—¡Ya lo sé! —gruñó Brandon siguiendo su camino y oyendo a Jeff desternillarse de risa a sus espiadas.

El día siguiente estuvo marcado por los preparativos del baile. Varios invitados, entre los que se encontraba Abegail Clark, llegaron por la tarde.

Aunque el bálsamo de Haití había hecho maravillas, Heather todavía estaba agarrotada y fue una anfitriona un tanto rígida en los modales y en el aspecto. Antes de irse a dormir, le dieron otra friega y, a la mañana siguiente, volvió a ser la joven alegre y brillante de siempre. Pasó el día en medio de una actividad frenética asegurándose de que todos los preparativos necesarios estuvieran a punto.

Brandon había salido hacia Charleston muy temprano para atender unos asuntos de trabajo. Se habían efectuado los primeros envíos de madera y había recibido los primeros pagos, de modo que había algunas cuestiones financieras que requerían su atención. La mañana transcurrió yendo de un extremo a otro de la ciudad atendiendo diferentes asuntos. A la hora del almuerzo se tomó un descanso. Iba de regreso a sus actividades cuando pasó por delante de una casa de costura y fue atropellado por una señorita Scott cargada de paquetes.

Al verlo, Sybil se ruborizó, como era costumbre en ella cada vez que estaba delante de Brandon, e intentó ocultarlo mientras él le ayudaba a recoger las cosas del suelo. La joven iba engalanada y se creía irresistible. Desde que había salido de su tímido caparazón y los hombres suspiraban por ella, la chica había desarrollado un exceso de confianza. Estaba tan encantada con los halagos expresados por sus admiradores, que no había caído en la cuenta de que sólo perseguían una cosa.

—Imagínese señor Birmingham, topar con usted cuando más necesitaba a un hombre fuerte y atractivo para que me ayudara —observó, pestañeando con coquetería y colocándose las gafas en su sitio. A pesar del maquillaje que llevaba su fealdad era evidente.

Brandon la saludó cortésmente llevándose una mano al sombrero y Sybil empezó a apilar los paquetes sobre los brazos del desconcertado hombre, continuando con su charla.

—Estos paquetes son demasiado pesados para una pobre chica como yo.

Ahora sígame y le enseñaré dónde está mi coche —dijo.

Brandon así lo hizo, mientras escuchaba educadamente su interminable parloteo. "

—Estoy tan emocionada por el baile de esta noche —prosiguió ella—.

Encargué que me hicieran un vestido precioso, pero me temo que cada vez que me lo pongo me ruborizo. Nunca había tenido uno tan atrevido. El modisto asegura que me queda de maravilla. Sabe tanto acerca de trajes femeninos. Viene de Inglaterra y afirma que las mujeres más hermosas del mundo llevan sus creaciones. Pero nunca lo diría con el aspecto que tiene.

Es terriblemente feo. Me daría lástima si no fuera por la forma en que me mira. Sabe, esta mañana he tenido que pegarle en la mano y se quedó tan sorprendido que no me pude aguantar la risa. ¡Imagínese, un. hombre como ése pensando que yo iba a corresponder a sus atenciones! —Se detuvo para dejar que pasara un carruaje y lo miró con timidez—. No es la clase de hombre que me gusta —apuntó Sybil.

Branden tosió, incómodo por la situación, mirando a un lado y a otro en busca de su coche.

—¿Sabe, señor Birmingham?, perdón, Branden—rectificó ella nerviosa—, yo... tengo tantos pretendientes que he perdido la cuenta. —Alzó la vista hacia él—. Pero ninguno es lo que llamaría el amor de mi vida. Sólo hay un hombre que lo es, pero no suele visitarme.

—¿Está su coche por aquí? —inquirió Branden, cada vez más nervioso.

—¿Me encuentra atractiva, Branden? —preguntó ella de repente.

—Bueno... sí, sí, señorita Sybil —mintió él amablemente.

La joven rió, contuvo la respiración y lo miró otra vez.

—¿Tan atractiva como su esposa?

Branden volvió a buscar el coche pensando en Heather, delicada y encantadora, y se preguntó cómo Sybil podía llegar a formular una pregunta como ésa.

—Oh, eso ha sido injusto por mi parte, ¿verdad?

—se disculpó ella a voz en cuello—. Es natural que estando casado diga que su esposa es más hermosa, de lo contrario lo tildarían de sinvergüenza,

¿no?

—Creo que mi mujer es muy bella, señorita Sybil —afirmó Branden, intentando ocultar su fastidio.

—Oh sí, y lo es —repuso Sybil rápidamente—. A mí también me han dicho que soy hermosa. Bueno, el otro día me lo dijo el señor Banlett.

Branden miró a Sybil, sobresaltado. Sólo de oír aquel nombre se le erizó el cabello.

—¿El señor Bartiett es uno de sus pretendientes? —inquirió.

—Sí —Sybil sonrió—. ¿Lo conoce?

—Sí —musitó Branden—. Lo conozco. —Dejó escapar un suspiro y añadió—

: Dígame, señorita Sybil, ¿qué dice su madre acerca de sus amigos?

Sybil frunció el entrecejo, confusa.

—No dice nada —respondió—. Ignoro el motivo. Siempre ha deseado que tuviera pretendientes y ahora que los tengo, no se acerca ni a la sala de recibo cuando vienen.

—Quizá piensa que no son una buena compañía, señorita Sybil —observó él. Sybil se echó a reír.

—Vaya, Branden. Creo que está celoso. Brandon, exasperado, exhaló un suspiro, pero cuando Sybil se detuvo frente a un coche respiró aliviado.

Colocó los paquetes en el asiento y se volvió para despedirse, pero Sybil se acercó a él para quitar una pelusa imaginaria de su abrigo tal como se lo había visto hacer a su esposa en la iglesia.

—Espero que me conceda un baile esta noche. Branden —murmuró ella—.

No me defraude.

—Pero señorita Sybil, probablemente estará tan ocupada con tantos pretendientes que no me podré ni acercar a usted —repuso él, a la defensiva. Al volverse para marcharse se encontró con un grupo de damas mirándolos embobadas. Se tocó el sombrero saludándolas y siguió su camino.

Brandon buscó su ropa en los armarios y cómodas del dormitorio principal lanzando ocasionales vistazos a Heather, que sentada frente al espejo vestida con una enagua, dejaba que Mary le arreglara el cabello en un elegante peinado con cintas turquesas enrolladas a sus lustrosos mechones.

Brandon sacó una caja que estaba escondida en el último cajón y la puso delante de su esposa.

—A mi madre le encantaban las joyas —afirmó con voz ronca, nervioso ante la visión de sus senos casi desnudos—. Me dejó una parte a mí y otra a Jeff para nuestras esposas cuando nos casáramos. Esta es mi parte. Quizá encuentres algo que desees ponerte.

Branden levantó la tapa y Heather quedó boquiabierta ante la cantidad y variedad de joyas que había en ella.

—¡Oh, Brandon! —exclamó, admirada—, jamás soñé que llegaría a tener una de estas joyas, y ahora me obsequias con una cantidad enorme de ellas. ¿Qué puedo decir? Me mimas demasiado.

Él se echó a reír, depositó un beso en su hombro haciéndole cosquillas en la suave piel, y la miró en el espejo.

—¿Ya no soy un sinvergüenza, cielo? —le preguntó suavemente al oído.

Heather sacudió la cabeza con una sensación placentera en el cuerpo.

—No, jamás amor mío —respondió.

Brandon la dejó acicalándose, más tranquilo. Se bañó y empezó a vestirse pensando en cómo se había ofuscado al besarla. Se enderezó el alzacuello y se puso el abrigo color verde esmeralda sobre el chaleco blanco. Excepto por el abrigo de seda y los zapatos negros con hebilla dorada, iba completamente vestido de blanco, resaltando su piel bronceada sobre la luminosidad de la camisa. Una vez ataviado, se contempló con ojo crítico en el espejo preguntándose si su esposa lo encontraría atractivo.

Cuando Heather descendió por las escaleras, el movimiento de los largos pliegues de su vestido color turquesa formó un dibujo extraño al abrirse y cerrarse, y la envolvió el frufrú de la seda. El traje se ceñía a su cuerpo esbelto y a sus largas piernas, y el corpiño presionaba su busto hasta casi rebasar sus límites. Cuando los hombres la vieron, contuvieron la respiración. Brandon fue de los primeros en mostrar la peculiar reacción ante el vestido de su esposa. Heather estaba mirando por la ventana cuando éste descendió por las escaleras silbando alegremente. Ella le echó un vistazo y admiró complacida 'su espléndida figura. Al verla, Brandon se acercó a ella y jugueteó con uno de los pendientes de diamantes que pendían de su oreja. Era la única joya que llevaba.

—¿Estás nerviosa, cielo? —preguntó Brandon.

—Sólo un poco —respondió ella. Se volvió hacia él, y lo sorprendió admirando su escote, casi sin aliento. Consciente de que Louisa asistiría a la fiesta, se había puesto ese vestido para acaparar la atención de su esposo y no permitir que sus ojos deambularan por el cuerpo de la otra mujer.

Brandon tosió y recuperó finalmente el habla.

—Quizá deberías llevar algo menos atrevido —sugirió.

De algún lugar detrás de ellos, Jeff apareció riendo y se colocó junto a su hermano. Heather era muy consciente de que ambos hombres la contemplaban.

—Deja que lo lleve, Brandon —rogó Jeff con una sonrisa—. Nunca dejas que los demás nos divirtamos. Claro, entiendo cómo te sientes. Si fuera mía, la tendría bajo llave. —Se volvió hacia su hermano y susurró a media —: Sabes que es infinitamente más bella que Louisa.

Heather puso los brazos en jarra y, enfadada, dio una patada en el suelo.

Brandon palideció, convencido de que saldría disparada del vestido.

—¡Jeff, si quieres arruinarme la velada vuelve a mencionar el nombre de esa mujer otra vez! —exclamó.

Jeff se echó a reír apretando los hombros de su hermano—Vamos, Bran. No seas tan estricto esta noche —le suplicó—. Deja que lo lleve. Está endemoniadamente hermosa. No le obligues a cambiarse y te prometo que intentaré no mirarla demasiado.

Branden le lanzó una mirada llena de furia y empezó a decir algo, pero cambió de opinión y se volvió hacia su esposa.

—Ponte lo que desees —dijo. Jeff se frotó las manos, riendo.

—Oh, creo que va a ser una gran fiesta. —Cogió la mano de Heather y se la colocó sobre el brazo—. Vamos, dulce hermana, debo presumir de ti ante los invitados.

Heather miró a Branden por encima del hombro y sonrió, dejando que su cuñado se la llevara, pero aquél frunció el entrecejo mirando alrededor sin saber qué hacer. Al entrar en el salón, Heather echó un vistazo atrás y vio que Branden entraba en el estudio. Poco después se reunió con ellos con una generosa copa de coñac.

Brandon permaneció en la puerta principal dando la bienvenida a los invitados, asegurándose de que todos los solteros pasaban rápidamente a manos de Jeff, sin darles la mínima oportunidad de regocijarse con su esposa. Louisa entró del brazo de un nuevo pretendiente, con una amplia sonrisa en el rostro. Antes de saludar a Heather reparó brevemente en su escote, y su entusiasmo se apagó. Su vestido de seda amarillo también poseía una abertura pronunciada y era ligeramente transparente, pero su aplomo se tambaleó al enfrentarse a la evidencia de que Heather no necesitaba relleno alguno para henchir su vestido.

—Querida Heather, estás encantadora esta noche —observó Louisa recuperándose del impacto—. La maternidad te ha sentado muy bien.

—Eres muy amable, Louisa —respondió Heather—, pero estoy segura de que a tu lado debo de parecer muy poco atractiva. Llevas un vestido muy bonito.

Louisa esbozó una sonrisa entornando ligeramente los párpados y pasó una mano por su busto intentando llamar la atención sobre la transparencia del traje.

—Sí, ¿verdad? Thomas lo diseñó especialmente para mí —informó—. Es bastante hábil con la aguja, ¿no crees?

Heather sólo tuvo la oportunidad de contestarle con una sonrisa antes de que la mujer continuara.

—¿Te hicieron este vestido aquí, querida? —inquirió Louisa—. No te he visto nunca en las tiendas de Charleston. No me digas que Brandon se ha vuelto un tacaño desde que se ha casado contigo. Siempre fue muy generoso.

—Encargó que me lo hicieran en Londres —replicó Heather crispada.

—Sí, claro —sonrió Louisa—. Debió ser en la misma tienda donde me compró varios trajes.

Heather decidió ignorar los comentarios groseros de la mujer. Fue Brandon el que se irritó y enojó con su antigua prometida por no reconocer su matrimonio y no tratar a su esposa al menos con un respeto simbólico.

—¿También te compraste esos pendientes en Londres? —la interrogó Louisa—. Por alguna razón me resultan conocidos.

—Eran de la madre de Brandon —contestó Heather. Louisa se irguió.

—Sí, ahora los reconozco —respondió, y sin agregar palabra se alejó orgullosa.

Jeff se echó a reír y se inclinó hacia el oído de Heather.

—La has herido profundamente, Tory —afirmó—. Ya había reivindicado como suyo todo lo que era de Brandon.

Unos minutos más tarde llegó Matthew Bishop, solo, libre para dirigir su atención hacia cualquier joven que le gustara. Iba ataviado con la mejor seda de color gris rosáceo. La chaqueta era violeta para acentuar el tono del resto y el alzacuello era tan alto que parecía tragarse su barbilla. Grandes volantes de encaje caían sobre su pecho y colgaban de sus muñecas cubriéndole las manos. Se quitó el sombrero color violeta y, haciendo caso omiso de su anfitrión, se aproximó a Heather. Branden musitó una presentación de forma atolondrada y lo instó a que continuara, pero, sin moverse de donde estaba, contestó:

—Brandon, siempre he admirado tu buen gusto con los caballos, pero nunca soñé que podrías extenderlo a los reinos de la belleza femenina con tanto éxito, —Comentó volviéndose hacia Heather con una sonrisa—. Su belleza hace que mi corazón se acelere y sus encantos me dejan sin habla-El hombre se inclinó sobre su mano durante lo que a Brandon le pareció un tiempo excesivo. Su rostro enrojeció y apretó los puños. Cuando Matt se enderezó, fue Jeff quien lo agarró del brazo y lo empujó hacia el salón de baile donde no pudiera molestar.

Acababa de empezar una pieza cuando Brandon acompañó a su esposa al salón. Se habían formado dos líneas de alegres parejas, una de damas y otra de acompañantes. Heather se encontró de pronto en medio del grupo.

Al oír los primeros compases de un minué, Brandon se inclinó frente a su esposa, que a su vez sonrió y le hizo una reverencia, e iniciaron el baile.

Durante toda la coreografía, Brandon lanzó constantes miradas voraces al busto de Heather y, al finalizar, la apartó y se dirigió a ella en voz baja.

—Me estás arruinando la velada con este vestido —espetó—. Te ruego que seas más discreta. Heather le dirigió una mirada inocente.

—Brandon, el traje de Louisa es mucho más indecoroso, y no es el único.

—Me importa un comino lo que lleven las demás —le dijo entre dientes—.

Es tu atuendo el que me preocupa. Estoy esperando que en cualquier momento salgas disparada de él... y eso me pone nervioso.

—Me siento segura luciéndolo —respondió Heather con dulzura—. No tienes de qué preocuparte...

—Brandon, amigo... —los interrumpió Matt, y se reunió con ellos—. ¿Me permitirías bailar con tu encantadora esposa? No la alejaré de ti mucho tiempo.

Brandon se encontró acorralado y no tuvo más remedio que cedérsela y contemplar con tristeza cómo otro se la llevaba a la pista de baile.

Mientras bailaban, Heather sintió cómo el hombre se regodeaba con ella y aprovechaba los pasos del minué para mirarle el busto cuando se inclinaba.

Cada vez que se cruzaban, él la agarraba con firmeza, devorándola con los ojos.

Una vez finalizada la pieza, y tal como había requerido Matt momentos antes, la orquesta tocó los primeros compases de un vals. El joven atrajo hacia sí a una Heather reticente para enseñarle los pasos.

—Es bastante sencillo, Heather querida. Simplemente relájate y sígueme —le indicó.

A Heather le resultaba imposible relajarse con los brazos de Matt rodeándola con semejante familiaridad, y luchó con él para que mantuviera las manos quietas. Sabía que iba a enfurecer a Brandon. Cuando estaba a punto de excusarse para marcharse, echó un vistazo a su marido y lo vio en las garras de Louisa, que reía y se apoyaba contra él mostrándole el profundo escote.

Matt no se apartó de ella y, consumida por los celos, Heather se irguió perdiendo el ritmo y pisándolo. Inmediatamente se ruborizó.

—Oh, lo siento muchísimo señor Bishop —se disculpó—. Me temo que soy demasiado torpe para este baile.

Matt soltó una carcajada.

—Al revés, Heather, eres muy grácil. Aunque debes relajarte más. —Le estrechó la cintura—. Ven, no te pongas nerviosa. No voy a morderte.

Heather intentó seguirlo una vez más sin apartar los ojos de su marido y volvió a pisarlo.

Él se echó a reír.

—Quizá, si tomáramos un poco de vino... —comentó, observando el rostro compungido de la muchacha.

—Sí, tal vez —susurró ella mortificada, y dejó que Matt la acompañara hasta la mesa de los refrigerios.

Fue un arrebato de celos lo que hizo que Heather riera alegremente mientras giraba en brazos de Matt al compás del siguiente vals.

Definitivamente, el champán no tenía nada que ver. Aprendió el baile rápidamente y, tras varias vueltas por la pista de baile, lo encontró de lo más entretenido.

Aunque no era el mejor bailarín del mundo, Matt era persistente, y cuando Jeff pidió que le concediera el próximo baile a Heather después de varios valses, éste la dejó marchar casi con tanta reticencia como lo había hecho Branden antes.

—Parece que has cautivado otro corazón, Tory —comentó Jeff con una sonrisa, mientras bailaban.

Escuchándole a medias, ella se encogió de hombros mientras buscaba con la mirada a Branden por toda la sala. Lo descubrió con un grupo de hombres, sin Louisa; pero ¿dónde había estado cuando lo había buscado antes? No había podido encontrarlo, y a Louisa tampoco, lo cual la había perturbado mucho. ¿Y si había encontrado irresistible el busto de Louisa y se la había llevado fuera para acariciarla fervientemente? Se mordió los labios al pensar en Branden mostrándose cariñoso con ella y empezó a sentir un dolor sordo en el corazón.

—¿Que es lo que te preocupa, Tory? —inquirió Jeff—. No parece que te estés divirtiendo.

Heather consiguió esbozar una sonrisa.

—Me temo que me ha mordido ese amigo tuyo, el monstruo verde —

respondió la joven—. No consigo ignorar a Louisa como había creído.

—¿Así que lo amas? —preguntó sonriendo con un brillo en los ojos.

—Por supuesto —repuso Heather—. ¿Qué te ha hecho pensar lo contrario?

Jeff frunció la boca, divertido.

—Oh, no sé —contestó—. Una idea pasajera, supongo.

Cuando los últimos compases de la melodía se apagaron, Jeff la llevó junto a Branden. Éste le lanzó una mirada furiosa a su esposa mientras Jeff se iba en busca de otra pareja. El tic nervioso apareció en su rostro.

—¿Has disfrutado aprendiendo a bailar? —inquirió con sarcasmo—. Estoy convencido de que has tenido el instructor más hábil. Yo no hubiera podido enseñarte ni la mitad de bien.

Heather alzó el rostro.

—No estaba enterada de que supieras bailar el vals, Brandon —respondió con picardía aunque no se sentía de esa manera.

—Oh, ¿y habrías permitido que te enseñara si lo hubieras sabido? —Rió con ironía—. Claro que estar en los brazos de tu esposo no es tan excitante como dejar que te acaricie un extraño.

Heather le contestó con un comentario mordaz acerca de Louisa y se quedó en silencio.

—Quizá te guste mostrarme lo que has aprendido. —Hizo un gesto a los músicos para que tocaran otro vals—. Vamos, permite que veamos lo que te ha enseñado.

La agarró del brazo no demasiado amablemente, y la condujo a la pista de baile donde los compases de un vals empezaban a sonar. Comenzaron a bailar despacio, hasta que lentamente el ritmo de la música calmó la tensión, y quedaron hechizados por los inolvidables acordes. Entonces bailaron el uno para el otro, olvidándose de todo lo demás. Se deslizaron y giraron por todo el salón formando parte del fascinante estribillo. Heather sólo era consciente del brazo de su marido alrededor de su cintura y de su atractivo rostro bronceado por encima de ella; él, de la suavidad de su cuerpo y de los profundos ojos azules que tenía delante; y ambos, del fantástico ritmo que les llevaba por el salón como si fueran dos marionetas.

Al cabo de un rato se dieron cuenta de que en la sala se había hecho el silencio. Estaban bailando solos. Se detuvieron y miraron alrededor como si acabaran de despertar de un sueño. Los invitados, apartados de la pista, los ovacionaron tras presenciar, sobrecogidos, su maravillosa exhibición.

Branden se inclinó riendo mientras Heather les dedicaba una reverencia agradeciendo la cortesía. Luego Branden indicó a los músicos que tocaran otra pieza, tomó a Heather entre sus brazos de nuevo e iniciaron el baile, esta vez acompañados por otras parejas. Desde el lateral y con una copa de champán en la mano, Louisa lanzó una mirada llena de odio a Heather.

Una vez restablecido el ritmo de la fiesta. Branden y Heather fueron en busca de un refrigerio. Ella aceptó la copa de champán que su esposo le ofrecía y vio cómo él pedía algo más fuerte. Luego, dieron una vuelta juntos, para conversar alegremente con sus invitados.

Al comenzar un rigodón, un anciano arrebató de los brazos de su esposo a Heather. Esta fue pasando de mano en mano hasta que Mathew, ahora muy alegre, se hizo con ella de nuevo para practicar sus habilidades en la pista.

Branden, sin embargo, bailó con muy pocas mujeres y pasó la mayor parte del tiempo bebiendo.

Heather consiguió que sus ansiosos compañeros de baile le concedieran un descanso. Al salir de la pista, se encontró a Branden contemplando el líquido ámbar de su vaso mientras Louisa, colgada de su cuello, intentaba consolarlo pues, según ella, su esposa lo ignoraba por completo bailando con otros hombres. A Heather se le alteró la sangre al ver cómo Louisa arqueaba una ceja mirándola burlonamente. Brandon alzó la vista hacia su mujer y consiguió ocultar su agonía tras una expresión sombría. La cogió del brazo muy furioso y se alejó en dirección al estudio. Cerró la puerta y la miró con una mueca de desprecio.

—Parece que te has divertido mucho —espetó—. A primera vista yo diría que te gusta que te toqueteen y te besuqueen.

Heather se irguió y lanzó a su esposo una mirada llena de ira.

—¡Cómo te atreves! —exclamó—. ¡Cómo te atreves a decirme eso!

Brandon dejó el vaso sobre la mesa y avanzó hacia ella, pero Heather, que permaneció inmóvil, enfrentándose a él, le espetó:

—Tu mente ebria te engaña. No he hecho más que ser una anfitriona amable y entretener a tus invitados mientras tú hacías de semental en celo cada vez que esa vaca rubia meneaba la cola y te mostraba sus ubres susurrándote cosas dulces al oído.

—¡Demonios! —exclamó Brandon—. ¡Arremetes contra mí cuando he tenido que estar toda la noche viendo cómo te tocaba y besuqueaba ese estúpido petimetre que se cree un hombre por acostarse con todas las ingenuas que se encuentra en su camino!

—Ingenua... ¡Vaya! —Sin encontrar palabras, Heather se volvió, furiosa.

El mucho whisky que Brandon había bebido lo estaba traicionando.

—De modo que no puedes mirarme. Sabes que lo que digo es cierto. —Se acercó a ella, cuyo perfume embriagador lo dejó tambaleando. Se volvió sintiendo lástima de sí mismo—. ¿Por que me haces esto? —preguntó—.

¿Por qué te alejas de mí y buscas las caricias de Otros? Espero en un exilio silencioso, deseando pero nunca tocando, y tú permites que ese estúpido presumido que apenas conoces consuele tu cuerpo con su proximidad.

El sentido común fue vencido por el creciente deseo y la agarró bruscamente desde atrás, aplastándole con una mano un pecho y deslizando la otra hacia su vientre, entre las caderas, besando con ansias su hombro. Heather jadeó, en parte por la rabia, en parte por la sorpresa ante el repentino arrebato de pasión de su esposo. Se volvió y lo apartó de sí con todas sus fuerzas tropezando hacia atrás y cayendo sobre el escritorio sin aliento. Su rostro estaba encendido de resentimiento por su grosero ardid.

Branden, atónito ante la reacción de Heather, se dirigió a ella casi suplicándole.

—¿Qué tienes en mi contra? Dios, dime por qué debo soportar esta vida monacal si luego me apartas de ti para estimular el apetito de otros.

—¡Estúpido! —exclamó Heather—, ¡Loco estúpido! —Señaló la puerta con el dedo—. Crees que yo deseo— ¡Oh! —No pudo continuar, abatida por la frustración. Se precipitó hacia la puerta, pero antes de salir se volvió—. Vete

—añadió en tono de desprecio—. Ve a buscar a tu compañera de cama para compartir con ella tu borrachera. Estáis hechos el uno para el otro.

Dicho esto se marchó a toda prisa, dejando a Brandon confuso y dolido. De camino al salón de baile, se detuvo para calmar su nerviosismo y recuperar la compostura. Jeff estaba conversando con dos damas y, al ver la expresión de Heather, comprendió que algo andaba mal. Pidió que lo disculparan y fue en su busca.

—¿Qué ocurre, Tory? —preguntó Jeff—. Parece como si hubieras visto al mismísimo demonio.

—Sí, y tiene el aspecto de una fulana rubia —respondió Heather con sorna—. ¿Cómo puede un hombre estar tan ciego?

Jeff se echó a reír mirando hacia el estudio.

—Imagino que mi hermano ha sacado su parte más encantadora. Pero vamos, princesa, no estés triste esta noche.—Le tomó la mano—. ¿Deseas beber algo?

Heather asintió. Poco después se llevaba a los labios una copa de champán con manos temblorosas.

—Jeff, siempre estás a mi lado cuando necesito a alguien que me consuele

—murmuró cuando la bebida le había calmado un poco.

Jeff se echó a reír.

—Sí, por aquí me llaman San Jeffrey —bromeó. Heather esbozó una sonrisa, animada por la broma

de su cuñado, que la tomó de la mano y la condujo a un rincón apartado.

