen con heridos y serios desperfectos.

Barceló intentó colocar su camisola en correcta posición, pues se desprendía continuamente hacia su hombro.

—Más tarde desarrollé las bombarderas, bajo el mismo patrón marinero inicial de su estructura, pero con la diferencia de incorporar una bombarda en lugar del poderoso cañón. Estas son más peligrosas de utilizar, tanto por el sistema de fuego que ese arma emplea, como por hacerse necesario alcanzar posiciones más próximas a los objetivos. Todas las unidades se construyen en los varaderos de los ríos Palmones y Guadarranque, cerca de aquí, y me gustaría incrementar el ritmo de construcción, si consigo que me envíen el material necesario desde el arsenal gaditano de La Carraca. En la actualidad disponemos de 30 cañoneras y 10 bombarderas, cantidad que espero doblar. Por último, les adelanto que intentaré alguna operación nocturna contra los buques ingleses estacionados en el puerto de Gibraltar, una división naval bajo el mando del almirante Duff, compuesta por un navío de dos puentes, tres fragatas y una goleta, a las que se sumarán los mercantes que se encuentran en armamento. No creo que esperen a las cucarachas en ese cometido.

Barceló volvió a observar con detenimiento a sus muchachos, como comenzó a llamarnos, hasta ofrecer de nuevo una amplia sonrisa.

—Bien, creo que esto es todo. Como les decía, el teniente de fragata Escach, mi ayudante, les informara del resto. Tienen el día libre para instalarse cómodamente, si ello es posible. Mañana comenzarán su adiestramiento en las tres lanchas preparadas al efecto, un entrenamiento rápido e intenso porque les necesitamos para las salidas nocturnas. Espero de su arrojo y pericia para llevar a cabo las operaciones a las que se han ofrecido voluntariamente. Me alegro de encontrar savia nueva entre nosotros. Y ofrezco una especial bienvenida a mis dos viejos amigos.

Se dirigió a Pecas y a mí con una sonrisa, acercándose a nosotros hasta golpear nuestros hombros con gesto paternal. Nos habló con especial cariño, mientras nos sentíamos embargados por una intensa emoción.

—Mis dos primeros voluntarios. Les estoy muy agradecido, muchachos. Pueden estar seguros que serán los primeros en atacar al inglés en su cañonera.

Quien se había convertido en nuestro jefe supremo nos acompañó con exquisita deferencia hasta la puerta. Por fin, tras la despedida, nos dejó en manos de su ayudante.

A los pocos segundos, en una sala contigua el teniente de fragata Escach nos exponía la situación general del teatro de operaciones marítimo-terrestre en el que deberíamos actuar, mientras señalaba con un puntero sobre un extenso mapa de la zona clavado en la pared, para aclarar sus explicaciones.

—Bien, caballeros, también yo me alegro de su presencia porque, en verdad, no nos sobran los hombres para marinar nuestras lanchas. Como ven, nuestro Estado Mayor es reducido porque, en realidad, los que lo componen se encuentran en operaciones en la mar. De todas formas, cuando las condiciones lo permiten, llevamos a cabo reuniones en la sala del primer piso, a las que asisten, a veces, diversos mandos de la escuadra aprestada en Cádiz, aunque no se encuentren bajo las órdenes directas del jefe de escuadra.

Se tomó un ligero descanso, mientras apoyaba su espalda sobre el plano.

—Pero, en primer lugar, pasemos a los detalles prácticos y necesarios para facilitar su vida entre nosotros. Se alojarán en un antiguo y pequeño palacete, cedido por el marqués de Riveradón. Les ruego que comprendan que no disfrutamos de muchas comodidades, ni siquiera nuestro general. En realidad, ese destartalado caserón es lo único que hemos podido conseguir. Se han llevado a cabo algunas modificaciones en el edificio, pocas, de forma que puedan disponer de dormitorios dobles. Dejo a su arbitrio la elección de compañero de camarote. Como se ha previsto el embarque de dos guardiamarinas en cada lancha, les recomiendo que formen equipo con su compañero de habitación, lo que aumentará la mutua colaboración. Allí recibirán la colación matinal y la cena. Con objeto de no perder tiempo, ya que en principio sufrirán intensos periodos de adiestramiento a bordo de las lanchas, mañana y tarde, el almuerzo se les servirá aquí mismo, en el comedor general. ¿De acuerdo?

