Capítulo V
Fedor Kevichian estaba terriblemente cansado.
Llevaba varios días casi sin dormir, dirigiendo toda la operación de búsqueda de Alexei, preocupado y receloso por los acontecimientos que no conseguía comprender. En primer lugar, había desaparecido Alexei. Luego, habían desaparecido los americanos, como si ni uno sólo quedase en Istambul. Y también los israelitas… No comprendía nada de nada.
Y en cuanto a la explosión en el embarcadero junto al puente de Ataturk, tampoco parecía haber significado nada que pudiese ayudarle a aclarar sus dudas.
Así que, finalmente, aquella noche había decidido dormir unas horas, descansar. Y al día siguiente, ya sin más demoras, tomaría una resolución respecto a la extraña ausencia, la desaparición de su camarada Alexei.
Eso haría.
Abrió la puerta de su apartamento sito en la calle Tarlabasi, entró, cerró, encendió la luz y se volvió caminando ya hacia el dormitorio, mientras se aflojaba la corbata…
Lanzó un respingo, una exclamación, y sus dedos se deslizaron velozmente por encima de la corbata, introdujo la mano en el sobaco izquierdo, sacó la pistola, y apuntó con ella a la mujer rubia que estaba sentada en uno de los silloncitos, mirándolo apaciblemente, cruzadas las bellísimas piernas que parecían de seda dorada.
—Buenas noches, camarada —saludó ella, en perfecto ruso.
—¿Quién eres? —exclamó Kevichian—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a charlar amistosamente contigo —aseguró la bellísima mujer rubia de ojos verdes. Si no fuese así, ya estarías muerto. Pero, como ves, ni siquiera tengo armas a mano.
Movió ambas manos, mostrando la palma. Cierto, no había arma alguna en ellas, Demostrado esto, la mujer volvió a colocar las manos sobre el maletín rojo con florecillas azules que tenía en el regazo.
—Sólo has contestado a una de mis preguntas… —murmuró Fedor Kevichian—. ¿Quién eres?
—Agente Baby, de la CIA…
Kevichian palideció, y su mano apretó con más fuerza la pistola. De pronto, su ceño se frunció.
—¿Pretendes tomarme el pelo?
—No. Sólo quiero hablar contigo.
El agente secreto de la MVD soviética estaba en verdad estupefacto. Parpadeó, acabó entornando los ojos y, de pronto, con evidente sobresalto, volvió la cabeza hacia el dormitorio…
—No, no… —negó Baby—. Estoy sola. No es ninguna trampa, camarada. Tienes aspecto cansado… ¿Por qué no te sientas?
Siempre pistola en mano, y por supuesto aún no convencido, ni mucho menos tranquilo, Fedor fue a sentarse en otro silloncito, delante de la mujer que aseguraba ser nada menos que la agente Baby.
—¿Está usted loca? —masculló—. ¡Puedo matarla ahora mismo, en menos de un segundo!
—Sin duda. Pero… ¿por qué tendrías que hacerlo?
—Si usted es la agente Baby, de la CIA…
—Lo soy, te lo aseguro. ¿Y qué? ¿Impide eso que conversemos inteligentemente?
—¿Sobre qué?
—Sobre el asesinato de dos agentes de la CIA.
Fedor se sobresaltó.
—No sé de qué me habla —exclamó.
—Ahora, ya lo sé. Y supongo que tampoco sabes nada especial sobre un agente israelita llamado Jacob.
—No… No, no sé nada especial de él. ¿Por qué?
—También está muerto. Al parecer, colaboraba con vosotros, con los rusos de la MVD.
—No es cierto.
—También lo sé ahora. Sin embargo, el hecho cierto es que tanto mis dos compañeros de la CIA como el israelita Jacob están muertos, se supone que debido a la intervención de la MVD.
—No. El único movimiento de la MVD en estos días ha sido orientado en la búsqueda de uno de los nuestros.
—¿Boris?
—¿Qué?
—¿Se llamaba Boris vuestro compañero desaparecido?
—No.
—Pero os falta un hombre… —murmuró Baby—. Dime una cosa, ¿tenía los ojos azules, muy grandes, hermosos…?
