Capítulo 17

WYNTHROPE no había vuelto a casa de Moira desde la noche en que había llevado allí a Nathaniel herido. Los días pasaron sin que tuviese ninguna noticia de él.

No debía sorprenderle, ni tenía derecho a sentirse decepcionada. Era ella quien le había dicho que se mantuviera alejado, y él estaba cumpliendo con sus deseos. En realidad debería estar encantada, y lo estaba. Su vida sería mucho más sencilla y mucho más tranquila sin él. Moira tenía que organizar muchas cosas para la fiesta de compromiso de Minnie, y lo último que necesitaba era un hombre en su casa. O mejor dicho, otro hombre en su casa, porque Nathaniel aún estaba viviendo allí, pero al parecer no por mucho más tiempo. Se había recuperado muy bien, y el señor Griggs decía que en un par de días, dos como máximo, ya podría irse a su casa.

Moira iba a echarle de menos, pero tenía ganas de volver a tener tiempo para sí misma. Por desgracia, estaba segura de que iba a pasar la mayor parte de ese tiempo pensando en Wynthrope Ryland. Lo único que podía hacer era rezar para que algún día esos pensamientos desaparecieran.

O a lo mejor el hombre que los provocaba volvería y confiaría en ella lo suficiente para contarle por qué era un ladrón. Tal vez le confiaría su pasado. Quizá se daría cuenta de que, aunque le hubiese dicho que su vida era más segura sin él, ella lo quería a su lado.

¿La convertía eso en una idiota? Probablemente, pero la voz que oía en su cabeza, o quizá era la que oía en su corazón, le decía que no se había equivocado con él. Wynthrope no podía haber fingido todo aquello. Juntos habían compartido momentos maravillosos. Habían reído y habían jugado al ajedrez. Eso no había sido mentira. Ella no podía equivocarse tanto. Él le había mostrado parte de su verdadero yo, y ese hombre era exactamente lo que Moira había creído siempre; un buen hombre.

Un buen hombre no utilizaba a las mujeres fingiendo que sentía algo por ellas. Un buen hombre no robaba... a no ser que tuviera una buena razón.

¿Cuál era la razón de Wynthrope?

Moira esperaba averiguarlo esa noche. Él no iba a perderse aquel evento social. En Creed House se ofrecía una cena para celebrar la futura paternidad de Devlin y Blythe.

A Moira le había sorprendido recibir una invitación, hacía poco tiempo que ella y Blythe se conocían. A pesar de lo corto de la amistad, Moira apreciaba mucho a aquella altísima mujer, y al parecer el sentimiento era mutuo.

Por ese motivo, ella y Minnie estaban ahora sentadas en el carruaje y cubiertas de mantas. Iban de camino a Creed House. Esa noche, Moira había cuidado especialmente su aspecto, y no porque quisiera estar guapa para Wynthrope. Quería estar guapa para demostrarle que, a pesar de haber descubierto la horrible verdad sobre él, no se había deprimido del todo.

Le dolía la cabeza de lo tirante que llevaba el recogido por miedo a que se le deshiciese a mitad de la noche. Sus orejas y su cuello estaban adornados con zafiros. El vestido era de color crema y le realzaba el busto de una manera impresionante.

Lo de acentuar tanto su escote no lo había hecho a propósito. Era debido a que había ganado peso desde que se lo había comprado. Lo había adquirido antes de conocer a Wynthrope y desde entonces había dejado de preocuparse por su aspecto. Ahora se preocupaba por lo que sentía, si tenía hambre comía. No volvería a pasar hambre, no cuando era evidente que la única que veía defectos en su apariencia era ella. Y tenía que reconocer que le gustaba tener aquel escote tan atractivo.

—¿Qué harás si te dice algo? —preguntó Minnie con la voz amortiguada por la bufanda que le envolvía el cuello.

—No creo que lo haga —dijo Moira intentando sonreír—, pero si lo hace, supongo que le contestaré.

