Capítulo 18
F
Dos noches después Finley y Liam estaban viendo capítulos repetidos de Kung Fu cuando Oliver entró en la habitación.
—Eh, Emma acaba de mandarme un mensaje para que ponga The Tonight Show en la televisión.
Finley buscó el canal. El presentador estaba haciendo comentarios sobre unos titulares involuntariamente obscenos.
—¿Dónde está Emma, por cierto? No la he visto en todo el día.
—Ha venido esta mañana para decirme que se iba a Nueva York y que volvería en un par de días.
Liam le dio una palmada en la pierna a su hermana.
—¿No está allí Harlan?
Finley le devolvió la palmada.
—¿Y por qué voy a saberlo yo?
Oliver le quitó a su amiga las palomitas y se sentó a su lado.
—Porque está a cinco segundos de convertirse en tu novio, ¿no?
Finley lo miró y deseó que su estúpida cara no le ardiera tanto.
—No. No pienso salir con Harlan.
—«La dama protesta demasiado, me parece» —citó Liam—. ¿Y por qué no te gusta, Fin? Es un chico agradable.
—No es tan agradable. —Se volvió hacia Oliver—. ¿Verdad? ¿A ti te gustaría que... que saliera con él? —Lo miró fijamente a los ojos y el corazón le latió frenético, desesperado.
Oliver bajó la mirada a las palomitas y tomó un puñado.
—¿Y por qué no? Me gusta Harlan. —Miró a la pantalla—. Sí. Es bueno para ti.
A Finley se le tensó la garganta.
—Ya —dijo, asintiendo—. Puede. No lo sé.
Liam volvió a darle una palmadita en la pierna y señaló el televisor.
—¡Mira! ¡Es él!
En la pantalla, Harlan apareció entre vítores y gritos de las admiradoras y saludó al público. Llevaba unos jeans y un abrigo de piel, y tenía toda la pinta de un rompecorazones adolescente. Sonrió mostrando los hoyuelos y la gente quedó extasiada. Finley se rio entre dientes.
El presentador empezó a preguntarle sobre su traslado a Chicago y el éxito de la obra.
—Así que... estás representando a Shakespeare, la mayor presión que puede haber para un actor, y de repente te caes. Menudo momento, ¿no, Harlan? Seguramente pensarías: «Estoy acabado». Pero entonces te levantas y recitas esa frase, que ahora mismo es el tema de conversación en Hollywood, y en Broadway, y en Way, y en Way Off Broadway. ¿Cómo era la cita?
Harlan se rio y la recitó. El presentador puso cara de asombro.
—Increíble. Y dinos, ¿cómo se te ocurrió?
—Bueno, mentiría si te dijera que todo el mérito es mío —respondió un Harlan sonriente y tranquilo.
—¿Estás diciendo que alguien te sopló la frase?
Harlan movió las manos y se acomodó en su asiento.
—No, no es eso. Pero una persona cuya opinión significa mucho para mí me dio un consejo. Ella me dijo que pensara en todo lo que podría pasarle al personaje cuando sale a escena y en cómo responder ante tales situaciones: ¿es mi personaje el típico que se enfadaría? ¿Reaccionaría exageradamente? ¿Le quitaría importancia a las cosas o se ofuscaría? Así que acepté su consejo y... Bueno, funcionó. Aquí lo tienes.
—Sí, vaya si lo hizo. Así que esa persona, «ella», significa mucho para ti, ¿no? Señoritas, no creo que estéis muy contentas. —La mitad del público vitoreó, la otra mitad abucheó—. Y dinos, Harlan, ¿tu musa tiene nombre?
Harlan se rio.
—Ella sabe quién es.
—¿Estáis saliendo, entonces? —El presentador se inclinó hacia él sonriente.
—Eso es lo que a mí me gustaría.
—¡Lo que a ti te gustaría! —El público rio y silbó animado—. Pero si eres Harlan Crawford. ¿Se lo has dicho a ella? ¿Lo sabe?
Finley sintió dos pares de ojos puestos en ella. Se abrazó las rodillas y apoyó la barbilla sobre ellas.
Harlan volvió a reírse, esta vez algo tímidamente.
—Sí lo sabe, te lo aseguro. Eso es parte del problema.
—¿El problema? ¿Qué problema, Harlan? ¿La llamamos ahora mismo y le decimos que no hay ningún problema?
El público se encendió y comenzó a aplaudir.
—No, no. Tengo la esperanza de convencerla de ello cuando regrese a Chicago.
—¿Y cómo vas a hacerlo, Harlan?
