Capítulo 13
F
Al día siguiente Finley tenía la sensación de que las cosas marchaban mejor. Solo quedaban unos días para las vacaciones de primavera y la llegada de Liam. Harlan Crawford estaba en Nueva York y no tenía planes de regresar hasta el fin de semana. Y estar con Oliver y Emma no era lo peor que le podría haber pasado, a pesar del retortijón que le daba cada vez que se besaban. Si Finley no hubiera estado presente cuando Oliver, borracho, le hizo aquella horrible petición de que le dejara pasar página, habría pensado que esa conversación fue solamente un sueño. Oliver aún le sonreía, hablaba con ella y bromeaba. No era como siempre, pero casi. Las pequeñas diferencias eran normales, porque ahora él salía con Emma. Y decidió alegrarse por ellos.
No es que los estuviera evitando haciendo los deberes en la biblioteca en lugar de estar en la terraza con ellos, no. Es que hacía demasiado frío, de verdad.
La llamada a cenar resonó en toda la casa, igual de vacía que su mentira. Cerró los libros, los metió en la mochila, y antes de salir esperó hasta que oyó a Oliver y Emma bajar las escaleras. Se dirigía a la cocina cuando se abrió la puerta y entró Juliette. Como de costumbre, pasó junto a ella sin siquiera prestarle atención.
«Yo también me alegro de verte.»
La siguió por el largo pasillo hasta el salón, donde ya estaba todo el mundo sentado, la tía Nora y la tía Mariah incluidas. El tío Thomas le sonrió cuando se sentó. La asistenta sirvió la cena.
—No os hacéis una idea de lo mucho que os he echado de menos mientras estaba en Washington —comentó el tío Thomas—. Os aseguro que es un placer veros a todos.
Tomó la mano de su esposa y sonrió de nuevo a los presentes antes de disponerse a comer. Todos empezaron a cenar y a hablar, pero Juliette permaneció en silencio.
Durante la cena el tío Thomas detalló cómo había ido el juicio, según su perspectiva. Nora lo acribilló a preguntas sobre el Tribunal de Justicia y la tía Mariah chasqueó la lengua cuando su marido hizo un comentario desagradable sobre una de las pelucas de los miembros.
—¿Qué tal Juana, tío Thomas? ¿Cómo está su hijo? —preguntó Finley.
El hombre la miró con las cejas inusitadamente arqueadas.
—Vaya. Gracias por preguntar, Finley. Eres la única que se ha interesado por ella. Juana se ha mostrado más fuerte de lo que se podía esperar. Su hijo ha contado con muy buenos cuidados. De hecho, ya está dando sus primeros pasos.
La joven se aclaró la garganta y deseó que el corazón no le latiera tan fuerte. Notó los ojos de Nora puestos en ella, pero siguió hablando, inusualmente animada:
—Estuvisteis fantásticos en el programa 60 Minutos. Decida lo que decida la Corte Suprema, estoy segura de que tenéis la opinión pública a vuestro favor.
—Gracias, Finley —respondió—. Eso espero.
Nora hizo tintinear el vaso con unas uñas perfectamente pintadas de rojo.
—Thomas, espero que reconsideres la idea de presentarte como candidato a fiscal general de los Estados...
—No lo voy a hacer, Nora —la cortó en seco—. Ya sabes que no me interesa la política.
—Oh, no tienes visión de futuro —replicó ella, con una sonrisa forzada—. La publicidad le vendría muy bien al bufete, y Rushworth ya ha dicho que te va a apoyar...
—Nora —la interrumpió de nuevo con un tono resolutivo—, de verdad, no me interesa.
La mujer resopló y se volvió hacia Juliette.
—Estás muy callada, cielo. ¿Qué tal te ha ido el día? ¿Tienes ganas de pasar las vacaciones con Raleigh y su familia?
—Claro, tía Nora.
A su afirmación le siguió un silencio poco habitual, e incluso Nora pareció no encontrar forma de romperlo.
—Vais a ir a Costa Rica, ¿no? —preguntó Emma—. Qué envidia. Seguro que a Harley le dará pena no poder despedirse de vosotros dos, tortolitos.
Juliette miró a Emma.
—¿Es que no estará aquí esta semana?
—No. Me parece que no vuelve hasta que no empiecen las vacaciones. Creo que incluso ya tiene los deberes que han mandado los profesores.
Juliette bajó la mirada y la fijó en el plato.
