Capítulo 9

O

Oliver y Juliette llamaron a la puerta de la habitación de Finley.

—¿Estás visible? —preguntó Juliette.

Se oyeron unos pasos en la alfombra, se abrió la puerta y apareció Finley.

Oliver se quedó sin aliento. Iba descalza y llevaba un vestido que parecía hecho expresamente para ella.

—Me alegro de que alguien le dé uso a ese trapo viejo —comentó Juliette, casi indiferente—. Pero, por favor, dime que no vas a ir así peinada.

Finley se puso de puntillas y se pasó la mano por las ondas naturales y sueltas.

—Bueno, yo...

Juliette la empujó dentro del baño.

—No te ofendas, pero no puedo dejar que me vean contigo de esta forma. Solo una sintecho llevaría el pelo suelto con un vestido así.

La puerta del baño estaba entreabierta y se veía el reflejo de Juliette recogiendo las largas ondas oscuras de Finley en una coleta lateral, dejando algunos mechones sueltos aquí y allá. Rebuscó en el bolso y sacó un pintalabios tras decidir que el tono que se había puesto era un horror. Para acabar, la hizo salir del baño, la obligó a ponerse unos tacones y señaló en la dirección a Oliver.

—¿Qué te parece, Ollie?

Este parpadeó y su cerebro luchó contra su boca para formar palabras coherentes. Sinceramente, le gustaba un poco más su aspecto antes de que Juliette interfiriera. Aun así, el cambio era espectacular.

Mucho.

—Oh, está... —«Preciosa, perfecta», pensó—. Estupenda.

—Estás exagerando, pero al menos no está mal. Venga, vámonos.

Las chicas bajaron las escaleras delante de él. Finley le hizo un cumplido a Juliette por su vestido, y esta le preguntó por el de Emma.

Oliver tenía la mente hecha un lío. Llevaba días, semanas, evitando a Finley para concentrarse en Emma, y la verdad es que la actriz le gustaba mucho. Había tenido la esperanza de que sus sentimientos por ella ayudaran a disminuir lo que sentía por Finley, pero estaba claro que no era así. No por completo, al menos por el momento.

Al bajar las escaleras se encontraron con Tate y Raleigh, que llevaban unos pantalones elegantes y un blazer, como Oliver. Tate abrió los ojos sorprendido al ver a Finley, y Oliver lo fulminó con la mirada.

—Uf, ¡qué sexi está Juliette! —comentó Raleigh.

Los dos hermanos se volvieron hacia él.

—Sabes que es nuestra hermana, ¿verdad? —le dijo Tate.

Oliver oyó que Finley disimulaba un resoplido con una tos.

—Sí, claro —respondió Raleigh.

El mayor de los Bertram ayudó a Finley a ponerse el abrigo antes de que a Oliver le diera tiempo a decidir si debía hacerlo o no.

—Yo, sin embargo, no tengo ningún problema en admitir lo guapa que está Finley —afirmó Tate, y la aludida puso los ojos en blanco—. Maldita sea. —La tomó del brazo y tiró de ella por el pasillo, atravesando la cocina y el salón hasta la puerta de atrás. Entraron en el garaje—. Fin, si no te conociera, pensaría que no me has echado de menos estas últimas semanas. Deberías estar demacrada por la pena, pero, en lugar de ello, me encuentro con estas curvas. Bestia sin corazón. —Finley se rio y lo golpeó en el hombro con su bolso, uno de los viejos heredados de Juliette.

Oliver abrió las puertas del automóvil. Estaba apretando los dientes con tanta fuerza que le dolían.

—Idiota —bromeó Finley con Tate.

Tate le quitó las llaves a Oliver y sonrió al tiempo que escoltaba a Finley hasta el asiento del copiloto.

—Solo porque tú estés perdidamente enamorado de Emma como para reconocer lo guapísima que está esta chica —le dijo al regresar al puesto del conductor—, no significa que a los demás nos pase lo mismo. —Abrió la puerta y entró.

—Ya vale, Tate —se quejó Finley, riéndose en su asiento.

A Oliver le sacaba de sus casillas ver cómo Tate se deshacía en cumplidos de esa forma. Fin nunca lo tomaba en serio, así que podía decir lo que quisiera, cruzar todas las barreras. Y Oliver ni siquiera podía hacerle un cumplido sin sentirse como un cretino pervertido.

—Eso —respondió Oliver y se acomodó compungido en el asiento de atrás—. Ya vale.