—Sí, los… ¿Has dicho tenía?
—Lo lamento —musitó Baby.
—¿Ha muerto? ¿Alexei ha muerto?
—Sí.
—¿Cómo, cuándo…?
—Le metieron dos balas en el pecho, pero muy bien colocadas, para que no muriese en el acto, ya que había que… interrogarlo a fin de que todos creyésemos que había hablado de un submarino. Así pues, estando herido, fue golpeado casi hasta el límite. Luego, tres hombres rusos se lo llevaron de la casa donde lo teníamos prisionero, y lo colocaron en una lancha, junto al puente de Ataturk. En la lancha habían colocado una carga explosiva, destinada a matarme a mí, puesto que ya había cumplido mi cometido: oír a tres rusos hablar también de un submarino, y comunicar esas palabras a mis compañeros de la CIA en Istambul. A eso se le llama sembrar mentiras. Y el objetivo, según entiendo, era provocar un enfrentamiento entre los rusos y los norteamericanos, sin desdeñar la participación agresiva de los israelitas. Y todo gira en torno a dos agentes de la CIA asesinados, un traidor israelita… ejecutado, y un prisionero ruso que había hablado de un submarino ruso. Si yo hubiese muerto, las cosas se habrían puesto muy mal para todos en Istambul.
—No entiendo nada de nada.
—Afortunadamente, no he muerto. Cuando vi el cadáver de tu compañero Alexei en la lancha, comprendí la verdad… Y supe que yo estaba condenada a muerte si perdía un solo segundo. El interruptor de la luz de la lancha había puesto en marcha el mecanismo de explosión de la carga allí colocada, lo comprendí… De modo que salí a cubierta a toda prisa, y me tiré al agua. Aún estaba sumergida, alejándome de la lancha, cuando ésta explotó… Es increíble que esté viva.
—Sigo sin entender nada de nada.
—Luego, nadé, alejándome de allí. Y como mi maletín —dio una palmadita sobre él— es impermeable y hermético, pude utilizar mi radio de bolsillo cuando llegué a lugar seguro y discreto, para pedir ayuda a mis compañeros. Fueron a buscarme, me cambié de ropas, y les pregunté quién era el jefe visible de los rusos en Istambul. Me dijeron que vivía aquí, y que al parecer se llamaba Kevichian… ¿Cuál es tu nombre de pila, camarada?
—Fedor. Pero sigo sin…
—¿Han asesinado no hace mucho a Saúl, el israelita, tres de tus compañeros?
—Desde luego que no.
—Pues todavía tengo otra mala noticia para ti, camarada Fedor: Hay tres hombres en Istambul que se hacen pasar por agentes de la MVD. Esos tres hombres asaltaron cierta casa donde teníamos prisionero a tu compañero Alexei. Dispararon gas… Un gas que no me pareció, ciertamente, de procedencia rusa. Y te diré exactamente lo que pretendían… Sabían que yo estaba sola allí, y atacaron para llevarse a Alexei y, al mismo tiempo, hablar, como si fuesen tontos, del submarino ruso. Estaban seguros de que yo estaba allí, en alguna parte; no muerta por el gas, ya que era solamente narcótico; ni completamente dormida, ya que era un gas flojo, de baja calidad, que tardaba mucho en hacer su efecto… Todo lo que querían era que la agente Baby se convenciese de la intervención de los rusos, que les oyese hablar del submarino. Luego, quisieron burlarse de mí; me convencieron de que debía ir a pernoctar en una lancha…, y allá habían colocado ya el cadáver de Alexei y la carga explosiva. Si el cadáver de Alexei no hubiese estado en la lancha, yo estaría muerta. Pero quisieron burlarse, quisieron que antes de morir supiese la verdad, y que alguien había sido capaz de vencerme sin esfuerzo alguno, de reírse de la agente Baby. Yo tenía que comprender esto, y en seguida morir… Pero, evidentemente, hubo un error de cálculo respecto a mi facilidad y rapidez para comprender y reaccionar. Pude saltar de la lancha segundos antes de que explotase. Sabía ya quién lo había tramado todo, pero luego mis compañeros me dijeron que lo habían matado también tres rusos… Ahora, tú me dices que no, que tus compañeros no han matado al israelita Saúl, de modo que todo queda claro.
