Soberbia

Del libro de LAS TRANSFORMACIONES de Ovidio Nasón se han perdido varios fragmentos. El relato que sigue pertenece a uno de ellos; aunque la mala prosa del Leoncillo no tiene nada que ver con los broncíneos exámetros del poeta latino.

Hubo dos nobles gemelos, que fueron hijos de un favorito del rey Teseo; el cual cayó en disfavor del monarca, salvó la cabeza por milagro y se fue a refugiar escondido en una selva, donde crecieron sus hijos, que salieron selváticos; mas él los instruyó como pudo en la doctrina de los héroes. Por lo menos hablaban la lengua de los héroes, siendo del linaje de Herakles Almécnide.

Uno d’ellos llamado Oseocrates se juntó a una gavilla de bandidos, llegó a ser caudillo d’ellos, dominó la región por la fuerza de las armas, derribó al rey y se apoderó del reino, vengando a su padre: pues Hércules entonces ya había sido llevado al firmamento. El otro, llamado Cardiocrates, después de haber formado en la gavilla de su hermano, hizo una peregrinación al Templo de Apolo en la Eubea, obtuvo un oráculo del dios, y volvió a su selva natal y a la cueva de su padre, donde vivió ignorado.

El rey Osteocrates exterminó a todos los partidarios del viejo rey, conquistó el Tmolos, el Helicón y la Othrys en tres expediciones fulminantes, y disolvió el Senado y el Cuerpo Sufragal Ciudadano. Después escribió una nueva constitución y un libro de astronomía sobre el carro de Apolo y el de la Luna, que los sabios opinaron era pamema; por lo cual decapitó a tres d’ellos y el resto huyó a las Islas; reformó la religión antigua y creó una religión nueva; cambió los días de las fiestas y erigió un templo a Pluto. Como el sumo pontífice de Zeus le reprendiera esas hechurías, le dio muerte por su mano, y se nombró pontífice supremo. Hizo obligatorios su nueva religión y su libro de los meteoros, proscribiendo a Homero y a Hesíodo. Quiso cambiar la lengua, sin resultados; y al fin, ayudado por una falange de poetas, rapsodas y oradores, pagos, se hizo proclamar dios. Entretanto sus soldados extendían progresivamente su dominio a toda Grecia, bajo la protección de Roma.

Hizo traer a su capital al hermano mellizo, que había dicho que el rey estaba maldito de Zeus y moriría por golpe del rayo. Un mes estuvo Cardiocrates preso y dos veces llevado al tajo para ser degollado; suspendiéndose la ejecución cuando el verdugo alzaba el hacha. Al fin lo llamó el rey a su presencia.

Los dos se miraron sin hablarse largo rato. Al fin, dijo el monarca:

—¿No me temes?

—No mucho.

—¿De modo que querías derrocarme?

—No.

—¿O que Zeus me matara?

—Tampoco: que me matara a mí.

—¿Y tú quién eres?

—Soy el último de todos los hombres —dijo el eremita.

El rey consideró un momento:

—Ya lo veo —dijo.

—No lo ves.

—¿Crees tú ser peor que yo?

—Sí.

—¿Crees tú ser peor que todos los que mandé ejecutar por sus crímenes?

—Mucho peor: muchos d’ellos eran justos y ninguno d’ellos criminal.

—¿Crees tú ser peor que Myrra, a quien mandé descuartizar entre cuatro potros por su concúbito incestuoso con su padre Cínyro?

—Creo que soy peor que Myrra,

—Eso es demencia.

—No, es temor de los dioses.

—¿Temes tú a esas ridículas estatuas pintadas?

—Yo no temo eso.

—Yo tampoco temo a los dioses.

—Eso crees.

—Yo no me siento peor que nadie sino mejor que todos.

—Eso crees.

—Yo soy el primero de todos los hombres.

—Eso crees; y te engañas.

—Te mando que te expliques.

—Yo no acepto tu mando.

—Te ruego, yo que soy dios, que te expliques.

—Todo hombre siente que es hombre; y por tanto se siente indeciblemente pequeño.

—Yo he dominado ese sentimiento.

—Lo has dominado en falso; y por eso resucita como un aguijón en tu alma; y es la razón última de todos tus hechos. Él es quien te aguija en tu carrera desatentada de superioridades. Huyes de él como del tábano un corcel enloquecido. Quieres ser cada vez más alto porque te atormenta el sentirte bajo. En el fondo te sientes más bajo que yo.

—Me han dicho que vives en la Cueva y comes yerbas crudas.

—Así es; y doy gracias a los dioses.

—He aquí un animal lleno de Sabiduría —dijo después de una pausa sarcásticamente el rey.

—Todo hombre no puede dejar de sentirse hombre, palabra que viene de oumos, tierra; y eso no sienten los animales. Ese sentimiento puede reprimirse rectamente y también en falso; cuando se reprime en falso, eso es lo que resulta, lo que tú tienes.

—¿Qué tengo?

Ybris se llama: soberbia; que es odiosa a los dioses, porque es tratar el hombre de hacerse dios.

El rey se turbó grandemente y la ira le enverdeció el semblante.

—Si eso que dices fuera verdad —dijo— yo pediría al rayo de Zeus que me fulminara; porque de los dos últimos retoños de la sangre de Hércules, el uno es el último de los hombres, y yo, que soy el primero, odio a todos los hombres y a mí el primero. Y así, ya que temes a los dioses, y yo estoy mal con Zeus, implora del cielo que caiga el rayo… y veremos.

—No me lo pidas, porque a mí el cielo me oye.

—A la obra pues, si eres hombre.

El eremita Cardiocrates levantó los ojos y las manos al cielo, que estaba enteramente azul sereno, y se derrumbó el palacio. Mas lo increíble es que el eremita quedó muerto y el tirano salió ileso y por sus propios medios de las ruinas. Reinó aún cuatro años, hasta que finó en un convite por el puñal de Aristogitón. Por lo cual los dioses, por respeto a la hebra que hubo en ellos de la sangre de Hércules, transformaron al uno en higuera, que tiene la madera blanda, y al otro en espina-corona, que tiene la madera dura.

Esto contó el Leoncillo a su madre, y la Leona dijo:

—Mala religión me parece ésa.

—No es religión, es fábula —dijo el cachorro.

—¿Y están los tiempos de ahora para fábulas? Religión es lo que se necesita.

—Es para pasar el tiempo, señora, cuando uno no tiene qué hacer.

—¿No les dije yo al salir el orden de todos los ejercicios y entretenimientos?

—Bien, señora madre, todavía sobró tiempo; y los ejercicios son demasiado violentos.

—Yo no sé adónde va esta juventud de ahora, y estoy segura que va acabar mal —dijo la Leona.

Mas el Leoncillo se rio, pues estaba seguro que su madre estaba segura que él iba a acabar bien.