—Hay algunas cosas que debo explicarte acerca de Branden —comentó Jeff—. Quizá entonces puedas comprenderlo un poco mejor. Sabes, mi padre nunca soportó que otro hombre le pusiera las manos encima a mi madre, aunque fuera de forma inocente. Brandon se ha dado cuenta de que tiene el mismo problema y ahí es donde entras tú. Antes de conocerte, creía que podía controlar sus emociones y se sentía muy seguro de sí. Como no ha conocido el amor sincero, ahora se siente perdido y no sabe qué hacer con los sentimientos que tú le inspiras. Aunque no lo creas, Heather, es un hombre de convicciones fuertes y contigo él piensa que está traicionando esas viejas creencias. Has dejado su alma al descubierto y se siente un hombre completamente diferente a lo que él se había imaginado que era.

Para un hombre de su edad es alarmante que una chiquilla pueda trastornar por completo su forma de pensar.

—¿Es eso lo que hago, Jeff? —preguntó ella.

Jeff sonrió.

—Puedes apostar lo que quieras a que cuando Louisa bailaba con otro hombre. Branden nunca la miró dos veces.

Antes de que pudiera continuar, Matt se unió a ellos con un entusiasmo desbordante, aumentado por el abuso del alcohol.

—Eh, vosotros dos, estáis demasiado serios en una velada tan alegre —los reprendió—. Heather, querida,

arriba ese ánimo.

Matt la miró de arriba abajo, deteniéndose por un instante en su busto.

—Y el doctor Bishop le aconseja, para su estado, más ejercicio—bromeó—.

Llegados a este punto, lo indicado es una vuelta por la pista de baile. —Le ofreció el brazo decorosamente con una sonrisa encantadora—. Me acompaña mi más querida señora Birmingham.

Con el rabillo del ojo, Heather vio acercarse a Louisa, y como no deseaba ser de nuevo el blanco de sus celos, aceptó el ofrecimiento.

Al ver a Louisa, Jeff comprendió la decisión de bailar de su cuñada— Ella se detuvo para observar a la pareja alejarse. Jeff observó cómo entornaba los ojos y apretaba los labios al verlos bailar. Era obvio que le disgustaba no ser el centro de atención y que hicieran caso omiso de ella mientras los hombres se peleaban para bailar con Heather, hechizados por su belleza.

En la pista, Matt intentaba besuquear a Heather, que intentaba poner coto a sus efusiones. Jeff observó la escena, preguntándose si debía interrumpirlos, luego echó una ojeada a la puerta y vio a Branden, atónito, contemplando a su esposa en los brazos de su pretendiente. Entonces comprendió que su hermano mayor estaba haciendo un verdadero esfuerzo por mantener la serenidad.

Sin esperar más, se dirigió hacia su cuñada, que alzó los ojos y, al ver que acudía en su auxilio, suspiró aliviada. Pero Matt se mostró molesto por la interrupción.

—De verdad, Jeffrey, viejo amigo, otra vez no —se quejó—. Es realmente un fastidio no poder acabar un solo baile con ella. Siempre nos interrumpen.

Con los brazos en jarras, Matt observó, exasperado, cómo Jeff se llevaba a su pareja dando vueltas por la pista. Cuando estaban cerca de las puertas que daban al jardín, Heather miró suplicante a su cuñado.

—El aire fresco es muy tentador, Jeff —comentó—. ¿Pensarías mal si te pidiese un paseo por el jardín? Me temo que estoy extenuada de tanto bailar.

Jeff se echó a reír.

—Tus deseos son órdenes para mí, princesa. Se encaminaron hacia la rosaleda y caminaron a paso ligero por el sendero que los alejaba de la mansión, pasando junto a un seto alto hasta un lugar donde el aroma dulce de las flores perfumaba el aire y las ramas de un roble añoso cubrían el cielo estrellado. Heather se sentó en un banco de hierro forjado, bajo las ramas del árbol, y apartó sus faldas para invitar a su cuñado.

—Podría quedarme aquí fuera toda la noche —lo amenazó—.

Definitivamente esto es mucho más tranquilo.

—Lo que necesitas, Tory, es otra copa —sugirió Jeff entre risas—, y creo que a mí también me gustaría una. ¿Estarás bien mientras voy a buscar más champán?

—Por supuesto —respondió Heather divertida—. Ya soy una niña grande. No me da miedo la oscuridad.

—A estas alturas deberías saber, Tory —dijo Jeff con una sonrisa—, que las niñas grandes tienen más motivos para temer la oscuridad que las niñas pequeñas.

—Oh Jeff, ahora que estaba empezando a creer en ti, tú también —bromeó Heather.

—Cariño, si no fueras de Branden —susurró con un brillo en los ojos—, ahora estarías mucho más ocupada de lo que lo estabas con Matt.

Las carcajadas de Jeff se fueron apagando a medida que su figura esbelta enmarcada en un frac negro se adentraba en la noche. Heather esbozó una sonrisa y se recostó en el banco exhalando un suspiro, abriendo y cerrando despreocupadamente el abanico que colgaba de su muñeca. Al oír unos ruidos en los arbustos, dejó el abanico preguntándose cuál podría ser el motivo por el que Jeff regresara tan pronto. Alzó la vista y vio una sombra salir del seto. No era Jeff, sino un hombre más bajo con un atuendo de un color más claro. Se aproximó y Heather reconoció a Matt. La joven se levantó de inmediato colocándose al otro lado del banco.

—Jeff acaba de marcharse, señor Bishop —dijo, nerviosa.

Bishop se echó a reír y la persiguió alrededor del banco.

—Y para qué querría yo verla, mi amada Heather, cuando está usted aquí y su visión me trastorna. No hay nadie que pueda interrumpir nuestro baile, así que a lo mejor desea que finalicemos nuestro vals ahora. Le juro que será la única manera de poder hacerlo.

—Gracias, pero no, señor Bishop —repuso Heather—. Me temo que estoy un poco cansada. —Retrocedió hasta el tronco del árbol al ver que Bishop seguía avanzando hacia ella, y se apoyó contra él cuando la alcanzó y la rodeó con sus brazos.

—Entonces —comentó Matt, jadeando en su oído—, quizá desea que no bailemos. —La besó en el cuello apoyándose contra su cuerpo mientras Heather intentaba sacárselo de encima con todas sus fuerzas.

—¡Por favor señor Bishop! —protestó Heather, indignada—. Branden se...

—No tiene por qué enterarse —susurró él besándole el hombro—. No se lo dirá, ¿verdad? Tiene tan mal genio.

Heather intentó desasirse, empujándolo, pero sin conseguir disuadirlo.

—No luches, Heather —susurró él—. Tengo que poseerte. No puedo evitarlo.

Me vuelves loco.

—¡Suélteme! —exclamó Heather—. Déjeme marchar o gritaré y mi marido lo matará.

—Chist —susurró Matt—. No te resistas. —Cubrió la boca de la muchacha con sus besos desenfrenados y acarició su cuerpo intentando llegar hasta los senos suaves y tersos. Ella se retorció y chilló bajo los labios de su agresor, golpeándole en el pecho sin conseguir otra cosa más que acabar aprisionada bajo el peso del hombre.

De pronto, dos manos fuertes lo cogieron desde atrás y lo apartaron violentamente de ella. Con una expresión de ira terrible, Brandon lo lanzó contra los arbustos. Matt intentó levantarse, aterrorizado, pero Branden le dio una patada en el trasero, dejándolo despatarrado en medio de los matorrales. Matt consiguió ponerse de pie y salió huyendo con los faldones del chaqué ondeando tras él. Heather se apoyó contra el árbol, observando con satisfacción la rápida huida de su agresor y esbozó una tímida sonrisa dirigida a su marido al volverse éste hacia ella. Pero cuando Brandon la apretó contra el tronco, la amable expresión desapareció de su rostro.

—Ese petimetre canijo y afectado ha tenido dificultades en sacarse los pantalones —espetó Brandon—, pero si lo recuerdas, querida, yo no tengo tales problemas.

Bajó la cabeza en picado hacia ella y la besó salvajemente separando sus labios para introducir la lengua. La boca de la joven quedó totalmente cubierta de moretones por los besos apasionados y hambrientos de su esposo. Se había creído a salvo de la violación, pero ahora temía dirigirse hacia ese mismo destino de nuevo. No tenía la fuerza necesaria para privar a Brandon de lo que deseaba y se merecía por derecho. Si con Matt había permanecido impasible ante sus atenciones, ahora veía que con su esposo se mareaba agradablemente y se debilitaba en sus brazos, dejando que le acariciara los senos. Las manos de Branden se adentraron en el valle que los separaba y permanecieron en ese agradable lugar disfrutando del momento antes de deslizarse por debajo del vestido. Heather gimió y empezó a temblar mientras se preparaba para el arrebato de pasión que levantaría sus faldas y desharía su peinado. No sabía hasta dónde podían llegar el frenesí de Branden ni sus ardientes caricias. La excitación creció en su interior como nunca lo había hecho antes, llevándola hacia un extremo que ignoraba. Branden susurró algo ininteligible mientras le besaba con fervor el cuello y los labios. El aroma cálido de su perfume avivó el fuego de su deseo, Liberó del corpiño los sensuales senos y sus pálidas aureolas relucieron terriblemente tentadoras en la noche. Las cubrió de besos con avidez, su aliento encendido sobre la carne joven, y Heather, extática, cerró los ojos apoyándose contra el árbol regocijándose con esta nueva experiencia. La mano de Branden se deslizó por el muslo hasta su nalga desnuda, y le separó las piernas introduciendo una rodilla entre ellas. La atrajo con fuerza

hacia sí y susurró:

—Eres mía, Heather. Únicamente yo te poseeré. Sólo yo saborearé los placeres de tu cuerpo. Y cuando chasquee los dedos vendrás a mí —

susurró Branden contra sus labios sintiendo el aliento cálido.

Pero ante el asombro de la muchacha, Brandon la soltó, se volvió y se alejó caminando airadamente, dejándola temblando, débil, hambrienta de sus besos y sus caricias. Heather se estremeció frustrada, deseando que volviera, a punto de gritar su nombre. Pero de pronto, oyó que Jeff la llamaba preocupado. Se volvió apresuradamente para cubrirse el pecho y arreglarse el vestido.

Jeff llegó con las copas medio vacías de champán, sus manos mojadas por la bebida derramada, mirando atrás por encima del hombro.

—¿Qué ha pasado aquí? —inquirió—. He visto a Matt huyendo de aquí y ahora Brandon casi me tira al suelo. —La miró y vio que estaba despeinada—. Tory, ¿estás bien? Dios mío, como Matt... si alguno de los dos te ha hecho daño.

Heather sacudió la cabeza, cogió la copa de champán con las dos manos para no derramar su contenido y la vació de un trago.

—Tenías razón, Jeff —dijo con voz temblorosa—. Las niñas grandes tienen más motivos para temer la oscuridad.

—¿Te ha molestado Matt? ¡Le retorceré el cuello a ese bastardo! —exclamó.

—Vino aquí —explicó ella casi sin aliento—, pero Brandon lo despachó rápidamente. Jeff soltó una carcajada.

—Eso ha tenido que ser digno de ver. Bran estaba enloquecido al veros bailar juntos. Tendría que haberle retorcido el pescuezo a Louisa por arrinconarme en el salón de baile y hacerme perder la diversión. Seguro que sabía lo que estaba ocurriendo y no quería que interfiriera porque pensaba que Brandon te culparía a ti de todo. —La miró y le preguntó—: No ha sido así ¿no?

Heather se echó a reír histérica encogiéndose de hombros.

—No tengo ni idea de lo que ha podido pensar. Jeff la contempló durante unos segundos.

—Heather, ¿estás segura de que te encuentras bien? —inquirió preocupado—. No pareces tú.

—Oh, Jeff —dijo con la voz empañada—. Ahora mismo no estoy segura de nada, y de lo que menos, de mí misma. Tengo que recobrar la serenidad.

¿Cómo puedo enfrentarme a nadie en estas condiciones? Creo que será mejor que me retire a mi habitación durante un rato.

Jeff la tomó de la mano.

—Entonces vayámonos. Te llevaré de regreso.

—Por el salón de baile no —Heather suplicó—. Me temo que llamaría demasiado la atención. Él soltó una carcajada.

—Muy bien. Entraremos por la puerta principal.

Heather dejó que la acompañara y al entrar se despidió de él. Con la esperanza de que nadie se fijara en su aspecto desaliñado, se apresuró a pasar por delante de la puerta abierta del estudio. En él varios hombres se habían reunido y estaban conversando de buen humor, disfrutando del licor de su anfitrión. Reconoció de pronto la voz de su marido. Oyó su risa grave, la primera de la velada, y la réplica cordial a una broma. Su corazón se aceleró al pasar por delante de la estancia.

Branden pudo ver desde donde se encontraba, a su esposa pasando apresuradamente por delante de la puerta. Se disculpó ante sus invitados con una sonrisa y se quedó fuera del estudio. Contempló el ascenso veloz de Heather, fumando tranquilamente un puro, con los ojos entornados a causa del humo, observando el balanceo grácil de sus caderas y el modo en que se le adhería el vestido al cuerpo.

Arriba, Heather se detuvo indecisa, sintiendo que la miraban y se volvió para descubrir a Branden observándola con una expresión indescifrable en su atractivo rostro cubierto de barba. La joven se ruborizó al recordar lo que acababa de ocurrir entre los dos y, cuando estaba a punto de huir a su habitación, Mary salió del cuarto de los niños tratando de calmar a Beau.

Heather lo cogió en brazos y antes de entrar en su habitación lanzó un último vistazo a su marido, que sacó su reloj y miró la hora.

Habían transcurrido treinta minutos cuando Mary bajó por las escaleras tras haber dejado durmiendo al bebé. Branden, que había permanecido conversando distraídamente con varios hombres cerca de la puerta vigilando las escaleras, salió rápidamente para interceptar a la criada e informarle de que ya no precisarían de sus servicios esa noche. La niña frunció el entrecejo, extrañada, pero obedeció a su amo y se marchó hacia la parte trasera de la mansión.

Branden subió por las escaleras lentamente. Echó una ojeada por encima del hombro al vestíbulo para asegurarse de que estaba vacío, y vio que los invitados estaban divirtiéndose en el salón de baile y en el estudio. Entró en el dormitorio sin llamar y cerró la puerta tras él. Se apoyó en la pared y se quedó contemplando a Heather. Esta, sentada en el tocador, se estaba arreglando el peinado y, al verle entrar, lo vigiló por el rabillo del ojo mientras continuaba con la tarea. Únicamente llevaba puesto la enagua y sus senos eran así mucho más seductores. Su cuerpo suave y su cabello negro resplandecían bajo la cálida luz de la vela. La contempló con deseo, deteniéndose brevemente en sus blancos hombros y sus pezones rosados, que se transparentaban bajo la enagua. Parecía relajado, seguro de sí mismo. Se acercó a ella sonriendo y dejó el puro en el cenicero del tocador.

—He llegado a algunas conclusiones esta noche, Heather, y hay varias cosas que deseo decirte —anunció.

Retrocedió hasta la cama y se apoyó en el enorme pilar. La contempló a través del espejo.

—Primero me gustaría aclarar una cuestión —prosiguió—. Me conoces lo suficiente para saber lo que habría ocurrido si me hubiera negado de verdad a casarme contigo. Si crees que existe un hombre sobre la faz de la tierra que pueda obligarme a hacer algo en contra de mi voluntad, estás muy equivocada. Si no hubieras sido tú, ahora estaría pudriéndome en la cárcel.

Heather abrió los ojos de par en par escuchando en silencio, muy atenta.

—Una vez, hace tiempo —continuó él—, te hablé con odio y me negué lo que más deseaba. Era mi orgullo el que quería herirte y vengarse de ti por multitud de cosas que constituían un misterio incluso para mí. Pero era yo el que sufría, era yo el que se daba golpes de pecho frustrado mientras tú jugabas alegremente con mi corazón y jurabas que me odiabas. La venganza no fue mía al final, mi amor, sino tuya. Así que ahora, me veo envuelto en juegos en los que siempre soy el perdedor. Estoy cansado de ser un extraño en mi propia casa, en mi propia cama. He llegado a un punto en el que tengo que tomar una decisión. Puedo acostarme contigo o buscar otra mujer que alivie mis tensiones. Pero no busco a otra, Heather. No deseo a otra. Te quiero a ti. —Empezó a aflojarse el alzacuello esbozando una sonrisa—. Así que los juegos se han acabado y como hombre que soy tendré lo que me corresponde. No he estado con una mujer desde hace casi un año. Desde que acaricié tu cuerpo virgen aquella noche. Si te digo la verdad, no me ha sido nada fácil mantenerme alejado de ti. Pero no voy a continuar viviendo como un monje. No era mi intención volver a tomarte por la fuerza. No escogí esa clase de relación. Pero si debo hacerlo, lo haré, pues no puedo seguir viviendo bajo tu mismo techo y no disfrutar del placer de tu cuerpo. Es mejor que de ahora en adelante te resignes a compartir esa cama conmigo y al hecho de que nuestra relación va a ser... muy íntima.

—Se quitó el abrigo y se lo colgó del brazo—.Te voy a dejar sola unos minutos y cuando regrese quiero que estés en la cama. Y recuerda querida, no estamos en casa de lord Hampton, sino en la mía, y nadie va a atreverse a entrar por esa puerta para salvarte.

Heather permaneció inmóvil viendo cómo su esposo cerraba la puerta tras él. Un arrebato de cólera estalló en su interior, y de un golpe estrelló el cenicero contra el suelo.

¿Quién se piensa que es, viniendo aquí con la casa llena de invitados, y entre ellos esa bruja rubia, para ordenarme que me abra de piernas?, pensó la joven. ¿Cree que no son necesarias las palabras de amor y las caricias para preparar mi cuerpo? ¿Soy una posesión y no una esposa para él? Ya se aprovechó una vez de una niña asustada, pero ahora soy una mujer y voy a vengarme de él peleando hasta la extenuación. Mantendré las piernas juntas hasta que se me agoten las fuerzas. Sólo entonces me someteré a él. No tiene derecho... —Se quedó pensativa durante unos segundos—. Pero sí lo tiene —argumentó su yo más amable—. Es mi marido y el padre de mi hijo.

Le pertenezco, y soy yo quien no tiene derecho a mantenerse apartada de él.

Alzó la vista y se vio reflejada en el espejo. Al recordar el modo en que Branden le había besado los senos y acariciado su cuerpo desnudo, se estremeció.

¿Por qué debo postergar el momento?, se preguntó de pronto. Es lo que he estado deseando que ocurriera. Es lo que había planeado, por lo que he luchado tanto. ¿Debe mi orgullo desgarrarnos de esta forma?

Se levantó de la silla con una negativa y empezó a abrir los cajones de la cómoda hasta encontrar lo que buscaba: el camisón azul de su noche de bodas. Lo sacó con amor y lo colocó sobre la cama con cuidado, entonces se apresuró a arreglarse para su esposo en el tocador.

Branden cerró la puerta a sus espaldas y permaneció inmóvil durante unos minutos, pensando en lo que se avecinaba. Al oír el golpe del cenicero contra el suelo se quedó sin sentido y se apoyó contra la pared abatido.

Así que ésa es la forma en que va a ocurrir, se dijo.

Lanzó la chaqueta sobre la cama muy irritado y se aproximó a ese lugar de descanso odioso sacándose el chaleco.

Va a ser como una violación, pensó consternado. Habría tenido una docena de oportunidades para poseerla si hubiera mantenido la boca cerrada o hubiera sido un caballero. Incluso esta noche en el jardín la hubiera podido tomar. Pero demonios, de qué sirve mirar atrás. He adoptado una postura y pase lo que pase esta noche, la interminable espera habrá finalizado.

Volverá a luchar contra mí, ahora lo sé, y debo poseerla tanto si es a la fuerza como con suavidad, intentando contenerme todo lo que mi cuerpo me permita y tratarla con dulzura, aunque sé que cuando acaricie su piel sedosa enloqueceré. Exhaló un suspiro. Pensé en un intercambio de palabras amoroso, pero ahora tendré que yacer en mi lecho de espinas o en ninguno, y prepararme para la batalla. Pero quizá lo que se avecina allane el terreno entre los dos y podamos compartir momentos de amor apasionado.

Estaba de pie, desnudo frente al espejo.

Así pues, pensó, ya ha tenido tiempo suficiente, pronto lo sabremos.

Echó un vistazo a la puerta y, pensándolo mejor, cogió el albornoz y se lo puso, pues sabía que la visión de su desnudez la perturbaría aún más.

Demonios, se dijo, ya me he entretenido lo suficiente. He fijado una tarea y debo llevarla a cabo ahora.

Se dirigió hacia la puerta con paso firme y al llegar a ésta se detuvo. Su respiración se aceleró al igual que el corazón. Tragó saliva, irguió la espalda y con una profunda inspiración abrió la puerta de un empujón. Las colgaduras del dosel estaban medio corridas, y no vio a Heather por ninguna parte.

Oh, Señor, la he presionado demasiado, se dijo aterrado. Se ha marchado.

Ha huido de mí.

Entró en el dormitorio y un ligero movimiento en la cama atrajo su atención-Se volvió aliviado para cerrar la puerta, dejó la bata sobre una silla y se dirigió lentamente hacia los pies de la cama, rodeándola hasta llegar a la abertura de las cortinas.

Al verla, se quedó sin respiración. La sangre irrumpió en sus venas como un torrente violento, y su presencia embriagó sus sentidos. Recorrió su cuerpo con una caricia larga y apasionada. Estaba estirada, ligeramente reclinada sobre las almohadas, con el cabello sobre los hombros y las sábanas retiradas a los pies de la cama. El camisón azul transparente encendió su deseo. Estaba recogido de forma provocativa entre sus muslos dejando al aire la cadera y una de sus esbeltas piernas. Al contemplar sus senos turgentes se le hizo muy difícil respirar. Heather le sonrió dulcemente con un brillo seductor en la mirada y extendió los brazos invitándole a compartir con ella el ansiado lecho. Branden, temiendo que se tratara de un sueño, se inclinó sobre la cama, pero ella lo atrajo hacia sí. Su piel era suave y cálida.

Su fragancia lo envolvió al tiempo que sus brazos. Branden desató la cinta del camisón y Heather le susurró al oído:

—Has tardado mucho, mi amor.

Branden sintió que le daba vueltas la cabeza, mientras la estrechaba firmemente entre sus brazos susurrándole palabras dulces rozando con los labios su cuello tentador.

—Heather... Oh, Heather —jadeó—. Te he deseado desde hace tanto tiempo. No podía soportarlo ni un minuto más.

La besó en la boca y sus cuerpos se unieron con ansias. Branden con toda la experiencia del amor, Heather empezando a degustarlo. La joven gimió bajo las manos expertas y los besos apasionados de su esposo. Se entregó a él por entero, con una intensidad, un frenesí y un abandono que sorprendió no sólo a Brandon sino a ella misma. Heather sintió la virilidad de su esposo abriéndose paso sin violencia e intentó guiarla en su camino hasta el nido. Al primer contacto retrocedió asustada por la intensidad de la pasión de su enamorado, pero las palabras de aliento susurradas por él la animaron hasta que sintió cómo el fuego penetraba en su interior. Heather abrió los ojos disfrutando de la placentera sensación y vio el rostro de su esposo crispado por la excitación, con la apariencia de un ser divino sobre ella. Branden se deleitaba con la tierna intimidad compartida por ambos.

Heather le declaró su amor entre susurros» rodeándole con los brazos, presionando los senos contra su torso desnudo y atrayendo su rostro hacia el de ella. Lo besó sin reservas, introduciendo su delicada lengua, invitando a Branden a iniciar sus movimientos, primero suaves, con cuidado, luego violentos, desatados por la tormenta pasional entre ambos amantes. De pronto, Heather rompió el silencio al encontrar por fin lo que hacía tiempo le esperaba.

—¡Branden! —exclamó, extática.

Y él se enorgulleció de su triunfo mientras el fuego moría lentamente dejando las cenizas del amor esparcidas en el lecho.

La brisa suave agitaba las cortinas y hacía parpadear la llama de la vela, proyectando sombras sobre el techo e iluminando los cuerpos que yacían en la cama. Heather, en los brazos de Branden, se sentía extrañamente incorpórea, como si flotara en una nube separada del mundo que la rodeaba. Tenía los ojos cerrados y una sonrisa placentera en los labios mientras Branden recorría con un dedo su rostro, acariciando sus labios, sus ojos y sus cejas sesgadas.

—Siempre había creído que para disfrutar del amor era necesaria una mínima experiencia —susurró Bran-don—, pero ahora veo que también en eso estaba equivocado. Nunca antes había saboreado el placer con tanta dulzura.

—Oh, querido, no estás solo. —Heather sonrió abriendo los ojos y mirándole con amor—. Si hubiera sabido antes cómo era, hubiese exigido mis derechos. —Rió un poco y lo rodeó con sus brazos—. Es una lástima que hayamos perdido tanto tiempo en conocernos.

Brandon la besó tiernamente mientras musitaba:

—Me odiabas, ¿lo recuerdas?

—Mmm, muy al principio quizá sí—respondió Heather devolviéndole los besos—. Luego tal vez no. Sólo sé que me asustabas más de lo que era capaz de soportar.

Él soltó una carcajada, rodando con ella sobre la cama, hundiéndose en su cuello, deleitándose con la sensación de la suavidad de su desnudez.

—También yo tenía miedo de mí mismo —afirmó—. Temía perderte por completo.

Heather se puso encima de él con una expresión de mal humor.

—Eras tan mezquino como un animal en celo, Branden Birmingham, y lo sabes —le reprendió.

Brandon esbozó una media sonrisa mientras recorría el hombro, el pecho, el pezón rosado de su esposa con el dedo, jugando con él.

—Iba en contra de mis principios que me obligaran a casarme —murmuró—

. Y no ayudó a mejorar mi mal humor que tu tía me tratara como si fuera un zoquete de las colonias. Luego tener que pasar la noche de bodas bajo el escrutinio de lord Hampton, puso de nuevo a prueba mi temperamento.

Pero cuando dijiste que me odiabas, entonces me puse furioso, y como eras la única a quien podía atacar, me vengué en ti. Ten cuidado, mi vida.

La venganza no es un arma de doble filo. Sólo tiene uno y, cada vez que la blandía, podía sentir su destrucción.

Heather lo miró con ojos inocentes.

—¿Qué es lo que hice para herirte? Brandon volvió a apoyar la cabeza sobre la almohada, cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.