—Puede que esté claro para usted, pero yo sigo sin entender nada.
—¿Tampoco sabes qué tiene que ver en todo esto un submarino de vuestra flota?
—Tampoco. Debo ser un pobre estúpido, pero lo diré otra vez: no entiendo nada.
—Procuraremos aclararlo entre los dos. Por mi parte, te lo explicaré de nuevo todo desde el principio, siempre y cuando te interese evitar que haya un choque sangriento en Istambul y que no ocurra nada con uno de los submarinos de la flota rusa. Eso, aparte de que te interese también localizar a tres hombres que andan por ahí matando espías en nombre de la MVD.
—De modo muy especial, me gustaría aclarar este último punto… —dijo secamente Kevichian—. Y también los otros.
—¿Colaboramos, entonces?
Fedor Kevichian se quedó mirando perplejo a la bellísima rubia.
—Algo debe andar mal en mi cabeza… ¿De verdad es usted la agente Baby… y yo estoy despierto?
—Ambas cosas son verdad —sonrió ella.
—Pues debo decirle que es el acontecimiento más extraordinario en mi vida de espía. Y otra cosa, ¿por qué tengo que confiar en usted?
—Por la misma razón que yo confío en ti, camarada, evitar males mayores.
—Todo esto es absurdo… ¡Es increíble! Lo que yo tendría que hacer ahora mismo es matarla a usted… ¿No le parece?
Baby miró la pistola que todavía tenía Fedor en la diestra. Luego, se quedó mirando fijamente los ojos del espía soviético, en silencio, por completo inexpresivo su rostro, un tanto apretados los sonrosados labios. Fedor Kevichian también miraba fijamente los grandes ojos verdes fijos en él.
Por fin, murmuró:
—¿Qué clase de colaboración espera usted de mí?
Era la una de la madrugada.
A las nueve y media de la mañana, Fedor Kevichian regresó a su apartamento. Cansadísimo, pero brillantes los ojos. Entró, se sobresaltó al encontrarse ante la pistolita de Baby, y suspiró cuando ella la dejó caer en su escote, explicando:
—No se sabe nunca quién puede entrar por una puerta… He preparado café.
—Huele muy bien… —sonrió Fedor—. Y estoy derrengado.
—Siéntate. Te lo serviré.
—Gracias.
El espía ruso se dejó caer en uno de los sillones, y estiró las piernas, cerrando los ojos. Cansado, cansadísimo… Oyó el tintineo, abrió los ojos y tomó la taza de humeante café que le tendía la sorprendente espía americana.
—Atenas —dijo el ruso.
Se dedicó a beber el café, mientras Baby abría su maletín, sacaba la radio y apretaba el botoncito de llamada. Inmediatamente, sonó en el aparato la voz de Simón I.
—¡Dígame!
—Atenas, Simón. Los rusos los han visto.
—Vaya… Pues han andado más listos que nosotros esta vez.
—No se trata de eso. Ya le dije que cuantos más fuésemos, más probabilidades tendríamos de verlos. Pase aviso a los israelitas, y esperen a Gat. Y llame a Atenas. Diga que llegaré en el primer vuelo procedente de Istambul.
—Bien.
—Nada más.
Cerró la radio, la guardó, terminó su café, y miró a Fedor, que estaba terminando el suyo, apaciblemente, saboreándolo. Por fin, el ruso dejó la taza, y se puso en pie, medio dormido aún.
—Llevo bastante tiempo preparando este café turco, y me parece que hasta ahora he estado haciéndolo muy mal, Baby… ¿Cómo lo ha preparado usted?
—Se lo explicaré en el avión —sonrió ella.
El avión procedente de Istambul tomó tierra en una de las pistas del aeropuerto de Ellinikon, en Atenas, a las catorce horas cuarenta minutos, bajo un agradable, tibio, sol de primavera. Muy poco después, la simpática pareja formada por la bellísima rubia y el hombre de cejas espesas y mentón sólido, salían del edificio, mirando ambos hacia el estacionamiento de automóviles. Por todo equipaje, llevaban un maletín rojo con florecillas azules, en manos de la rubita de ojos verdes.
