Capítulo 6
F
A la mañana siguiente unas manos ásperas y el olor intenso a alcohol despertaron a Finley. Jadeó, con el corazón acelerado, y se echó instintivamente hacia atrás, al extremo donde la cama tocaba la pared. Se recogió en un intento de proteger la cabeza y el rostro. Esto no podía estar pasando. No podía ser real. Después de tanto tiempo...
—Fin, tranquila, soy yo —dijo una voz. Una voz masculina—. Venga, Fin, soy Tate. —Una mano le tocó el hombro con amabilidad.
Miró por debajo del brazo. Solo era Tate. Tate.
Estiró brazos y piernas, temblando por la repentina punzada de miedo. Intentó deshacerse de la sensación de pánico que la tenía de los nervios, pero no lo consiguió. Peor aún, fue incapaz de reprimir las lágrimas.
—Vaya, pensaba que ya se te había pasado toda esa mierda con tu madre —farfulló Tate con la mano aún en su hombro.
No respondió. Se llevó la camiseta hasta la nariz para sofocar el olor de su acompañante mientras las lágrimas corrían por las mejillas. Tate se sentó en el extremo de la cama y hundió la cara en las sábanas. Llevaba unos jeans y un jersey deportivo de la noche anterior.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? —Finley miró el reloj: las 4:47 de la madrugada—. Pensaba que no os ibais hasta las siete. ¿Está el tío Thomas...?
Tate se llevó las manos a la cabeza y gimió.
—Deja de hacer preguntas. Necesito que me ayudes.
De repente sintió que se le secaban los ojos y se le aclaraba la mente, pero asintió, reprimiendo un escalofrío. Tener tan cerca esa peste a alcohol era más de lo que podía soportar.
—¿Para qué?
Tate alzó los hombros. Tenía los ojos inyectados en sangre y muy mal aspecto. Parecía a punto de desmayarse.
—Para hacer la maleta.
* * *
Dos horas más tarde Finley salía de la ducha para vestirse. Hacerle la maleta a Tate había sido más difícil de lo que esperaba, teniendo en cuenta que la mitad de sus pertenencias seguían en el automóvil. Pero había logrado guardarlo todo, espabilar y adecentar a Tate lo suficiente para que su padre no sospechara que le afectaba nada más que un intenso dolor de cabeza. Ahora, sin embargo, no iba a llegar a tiempo para despedirse de ellos si no encontraba los jeans... ¡Oh, ahí estaban! Se los enfundó, se dejó suelto el pelo todavía húmedo y salió del aseo para bajar corriendo las escaleras.
La familia entera, Nora incluida, estaba en el recibidor cuando Finley bajó los últimos escalones.
—Qué bien que hayas venido —murmuró Nora—. Espero que ese sueño reparador haya valido la pena, porque casi no llegas a tiempo.
Finley arrugó el entrecejo y se le formó un nudo en el estómago. Si Nora hubiera sabido lo que había estado haciendo toda la mañana, ¿habría sido más amable? Posiblemente no, y además le habría dicho que su obligación era ayudar aún más a los Bertram.
«No le hagas ni caso», pensó en un intento de convencerse.
El tío Thomas y Tate avanzaban lentamente entre su familia, que les daba abrazos y consejos. Aún quedaban doce días para que tuvieran que defender el caso ante la Corte Suprema, pero necesitaban prepararse todavía más, atender entrevistas con la prensa y reuniones con los activistas, así que tenían previsto quedarse en Washington la mayor parte de marzo. Finley se entristeció más de lo que esperaba cuando se hizo un hueco entre Juliette y Oliver. Su prima, sin embargo, parecía demasiado emocionada, sobre todo teniendo en consideración que no iba a ver a su padre durante casi un mes.
—Estoy muy orgullosa de ti, papi. Y de ti, Tate. Os admiro por defender a esa pobre mujer...
—¿Cómo se llamaba, Juliette? —le preguntó Oliver.
Finley bajó la cabeza para ocultar una sonrisa.