* * *

Enseguida llegaron al teatro y a Oliver le costó no fijarse en lo adorable que resultaba ver a Finley embelesada en cuanto cruzaron la puerta. Suspiró al ver los candelabros y pasó los dedos por el los adornos dorados. Mientras, para hacerla reír, Tate le hablaba de la ropa ridícula y de la gente que tenía comida en los dientes o el bajo de los pantalones remetido en los calcetines. Se acercó un compañero de clase para enseñarle a Finley la sección del programa que detallaba cómo se transformaría el teatro en un club después de un intermedio de treinta minutos tras la actuación. Y Oliver se limitó a permanecer a su lado, en silencio.

Normalmente le correspondía a él mantener estas conversaciones con ella. Él era quien bromeaba con Finley, y con él compartía hechos, banalidades y nervios. Pero ahora evitaba mirarla incluso cuando ella trataba de captar su atención. No soportaba no estar cerca de ella, pero, por alguna razón que ignoraba, no podía. No se atrevía a acercarse demasiado. No importaba lo confundida o herida que pareciera.

Y era una tortura.

Por fin llegó el momento de tomar asiento. Se dirigieron a la décima fila en el centro de la zona de la orquesta; los mejores asientos, según comentó Finley en el trayecto. Raleigh y Juliette pasaron los primeros, después Tate y Finley, dejando a Oliver el último, para que se sentara al lado de Fin durante dos horas y media.

Por suerte, Tate siguió hablando con ella, y, por desgracia, también flirteando. Al menos así Oliver no tenía por qué hablar. Pero justo cuando las luces parpadearon para indicar que iba a comenzar la obra, Finley se inclinó sobre él.

—¿Estás bien? —preguntó ella en un susurro.

Oliver sintió un pinchazo en el estómago. Dudó un instante antes de mirarla al fin. Tenía unos ojos enormes y los labios fruncidos en un gesto de preocupación. Parecía desoladoramente vulnerable. Su fachada se desinfló y sonrió.

—Sí, solo estoy nervioso por los Crawford. Esta semana han publicado un par de críticas duras, y esta noche tienen que estar perfectos.

Finley asintió, mordiéndose la mejilla por dentro.

—Creía que había hecho algo que te había molestado.

—No, nunca. ¿Cómo ibas a molestarme, Fin?

—No lo sé.

—No. Has sido de gran ayuda con las cosas del club y todo eso mientras yo he estado... ocupado apoyando a Emma. Jamás podría enfadarme contigo.

La chica asintió mientras jugueteaba nerviosamente con el programa en el regazo.

—Emma tiene mucha suerte de contar contigo —murmuró—. Me alegro por vosotros.

Ahí estaba la prueba: Finley se alegraba de que saliera con otra. Definitivamente ella no sentía nada por él. Se había acabado, tenía que acabarse.

Las luces se atenuaron, se abrió el telón y aparecieron los actores.

Harlan salió como Lisandro con su querida Hermia; los dos ideaban un plan para escapar del matrimonio concertado de la joven con Demetrio. Poco después salió Emma como Helena, rogando a Demetrio que correspondiera su amor.

Harlan estaba increíble; Lisandro encandilaba y convencía. El público se preparó para huir con él también. No obstante, el papel de Emma era el más conmovedor. Lamentaba su amor no correspondido por Demetrio con una convicción tan real que Oliver se removió en su asiento. No perdía detalle de sus palabras, más consciente aún del objeto de su afecto no correspondido que se sentaba a su lado.

—Y así como él se engaña, fascinado por los ojos de Hermia —Emma se lamentaba en el escenario por Demetrio—, así yo me ciego, enamorada de sus cualidades. El amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas, excelsas. El amor no ve con los ojos, sino con el alma, y por eso pintan ciego al alado Cupido.

A Oliver le pareció que los ojos de Emma se fijaban en él, aunque sabía que era imposible. Se removió en el asiento, apartándose sutilmente de Finley. «Cosas bajas y viles», pensó. ¿Como sus sentimientos por Finley, alguien de quien había cuidado y a quien había apoyado durante años? No pudo evitar arriesgar una mirada en su dirección. Ella también parecía incómoda. Solo dos meses antes se habría atrevido a preguntarle el motivo.

Pero ahora no.

Se puso recto y se concentró en Emma. Los amantes habían huido a los bosques, donde Oberón, el rey de las hadas, y su sirviente Puck los encontraron. Oberón ordenó a Puck que diera la poción de amor a Demetrio para que se enamorara de Helena, pero este confundió a Demetrio con Lisandro. Cuando Harlan despertó enamorado de su hermana, la audiencia estalló en carcajadas. Harlan tomó la mano de Emma, la presionó contra su pecho y se postró a sus pies.