Y apenas aparecieron en el exterior, un hombre se acercó a ellos, mirando a Kevichian.
—¿Camarada Fedor? —murmuró.
—Sí.
—Los tenemos.
—Buen trabajo. Vamos allá.
—Un momento —pidió la rubita.
Se alejó de los dos hombres, hacia otro que esperaba un poco más allá, mirándola a ella fijamente, fruncido el ceño. Llegó ante él, y se pusieron a conversar… El ceño del hombre dejó de estar fruncido muy pronto, casi sonrió, asintió con la cabeza y se alejó, hacia un coche en el que habían tres hombres más. La rubita regresó junto a los dos rusos.
—Cuando gusten —sonrió.
El ruso que los había recibido abrió la boca, pero Fedor le atajó con un gesto, y fueron los tres hacia el coche…, donde esperaban dos rusos más. Nadie dijo una palabra. El coche de los rusos partió… y detrás el otro coche, con cuatro americanos dentro.
Tomaron la carretera de la costa, en dirección a El Pireo. Pero no llegaron a El Pireo. Sólo hasta Phaleron, siempre por la avenida costera. Se detuvieron ante una casa que estaba justo en el centro de la pequeña bahía de Phaleron, dando fachada al mar, que se veía de un azul intenso. La casa tenía un amplio jardín delante, y el coche de los rusos entró en él. Todos se apearon, y la rubia, sonriendo, se volvió hacia el coche que les seguía, y que se había detenido afuera, junto al bordillo. Alzó un bracito, y lo movió con gesto de llamada. Los cuatro americanos salieron del coche, entraron en el jardín, y se acercaron al grupo ruso, mirándose unos a otros entre desconcertados e inquietos.
—Camaradas de la MVD —dijo la rubia—, os presento a mis compañeros de Atenas: Simón I, Simón II, Simón III y Simón IV. Queridos niños —miró ahora a los americanos—, os presento a Fedor… y a Iván I, Iván II e Iván III.
Tanto unos como otros murmuraron unas palabras ininteligibles, mientras se cambiaban de un pie a otro, nerviosos. Fedor Kevichian emitió una discretísima carcajada, y señaló la puerta de la casa.
—Veamos a esos sujetos —dijo en inglés.
—No son rusos… —masculló uno de los rusos—. Hablan bien nuestro idioma, pero no son rusos. Rumanos, creo.
—¿Uno de ellos es pelirrojo? —preguntó Baby.
—Sí.
—Asombroso… Parece que Saúl dijo siquiera una verdad. Vamos a verlos.
Entraron en la casa… donde habían dos rusos más, que no sabían qué hacer con las manos; si sacar la pistola o rascarse la nuca. Optaron por no hacer ninguna de las dos cosas, y señalaron hacia el fondo de la casa. Recelosos todavía, cediéndose cortésmente el paso unos a otros, rusos y americanos fueron hacia allá. Uno de los que había permanecido en la casa, abrió la puerta de una habitación, y se apartó.
En la habitación no había muebles, no había nada…, excepto tres hombres, atados muy sólidamente de pies y manos y tirados en el suelo. Uno de ellos era pelirrojo.
Baby entró la primera, se acuclilló ante ellos y fue mirando sus zapatos, fruncido el ceño. Por fin, asintió con la cabeza y señaló los pies de dos de aquellos hombres.
—Sí, recuerdo estos zapatos… Y, claro, el otro tiene que ser del famoso trío que se han dedicado a jugar a los espías en Istambul. ¿Han dicho sus nombres?
—No les hemos preguntado… —contestó un ruso—. Nos hemos limitado a esperarlos en Ellinikon, tal como nos indicaron nuestros compañeros de Istambul, y los hemos traído aquí.