—Oh, pregúntame mejor qué es lo que no hiciste, mi amor. Realmente sería más sencillo de responder. Jugaste a ser una mujer y me tuve que quedar de brazos cruzados, el macho indefenso, y observar cómo abusabas de mi corazón. Desnudaste tus senos frente a mí, excitando mis sentidos, y te hubiera tomado por la fuerza al menos unas mil veces.

Heather rió tontamente. Luego apoyó su mejilla en el hombro de su esposo y le pasó un dedo sobre el pecho, pensativa.

—¿Sabes, Brandon?, casi siento lástima de tía Fanny. Nunca ha sabido lo que es ser amada o incluso tener un amigo.

Branden esbozó una sonrisa y abrió los ojos.

—No te sientas mal por ella, cielo —le aconsejó—. Probablemente estará disfrutando del dinero que le di.

Heather se incorporó sobresaltada buscando el rostro de su marido.

—¿Le diste dinero a tía Fanny? Brandon asintió.

—Una cantidad importante —confirmó—. Dijo que era para pagar los dos años que viviste con ellos.

—¡Y le pagaste! —gritó ella indignada—. Oh, Branden, ya se lo había cobrado al vender todas mis pertenencias. Y además, ya le pagué con mi trabajo durante esos dos años. No tiene derecho a reclamar esa deuda.

Estoy tan avergonzada. Debiste creer que éramos unos ladrones.

Él soltó una carcajada, atrayéndola de nuevo hacia sí.

—Se lo di por más de una razón, mi amor —repuso—. Esa mujer podría haber tratado de reclamaros a ti y a mi hijo, creyendo que tenía suficiente riqueza para mantenerla cómodamente. No tenía ganas de tener que soportar su presencia diaria cerca de mí y mucho menos de ti. Una cosa es tener una esposa reticente y otra muy distinta, una suegra ofensiva para complicar las cosas.

Habría matado a esa bruja si hubiera vuelto a ponerte una mano encima.

Así que le di el dinero sin discutir. De hecho, se lo entregué con tanta rapidez que incluso ella misma se asombró.

—Oh, Brandon. —Heather rió, alegre—. Eres maravilloso...

Él se echó a reír mientras acariciaba su cuerpo con la mano.

—Bueno, ya nos la hemos quitado de encima ¿verdad, mi amor?

La sonrisa de Heather se desvaneció al recordar el cuerpo sin vida de William Court despatarrado en el suelo, y echó sus brazos alrededor del cuello de su esposo, apretándose a él con firmeza.

—Espero que nos hayamos deshecho de ella, Brandon —afirmó.

Brandon apartó el cabello de su rostro y al hablarle lo hizo con dulzura.

—¿Me vas a decir por qué estás tan asustada, mi amor? ¿Vas a dejar que te ayude? —inquirió.

La joven se apartó y cerró los ojos temiendo lo que les ocurriría si descubría que había matado a un hombre. Sacudió la cabeza consiguiendo sonreír. .

—No es nada, querido —lo tranquilizó—. De verdad, no es nada. —Abrió los ojos y lo sorprendió mirándola, expectante, tratando de adivinar sus pensamientos. Luego se inclinó para besarla presionando su espalda contra las almohadas.

—Te amo, Heather —declaró—. Te amo más que a mi propia vida. Confía en mí, amor mío.

Sus labios se fundieron con los de su amada y Heather volvió a derretirse en sus brazos. Tras un largo rato, la joven le susurró al oído:

—Yo también te amo, Brandon, mi esposo amado.

La voz de Hatri en el vestíbulo despertó a Branden, Cuando sus pasos se aproximaron, éste se incorporó dándose cuenta de repente de dónde estaba. Sus movimientos despertaron a Heather, que se acercó a él con los ojos todavía cerrados, sonriendo adormilada. Cuando Hatti abrió la puerta, él se cubrió de nuevo con la sábana, renuente a levantarse. La criada se paró en seco al verlos a los dos en la cama, luego sonrió, y prosiguió con su actividad frenética como si fuera un día normal. Haciendo caso omiso de la expresión de disgusto de su amo, se dirigió a las ventanas para retirar las cortinas y dejar que los brillantes rayos del sol llenaran la habitación. Se detuvo con los brazos en jarras riendo entre dientes.

—Sí señor, hace un día espléndido —afirmó—. Creo que no había visto tanto sol desde hace veinte años, desde que su mamá vivía en esta casa, señorito Bran.

Heather ahuecó los almohadones para recostarse en ellos y se cubrió el pecho con la sábana. Branden se incorporó, colocando la mano sobre el muslo de su esposa y lanzó a Hatti una mirada llena de furia. Al verla caminar de un lado a otro de la habitación, recogiendo ropa y colgándosela del brazo, ordenando aquí y allá, Heather tuvo que hacer un esfuerzo para no reír.

—Supongo que querrán desayunar pronto —dijo Hatti—. No sabía que fuese usted una persona que se levantara tarde, señorito Bran. Estoy segura de que el señorito Jeff estará sufriendo amargamente preguntándose dónde está usted. Ja ja ja. —Rió a carcajadas sin poder ocultar su felicidad, pero de pronto se puso seria al coger el camisón azul transparente de Heather del suelo y colocarlo con cuidado sobre una silla cerca de la joven. Luego continuó hacia el armario y descolgó una bata que dejó junto al camisón—.

Supongo que va a subir enseguida —prosiguió—. Hace rato que desayunó y me dijo que deseaba hablar con usted. —Una amplia sonrisa volvió a iluminar su rostro al dirigir la mirada a la pareja que estaba en la cama—.

También el señorito Beau va a querer venir a esta habitación muy pronto.

Tampoco a él lo había visto dormir tanto antes. Lo tiene usted educado, señorita Heather.

—Tiene mejores modales que algunas de las personas que conozco —

replicó Branden, arrancando una carcajada a la criada.

Hatti se dirigió hacia la puerta arrastrando los pies, y antes de salir, se volvió para lanzar a Branden una mirada traviesa.

—Sí señor, hace un día espléndido. Antes de que se hubiera ido, la voz de Jeff sonó en la habitación contigua.

—¿Dónde está el tonto perezoso? —inquirió Jeff—. Se retira de la fiesta pronto, olvidándose de sus invitados, y se queda en la cama hasta mediodía.

Asomó la cabeza por la puerta y Heather se tapó hasta el cuello. Se hizo un momento de silencio al verlos en la cama.

—Bueno, no estáis exactamente presentables, pero entraré de todas formas

—dijo Jeff con una sonrisa.

Pasó al lado de Hatti al marcharse ésta, y entró en el dormitorio, colocándose a los pies de la cama para contemplar a la pareja. Esbozó una sonrisa desigual, observando principalmente a su hermano, mientras éste se revolvía incómodo ante el escrutinio. Luego se dirigió a la ventana con paso firme, echando una ojeada al camisón azul de Heather al pasar por delante de la silla. Con una mano apoyada en el alféizar y la otra en la cintura, permaneció contemplando meditabundo las tierras bañadas por los rayos del sol.

—Sí, señor —murmuró, pensativo—. Va a ser un día magnífico. —Soltó una carcajada al pensar en un chiste privado.

Brandon rezongó mirando al techo y apretó las mandíbulas.

—Es un día bastante lamentable —espetó—, cuando tu propio dormitorio se convierte en algo tan público como una casa de subastas. Voy a ordenar a Ethan que ponga cerraduras en estas puertas.

Jeff se volvió e hizo una reverencia.

—Le ruego me disculpe, señor —comentó burlón—. Si hubiera estado enterado de su cambio de aposentos, hubiera sido más discreto. Sin embargo, te recuerdo, querido hermano, que tenemos invitados a los que atender, y que se están poniendo nerviosos ante tu ausencia. ¿Debo decirles que estás indispuesto? —Tras el gruñido de Branden como respuesta se echó a reír y prosiguió—. Muy bien, simplemente les diré que eres muy perezoso y que en breve te reunirás con ellos. —Se dio la vuelta como para marcharse, pero se volvió hacia ellos de nuevo—. Debo acordarme de felicitar a George. Se sentirá muy feliz al saber que no ha fracasado como casamentero.

Los contempló en silencio, divertido, hasta que entendieron el significado de lo que Jeff acababa de decir. Lo contemplaron perplejos.

—Está bien —les tranquilizó—. Conozco los detalles desde hace algún tiempo, pero no culpéis demasiado a George. Estaba bastante ebrio y además creía que estaba solo. —Volvió a soltar una carcajada dirigiéndose hacia la puerta y, allí, echó un vistazo al camisón azul de Heather, luego miró a su hermano—. Has tenido más fuerza de voluntad de la que yo habría tenido, querido hermano. —Le guiñó un ojo a su cuñada, se volvió riendo entre dientes y se marchó.

Branden farfulló algo desagradable acerca de la falta de privacidad y se sentó en el borde de la cama. Heather, riendo alegremente, lo abrazó por detrás con ardor.

—Oh, es un día hermoso ¿verdad Branden? —comentó la joven.

El hombre sonrió con los ojos cerrados y acarició con la espalda los senos desnudos de su esposa, deleitándose con el contacto.

—Ciertamente, cielo —corroboró en voz baja—. Ciertamente. —De repente la cogió en brazos, la dejó en el suelo y le dio una palmada en las nalgas desnudas—. Si no te encargas de nuestro hijo pronto, va a tener que esperar un poco para desayunar —la amenazó.

Heather rió tontamente abrazándolo y poniéndose de puntillas para besarle los labios.

—No te vayas. Tengo la intención de tenerte a mi lado la mayor parte del día.

Branden la besó apasionadamente, estrechándola firmemente entre sus brazos, y le susurró al oído:

—Vas a tener problemas para deshacerte de mí, mi-lady.

Contagiado por el buen humor de sus padres, Beau estaba juguetón tras haberse llenado el estómago adecuadamente. Daba pataditas alegremente en el agua, salpicando a su madre, y reía contento cuando su padre le reprendía por sus malos modales. Cuando Heather lo bajó al salón, estaba encantado con la atención que los invitados le dispensaban, arrullándolo y mimándolo.

La señora Clark observó el brillo en los ojos del padre y asintió lentamente con el bastón en la mano.

—Bueno Branden, se te ve de mejor humor que ayer noche. El descanso nocturno debe haber hecho maravillas en tu estado de ánimo.

—Gracias, Abegail. Lo ha hecho —confirmó Bran-don—. Me siento considerablemente mejor esta mañana. —Alzó la vista y se encontró con los ojos sonrientes de su esposa por encima de la cabeza del bebé. Él le devolvió una mirada cálida y feliz.

Ya era casi de noche cuando los últimos invitados ascendieron a sus carruajes. Habían servido una comida ligera previamente; los hombres habían tomado el último trago del whisky de Jeff para calentar sus estómagos, y las mujeres, un último vaso de agua fría o un sorbo de vino para aliviar un poco el largo recorrido hasta sus casas.

Cuando en la mansión sólo quedó la familia Birmingham, ésta se reunió en el salón para gozar de una velada tranquila. Heather se acomodó con Beau en un edredón sobre la alfombra, donde el niño empezó a balbucear al tiempo que agitaba los brazos y observaba con curiosidad las motas de polvo que flotaban en un rayo de sol cercano. Branden, en el sofá muy cerca de su esposa, y Jeff, en una silla frente al matrimonio, disfrutaban de sus respectivas bebidas contemplando al bebé.

El traqueteo de un carruaje y el estruendo de unos cascos rompieron la tranquilidad del momento familiar. El lando de Louisa se detuvo frente al porche. La mujer, con una expresión de gravedad en e1 rostro, descendió rápidamente del coche y subió por las escaleras a paso ligero, apartando a George de su camino e irrumpiendo en la escena sin preámbulos. Antes de abrir la boca, le arrebató el vaso a Brandon y apuró la copa de un trago.

Luego depositó el vaso en la mesa con una mueca de desagrado.

—Bien, Brandon —espetó—. Una vez más has conseguido ser el centro de los cotillees de Charleston.

Brandon miró a la intrusa con una expresión de interrogación y la mujer se explicó casi sin aliento.

—Han encontrado asesinada a Sybil esta mañana. —Ante la sorpresa de Heather la mujer esbozó una media sonrisa—. Y ayer, en la calle Meeting, te vieron en su compañía. De hecho, parece ser que fuiste la última persona que habló con ella.

Una sensación fría y horrible empezó a crecer en el interior de Heather.

Apretó el muslo de su marido, y éste, a su vez, presionó su mano para tranquilizarla. El silencio llenó la habitación y todos los presentes contuvieron la respiración por unos segundos. Al ver las manos apretadas, Louisa se irguió, arrugó la frente y prosiguió hablando desenfrenadamente.

—La encontraron en los bosques, a las afueras de la ciudad, con el cuello roto. La habían maltratado brutalmente. Pobre chica, y nadie la echó de menos en el baile ayer noche ¿verdad? Le habían arrancado la ropa y el médico afirma que la violaron. —Arqueó de nuevo la ceja mirando a Heather deliberadamente, luego sonrió a Brandon—. Por supuesto, sé que nunca has tratado a una mujer de ese modo, querido, pero el sheriff tiene algunas dudas. De hecho, llegará aquí muy pronto. Parece ser que la señora Scott tiene una idea de quién puede haber sido la bestia.

Jeff soltó una fría carcajada en medio del silencio.

—Como de costumbre, la lengua de Maranda Scott supera su actividad cerebral —espetó. Louisa lo miró con desprecio.

—Han salido a la luz una serie de extrañas circunstancias acerca de las cuales estoy convencida de que el sheriff te interrogará. Pero claro. —Soltó una risilla estúpida y lanzó una mirada llena de odio a Heather—. Brandon puede explicarlas todas. —Se volvió hacia él y exigió—: Sólo dime dónde te metiste ayer noche, querido.

Heather, sin soportarlo por más tiempo, salió en defensa de su marido.

—Estuvo conmigo toda la noche, Louisa, y todo el día de hoy y puedo dar fe de ello —constató.

—¡Oh! —exclamó Louisa entornando los ojos hacia el bebé—. Y supongo que tendrás otro retoño para probarlo. Pero entonces... —Se volvió hacia Brandon—. Supongo que dejarla embarazada es la mejor manera de probar tu inocencia, ¿no, querido?

Heather ahogó un grito ante los insultos maliciosos de la intrusa, pero los dos hermanos se levantaron violentamente de sus asientos. La mirada de Branden se obscureció y el tic nervioso reapareció en su semblante. Avanzó hacia ella con las manos medio aleadas como si fuera a estrangularla y Louisa reflejó el miedo en sus ojos. Pero Branden consiguió controlarse ante lo cual la mujer esbozó una sonrisa frívola y espetó:

—Chist... Debes vigilar ese mal genio, querido. ¿Qué va a decir el sheriff? —

Se volvió—. De todos modos, ahora debo marcharme. No creo que le guste que te haya prevenido. —De camino hacia la salida soltó una carcajada—.

Saldré por la parte trasera, así no sabrá que he estado aquí. Gracias, querido.

Pocos minutos después su carruaje rodeaba la mansión y se alejaba por el camino. Heather cogió en brazos al bebé berreador y los tres adultos se miraron consternados.

—Quien crea que has tenido algo que ver con el asesinato de Sybil, está loco Bran —dijo furioso Jeff, depositando de golpe el vaso sobre la mesa.

Blasfemó en voz baja y empezó a caminar por el salón—. Esa estúpida...

Todos lo viciosos de la ciudad llamaban a su puerta. Pero ¿por qué alguien desearía inculparte a ti? Dios santo, si ni siquiera te habías fijado en ella. Y

estoy seguro de que si lo hubieras hecho, ella te habría violado a ti.

Heather alzó la vista hacia su marido, preocupada, mientras intentaba calmar a Beau que berreaba impaciente demandando su cena.

Fue Branden el que habló con tranquilidad.

—Naturalmente la señora Scott está preocupada y es responsabilidad de Townsend como sheriff investigar todas las posibilidades, incluyendo los delirios de una señora histérica. Ayudé a Sybil a llevar los paquetes a su carruaje ayer, y estoy seguro de que hubo mucha gente que nos vio juntos.

Pero por ello no deberían pensar que yo soy el asesino. Townsend no es tonto. Atenderá a razones.

Heather intentó levantarse con el bebé en brazos y, al verlo, Brandon se apresuró a ayudarla. El hombre la miró a los ojos de tal forma que disipó cualquier duda que la joven pudiera tener. Era imposible que fuera capaz de mirarla con tanta ternura y tanto amor y ser culpable de un acto tan horrible. La joven lo besó suavemente, sin prisas.

—No estaré arriba mucho tiempo —aseguró en voz baja al separarse. Se marchó de la habitación y subió las escaleras con Beau en brazos.

Cuando Heather descendió tras haber amamantado y acostado al bebé, oyó una voz desconocida. La réplica furiosa de su esposo hizo que se detuviera en las escaleras.

—Maldita sea, Townsend, es una pregunta estúpida

—maldijo Brandon—. No, nunca me acosté con ella. No la encontraba atractiva ni deseable, y me habría resultado físicamente imposible excitarme con ella.

—La señora Scott no dice lo mismo, Bran —apuntó el sheriff—. Ella afirma que mantenías una aventura secreta con Sybil desde hace años... que cuando empezó a ver a otros hombres después de tu matrimonio te pusiste celoso, y que en un arrebato de ira la violaste y luego la asesinaste.

—¡Eso es una sarta de mentiras! —exclamó Brandon colérico—. Es incuestionable que Maranda cree que obtendrá algún tipo de compensación por su lengua viperina. Ha estado intentando casarme con su hija durante años, pero te juro Townsend, por la tumba de mi madre, que jamás toqué a esa chica.

—He oído que ayer noche celebrasteis un gran baile

—comentó el sheriff con un marcado acento sureño—.

Y también he oído que algunos invitados decían que estabas de muy mal humor.

—Nuestra atenta Loui, sin duda —apuntó Jeff despectivamente.

—Le aseguro, Townsend —declaró Branden—, que mi comportamiento de ayer noche no tuvo nada que ver con Sybil. Ni me había enterado de su ausencia en el baile hasta que Louisa nos lo ha dicho hace escasos minutos.

—Entonces ¿cuál fue el motivo de tu irritación?

—inquirió Townsend. Jeff se echó a reír.

—Estuvo intentando evitar que los invitados devoraran a su esposa con los ojos.

—Luego, parece ser que tienes ataques de celos —observó el policía.

—Por lo que respecta a mi esposa, sí —admitió Brandon.

—¿Y por qué solamente ella? Pudiste sentir lo mismo hacia Sybil con ese temperamento —apuntó Townsend.

Brandon soltó una carcajada.

—Es indudable que no ha visto nunca a mi esposa, porque si lo hubiera hecho, entendería enseguida todo este asunto. Al lado de la señora Birmingham, Sybil quedaba en evidencia.

Townsend se aclaró la garganta y prosiguió, reticente. —Entre tus amistades corre el rumor de que no duermes con tu esposa, Bran. ¿Es eso cierto?

Al oír el comentario, a Heather se le encendió la sangre. Entró bruscamente en el salón donde se encontraban los tres hombres y se encaró con el extraño, que la miró sorprendido durante unos segundos y, ruborizado, bajó la cabeza. Townsend era tan alto como los Birmingham pero mucho más pesado. Era extraño ver cómo un hombre tan grande se moría de vergüenza. Se dirigió a su esposo, deslizó una mano por su cintura y habló en un tono comedido.

—Lo que ha oído es falso, señor —lo corrigió la joven. —Es cierto que cuando estaba embarazada dormíamos en habitaciones separadas, pero no veo nada raro en ello si una mujer tiene un esposo tan atento como el mío.

Temía hacer daño al bebé o a mí mientras dormía.

—Con una expresión inquisitiva preguntó al hombre—:

¿Es usted tan considerado con su esposa, señor?

Nervioso, Townsend musitó una respuesta negativa, luego tosió y corrigió su contestación sonrojado.

—No estoy casado, señora. Jeff rió para sí.

—Ah —Heather suspiró, alzando la cabeza—. Entonces sabe usted muy poco acerca de mujeres en estado. Pero en lo tocante a su pregunta:

¿Dormimos juntos? Sí, señor, lo hacemos. —Sus ojos brillaron de rabia—. Y

soy una esposa muy exigente, señor, y no puede existir la posibilidad de que mi marido pudiera desear a otra mujer, y mucho menos asaltarla.

Heather finalizó la frase furiosa y Jeff le dio un golpe en la espalda a Townsend riendo ligeramente.

—Será mejor que le prevenga, Townsend. Nuestra dama es medio irlandesa, así que cuando el asunto lo requiere, no duda en enseñar las uñas.

El sheriff, incómodo, miró alrededor manoseando el sombrero.

—Bien, puedo ver que lo que dices es cierto, Brandon, pero espero que comprendas que debo comprobar cada detalle en un asunto tan desagradable como éste.

—Se volvió para marcharse, no sin antes disculparse de nuevo.

Los tres Birmingham oyeron alejarse el carruaje como perseguido por el demonio, y exhalaron un suspiro aliviados.

—Nunca había visto a Townsend tan avergonzado

—afirmó Jeff riendo—. Creo que por lo que a él respecta, Bran, eres tan inocente como un recién nacido.

—Gracias a mi exigente esposa —apuntó Branden, animado.

Heather se separó de él y lo miró con la cabeza alta.

—Era demasiado personal —observó—. Tenía que pararle los pies.

—Cariño, lo hiciste en cuanto apareciste por la puerta —dijo Jeff con una sonrisa.

Poco después. Branden cerró la puerta del dormitorio y se situó detrás de Heather, sentada en el tocador, para desabrocharle el vestido. Ella le sonrió a través del espejo y apoyó su mejilla en su mano mientras él le acariciaba el hombro.

—Oh, Branden, te quiero tanto —dijo—. Si un día te cansaras de mí y buscaras a otra, me moriría.

Él se arrodilló y la atrajo hacia sí con fuerza, depositando un beso en su cabello perfumado.

—Nunca he hecho nada a medias tintas y mi amor por ti no es una excepción, Heather —respondió—. Cuando digo que una persona es amiga mía, me comprometo con ella por entero, de la misma forma que, cuando afirmo que tú eres mi amor, me doy a ti en cuerpo y alma.

Heather esbozó una sonrisa y suspiró.

—Debe de ser obvio que temo a Louisa y supongo que también temía a Sybil —confesó—. La pobre chica te amaba tanto que con pasar un momento contigo ya era feliz. Yo soy más egoísta. Quiero estar contigo a todas horas sin tener que compartirte con nadie.

—¿Crees que yo siento de forma distinta de ti, mi amor? —preguntó en voz baja—. Señor, mataría al hombre que intentara separarte de mí. Y ninguna mujer puede alejarme de tu lado. En cuanto a Sybil... era una chica ingenua y confundida que esperaba comerse el mundo, y de todos modos habría acabado mal.

—¿Tienes idea de quién pudo haberla asesinado, Branden? —inquirió Heather.

Él dejó escapar un suspiro y empezó a desvestirse.

—No lo sé, cielo. Muchos hombres la cortejaban... incluso algunos que estaban casados.

—¡Casados! —exclamó ella, asombrada. Se levantó y se quitó el vestido, dejándolo caer al suelo—. Seguro que su madre...

—¡Esa bruja estúpida! —gruñó Branden—. Cuando Sybil no pudo conseguir un marido rico, la señora Scott dejó de interesarse por lo que hacía su hija.

Sam Bartiett era uno de los pretendientes de Sybil.

—¡Sam Bartiett! —exclamó Heather casi sin aliento. Recordaba muy bien la experiencia vivida con él.

—El mismo —apuntó Branden en tono áspero.

—Y el sheriff Townsend viene aquí a interrogarte cuando ese hombre se paseaba a sus anchas. ¡Imagínate! —masculló Heather, furiosa.

Branden soltó una carcajada.

—Tranquila, cielo —dijo—. Puede que sea un viejo obsceno, pero no por ello tiene por qué ser un asesino.

—Cualquier hombre que forzara a sus esclavas...

—Chist —la interrumpió besándole el hombro y acariciándole el pecho por dentro de la enagua—. No hablemos de él. Hay cosas mucho más interesantes de las que hablar... como lo hermosa que estás sin ropa. —Le quitó la prenda con las manos—. Así está mejor. —Sonrió y la cogió en brazos—. Tendrás que aprender a desvestirte más rápido si quieres conservar tus enaguas.

Antes de que Branden la besara, ella murmuró:

—A quién le importa una enagua vieja.

Los largos días de verano se convinieron en semanas, y julio pasó con el decimonoveno cumpleaños de Heather. Al no descubrir el autor del crimen, el asesinato de Sybil dejó de ser un tema de conversación. Todos sus pretendientes conocidos habían tenido una coartada aquella noche. Sin embargo, muchas mujeres seguían mostrándose excesivamente cautas en los callejones, las entradas oscuras y los bosquecillos durante la noche.

Con el paso del tiempo, Heather fue sintiéndose cada vez más segura en el papel de esposa de Branden, desempeñando las tareas propias de su posición, con una eficiencia extraordinaria. Disfrutaba compartiendo el dormitorio con él; su presencia en la enorme cama durante las noches. Se deleitaba al sentir sobre el cuerpo las manos de su marido. Lo conocía mejor que a ella misma. Hacer el amor era un arte, en el que era un ma-estro por derecho propio. Su técnica era tan imprevisible como sofisticada.

A veces la cortejaba, la mimaba, la seducía como si no existieran los lazos del matrimonio, como si ella fuera todavía una doncella. Le hablaba con dulzura, la excitaba, la mordisqueaba hasta que todo su cuerpo se estremecía de placer. Luego había otras noches en las que Heather, de forma inocente, encendía su pasión, y como respuesta él le rasgaba la ropa riendo y la echaba en la cama poseyéndola con una violencia que casi conseguía volverla loca de goce. Ambos acababan jadeando exhaustos, pero habiendo sentido la mayor de las satisfacciones. Branden le enseñó a gozar de los juegos eróticos como tiempo atrás le había prometido que lo haría. La animaba a ser, además de una esposa, una amante que se entregara libremente, que despertara sus deseos para luego satisfacerlos, cosa que al final le había resultado una tarea bastante sencilla.

—¿Hay hombres tan románticos? —preguntó Heather una noche mientras Brandon yacía sobre ella—, ¿Tienen las esposas la suerte de contar con esposos tan amorosos?

Branden sonrió y le apartó el cabello del rostro.

—¿Tienen los esposos la suerte de contar con zorras tan seductoras como mujeres? —contestó su pregunta con otra—. ¿Son las demás mujeres tan hermosas y deseosas de complacer a sus maridos?