No dio tiempo a una contestación por nuestra parte, ya que el joven ayudante continuaba su exposición.

—Como saben, nos encontramos en el cuarto año del más importante empeño para recuperar la fortaleza de Gibraltar para las armas de España, una plaza perdida en lamentables condiciones en agosto de 1704. Para nuestra desgracia, la pérdida fue sancionada, posteriormente, en uno de los ignominiosos Tratados de Utrecht. A lo largo del siglo se llevaron a cabo dos intentos de recuperación, todavía bajo el reinado de Felipe V, aunque de escasa importancia y con pocas posibilidades de éxito. Como en casos anteriores, las tropas del ejército avanzan paralelas y trincheras a lo largo del istmo que une la plaza de Gibraltar con el continente, de forma que cada vez se encuentren los blancos a batir a menor distancia y posibilitar, incluso, el ataque directo. De todas formas, el único método seguro de rendir la plaza es, como afirma nuestro general, imposibilitar la llegada de refuerzos y provisiones a los sitiados, hasta el momento del ataque definitivo por mar y tierra o su rendición.

Escach repasó nuestros rostros, para comprobar el interés que prestábamos a sus palabras. Como nos comentó semanas más tarde, en aquella primera ocasión se confirmó su opinión de que eran demasiado jóvenes aquellos refuerzos que les llegaban. Por fortuna, cambió de parecer en muy poco tiempo.

—El mando del campo sitiador se encuentra en manos del teniente general Martín Álvarez de Sotomayor, conde de Colomera, veterano de las campañas de Italia, Alemania y Portugal, al que se han asignado, en principio, 13.000 hombres de todas las armas, integrados en los regimientos de Soria, Guadalajara, América, Saboya, uno de voluntarios de Aragón, cuatro de catalanes, dos batallones de Guardias Españolas y otros dos de Walonas. Como apoyo directo a los infantes, se dispone de ocho escuadrones de caballería, cuatro de dragones y mil artilleros. El cuartel general se estableció en los primeros días del sitio, siguiendo la tradición, en la villa gibraltareña de San Roque, donde se trasladaron inicialmente los expulsados de la ciudad de Gibraltar al ser ocupada por los ingleses. Por su parte, las fuerzas navales del bloqueo se confiaron, como saben, al jefe de escuadra don Antonio Barceló.

Escach señalaba con el puntero la situación de las tropas españolas en la parte del istmo y tierra adentro. Continuó con decisión.

—Por parte inglesa, la guarnición está compuesta por seis regimientos de infantería, con un total de tres mil quinientos hombres. A estos se han de añadir un cuerpo de artilleros y una compañía de ingenieros, que hacen un total de cinco mil trescientos catorce hombres entre ingleses, hannoverianos, judíos y mercenarios genoveses. Su artillería dispone de cuatrocientos siete cañones y cuarenta y seis morteros, perfectamente emplazados en los fuertes y baterías. Por último, según mis noticias, disponen de víveres para seis meses, aproximadamente. El Gobernador actual es el teniente general George Elliot, hombre enérgico, estricto en el cumplimiento de sus órdenes y poco dispuesto a concesiones, es cierto. La parte naval se la mencionó el general Barceló hace pocos momentos. Como pudieron comprobar, esta no es de consideración aunque intentan perturbar nuestras operaciones. Sin embargo, la presencia naval británica de relevante importancia tendrá lugar cuando arribe alguna poderosa escuadra con mercantes de aprovisionamiento, acción que hemos de evitar a todo trance de acuerdo al plan que a continuación les mencionaré. ¿Me siguen ustedes? Pueden preguntar e interrumpirme cuando lo estimen conveniente. El general Barceló quiere que hasta el último de sus hombres se encuentre informado del desarrollo de las operaciones.

Movimos la cabeza en señal afirmativa. En verdad, seguíamos con extrema atención sus palabras.