Juliette no se dio cuenta y tampoco respondió a su hermano.
—La verdad es que me enorgullece llegar al instituto y contarle a todo el mundo lo que está haciendo mi padre.
El tío Thomas sonrió y posó una mano en la mejilla de su hija.
—Gracias, cariño. —Se inclinó para abrazarla—. Quiero que cuides de tu madre y tu hermano mayor mientras estoy fuera, ¿de acuerdo? Y céntrate en los estudios y en las clases. —Juliette asintió con entusiasmo—. Ah, y no quiero que salgas de esta casa, para ir a una fiesta, un baile o algo por el estilo, sin Finley.
«Un momento, ¿qué?»
Juliette puso los ojos como platos y, aun así, los de Finley los eclipsaban. Su padre siguió despidiéndose de los demás con total naturalidad.
—¿Qué? ¡Papá! Pero... ¡Ni siquiera nos movemos por los mismos círculos! No está en mi curso, ni va a los mismos clubes que yo, y no...
—No quiero escucharlo, Juliette.
Se volvió hacia Finley. Esta, por la impresión, apenas oyó las palabras de Juliette. ¿Por qué hacía eso su tío? ¿No era consciente de que estar pegada a Juliette todo el mes era lo último que ninguna de las dos quería? ¿Estaba enfadado con ella por alguna razón? Como si oyera el pensamiento de su sobrina, su tío se dio la vuelta.
—Finley, no espero que te unas a los clubes de Juliette, por supuesto. Solo quiero que te sientas libre para comportarte como esa chica inteligente y preciosa de quince años que conozco y tanto adoro. Venga, dame un abrazo.
La rodeó con los brazos poco a poco, dándole tiempo para prepararse. Un instante después, Finley le devolvió el gesto. No recordaba que su tío la hubiera abrazado jamás, en toda la vida. La sensación fue menos extraña de lo que había temido. Fue buena, tal vez incluso un poco maravillosa
—Vive un poco, Finley —le susurró cariñosamente—. Tu tía estará bien.
Cuando se separaron, la joven tenía los ojos humedecidos y la nariz le goteaba. Esbozó una pequeña sonrisa y él se la devolvió. A continuación, el tío Thomas se detuvo junto a Nora para hablar del bufete.
Tate miró a Nora, a continuación murmuró «suerte» a Finley y le dio un beso rápido en la mejilla antes de seguir adelante. Ella lo siguió con la mirada y se dio cuenta de que Nora negaba con la cabeza, mirándola.
* * *
Ese mismo día, más tarde, al volver del instituto, Finley entró en la cocina con Oliver detrás. Dejó la mochila en la isla y alcanzó un refresco y una barrita de cereales.
—Venga, Fin, tenemos que irnos enseguida —se quejó Oliver.
—Ya, ya, lo siento. Es que me siento un poco débil. No he podido almorzar porque los del club de teatro hemos estado colocando carteles por todo el campus y se me olvidó tomar algo...
El chico soltó la mochila y avanzó hasta ella.
—Anda, come. —Abrió la barrita de cereales y se la acercó a la boca—. Y que sepas que a ti no se te ha olvidado desayunar. A mí no me engañas. ¿Por qué narices has ayudado a Tate a hacer la maleta? ¡Tenemos una asistenta!
Finley se encogió de hombros con la boca llena. Menos mal, se le empezaba a pasar la sensación de mareo.
—Me necesitaba, y ya sabes que no me importa ayudarle.
Cuando abrió una segunda barrita, Oliver la empujó hasta la entrada.
—Claro. Porque es Tate —farfulló entre dientes, aunque no lo suficientemente bajo.
Finley resopló y dejó que la empujara.
—Y tampoco a Emma, por supuesto.
—Es verdad —respondió él con voz más animada.