—No son muy listos, según parece… —murmuró Baby; se encaró con los tres hombres, todavía acuclillados—. Les voy a decir lo que ha pasado, señores, por si todavía no lo han comprendido: En Istambul, desde la una y cuarto de esta madrugada, todos los agentes de la CIA, la MVD y el servicio secreto israelita unieron sus fuerzas para buscarlos a ustedes. Tenían que localizar a tres hombres de buena estatura, vestidos correctamente, uno de ellos pelirrojo, y los tres, en general, con aspecto de ser de cuidado… Los espías sabemos distinguir particularmente ese… aspecto. Como ya no temamos temor alguno de enfrentamiento entre nosotros, israelitas, rusos y americanos, reunimos a todos nuestros colaboradores, y les dimos instrucciones. Pues bien, los rusos fueron los afortunados. A las nueve menos veinte ustedes tres, juntos, como tres tontos, aparecieron en Yesilkoy; a las nueve menos cinco, tomaron un avión con destino a Atenas; a las nueve, los rusos llamaban a Atenas para que sus compañeros de aquí los esperasen y los capturasen a ustedes; a las nueve y media, yo me enteraba de eso; a las nueve y media y unos segundos, yo daba orden de que fuesen avisados mis compañeros de Atenas de que llegaría aquí en el primer avión que saliese de Istambul. Ahora, a las… —miró su relojito— quince horas y siete minutos, por fin, estamos todos reunidos; ustedes, los rusos de verdad y los americanos. Interesante reunión, puesto que ustedes han asesinado a dos americanos y a un ruso… ¿Me explico?
Los tres hombres estaban lívidos. Por un instante, miraron a los hombres que, de pie detrás de aquella mujer, los contemplaban con dura expresión, tensos los rostros.
—Sí —murmuró uno de ellos.
—Estupendo. Y por lo tanto, ustedes se están dando perfecta cuenta de su situación, ¿no es así?
El hombre asintió con la cabeza. Baby acabó por sentarse en el suelo, con las piernas cruzadas.
—Bueno —dijo gélidamente—, veamos si ustedes nos dan una explicación que nos convenza a todos de que no debemos descuartizarlos. Espero que hayan comprendido que la decisión de matarlos ha sido tomada sin necesidad de grandes discusiones, pero… hay muchos modos de morir. Pueden morir en un segundo, o en un año, y estoy segura de que me comprenden. Entonces, primera pregunta: ¿trabajan ustedes para Saúl?
—Sí.
—Están emprendiendo el buen camino hacia una muerte dulce y rápida. Vamos a ver si no se desvían. ¿Mataron ustedes a los dos americanos en Istambul?
—Sí.
—¿Uno de los americanos mató al israelita Jacob?
—No.
—¿El israelita Jacob los había citado allí? A uno de ellos, quiero decir.
—Sí.
—¿Para qué?
—Se había enterado de algo de los planes de Saúl, y quería decírselo a los americanos, porque no sabía si los demás israelitas estaban de acuerdo con Saúl.
—Muy bien. ¿Qué pasó entonces realmente en aquella casa?
—Saúl se había dado cuenta de que Jacob desconfiaba de algo, y lo vigilaba. Aquella noche, siguió a Jacob a aquella casa, después de avisarnos. Entramos detrás de Jacob, y le amenazamos… Le obligamos a permanecer quieto después que nos dijo que esperaba a un americano. Llegaron dos, y nosotros los matamos… Luego, Saúl le quitó la pistola a uno de ellos y mató con ella a Jacob. Nosotros fuimos a buscar a un ruso, lo encontramos y lo capturamos. Lo llevamos a la casa, y Saúl disparó contra él. Nosotros nos fuimos, y él se quedó allí, con los dos americanos, el ruso y el israelita…
—Humm… Bueno, la parte que sigue ya la sé, de modo que sigan desde el momento en que ustedes decidieron ir a la casa donde teníamos al ruso herido.
—Saúl nos llamó anoche, y nos dijo que teníamos que ir a por el ruso, que estaba solo con una mujer. No debíamos matarla; sólo aturdiría, o hacer las cosas de modo que ella pudiese escapar después de oírnos hablar del submarino ruso. Luego, debíamos llevar al ruso a la lancha, dejarlo allí y colocar la carga explosiva, ya que la mujer iría allí seguramente, y ahora ya podía morir…
—Después, se reunieron con él, que llamó a uno de sus compañeros para que fuese a recogerlo con el coche. Entonces, aparecieron ustedes, dispararon al aire, él simuló caer muerto… y desapareció de Istambul.