—¿Así que estás dispuesta a hablar con él?

Se encogió de hombros y se quitó de los labios un pelo de la bufanda que se le había pegado. La maldita pieza se estaba deshilachando.

—A lo mejor. Eso sería lo más educado. No me gustaría arruinar la fiesta de lord Creed por ser maleducada con su hermano. —No quería decirle a Minnie que estaba considerando seguir el consejo de Nathaniel e interrogar a Wynthrope. No era que fuera a obligarle a hablar con ella, pero venía a ser lo mismo.

Moira necesitaba saber la verdad. Hasta que no la supiera, no podría decidir lo que quería hacer. Hasta que no la supiera no sabría si de verdad sentía algo por él o si lo único que la había llevado a acostarse con Wynthrope había sido la lujuria.

No estaba tan nerviosa como temía. En realidad, el hecho de saber que iba a ver a Wynthrope la tranquilizaba. Sería un alivio que él contestara a sus preguntas. ¿La quería o no? ¿Estaba dispuesto a confiar en ella o no? Y si no la quería, dejaría de suspirar por él como una chica estúpida. Se concentraría en curar su herido corazón y en recuperar el control de su vida. Seguro que no lo lograría de la noche a la mañana, pero si Nathaniel podía volver a enamorarse después de perder al amor de su vida, entonces Moira también podría.

Dios mío, ¿era Wynthrope el amor de su vida? Estaba segura de que le había amado, pero había amado al hombre que creía que era. Ahora, tenía que averiguar quién era realmente antes de saber cuáles eran de verdad sus sentimientos.

¿A quién pretendía engañar con esta tontería de «saber cuáles eran de verdad» sus sentimientos? Le amaba. Sin importarle quién fuera en realidad, le amaba. Le amaba, tan cierto como que necesitaba el aire que respiraba.

Y eso convertía lo que iba a hacer esa noche en algo aún más importante. Esa noche iba a averiguar si él sentía lo mismo por ella.

Creed House, o la Mansión Creed como algunos la llamaban, era una impresionante construcción blanca situada en Grosvenor Square. Había lámparas iluminando la entrada de la casa para que los invitados pudieran ver los escalones. Moira y Minnie subieron la escalera que llevaba a la espectacular puerta. Moira tiró con fuerza del llamador y un hombre mayor, de mediana estatura, apareció tras la puerta.

—¿Lady Aubourn y la señorita Banning, supongo? —les preguntó educado.

—Sí —contestó Moira sonriendo.

Se apartó para que pudieran entrar.

—Bienvenidas a la Mansión Creed, señoras. ¿Me permiten sus abrigos?

Se los quitaron y se los entregaron al mayordomo, quien se los dio a un lacayo. Moira y Minnie siguieron al mayordomo por un gran vestíbulo decorado en blanco y negro. El suelo era como un tablero gigante de ajedrez y las estatuas que había a ambos lados parecían las piezas del juego. Si Wynthrope había crecido en ese entorno, no era de extrañar que le gustara ese juego.

Abrió una puerta y recorrieron un largo pasillo cuyas paredes estaban cubiertas por los retratos de los antepasados de los Ryland. Moira observó que todos los hombres Ryland tenían aquella sonrisa ladeada tan orgullosa, mientras que las mujeres no. O no eran tan orgullosas como los hombres o sabían disimularlo mejor.

Se detuvieron delante de una gran puerta. El mayordomo las anunció y se apartó para que pudieran entrar. En cuanto entraron en la estancia, Brahm fue a saludarlas.

—Mi querida lady Aubourn. Señorita Banning. —Las cogió a ambas de la mano y las besó en la mejilla. Minnie se sonrojó ante tanta atención. ¿Qué mujer no lo haría? El vizconde Creed era un hombre muy atractivo. Devlin tenía un aspecto melancólico y North parecía un salvaje. De todos los hermanos, Brahm era el que tenía el atractivo más sereno. Él era, sin duda, el más tranquilo y se sentía cómodo en un entorno tan elegante.