—Todo a su debido tiempo. —El actor cambió de postura en el sofá—. Pero espero al menos convencer al público de otra cosa.
La gente estalló en vítores de nuevo.
—Me parece que podrías convencerlo de que se hiciera tatuajes en la cara con tu rostro —dijo el presentador entre risas.
—No, no... —Esperó a que el público se calmara—. No. Realmente me gustaría poder convencerlo también de que desempeñe un papel activo en algo que es importante para mí. Hago voluntariado con Marca La Diferencia en Chicago, y necesitamos desesperadamente provisiones para escuelas sin financiación. Así que, por favor, la próxima vez que vayáis a un centro comercial, elegid una libreta de más, bolígrafos, reglas, cualquier cosa, y donadlas. Y, por favor, hablad con el representante de M.L.D. de vuestro centro educativo sobre cómo podéis participar en causas como esta.
El público aplaudió como nunca, y el presentador lo miraba fascinado y sonriente.
Finley se quedó con la boca abierta. Ella y Oliver se miraron, y su amigo tenía exactamente la misma expresión que ella.
—Vaya. ¿Te tomas muy en serio el voluntariado? —le preguntó el presentador—. No sabía que eras tan activista.
Finley miraba absorta la pantalla.
—¿En serio está pasando esto? ¿O lo estamos soñando?
Liam negó con la cabeza.
—Ya te dije que era un buen chico.
El resto de la entrevista fue más calmada, sobre sus proyectos de futuro. A Finley le sorprendió escuchar que tenía pensado quedarse en Chicago indefinidamente. Cuando el presentador le preguntó sobre el comportamiento y el divorcio de sus padres, él sacudió la cabeza.
—Mis padres no me definen. Tengo una hermana, Emma, que está aquí conmigo esta noche y es mi mejor amiga. —La cámara enfocó a una radiante Emma que saludó desde el backstage—. Mis tíos son un gran apoyo para mí. Y tengo el recuerdo y el ejemplo de mi mentor, el legendario Gabriel Price. Así con respecto al tema de la familia, me va bien.
El público aplaudió y, cuando el presentador terminó la entrevista, Finley repasó las respuestas de Harlan una y otra vez en la mente.
¿De verdad todo eso era por ella?
—Ese chico bebe los vientos por ti, Finny —comentó Liam, bostezando—. Bueno, me voy a la cama. Hasta mañana, chicos.
Finley se quedó con la mirada perdida en la pantalla un rato y entonces cayó en la cuenta de que Oliver seguía a su lado. De repente se sintió avergonzada, como si la hubiera descubierto embelesada mirando fotos de chicos en una revista para adolescentes. Cambió súbitamente de postura.
—Hace mucho que no subimos a la azotea y contemplamos la ciudad. ¿Te apetece que vayamos? —le preguntó Oliver.
Dejó de pensar en la entrevista.
—Claro, buena idea.
Unos minutos más tarde ya estaban en la terraza con los codos apoyados en la pared de ladrillo, observando la tranquilidad del vecindario. Entre los tejados de los edificios distinguían el centro de la ciudad. El aire de la noche les acariciaba la cara y exhalaban vaho por la boca. Un coro de motores, cláxones y neumáticos chirriando ponían la banda sonora a la noche. Las luces brillantes del ambiente impedían que se vieran las estrellas.
—Me encanta esta ciudad —señaló Oliver.
—A mí también.
Finley oyó un ruidito crujiente y lo siguiente que vio fue a Oliver dándole un paquete envuelto con un papel liso.
—¿Qué es esto?
—Tu regalo de cumpleaños. No tuve ocasión de dártelo en la fiesta.
La chica sonrió y se encontró un teléfono al abrir la caja. Miró a su amigo.
—¿Me has comprado un teléfono móvil?
—Sí, me he enterado de que el tuyo se mojó.
—¡Ollie! —Se sacó el teléfono del bolsillo y le quitó la carcasa.
—¿Qué es eso? —le preguntó el chico, señalando el teléfono.
—Oh, es que Emma me dio uno de los suyos cuando se enteró.
Una sonrisa cubrió la cara de su amigo.
—¿Ah, sí? Qué considerada. —Sacudió la cabeza—. Le gusta ocultarlo, pero tiene muy buen corazón.
Finley se enojó, pero solo mentalmente. ¿Por qué había convertido ese momento en una oportunidad para ensalzar las virtudes de Emma? Quito la carcasa de su teléfono, y fue a ponerla en el regalo de Oliver, pero él la detuvo.