Su padre se aclaró la garganta.
—Juliette, no tienes que ir si no quieres. A los Rushworth no les importará que te quedes en casa. Seguro que lo entienden si les digo que quieres pasar algo de tiempo conmigo después de que haya estado tantos días fuera de casa. —Le sonrió.
—Pero ¿por qué no quieres ir? —le preguntó Nora, mirando a todos—. Qué bobada. Claro que quiere ir, ¿verdad, cielo?
Juliette dudó solo un instante.
—Estoy bien, papi. En realidad, los padres de Raleigh quieren salir mañana por la mañana en lugar de esperar hasta el jueves, si no os importa que pierda dos días de clase. Voy al día con los deberes y sigo siendo la mejor en todas las asignaturas. ¿Os parece bien?
—¿Estás segura, cariño? —le preguntó Thomas.
Juliette miró a Emma, que la miraba expectante, y después a su padre.
—Sí.
—De acuerdo. Pero antes asegúrate de confirmarme las referencias del hotel y la aerolínea. Mariah, ¿puedes llamar a la señora Rushworth esta noche para cerciorarte de que Juliette tiene todo lo que necesita?
Su esposa asintió, pero Nora le dio una palmadita en la mano a su hermana.
—¿Quieres que yo me encargue de eso, Mariah? —se ofreció Nora—. Tú dedícate a disfrutar de Thomas, ahora que ha vuelto.
La tía Mariah esbozó una media sonrisa.
—Gracias, Nora, me vendría muy bien.
Nora soltó la servilleta.
—Es más, lo voy a hacer ahora mismo. —Se levantó—. Ha sido una cena muy agradable. Mariah, Thomas...
Todos se despidieron de ella, y un momento después Juliette se excusó para ir a preparar la maleta.
—Me temo que vais a estar un poco solos sin Tate y Juliette estas vacaciones —comentó Mariah a Oliver y Finley.
Fin sonrió.
—Liam vuelve a casa este fin de semana. Es toda la compañía que necesito.
—Oh, es cierto. ¡Qué ganas de verlo! —coincidió su tía y se dirigió a su esposo—: Ah, Thomas, se me había olvidado: los Grant estarán fuera de la ciudad la semana que viene, así que he invitado a Emma y a Harlan para que vengan a cenar todos los días mientras sus tíos no estén.
—Una idea estupenda —confirmó él, y se volvió hacia Finley y Oliver—. Seguro que a los chicos no les importará, ¿verdad? —Le hizo un guiño a su hijo y a Emma.
Oliver rodeó a Emma con un brazo y le dijo algo a su madre, pero lo único en lo que pensó Finley fue en que su amigo y Emma iban a tener más tiempo para pasar juntos. Entonces pensó en una segunda cosa: ¿a qué clase de humillaciones tenía pensado Harlan Crawford someterla?
Se obligó a apartar ambos pensamientos.
Liam volvía a casa. Lo demás no importaba.
* * *
O
Juliette ya se había marchado el martes por la mañana cuando Oliver bajó las escaleras para ir al instituto. Se tropezó con Finley, que salía de su habitación. Iba vestida con... todo era nuevo. No reconoció nada, excepto las chanclas con la banderita de Brasil en las tiras. Solo Fin era capaz de ponerse algo así aun estando a nueve grados.
—Estás estupenda esta mañana —le dijo Oliver mientras bajaban juntos.
—Gracias. Tú también estás muy bien hoy.
Oliver se rio entre dientes y se puso a cantar como Barry White.
—Oh, sí, nena, sabes que sí... —Hizo una pausa—. Vale, eso ha sido muy raro, ¿no? Me he sentido raro.
—Muuuy raro. —Finley se echó a reír cuando llegaron abajo—. Por cierto... Ya sé que te lo he dicho, pero... bueno, me alegro de que Emma y tú estéis juntos. Creo que eres muy bueno para ella —le dijo cuando llegaron al armario donde guardaban los abrigos.
—¿A qué te refieres?
Se los pusieron y se colgaron las mochilas.
—Bueno, que su educación se ha visto un poco afectada por culpa de sus padres. Le vendrá muy bien saber que hay gente buena por el mundo.
Oliver sonrió y abrió la puerta.
—Me parece que verá más bondad siendo tu amiga que mi... mi novia. ¿Te apetece venir con nosotros al instituto? —le preguntó. Se aproximó a la casa de los vecinos y llamó a la puerta.