El mes de agosto comenzó con un día soleado y caluroso. Muchas familias se trasladaron a la ciudad en busca de la fresca brisa marina. Los Birmingham pasaron varios días como invitados de la señora Clark en su mansión de la playa. La anciana había disfrutado contando a sus amistades que Brandon y su joven esposa realmente compartían el lecho y eran, ciertamente una pareja de lo más amorosa.

Poco después, Brandon había tenido que irse al molino para poner al día los libros de contabilidad, y los Webster habían extendido la invitación a Heather para que fuera con su hijo a cenar. La primera vez que vio a Leah, Heather se quedó sorprendida ante el cambio que había experimentado la mujer, pues ahora la señora Webster poseía cierta belleza. Había ganado algo de peso y el sol había bronceado su piel y aclarado su cabello rubio.

Sus ojos azules habían perdido la tristeza y parecía varios años más joven que antes.

—Qué aspecto tan espléndido tiene. Branden —comentó Heather mientras su esposo la ayudaba a descender del birlocho—. Parece otra persona.

Él asintió mientras Jeremiah bajaba las escaleras de la casa a toda prisa y les daba la bienvenida. Leah ayudó al menor de sus hijos a bajar los escalones, siguiéndolo de cerca mientras el pequeño caminaba torpemente detrás de su padre. La mujer saludó a Branden amistosamente, pues ya estaba acostumbrada a su presencia en el molino, y sonrió con timidez a Heather, que no pudo contener un comentario acerca de su aspecto.

—Oh, Leah, no hay duda de que las Carolinas te han sentado bien —le dijo alegremente—. Estás tan hermosa.

La mujer se ruborizó, halagada, mientras Jeremiah le pasaba un brazo por los hombros.

—He intentado decírselo, pero cree que no lo digo en serio —comentó el señor Webstcr.

—Nunca me había sentido tan bien —admitió Leah cohibida—. Y apenas noto que hay otro bebé en camino.

Heather y Branden esbozaron una sonrisa, sorprendidos ante la buena nueva, y les felicitaron.

—A mi esposa le llevará unos cuantos años alcanzarla, Leah —bromeó Brandon—. Pero tengo razones para sospechar que lo hará. Hice poco más que mirarla y se quedó de éste.

Beau contemplaba a los extraños desde la segundad de los brazos de su padre, sin importarle que hablaran de él. Heather lanzó una mirada de reprobación a su marido, quien se echó a reír sonrojándose un poco.

—Nadie puede negar de quién es, señor Birmingham —aseguró Leah—. Es igual que usted y con esos ojos verdes no hay equivocación posible.

Branden sonrió con orgullo y le susurró algo a su hijo haciéndole reír. Con los dos rostros juntos no había duda de que eran padre e hijo. El bebé tenía los ojos iguales a los de Branden: verde esmeralda con largas pestañas negras. Heather supo entonces que si no hubiera vuelto a ver a Branden tras su huida del Fleetwood, siempre lo habría recordado al mirar a su hijo.

—¿Querrá venir conmigo? —preguntó Leah con los brazos abiertos.

Pero Beau declinó su ofrecimiento con un gruñido y se volvió para apoyar la cabeza sobre el hombro de su padre.

—No te sientas mal, Leah —se disculpó Heather—. No dejaría a su padre por casi nadie. —Ladeó la cabeza para estudiar el rostro de su marido y prosiguió con un brillo en los ojos—. Debe de ser la barba.

El comentario arrancó las carcajadas de los cuatro, mientras los hijos de los Webster deambulaban por el porche intentando ver al pequeño Birmingham. Al cabo de un momento, la mayor de las niñas persuadió a Beau para que dejara a su padre y se marchó paseando orgullosa con el bebé en brazos. Poco después, Jeremiah se disculpó para atender sus quehaceres en el molino y se alejó con Branden. Las mujeres se relajaron en las mecedoras del porche; la señora Webster se levantaba de vez en cuando para vigilar la comida.

—Me hace más ilusión este bebé que cualquiera de los anteriores —confesó Leah con timidez—. Antes, como no disponíamos de dinero, siempre albergábamos dudas y temores. A veces teníamos buena suerte, pero casi siempre mala. Ahora nos da la impresión de estar en el paraíso y en nuestras plegarias se lo agradecemos a su esposo. Nos sacó de la nada para dárnoslo todo.

Heather dejó de beber el té, con los ojos anegados en lágrimas.

—Es extraño, Leah, pero es exactamente lo que me ocurrió a mí. Me arrancó de una pesadilla para devolverme felicidad. Mi vida no era nada hasta que apareció él.

Leah la observó durante unos segundos.

—Lo ama mucho, ¿verdad? —preguntó suavemente.

—Sí—admitió rápidamente Heather, y dejó escapar un suspiro antes de proseguir—. Lo amo tanto que a veces hasta me da miedo. Nuestra vida es tan perfecta que temo que ocurra algo malo, y si lo perdiera a él o a su amor, me moriría.

Leah esbozó una sonrisa.

—La primera vez que vi a su marido, señora Birmingham, estaba sentado solo en una posada, en el norte. Había varias mujeres pintarrajeadas que lo observaban admiradas desde lejos, pero él no les echó ni un solo vistazo.

Sólo contemplaba, pensativo, el vaso de vino, y por su aspecto no había duda de por qué estaba triste. Luego nos explicó que usted estaba aquí, embarazada de SU hijo» y su expresión cambió. Entonces pensé que debía de quererla mucho. Desde entonces lo he ido conociendo y he comprobado que mi primera impresión era certera. Nunca he visto a un hombre que ame tanto a su esposa.

Heather se secó una lágrima y se disculpó riendo.

—Parece que hoy estoy un poco sensible; lloro por todo. No piense mal de mí, Leah. No suelo llorar. Leah le sonrió dulcemente.

—Al revés, señora Birmingham, en todo caso pienso mejor. Una mujer que derrama una lágrima o dos por el amor de su esposo, es que es muy sensible a la vida.

Poco después, Leah preparó un poco de limonada para los invitados, los niños y los trabajadores del molino. Pidió a Heather que les acercara a los hombres unos vasos y, al llevarles la bandeja, ésta pudo ver el molino en funcionamiento por primera vez. Los pinos altos descollaban sobre los edificios y el olor a brea que desprendía el tanque de ebullición del patio llenaba el aire. Troncos gruesos flotaban en la represa del molino, y más allá, se veía girar la gigantesca rueda hidráulica. El zumbido de las sierras y la yunta de las muías que tiraban de los troncos para llevarlos hasta sus fauces, formaban un verdadero caos sonoro. Varios hombres estaban sobre un armazón alrededor del tanque, controlando la pasta que se había formado en la parte superior de la caldera.

Heather encontró al señor Webster fuera del molino, discutiendo con varios obreros. Al verla, la saludó con una sonrisa afectuosa, y se ofreció a ayudarla con la bandeja. Pero ella declinó su ayuda y les sirvió la bebida mientras el capataz la presentaba como la esposa del señor Birmingham.

Los trabajadores asintieron con la cabeza admirados y observaron cómo se alejaba, maravillados ante su belleza, hacia un edificio más pequeño, donde el señor Webster le había dicho que se encontraba su esposo. El capataz dio una orden enérgica para que los hombres cerraran la boca y continuaron con su tarea, lanzando miradas furtivas a la muchacha por encima del hombro.

Heather permaneció durante unos segundos junto a la puerta de la sórdida oficina. Ésta disponía de los muebles esenciales y sus paredes de madera jamás habían sido empapeladas o pintadas de blanco. Su esposo estaba sentado sobre un taburete alto junto al escritorio, de espaldas a ella. Como hacía tanto bochorno, se había quitado la camisa para aprovechar la brisa fresca que de vez en cuando se colaba por las ventanas abiertas. Heather contempló encantada su espalda musculosa y sonrió al pensar en acariciarla. Al moverse, una de las tablas de madera del suelo crujió, y Brandon se volvió. Al ver la silueta de su esposa en la puerta, suspiró aliviado. Por fin lo rescataba de la tediosa contabilidad. El hombre se acercó sonriente y cerró la puerta tras ella. Depositó la bandeja sobre una mesa rudimentaria y se llevó el vaso de limonada a la boca, apurándolo de un trago.

—Ah. —Brandon suspiró—. Era justamente lo que necesitaba para combatir mi aburrimiento, una bebida refrescante. —La abrazó—. Y una muchacha hermosa con la que regodearme.

Heather se echó a reír, arrimándose a su torso poblado de vello.

—Recuerdo que una vez te interrumpí mientras trabajabas y te enfadaste muchísimo conmigo. ¿Acaso tu trabajo es menos apetecible ahora, o yo lo soy más? —bromeó la joven.

Branden la besó en la cabeza y se puso serio.

—Perdóname por aquello, mi amor —se disculpó—. Fui muy cruel ese día.

Tu negativa a compartir la cama me hizo demostrar lo zopenco que puedo llegar a ser.

—¿Mi negativa? —protestó Heather—. Pero Brandon, jamás hice nada por negarte tus derechos. Fuiste tú el que se negó a dormir conmigo en el Fleetwood tras mi enfermedad y el que me rechazó la primera noche que llegamos a Harthaven. Yo estaba felizmente dispuesta a complacer tus deseos maritales en ambas ocasiones, pero tú decidiste marcharte a tus lechos solitarios.

—Veo que nuestro matrimonio ha estado lleno de malentendidos —

murmuró Branden—. Tú tenías la idea equivocada de que debido a nuestro matrimonio y desde la primera noche de verano en la que te tomé, mi deseo por ti había disminuido. Y yo estaba convencido de que no soportabas que te tocara y que lucharías conmigo si trataba de poseerte. Es extraño el modo en que las mentes han jugado en nuestra contra. Debimos hacer caso a nuestros instintos. —Se inclinó para besarle el cuello—.

Habríamos podido disfrutar del amor mucho antes.

Heather sintió un hormigueo por todo el cuerpo y supo que, mientras su corazón latiera, seguiría estremeciéndose cada vez que su esposo la tocara.

Su alma era de él y su cuerpo respondía más a la voluntad de su marido que a la suya propia. Branden tenía el poder de hacer que su vida pareciera un sueño maravilloso o, como había ocurrido tiempo atrás, hacer que el infierno, a su lado, pareciera un paraíso terrenal. Era de él sin restricciones.

Branden cubrió su cuello de besos hasta llegar al hueco de la garganta, en la que su descenso se vio obstaculizado por una serie de volantes blancos.

Entonces sus manos empezaron a juguetear con los botones del vestido mientras susurraba palabras cariñosas al oído de su esposa. Le desabrochó el segundo botón, el tercero... el séptimo... hasta llegar al último. Sin dejar de sonreír, lo abrió, luego le bajó la enagua, dejando sus senos al descubierto y a ella casi sin respiración. Besó su cuerpo suave, ahora desnudo, haciendo que temblara ante la intensidad ardiente de cada beso.

—Puede entrar alguien, Branden —susurró Heather, casi sin aliento.

—Mataré al primero que se atreva a abrir esa puerta —soltó Branden sin detener sus caricias.

—Pero ¿y si alguien irrumpe de pronto? —protestó ella débilmente, casi sin poder resistirse.

Las manos expertas se deslizaron hasta la espalda de la muchacha y la atrajeron hacia él hasta que los pezones rozaron su torso desnudo.

—Tendría que haber un cerrojo en la puerta —murmuró Branden con voz ronca mientras le besaba la frente—. Y una cama sería de agradecer. Estas sillas son de lo más incómodo. —Exhaló un suspiro y se apartó un poco exasperado—. Muy bien, señora. Me rindo ante sus súplicas.

Heather se subió la enagua, todavía angustiada. Intentó abrocharse el vestido, pero sus dedos tropezaron torpemente y decidió aminorar los movimientos para disimular su falta de destreza con los cierres. Ahora Branden la observaba desde el escritorio con una mirada intensa pero amorosa. Ella alzó la vista y se encontró

con los ojos verdes esmeralda, que consiguieron que se ruborizara y se hiciera un lío con las cintas y botones. Branden se echó a reír acercándose a ella y apartando sus manos.

—Mi amor, tientas al más santo —comentó él—, de modo que será mejor que te vistas de nuevo antes de que te haga el amor aquí mismo.

Al dejar la oficina todavía tenía las mejillas coloradas y, estaba tan despistada, que casi tropieza con Alice, una de las niñas pequeñas de los Webster, que estaba a cuatro patas inspeccionando una seta.

—Oh, señora Birmingham, mire lo que he encontrado —dijo Alice.

Heather se agachó junto a ella.

—¿Crees que pertenece a un duende que vive en el bosque? —inquirió con una sonrisa.

La niña alzó la vista con los ojos, muy abiertos y ansiosa.

—¿De verdad lo piensa? Quizá se la olvidó.

—Es muy posible —respondió Heather, disfrutando de la agitación de la chiquilla.

—¿Podemos entrar en el bosque para buscarlo? —preguntó Alice.

—Claro. A lo mejor encontramos un corro de hadas —apuntó Heather.

—¡Oh, sí vamos! —exclamó la niña, tirando de su brazo.

Riendo, Heather dejó que Alice la guiara hasta el bosque. Éste era tan frondoso que sólo lo penetraban ocasionales rayos de sol. Pronto llegaron a un claro, en el que un pájaro llamaba a su compañero y una ardilla sentada parecía regañarlas desde la rama de un árbol. Un roble dominaba majestuosamente el lugar y pequeñas flores salvajes cubrían la tierra. Los pinos despedían un perfume tan dulce como las flores de vivos colores.

—Aquí es donde yo viviría si fuese un duende —afirmó Alice, dando vueltas con los brazos extendidos. Heather esbozó una sonrisa.

—¿Habías estado aquí antes, Alice? —preguntó.

—Sí, señora. Muchas veces.

—Es un lugar encantado —comentó Heather—. Me gusta.

—Oh, señora Birmingham, sabía que le gustaría —gritó Alice alegremente.

Heather se echó a reír y apartó el cabello rubio de los ojos de la niña. Luego miró a su alrededor.

—Pero no hay rastro del duende, ¿no? La chiquilla frunció el entrecejo.

—No, señora —contestó—. Pero creo que hay uno que me está mirando.

Puedo sentirlo —comentó sonriendo de nuevo.

Heather sonrió, disfrutando tanto como Alice.

—Eso es incluso mejor que encontrar el lugar donde vive ¿no crees? —

observó—. No todo el mundo tiene la suerte de que le observe un duende.

Quizá tendríamos que hacer ver que no nos hemos dado cuenta.

Dos hoyuelos se dibujaron en las mejillas de la niña al sonreír, y le brillaron los ojos.

—¿Qué debemos hacer?

—Cogeremos flores y te haremos creer que no sabemos que está aquí —

indicó Heather—. Quizá entonces aparezca.

—Oh, sí. Vamos —dijo Alice.

Heather vio cómo la niña se alejaba, fingiendo más entusiasmo por las flores que por el duende que según ella la vigilaba. Con poco interés en lo invisible, Heather se dedicó a componer un ramo para la mesa de la señora Webster. La chiquilla, cansada pronto del duende de las flores, se dedicó a perseguir una mariposa durante un rato, hasta que al final regresó al molino. Entretanto, Heather siguió recogiendo tantas margaritas y lirios como le fue posible.

Transcurrió bastante tiempo ocupada en la tarea, antes de tener la extraña sensación de que alguien la observaba también a ella. El cabello de la nuca se le erizó al tiempo que un escalofrío le recorría la columna vertebral. Se volvió lentamente para comprobar si sus sospechas eran ciertas, medio esperando encontrarse con el duende imaginario de Alice, pues de una cosa estaba segura: la vigilaban. Buscó con los ojos en la densidad de los árboles hasta que al final lo vio. No era un duende, sino un hombre montado a caballo, a unos setenta metros de distancia. Su figura era oscura y siniestra, pues a pesar del calor que hacía, una capa negra cubría todo su cuerpo. El cuello alto y rígido de la prenda y un sombrero negro ocultaban su rostro, dejando entrever apenas sus ojos. El extraño empezó a avanzar lentamente, amenazador. Heather, incapaz de huir, empezó a retroceder con cautela. El hombre animó al caballo a agilizar el pasó. Entonces la joven se volvió, gritando presa del pánico, y atravesó el claro corriendo en dirección al camino serpenteante que conducía al molino. Caballo y jinete ganaron terreno casi alcanzándola. Los golpes de los cascos contra el suelo sonaron como hierro contra metal en sus oídos. Heather chilló, dejando caer las flores al suelo, esquivando los árboles. Echó una ojeada hacia atrás por encima del hombro para ver la figura espantosa persiguiéndola. De pronto, de algún lugar delante de ella, Heather oyó la voz de su esposo llamándola a voz en cuello. El hombre se detuvo para escuchar. Sonaron unos azotes y la muchacha huyó en su dirección pronunciando entre sollozos el nombre de Branden. El jinete tiró de las riendas para detener al animal, haciendo que se encabritara, dieron media vuelta y se adentraron de nuevo en el bosque. Antes de que

desapareciera en la oscuridad, Heather consiguió echarle un último vistazo a su espalda. Había algo familiar en él que no podía explicar con palabras.

Branden llegó corriendo de entre los árboles. Heather se echó en sus brazos llorando.

—¡Oh, Branden, era horrible! —gritó—. ¡Horrible!

—¡Cielo santo! ¿Qué ha ocurrido? —inquirió él—. Iba a buscarte para comer y te he oído gritar. —La estrechó entre sus brazos—. Estás temblando como un azogado.

—Había un hombre... a caballo —dijo ella, ahogándose con el llanto—. Me perseguía. Casi me atrapa. Branden la apartó de él para mirarle a los ojos.

—¿Quién era? ¿Lo habías visto antes? —quiso saber. Heather negó con la cabeza. —No. No —repuso—. Llevaba un sombrero y una capa, y no pude verlo con claridad. Estaba recogiendo flores y sentí que me estaban vigilando. Al verlo, empezó a acercarse y cuando me puse a correr, me persiguió. —Se estremeció—. Parecía un ser diabólico. Branden.

Él volvió a abrazarla con fuerza, intentando apaciguar sus temores.

—Ya ha pasado, cielo —murmuró—. Ahora estás a salvo en mis brazos y no dejaré que nadie te haga daño.

—Pero ¿quién puede haber sido. Branden? —preguntó Heather—. ¿Qué hacía aquí?

—No tengo ni idea, mi amor —respondió—, pero todavía no han cogido al asesino de Sybil. Será mejor que no pasees sola. Debemos avisar a los Webster también. Si el hombre vuelve, no me gustaría que se encontrara con la mujer o las niñas en su camino. Voy a poner a varios vigilantes. Eso lo mantendrá alejado.

—Me ha hecho tirar las flores —dijo llorando al darse cuenta—. Cogí un ramillete para la mesa de Leah, pero me asusté tanto que las dejé caer.

Branden soltó una sonora carcajada.

—Está bien, cielo. Volveremos a recogerlas. —Le secó las lágrimas con el dobladillo de su vestido—. Ahora deja ya de llorar antes de que tu nariz se ponga colorada. —La besó—. Ya no estás asustada, ¿verdad?

Heather se apoyó en él.

—Contigo aquí, no.

Los temores de Heather volvieron a aparecer al llegar a Harthaven. Joseph les anunció que la señorita Louisa Wells les esperaba en el salón. La joven miró a su marido y comprobó que estaba nervioso y preocupado. Entró en el salón con el bebé en brazos detrás de él.

Louisa, atractiva, estaba sentada en el sillón favorito de Branden, vestida con un hermoso traje de muselina. Se había servido un poco del whisky de Jeff con un chorrito de menta. Sonrió a Branden por encima del vaso, luego apoyó la cabeza en el sillón.

—Tienes buen aspecto —dijo con voz perezosa—. Pero claro, querido, siempre lo tienes. —Lo devoró con los ojos antes de dirigirse a Heather—.

Pobre querida, debes encontrar espantoso el calor de las Carolinas viniendo de Inglaterra. La pequeña flor parece un poco marchitada.

Heather se sentó en una silla con afectación y se atusó nerviosamente el cabello. Brandon, imperturbable, se dirigió al bar para servirse un trago.

—¿A qué debemos este inesperado... placer, Louisa? —inquirió con sarcasmo. Se colocó detrás de heather con la bebida—. No te habíamos visto desde que viniste a anunciarnos la muerte de Sybil, y me pregunto de qué nos vas a informar ahora. Espero que no sea de otro asesinato.

Louisa se echó a reír con calma.

—Claro que no, querido —contestó—. He ido a visitar a mi tía a Wilmington y acabo de regresar. Quería

presentaros mis respetos a todos. Estoy decepcionada de que no me hayáis echado de menos. —Dejó escapar un suspiro y se levantó—. Pero me temo que no habéis tenido mucho tiempo para vosotros. —Echó una ojeada a Heather con los párpados entornados y le entregó un paquete envuelto—.

Esto es para Beau, querida, una pequeña cosa que compré en Wilmington.

No... —Sonrió con suficiencia—. No le había prestado mucha atención ames.

Heather bajó la mirada dándole las gracias, pero le resultó imposible hablar.

Su confianza estaba tambaleándose. El susto que se había llevado durante la tarde había crispado sus nervios y ahora, frente a Louisa, estaba tensa e insegura. Desenvolvió el regalo. Era una taza de plata con un grabado que rezaba «Beau» y el año,«1800».

—Gracias, Louisa —dijo suavemente—. Es encantador.

Louisa notó el estado de su adversaria y aprovechó la ocasión.

—No me hubiera sentido bien si no le hubiese regalado algo al hijo de Brandon. —Echó un vistazo al bebé, estirándose en los brazos de su madre, y prosiguió—. Después de todo, con lo unidos que estamos... que está-

bamos. —Sonrió—. Hubiera sido de muy mal gusto ignorar a su hijo. ¿No estás contenta, Heather, de que se parezca tanto a su padre? Quiero decir...

hubiese sido una lástima que se pareciera a tí, aunque era lo que yo estaba esperando. Sabía que la pequeña sería la viva imagen de su madre. Quizá porque es también como un bebé.

Heather no supo qué decir. Era muy duro tener que permanecer sentada mientras la mujer intentaba contrariarla. Pero Brandon no fue tan cortés.

—¿Qué demonios quieres, Louisa? —preguntó, enojado.

La mujer hizo caso omiso de él y se inclinó sobre Beau, exhibiendo cada centímetro de su abundante busto. Le hizo cosquillas en la barbilla, pero el niño no tenía humor para jugar con extraños al minuto de despertar, así que empezó a berrear tirando del cuello del vestido de su madre.

Louisa se irguió lanzando una mirada colérica a Heather, que trataba de sosegar al bebé. Branden esbozó una sonrisa al observar a la mujer por encima del vaso. Como no había forma de calmar a Beau, Heather tuvo que desabrocharse el vestido, no sin antes lanzar a Louisa una mirada de odio, y darle el pecho al niño. El bebé se tranquilizó en el acto sin dejar de observar a Louisa con recelo. Brandon soltó una carcajada y dio un cachete en el trasero de su hijo antes de sentarse junto a su esposa.

Heather desvió su atención del bebé un segundo y descubrió una expresión en el rostro de la invitada. Fue tan breve, que por un momento creyó que tal vez se la había imaginado. ¿Podía ser que por fin la mujer se hubiera dado cuenta de lo que significaba ser la madre del hijo de Brandon? Era un vínculo muy difícil de romper, Brandon amaba a su hijo. Era evidente. No iba a cambiar a k madre tan fácilmente.

Louisa sintió que estaba perdiendo terreno y trató de recuperarlo, pero se equivocó.

—Creo que es adorable el modo en que te ocupas de amamantar a tu hijo, Heather, en lugar de contratar a una nodriza —comentó—. Muchas mujeres lo harían, ¿sabes? Pero ya veo que tú eres de las que disfrutan haciendo cosas como ésta. Por supuesto, le exige mucho a una mujer. Yo creo que no podría atarme tanto.

—No, imagino que no podrías —intervino Brandon—. Por eso nunca nos hemos llevado bien, Louisa.

Louisa retrocedió un paso, como si la hubieran golpeado, e intentó rectificar sus palabras.

—Lo que quiero decir... es que no podría dedicar toda mi atención al bebé y no hacer caso a mi marido

—apuntó.

—¿Crees que ella hace caso omiso de mí, Louisa?

—inquinó él con sarcasmo—. Porque si es así, permíteme que te corrija.

Heather posee la maravillosa habilidad de hacer que tanto su hijo como su esposo se sientan amados por igual.

Louisa dio media vuelta en dirección a su sillón, pero no se sentó, y le dijo a Brandon por encima del hombro:

—He venido a hablar de negocios. Puede que estés interesado en comprar mis tierras. Pensé que debía venir aquí primero para ver qué precio estabas dispuesto a ofrecerme por ellas.

—Ah, ya veo —observó Brandon.

—Bueno, hubiera sido muy indecoroso por mi parte vendérselas a otra persona sabiendo que tú estabas interesado. Llevas mucho tiempo intentando comprármelas.

—Sí—dijo Brandon sin atisbo de ansiedad.

—¡Maldita sea, si no estás interesado se las venderé a una persona que lo esté! —exclamó Louisa, furiosa, volviéndose.

—¿A quién? —inquirió Brandon con expresión de mofa.

—Bueno, hay... hay mucha gente esperando a comprarlas. Podría venderlas en un momento —contestó Louisa, no muy segura.

—Louisa... —Brandon suspiró—. Basta de farsas. Soy el único interesado en comprarte las tierras. Quizá a un granjero pobre le gustaría tenerlas, pero creo que no podría permitirse el precio.

—¡Eso no es cierto! —declaró Louisa—. ¡Podría vendérselas a cualquiera!

—Tranquilízate, Louisa —le aconsejó Brandon—. Sé perfectamente lo que intentas hacer, pero no funcionará. Ahora expondré dos rabones por las que soy el único interesado. A nadie que tenga dinero le sirven tus insignificantes hectáreas. Nuestras plantaciones están casi abandonadas y nadie va a venir hasta aquí para preocuparse de tu pequeño pedazo de tierra, especialmente cuando no tienes intención de vender Oakiand. Soy el único que puede permitirse el lujo de ser un poco generoso. Pero no me vengas con tus estratagemas esperando que me entre el pánico y doble la oferta. No soy tan estúpido. Discutiremos los detalles dentro de un rato.

Ahora voy a sentarme aquí, voy a relajarme y a acabar mi copa.

.—Brandon, te estás burlando de mí —Louisa rió—. ¿Por qué te divierte tanto fastidiarme? Siempre que he anunciado que vendería mis tierras has estado interesado en comprármelas.

—Yo negocio, Louisa, nunca me burlo —comentó secamente.

Cuando Louisa se marchó al estudio dejando tras de sí un fuerte olor a perfume, Brandon se inclinó para besar a su esposa, deleitándose con su fragancia suave y delicada.