—No, Fin. No lo hagas. —Se lo quitó de las manos y le devolvió el de Emma—. Ella te ha dado este con mucha ilusión. Se sentirá fatal si se entera de que te has deshecho de él en cuanto has conseguido uno nuevo.
—No lo creo. Me dijo que no pensaba usar un teléfono viejo.
Oliver sonrió con suficiencia.
—Está claro que lo dijo para que aceptaras su regalo.
Finley frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Pues a que no eres la persona más fácil del mundo a la hora de regalar. Tiendes a dar por hecho que la gente te ve como un caso de caridad, y nadie lo hace por eso. —Finley le dio un codazo. Eso no era verdad, pero le perdonó el error—. Me alegra que Emma fuera tan inteligente como para encontrar el modo de regalarte algo. —Su sonrisa se amplió—. Es más buena de lo que nunca creerías.
La joven tensó la mandíbula. «Eres idiota, Finley», pensó. Tomó el teléfono blanco de Emma y estaba a punto de ponerle de nuevo la carcasa cuando descubrió un grabado en la parte posterior: «CON CARIÑO, HARLAN».
Se le quedaron los ojos como platos.
—Mentiroso....
—¿Qué pasa? —preguntó Oliver. Le quitó el teléfono y se rio entre dientes—. Vaya. Buena jugada, Harlan.
—¡De buena jugada, nada! Ya decía yo que me parecía extraño cómo me puso este teléfono delante de los ojos cuando me estaba enseñando los otros viejos. Di por hecho que el blanco era el que menos le gustaba, así que es el que elegí. Pero resulta que se lo había dado Harlan. ¿Por qué me lo dio ella a mí?
Oliver echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Me parece que es un regalo con segundas intenciones.
—Pues no puedo aceptarlo, sabiendo que era un regalo para Emma.
Oliver levantó la cabeza.
—Claro que puedes. Tienes que aceptarlo. Ella solo quería ser amable contigo, Fin. El mío puede ser el de repuesto, ¿de acuerdo? No hagas nada que pueda herir sus sentimientos, te lo pido por favor.
A regañadientes, asintió y volvió a centrar la mirada en la ciudad mientras se animaba a sí misma para dejar de pensar en el tema. Estaba a punto de decir algo cuando oyó un castañeo.
—Ollie, ¡estás congelado! —Se quitó la manta y se la tendió—. Toma.
Él vaciló.
—Estoy bien.
—Ya, claro. ¿Tus dientes siempre hacen ese sonido?
—Oye, ¿desde cuándo eres tan mandona? —le preguntó, tapándose con la manta.
—No soy mandona. ¿Por qué todo el mundo actúa como si de repente hubiera cambiado?
Sintió que su amigo la miraba fijamente, pero con afecto.
—Porque has cambiado. Desde hace unas semanas te muestras más... abierta. Más atrevida, incluso.
—¿Atrevida? —repitió, resoplando.
—Bueno, comparada con una persona normal, no —bromeó—. Pero comparada contigo, sí. Lo eres. Y estoy muy orgulloso de ti. —Miró a los automóviles que se desplazaban abajo, en la calle—. Harlan consigue sacarte un lado distinto. Y, por supuesto, tú sacas lo mejor de él.
Finley frunció el ceño.
—¿Por qué no seguimos con la conversación sin incluirlos?
—Mmm, no sé. ¿De qué hablamos, entonces?
—Buena pregunta. Tú y yo apenas habíamos intimado antes de que llegaran ellos. No hemos hablado de verdad casi nunca.
—Sí, tienes razón —bromeó él—. Mi padre me ha comentado que has solicitud una plaza en Mansfield. Me alegro por ti.
Finley asintió.
—Y yo me he enterado de que vas a ir a construir un colegio en Guatemala en julio.
—Sip.
—Y que aún no le has dicho a tu padre que no quieres ser abogado.
Ollie frunció el ceño y carraspeó.
—Entonces, esos Crawford...
Finley le dio un golpecito con la cadera.
—Siempre me estás animando a que me defienda, a que alce la voz. ¿Es que soy la única que acepta tus consejos?
—¿Aceptas mis consejos?
—Siempre. —Se le aceleró la respiración—. Las cosas no han cambiado tanto, ¿eh?
Todavía con los codos apoyados sobre la repisa, se volvió hacia ella. Sus cuerpos no se tocaban, pero sus rostros estaban más cerca de lo que pensaba. Las luces de las calles brillaban en sus ojos y el vaho de sus alientos se mezclaban y se alzaban entre los dos. Finley se fijó en su boca. Él separó los labios y ella no pudo evitar acercarse. Un poco más.