Un instante después, aparecieron Emma y Harlan.
Oliver se dio cuenta de cómo de repente Finley se tapaba la cara con el pelo. Harlan había vuelto muy pronto de las entrevistas.
—Hola, amigo —lo saludó Oliver—. ¿Dónde están tus guardaespaldas, tu chófer y todo eso?
El actor le sonrió y después miró detenidamente a Finley.
—Los he enviado a Florida con mi doble. Los periodistas estarán ocupados intentando sacar fotos de él mientras hace algo estúpido. Así no saben que estoy aquí.
Oliver se echó a reír.
—Qué buena idea.
Emma, de nuevo con su mechón de pelo característico, que había cambiado de castaño a un verde intenso, rodeó a su hermano y se agarró del brazo de Oliver. Los cuatro empezaron a caminar.
—Señorita Price, está usted encantadora esta mañana —comentó Harlan.
Emma sonrió.
—Harley, no tardarás en descubrir que nuestra querida Finley teme tanto que se fijen en ella como el resto de las chicas odian que las ignoren.
—Lamento decirle entonces que tengo pensado probar esa teoría, señorita Price.
—No, por favor —oyó Oliver murmurar a Finley.
—Lo haré —replicó el actor en un tono igual de bajo.
Oliver dejó de prestarles atención. Si a Harlan le gustaba Finley, era algo entre ellos dos.
—Emma, ¿qué tiene que hacer un chico para que aceptes ir con él al voluntariado este fin de semana?
El sonido de su risa tintineó en sus oídos.
—Estás muy empeñado, ¿eh? No es que esté en contra del voluntariado y de ayudar a los desfavorecidos y todo eso, pero prefiero hacerlo a mi manera. ¿Sabes? Hace un par de años doné treinta centímetros de pelo.
—Es cierto —confirmó Harlan detrás de ellos—. Cuando pasaste por esa fase del corte de pelo pixie, ¿no?
Emma, con las mejillas sonrojadas, se dio la vuelta y le dio un buen golpe a su hermano en el hombro. Se detuvieron en el semáforo.
Oliver le dio un apretón en la mano.
—No pongas excusas, Emma. Solo quiero pasar más tiempo contigo.
Emma lo miró por el rabillo del ojo.
—Buen intento, Ollie.
Una vez dentro del instituto, sacaron las tarjetas de estudiante y las enseñaron en el mostrador de seguridad. Recorrieron los pasillos hasta llegar a las escaleras. Allá donde Oliver mirara, todas las cabezas estaban vueltas hacia ellos cuatro. La mayoría de las personas interesadas en este tipo de cotilleos ya sospechaba que Emma y él estaban saliendo, así que tanta atención le parecía inadecuada. Miró a Harlan y Finley detrás de él. El actor iba al ritmo de ella, más cerca de lo normal. Observó a su alrededor y vio que la gente murmuraba.
Una chica los llamó desde la primera planta, una de las amigas de Finley de teatro.
—¡Hola, Finley! —la saludó, y esta sonrió y le devolvió el saludo.
Otra persona más la saludó en las escaleras, alguien que Oliver no conocía.
—¿Qué tal, Fin?
Y más gente en la segunda planta.
—Bonita ropa, Finley.
—Bonitas sandalias, Fin. ¿Son nuevas?
—¿Irás al voluntariado este fin de semana?
Oliver se dio cuenta de que su cara se teñía de un color más rojo con cada palabra. Entonces Finley miró a Harlan, se coló entre Oliver y Emma y se escabulló hacia el baño de chicas.
Harlan pareció sorprendido.
—¿Qué ha pasado?
Oliver le dio una palmadita en el hombro.
—Has conseguido que se fijen en ella.
* * *
H
En la tercera clase, la de Inglés, Finley seguía sin dirigirle la palabra a Harlan. Y a él eso le fascinaba. Se había sentado a su lado en las dos clases a las que habían ido juntos hasta el momento, e hizo lo mismo en la siguiente. A los alumnos que quitaba el asiento parecía no importarles. Como mucho, mostraban estar encantados de charlar con él. Hizo un recuento mental de la gente que se sentaba al lado de Finley: un par de compañeros de teatro a los que había visto alguna vez y un joven que tenía el mismo aspecto de roquero que su madre, por muchas hebillas que tuviera su biker. No es que fueran exactamente poco populares, pero dudaba que ninguno de ellos rehuyera de la gente, como Fin.