—Sí.
—¿Está en Atenas ahora?
—Sí.
—¿Dónde?
—No lo sabemos. Sólo sabemos que tenemos que reunirnos con él en un yate que hay en El Pirco.
—¿Nombre del yate?
—Marathon.
Baby asintió con la cabeza, se volvió, mirando a los cuatro agentes de la CIA, y les hizo un claro gesto de que debían marcharse. Los Simones vacilaron, pero sólo un instante, antes de dar media vuelta y salir del cuarto.
Baby volvió a encararse con los tres hombres.
—Si no he interpretado mal todas las molestias que se han tomado Saúl y ustedes, todo ha sido encaminado a provocar altercados entre rusos, israelitas y americanos, y eso me parece una estupidez, ya que si él se hubiese limitado a venir a Atenas, nadie se habría enterado de nada.
—Jacob sabía algo, y como ya habíamos matado a dos americanos, decidió aprovechar la situación para crear confusión… Dijo que todavía sería mejor, pues si los americanos y los israelitas informaban de que se estaba mencionando un submarino ruso, esto sería mejor aún para sus planes. Los americanos y los israelitas acusarían a los rusos de haberlo hecho todo, de haberlo estado preparando todo desde Istambul.
—¿Y qué es todo? ¿De qué habríamos acusado los americanos y los israelitas a los rusos?
—Del hundimiento del Queen Elizabeth II.
Baby palideció, y los rusos lanzaron sobresaltadas exclamaciones, no menos pálidos. Fedor Kevichian se adelantó, con los puños cerrados, pero Baby captó su movimiento y le hizo un gesto de calma.
—¿Quiere decir que Saúl está planeando atacar ese transatlántico? —murmuró.
—Sí… Hundirlo.
—¿Por qué? Es absurdo… En ese barco viajan, con destino a Israel, para participar en los festejos del veinticinco aniversario de la fundación del país, cerca de setecientos millonarios de origen israelí… Son de la misma raza que Saúl, son compatriotas de alma aunque no lo sean de pasaporte… No lo entiendo. ¿Va a atacar, pretende hundir un barco en el que hay casi setecientos judíos con destino a Israel?
—Sí… Sí.
—Pero… ¿por qué? ¿Le han pagado los árabes por hacerlo, o…?
—No, no.
—¿No le han pagado los árabes? ¿Quién, entonces?
—Nadie. Lo hace por patriotismo.
La estupefacción fue general. Ni Baby ni los rusos daban crédito a lo que estaban oyendo.
—¿Por patriotismo? ¿Está usted bromeando?
—Le he dicho lo mismo que él nos dijo a nosotros. No sé nada más.
—Pero… ¿cómo puede Saúl llamar patriotismo al asesinato de setecientos israelitas que van a asistir a la celebración de…? Setecientos israelitas, más la tripulación del Queen Elizabeth II. Casi mil personas… Mil asesinatos… ¿Eso es… por patriotismo?
—Eso dice él.
—¿Y ustedes también están interviniendo por… patriotismo?
—No; a nosotros nos paga por ayudarle. Teníamos que hacer todo esto simulando ser rusos…
—Y así, Rusia habría sido acusada de mil asesinatos de los más horrendos que jamás se han llevado a cabo —jadeó Fedor, demudado el rostro—. Malditos… ¡Malditos asesinos! ¡Os voy a matar, os voy a…!
—Ya lo sabemos… —el hombre, como los otros dos, estaba sudando, desencajado el rostro—. Pero hemos hecho un trato con esta mujer.
—¿Un trato? ¿Un trato con gente como vosotros? ¡Os voy a dar yo tratos, os voy…!
Había sacado la pistola, y lo mismo dos de sus compañeros, pero Baby alzó un brazo en demanda de atención.