—Intentaré no demorarme mucho, mi amor —le prometió—. Si deseas acostarte cuando termines con Beau, me inventare cualquier excusa con Louisa una vez hayamos llegado a un acuerdo y la mandaré derecha a su casa.

—Hazlo, te lo ruego —murmuró Hcathcr—. Me temo que todavía no me he recuperado de lo de esta tarde. Preferiría no tenerla que ver de nuevo esta noche. —Se mordió el labio inferior—. Oh, Brandon, está tan decidida a que tú y yo nos separemos. La odio. —Miró a Beau, que sobaba su pecho con la manita y rió un poco histérica—. Lo que necesito es un buen chapuzón en la bañera para olvidarla.

Brandon soltó una carcajada.

—Ahora les digo a los chicos que calienten un poco de agua. ¿Algo más, cielo?

—Sí —repuso ella, suavemente—. Bésame para que sepa que esa mujer no tiene ninguna oportunidad contigo.

El sonrió y la satisfizo disipando sus dudas.

Ahora la tierra era suya, meditó Brandon mientras subía las escaleras.

Estaba infinitamente contento con haberle ahorrado el regateo a Heather.

Suspiró. Una cosa que debía reconocer a Louisa era su valor y su descaro.

Había empezado las negociaciones con la propuesta indecente de restablecer sus relaciones, aproximándose a él de forma ordinaria e indigna.

Y a él no le había despertado otro sentimiento más que el de asco. Al final, le había ofrecido la tierra a un precio desorbitante y, tras una fuerte discusión, habían llegado a un acuerdo razonable. Le había suplicado sin asomo de orgullo, amenazándolo con no vender, haciéndole proposiciones como una vulgar prostituta. La reunión le había hecho sentir sucio, por decir algo suave, y le había hecho pensar en lo bajo que era capaz de llegar en su búsqueda de fortuna, Todo el mundo sabía que sus finanzas no andaban bien y que necesitaba dinero, pero Heather había estado en peores apuros y no había sucumbido a vender su cuerpo o a suplicar abiertamente su sustento.

Hcathcr... su amada. Sólo con pensar en ella se dulcificaba el amargo estado de ánimo en el que Louisa lo había dejado. Recordaba cuando ella se había apoyado contra él medio desnuda en el molino y cómo se le había acelerado a él el pulso. Tendría que poner cerrojos en el interior de esas puertas para que la próxima vez no se pusiera tan nerviosa. Rió para sí.

Cuando estaba a su lado, era peor que un animal en celo. Siempre pensaba en rodearla con sus brazos, en su cuerpo cálido y suave arqueándose, en sus encantadoras piernas abrazándolo. La sangre empezó a bullir en sus venas a medida que sus pensamientos pasaban veloces por su cabeza y se detenían en un día no muy lejano, en el que habían salido a montar a caballo y él la había convencido de bañarse en el arroyo. Se había mostrado muy tímida a la hora de desnudarse a plena luz del día, temiendo que pudiera venir alguien. Pero tras asegurarle que era un lugar escondido, señalando los árboles y arbustos, incluso había admitido que podría ser divertido. Al observarla tranquilamente mientras se desvestía, desnudo como estaba, su deseo por ella había quedado patente. Al verlo, Heather había comprendido cómo iba a acabar el baño y juguetonamente, lo había esquivado lanzándose al agua. Al emerger, había nadado jadeando por el frío, hasta tomar cierta distancia. Pero él se había echado a reír ante sus esfuerzos y la había alcanzado con facilidad. Había buceado, tirado de su tobillo y abrazado bajo el agua. Sonrió al recordarlo. Había sido un día de lo más placentero.

Abrió la puerta del dormitorio y se detuvo para contemplar la escena.

Heather estaba en la bañera, tan hermosa como cuando la había conocido en Londres. Dulce, deseable, irresistiblemente bella, la luz de las velas resplandecía sobre su piel húmeda y su cabello recogido, algunos de cuyos rizos caían sobre su espalda. Ella le sonrió. Branden cerró la puerta y se acercó.

—Buenas nuches, cielo —murmuró. Heather pasó uno de sus dedos mojados por la boca de su esposo.

—Buenas noches, milord —respondió ella con dulzura mientras deslizaba la mano por el cuello de Bran-don y éste la atraía hacia él.

La cosecha de septiembre empezó y la multitud llenó las calles de Charleston, así como los mercados abarrotados de cultivos. Había compradores y vendedores y una muchedumbre que trataba de hacerse con un pequeño beneficio de las grandes sumas de dinero que cambiaban de manos durante el día. Había pobres y ricos; mendigos y ladrones; capitanes de barco y esclavos. Un gran número de personas se acercaba y permanecía en sus carruajes, en las cafeterías o posadas, para observar el bullicio, intercambiando comentarios sobré la interminable oleada de personajes que pasaban por delante. Durante el día la ciudad era un animado centro de negocios; por la noche, la actividad se transformaba en un circo con entretenimiento para todos los gustos.

Cuando Branden le enseñó a Heather las entradas de una nueva obra que se representaba en el teatro Dock, ella, muy emocionada, lo besó con entusiasmo. Una vez más calmada, se sentó en las rodillas de su esposo y le confesó que jamás había estado en un lugar como ese antes.

Siempre que aparecían en público, la pareja llamaba la atención. El cuerpo atractivo y alto de Branden y la delicada belleza de Heather los hacía únicos.

Y esa noche, al entrar en el vestíbulo del teatro Dock, más que nunca.

Branden llevaba unos pantalones de color blanco, a juego con el chaleco.

Un poco de encaje caía sobre sus manos bronceadas y por la pechera de su camisa. El abrigo era de color rojo, con las solapas y el cuello bordados artísticamente en hilo dorado. Por su parte, Heather estaba encantadora con un traje de encaje negro, adornado con abundantes azabaches diminutos que brillaban bajo la luz de las velas. Del cabello surgía una pluma de avestruz y de sus orejas pendían los diamantes de Catherine Birmingham.

Al llegar, se encontraron con las miradas de envidia de siempre y la bienvenida calurosa de sus amigos.

Brandon cuidó de su esposa con recelo, mientras los hombres le presentaban sus respetos. Muchos jóvenes se abrieron paso entre la multitud, con la esperanza de que la belleza desbordante fuera una joven soltera, familiar de los Birmingham. Se acercaron a ella de forma afectada y pudieron comprobar que de cerca era todavía más hermosa. Al ver que Branden, divertido, la presentaba como su esposa, bajaron la cabeza y se alejaron desilusionados.

Matthew Bishop también se encontraba en el teatro pero prefirió guardar las distancias. No quiso detenerse demasiado tiempo contemplando a Heather y prefirió dedicarse a otras muchachas con entusiasmo y consideración.

La señora Clark los saludó con ojo crítico.

—Heather, mi encantadora niña, estás estupenda esta noche —comentó, lo que significaba que la joven había aprobado el examen—. Dejas en evidencia a las demás mujeres con sus virginales vestidos rosas y blancos-

—Se volvió hacia Brandon con una expresión animada apoyándose en su bastón—. Y veo que la vigila más que nunca, señor.

—Habiendo conocido a mi padre, Abegail, ¿puede creer que soy peor que él? —comentó entre risas.

La señora Clark soltó una carcajada dándole golpecitos afectuosos con el abanico.

—Te ha hecho falta mucho tiempo y un suspiro de niña para darte cuenta de ello— Eras demasiado despreocupado en tus días de soltero. No podía importarte menos que te arrebataran el afecto de una muchacha. —Volvió a reír—. En aquellos días te fijabas en bastantes damas y me imagino que probaste un buen número. Y mírate ahora, tan enamorado de esta hembra.

Pareces un macho en celo. —Miró nuevamente a Heather con una sonrisa—.

Me ha alegrado verte. Los Birmingham son mis favoritos y me gusta que consigan lo mejor.

Heather besó a la anciana en la mejilla.

—Gracias, Abegail. Viniendo de ti es todo un cumplido —respondió la joven.

—¡Cuánta palabrería! —protestó Abegail—. Sólo afirmo lo evidente, y no hace falta que llenes mi vieja cabeza con tus tonterías irlandesas. No soy tan fácil de halagar. —Sonrió para suavizar la reprimenda y le dio unas palmaditas en la mano—. No malgastes tus halagos conmigo, niña. Tu esposo es más susceptible a ellos.

Más tarde, en el palco privado, Brandon se dedicó más a su mujer que a la representación. Disfrutaba contemplando la obvia excitación de su esposa por la obra. Sentada en silencio, inmóvil, observaba atentamente a los actores interpretar sus papeles. Estaba encantadora. Brandon no podía apartar los ojos de ella. En uno de los descansos, mientras lomaban un poco de vino en el vestíbulo, Brandon escuchó divertido los comentarios alegres de Heather sobre la obra.

—Jamás lo olvidaré, Brandon —comentó—. Papá nunca me llevó a un sitio como éste. Es tan maravillosamente hermoso, como un cuento de hadas convertido en realidad.

Brandon se inclinó sobre su oído riendo.

—Quizá estoy siendo una mala influencia, mi cielo —bromeó.

Los ojos de Heather brillaron al mirarlo.

—Si es así, es demasiado tarde; ya no aceptaría que fuera de otro modo.

Estoy definitivamente perdida, pues ya no me satisface el mero hecho de existir. Debo amar y ser amada. Debo poseer y ser poseída. Debo ser tuya, mi amor, del mismo modo que tú debes ser mío. Así que ya lo ves, me has enseñado demasiado bien. Todo lo que te propusiste hacer al principio, lo has cumplido con creces. Debo vivir contigo y ser parte de ti, y si los lazos del matrimonio no nos unieran y continuaras surcando los mares, te seguiría alrededor del mundo como tu querida. Nuestro voto sagrado sería el amor. Y si al confesar esto soy una descarada, entonces soy feliz.

Brandon la besó en la mano sin apartar la mirada de sus ojos.

—Si fueras mi amante tendría que encerrarte bajo llave para que ningún hombre pudiera alejarte de mí —apuntó—. Tú también eres una maestra excelente. El soltero alegre prefiere la seguridad del matrimonio. Disfruto cada minuto de estar casado contigo, especialmente la parte en la que puedo afirmar que eres mía y sólo mía.

Heather esbozó una sonrisa, con una expresión de amor en los ojos.

—No deberías mirarme de ese modo —murmuró Brandon.

—¿De qué modo? —inquirió la joven persistente en su expresión.

—De la misma forma que cuando acabamos de hacer el amor, como si el mundo te diera igual —explicó el hombre.

—Es que me da igual —respondió en el mismo tono suave.

—Me va a ser muy difícil no perder el control y terminar de ver la obra si continúas así —le advirtió—. Eres muy tentadora incluso para un marido viejo como yo, y estás poniendo a prueba mi virilidad.

Heather soltó una carcajada, pero su humor se ensombreció súbitamente al ver la expresión de sorpresa de Brandon. Se volvió para averiguar qué había visto y comprobó que Louisa se acercaba. Se preguntó el motivo del sobresalto de su esposo, hasta que sus ojos se fijaron en el vestido beige que llevaba la mujer. Era exactamente igual al traje que había intercambiado con el vendedor ambulante, el mismo que había llevado al conocer a Brandon. Louisa, muy decidida, había optado por darle un ligero aire parisino. La transparencia del traje hubiera sido escandalosa para una mujer más modesta, pero Louisa, sin molestarse por algo tan trivial como el recato, incluso se había coloreado los pezones.

—Hola, Brandon —ronroneó con su voz sedosa frente a él. Luego se echó a reír al ver los ojos de ambos puestos en su atuendo—. Veo que os habéis fijado en mi vestido. Es bonito, ¿verdad? Thomas me lo ha hecho especialmente para mí, después de que yo descubriera el original en su tienda. Y ha quitado el otro para que nadie pueda tener uno parecido, siguiendo mis indicaciones.

Brandon se aclaró la garganta.

—¿Le pasaba algo al original para que tuviera que confeccionarte un segundo? —inquirió.

Louisa se mostraba encantada con el interés de Branden por su traje.

—No, no le pasaba nada, querido. Pero era tan espantosamente pequeño que no creo que nadie pudiera llevarlo —contestó—. Bueno, ni Heather, tan flaca como está, hubiera podido meterse en él. Hubiera sido demasiado diminuto para ella.

Brandon cambió una mirada con su esposa.

—Ciertamente, debe de haber sido pequeño —observo.

—Bueno, supe que tenía que hacerme con uno igual desde el primer momento que lo vi —prosiguió, alegre—. Y estoy tan contenta de haber insistido a Thomas para que me lo confeccionara. Me complace que te guste, querido. Por supuesto, me has estado mirando con tanta intensidad que ya no sé si es el vestido... y delante de tu esposa, querido —apuntó con bochorno pretendido.

Brandon la observó con pasividad.

—El traje me recuerda a uno que llevaba Heather cuando la conocí —dijo ásperamente—. Era un vestido al que tenía mucho cariño por los recuerdos que me traía.

Louisa se quedó petrificada y lanzó una mirada amenazante a Heather, luego sonrió con trivialidad.

—¿De dónde sacaste el dinero para comprártelo? —preguntó con sorna—.

Debiste de trabajar mucho para reunirlo. Pero entonces, si a tu esposo le gusta verte tan expuesta deberías conocer a mi modisto, querida. Está aquí esta noche. Puede hacer maravillas. Estarás encantada con él, estoy segura.

Heather notó cómo Blandón se ponía tenso.

—Me temo que no va a complacerme, Louisa —dijo Branden—. Prefiero que sean mujeres las que cosan los vestidos de Heather.

Louisa soltó una carcajada.

—Vaya, Branden, te estás volviendo muy puritano en tu senectud.

Branden acarició con tranquilidad el hombro desnudo de su esposa.

—Siempre que se trate de Heather, Louisa, seré puritano.

Al ver la forma en que su ex prometido acariciaba a su esposa y recordar el tacto de esas mismas manos sobre su propia carne» el modo en que había encendido su pasión, jamás igualada por otro hombre, la mujer sintió un espasmo provocado por los celos. Luego fulminó a Heather con la mirada.

—De todos modos debes conocer a Thomas, querida —prosiguió—. Tal vez pueda darte algún consejo para que parezca que tus huesos tienen un poco más de carne. He visto hacer maravillas con cuerpos infantiles como el tuyo.

Espera aquí, querida, iré a buscarlo.

Heather, insegura, miró a su esposo mientras Louisa se alejaba angustiada.

Conocía muy bien ese sentimiento, pues ella también había padecido esa sensación de ansiedad pero, al hacerlo, vio que Branden sonreía animado.

—Si supiera lo del vestido, le retorcería el cuello a ese pobre hombre —

comentó riendo—. No hay duda de que el que tiene es el tuyo.

—Está muy hermosa ¿verdad? —murmuró Heather. Branden sonrió estrechándole la cintura con cariño.

—Ni la mitad de hermosa de lo que estabas tú vestida con el mismo atuendo o de diario.

La joven esbozó una sonrisa confiada y observó cómo Louisa desaparecía entre la multitud. Se olvidó de ella durante un rato mientras Branden atraía su atención sobre temas más interesantes. Pero de pronto, una sensación extraña la incomodó. Era el mismo sentimiento espeluznante que había experimentado hacía ya tiempo en el molino. Estaba siendo observada con una intensidad que no era normal. Se volvió despacio y lo vio. Palideció. Él estaba junto a Louisa, pero tenía los ojos puestos en ella. No parecía sorprendido de verla allí. Incluso asintió, saludándola con una sonrisa. Era él. La sonrisa era demasiado horrible. Estaba segura de que no había en el mundo un gesto tan desdeñoso como el del señor Thomas Hint.

Se tambaleó contra Brandon, a punto de desmayarse, llevándose a la cara una mano temblorosa. Tiró del abrigo de su esposo para que se acercara a ella pues dudaba que su voz fuera audible aún a esa distancia.

—¿Qué ocurre? —preguntó Brandon, preocupado. Louisa y el señor Hint se aproximaban a ellos. Heather no podía soportar estar allí, pero las palabras no salían de su boca. Tenía que hablar.

—Brandon —consiguió balbucear casi sin aliento—. No me siento bien.

Debe de ser la gente. Por favor, llévame al palco.

En ese momento oyó la voz de Louisa.

—Aquí está, Heather. Me gustaría que conocieras a mi modisto, el señor Thomas Hint.

¡Demasiado tarde! Heather era presa del pánico. Deseaba huir de la estancia tan rápido como se lo permitieran

—George, Hatti, podéis marcharos —ordenó Heather. Ambos contemplaron con recelo al visitante, reticentes a dejarla en compañía de un hombre con un aspecto tan endemoniado. Pero al final obedecieron y salieron de la estancia.

—¿Qué desea? —inquirió Heather cuando estuvo segura de que no podían oírla.

—Parece que le ha ido muy bien desde la última vez que la vi ¿no? —

observó el hombre—. Aunque el delantal me ha sobresaltado. Siempre había creído que las damas ricas no se ensuciaban las manos.

Heather se irguió de repente.

—Suelo ayudar a limpiar esta casa, señor —explicó—. Es el hogar de mi esposo y me gusta dejarlo lo mejor posible para él.

—Veo que se ha enamorado del tipo —observó el señor Hint—. ¿Ese bebé es de él o de mi querido difunto patrón?

Heather levantó a Beau del suelo y lo sostuvo en brazos.

—Es de mi marido —espetó—. ¡William nunca me puso una mano encima!

—Desde luego que le creo —repuso el hombre—. Mató a Willy antes de que pudiera hacerle daño. Pero el bebé es un poco mayor. No perdió mucho tiempo en engendrarlo. —Miró a Beau—. Pero ahora veo que el hombre que estaba con usted la otra noche es el padre de la criatura. No hay duda de que posee la nobleza y el atractivo de su cónyuge. Me imagino que lo debió conocer poco después de haberse cargado al pobre Willy.

—No ha venido a hablar de mi hijo o de mi marido, señor Hint —

interrumpió Heather—, así que, por favor, ¿puede decirme qué quiere? A mi esposo no le agrada que converse con extraños en su ausencia.

El hombre esbozó el sustituto grotesco de una sonrisa.

—¿Cree usted que su hombre se pondrá celoso de mí, señora Birmingham?

—inquirió con mofa—. No, no lo creo, pero sí que sospecharía si viera a un sapo tan desagradable como yo. —La observó con recelo—. Sé que mató al pobre Willy, pero no se lo he dicho a nadie. Mi discreción se merece una recompensa ¿no cree, señora Birmingham?

Heather empezó a temblar ante la mirada fría y calculadora del visitante.

—¿Qué quiere?

—Unas cuantas libras ahora —empezó a pedir—, y que me mantenga calentito y contento. Tengo una bonita tienda en Charleston, pero soy un hombre codicioso al que le gustan las mismas cosas que a los ricos. Unas cuantas joyas o quizá una buena suma de dinero. He oído que su marido es rico. Se lo puede permitir.

—Mi marido no sabe nada de esto —dijo Heather—. Y no maté a William.

Resbaló sobre el cuchillo.

Hint sacudió la cabeza con fingida expresión de tristeza.

—Lo siento mucho, señora Birmingham, pero por casualidad ¿alguien fue testigo de ello?

—No —repuso ella—, no había nadie más que yo. Y no puedo probarlo.

El hombre se le acercó. Heather pudo sentir un fuerte olor a colonia que, por alguna razón, le era extrañamente familiar. No sabía dónde o cuándo, pero le inspiraba terror. Retrocedió apretando a Beau con fuerza. El bebé soltó un chillido de protesta, arrancando una carcajada a Hint, que se apresuró a taparle la boca con sus garras. Al ver la mano, Heather se sobresaltó, pues eran iguales a las que había visto en su pesadilla.

—No tengo dinero —susurró con voz ronca—. Nunca lo he necesitado. Mi esposo siempre se ha ocupado de mis necesidades.

—Su hombre se ocupa muy bien de usted, ¿eh? ¿Estaría dispuesto a pagar para que no la colgaran por asesinato? —inquirió con desprecio.

Heather se estremeció. No podía permitir que le contara a Branden lo que había hecho.

—Tengo algunas joyas. Puedo dárselas —respondió. Hint suspiró satisfecho.

—¡Aja! Eso me gusta más. ¿Qué es lo que tiene? Llevaba unas muy bonitas la otra noche. Tráigalas y todo lo que tenga para que pueda indicarle lo que sirve y lo que no.

—¿Las quiere ahora? —preguntó insegura.

—Claro, no voy a marcharme sin ellas —repuso Hint. Heather pasó por su lado con cuidado y se apresuró escaleras arriba hasta la habitación. Dejó a Beau llorando decepcionado en el cuarto de los niños con Mary, y se dirigió al dormitorio. Abrió el joyero y cogió el broche de esmeralda y los pendientes de diamantes que habían pertenecido a la antigua propietaria de Harthaven. Dejó el resto de las joyas, sintiéndose culpable por haber cogido los pendientes. No tuvo valor para tocar las demás joyas de la madre de Branden sabiendo el cariño que le guardaba. El dolor que sentía por tener que desprenderse de sus presentes era muy hondo. Recordaba muy bien los momentos en los que Branden se las había regalado. No los iba a olvidar nunca a pesar de no tenerlas. Y Branden seguramente se daría cuenta cuando viera que ya no se ponía el collar de perlas. Era el favorito de su esposa y lo llevaba muy a menudo. Se secó las lágrimas y metió las alhajas en el bolsillo del delantal. Antes de abrir la puerta exhaló un profundo suspiro.

Hint la esperaba pacientemente, satisfecho con sus planes de chantaje.

Cuando la joven le mostró las piezas, el hombre sonrió satisfecho y se las arrebató con avaricia.

—Sí, esto servirá... por ahora. ¿Está segura de que es todo lo que tiene? —

inquirió.

Heather asintió.

—Pensaba que los ricos tenían más —observó Hint.

—Es todo —dijo Heather, llorando de nuevo.

—No, señora, no se disguste. Y no se preocupe porque no voy a contar a nadie lo que hizo —comentó—. Pero necesitaré más baratijas.

—¡Pero si no tengo más! —exclamó Heather impotente.

—Será mejor que las consiga antes de que se las pida —la amenazó.

—Por favor márchese ahora —le rogó llorosa—, pronto regresará mi esposo.

No es una persona a la que pueda ocultarle las cosas, y si le ve, querrá saber por qué ha venido.

—Desde luego, mi rostro no queda bien en el salón de una dama —apuntó él con una amarga sonrisa. Hizo una reverencia y se marchó sin mirar atrás.

Heather se dejó caer en una silla, agotada, llorando y aliviada a la vez.

Podía arrebatárselo todo, a excepción de lo que más amaba... Branden y Beau. Pero cuando ya no pudiera hacer frente a sus demandas ¿qué le haría? ¿Contarle a Branden la historia? Se estremeció. No podía dejar que eso sucediera. Debía mantenerlo contento para que la dejase continuar viviendo... y amando.

Hint desmontó y se dirigió cojeando hacia un poste frente a su tienda para atar las riendas. Luego tocó el bolsillo repleto de joyas, muy satisfecho pues había conseguido una buena cantidad sin tener que trabajar.

Antes de entrar en la tienda, se limpió la boca babosa con la manga del abrigo. Se volvió para cerrar y, al ver a Branden Birmingham sacarse el sombrero y saludarlo desde fuera, se quedó helado.

—Señor Hint, tuvimos un breve encuentro la otra noche en el teatro Dock, si lo recuerda —comentó Brandon.

—Sí. —Thomas Hint se atragantó, palpando nervioso el bolsillo del abrigo.

—¿Puedo pasar? —inquirió Brandon—. Hay un asunto del que me gustaría hablar con usted.

—¿Hablar conmigo, señor? —preguntó el modisto. Brandon entró en la tienda y se quedó frente al dueño. Era mucho más alto y corpulento que él.

Hint tragó saliva con dificultad y cerró la puerta.

—Me he enterado que posee el original del vestido que llevaba la señorita Wells la pasada noche —explicó—. Me gustaría verlo, señor. Hint casi dejó escapar un suspiro, aliviado.

—Sí, señor —afirmó—. Un momento. —Se fue cojeando hacia la parte trasera de la tienda. Regresó al cabo de poco rato y colocó el vestido en los brazos de Brandon.

—Se lo compré a un vendedor ambulante hace unos meses, señor —le explicó cuidadosamente.

—Lo sé —repuso Brandon—. ¿Cuánto?

—¿Cuánto qué, señor? —se sobresaltó Hint.

—¿Cuánto pide por el vestido? —aclaró—. Deseo comprarlo.

—Pero, señor... —empezó a decir el modisto.

—Diga un precio —ordenó Brandon. Hint no se atrevió a dudar y soltó la primera cifra que le vino a la cabeza.

—Tres libras... y seis peniques, señor. Brandon buscó las monedas en su bolsillo con una expresión de interrogación.

—Me cuesta creer que lo consiguiera tan barato, señor Hint.

Hint se dio cuenta del error que había cometido y respondió tartamudeando:

—Es su señora... Con su belleza es la única que puede hacer justicia al vestido. Considérelo un regalo de parte de un compatriota, señor. Brandon escudriñó al hombre.

—No lleva aquí mucho más tiempo que mi esposa, ¿verdad, señor Hint? ¿Un mes, quizá dos? Ella...

—Casi cuatro, señor —aclaró Hint, mordiéndose el labio inferior.

Brandon examinó el trabajo hecho a mano del corpiño.

—Entonces sabe cuándo llegó mi mujer —observó. Hint se secó el sudor de la frente.

—Louisa, la señorita Wells, lo mencionó la otra noche.

—Debió abandonar Londres cuando conocí a Heather —reflexionó Brandon.

—Es posible, señor —respondió Hint con voz apagada.

—¿Por qué dejó Londres, señor Hint? —inquirió. El hombre palideció.

—Mi patrón murió, señor, y perdí mi empleo, así que tomé mis ahorros y me vine —contestó,

—Parece que tiene usted mucho talento, señor Hint. La señorita Louisa así lo afirma —comentó Brandon.

—Trabajo muy duro, señor—respondió Hint.

—Estoy seguro de ello —replicó Brandon dándole el vestido—. ¿Le importaría envolvérmelo? Hint casi esbozó una sonrisa.

—Lo haré encantado, señor.

Brandon entró con paso decidido en el salón de Harthaven y encontró a Heather arrodillada encerando las patas de la mesa. A su lado, en el suelo, Beau jugaba con una pelota de un color vivo al tiempo que balbuceaba sonidos que sólo eran inteligibles para él. El hombre se aclaró la garganta y Heather se volvió y, con un grito de alegría, se puso en pie de un salto lanzándose en sus brazos. Branden soltó una carcajada al sentir el ardor del abrazo de Heather. La levantó del suelo y empezó a girar alegremente. Al dejarla en el suelo, la joven le sonrió con ojos brillantes, y se colocó el delantal y el pañuelo en su sitio.