El profesor los remitió al poema que habían analizado en casa, Memory, de Anne Brontë. Harlan sacó su ordenador portátil y revisó las notas que había tomado. La autora hablaba sobre lo mucho que disfrutaba de un bonito día y después se aferraba a un recuerdo, las vistas y los aromas de ese recuerdo... blablablá. No era Plath ni Whitman.
Algunos estudiantes hablaron del poema, de lo fugaz y aun así delicioso que era el recuerdo, de cómo las alegrías del futuro no se podían comparar con las del pasado. Entonces Harlan presenció algo que nunca habría esperado: Finley levantó la mano y el señor Browning le cedió la palabra.
—Para mí, la importancia está en la penúltima estrofa. Brontë alude a la oscuridad de un recuerdo infantil que creo que es más convincente que el resto del poema. Hay algo..., no sé, sumamente injusto en la fuerza y los fallos de los recuerdos. La memoria puede ser... dulce y obediente, como cuando se acuerda de las flores perfectas y de las ondulaciones en el agua. Sin embargo, admite que ese recuerdo no es solo divino, y habla sobre las fugaces punzadas de dolor que puede provocarnos. Insinúa algo mucho más profundo... lo tiránica que puede ser la memoria, lo intrusiva. Pero creo... creo que no explora ese tema lo suficiente, y eso debilita al resto del poema. En mi opinión. —Cuando terminó de hablar se sonrojó notoriamente.
El señor Browning asintió y pasó a otro estudiante que prácticamente daba saltitos en la silla. Este estaba en desacuerdo con Finley y repitió una y otra vez que no había entendido el significado del poema. Harlan miró al joven, que llevaba un blazer y unos pantalones de vestir, y luego levantó la mano.
—Harlan, por favor —dijo el profesor, invitándolo a participar.
—Sin ofender al chico Wall Street, creo que la señorita Price ha entendido el significado del poema a la perfección. Ella solo está en desacuerdo con la premisa de que todos los recuerdos son buenos. Y tiene razón. ¿A quién no le ha asaltado nunca un recuerdo que se ha esforzado por reprimir? ¿Quién no le ha dado vueltas y más vueltas a un comentario que le ha hecho a alguien y ha deseado haber dicho otra cosa? —Miró a Finley. Los ojos oscuros de la joven estaban fijos en él—. ¿Quién no ha tratado mal a alguien, ha hecho algo de lo que se siente avergonzado y lo ha lamentado sinceramente? —Le sostuvo la mirada antes de volverse hacia el alumno del blazer—. Nadie, si somos honestos con nosotros mismos. Si Anne Brontë quiere fingir que lo que ella llama «punzadas de dolor» duran de verdad muy poco... Bueno, eso es que está claro que la mujer no salía mucho.
Los compañeros se rieron.
—Buen debate —concluyó el profesor cuando sonó el timbre.
Les mandó los deberes y escribió unas cosas en la pizarra mientras los alumnos recogían.
Finley tomó sus cosas y se dirigió a la puerta, detrás de Finley.
—Ese chico es un idiota —le dijo Harlan—. Me ha gustado mucho lo que has dicho.
Ella lo miró por el rabillo del ojo.
—Me alegro.
—¿No me crees? —le preguntó, sonriendo.
—No es eso. Es solo que no sé por qué has hecho ese comentario.
Un compañero que se llevaba bien con Harlan, Frost, se volvió para mirar a Finley y después asintió en dirección al chico. Finley volvió la mirada hacia su acompañante.
—¿A qué ha venido eso?
Se pararon en la puerta, que estaba abarrotada de gente. Más allá se oían vítores y abucheos.
—No lo sé. ¿Qué pasa en el pasillo?
Frost se volvió hacia ellos.
—Acaban de nominar a Rushworth como deportista del año para los premios ESPY. Su novia ha tuiteado un mensaje y todo el mundo está comentándolo. Digamos que el bikini que llevaba puesto era más bien no recomendado para menores de dieciocho años, no para gente de trece. —Le dio un codazo a Harlan.
Este, consciente de que Finley lo estaba mirando, contuvo sus comentarios al respecto y se limitó a encogerse de hombros.
—Qué bien. Me alegro por Raleigh —dijo Harlan tranquilamente.
Frost seguía mirándolo de forma maliciosa.
—¿No erais Juliette y tú...?
