Este es el final
—¡Pero era ayer cuando te esperábamos! —Frank Minello, gritando—. ¡Yo estuve aquí como tonto hasta las diez de la noche por lo menos…!
Brigitte Montfort, sentada como una reina en un sillón del salón de su lujoso apartamento; se miró las uñitas, con gesto de majestuosa indiferencia.
—Lo siento de veras, Frankie. Ya te he dicho: perdí el avión en París, y que no he podido regresar hasta hoy.
—¡Pero pudiste poner un telegrama avisándonos ese contratiempo!
—Es verdad —suspiró la divinísima espía—. Además, te estoy mintiendo, y me remuerde la conciencia hacerte eso a ti. No perdí el avión; en realidad, llegué ayer tarde, pero me dediqué a desarticular la más sorprendente red de espionaje chino en las Naciones Unidas de que hayas oído hablar nunca.
—¡Y encima me tomas el pelo! —bufo Minello—. ¡Me estás engañando como a un chino!
—Pues más o menos, querido, más o menos —Baby—. Pero a ti no voy a romperte el brazo. Ni te mataré de un puntapié en la sien. Tampoco te asesinaré como si fueses un traidor miserable… No. Eso es poco para ti: voy a imponerte un castigo mucho más…
—¿Un castigo? ¿A mí? ¿Cuál?
—Te castigo a que permanezcas sin hablar durante una hora por lo menos. Tomaremos champaña, escucharemos música, o leeremos… Y mientras tanto, te permitiré que sigas gozando de mi encantadora compañía. Hasta puede que baile contigo. Pero, si dices una sola palabra más, si rompes este pacto… de silencio, te irás de aquí ahora mismo. Okay?
Frank Minello, el más querido amigo de la espía internacional, consiguió por fin cerrar la boca. Luego, sonrió, se frotó las manos alegremente, se sentó en un sillón, puso los enormes pies sobre una mesita, y se quedó mirando, siempre con adoración, a la más bella mujer del mundo, mientras sus labios se apretaban fuertemente.
Si era a cambio de estar con Brigitte Montfort, él era capaz de pasarse sin hablar el resto de su vida.
FIN