—Como saben ustedes, los ingleses mantienen la mayor parte de sus fuerzas navales en la lucha contra sus colonias americanas. La escuadra inglesa que permanece en las islas, muy inferior a la hispano-francesa, quedará encerrada en los puertos del Canal por tiempo indeterminado, en defensa de su costa. Según aseguran los que saben de espionajes, ese no es mi tema, los ingleses piensan preparar una escuadra de socorro, como hicieron hace un año, lista para hacerse a la mar. El objetivo no es otro que el de avituallar a la plaza de Gibraltar, para lo que se ha establecido un plan por nuestra parte, de forma que dicha escuadra se encuentre con dos frenos.

Una ráfaga de viento abrió una de las ventanas, lo que produjo un remolino de papeles y mapas, a la vez que aumentaba la sensación de frío intenso que se sufría en la estancia. El mismo ayudante se encargó de cerrarla con fuerza, ofreciendo una sonrisa al continuar.

—Como ven, nuestras condiciones de alojamiento no son las más adecuadas. Pero continuo explicándoles esos dos frenos que se han establecido para evitar el arribo de los refuerzos ingleses a la plaza sitiada. En primer lugar, disponemos de las fuerzas navales del conde de Estaing, una escuadra de 30 navíos franceses estacionados en Brest, lista para dar la vela, desde donde es fácil espiar la salida de los ingleses, si se atreven, y batirla si es preciso. En el caso de que se produzca batalla, se puede llegar a un descalabro mutuo que, desde el punto de vista particular de este bloqueo, sería beneficioso, ya que impediría la llegada a la bahía del convoy protegido. Pero en el caso de que las fuerzas inglesas llegasen a evitar a la mencionada escuadra y barajaran la costa portuguesa hacia el sur, en la bahía de Cádiz se encontrarían con la poderosa escuadra de don Luis de Córdoba, con 32 navíos. Confiamos en disfrutar de más suerte que en la ocasión anterior, donde se produjo el descalabro del combate del cabo Santa María, en el que los ingleses no solo aprovisionaron con largura la plaza sitiada, sino que vencieron a las unidades españolas de la escuadra de don Juan de Lángara, apresando, entre otras unidades, a la que mandaba el mismísimo general.

El teniente de fragata se acercó ahora a la carta marina, donde aparecía con claridad la bahía de Algeciras y el estrecho de Gibraltar con sus accesos. Nosotros seguíamos con atención todos sus movimientos.

—En cuanto al escenario naval y particular en el que nos encontramos, para evitar el tráfico menor de la plaza gibraltareña con los puertos africanos, dispone el jefe de escuadra Barceló, bajo mando directo, de una excelente división de jabeques[40], buque ideal para estas operaciones, así como otras embarcaciones menores con base en Algeciras. Para mayor apoyo, disponemos de dos divisiones más, una formada por un navío, una fragata y tres jabeques con base en Ceuta, al mando del capitán de navío Urreiztieta, mientras la segunda, formada por un navío, una fragata y tres bajeles, se unirá a las fuerzas de Algeciras, próximamente, bajo el mando del capitán de navío Tejada. Como pueden suponer, por haberse utilizado de forma casi continua en todos los periodos de guerra y sitio, disponemos de unas fuerzas que podemos llamar de crucero permanente, importantísimas contra las embarcaciones menores en sus entradas nocturnas a la plaza, compuestas por cinco jabequillos, doce galeotas[41] y 20 embarcaciones menores propulsadas a remo. Con esto se estima suficiente el número de nuestras fuerzas para evitar, en un tanto por ciento elevado, las entradas de provisiones a Gibraltar por arriesgados mercaderes, que buscan el lucro de los altos precios que alcanzan las raciones de boca en situaciones de extrema precariedad, fin principal que hemos de evitar.

Escach dejó el puntero sobre la mesa, para indicar que la exposición general había llegado a su fin. Volvió a ofrecernos una sonrisa, antes de continuar.