* * *
El paseo hasta el casco antiguo les llevó menos de quince minutos. Había hecho ese recorrido cientos de veces y nunca se cansaba. Conocía cada grieta de la calzada, cada arce blanco y cada fresno que había en el camino. Redujo el ritmo cuando pasaron junto a la iglesia St. Michael, un precioso edificio de ladrillo viejo que, no se sabía cómo, había sobrevivido al gran incendio de Chicago de 1871. Lo observó detenidamente todo lo que pudo hasta que Oliver tiró de ella.
—Siempre igual. —Él se rio entre dientes.
Llegaron a Vows.
Finley se detuvo en la entrada del teatro: tres pisos de estilo barroco con una impresionante puerta de cristal. Oliver la abrió para que ella pasara. El corazón le dio un vuelco por la emoción. Le encantaba ese primer paso que te adentra en un teatro. Las luces, el escenario, las butacas vacías, el olor... No importa las veces que entrara en uno, siempre se trasladaba a cuando de pequeña asistía a obras de la mano de su padre. Todo lo que tenía que ver con la escena teatral le recordaba a él. Su padre se había hecho famoso en Broadway antes de convertirse en actor de Hollywood, y antes de que un puñado de películas malas e inversiones aún peores lo catapultaran como el personaje principal de una serie televisiva de ciencia ficción.
Entraron en el vestíbulo decorado en dorado y granate, y Finley inspiró profundamente, llenándose de maravillosos recuerdos. Tosió a continuación.
Oliver se tapó la cara con el brazo.
—¿Es que no te has fijado en los vapores de la pintura y el polvo? Están de obras.
—No. No lo sabía —respondió carraspeando.
Atravesaron el elegante vestíbulo lleno de escaleras, arneses colgando con herramientas y operarios que instalaban luces de neón y estroboscópicas. Emma les había indicado que ensayarían en una sala pequeña, y no en la principal, pues estaban instalando un equipo de sonido de última generación. Cruzaron el pasillo hasta llegar al enorme salón en tonos dorados y coral. Las pesadas puertas estaban abiertas y encontraron a Emma sentada en el suelo con las piernas cruzadas, el guion en el regazo y murmurando en voz baja. Parecía muy concentrada, pero alzó la cabeza en cuanto los vio entrar.
—¡Habéis venido!
—Por supuesto —respondió Oliver. La muchacha se puso en pie y se acercó a ellos corriendo. Abrazó a Oliver y lo empujó hasta el escenario.
Finley se mordió el labio, dubitativa. Ya sentía que sobraba. Emma condujo a Oliver hasta el escenario, hablando y flirteando alegremente con él.
«¿Qué hago aquí?», se preguntó Finley. Pero un minuto después la actriz volvió a por ella dando saltitos.
—¡Gracias, gracias, gracias! —repetía mientras llevaba a Finley junto a Oliver.
Los colocó en un lugar concreto y después retrocedió, entornando los ojos.
—A ver... —Hizo una larga pausa en la que Finley y Oliver se miraron intrigados—. Me está costando visualizar esta escena. Al chico del que estoy enamorada, Demetrio, le acaban de dar una poción y al fin se ha enamorado de mí, Helena. Él me confiesa su amor, pero yo no le creo. Necesito hacerme una idea de qué tipo de reacción deberían tener. ¿Me adula y me toma de la mano? ¿Qué creéis? Me gustaría que me ayudarais con esto. —Les pasó los guiones—. Ollie, empieza por aquí, cuando despiertas.
—¿Y me levanto del suelo? —preguntó Oliver con las cejas arqueadas.
La sonrisa de Emma rebosaba descaro.
—¿Le molesta que lo vea despertar, señor Bertram?
Oliver se ruborizó y se tumbó en el suelo, y la actriz rompió a reír.
—Fin, ¿puedes hacer tú mi papel? De Helena. Quiero ver la colocación, los movimientos, todo. Me gustaría acabar con esto antes del ensayo de verdad esta noche.
A Finley se le cayó el alma a los pies. Más abajo incluso.
—No lo dirás en serio. No querrás que actúe, ¿verdad?