—¡Dios Santo! —exclamó Branden, llevándose las manos a las caderas—.

No pareces tener la edad suficiente para compartir mi lecho. Te echaría catorce años. No puedes ser la misma muchacha que casi despertó al servicio la otra noche mientras gozaba junto a mí. ¿Pudo haber sido una bruja la que se coló en mi cama y me arañó y mordió?

Heather se ruborizó al mirarle.

—¿Crees que Jeff nos oyó? No podría mirarle a la cara —afirmó. Brandon esbozó una sonrisa maliciosa.

—Si lo hizo, estoy seguro de que conocía muy bien esos sonidos, de modo que no dirá nada siendo el caballero que es. Pero no temas, cielo. Lo que escapó a mis besos fue algo más que jadeos de placer.

Heather se echó a reír y lo abrazó.

—Haces que me abandone, Brandon. Y tras una noche como ésa me resulta extremadamente difícil volver a pisar el suelo —comentó.

Él la besó en la frente y sonrió.

—¿Alguna queja, cielo?

—Jamás. —Heather suspiró. Luego de unos segundos alzó la cabeza y le acarició la barba con ternura—. Es siempre una aventura estar en la cama contigo.

Branden soltó una carcajada y se fue al vestíbulo. Cuando regresó, le entregó el paquete.

—Esto te pertenece —apuntó—, y si algún día decides deshacerte de él otra vez, quémalo o despedázalo, pero no lo intercambies. Así nadie que se parezca a Louisa, que por cierto me exaspera más allá de mi razonamiento, podrá cogerlo y hacer una copia. Recuerdo muy bien tu imagen en él, y no quiero que una furcia arruine lo que para mí constituye un recuerdo dulce y glorioso. Heather palideció.

—¿Le has comprado el vestido al señor Hint? —inquirió.

—Sí —contestó Brandon—. No podía soportar la idea de que otra mujer se lo pusiera.

La joven sonrió suavemente, aliviada. Había conversado con el señor Hint y el hombre había guardado su palabra. Se puso de puntillas y lo besó.

—Gracias, querido. Lo guardaré con tanto cariño como el vestido de bodas y me lo pondré para ti en ocasiones especiales.

Había transcurrido cerca de una semana, cuando una tarde Louisa se presentó inesperadamente. Jeff había ido a ver a unos amigos y todavía no había regresado. Brandon, Heather y el pequeño estaban en el salón, disfrutando de una velada tranquila. Heather estaba en el suelo, a los pies de Brandon, y acababa de amamantar a Beau, que ahora estaba en el regazo de su padre disfrutando de la atención de sus progenitores. El brazo de Heather descansaba sobre el muslo de su esposo mientras jugaba con su hijo, y no se había preocupado en abrocharse el vestido, sintiéndose segura tras las puertas de la mansión. Pero esas mismas puertas no detuvieron a Louisa, que empujó a Joseph en la entrada principal, e irrumpió en la estancia.

Heather se volvió sobresaltada, mirando a su alrededor. Brandon alzó la vista y, al ver a Louisa, frunció el ceño al pensar en el placer que le produciría retorcer el pescuezo a esa mujer. No estaba dispuesto a levantarse para mostrarle sus respetos.

—Al parecer disfrutas interrumpiendo a la gente, Louisa —murmuró Brandon.

Louisa contempló la escena con una sonrisa ponzoñosa y observó con mordacidad el brazo de Heather apoyado sobre su marido y el escote de su vestido abierto. Brandon vio cómo la mujer examinaba a su esposa. Al pensar en una ocasión en que Louisa se había paseado desnuda por la habitación, recordó que su cuerpo había empezado a perder firmeza, como era normal en una mujer madura. Sus caderas se habían ensanchado ligeramente y sus pechos eran más flácidos. Si tuviera un poco de sentido común, ahora se habría ruborizado avergonzada en lugar de mirar a Hcathcr con mofa.

Pero la señora Birmingham no cedió ante la mirada de superioridad de la intrusa, dejando su brazo y el vestido tal como estaban. La expresión de Louisa la enfureció, y le disgustó que fuera excepcionalmente ataviada con un traje amarillo de muselina, sin duda una creación del señor Hint. Todo indicaba que el modisto era un artista, aunque era difícil imaginarse a un ser tan odioso confeccionando una creación tan exquisita. Se preguntó si los vestidos que William Court había afirmado eran suyos, en realidad eran de él. Era algo en lo que pensar.

Louisa se detuvo delante de ellos, con las piernas separadas y los brazos en jarras. Sonrió.

—Que círculo familiar tan pintoresco —comentó—. Cuanto más te veo, Branden, más me convenzo que el matrimonio le sienta muy bien. Pareces el padre y marido perfecto.

Branden arqueó una ceja mirándola, pero Louisa se volvió y dejó sin ningún cuidado sus guantes y sombrero polvorientos sobre la mesa recién encerada. Luego tomó asiento frente a él y se dirigió a Heather con una insensibilidad alarmante.

—¿Puedes servirme una copa? —inquirió—. Un poco dé Madeira, si está frío.

Encolerizada, Heather se levantó y caminó hacia el bar abrochándose el vestido.

Louisa siguió hablando, esta vez dirigiéndose a Brandon.

—Viniendo de Charleston por ese viejo camino polvoriento la necesidad de apagar mi sed ha aumentado, y disfruto tanto tus excelentes vinos, querido

—apuntó—. Es tan difícil encontrarlos en estos días, y casi he agotado los que me diste.

Brandon se sentó a jugar con Beau, quien al parecer había perdido aparentemente las ganas de divertirse desde el arribo de Louisa, y lanzó miradas de recelo a la mujer preguntándose qué la habría traído esta vez.

Heather regresó y le entregó la copa bruscamente.

—Gracias —dijo en un tono frío e impersonal—. ¿Puedes dejarnos solos durante un rato? Hay unos asuntos que me gustaría discutir con tu marido

—sentenció forzando la última palabra.

Heather, temblorosa, se apresuró a coger al niño que estaba en el regazo de Brandon. Lleno de ira, el hombre agarró el brazo de su mujer y echó una ojeada a la rubia apretando las mandíbulas. Estaba apunto de darle la réplica, cuando vio los ojos de Heather arrasados en lágrimas. La joven sacudió la cabeza furiosa, levantó al niño y, escondiéndose tras él, salió de la habitación a toda prisa. Huyó al estudio a calmar a su hijo, que ahora berreaba por haber sido apartado de su padre, y se secó las lágrimas.

Brandon contempló a Louisa fríamente sabiendo que su rudeza había herido profundamente a su esposa.

—Bueno, Louisa. ¿Qué asuntos son ésos? —la interrogó, enojado.

Ella esbozó una sonrisa lenta y confiada.

—Esta tarde en Charleston he conocido a un viejo amigo tuyo, Brandon —

comentó.

—¿A quién? —preguntó desinteresadamente.

—Bueno... —Soltó una carcajada—. No es exactamente un viejo amigo... sólo un antiguo miembro de tu tripulación. Lo reconocí enseguida al pasar por delante de él en mi carruaje. Era uno de los hombres del Fleetwood. Pobre alma, estaba completamente ebrio, pero me reconoció como una íntima amiga tuya. Fue de gran ayuda.

—¿Ayuda? —inquirió Brandon—. ¿En qué sentido? Louisa echó la cabeza atrás, riendo satisfecha.

—De veras, Brandon, nunca imaginé que te dejaras pillar de ese modo... y por esa puta confabuladora. Te juro que lo hubiera intentado hace mucho si hubiera sabido que funcionaría.

—¿De qué demonios estás hablando, Louisa? —exigió Brandon.

—Vaya... ya sabes, querido —respondió irónicamente—. Heather, tu pequeña e inocente Heather, una furcia. Dickie me lo contó todo... cómo él y George la encontraron haciendo la calle, cómo te obligaron a casarte con ella, todo.

—Es obvio que no todo —gruñó Brandon. Se levantó y se sirvió un trago.

Louisa prosiguió, contenta.

—Sé que te da igual Heather, querido. Ha habido demasiados rumores acerca de habitaciones separadas. No necesité a nadie para saber lo que sentías por ella. Sólo que' no podía entender por qué te habías casado.

Pero esta tarde... esta tarde cuando Dickie me lo contó, entendí que tu matrimonio era una farsa. Ahora puedes deshacerte de Heather, mándala de vuelta a Inglaterra. Puedo perdonar tu pequeña aventura en Londres y volver contigo. Podemos ser felices. Lo sé. Me ocuparé de tu hijo, pues no hay duda de que es tuyo... por suerte. Lo querré y seré buena con él. Todo el mundo lo entenderá cuando expliquemos que te obligaron a casarte.

Brandon la miró fijamente por unos instantes, atónito, luego empezó a hablar con cautela.

—Louisa, escucha atentamente lo que voy a decirte ya que si no me entiendes, es que eres estúpida. Si realmente piensas que alguien puede obligarme a que me case en contra de mi voluntad, es que no me conoces nada. Ahora convéncete de lo que te voy a decir —añadió pausadamente—, como si tu vida fuera en ello. Mi esposa no era una prostituta. Era virgen la primera vez que la poseí, y George puede dar fe de ello. El niño es mío. Ella es mi esposa con mi consentimiento y no voy a tolerar tu mala educación en esta casa. De ahora en adelante, la tratarás con todo el respeto que se merece la señora de Harthaven. Ya no tienes ningún derecho sobre mí, ni sobre mi casa o mi propiedad.

Louisa se incorporó de la silla y se sirvió otra copa de vino. Se la bebió delante de él y lo observó.

—De modo que escoges a esa niña antes que a mí —espetó con desprecio.

Brandon esbozó una sonrisa.

—Hice mi elección hace tiempo, Louisa. Ahora sólo la reafirmo.

La mujer entornó los ojos y se volvió para mirar por la ventana. De pronto se dio media vuelta hacia él.

—Es extraño, Brandon, que menciones el respeto y la propiedad en la misma frase. —Sorbió un poco de vino, atravesó la habitación dejando el sofá entre los dos. Apoyó su brazo sobre él y alzó la copa como en un brindis—. En realidad a eso es a lo que venía. Lo he reconsiderado y creo que mis tierras valen el doble de lo que pagaste. —Hizo una pausa y lo observó con los párpados entornados, esperando su reacción.

Él arrugó la frente, pero se encogió de hombros.

—Ya lo negociamos Louisa, y ya está... firmado, sellado y entregado. Ya no te queda más que Oakíey y las pocas hectáreas sobre la que está construido. ¡Se acabó!

—¡Desde luego que se acabó! —escupió la mujer—. Entonces hablemos de respeto. ¿Cuánto crees que te

tendrá la gente a ti y a la mocosa de tu esposa cuando les diga que una ramera te obligó a casarte?

La voz de Branden retumbó en toda la casa.

—¡Cierra la boca, perra! ¡No permitiré que calumnies a mi mujer en su propia casa! —Bajó la voz hasta emitir casi un gruñido— Me importa un rábano lo que hagas fuera de esta casa. Cuenta lo que desees. No habrá hombre o mujer que se atreva a repetir delante de mí tus injurias. Eres una perra, Louisa, física y mentalmente.

—¿Ahora soy una perra? —gritó ella a voz en cuello. Le arrojó a la cara el vino y estrelló el vaso contra el suelo—. ¡Una perra, claro! Era virgen cuando roe tomaste la primera vez. Me suplicaste que me casara contigo y me prometiste el mundo para conseguir mi tesoro más preciado. Luego zarpaste, te casaste con la primera pelandusca que encontraste por la calle y la arrastraste hasta aquí convertida en tu esposa. Me prometiste fidelidad, me arrebataste la virginidad y luego las tierras por dos duros. Bien, pues quiero más. —Empezó a reír tontamente y el tono de su voz se hizo halagüeño—. Debo tener más. Branden. Tengo que pagar mis facturas y únicamente me queda la casa, y no puedo venderla. Me estaría muriendo de hambre si no fuera por los peniques que he conseguido ahorrar. Nadie me fía desde que me apartaste de tu vida.

Branden, furioso, tuvo que hacer un esfuerzo para no pegarle. Se pasó la mano por la cara.

—¿Virgen! —exclamó—. ¡Dios Todopoderoso! No eras más virgen que la vaca que está pastando ahí fuera. ¿Crees que soy imbécil? ¿Crees que estoy tan sordo y ciego que me tragué el estúpido juego de aquella noche? ¡No sería capaz de nombrar a todos los hombres con los que te acostaste antes y después del compromiso sagrado! —Su voz hizo temblar las paredes—.

¿Qué te hace soñar que voy a tolerar que calumnies a mi amada?

—¡Una vez me amaste! —gritó Louisa—. Y, además, no duermes con ella.

Está en boca de todos. ¿Por qué ella y no yo? Podría compartir tu lecho y hacer que olvidaras que existe. Pruébame. Poséeme. ¡Dios mío, me amaste una vez!

—¡Amarte! —Branden se echó a reír—. ¡No! Únicamente te toleré, y como cualquier muchacho pensé que sabía lo que quería hasta que me enfrenté a la realidad. Vi ante mí una belleza desconocida y de inmediato comprendí lo que deseaba. ¿Belleza? Sí. ¿Pasión? Sí.

—Se inclinó sobre el rostro de la mujer para enfatizar cada una de las palabras—. Pero también amor tierno, dedicación, lealtad ciega y dignidad.

Cualidades que sobrepasan tu capacidad de entrega. La amo cada instante de mi vida —añadió a voz en cuello—. La protejo de las rameras que desean rebajarla y calumniar su virtud. Con la bendición de Dios engendraremos muchos hijos e hijas, de modo que no bases tus esperanzas en esa mentira y no vuelvas a mentar lo que harías con ella para rebajarla a tu nivel. —Se acercó a la mesa, cogió los guantes y el sombrero de Louisa y se los tiró a la cara.

—Ahora saca tu miserable ser de esta casa y manten el hedor de tu desilusión fuera de estas puertas. Y jamás me hagas oír una mentira que provenga de tu boca o me complacerá mucho retorcer ese cuello del que tan orgullosa estás. Lárgate, perra. Has quebrantado la buena educación y ya no eres bienvenida en este hogar.

Louisa miró a Branden sin decir palabra. Reunió la energía que le quedaba para obedecer las indicaciones del hombre y, pálida, salió de la habitación encolerizada. Al salir empujó a Jeff, que llevaba un rato escuchando, pasmado ante el extraño despliegue de mal genio de su hermano.

Louisa salió al porche, bajó por las escaleras y, recogiéndose las faldas, ascendió al carruaje sin mirar atrás. No vio a George, apoyado en una columna, escupir al suelo a sus espaldas.

Mientras el lando de Louisa se alejaba, Heather salió a la puerta del estudio y echó un vistazo al salón, donde estaba su marido. Éste todavía tenía los puños apretados y el tic nervioso en el rostro. Al verla, su expresión se suavizó y alzó los brazos invitándola a unirse a él. Heather, con el pequeño en brazos, corrió a abrazarle amorosamente.

Heather salió de la cocina limpiándose las manos en el delantal. Había pasado un día agradable ayudando a Cora a hacer el pan. Alzó la vista al oír un caballo galopando hacia la verja y sonrió. Era Jeff que, al llegar, descendió del agotado animal y corrió hacia ella. Al ver la expresión del hermano menor de su marido, su alegría se tornó en aprensión.

—¿Dónde está Branden? —preguntó Jeff ásperamente.

—Pensé que estaba contigo en el campo —respondió Heather.

Señaló en dirección al establo, donde un mozo cepillaba a Leopold. El semental no estaba en mejor estado que los pantalones de gamuza de Jeff.

Los dos habían galopado salvajemente.

—No le he oído llegar —trató de explicar Heather en su confusión. Pero Jeff ya estaba corriendo hacia la casa, así que se recogió las faldas y lo siguió—.

Jeff ¿qué ocurre? ¿Qué pasa? —inquirió.

Él se volvió y, al ver su expresión, Heather se aterrorizó. Las palabras no hubieran conseguido el mismo impacto en ella.

—Jeff, ¿vas a contarme qué ha ocurrido? —gritó. Presa del pánico clavó sus uñas en el brazo de su cuñado, pero éste, ajeno al dolor, no lo notó—.

¡Jeff, dímelo! —exclamó, zarandeándolo.

Incapaz de hablar por un momento, al final consiguió decir:

—Louisa está muerta. La han asesinado. Heather retrocedió llevándose una mano a la boca y sacudiendo la cabeza incrédula.

—Es cierto —insistió Jeff—. La han estrangulado, desnucado.

—¿Por qué quieres saber dónde está Branden? —inquirió.

Jeff no deseaba responder.

—¡Jeff! —exigió Heather.

—Vi salir corriendo a Branden de Oakíey —afirmó al fin—. Él no me vio.

Cuando entré, Louisa estaba muerta.

Heather no daba crédito a sus oídos.

—¡No! —Se alejó con una mirada acusadora—. ¡No fue él! ¡No puede haber sido él! ¡No, Jeff, él no! ¿Cómo puedes siquiera pensarlo?

—¿Crees que deseo hacerlo? Lo vi, Heather, y ayer por la noche ambos oímos cómo la amenazaba —explicó.

—Pero ¿por qué fue allí? —preguntó Heather. Jeff desvió la mirada.

—Jeff, contéstame —insistió ella—. Tengo derecho a saberlo.

Él soltó un suspiro antes de hablar.

—Louisa le envió una nota mientras estábamos en el prado. En ella decía que sabía algo acerca de ti que debía contarle. Intenté detenerlo, pero me derribó y juró que le cerraría la boca a esa bruja. Fue Lulu la que le llevó la nota y la pobre se quedó aterrorizada. Cuando llegué a casa de Louisa, el daño ya estaba hecho. Branden salió de allí como si le persiguiera el diablo, y Jacob, el mozo de cuadras de Louisa, también lo vio y fue en busca del sheriff.

Heather sintió que se mareaba. ¿Una nota? ¿Una nota acerca de ella? ¿Qué más podía haberle contado Louisa? De pronto el señor Hint y su relación con la mujer le vinieron a la mente. Soltó un suspiro sonoro. Si Hint le hubiera contado a Louisa lo de William Court, pensó ella, habría tratado de decírselo a Branden. Entonces, puede haberla matado él, cegado por la ira.

Ayer noche la amenazó... ¡No! No lo creía capaz de cometer semejante crimen.

—¡No! ¡No fue el! ¡Lo sé! —afirmó, testaruda, sacudiendo la cabeza, furiosa—. ¡Es mi marido! ¿Acaso no sabría si es capaz de algo así?

—Dios Santo, Heather —gruñó Jeff, atormentado ante la posibilidad de que tuviera que ser él quien acusara a su hermano— La atrajo hacia él, aplastándola—. Cielo ¿no ves que deseo estar equivocado? Yo también lo amo. Es mi sangre... ¡mi hermano!

La firme resolución de su cuñada no hizo más que martirizarlo. Súbitamente la soltó y se apresuró a entrar en la casa. Hcathcr lo siguió. Jeff, repitiéndose una y Otra vez que estaba equivocado, y Heather, convencida de que lo estaba. Abrieron la puerta del dormitorio. Ambos se detuvieron en el umbral y vieron a Branden mirando por la ventana que daba al patio donde momentos antes habían estado discutiendo— Heather corrió a sus brazos gritando.

—¡Dínoslo, Branden! —lo apremió abrazándolo con desesperación—. ¡Dinos que no fuiste tú!

—Amor mío... —murmuró él suavemente. Jeff se acercó con miedo a que se lo confirmara. Branden lo miró y sonrió con expresión de tristeza.

—¿Crees que la maté yo, Jeff? —preguntó.

—Oh, Dios, Bran —dijo con un hilo de voz, sacudiendo la cabeza. Estaba realmente atormentado—. No deseo creerlo, pero vi cómo salías de su casa y cuando entre estaba muerta. ¿Qué se supone que debo pensar?

Branden acarició el cabello de su esposa y respondió a su hermano.

—¿Me creerías, Jeff, si te dijera que no tengo nada que ver con el asesinato... que ya estaba muerta cuando llegué?

—Bran, sabes que creeré cualquier cosa que me digas —respondió el hermano—. Pero si no fuiste tú ¿quién lo hizo?

Brandon suspiró.

—¿Por qué motivo iban a violar a Louisa, Jeff? Heather dejó escapar un profundo gemido.

—¿Violar? —se sobresaltó el hermano pequeño.

—¿No te diste cuenta? —sonrió el mayor.

—¡La violaron! —inquirió Jeff sin dar crédito—. Pero ¿quién pudo violarla?

Ella hubiera accedido.

—Exacto —apuntó Branden.

—Cielo Santo, no había pensado en ello —admitió Jeff, sentándose en una silla a reflexionar sobre lo que había visto. Tenía la mirada perdida. Tras un rato, se levantó y caminó hasta la ventana. Permaneció contemplando cómo la brisa mecía las copas de los árboles—. Debe de haber sido como tú has dicho —murmuró pensativo—. Cuando la vi... la habitación estaba revuelta y le habían rasgado la ropa. Pensé que te habías peleado con ella. No se me pasó por la cabeza una violación. Tú no hubieras... —Se ruborizó y lanzó una mirada a Hcathcr, que escuchaba tranquila—. Tú jamás te hubieras molestado tanto —continuó, volviéndose—. Y al pensarlo de nuevo, estoy de acuerdo contigo en que la forzaron. Por tal como estaba, daba la impresión de que el agresor se acababa de marchar. No cabe duda de que cuando la mató todavía estaban practicando el acto. Pero ¿a quién podría haber rechazado tan violentamente?

Brandon volvió a mirar por la ventana.

—Jeff, quiero hablar con Lulu. ¿Puedes traérmela? El hermano pequeño asintió.

—¿Has averiguado algo? Brandon se encogió de hombros.

—Puede. No estoy seguro. Primero tengo que hablar con la chica —

respondió.

Jeff esbozó una sonrisa, confiando plenamente en la inocencia de su hermano.

—Iré a buscarla. Será mejor que averigües algo antes de que Townsend llegue.

Una vez que Jeff se hubo marchado. Branden se acercó a Heather y la miró a los ojos.

—Gracias por confiar en mí —murmuró.

—No sería una buena esposa si no lo hiciera —repuso ella dulcemente, acariciándole el rostro. Él se apartó y se volvió.

—Podría haberla matado, Heather, si hubiera llegado primero. Estaba de tan mal genio que derribé a Jeff al tratar de impedir que fuera a casa de Louisa.

Cuando leí la nota quise matarla. Y al verla en el sucio, con la ropa ' rasgada y el cuerpo, del que tan orgullosa estaba, desnudo, me di cuenta de lo cerca que había estado de arrebatarle la vida. Me alarmé al pensar en lo que había estado a punto de hacernos. —Se volvió—. ¿Lo ves?, me dio igual que estuviera muerta. No sentí dolor por su pérdida, sino alivio por haberme librado de ella y no tener que ser colgado por ello. Pero pude haberla asesinado...

—¡Oh, mi amor! —exclamó Heather, abrazándolo—. Tal vez estuvieras furioso, pero nada me hará creer que eres capaz de cometer semejante atrocidad. No es propio de ti.

Branden la abrazó con fuerza, encontrando consuelo en su fe incondicional en él.

—Oh, Heather, Heather —murmuró—. Te amo tanto. Te necesito. Te deseo a todas horas.

Lágrimas de dicha acudieron a los ojos de Heather mientras permanecía envuelta en sus brazos. Era tan reconfortante ser amada por él.

Branden aspiró la fragancia del cabello de su amada y bajó la vista.

Lentamente relajó los dedos y, allí, en la palma de su mano, yacía el diamante de Catherine Birmingham.

El sheriff Townsend arrestó a Branden por la noche. No hubo palabras.

Estaba convencido de que era su hombre y no quería perder el tiempo en discusiones. Tan pronto entró en la casa, anunció a Branden que estaba bajo arresto y quince minutos más tarde estaba de camino a Charleston acompañado por dos ayudantes.

Heather se quedó muy preocupada. Branden no había podido hablar con Lulu. De hecho, nadie había dado con ella. Había desaparecido. Nadie la había visto tras huir hacia el bosque. Los pocos esclavos que quedaban en Oakíey se habían mantenido apartados de la mansión, a salvo en sus cabañas. Preferían no saber lo que estaba ocurriendo tras la muerte de Louisa, a la que ahora estaban preperando para trasladarla a Charleston la mañana siguiente. Tampoco tenían la certeza de que Lulu hubiese regresado. Jeff envió a varios hombres a buscarla al campo mientras él y George lo harían en la ciudad. Pero no dieron con ella en ninguno de los dos lugares.

Al atardecer, Heather caminaba arriba y abajo por la habitación, padeciendo la ausencia de Brandon. Se preguntaba por su estado. El sheriff Townsend había sido tan testarudo. No había querido escuchar el razonamiento de su marido y probablemente ya lo estaría tratando como si lo hubieran condenado. Se estremeció al pensarlo. Se dirigió a la ventana y apoyó su rostro contra el cristal. Estaba oscuro como boca de lobo y el viento soplaba agitando los árboles. Había empezado a llover, pero esta vez no lo estaba disfrutando. Sentía desdicha y desesperación. Se acostó en la cama sin hacer mido, agotada, y contempló el dosel en la oscuridad. Era muy consciente del vacío que había a su lado.

A la mañana siguiente despertó al oír el rugido del viento. Fuertes ráfagas empujaban a unas nubes espesas y

grises que surcaban el firmamento veloces, y una luz amarillenta envolvía la tierra. La lluvia caía con moderación, pero las gotas golpeaban con fuerza los cristales, empujadas por el temporal. Se avecinaba una tormenta.

R1 día transcurrió lentamente y la lluvia causó estragos en el sistema nervioso de Heather. Jeff, calado hasta los huesos, entró varias veces en el dormitorio sin noticias de Lulu. Aunque ninguna de los dos lo admitió, estaban perdiendo la esperanza de encontrar a la chica con vida.

Era ya tarde cuando Heather, incapaz de permanecer sentada en Harthaven y deseando ayudar a su esposo, se atavió con su equipo de montar y una capa con capucha. Descendió por las escaleras sin hacer mido. Temía que Hatti la sorprendiera. Si la obstinada anciana de color la descubría intentando salir en medio de la tormenta, la detendría. Y sabía que James también se opondría a ensillar a Bella Dama.