Claro que, en opinión de Moira, ninguno era comparable a Wynthrope. Su belleza era a la vez cínica y vulnerable. Un ángel al que habían expulsado del cielo. A veces era frío y distante, otras era alegre y dulce.

No estaba. Moira se dio cuenta de ello en el mismo instante en que entró. Wynthrope no estaba, y su corazón se entristeció un poco. ¿Llegaba tarde o había decidido tomarse al pie de la letra lo que ella le había dicho sobre que no quería volver a verlo?

Bueno, Moira no iba a permitir que aquello le arruinara la velada. Esa noche era para celebrar la paternidad de Blythe y Devlin, no para pasarla pensando en un hombre que no se lo merecía. O eso era lo que pensaba entonces, aunque podía cambiar de idea en cualquier momento.

Se acercó a Blythe y a Devlin para ofrecerles sus más sinceras felicitaciones. Moira incluso los abrazó, una tarea no muy cómoda teniendo en cuenta que su mejilla quedaba a la altura del pecho de Devlin. Uno de los botones de la chaqueta del hombre tenía muchas posibilidades de quedar marcado en su cara a poco más fuerte que Devlin la abrazara. Dios, qué hombre más forzudo. Y por tanto qué grande y peligroso. Pero a Blythe eso no parecía preocuparle. Iban a tener unos bebés gigantes. Pobre Blythe, suerte que ella también era una mujer grande.

Moira se acercó hacia donde estaban North, Octavia, Miles, Varya y Brahm. El tema de conversación era si North y Octavia iban a empezar pronto a crear su propia familia.

—Pronto —contestó Octavia, y sonrió cariñosa a su marido—. No quiero ser una de esas mujeres que están casadas muchos años y no tienen hijos. —Octavia se dio cuenta entonces de que Moira estaba allí y se sonrojó avergonzada.

—Oh, querida amiga, ¿no creerás que eso puede ofenderme? —preguntó Moira riéndose. La verdad es que el comentario sí le había dolido, pero no porque se sintiera insultada, sino porque se dio cuenta al oírlo de lo mucho que había sacrificado, sin saberlo, al casarse con Tony.

—Espero no haberlo hecho, Moira —dijo su amiga preocupada.

—Nunca tuve hijos, sencillamente porque nunca tuve hijos —dijo Moira para intentar tranquilizar a Octavia. Era una respuesta sencilla, no se podían tener hijos si no se tenían relaciones maritales.

—Aún puedes volver a casarte. —Su amiga le dio unos golpecitos en la mano.

Moira consideró esa idea durante un instante. Casarse de nuevo, tener a alguien con quien compartir los días y las noches. Y, en lo que se refería a los niños, ella nunca lo había pensado. Pero si se casaba de nuevo, lo haría sólo por amor. La vida era demasiado corta como para cometer el mismo error dos veces.

Dios, ¿creía que su matrimonio con Tony había sido un error? No, puede que lamentara haber perdido algunas cosas, pero sólo por haber logrado escapar de sus padres ya había valido la pena. Sus padres. Sólo de pensar en ellos se le ponían los pelos de punta. Asistirían a la fiesta de compromiso de Minnie, y sería la primera vez que Moira vería a su madre desde la muerte de Tony.

En ese momento, North se acercó a ella y le dio una copa de champán.

—Toma, Moira, vamos a hacer un brindis en honor a Blythe y Devlin.

Moira le dio las gracias y aceptó la copa que le ofrecía. Se dio cuenta de que Brahm no bebía champán. Si no se equivocaba, en su copa había sidra sin alcohol.

—No vais a hacer ningún brindis sin mí —dijo una voz a su espalda. Una voz que le puso la piel de gallina y que era deliciosa y temible a la vez.

Él había llegado.