Después, lentamente, Oliver se apartó. Esbozó una sonrisa dulce que distaba poco de ser compasiva.
—No, tienes razón. No han cambiado tanto, Fin.
Ella se puso recta y se sintió agradecida por la oscuridad, pues le ardía la cara.
—Entonces deberías hablar con tu padre. Puede que te sorprenda.
—Emma cree que estoy loco porque no quiero ser abogado. Cree que debería estudiar Ciencias Políticas y darme un par de años para elegir todas las optativas. Comprobar si cambio o no de opinión. —Bajó la mirada al suelo—. No sé. A lo mejor tiene razón. Puede que, cuando me dé cuenta de cómo funciona el mundo, decida que es preferible hacer eso.
Finley apretó los dientes.
—A lo mejor. Siempre puedes cambiar de carrera. Pero ¿eso es lo que tú quieres?
—Intentarlo no hace daño a nadie.
—¿Eso crees? Cada vez que hables por teléfono o por correo electrónico con tu padre será para ver qué estás aprendiendo. Y los fines de semana y las vacaciones en casa solo se hablará de lo estupendo que será todo cuando los Bertram dirijan el bufete. ¿Eso no te hará daño? ¿Y no harás daño a tu padre cuando le digas que has cambiado de opinión en lugar de decirle que ya tienes las ideas claras?
Oliver exhaló un suspiro.
—Pero... ¿y si aún no tengo las ideas claras? ¿Y si estoy dividido entre lo que siempre he querido y lo que debería querer? ¿Qué es lo que quiero?
—No puedes basar tu vida en el sentido de la obligación.
Oliver arqueó las cejas.
—Vaya. ¿Estás escuchando tu propio consejo?
—No estamos hablando de mí —saltó Finley.
El chico sonrió.
—Está bien. Te escucho, Fin, y te prometo que lo pensaré. —Le dio un apretón en el hombro y enseguida apartó la mano—. Voy a hablar con Emma, y después a dormir. —Le devolvió la manta—. ¿Vienes?
Finley negó con la cabeza.
—No, voy a quedarme un rato más. Hasta mañana.
Cuando Oliver bajó, Finley se acurrucó en la manta. Sintió un dolor familiar en los huesos. Estaba tan acostumbrada a las decepciones que se regodeó en la sensación.
Oliver le parecía distinto, como si estuviera cambiando para estar con una chica que no era lo suficientemente buena para él; pero Finley había demostrado que ella tampoco lo era, al intentar besarlo cuando él tenía novia. Exhaló un suspiro.
Todo iba mal.
Se quedó en la azotea, envuelta en la manta, observando a un vecino pasear al perro de un lado a otro, abajo en la calle. El animal se paraba delante de todos los árboles. Sintió una vibración en el bolsillo trasero de los pantalones, sacó el teléfono y apareció en la pantalla un mensaje de Harlan:
¿Lo has visto? ¿Qué te ha parecido?
Le contestó:
¿Quién era ese y qué ha hecho con Harlan Crawford?
Enseguida recibió su respuesta:
Mi doble. Él se encarga de todo lo peligroso.
Finley sonrió y tecleó:
Ha sido muy convincente. Ha estado a punto de engañarme.
¿En serio? ¿Te ha gustado lo que he dicho?
Lo del voluntariado ha sido increíble.
¿Y el resto?
Arrugó la nariz, pensando. Fue sincera al responder:
No lo sé...
Todo lo que he dicho es sincero.
Dirás todo lo que ha dicho tu doble.
Él dice lo que yo le digo que
diga.
Mi padre no está muy contento.
¡Oh! ¿Por qué?
Por una película que me está presionando para que haga. Asesino en ciernes. Y este no es exactamente el comportamiento que intenta publicitar.
Creo que esta noche ha sido una práctica excelente para la peli.
¿???
Has sido todo un hacha. J Estoy muy orgullosa de ti.
Harlan no respondió enseguida. ¿Le habría molestado de algún modo? ¿Tenía problemas de verdad con su padre? ¿O es que no la estaba tomando en serio?
He escrito a Juliette para disculparme.
Una sonrisa se extendió en su rostro.
Ahora aún estoy más orgullosa.
Otra pausa, y después:
No intentes engatusarme, Price.
Exhaló un suspiro.
No lo hago. Solo intento ser una buena amiga.
Serías una mejor amiga si no fueras tan adorable.
Soltó una carcajada.
Veré lo que puedo hacer. ¿Nos vemos cuando vuelvas?