—Claro que no, solo quiero que me mostréis la didascalia. —al ver la cara de Oliver, matizó—: Lo siento, es jerga teatral. Me refiero a que necesito que me ayudéis a visualizar dónde debería colocarme, a qué distancia de Demetrio, ese tipo de cosas. No tenéis que actuar, solo leer las frases.
A Finley se le aceleró el pulso y se le pusieron las orejas rojas. Sabía perfectamente lo que eran las didascalias, y también sabía que eso era tarea del director. Sospechaba que ahí había algo más en juego. Tenía que haberlo.
Miró a Oliver, pero este se limitó a sonreír.
—Yo preferiría no... —comenzó Finley.
—Sí, Emma, por favor. Ahórrale el disgusto a la niña. —La voz de Harlan los interrumpió desde el fondo de la sala, y la incomodidad de Finley aumentó. Sentirse ridícula delante de Oliver, incluso de Emma, era una cosa, pero que tuviera que presenciarlo Harlan... eso era demasiado. Y esa sonrisita... esa estúpida sonrisita.
Finley se irguió de repente.
—Bueno. Solo esta escena —afirmó, manteniéndole la mirada a Emma.
La actriz se puso a dar palmas.
—Estupendo, ¡gracias!
Harlan se sentó en una de las butacas de la parte delantera con una mueca de aburrimiento. Oliver, que seguía en el suelo, empezó el acto.
—¡Oh, Elena, diosa, ninfa, perfección divina! —declamó, restregándose los ojos. Se puso en pie y continuó con la interpretación. Con el guion en una mano, dio a Finley la mano que tenía libre. Seguía con los ojos pegados al guion, pero eso no le impedía sobreactuar—. ¡Oooh! ¡Cómo atraen el beso tus labios, semejantes a dos guindas maduras y coloradas! La nieve pura y blanca de la cumbre del Tauro, que el viento de Oriente acaricia con su soplo, parece negra como la pluma del cuervo cuando levantas la mano. —Apartó los papeles y se llevó la mano de Finley a los labios—. ¡Oh! ¡Déjame besar esta maravilla de blancura, este sello de gloria!
Finley sintió que se le incendiaban las orejas. La mano le tembló en el punto donde la había besado. No obstante, la sonrisita de Harlan la impulsó a hablar.
—¡Oh, vergüenza! ¡Oh, infierno! —comenzó muy despacio—. Los... los veo conjurados para hacer de mí el motivo de sus burlas. Si tuvieran alguna caballerosidad, alguna sombra de cortesía, no me insultarían así.
Su voz se volvió más firme conforme se perdía entre el texto. Conocía el dolor de Helena mucho mejor que la misma Helena. Y siguió recitando las líneas, alternando la mirada entre Oliver y Harlan. Cuando llegó al final del texto, dejó que los ojos se le llenaran de lágrimas y se atrevió a mirar directamente a Harlan, al tiempo que inyectaba, con el pretexto de la actuación, veneno en cada palabra:
—Ningún hombre de corazón noble ofendería así a una virgen, ni tomaría a juego el apurar su paciencia, como lo hacen ustedes.
Para su sorpresa, Harlan se puso en pie, subió de un salto al escenario y se acercó a Oliver.
—Tu conducta es poco generosa, Demetrio. Deja de comportarte así, ya que amas a Hermia. —Se colocó entre Oliver y Finley, y la tomó de la mano, pero esta la aparó. Siguió hablándole a Oliver—. No lo ignoro, bien lo sabes, y aquí declaro con toda sinceridad que renuncio en favor tuyo a todos mis derechos al amor de Hermia. Renuncia en favor mío a toda pretensión al amor de Helena, a quien amo —Harlan acarició la mejilla de Finley con el pulgar como si fuera un susurro, dejándola sin aliento— y amaré hasta la muerte.
Maldita sea, era condenadamente bueno.