Moira se dio la vuelta y, al verlo, se quedó sin aliento. Parecía cansado, pero aparte de eso, con aquel traje sencillo y elegante, recién afeitado, y con el cabello perfectamente peinado era la imagen de la perfección masculina.

Sonriendo y contento, se acercó a Devlin y a Blythe y besó las mejillas de su cuñada. Aceptó la copa de champán que North le ofrecía y se dio la vuelta.

Entonces la vio. Ella se dio cuenta de que se le apagaba un poco la sonrisa, pero no le desapareció del todo. O era muy buen actor o realmente le daba cierto placer verla. Dios sabía que ella sí estaba contenta de verlo, tal como demostraba el temblor de sus piernas. Malditos fueran sus ojos, tuvo la osadía de mirarla intensamente. Claro que ella también lo miraba así.

Al oír la voz de Brahm dejaron de mirarse. Estaba diciendo que Miles, al ser el hermano de Blythe, haría el primer brindis y luego le seguiría él como hermano de Devlin. North y Wynthrope brindaron a continuación por su hermano pequeño.

—Por mi gigantesco hermano pequeño —dijo Wynthrope—, espero ser algún día la mitad de hombre que él.

El brindis los conmovió a todos, hasta que North habló.

—Ya eres la mitad de hombre que él, en altura.

Las carcajadas llenaron la habitación y todos los invitados se acercaron a la pareja homenajeada. Moira aprovechó ese momento para colocarse al lado de Wynthrope. No tenía ni idea de lo que iba a decirle, pero ya se le ocurriría algo.

—Buenas noches. —No era demasiado original, pero no estaba mal.

A él pareció sorprenderle su saludo.

—Sí que lo son.

Moira bajó la cabeza y se mordió el labio inferior antes de mirarlo a los ojos.

—Quería disculparme por algunas de las cosas que te dije la última vez que nos vimos.

—No lo hagas —dijo él negando con la cabeza—, tenías razón al decir que estarías mucho mejor sin mí.

Le dolió que le echara en cara sus propias palabras.

—Yo nunca dije que estaría mejor sin ti.

Él se encogió de hombros y bebió un poco de champán.

—Bueno, más segura. Y tenías razón. Necesitas estar lejos de mí durante un tiempo.

Sus palabras la habrían herido si no hubiera detectado el tono de su voz. No le estaba diciendo que se mantuviera alejada de él, se lo estaba pidiendo, incluso suplicando.

—Wynthrope, ¿qué estás tramando?

Él no la miraba a los ojos, tenía la vista fija en su familia.

—No puedo decírtelo.

—Aún no confías en mí. —A Moira se le encogió el corazón.

—No. —Wynthrope miró la copa de champán que tenía en la mano.

—Entiendo. —Tenía frío, mucho frío. Entumecimiento en realidad. No sentía nada, ni siquiera la copa que sujetaba entre sus dedos.

—No, no lo entiendes —dijo él susurrando y dándose la vuelta para verla—. No te lo cuento porque no confío en que no vayas a hacer algo estúpido, como por ejemplo, y Dios no lo permita, intentar salvarme.

¿Salvarle? Dios, ¿qué tenía pensado hacer?

—Yo no...

—Sí lo harías, porque eres ese tipo de mujer. —Él se bebió de un trago el champán que le quedaba—. Eres demasiado buena. Pero, si de verdad quieres ayudarme, lo mejor que puedes hacer es mantenerte alejada de mí.

A ella le costó tragar.

—Por supuesto.

Se dio la vuelta y empezó a alejarse. Sabía que él tenía algún motivo para hablarle así, pero eso no cambiaba el hecho de que aún no confiaba en ella lo bastante como para contarle la verdad. Moira no necesitaba saberlo todo en ese momento, le bastaba con saber que algún día llegaría a confiar en ella y entonces todo habría valido la pena.

Se paró frente a ella protegiéndolos de las miradas curiosas de los demás.