Al final consiguió escapar y se dirigió a los establos, donde James estaba poniendo heno fresco en el suelo de las caballerizas. Al abrir la puerta, el hombre se sobresaltó y la miró mientras la joven luchaba contra el viento para no salir despedida. Dejó caer la horquilla al suelo y corrió en su ayuda.

—¿Qué hace saliendo con este tiempo, señora Birmingham? —inquirió el hombre—. Debería estar en la casa, alejada de este vendaval.

—Quiero sacar a Dama Bella, James —repuso Heather—. ¿Puedes ensillarla?

Ya he montado otras veces bajo la lluvia, así que no te preocupes.

—Pero, señora Birmingham, se avecina una torménta —protestó James—.

Cuando se pone así, las contraventanas salen volando y los árboles caen.

No es seguro. El señor Birmingham me despellejará si se entera que ensillé el caballo con este tiempo.

—Yo no se lo voy a decir. James —respondió obstínada—. Si lo averigua, le diré que te obligué a hacerlo. Ahora apresúrate a ensillar a Bella Dama.

Tenemos que encontrar a Lulu para que pueda decirle a Townsend que el señor Birmingham no asesinó a la señorita Louisa.

James la miró asustado, como si fuera a añadir algo, pero permaneció en silencio, con expresión de preocupación.

—Si no la ensillas. James, lo haré yo —sentenció. El mozo salió arrastrando los pies y sacudiendo la cabeza. A Heather le pareció que habían transcurrido horas hasta que Bella Dama estuvo lista. James comprobó la cincha por quinta vez.

—Señora Birmingham, puede que esté inquieta por la tormenta —la previno.

Su expresión evidenciaba su preocupación—. Señora... ¡No puede!

—Oh, calla, James —ordenó—. Tengo que irme. Él cedió a regañadientes y la ayudó a montar. Pero todavía sostenía la brida, muerto de miedo. Sus labios empezaron a temblar y Heather pensó que aún podría impedirle la salida. Al final, le entregó las riendas y se volvió para abrir las puertas del establo. La joven espoleó al caballo y se adentró en la tormenta. Tuvo la sensación de estar entrando en otro mundo. El viento, la lluvia y los relámpagos se unían formando un pandemónium. El zaino se detuvo y resopló, pero la muchacha volvió a espolearlo para que continuara. El viento azotó su capa y la lluvia la empapó en un abrir y cerrar de ojos. Los rayos desgarraron el cielo secundados por el fragor de los truenos.

Heather se volvió y divisó por encima del hombro a James envuelto en la tormenta, obervándola alejarse. Durante una milésima de segundo estuvo tentada a regresar y apaciguar los temores del criado... y los suyos propios.

No podía negar que estaba asustada. Pero la idea se desvaneció rápidamente. Si no hubiera sentido que debía partir, hubiera permanecido esperando en

casa,— pero la vida de Brandon dependía de Lulu y ¿qué mejor lugar para resguardarse de la tormenta que la casa desierta de su antigua señora?

Se adentró en el bosque al galope, donde las ramas la azotaron y arañaron.

Los árboles se mecían decididos a arrojarla del caballo al tiempo que el viento rugía coro rabia. La yegua resbaló y se zarandeó de un lado a otro del camino embarrado, cortándose las patas con la maleza. Heather tuvo que concentrarse para no res-balar y, desesperada, agarró las riendas con fuerza y hundió la cabeza en la crin de Bella Dama. El trayecto se convirtió en una batalla en la que caballo y jinete se enfrentaron al viento y a la lluvia, al bosque y al barro.

De pronto el viento amainó y la lluvia dejó de golpear la espalda de Heather.

La joven se dio cuenta de que el caballo se había detenido, extenuado. Alzó la cabeza y vio que estaban al abrigo de la mansión de Oakley. La casa solariega surgía amenazadora en la tormenta, iluminada débilmente por el día gris y deprimente. Se apeó, con piernas temblorosas, y se apoyó en el animal sudoroso hasta recuperar las fuerzas.

Empujada por la esperanza y el miedo, cruzó el pórtico y se adentró en la inquietante estructura. Cerró la puerta al vendaval y contempló a su alrededor. Luego se desprendió de las botas embarradas y la capa empapada. Parecía que la casa se inclinaba empujada por la ventisca, sus ráfagas colándose por las grietas de las contra-ventanas, agitando las cortinas y colgaduras, haciendo vibrar los cristales. El suelo crujía bajo sus pisadas, las paredes se quejaban y los guijarros revoloteaban en el tejado. En cada habitación se proyectaban sombras que se movían lentamente y, de las entrañas del caserón azotado por el temporal, se oían chirridos y portazos.

La mansión parecía estar molesta con la intrusa, pero el objetivo de Heather era mucho más importante que su aprensión. Tenía que asegurarse de que Lulu no estaba escondida en algún rincón.

La llamó, pero nadie respondió. Buscó en todas las estancias con una minuciosidad nacida de la desesperación. Las habitaciones del primer piso estaban oscuras. Las cortinas estaban echadas sin dejar que la luz se filtrara a través de ellas. Continuó su búsqueda, escudriñando todos los lugares lo suficientemente amplios para esconder a una persona. Descorrió las cortinas y abrió las puertas. La actividad la hizo entrar en calor y alejar el frío que albergaban sus huesos.

Subió corriendo por las escaleras con las faldas por encima de las rodillas, con unos modales impropios de una dama, y continuó rastreando el segundo piso. En él, parecía que la tormenta estaba todavía más cerca. Las corrientes de aire eran heladas y la lluvia golpeaba con fuerza el tejado. Las contraventanas se cerraban de gol-pe empujadas por las ramas de los árboles. Irrumpió en todas las habitaciones, mirando debajo de las camas.

Se detuvo un momento junto al lecho de Louisa y comprendió que en ese lugar es donde Brandon había sucumbido a los encantos de la mujer. En un arrebato de cólera, tiró las sábanas al suelo y las pisó.

Su búsqueda resultó infructuosa. La entrada al desván era una pequeña trampilla en el techo, inalcanzable sin escaleras. Regresó al primer piso y, al percatarse de que no había comprobado el salón, entró en él.

Heather se quedó helada. El cortinaje había sido arrancado de las ventanas y había una silla rota en el suelo. Una mesa con sólo tres patas se balanceaba frente a la chimenea. Sobre el escritorio no había nada; papeles, plumas y tintero estaban desparramados sobre la alfombra que había debajo. Varios libros habían caído de la librería y los que todavía permanecían en ella, estaban muy desordenados. Habían revuelto la sala como si hubieran estado buscando un objeto de suma importancia.

Aunque no había razón para creer que no hubiese sido hallado, Heather empezó a investigar cada rincón como sólo una mujer es capaz de hacerlo.

No tenía la menor idea de lo que buscaba. Únicamente intuía que podía haber algo. Rastreó con los ojos la alfombra y la superficie de cada mueble.

Arregló los objetos y comprobó cada recoveco. La mampara de la chimenea estaba ligeramente ladeada y su acusado sentido de la pulcritud, la llevó a enderezarla. Al hacerlo, un extraño centelleo llamó su atención. El objeto estaba alojado en una grieta, entre dos ladrillos, en el suelo de la chimenea.

Se agachó y se quedó boquiabierta.

Era uno de los pendientes de diamantes de Catherine Birmingham, sus pendientes, del par que le había entregado Hint. Lo recogió y lo contempló incrédula.

En la nota que Louisa había enviado a Brandon afirmaba tener una información que debía contarle. ¿Y qué otro secreto podía haber descubierto que no fuera lo de William Court? No había otro, se dijo. Pero

¿por qué Hint se lo había revelado? Seguro que se había dado cuenta de que Brandon no iba a permitir que continuara chantajeándola a cambio de su silencio. Si Louisa se hubiera enterado de lo de la muerte de William, habría hecho todo lo posible para contárselo a Brandon por despecho.

Entonces ¿por qué el señor Hint se lo había contado a Louisa? ¿Por qué le había dado los pendientes? ¿Por qué razón había puesto en peligro su fortuna mediante un acto tan estúpido? ¿Se había enamorado de la mujer y pensaba sobornarla con esas baratijas? ¿Ese horrible hombre? Louisa se hubiera burlado de él en su cara.

Pero ¿era eso? ¿La había asesinado por haberse burla-do de él o para asegurar su silencio? ¿Poseía la fuerza suficiente para romperle el cuello?

Brandon podía hacerlo, lo sabía, pero ¿tenía ese hombre, que era la mitad que su esposo, la fuerza suficiente para llevar a cabo ese acto?

—Vaya, pero si es mi buena amiga, la señora Birmingham —dijo una voz.

Heather se volvió, alarmada. No había duda de a quién pertenecía esa voz estridente. El pánico la paralizó. Hint, arañado y magullado, la miraba con una son-risa en el rostro.

—Veo que ha encontrado el pendiente —observó. Ella asintió con cautela.

—En la chimenea —dijo él entre risas—. No pensé en ese lugar. Dios la bendiga por haberlo hallado por mí. Creí que nunca lo encontraría.

—Le... —Heather se atragantó, y empezó de nuevo—. ¿Le dio los pendientes a Louisa?

—Bueno... no exactamente —explicó Hint—. Se los mostré y le prometí una vida desahogada conmigo. —Su rostro se desfiguró en una mueca—. Cuando los vio, supo que eran suyos. No paró hasta descubrir por qué los tenía yo.

Entonces, cuando le expliqué lo del pobre Willy, sus ojos brillaron extrañamente y me los arrebató y juró venganza. Se volvió loca. Al principio me costó entenderla. Estaba fuera de sus casillas, tan pronto reía como lloraba. Todo el rato gritando que se iba a vengar de usted. Juró que la vería colgada. Tuve que golpearla para que volviera en sí. Con una frialdad espeluznante me contó lo que le haría. Le dije que estaba siendo una estúpida, que podría vengarse con el dinero que usted me iba a dar. Yo sabía que cuando su marido sé ente-rara de lo del chantaje, ya no habría más joyas, sabe, y que incluso podría matarme para mantener mi boca cerrada. Pero no quiso escucharme. Quería verla colgada del cuello, pero primero deseaba contárselo a su esposo y ver cómo suplicaba por su vida.

Envió a Lulu a buscar-lo con la nota. La chica me vio alterado y huyó con la nota mientras Louisa y yo discutíamos. Traté de hacerla entrar en razón y de convencerla de que podíamos ser ricos, pero me dijo que quería verla colgada. Estaba decidida á contárselo a su esposo y a mostrarle los pendientes como prueba. Se burló de mí y me llamó sapo repugnante... dijo que me había estado engañando para ver qué podía sacarme. Le hice los vestidos gratis, y me llamó cerdo, caricatura odiosa de un hombre. La amaba, de veras, y ella me insultó. —Rompió a llorar—. Me pegó dos veces cuando le dije que había copiado su vestido, el de usted, para dárselo a ella y entonces me insultó brutalmente haciéndome pedazos. No pude evitarlo.

Mis manos rodearon su cuello sin saber lo que hacían.

Ella se asustó y se apartó de mí escondiéndose tras las cortinas. Pero la agarré y la obligué a estirarse. No sabía que poseía tanta fuerza. Me pegó patadas y me dio un puñetazo digno de un hombre. Me apartó de ella a fuerza de golpes. Nos peleamos por toda la habitación, como puede ver.

Pero pude disfrutar de ella, y ella también de mí. Todavía creía que podíamos ser felices jun-tos. Pero me escupió en la cara y me llamó monstruo, me dijo que cuando llegara su esposo vería a un verdadero hombre. Mis manos estrujaron su cuello, hasta arrebatarle la vida. No pude detenerlas. Las aparté cuando llegó su marido. Estaba muy furioso. No llamó ni a la puerta. Apenas me dio tiempo a esconderme.

—¿Quiere decir que todavía estaba aquí cuando llegó mi esposo? —inquirió Heather atónita.

-Sí —afirmó Hint—. Entró hecho una furia. Me asusté al verlo tan grande. Tal vez me libré de él cuando

vio que su trabajo estaba hecho. Luego apareció otro hombre igual que su esposo, que salió tras él, pero tampoco me vio.

—¿Por qué me está contando todo esto, señor Hint? —preguntó Heather asustada ante la posible respuesta. —¿Por qué no, ahora? —repuso él—. Desde el instante en que encontró el pendiente, supo que había sido yo el que había matado a Louisa. Démelo antes de que vuelva a perderse. —Se lo arrebató y se lo quedó mirando durante un largo rato—. Cuando estaba confeccionando sus vestidos, Louisa me dijo que para ella yo no era un tullido. Me llamó «mi amor» y dejó que acariciara y besara sus pechos. La amaba, de veras, y ella me llamó sapo. —Las lágrimas cayeron por su desagradable semblante. Alzó la vista entornando los ojos—. No era la primera mujer que mataba por burlarse de mí —confesó—. El vestido que llevaba usted cuando huyó de la tienda de Willy, pertenecía a otra que se burló de mí. Willy, el tipo, pensó que no había regresado porque no podía pagarlo. —Soltó una carcajada—. No regresó porque estaba muerta. Le rompí el cuello igual que a Louisa. También a la señorita Scott, por burlarse de mí.

Hint se acercó amenazador a Heather, que percibió el horrible olor a colonia y comprendió lo que acababa de decirle. Al recordar la primera vez que había olido esa pestilencia, se sobresaltó.

—¡Estaba detrás de las cortinas de la tienda de William Court! —exclamó la joven—. ¡Me vio salir huyendo con el vestido!

El hombre esbozó una horrible sonrisa.

—Sí —confirmó—. Ni siquiera miró atrás. Tengo que agradecérselo. Me facilitó el trabajo.

—¿El trabajo? —inquirió Heather sin comprender. —Sí, mi trabajo —repitió Hint—.

¿De veras creyó que había matado a Willy? ¿Con esa pequeña herida? No.

Únicamente se desmayó, más por el vino que por lo que le hizo.

—¿Quiere decir que está vivo? —preguntó ella, in-crédula.

Hint se echó a reír sacudiendo la cabeza.

—No, señora-negó—. Le rajé el cuello. Fue fácil. Todos esos años haciendo los trajes para él. Él decía a todo el mundo que eran suyos, pero no sabía ni enhebrar una aguja. Fue muy sencillo. Aunque... la cocinera vio cómo lo asesinaba. Regresó a lavar los platos y me vio con el cuchillo. Tuve que abandonar Inglaterra por su culpa. No pude ponerle las manos encima.

Huyó como Lulu, demasiado asustada para morir, y no pude encontrarla.

Heather, perpleja, retrocedió hasta la chimenea. ¡Todo este tiempo pensando que había matado a un hombre!, pensó.

—No me va a resultar fácil matarla, señora —admitió el jorobado—. Nunca me ha hecho daño. De algún modo, hasta ha sido amable conmigo. Es usted tan hermosa. Una vez le dije a Sybil que algunas de las mujeres más bellas del mundo habían llevado mis creaciones. Me refería a usted. Es la única que hace justicia a mis vestidos. Pero ahora, para salvar a su marido, les dirá a todos que yo maté a Louisa.

Hint se acercaba a ella, bloqueando su huida. Con la espalda en la chimenea, Heather no podía retroceder más. Al ver las garras del asesino dirigirse hacia su cuello, las mismas que había visto en los sueños, una fuerza extraña le dio valor para enfrentarse a él pasara lo que pasara. Con un rápido movimiento consiguió esquivar-lo. Él alcanzó su chaqueta de montar, y se la arrebató cuando la joven tiró con fuerza al tratar de huir de sus garras. Era muy rápido a pesar de su cuerpo contrecho. Consiguió agarrarle un pliegue de la falda, tiró de él con una fuerza aterradora y giró a la muchacha. Contempló el hombro que el traje hecho jirones había dejado al aire y se relamió de placer.

—Su piel es como la seda —musitó con lascivia—. Soy un aficionado a la dulzura de la carne femenina. Quizá podamos retrasar su... partida... un rato. —Le arrancó la tela que cubría sus senos. La prenda cayó al suelo, dejando a la joven cubierta únicamente por una enagua mojada. Los ojos del agresor se encendieron al contemplar el ligero material y empezó a jadear sobre ella como un perro hambriento sobre un hueso. Le rasgó la prenda hasta dejarla desnuda.

Heather chilló y forcejeó con él, golpeándolo en el pecho. Pero era demasiado fuerte y se burlaba de sus esfuerzos lastimosos.

—No posee ni la mitad de fuerza que Louisa —se mofó.

La aplastó contra él. Heather intentó alejarse de él, asqueada. Hint besuqueó su cuello y sus senos. Luego la mordió viciosamente en un hombro. Heather gritó de dolor, ya sin fuerzas. Sintió cómo la boca de Hint descendía hasta sus senos y se percató de que estaba a punto de morderla otra vez. Le había hecho inclinarse tanto, que estaba convencida de que ella era lo único que lo sujetaba. De repente, se acordó de cuando William Court la había intentado poseer; ella lo había tira-do al suelo. No tenía tiempo para pensar si funcionaría ahora y, sin previo aviso, alzó los pies. Cayeron al acto. Al intentar impedir la caída, él la soltó. Heather dio contra el suelo, rodó y se incorporó. Hint trató de cogerla, pero sólo le rozó una pierna. La muchacha salió huyendo hacia las escaleras sin mirar atrás. Sabía que su agresor ya se había levantado y confió en que las escale-ras le harían aminorar la marcha. Subió por los escalones jadeando, corriendo con todas sus fuerzas. Al llegar arriba, se volvió para mirar. Hint estaba empezando a ascender con una pistola en cada mano.

Heather soltó un grito y entró en la primera habitación que encontró. La cruzó a toda prisa, se metió en una segunda habitación y cerró la puerta a sus espaldas. Sólo se detuvo al llegar a la última estancia. No podía continuar sin salir al pasillo, y en éste estaba él, dubitativo, intentando averiguar dónde se encontraba ella.

Heather cerró los ojos e intentó sosegarse. Su corazón latía con fuerza, impidiéndole oír en qué dirección había ido Hint. El repiqueteo de la lluvia empeoraba las cosas. Se apretó contra la pared, temblando, y comprobó la herida de su hombro. Tenía marcados los dientes de su asaltante. Si conseguía atraparla, no cesaría hasta destrozarla. Se preguntó si Sybil y Louisa habían tenido que sufrir la misma tortura. Las había violado y ahora iba tras ella. Súbitamente, apareció ante ella la visión de un hombre siniestro a caballo acercándose... acercándose hacia ella, envuelto en una capa negra. Pero esta vez su rostro era visible. Era el señor Hint.

Heather se tapó los ojos para hacer desaparecer la horrible visión. ¡Ojalá Dios le concediera la muerte antes de que ese hombre abusara de ella!

Se estremeció apoyada contra la pared. Desnuda, las corrientes de aire eran heladas. Contempló su cuerpo desnudo y se mordió el labio. Quiso buscar algo de ropa en el armario que había junto a ella, pero no podía permitirse hacer el menor ruido.

Oyó portazos y que empujaban muebles en una de las habitaciones del fondo. Antes de moverse esperaría a que llegara a la estancia contigua. Si conseguía deslizarse por la puerta sin ser descubierta, podría llegar hasta las escaleras fácilmente y escapar de él_ Su capa es-taba en el vestíbulo. Si pudiera cogerla antes de ser sor-prendida... Pero su vida valía más que su recato. ¡Oh, Señor, si pudiera escapar!

De pronto se percató de que Hint estaba en la habitación de al lado. Hizo girar el tirador con sumo cuida-do, echando una ojeada a la puerta que separaba ambas estancias. Sin mirar al pasillo, salió y cerró la puerta sin hacer ruido. Retrocedió dos pasos y se volvió para pasar por delante de la habitación donde se encontraba él. Súbitamente sintió una manó y soltó un grito.

—¡Heather! —exclamó Brandon, que luego contempló alarmado su cuerpo desnudo.

Heather lo abrazó sollozando, sin preguntar por obra de qué milagro había conseguido salir de la cárcel y reunirse con ella. Estaba calada hasta los huesos, pero su abrazo húmedo la sosegó. De repente oyó los pasos de Thomas Hint. Sus latidos se dispararon y tiró bruscamente de su marido.

—¡Oh, Brandon, date prisa! —exclamó—. Está armado.

Brandon palideció.

—¿Te ha hecho daño, Heather? —inquirió consternado.

Ella no tuvo tiempo de responder. Sabía a qué se refería, pero no podía detenerse a tranquilizarlo. Lo empujó hacia un dormitorio, al otro lado del pasillo. Estaba cerrando la puerta cuando Hint abrió la suya. El hombre la vio de inmediato y levantó la pistola. Heather se quedó petrificada. El arma se disparó. La bala le rozó la oreja y se incrustó en la puerta, astillando la madera. Conmocionada, Heather la cerró de un por-tazo.

Brandon no se paró a preguntar. El disparo había pasado demasiado cerca de su esposa. Tiró de ella con fuerza y se apoyaron contra la pared junto a la puerta, Heather detrás de él. El tirador empezó a girar. De pronto se abrió y el señor Hint entró. Brandon le agarró del brazo y le retorció la muñeca haciendo que una de las pistolas se estrellara contra el suelo. El señor Hint se volvió sobresaltado. Por la expresión de su semblante estaba claro que no sabía que Brandon estaba en la habitación. Ya no perseguía a una dama indefensa, sino también a su marido. Hint vio que el puño del hombre se dirigía hacia su rostro e intentó esquivarlo, sin conseguirlo del todo. El puñetazo le rozó la mejilla y, aunque no lo sintió con toda su fuerza, lo lanzó contra la pared. Aturdido, apuntó al abdomen de Brandon con la pisto-la que le quedaba. Oyó gritar a Heather.

—Me ha arrebatado la equivocada, señor Birmingham. Es una lástima, ¿no cree? —observó Hint. Brandon avanzó hacia él con un brillo mortífero en los ojos. Su esposa volvió a chillar agarrándole del brazo y tirando de él con todas sus fuerzas para hacerle retroceder. Pero no lo consiguió.

—¡No me ha hecho daño, Brandon! ¡Logré escapar a tiempo! —gritó Heather.

Brandon se detuvo. La miró y parte de la violencia que se reflejaba en su semblante desapareció.

—Él mató a Louisa —explicó ella.

—Sí, fui yo —admitió Hint, mirando a Brandon con una sonrisa—. Y no voy a pensármelo dos veces antes de matarlos a ustedes también. Pero creo que ya sabía que había sido yo, ¿verdad?

—Tal vez —replicó Brandon. Retrocedió unos pasos llevándose a Heather con él.

—Sí. Estoy seguro —afirmó Hint—. Oí que había estado preguntando por mí en la ciudad. Empezó a curiosear el día que vino a la tienda, queriendo saber cuándo había dejado Inglaterra y qué clase de tipo era. Lo que deseo saber es por qué.

Brandon esbozó una sonrisa y se quitó la camisa con toda tranquilidad.

—Mi mujer lo mencionó en varias ocasiones —con-testó.

Heather lo miró soprendida. Él le sonrió tratando de sosegarla y le colocó la camisa por encima. Pero al ver la marca de los dientes del señor Hint en su cuerpo, su ex-presión se endureció.

Vaya, veo que se ha fijado en las señales de su esposa —se mofó Hint—. Es una mujer muy delicada, ¿no cree? Está realmente adorable sin ropa. Eso es algo difícil de admitir en mi profesión. Pero es cierto. No he visto a nadie que sea tan hermosa. Y además es más hábil que la mayoría. Huyó de mí antes de que pudiera disfrutar de sus encantos. Es escurridiza como una anguila.

—Si le hubiera puesto la mano encima, ahora estaría muerto —gruñó Brandon.

Hint sonrió con desdén.

—De modo que le habló de mí, ¿eh? Nunca me lo hubiera imaginado.

Cuando la vi huir de la tienda del pobre Willy, pensé que estaría tan asustada que no se atrevería ni a pronunciar mi nombre, creía que había sido ella la que lo había matado. No me imaginé que hablaría. Pero, entonces ¿por qué se asustó tanto cuando le dije que se lo contaría a usted si no compraba mi silencio? —inquirió.

—Me temo que no sabía que me lo había dicho —repuso Brandon.

Hint arrugó la frente.

—¿Eh? ¿Cómo dice? No tiene sentido —declaró. —No importa, Hint —comentó Brandon—. Ahora, si es usted tan amable de decirme qué le dio mi mujer, le estaría muy agradecido.

—Ya sabe lo que me dio, o parte de lo que me dio —contestó Hint—. Vi cómo cogía el pendiente de diamantes junto al cuerpo de Louisa. —Urgó en el bolsillo de su abrigo y sacó las joyas para mostrárselas—. Para satisfacer su curiosidad. —Sonrió—. Bonito lote ¿no cree? Igual que su esposa, tan bonita con su piel sedosa y su cabello negro. Me apuesto a que cualquier hombre se moriría por tocar sus tetas, bellas y suaves y...

—¿También violó y mató a Sybil Seott? —interrumpió Brandon.

Hint lo miró con los ojos entornados.

—Sí. Se burló de mí igual que Louisa. La seguí desde Charleston y gocé de sus encantos en el bosque. Pero no era ni la mitad de hermosa que su mujer.

—¿También era usted el del bosque cerca del molino? —volvió a interrogarle.

—Sí —confirmó Hint—. Casi no pude evitarlo ese día. La deseaba. Cuando el vendedor ambulante me vendió el traje, supe que estaba aquí. Traté de que me dijera dónde había conseguido el vestido, pero no pudo decírmelo.

Cuando la vi en el bosque supe que era la misma chiquilla que había huido de Willy al intentar violarla. También se escabulló de él y le clavó un cuchillo.

—¡No! —gritó Heather—. Cayó sobre él mientras peleábamos.

—Pensó que lo había matado, pero no estaba muerto... todavía. No hasta que le rajé el cuello —afirmó Hint. —¿Ha asesinado a toda esa gente, sin que nunca hayan sospechado de usted? —preguntó Brandon.

—Sí, y a mucha más —confesó Hint con orgullo—. Lo pasé mal cuando tuve que huir de Inglaterra, pero no me cogieron y nadie ha sospechado de mí aquí.

—Debe de creerse muy listo —apuntó Brandon. —Lo suficiente para añadir dos más a mi lista. —Los amenazó con el arma—. Pero deseo gozar de su esposa delante de usted. Nunca he hecho nada parecido a eso. —Como le ponga una mano encima, lo mataré. Hint se echó a reír. Luego, los miró con un brillo antinatural en los ojos.

-Sí, será muy agradable. Ya me lo imagino... atado, inmovilizado mientras yo gozo de su mujer en la cama. Se volverá loco cuando vea que la penetro.

Haré que grite cada vez que saboree un bocado.