—¡Guau! ¡Ha sido increíble! —exclamó Emma, y Oliver se rio entre dientes—. Bueno, Oliver, tú has estado vergonzoso. Pero Finley, ¡Dios mío...! —Hizo una pausa. La aludida se quedó mirándose las botas, asustada por lo que vendría a continuación—. Has estado maravillosa. ¡Había tanta... tantísima pasión en tus palabras! Tu cuerpo mostraba la verdad de cada frase. ¿Y esas lágrimas en el momento justo? —Miró hacia el techo, aplaudiendo—. ¡Magnifique!
Finley se agarró el hombro derecho y miró a su alrededor, aturdida. Deseaba que todo esto terminara, había demasiados ojos puestos en ella.
—Hermanita, me parece que te olvidas de la mejor actuación, ¿no crees? —Harlan levantó las manos, expectante.
—No, ya he mencionado a Finley —respondió ella, volviendo a su sitio.
—Uf. No sabría actuar si...
—Ya está bien. —Emma le dio un empujón a su hermano—. Vamos a repetir la escena, desde el principio. Pero ya que estás aquí, Harley, Oliver puede ayudarme, y así Finley lee tu parte contigo.
Así que ese era el plan: traer a Oliver y a ella al teatro y después dejar de lado a la buena de Finley para flirtear a sus anchas con Oliver y que este la adulara.
Finley negó con la cabeza. Actuar delante de Oliver era una cosa, pero ¿delante de Harlan Crawford? ¿Y además, para pedirle su amor? ¿Y que Oliver se lo pidiera a Emma? Un regusto amargo se le instaló en el estómago.
—No, lo siento. No puedo —indicó Finley, bajando del escenario. Emma fue a protestar—. Lo lamento, Emma, pero no soy la que buscas.
Finley se marchó rápidamente a la parte trasera del salón, tropezando con cuerdas y sillas, a pesar de los comentarios de Emma. Ya en el pasillo se apoyó en la pared, se dejó caer y descansó la cabeza entre las rodillas. Oyó carcajadas dentro.
¿En qué estaba pensando cuando accedió a venir a este ensayo? Como si no fuera suficientemente malo estar rodeada de recuerdos de su padre, ¿también tenía que ayudar a otra chica a conquistar a su mejor amigo? ¿Se suponía que tenía que quedarse allí viendo cómo Oliver caía en los encantos de esa actriz despampanante, divertida e inteligente mientras Harlan se burlaba de ella y le tomaba el pelo, y además se reía a su costa?
No, gracias. Ya tenía bastante con apoyar a los Bertram. Haría cualquier cosa por ellos, excepto propiciar que uno se enrollara con una Crawford.
—¿Qué haces en el suelo? —preguntó una voz. Finley levantó la cabeza y vio a Juliette frente a ella: sus las largas piernas, el cabello rubio perfectamente peinado y el brillo de labios.
—Nada —respondió—. Me duele la cabeza.
—Oh —murmuró Juliette, mirando a su alrededor. «Esa es la preocupación a la cual estoy acostumbrada y que tanto me gusta», pensó Finley—. ¿Dónde están los demás?
—En la sala pequeña. Ah, Harlan también está —respondió señalando en la dirección.
Juliette se peinó con las manos.
—¿Ah, sí?
Asintió.
—¿Qué tal el partido de Raleigh? ¿Siguen siendo invencibles?
Pero Juliette ya se acercaba al lugar que le había indicado Finley.
—¡Nop! —exclamó Juliette a lo lejos.
Quince minutos y una visita al baño más tarde, Finley entró en el salón y encontró un asiento cómodo en la parte de atrás desde el que observar sin que la vieran.
Juliette estaba leyendo el guion con Harlan mientras Oliver y Emma ensayaban juntos. Emma estaba preciosa y segura de sí misma en su papel, pero tenía tendencia a ofuscarse en los momentos tensos. Por otra parte, Harlan ya había hecho suyo el personaje, sin embargo los pequeños fallos de los demás lo desconcentraban. Parecía incapaz de librarse de su mente. Era un problema típico de los actores que pasaban de la pantalla al escenario. En una película había muchas tomas, muchas instrucciones en cada momento. En el teatro, por el contrario, había que ser natural. Siempre espontáneo. Y la actuación de Harlan, aunque sólida, parecía muy ensayada.