—Moira, sé que no tengo ningún derecho a pedírtelo, pero necesito que confíes en mí. Si puedes hacer eso, te juro que cuando todo esto acabe te lo contaré todo.

—¿Me lo prometes? —dijo ella, notando cómo la esperanza florecía en su interior.

—Te lo prometo —contestó Wynthrope sincero y mirándola directamente a los ojos.

—De acuerdo. —Fue lo único que pudo decir. Quizá no confiaba en ella en ese momento, pero iba a hacerlo en el futuro. Confiaría en ella cuando todo hubiera acabado. Eso no era exactamente tener confianza en una persona. Eso era lo mismo que hizo ella al decirle que era virgen después de que él lo descubriera por su cuenta. ¿Qué sentido tenía?

—Me mantendré alejada y esperaré a que tú vengas a verme. —La amargura tiñó sus palabras.

Él se dio cuenta de su estado de ánimo.

—No tendrás que esperar mucho —dijo mirándola cariñoso.

—Mmmm. —Ella dio un paso hacia un lado para esquivarle—. No me hagas más promesas, Wynthrope.

—¿Por qué? —preguntó sorprendido.

Ella lo miró directamente a los ojos y empezó a alejarse de él.

—Porque podría esperar que las cumplieses.

¿Qué diablos significaba eso?

Wynthrope observó cómo Moira se deslizaba por la habitación. Parecía una reina, con aquel vestido color crema que resaltaba sus tentadores pechos. No debería haberse esmerado tanto para gustarle... o en ponerlo nervioso. Aunque fuera vestida con harapos siempre causaría ese efecto en él.

Pero ¿cómo se había atrevido a decirle que no le hiciera más promesas? Él nunca le había prometido nada que no tuviera intención de cumplir. A ella le había molestado que no le contara lo que tenía planeado. Por supuesto que no iba a hacerlo. Si le contaba que iba a ponerse en peligro para entregar a Daniels a la justicia, habría intentado disuadirle. O a lo mejor haría algo tan estúpido como intentar ayudarle. Las mujeres no actuaban de manera tan razonable como los hombres. ¿Acaso Octavia no se había atrevido a enfrentarse con el hombre que quería matar a North porque pensaba podría ayudar? Evidentemente, Octavia lo había hecho por amor. Wynthrope sabía que él no era tan afortunado. Moira, simplemente, siempre intentaba proteger a la gente que le importaba.

Ella ya había sido demasiado generosa al darle la diadema. No iba a permitir que hiciera nada más, en especial poner en peligro su vida. Si Daniels le hacía algo... Bueno, Daniels acabaría muerto, pero eso no garantizaba la seguridad de Moira. Y de ningún modo iba a arriesgarse a perderla, no cuando aún no la había recuperado.

La siguiente hora fue tan dolorosa como si le estuvieran arrancando las muelas. Tanto Blythe como Octavia sospechaban que le había hecho daño a Moira, y sus miradas de desaprobación lo persiguieron durante toda la noche. Y también estaba la campeona de la defensa de Moira, Minerva. Si las miradas matasen, Wynthrope ya estaría muerto.

Era hora de irse. Moira no había vuelto a dirigirle la palabra y estaba haciendo muy buen trabajo fingiendo que él no existía. Pero ése no era el motivo por el que se marchaba. Lo hacía porque tenía que encontrarse con Daniels para intercambiar la diadema por las pruebas que tenía sobre el pasado de Wynthrope. Tenía que prepararse. Tenía que asegurarse de que lo tenía todo previsto para el caso de que algo saliera mal. Tenía que asegurarse de que, si se moría, Moira recibiera el juego de ajedrez que había pertenecido a su padre y que Brahm le había regalado. A ella le gustaría, y quizá también le gustaría leer la carta que le había escrito.

Claro que también cabía la posibilidad de que Daniels no le matara y que entonces pudiera decirle en persona lo que había escrito en esa carta. No deseaba otra cosa.