Claro, Price.
* * *
A la mañana siguiente el tío Thomas se sentó con Finley y Liam en la cocina a la hora del desayuno.
—¿Qué tal, chicos? —Le dio una palmada a Liam en la espalda, y un apretón en el hombro a Finley.
—Muy bien, tío Thomas —respondió el chico—. ¿Viste la entrevista de Harlan anoche?
—No, ¿cómo fue? —preguntó y le dio un mordisco a su tostada.
—Se ha convertido en todo un humanitario —señaló Finley.
—¿Ah, sí? —Hojeó las páginas hasta que llegó a la sección de entretenimiento y asintió—. Vaya, así es. —Leyó por encima un artículo, dejó el periódico en la mesa y miró a Finley—. Parece que eres una buena influencia para ese jovencito.
—No es eso —dijo Fin, ruborizándose.
Su tío se rio.
Cuando terminaron el desayuno, sonó un mensaje en el teléfono de Liam.
—Qué raro —murmuró.
—¿El qué? —preguntó Finley.
—Acabo de recibir un correo electrónico urgente con un itinerario de vuelo para esta misma tarde con destino Madrid. ¿Será correo basura?
—¿Cómo? ¿De quién es?
—Espera, tengo un correo de Harlan que ha llegado unos segundos después. —Los ojos de Liam se movieron rápidos por la pantalla—. Madre mía. ¡Madre mía! ¡Me ha conseguido unas pruebas con el Real Madrid! ¡Y con el Arsenal! ¡Y con el West Ham! —Se puso en pie de un brinco y le dio un beso a Finley—. No sé qué le has hecho a ese chico, pero no te atrevas a parar. ¡Me voy a hacer la maleta!
* * *
Finley y Oliver dedicaron el resto de la mañana a ayudar a Liam a prepararse para el vuelo. Poco después ya estaban en la puerta de entrada con las maletas de Liam, esperando a un taxi. Estaban charlando cuando un automóvil se detuvo delante de la casa. La puerta se abrió y de él salieron Harlan y Emma.
Emma se acercó corriendo a Oliver y le besó. Finley tragó saliva y apartó la mirada... en dirección a Harlan, que se acercaba tranquilamente. Finley sacudió la cabeza, pero sonrió al ver la cara alegre de su hermano.
Liam se levantó y le dio un abrazo enorme a Harlan con palmadas en la espalda.
—Eres el mejor. ¿Cómo lo has hecho?
—Oh, no es nada. Mi padre es el representante de algunos deportistas. No ha sido tan difícil conseguir que hiciera algunas llamadas a un amigo. Que tus puntuaciones sean tan buenas como me comentaste ha sido de gran ayuda.
—No sé cómo voy a devolverte este favor.
—No pienses en eso. Tú solo haz lo que sabes hacer. Vas a estar fantástico.
Llegó el taxi de Liam y tomó a su hermana por los hombros.
—Te quiero, hermanita. —La abrazó y le susurró al oído—: Dale una oportunidad a Harley, ¿de acuerdo?
Finley sonrió.
—Vamos, ve a darlo todo, Liam. —Lo apretó fuertemente—. Te quiero.
Esperó hasta que su hermano se hubo alejado lo suficiente para llorar mientras agitaba la mano frenéticamente al despedirse.
Oliver recogió las maletas de Emma y las metió en casa, dejando a Harlan y Finley solos en la entrada.
—Ha sido un gesto increíble por tu parte —le dijo al actor, limpiándose las lágrimas—. ¿Cómo puedo agradecerte todo lo que estás haciendo?
—Sal conmigo.
—¡Harlan! —Le dio un empujón y él la tomó de la mano, acercándola.
—Por favor. Dime que vas a salir conmigo, solo a cenar. Podemos ir a donde quieras. Deja que te demuestre que no soy el chico que crees que soy.
Finley se mordió el labio.
—¿Qué te respondió Juliette?
El actor puso una mueca.
—Dijo, y cito textualmente: «Lo que tú digas». Después me envió una foto en la que salían Raleigh y ella besándose en la playa.
—Suena bien.
Harlan se llevó la mano de Finley al pecho. El corazón le latía desesperado.
—Ven a cenar conmigo esta noche. Di que sí, Price.
Fin entornó los ojos.
—Solo a cenar.
La sonrisa del actor casi le rompe el corazón en dos.
—Te recojo a las seis y ponte... lo que sea. Nada. Da igual. —La joven se puso roja, pero soltó una carcajada—. No me importa lo que te pongas. Te veo a las seis.