Ambas parejas parecían bastante naturales ensayando juntas. Cómodas. Bien. Juliette estaba sorprendentemente pasable, sobre todo comparada con Oliver, que era un auténtico desastre. Pero se lo estaba pasando bien, tomando a Emma de la mano, implorando de rodillas, cayendo a sus pies. La actriz lo despreciaba, mostrándose todo lo herida que merecía estar Helena. Cuando finalizaron la escena, rompió a reír y se lanzó a los brazos de su compañero.
Finley sintió una punzada en el corazón al verlos; se sintió una boba al pensar que aquello estaba claro desde el principio. Emma era guapa, ingeniosa y segura de sí misma, todo lo contrario que Finley. Desde luego, Oliver estaría loco si no se enamorara de ella.
Siguió observando hasta que notó que Oliver miraba a su alrededor, buscándola. Se hundió aún más en el asiento, pues no quería que la descubriera observándoles. El muchacho siguió examinando la sala y Emma hizo algún comentario. Entonces miró de nuevo a la actriz y se rio. Cuando todos volvieron a sus asuntos, Finley se escabulló y salió al pasillo, donde sacó los deberes, se puso unos cascos e intentó fingir que no le importaba nada.
* * *
Nora los estaba esperando nada más llegar a casa esa noche. Llevaba unos tacones altos, aunque, por la expresión que tenía, estaba claro que los zapatos le habían fallado en el tribunal ese día.
—¿Dónde has estado? —le preguntó a Finley cuando esta cruzó la puerta, aunque la amenaza implícita en su voz se suavizó al ver seguidamente a Juliette y Oliver un momento después.
Finley miró a los otros en busca de protección.
—Eeeh... hemos estado ayudando a los Crawford con los ensayos y después nos han invitado a quedarnos para ver el ensayo oficial con el resto de la compañía.
Nora esbozó una sonrisa torcida.
—Juliette y Oliver, habéis sido muy amables al permitir que Finley os acompañe. Espero que a Harlan y Emma no les importara.
Juliette bufó, se acercó a Nora y le dio un beso en la mejilla.
—Dudo que se hayan fijado siquiera en que estaba allí, tía Nora.
Oliver negó con la cabeza.
—Qué graciosa, Jules. —dijo Oliver, y después se volvió a su tía—: La invitamos Emma y yo, y ha sido de gran ayuda, la verdad. Ella tiene mucha experiencia y creo que va a serles muy útil. Emma estaba encantada, ¿verdad, Fin?
—¿Ah, sí? —preguntó la mujer y dio la espalda a Oliver para que Finley pudiera apreciar al completo su expresión de incredulidad—. Pues... ¡menuda suerte han tenido de que estuvieras allí!, ¿no? Seguro que tu aportación ha sido imprescindible.
—Así es. No te lo creerías —confirmó su sobrino.
La sutileza de Nora era tal que ni siquiera Oliver atisbó el sarcasmo en sus palabras. Pero Finley sí.
—Chicos, ¿sois vosotros? —los llamó la tía Mariah. Salió de la cocina y se dirigió a ellos antes de que Nora pudiera añadir ninguna palabra más. Llevaba puestos unos pantalones de yoga y una sudadera, y se movía con más energía que unas semanas atrás. Meses, incluso—. Oh, ¡Finley, cariño! Me sorprendió que no estuvieras en casa cuando bajé antes. Ya le he dicho a Nora que no recuerdo la última vez que no habías vuelto inmediatamente después de clase. —La sonrisa le llegaba a los ojos, pero Nora, por su parte, tenía una expresión reprobatoria.
—¡Mamá!, tienes muy buen aspecto, ¿cómo te encuentras? —le preguntó Oliver, que le dio un apretón a Finley en el hombro cuando se acercó a abrazar a su madre. Así que quizá sí había notado el tono de su tía.