Tan pronto como vio que North se quedaba a solas se acercó a él.

—Me voy.

North se tensó al instante, aunque su expresión se mantuvo inalterable.

—¿Ya?

—Tengo que ocuparme de unas cosas.

—¿No intentarás darnos esquinazo? —preguntó North sin fiarse aún de él—. Eso sería una gran estupidez.

—No. —Wynthrope se puso a reír y negó con la cabeza—. Estaré en la casa de la calle Russell a medianoche. Nos vemos allí.

Cuando echó a andar, North le cogió del brazo.

—Ten cuidado.

—Claro —dijo Wynthrope sonriendo—, hacerse el héroe es tu estilo, no el mío.

Pero al irse de la casa de su hermano, Wynthrope se dio cuenta de lo valiente que se había vuelto. Y todo por culpa de una mujer.

La mujer a la que había traicionado.

La mujer con la que quería pasar el resto de su vida.

—¿La tienes? —El tono ansioso de Daniels lo delató.

La casa de Russell Square estaba casi a oscuras, la única luz era la que provenía de las llamas del fuego de la chimenea, un fuego que no calentaba. La casa llevaba vacía tanto tiempo que estaba helada. ¿Se daría cuenta alguien de lo sospechoso que era ese fuego? Wynthrope confiaba en que sí.

Era ya medianoche y Covent Garden era un lugar peligroso incluso para los criminales que lo habitaban. Tanto que si uno de ellos se atrevía a entrar allí y preguntar qué estaba pasando, tenía muchas posibilidades de acabar con la navaja de Daniels clavada en el pecho. El irlandés estaba al límite.

Había llegado el momento de acabar con todo aquello.

—Enséñame los papeles. —Wynthrope le mostró la caja.

Daniels le enseñó una carpeta llena con un montón de documentos atados con una cuerda.

—¿Satisfecho?

Aún no, pero pronto lo estaría. Wynthrope afirmó con la cabeza.

—Déjalos encima de la mesa.

—Tú primero —le instó Daniels.

—No, tú —respondió Wynthrope sonriendo.

Se miraron el uno al otro y, finalmente, Wynthrope venció. Daniels dejó los papeles encima de la mesa. Wynthrope, sin dejar de mirar a su mentor, los alcanzó y los acercó hacia sí.

—Ahora tú —exigió Daniels.

Wynthrope abrió primero la carpeta para comprobar su contenido. Cuando lo hubo hecho, dejó la caja en la mesa y la empujó hacia Daniels.

El irlandés la atrapó en seguida y su cara resplandeció de codicia y alegría al abrirla.

—Ah, chaval, estoy orgulloso de ti.

Wynthrope ignoró ese comentario. No le causó ninguna satisfacción, se lo había ganado hiriendo a Moira.

—Te irás de Inglaterra y no regresarás jamás.

Daniels asintió sin escucharle. Como si no se hubiese dado cuenta de que era una orden y no una pregunta.

—Sí, sí. Lo que tú digas.

Wynthrope se estaba ya relajando cuando Daniels cerró la caja de golpe y se sacó una pistola del bolsillo. Él corazón le latía con tanta fuerza que le golpeaba las costillas.

—¿Y ahora qué? ¿Vas a matarme?

Daniels chasqueó la lengua.

—Es sólo por precaución, chico. Quiero asegurarme de que no intentas ninguna tontería mientras me escapo.

—¿Es un chiste? ¿Intentar algo yo? —Su comentario no le sonó convincente ni a él. ¿Y a qué venía eso de si era un chiste? La situación no era divertida en absoluto, aunque romper la mesa con la cabeza de Daniels seguro que sí lo haría sonreír.

Daniels entrecerró los ojos.

—Ya, no vas a intentar ser un héroe ni nada por el estilo. Tú eres el tipo de hombre que intentaría recuperar el tesoro para conquistar el corazón de su doncella.