—No éramos nada. Solo amigos. Su hermano está saliendo con mi hermana.
Los adolescentes empezaron a arremolinarse en el atestado pasillo.
—Bueno, yo no le haría ascos a...
—Ya sé que no. Tranquilízate, Frost. —Harlan tomó a Finley por el codo y tiró de ella entre la multitud.
Pero ella se separó de él. Los alumnos se chocaban contra Finley y eso la hacía parecer aún más pequeña.
—¿Qué pasa contigo, Harlan? ¿Qué es lo que pretendes?
Él la siguió hasta su taquilla.
—¿Aparte de intentar demostrarte que no soy un capullo integral como Frost?
Finley se peleó con el candado del casillero, que se resistía a abrirse.
—Sí. ¿Estás haciendo algún tipo de investigación para una comedia romántica de adolescentes o algo así? ¿Una película en la que eliges a la chica más patética del instituto y la vuelves increíblemente popular? Porque yo no soy esa chica, ¿sabes? —Tiró del candado, gruñó y volvió a probar la combinación.
—¿En serio crees que soy tan malo?
El candado hizo clic y finalmente se abrió la taquilla. Sacó unas cosas y metió otras.
—Creo que estás siendo tan amable conmigo solo por pura diversión...
—¿Tan amable?
Finley cerró la taquilla de un golpe y cruzó el pasillo. También coincidían juntos en la siguiente clase.
—Estás intentando que todo el mundo se fije en mí. —Se detuvo y lo miró a los ojos—. Y quiero que dejes de hacerlo. Prefiero estar con gente que elige quererme por cómo soy. No necesito que me quieran por quién es mi padr... quiénes son mis amigos. —Salió disparada hacia la siguiente clase, pero antes se dio media vuelta—: Y con eso no estoy diciendo que tú y yo seamos amigos.
En clase de Historia Finley eligió el asiento más lejano de la cuarta fila, y Harlan la siguió. Cuando la compañera habitual de Finley vio al actor, se mostró muy sorprendida. Se sentó en un asiento libre que había justo detrás.
Ninguno de ellos habló durante la clase, pero Harlan notó las miradas de sus amigos puestas en él, en los dos, más de lo normal. Cuando sonó el timbre Finley recogió sus cosas y salió de la clase antes de que a Harlan le diera tiempo a seguirla. Así que este recogió lentamente y sonrió por el gesto.
—Oye, esa chica está muy buena —le dijo un compañero que tenía a su lado—. ¿Es nueva?
Harlan lo miró y salió por la puerta para buscar a Finley.
* * *
H
No la encontró por ninguna parte durante el almuerzo, y la única clase que les quedaba juntos esa tarde era la última del día: Introducción al Teatro.
Hasta hacía poco Harlan ni siquiera se había fijado en que su vecina estaba en la clase. Siendo honestos, normalmente prestaba poca atención a la gente, solamente a las chicas guapas. Ahora, sin embargo, estaba bastante seguro de que siempre le llamaron la atención los comentarios y algunas observaciones inteligentes que hacía una joven callada y discreta que se sentaba al otro lado del aula.
Cuando entró en clase vio a Finley rodeada de varios entusiastas del teatro. ¿Les habría pedido que llegaran pronto para así poder evitarlo a él? ¿O es que siempre era así de popular y vivaz en esta asignatura?
Harlan se detuvo, repasó el aula con la mirada y tomó su asiento de siempre, en el lado opuesto a donde se encontraba ella. Sacó el teléfono y se entretuvo hasta que empezó la clase. Cuando sonó el timbre, vio que Finley lo buscaba con la mirada en el aula hasta que lo encontró, y enseguida se dio la vuelta.
Sonrió para sí mismo.
La clase siguió su curso y Harlan se perdió en sus pensamientos. El profesor revisó los deberes que les había mandado: una redacción en la que tenían que comparar Romeo y Julieta con la versión moderna, West Side Story. La segunda era una película sobre inmigrantes puertorriqueños que se enfrentaban a neoyorkinos mientras Maria y Toni desafiaban a sus familias, enamorándose. En esta versión, no obstante, solo moría Tony, y Maria dudaba entre suicidarse o vivir sin él.
Cuando varios alumnos ya habían hecho comentarios, el profesor, el señor Woodhouse, señaló a Finley.
—Señorita Price, ¿qué opina usted?
Harlan se enderezó para escuchar mejor a su vecina.