—Sí, mamá. No te había visto levantada hasta tan tarde desde Navidad —coincidió Juliette.
—Es que me parece que no me sentía tan bien desde Navidad —respondió la mujer con una sonrisa, abrazándolos—. Hablando de Navidad, ¿quién quiere un chocolate caliente? Llevo toda la noche con ese antojo. —Entró con sus hijos en la cocina y colocaron los taburetes alrededor de la isla. Finley dudó y Nora la pilló por sorpresa:
—Me alegro de que hayas podido acompañar a Juliette y Oliver esta tarde, en lugar de quedarte con Mariah cuando te necesitaba —comentó Nora, como si estuviera feliz de verdad y sus palabras no rebosaran sarcasmo—. Tu ingratitud me sorprende —farfulló—. ¿Cómo puedes comerte su comida, dormir bajo su techo, aceptar su generosidad y después devolvérselo eludiendo tus responsabilidades para con ellos? Es abominable.
La joven deseó que el suelo se la tragara.
—Pensaba que la nueva enfermera...
—No. Tú no piensas, y punto. Ese es tu problema. Thomas dejó instrucciones estrictas de que Oliver y Juliette te incluyeran. Y ahora tienen que cargar contigo. Pero Mariah te necesita, y a ti eso ni siquiera te importa. En fin. Yo esperaba que, al estar bajo la influencia de los Bertram, te convirtieras en alguien mejor que tu madre. Pero veo que estaba equivocada.
Nora se puso recta y entró en la cocina.
—Mariah, querida, ya que los niños están en casa, me puedo ir. Te llamaré mañana. Buenas noches, chicos —se despidió de Juliette y Oliver antes de salir por la puerta trasera.
Finley se quedó en la entrada, agazapada. No podría sentirse más aturdida ni aunque le hubieran pegado, le hubieran dado un puñetazo o le hubieran disparado. El comentario, tan injusto y malvado, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas. Ella no era como su madre. Rotundamente no. Se sintió asqueada. Entristecida.
Despreciable.
—¡Eh, Fin! —Oliver salió de la cocina en su busca—. ¿Vienes?
La joven se dio la vuelta rápidamente, no quería que la viera llorar.
—Me voy a dormir. Dale las buenas noches a tu madre de mi parte, ¿de acuerdo?
Fue a subir las escaleras cuando Oliver la tomó de la mano. Era cálida, firme, confortante. Tiró de ella, sin soltarle.
—Fin, ¿estás bien?
La tomó de la barbilla con la otra mano y le volvió la cara para que lo mirara. Ella intentó apartarse, pero su amigo le sujetó la barbilla suavemente aunque con firmeza.
—¿Qué ha pasado? Dime.
—Nada. —Negó con la cabeza—. No ha pasado nada.
Intentó escabullirse una vez más, pero Oliver tiró de ella y la envolvió en un intenso abrazo. Dejó de resistirse y hundió el rostro en el pecho del chico. Por un momento se permitió olvidarse de que ella y Oliver eran... ella y Oliver. Dejó de lado el hecho de que él se estaba enamorando de Emma Crawford. Oliver le acarició el pelo y lo hizo con tanta ternura que a Finley le dieron ganas de ponerse a llorar de nuevo. El muchacho se apartó un poco y la miró fijamente. Aún tenía la mano en el pelo. Ahora en la mejilla.
—Fin... —susurró.
Posó la otra mano en su rostro. ¿Siempre había tenido esa peca en el labio? ¿Cómo es que no se había dado cuenta? Le devolvió la mirada por un segundo que se alargó hasta la eternidad. De repente a ella le costaba recordar por qué estaba triste. Ya no podía estar triste. Con Oliver no. Con su pulgar acariciándole la mejilla no. Con...
—¡Ollieee!, ¿dónde demonios estás? —lo llamó Juliette, y se apartaron—. ¡No he hecho el chocolate para nada!
Oliver volvió la cara hacia la cocina para responder a su hermana y Finley aprovechó ese instante para escabullirse escaleras arriba.