—Ella no es una doncella —contestó Wynthrope—, y no hay un tesoro suficientemente grande en el mundo como para conquistar su corazón. —No lograba entender por qué le estaba contando cosas de Moira a aquel bastardo. Sólo sabía que la necesidad de defender su honor había ganado al sentido común, que le decía que sería mucho mejor callarse. No quería que aquel indeseable se diera cuenta de lo que de verdad sentía por ella.

—Así que es una de ésas. —Daniels lo miró mientras seguía apuntándole con el arma—. Pues lo siento por ti, chaval. Espero que nunca se entere de nuestro intercambio, no te lo perdonaría.

A Wynthrope le pareció que esas palabras se acercaban mucho a la verdad. ¿Desde cuándo era Daniels un experto en mujeres? Seguro que había estado con muchas, pero nunca había tenido una relación estable con ninguna, no que Wynthrope supiera. Daniels no tenía ni idea de lo que Moira haría o dejaría de hacer, pero sin lugar a dudas, había dado en el clavo.

—Me encantaría seguir aquí contigo, discutiendo sobre mi vida privada, pero me temo que tú tienes que largarte del país de una vez.

—A mí también me gustaría —dijo el hombre mayor sonriendo—. Adiós, chaval.

Se colocó la caja de la diadema debajo del brazo y se dirigió a la puerta. Sin dejar de mirar a Wynthrope se detuvo y abrió el cerrojo. Luego, la oscuridad lo engulló, la puerta se cerró y Wynthrope se quedó solo entre tinieblas.

No perdió el tiempo.

Tan pronto como el pestillo volvió a estar en su sitio, abrió la carpeta y empezó a sacar los papeles. Los lanzó a las llamas que ardían en la chimenea y observó satisfecho cómo se convertían en cenizas. Estaba tan absorto en la tarea que no se percató de la conmoción que había fuera. Sin duda era mejor así.

Cuando el último papel hubo ardido, Wynthrope también echó la carpeta al fuego. Eso era todo. Se había acabado.

Antes de ponerse los guantes y el sombrero, removió las cenizas con el hierro para asegurarse de que no quedaba nada que pudiera delatarles. No es que creyese que Daniels le había dado la única copia de aquellos documentos, pero no quería que lo cogiesen con ellos en su poder. Despacio, caminó por el crujiente suelo hasta la puerta, y salió a la oscura y fría noche.

Había una docena de hombres a caballo y con rifles que mantenían a otro tirado en el suelo. Le habían esposado las muñecas y los tobillos. Uno de los hombres sostenía la caja de roble en la mano. Wynthrope miró a su espalda antes de acercarse, los gritos del prisionero retumbaban en sus oídos.

—¡Yo no tengo nada que ver con esto! ¡Fue Ryland! Él es el hombre que buscan. ¡Tengo pruebas de que él es «el fantasma»!

El hombre que sostenía la caja se volvió hacia Wynthrope.

—¿Es eso cierto, señor Ryland?

Daniels dejó de forcejear y lo miró directamente a los ojos. Por segunda vez esa noche, Wynthrope se alegró de que las miradas no matasen.

Wynthrope sonrió al magistrado de Bow Street.

—¿Con un hermano como el mío, señor Reed? Nunca podría escondérselo.

Duncan Reed no parecía muy convencido, pero Wynthrope creyó que tampoco le importaba demasiado. «El fantasma» era agua pasada y Bow Street acababa de capturar a Daniels con las manos en la masa. Tenía en su poder la diadema de la vizcondesa Aubourn, cuyo robo acababa de ser denunciado por North Sheffield-Ryland.

—¡Está mintiendo! —gritó Daniels—, y puedo demostrarlo.

—No tengo ni idea de lo que está hablando. —Wynthrope se encogió de hombros—. Pero pueden registrarme, tanto a mí como la casa.

Reed lo pensó durante un instante antes de negar con la cabeza.

—No hace falta. Es evidente quién es aquí el villano. Gracias por ayudarnos a detener a este criminal, señor Ryland.