—Y de forma general, ese es el teatro de operaciones en el que tendrá lugar su trabajo. Les adelanto que el destino al que se han ofrecido voluntarios es duro, penoso, difícil y sumamente arriesgado. Se trata, más o menos, de la lucha de David contra Goliat, aunque si maniobramos con astucia y decisión, es mucho el daño que podemos producir a las defensas británicas. A partir de mañana, deberán presentarse en este Cuartel a las ocho en punto. Como les adelantó el general, hemos preparado tres viejas lanchas para su adiestramiento. En principio, calculamos que en un mes se encontrarán listos para entrar en combate. Y, por mi parte, eso es todo. ¿Tienen ustedes alguna duda o desean preguntar sobre algún aspecto determinado?

Nos miramos entre nosotros, recelosos. Pecas, con una resolución que, con el tiempo, nos asombró a todos, intervino con desparpajo y decisión.

—Mi oficial. ¿Ese caserón siniestro se encuentra muy lejos del Cuartel General?

—No —Escach sonrió, divertido, por el atrevimiento de quien, en su opinión, parecía una cría recién destetada—. Darán con él dos calles más arriba, hacia el norte. Un marinero del Cuartel General les acompañará. Les adelanto que posee un hermoso jardín, aunque no creo que dispongan de tiempo suficiente para disfrutar de él. Sin embargo, es posible tomar a mano las frutas de sus árboles en la temporada.

Nos mantuvimos en silencio, por lo que Escach decidió que llegaba el momento de despedirnos.

—Nada más, caballeros. Disfruten del resto del día. Por supuesto, ya no se encuentran en la Academia y disponen de libertad absoluta de movimientos. Nada de acuartelamientos. Son enteramente libres de organizar su vida en la nueva residencia como consideren oportuno, siempre que sean discretos. En pocos días se les unirán los miembros de las dos compañías restantes. Han tenido suerte, ya que pueden escoger los mejores camarotes —pareció pensar que había olvidado un detalle importante—. Solamente quiero añadir que nuestro general, el jefe de escuadra Barceló, es un extraordinario marino y excelente persona. Para él, el valor individual es el principal mérito de todo soldado. Su puerta se encuentra siempre abierta a todos los subordinados que sufran cualquier problema. Pero también deben saber que es inflexible en lo que afecta al servicio y al buen funcionamiento de los hombres bajo su mando. Trabajen con afán, sean nobles y leales con él. Les aseguro que les devolverá la moneda aumentada.

Nos retiramos por fin, con encontrados pensamientos en nuestros jóvenes espíritus. Siguiendo la carretilla de nuestros bagajes, caminamos en dirección a nuestro nuevo aposentamiento. Fiel a su costumbre, Pecas se situó a mi lado, para hacerme partícipe de sus dudas y recelos.

—Habrá que trabajar duro, Gigante.

—Eso parece. Estoy seguro que el adiestramiento será largo y penoso. Pero hay que demostrar, por encima de todo, que somos hombres de verdad.

—Estoy de acuerdo contigo. También creo que será necesaria una buena provisión de alimentos. Enviaré un correo a casa en ese sentido. Si vamos a arrimar el lomo con fuerza, deberemos estar bien alimentados.

—Y no olvides encargar alguna frasca de vino —alegué, sonriendo.

—No te preocupes que ese aspecto de la logística está asegurado.

De esta forma, llegamos a nuestro palacete, al norte de la ciudad, donde esta se entroncaba con el campo. Sorteamos los camarotes, con lo que Pecas y yo disfrutamos de uno amplio y bien situado, orientado al mediodía, aunque el frío se dejaba sentir con dureza. Encendimos la chimenea con rapidez, en un intento de calentar nuestros entumecidos cuerpos.

Pasamos el resto del día preparando pertenencias y herramientas de trabajo. El servicio a nuestra disposición era escaso pero, en aquellos momentos, no suponía un tema que nos preocupara. Pudimos comprar alimentos en un pequeño y cercano colmado, con lo que aquella primera noche cenamos en libertad y camaradería. Sin embargo, a pesar de las risas, todos sentíamos vibrar nuestro corazón ante el cercano e incierto futuro que se abría en nuestras vidas.