Heather abrazó a Brandon con fuerza, apretando la cabeza contra su pecho.

—La mataré yo mismo antes de dejar que le ponga sus viciosas manos encima —juró Brandon—. Pero no va a conseguir ni acercarse un poco. Será mejor que apunte bien con esa pistola. Si no me mata con esa única bala, no vivirá mucho tiempo después de haber apretado el gatillo.

—Puedo matarle sin ninguna dificultad —amenazó Hint, apuntándole al corazón con su arma.

De pronto, Heather se colocó delante de su marido. Éste intentó apartarla,.pero ella se aferró a él salvajemente.

—¡Por el amor de Dios, Heather, aparta! —gritó Brandon.

—¡No! —exclamó ella—. Sólo tiene una bala. únicamente puede matar a uno.

Deja que sea yo —suplicó—. Prefiero morir antes de que me toque otra vez. No podría soportarlo.

—Su esposa tiene razón, señor —admitió Hint—. No puedo matarlos a los dos con una sola bala. Será interesante ver a cuál alcanzo. Están tan ansiosos por morir el uno por el otro... —se burló—. Usted, señor, es un ser muy galante. Dijo que mataría a su esposa antes de que le pusiera una mano encima. ¡Qué caballero! Se cree que no soy digno de acostarme con un cadáver.

—No es digno ni de pisar el suelo por el que camina —le escupió—. ¿Realmente cree que voy a permitir que la toque? ¡No dejaré que ningún hombre use lo que es mío y, usted, maldito tullido, cree que no voy a luchar a vida o muerte para mantenerla a salvo de su depravación!

—No tiene elección —espetó Hint con desprecio. Apuntó por encima de Heather a la cabeza de Brandon: Se acercó a la joven y le arrebató la camisa que cubría su cuerpo. Luego retrocedió y se regaló la vista con sus muslos y sus nalgas—. Me gusta más así.

Brandon avanzó inmediatamente con una especie de gruñido, pero Hint volvió a amenazarle.

—Retroceda o le vuelo la cabeza a su esposa.

La tormenta lanzó una rama contra los cristales de la ventana, haciéndolos añicos y sobresaltando a Hint, que miró a su alrededor confundido.

Brandon aprovechó la ocasión para abalanzarse sobre él, pero Hint disparó la pistola. Al ver a su marido tambalearse hacia atrás, Heather soltó un grito.

El herido se llevó una mano al hombro, que empezaba a sangrar profusamente, y esbozó una sonrisa diabólica.

Hint se percató de su error. El hombre no estaba muerto y sabía que se aseguraría de quitarle la vida. Ahora ya no era el perseguidor sino la presa.

Aterrorizado, se precipitó hacia la puerta y, a pesar de la cojera, consiguió huir a una velocidad asombrosa. Brandon salió tras él sin dudarlo un minuto. Heather, aturdida, permaneció unos segundos inmóvil. La impresión de ver a Brandon alcanzado por la bala había sido muy fuerte.

Salió de la habitación a tiempo para ver a su marido bajar por las escaleras detrás de Hint. Éste miró horrorizado hacia atrás permitiendo ver a Heather la espuma que rezumaba de su boca. Su lengua golpeaba enérgicamente los gruesos labios y sus ojos estaban abiertos de par en par. Al llegar al primer piso, empezó a dar vueltas sin saber qué hacer. Miró la pistola que todavía tenía en la mano y, al darse cuenta de que ya no le servía, la arrojó contra Brandon. Éste la esquivó y el arma se estrelló contra el suelo. Hint corrió hacia la puerta, pero su adversario, mucho más ágil, se abalanzó sobre él. Los dos cayeron al suelo. Brandon se incorporó enseguida y propinó un tremendo puñetazo al jorobado. El hombre cayó hacia atrás sangrando. Brandon lo levantó otra vez y lo estrelló contra la pared con la fuerza suficiente para romperle la espalda. El señor Hint gritó de dolor. Su adversario volvió a propinarle otro puñetazo, esta vez en el abdomen.

Cuando el tullido se encogió, Brandon lo enderezó lanzándole un brutal gancho en la mandíbula. El asesino suplicó por su vida mientras trataba de liberarse con desesperación. Pero Brandon no tenía intención de dejarle marchar.

—¡No vas a tener otra oportunidad de hincarle los dientes a mi esposa, bastardo vicioso! —exclamó Brandon. Heather estaba aterrorizada. Jamás había visto a su esposo actuar con tanta violencia. Parecía no molestarle la herida del hombro. Los dos hombres estaban cubiertos de sangre; era imposible saber quién era el que san-graba más. Brandon golpeaba a Hint una y otra vez.

Heather bajó por las escaleras con las piernas temblorosas en dirección a ellos. Con una mano se cubría el busto y con la otra, la entrepierna.

Heather no pudo soportarlo por más tiempo. Corrió hacia su marido y le agarró del brazo.

—¡Brandon, basta! —exclamó—. ¡Vas a matarlo! . ¡Por el amor de Dios, para!

Aturdido, Brandon soltó a Hint y observó cómo éste caía al suelo. Hint se agarró a la cintura de su contrincante con un gemido, pero éste ya no estaba interesado en él. Tampoco Heather deseaba presenciar la brutalidad a la que podía llegar su esposo cuando perdía los —

estribos. Lo contemplaron con lástima antes de volver-se. Luego Heather examinó la herida de Brandon y, al tocarla, éste hizo una mueca de dolor.

—Tenemos que ir a casa de inmediato, Brandon —apuntó la joven—. Hay que extraer la bala del hombro. Brandon consiguió esbozar una sonrisa.

—Me temo que no podemos ir a casa, por lo menos hasta dentro de un rato —

dijo—. Tendremos que pasar la noche aquí. La tormenta es muy peligrosa. Ha empeorado desde que llegué y probablemente se ha duplicada desde que lo hiciste tú.

—Pero hay que limpiar esa herida —insistió Heather—. ¿Y Beau? ¿Quién va a amamantarlo?

Brandon soltó una carcajada y la atrajo hacia sí sin pensar en la sangre que le cubría el pecho.

—Tendrás que cuidar tú de mi hombro, cielo y en cuanto a Beau, mandé a James a buscar una nodriza por si no podíamos regresar. Una misión perfecta para Ja-mes por haberte ensillado el caballo. Fue un acto temerario salir de casa con esta tormenta, Heather, y todavía más ir en busca de Lulu.

—Pero, querido —protestó ella—, no podía quedar-me sentada de brazos cruzados.

Ni Brandon ni Heather se percataron de la figura que se arrastraba en dirección a la puerta. Al notar una ráfaga de aire acompañada de lluvia, se volvieron y des-cubrieron que Hint huía. Éste se arrastraba luchando contra el viento, que ahora tenía una intensidad demoníaca. Brandon también tuvo que luchar contra él para llegar hasta la puerta. Pero cuando lo hizo, Hint ya es-taba corriendo por el porche hacia los caballos. Bran-don no llegó a tiempo para impedir que Hint montara a Leopold. Le gritó, pero su voz se perdió en el vendaval.

Hint tiró de las riendas, tratando de mantenerse erguido. Reía a carcajadas a pesar de su inestablidad, pensando en cómo había logrado vencer al hombre corpulento que tenía tras él. Había recibido muchos azotes de parte de su padre cuando era pequeño, y su cuerpo se había endurecido. Ningún mortal podría acabar con él tan fácilmente. Con una carcajada espeluznante, espoleó a Leopold, y el animal se adentró velozmente en la tormenta hecho una furia.

Heather se hallaba en el porche, luchando contra el viento y la lluvia, cuando Hint pasó por delante de ella y se precipitó por el camino embarrado donde los árboles se agitaban violentamente por encima de él.

La joven pudo oír el crujido de una rama al partirse. Una tromba de agua la empapó mientras intentaba descender por las escaleras. Brandon pasó por delante de ella con el cabello y los pantalanes empapados y la sangre aguada res-balando por el pecho. Se volvió hacia ella para decirle algo, pero 1leather no pudo oír nada debido a la fuerte tormenta. El hombre le señaló la casa para que entrara. De pronto un rayo iluminó el cielo y el ruido ensordecedor de un trueno explotó sobre sus cabezas. Otro rayo rasgó el firmamento cuando Heather vio a Leopold encabritarse, asustado. Hint, incapaz de mantener-se sobre la silla de montar, se precipitó al suelo. La rama de un árbol se partió, cansada de luchar contra el viento, y cayó sobre él con todo su peso. Otro relámpago iluminó a Heather, que soltó un grito ahogado por un trueno. Corrió en dirección a Brandon, pero éste ya se dirigía hacia donde yacía Hint. Vio cómo alcanzaba a éste y trataba de levantar la rama. Se arrodilló juntó al hombre, pero se volvió para mirar a su esposa y por su gesto, ésta supo que no había razón para intentar apartarla, pues Hint ya no podía sentirla. Estaba muerto. Se había hecho justicia.

Brandon se alejó del cuerpo deformado de Hint. Al llegar junto a Heather, la abrazó bajo un nuevo relámpago, y la acompañó hasta la casa.

—Entra —gritó Brandon—. Tengo que llevar a Leopold y a Bella Dama al establo.

—Deja que te ayude —se ofreció Heather—. No estás en condiciones de hacerlo tú solo.

—No. Entra y quédate ahí —ordenó Brandon—. No tardaré mucho. Busca todo lo que necesites para curar-me el hombro y cuando regrese dejaré que me atiendas.

Brandon la empujó al interior y cerró la puerta. Ella se dispuso de inmediato a buscar lo necesario para curar la herida de su esposo. Encontró ungüento, coñac y sábanas limpias. Lo dejó todo junto a una cama que había preparado en el segundo piso y que había rodeado de candelabros. Ya era de noche y, excepto por los relámpagos, la mansión estaba totalmente oscura. Recuperó la camisa de Brandon, en una habitación al otro lado del pasillo, y se la puso. No deseaba tocar la ropa de Louisa.

Cuando Brandon entró, Heather, ansiosa, le esperaba en el vestíbulo. El candelabro que llevaba le dejó ver-la palidez del rostro de su esposo. Éste, muy débil, se estremeció y se tambaleó contra la puerta. Heather corrió en su ayuda y lo envolvió en un edredón de algodón. La bala le había hecho un agujero en el hombro, y Brandon se retorcía de dolor. Heather le ayudó a subir por las escaleras hasta la habitación. Al pasar por delante del dormitorio de Louisa, vieron el dosel perfectamente iluminado por los candelabros que Heather había encendido cuando había buscado unas tijeras. A pesar del dolor, Brandon esbozó una sonrisa al descubrir la colcha en el suelo. Heather bajó la cabeza, avergonzada, y continuó caminando junto a él. Al llegar a la cama, Heather cogió las tijeras e intentó cortar los pan-talones mojados.

-¿Qué es lo que pretendes que me ponga mañana cuando regresemos a casa, mi amor? —preguntó divertido—. Te aseguro que no me dejé ningún pantalón aquí cuando cortejaba a Louisa. Será mejor que me ayudes a sacármelos.

Antes de ayudarla con la prenda, lo cual no era una tarea fácil cuando estaba mojado, Brandon extrajo una bolsa de cuero y la depositó sobre la mesa. Cuando finalmente lo consiguieron, Heather suspiró satisfecha y le indicó que se tumbara en la cama. Tras limpiar y examinar la herida, le dio una copa llena de coñac.

—No necesito más distracciones de las que tú me ofreces vestida con esa camisa —bromeó Brandon—. Eres una enfermera muy tentadora y, si bebo demasiado, coñac y te miro, me olvidaré de todo y usaré esta cama para algo más que para dormir.

Heather soltó una carcajada y observó cómo su es-poso apuraba el contenido con aprobación. Había adoración en sus ojos al contemplarlo. Le apartó con ternura el cabello de la frente y le acarició el rostro. Brandon tomó su mano y la besó amorosamente.

—Brandon —dijo Heather preocupada—. No poseo la fuerza suficiente para inmovilizarte y si tengo que extraerte la bala debes permanecer quieto.

Necesitaría que Jeff estuviera aquí.

—Haz lo que debas hacer, Heather —convino él—. Lo haré por ti. Si Jeff estuviera aquí, tendría dificultades para inmovilizarme, pero por ti, me quedaré tan quieto como un viejo roble.

Brandon hizo honor a su palabra. Su frente se llenó de sudor, sus mandíbulas se tensaron, pero no hizo el menor movimiento mientras Heather trataba de localizar la bala. Era ella la que mostraba más dolor. Se mordía el labio inferior y fruncía el entrecejo. Estaba a punto de llorar si su marido emitía un solo gemido.

Finalmente, Heather consiguió localizar el plomo y atraparlo con las tijeras.

Luego, con manos sudorosas, lo extrajo. La sangre empezó a brotar de la herida y empapó los paños que Heather presionó contra ella. Excepto por su frente húmeda, no había rastro de dolor en el semblante de su marido.

Se sorprendió ante el control que éste tenía sobre su propio cuerpo.

Cuando la herida estuvo perfectamente vendada, la muchacha se sentó junto a él y le secó la frente.

—¿Crees que puedes dormir ahora? —preguntó, suavemente.

Brandon le acarició el muslo.

—Cuando te miro el dolor y las ganas de dormir desaparecen, mi amor. Estoy tentado de ejercer mis derechos maritales. Te eché de menos ayer noche, mujer.

—Ni la mitad de lo que lo hice yo —murmuró Heather, besándole en los labios.

Brandon la miró con ojos lujuriosos y procedió a quitarle la camisa.

—No me dolerá el hombro si te estiras junto a mí. Puedo hasta abrazarte si te pones en el lado bueno. Heather sopló todas las velas, dejando una encendida. Antes de deslizarse en la cama, depositó la camisa sobre una silla. Luego se acurrucó junto a él. Con la tormenta bramando fuera, la cama le pareció el paraíso. Permaneció en silencio durante unos minutos hasta que — su curiosidad se despertó.

—¿Brandon? —inquirió.

—¿Sí, cielo? —respondió él besándola en la frente. —¿Por qué sospechaste de Hint tan pronto? —inquirió—. Dijo que habías estado haciendo preguntas acerca de él después de encontrárnoslo en el teatro. ¿Es cierto?

-Sí —contestó Brandon. —Pero ¿por qué? —insistió ella.

—Cuando estuviste enferma en el viaje, no dejaste de repetir cosas en tu delirio —explicó Brandon—. Una de esas cosas era el nombre del señor Hint.

Estabas claramente asustada de ese hombre. Pero al ver cuánto le temías en el teatro, quise saber más acerca de él.

Heather lo contempló, pensativa. —¿Qué más dije?

—Hablaste bastante de tu padre —continuó con una sonrisa amable—, y de un tal William Court. La conclusión que saqué de tus desvaríos es que pensabas que habías matado a un hombre cuando éste había intenta-do violarte. Siempre que hablabas de él lo hacías también de Hint y temías que éste te acusara de asesinato.

—¿Lo sabías y no dijiste nada? —inquirió ella incrédula.

—Quería que me lo contaras tú y que confiaras en mí-respondió Brandon.

Heather tragó saliva intentando no llorar.

—Tenía miedo de hacerte daño o incluso de perder-te. Deseaba tanto hacerte feliz y que no te sintieras avergonzado de mí.

Brandon sonrió con ternura.

—¿Crees que no he sido feliz a pesar de saberlo des-de hace tiempo? No tienes secretos para mí, ¿sabes? —¿Ninguno? —preguntó la joven con cautela. —

Ninguno —afirmó Brandon categóricamente—. Hasta sabía que deseabas una niña para fastidiarme.

La muchacha soltó una carcajada y se ruborizó ligeramente.

−0h, qué horror, Brandon. Y mantuviste la boca cerrada para que no sospechara nada. Pero ¿sabías que

el señor Hint era el asesino de Sybil y de Louisa? —preguntó Heather, intrigada.

—Después de conocerlo me enteré que era el modisto de Sybil, pero no tenía pruebas de que fuera su asesino —explicó él—. Sin embargo, cuando asesinaron a Louisa, no lo dudé, pero necesitaba evidencias. Estaba seguro de que Lulu podría decirme que había estado con Louisa, pero Townsend llegó y me arrestó antes de que pudiera hablar con la chica. Townsend averiguó que Louisa había estado pagando sus facturas con dinero que yo le había dado y pensó que me estaba chantajeando por algo relacionado con la muerte de Sybil. Por eso estaba tan seguro y teniendo un testigo que me vio salir corriendo de su casa...

—¿Le hablaste de tus sospechas?-preguntó Heather. —Sí —respondió Brandon—.

Y cuando Lulu apareció y le dijo que el señor Hint frecuentaba a Louisa, empezó a creerme.

—¿Lulu fue a ver a Townsend? —inquirió la joven. —Sí, entró en la casa después de ver cómo se alejaba Hint y encontró a Louisa muerta —explicó—. Luego se escondió hasta que pudo llegar hasta el sheriff.

—Por eso me dijiste que había sido una locura ir en su busca —concluyó Heather—. Ya se lo había contado todo a Townsend. Supongo que piensas que soy una niña descerebrada.

—Bueno... sé que no eres ninguna niña —bromeó él—. Pero estoy enojado por haberle dado las joyas que te regalé a ese sinvergüenza —la reprendió.

Heather lo miró.

—Temía que te contara lo que había hecho —se excusó—. Y no hubiera estado bien que le hubiera dado las joyas de tu madre. Sé lo mucho que la querías. Fue muy doloroso tener que desprenderme de las que me habías regalado, pero era lo único que tenía.

—Si hubieras matado realmente a Court ¿crees que te habría culpado por ello? ¡Dios santo! ¡Se lo merecía! —exclamó Brandon.

—No debería haber sido tan inocente —se lamentó Heather—, y haber creído que me daría un puesto de trabajo en la escuela de lady Cabot, pero tenía tantas ganas de marcharme de allí...

Brandon se volvió hacia ella sobresaltado. —¿Has dicho lady Cabot? —inquirió.

Ella asintió, insegura.

—Debía dar clases allí.

Brandon se echó a reír a mandíbula batiente. —¿Clases de qué? ¿De cómo acostarse con un hombre? Mi queridísima esposa, el de lady Cabot es uno de los burdeles más selectos de Londres. Confieso que he estado allí una o dos veces. En fin, te habría encontrado allí si las cosas hubieran tomado otro rumbo... y está claro que te habría elegido.

—¡Brandon Birmingham! —exclamó Heather, in-dignada—. ¿Estás diciendo que preferirías que hubiera ocurrido de ese modo? —Se incorporó hecha tina furia y amenazó con dejar la cama, pero él la agarró con el brazo sano.

—No, cielo —la sosegó él—. Bromeaba. Deberías conocerme mejor.

—No tenía ni idea de que fuera un lugar de esa clase —comentó Heather, haciendo pucheros.

—Ya lo sé —respondió Brandon—, y me alegro de que un tipo que pretendía llevarte a un lugar así, ahora está muerto. De lo contrario, estaría tentado a volver y retorcerle el pescuezo a ese bastardo. Tuvo lo que se merecía por intentar violarte.

Heather lo miró de soslayo.

—Tú fuiste el que me violó —observó con sarcasmo. —Ya he pagado por ello teniendo que casarme con una muchacha tan engreída como tú —replicó Bran-don, sonriendo. Cogió la bolsa de cuero de encima de la mesa y la dejó caer sobre su vientre—. No vuelvas a deshacerte de ellas. La próxima vez no seré tan comprensivo.

Heather levantó la bolsa y la volcó, dejando caer sus joyas.

—¿Cómo conseguiste hacerte con ellas si la rama aplastaba el cuerpo de Hint? —inquirió bastante sor-prendida.

—Cuando Hint cayó del lomo de Leopold, cayeron con él —respondió Brandon-

. Les quité el barro en el establo. No entiendo por qué eligió montar a Leopold estando su caballo al lado. Pensé que a lo mejor era por-que planeaba huir de Charleston antes de que Lulu tu-viera la oportunidad de hablar. Pero es extraño que se llevara a Leopold.

—Tal vez pensó que era más veloz —observó Heather. —Bueno, recibió lo que se merecía, igual que William Court —resolvió Brandon—. Olvidémonos de ellos dos ahora. Se me ha ocurrido una idea para que cierta muchacha me recompense por su engreimiento. Heather se echó a reír, sintiéndose libre de dudas y miedos atormentadores, se hizo un ovillo y se abalanzó sobre él.

—De modo que recurres a travesuras sabiendo que tengo el hombro y el brazo heridos —bromeó Bran-don—. No creas que no puedo defenderme, muchacha. Puedo darte unos azotes en tu trasero que no olvidarás jamás.

Sin saber si estaba bromeando o lo decía en serio, se desenroscó y lo miró con cautela. Brandon estaba son-riente.

—Señora, realmente me asombra —apuntó él—. Nunca te he puesto una mano encima y aun así, actúas como si esperaras que lo hiciera. ¿Crees que sería capaz de magullar mi lugar de recreo? Ahora ven aquí, mi pequeña virgen, y deja que te use.

—Pero ¿y tu hombro? —dijo preocupada.

Brandon sonrió con confianza, atrayéndola hacia sí. —Esta noche, cabalgarás después de todo.

La tormenta había pasado cuando a la mañana siguiente regresaron a casa a lomos de Bella Dama. Todavía las nubes surcaban el cielo, pero la lluvia había cesado y el viento tan sólo era un fantasma del gigante de la noche anterior. La capa de Heather estaba empapada y era agobiante con el calor de la mañana. Deseaba desprenderse de ella pero la camisa de Brandon era insuficiente para cubrir su cuerpo.

—A Jeff no le importará si te quitas la capa y, en cuanto a Hatti, está acostumbrada a verte mucho más ligera de ropa-bromeó Brandon.

Heather lo miró con expresión pícara y empezó a desabrocharse la prenda.

—Si estás seguro que a Jeff no le importará... Brandon le agarró la mano y sonrió.

—A él no le importará, descarada, pero a mí sí. Ya viste lo que le hice a Hint por pasarse de la raya. Odia-ría tener que ponerme en contra de mi propio hermano.

Poco después llegaron a Harthaven. Heather estaba furiosa. Todos corrieron a reunirse con ellos. Jeff, como si hubiera pasado la noche en vela, Hatti llorando vestida con su delantal.

—Oh, señorito Bran, creímos que le había pasado algo malo —dijo la anciana—.

Leopold llegó muy nervioso, y pensamos que se había vuelto loco y le había tirado. —Se volvió a su señora, sacudiendo la cabeza—. Y usted, señorita Heather, me ha tenido muy asustada. Casi mato a James por dejarla salir en medio de la tormenta. He estado muy preocupada por usted, chiquilla.

De pronto una ráfaga de viento levantó la capa de la muchacha dejando al aire una pierna. Brandon la agarró

rápidamente y se la colocó, no sin antes dejar que Jeff y Hatti descubrieran su muslo desnudo.

—¡Señorita Heather! —exclamó la criada—. ¿Qué le ha ocurrido a su ropa?

—El asesino de Louisa intentó matarla a ella también —replicó Brandon. El hombre descendió de la yegua con una mueca de dolor. Luego se llevó la mano a la venda.

Heather descendió a toda prisa de Bella Dama para inspeccionar la herida.

—Oh, Brandon, estás sangrando otra vez. Tienes que subir y dejar que la examine. —Se volvió hacia Hatti—. Necesitaré vendas limpias y agua, y dile a Mary que me traiga a Beau, por favor. Espero que tenga hambre ahora.

Necesito vaciar mis pechos de leche. —Dicho esto, empezó a dar órdenes a todos los presentes—. James, ¿puedes llevarte a Bella Dama y cepillarla?

Luke, por favor, ve a Charleston y dile al sheriff Town-send que se le necesita en la plantación de Oakley, y que vaya con dos hombres robustos.

Jeff, ven con nosotros. Brandon querrá explicarte lo que ha ocurrido esta noche.

Todos salieron a cumplir de inmediato con sus tareas. Hatti soltó una carcajada mientras caminaba.

—Cada día se parece más a la señorita Catherine —murmuró.

En el vestíbulo, Heather pasó junto a George, éste desvió la mirada y arrastró los pies abochornado. Ella se detuvo frente a él.

—¿George? —inquirió, enarcando una ceja.

—¿Sí, señora? —respondió él, alzando la cabeza. Tenía un ojo morado.

—¿Y bien? —insistió Heather.

Él, incómodo, miró a Brandon y arrancó una carcajada a Jeff.

—Fue Dickie, señora —respondió—. ¿Lo recuerda?

-Claro, George —Heather asintió—. Recuerdo a Dickie. ¿Cuántos ojos morados tiene Dickie?

—Dos, señora, y lamenta terriblemente haberle causado tantos problemas, señora, me juró que no diría nada más, ebrio o sobrio —se apresuró a añadir.

Heather volvió a asentir. Tomó a su esposo del brazo y dirigió una sonrisa al criado por encima del hombro. —¿Has dicho dos? Gracias, George —concluyó.

Poco después curó la herida de su esposo y se vistió con un traje de muselina. Se apartó de los hombres para dar el pecho al bebé mientras Brandon le contaba a su hermano las aventuras de la noche anterior.

Heather miró a su alrededor sintiendo la calidez y amabilidad del dormitorio.

Sus ojos se posaron brevemente en una mesa que había junto a ella, donde descansaba el retrato de la madre de Brandon. Los ojos verdes, que el pintor había retratado con precisión, parecían estar vivos, satisfechos.

Heather se maravilló ante el poder que la mujer ejercía para cuidar de aquellos a los que amaba. Habían sido sus pendientes los que lo habían aclarado todo y habían desenmascarado al señor Hint. ¿Era real-mente posible?

—¿No estás de acuerdo, cielo? —preguntó Brandon. Ella alzó la vista, saliendo de su ensimismamiento. —¿Cómo dices, mi amor? Me temo que no te estaba escuchando —se disculpó.

Brandon soltó una carcajada.

Jeff va a comprar Oakley y yo insisto en que se quede con la tierra por su cumpleaños. ¿No crees que debería hacerlo? —inquirió.

Heather miró a su esposo con adoración.

—Por supuesto, mi amor —contestó y lanzó una rápida mirada al retrato. Los ojos habían recuperado su quietud. Se preguntó si habría sido su imaginación la que le había hecho ver cl brillo en los ojos de Catherine. Las dos mujeres compartían un secreto que los hombres jamás conocerían. Se presentaban ante el mundo como seres frágiles y necesitados de protección, pero su amor les confería una fortaleza y un valor más allá de lo imaginable.

Desde la tumba su influencia era capaz de decidir el curso de los acontecimientos. Una sonrisa cruzó el semblante de Heather mientras contemplaba el retrato de Catherine Birmingham.

FINAL