—¡Ayudarles! —Daniels forcejeó como un loco hasta que los policías lo sacaron de allí a rastras—. ¡Me las pagarás por esto, Ryland! ¡Lo juro por Dios que me las pagarás!

Sus insultos se fueron apagando hasta llegar a ser incoherentes a medida que los guardas lo encerraban en el vagón carcelario.

Sin Daniels allí, se restableció la calma y Reed se volvió para hablar con Wynthrope.

—Siento un gran respeto por su hermano.

—Lo sé —afirmó Wynthrope—. Él también le respeta mucho a usted.

—Nunca entendí por qué dejó Bow Street, y no quiero hacerlo ahora. Por lo que a mí respecta, esta investigación acaba aquí. ¿Estoy siendo lo bastante claro, señor Ryland?

—Perfectamente claro. —Wynthrope intentó sonreír a pesar del nudo que sentía en la garganta. Gracias a Dios por su suerte. Gracias a Dios por North y sus contactos. Si no fuera por ellos, el magistrado tal vez habría investigado un poco más en su pasado.

—Le agradecería que se acercara a Bow Street por la mañana. Me gustaría tomarle declaración de todo lo que ha pasado. Estoy especialmente interesado en saber por qué el señor Daniels insiste en que usted robó la diadema para él.

Seguro que lo estaba. Era evidente que North no había pensado en inventar algo, así que ahora le tocaba hacerlo a Wynthrope. Maravilloso. ¿Qué diablos podía decirle?

—Él sabía que yo estaba cortejando a la vizcondesa y me amenazó con sacar a la luz nuestra relación y causar un escándalo si no lo ayudaba. Por supuesto fui directamente a ver a mi hermano.

—Por supuesto. —Reed movió la cabeza impasible—. Buenas noches, señor Ryland. Le espero mañana por la mañana.

—Buenas noches, señor Reed.

Wynthrope no soltó el aliento que retenía hasta que vio cómo el magistrado entraba en su carruaje y seguía al vagón de la cárcel calle abajo.

—Buen trabajo —dijo North saliendo de su escondite—. He encontrado una copia de las pruebas en las habitaciones de Daniels.

Wynthrope suspiró al ver a Brahm que se acercaba por el otro lado.

—Excelente.

El sonido de unas pisadas tras ellos hizo que se volvieran todos a la vez. Devlin surgió de la oscuridad con su rifle Baker bajo el brazo.

—¿De dónde diablos sales tú? —exigió Brahm.

—Del tejado —contestó el menor de los Ryland—. No creeríais que os iba a dejar solos, ¿no?

Wynthrope se rió. Devlin habría podido cargarse a Daniels en cualquier momento sin que nadie se hubiese enterado. Claro que su hermano no podía matar a alguien por las buenas. No estaba en su naturaleza.

—Vámonos —sugirió Brahm, y los empujó calle abajo, hacia donde había dejado su carruaje—. Dentro de poco se hará de día, y dos de vosotros tenéis una cita en Bow Street.

—Gracias —dijo Wynthrope—. A todos. No tenéis ni idea de cuánto os lo agradezco.

North le dio un cariñoso golpe en la espalda.

—Tendrías que haber acudido a nosotros antes. Podríamos haberte ahorrado muchos problemas. —Se subió al carruaje seguido por Devlin.

Brahm pasó a Wynthrope antes de que éste entrara en el carruaje.

—Si hubieses confiado en nosotros, podrías haber evitado que se te rompiera el corazón.

—Me cuesta confiar en la gente. —Wynthrope logró dibujar una sonrisa de autodesprecio.

—Bueno —dijo su hermano apartándolo para poder entrar él primero—, ya va siendo hora de que empieces, ¿no crees?

Wynthrope tomó en cuenta ese consejo y entró en el vehículo. Sí, ya iba siendo hora. De hecho, ya llegaba tarde.