—Romeo y Julieta es, sin duda, una historia mejor, y no solo porque West Side Story sea posterior. Los riesgos son mayores y, por lo tanto, las motivaciones, más desesperadas. A Romeo lo matarían solo por verlo en la calle junto a la ventana de Julieta, mientras que Tony posiblemente se llevaría simplemente una paliza. —Algunos compañeros se echaron a reír, y el profesor los acalló—. Lo único en lo que West Side Story me parece mejor es en la tragedia.
Harlan se volvió de manera que todo su cuerpo estaba orientado hacia Finley.
—Perdona, ¿crees que West Side Story mejora en el tema de la tragedia? ¿Mejor que Shakespeare? Es un musical, ¿qué te hace pensar eso?
Finley enrojeció y apretó los dientes.
—Lo único que quieren ambas parejas es estar juntas, ahora y siempre. Romeo y Julieta mueren, los dos. Como es natural, las dos familias quedan deshechas, pero ninguno de los amantes puede, ni quiere, vivir sin el otro. A Tony, por otra parte, lo matan, pero Maria vive. Ellos no logran estar juntos, ni en la vida ni en la muerte. Maria tiene que vivir el resto de su vida con un peso enorme. ¿Quién sabe si podrá superarlo? Era una persona deslumbrante y preciosa y de repente se convierte en una sombra de lo que era, destrozada y triste.
Harlan resopló y la rebatió:
—Romeo y Julieta son dos inmaduros que se suicidan para no vivir el uno sin el otro. Una gran parte de la tragedia es que viven en una sociedad que los obliga a hacer algo tan desesperado.
Finley replicó:
—Y a Tony le pegan un tiro en una sociedad de bandas callejeras y violencia donde tu acento o el color de tu piel son una garantía de muerte. ¿Eso es mejor? —le preguntó.
—A Tony no tendrían que haberle disparado. ¡Buscaba que lo mataran porque pensaba que Maria estaba muerta!
—¿Y Romeo no? —se burló Finley—. Romeo no podría soportar un mundo sin Julieta, por lo que se suicidó antes de pararse a pensarlo diez segundos ¡o comprobar que respiraba! Y entonces Julieta se despierta, ve que está muerto, y se niega a vivir sin él. ¿Habrían muerto estos dos por enfrentarse al mundo, teniendo el corazón roto?
—¡Venga ya! —replicó Harlan—. ¿Es que Maria es tan valiente y considerada? Fue una cobarde por no enfrentarse a su familia antes de que todo se les fuera de las manos...
—¿Cómo? ¿Te estás escuchando, Harlan?
—Muy bien, muy bien, chicos... —los interrumpió el señor Woodhouse, mirando a Harlan, que echaba humo, y a Finley, que parecía a punto de estallar—. Con esta pasión me atrevería a afirmar que vais a sacar un sobresaliente en vuestras redacciones. Buen trabajo. Escuchemos la opinión de más personas, ¿de acuerdo?
Harlan hizo lo que pudo por tranquilizarse después del debate con Finley. Nunca antes nadie había estado tan en desacuerdo con él, ni se había enfrentado a él con tanta insistencia. Era estimulante. Y aterrador.
Después de clase Harlan se entretuvo con la mochila hasta que ya no pudo fingir por más tiempo que no estaba esperando a Finley, que hablaba con el profesor.
La clase ya estaba vacía cuando finalmente cerró la mochila.
—Ha estado bien el combate —le dijo con una sonrisa torcida.
Finley lo miró con cautela.
—Sí, ha sido un buen enfrentamiento.
—¿Puedo volver a casa contigo?
—Me parece que no puedo impedírtelo. —Resopló—. Has hecho una apuesta o algo así y tienes que ganarla, ¿no?
—¿Una apuesta? —Caminaron por el pasillo en dirección a las taquillas.
—Sí. Esta es la escena de la película en la que los amigos del chico están escondidos detrás de una esquina, grabando cómo intiman para poder humillarla después a ella y que el chico gane la apuesta.
—No sabía que tuvieras tanta imaginación.
—No la tengo, solo calibro lo que es malo para mí.
Harlan se detuvo. Finley tomó la mochila y se dirigió a las escaleras. ¿Qué pasaba: él era malo para ella o qué? La chica no se paró ni se volvió hacia él, simplemente continuó.
Harlan entornó los ojos mientras la observaba. Malo para ella o no, no iba a abandonar ahora. Salió corriendo tras ella.