—La voluntad del hombre se gobierna por la razón, y la razón me dice que tú eres la más digna doncella. Las cosas no maduran hasta su estación; así, yo, que era joven, hasta ahora no he tenido madura la razón.

Su formalidad arrancó al público más carcajadas.

Emma, por su parte, se sacudió y se apartó de él. Convencida de que Lisandro se burlaba de su amor no correspondido, se apartó de él diciendo:

—Confieso que te creí un caballero dotado de más franca gentileza. ¡Oh! ¡Que una mujer rechazada por un hombre tenga que ser insultada por otro!

Oliver miró a su alrededor y observó atento las caras entre el público: los Crawford los habían cautivado. ¡Sí! Esbozó una sonrisa.

En el intermedio consiguió evitar a Finley y su mirada seria yendo a hablar con unos compañeros. Se rio de los comentarios de estos acerca de él y Emma, y fue a sentarse lo más tarde posible, justo cuando las luces bajaron de intensidad.

La segunda mitad de la representación se centró en la historia de los enamorados, con Lisandro y Demetrio todavía bajo el influjo de la poción, peleando por el amor de Helena. Harlan y su enemigo luchaban por la misma mujer, intercambiando insultos y golpes verbales. Y entonces sucedió lo peor que podía pasar.

Harlan tropezó.

Cayó al suelo y, por una décima de segundo, Oliver habría jurado que el público contenía la respiración. A su lado Finley gimió. Pero Harlan se levantó, se quitó el polvo y arremetió contra Demetrio firmemente, sin un ápice de duda:

—¿Os atrevéis a hacerme caer? ¡Maldito seáis, tunante! Si he caído en algo, es esclavo del amor. —Y continuó la escena como si lo hubiera planeado así.

Fue realmente magnífico.

Puck enmendó el error y los enamorados se despertaron en el bosque pensando que todo había sido un sueño, con Demetrio enamorado de Helena, y Lisandro y Hermia de nuevo juntos. Al final, Puck se dirigió al teatro:

—Si nosotros, vanas sombras, te hemos ofendido...

Y entonces Oliver dejó de prestar atención. Volvió la cabeza ligeramente para mirar a Finley. Tenía los ojos brillantes y recitaba las palabras al mismo tiempo que Puck. Vio que Tate la tomaba de la mano y le daba un apretón, y de repente se acordó de algo: el padre de Finley había hecho de Puck en el Navy Pier hacía casi cinco años, la semana del cumpleaños de Finley. Liam se lo contó una vez: su familia siempre celebraba los cumpleaños por todo lo alto, pero el rodaje de su padre para esa serie de televisión, Supernova, había impedido que estuviera allí el día exacto. Así pues, cuando la clase de Finley fue a una excursión para ver una representación de aficionados, Gabriel Price pidió por favor que le dejaran hacer el papel de Puck. Liam me contó que cuando Fin lo vio allí, se rio tanto que acabó llorando.

Tate se acordó de eso. Tate. Por un momento, el autocontrol de Oliver flaqueó. Finley no debería apoyarse en su excéntrico hermano, debería apoyarse en él. Después de todo, Oliver era su mejor amigo, así que probablemente querría hablar sobre ello. Necesitaba hacerlo. Seguramente no dolería...

Se obligó a dejar de pensar.

No. No podía meterse ahí. No podía convertirse en su confidente cuando eso significaba enamorarse de ella. Tenía que retroceder, por el bien de ella; por la salud de él.

Puck terminó el discurso y empezó la ovación. Oliver se puso en pie y aplaudió y silbó junto al resto de los espectadores. Lanzaron flores a los actores, que saludaron con una reverencia. El aplauso a cada miembro del elenco fue clamoroso, pero el aplauso para Harlan fue ensordecedor.

Había hecho suya la obra y, a juzgar por la reacción de la audiencia, su carrera en el teatro estaba garantizada de por vida.

Los actores regresaron al backstage y la gente se levantó rápidamente para que la magia convirtiera el salón en una pista de baile. Cuando salieron, Finley, que caminaba delante de Oliver, miró hacia atrás. Que él supiera, este teatro no ocupaba un lugar especial en el corazón de Finley, pero no dejaba de ser un teatro, e iban a convertirlo en otra cosa. Sabía que para ella eso era un sacrilegio. Pero no le dijo nada al respecto. No podía.

Emma le envió un mensaje para que se reunieran en la entrada del backstage treinta minutos después para así darles las entradas VIP para el club. Oliver informó a los demás y les dijo que se encontraría allí con ellos. Se apartó de sus hermanos y de su mejor amiga, viendo cómo Tate bromeaba con Finley, y Juliette y Raleigh discutían mientras contaba los minutos que quedaban para la hora acordada.