—Un momento —dijo fríamente—. A mí también me han matado a dos compañeros, Fedor, y, aunque por esta vez, no voy a tener inconveniente en no participar directamente en la ejecución de sus asesinos, creo que quedan cosas por preguntar. Cálmese.
—¿Qué cosas quedan por preguntar?
—Pues, por ejemplo, cómo espera Saúl conseguir hundir el Queen Elizabeth… ¿A usted le parece fácil?
—No… Por supuesto que no.
—A menos que la operación se lleve a cabo con un submarino —deslizó la divina espía.
Los rusos quedaron petrificados de espanto ante la cantidad de sugerencias que implicaban aquellas palabras de la espía americana.
—¿Qué…, qué quiere decir…?
—Todo el mundo sabe que el Queen Elizabeth II lleva una formidable escolta, en su mayor parte británica. Por lo tanto, atacar al transatlántico significa enfrentarse a los barcos de guerra ingleses. Absurdo. Luego, en el mismo barco, hay grupos de especialistas antisabotaje, hombres rana, agentes secretos y de seguridad… Hay de todo. Yo diría que resulta imposible atacar ese transatlántico a menos que se dé la cara con fuerzas navales muy superiores. Y eso sería increíble. En cambio, parece factible que el Queen Elizabeth II sufra un ataque submarino… Sólo parece factible.
—¿Está usted sugiriendo que un submarino de la flota rusa va a tomar parte en ese ataque? —gritó otro de los rusos.
—No lo sé. Ni ustedes tampoco. Pero ellos sí —volvió a mirar a los tres prisioneros—. ¿Cómo se va a llevar a cabo ese ataque?
—Lo efectuará un comando.
—¿Un comando? ¿Un hombre?
—No… Un commando; un grupo de personas que habrán recibido las debidas instrucciones.
—De modo que Saúl cuenta con un comando… ¿De muchos hombres?
—No lo sé. Todos los componentes se han estado reuniendo estos días en el yate Marathon… Y nosotros deberíamos haber llegado ya allí.
—Me parece que ya no deben preocuparse por eso. Pero aclaremos esto. ¿Saúl piensa atacar un convoy en el que hay barcos de guerra británicos… con un comando?
—Sí.
—¿Con unos cuantos hombres en un yate?
—Sí. Y no sabemos nada más al respecto. Sólo que él nos aseguró que no habría riesgo alguno para los del comando.
—Es una afirmación digna de estudio… —murmuró Baby—. Pero si están dispuestos a utilizar un yate…, ¿por qué hablar tanto de un submarino ruso?
—No lo sé.
—Pero la idea de Saúl tiene que estar orientada hacia ese submarino, como…, como si pudiera hacerlo parecer culpable del ataque al transatlántico, ¿no?
—Sí… ¡Sí, sí, sí!
—¿Y cómo podría conseguir que un submarino ruso fuese considerado culpable de lo que habría realizado un comando que nada tiene que ver con Rusia?
—¡Le digo que no lo sé!
Baby estuvo unos segundos mirando con gran atención a los tres sudorosos, aterrados prisioneros, que, en el fondo, muy posiblemente, esperaban si no piedad, al menos que nadie se atreviese a matarlos a sangre fría, de acuerdo al… trato.
Por fin, la divina espía se puso en pie, miró a Fedor, y murmuró:
—Yo he terminado con ellos. Pero quizá ustedes tengan algo más que preguntarles.
Salió del cuarto, fue al saloncito y se dejó caer en el pequeño sofá, de cara a la ventana, de cara al mar… Muy apagados oyó los chasquidos: plop, plop, plop, plop, plop… Muy poco después de escuchar los disparos con silenciador, Fedor Kevichian aparecía en el saloncito, colocando un nuevo cargador en su pistola, que guardó con huraño gesto. Se sentó delante de Brigitte Montfort, y dijo:
—Espero que sus Simones no tengan ninguna dificultad en encontrar ese yate.
—Yo también lo espero así.
Las esperanzas de los dos se vieron cumplidas. A las dieciséis horas y cincuenta y dos minutos exactamente, sonó la radio de bolsillo de la espía internacional; el yate Marathon, en efecto, había sido localizado en los muelles de El Pireo.