Capítulo 15

NATHANIEL estaba tumbado en la cama, en la misma postura en que lo había dejado Wynthrope. Si no fuera por los múltiples moratones que le cubrían todo el rostro se diría que estaba pálido. Aún no se había despertado, ni había dicho nada. Moira estaba sentada en una silla a su cabecera mientras que el doctor Griggs, el médico que Wynthrope había traído, lo examinaba.

—¿Se recuperará? —Tenía la voz rota por el miedo y el dolor. Temía apartar la mirada de Nathaniel; creía que se moriría si dejaba de vigilarlo.

Griggs le sonrió cariñosamente y empezó a limpiar la sangre de las heridas con una toalla caliente.

—Estoy totalmente convencido de que se recuperará.

Se sintió tan aliviada que habría sido capaz de echarse a llorar.

—¿Son muy graves las heridas?

El médico escurrió la toalla en la palangana. Moira intentó no fijarse en lo roja que quedaba el agua.

—No tiene ningún hueso roto —contestó, y continuó con su trabajo—, pero está muy golpeado. Se encontrará mal durante algunos días. Los cortes de la cara apenas dejarán cicatriz, aunque aún la tendrá hinchada durante un tiempo.

Moira miró la cara golpeada de Nathaniel. Tenía un ojo cerrado por la hinchazón. Su pobre amigo. ¿Quién podía haber hecho esa atrocidad?

No había sido Wynthrope, de eso estaba segura. Tal vez no le gustara que Nathaniel le hubiese impedido acercarse a ella, pero Wynthrope no era un hombre cruel. Y no sólo eso. Si él hubiese sido el culpable, no lo habría llevado a casa de Moira en persona. Lo habría dejado en la puerta para que lo encontrasen.

Y no habría tenido esa cara de dolor ni esa mirada de culpabilidad. Había tanto dolor y arrepentimiento en sus ojos que Moira no había podido mirarlo. Ni siquiera el día que lo había pillado en su caja fuerte había parecido tan arrepentido. O quizá sí, y ella estaba demasiado enfadada para verlo.

¿Podría ser obra de Matthew? ¿Habría fingido compartir las inclinaciones de Nathaniel para hacerle daño? Quizá era uno de esos caballeros —y utilizaba el término con ironía— que despreciaban a los hombres que no eran tan masculinos como ellos querían.

O puede que alguien hubiese visto a Nathaniel y a Matthew juntos y los había atacado a ambos. Quizá Matthew también estaba malherido en algún lugar. Dios, ¿y si era eso? Debería mandar una nota a sus apartamentos para asegurarse de que estaba bien.

Independientemente de quién lo hubiera hecho, ¿por qué lo había encontrado Wynthrope y no ella? No tenía sentido. A no ser que Wynthrope estuviese de camino a casa de Moira cuando se encontró con Nathaniel. No había pensado en preguntarle dónde lo había encontrado. Se había asustado tanto que, después de dejar a Nathaniel en su habitación, prácticamente le había ordenado que fuera a buscar un médico. Después de que volviera con el doctor Griggs, apenas habían intercambiado unas palabras. Y ahora él ya se había ido.

O eso era lo que Moira esperaba. Aunque, a la vez, deseaba que se hubiese quedado. No sabía lo que quería. No, eso era mentira. Quería que su amigo se recuperara y quería que el bastardo que le había hecho aquello ardiera en el infierno.

Griggs acabó de limpiar la cara a Nathaniel y, sin toda la sangre, las heridas no parecían tan graves. Además, habían dejado de sangrar, pero aun así, mirarlo le rompía el corazón. Pobre Nathaniel, él que era incapaz de hacer daño a nadie; la idea de que alguien pudiera hacerle daño a él era inconcebible.

Moira miró cómo el anciano doctor se lavaba las manos y sacaba un pequeño bote de su maletín. Quitó la tapa y, con los dedos, cogió un poco de pomada de salvia, que aplicó en las heridas de la cara de Nathaniel.

—Esto le ayudará a que cicatricen —le dijo a ella—, le dejaré este bote. Procure que en los próximos días no se le infecten las heridas. Quítele las vendas por la mañana y por la noche, lave los cortes y luego póngale pomada antes de volver a vendarlo.

Moira lo miró confundida.

—¿Tanta agua no evitará que las heridas se curen?

El señor Griggs sonrió.

—Sé que suena raro, pero según mi experiencia, las heridas sanan mejor si se mantienen limpias. El agua no les hace ningún daño.

Moira afirmó con la cabeza. Seguro que el médico sabía mucho más que ella de esos temas.

Griggs vendó la cara de Nathaniel y volvió a tapar el bote, que dejó en la mesita de noche.

—He hecho todo lo que he podido, lady Aubourn. Si necesita de mis servicios de nuevo, ya sabe dónde encontrarme.

De hecho, no lo sabía. Wynthrope lo había llevado allí, no ella.

—De todos modos, ¿le importaría darme su dirección, señor Griggs?

Él no cuestionó sus motivos y se limitó a sacar de su bolsillo una cajita de plata de la que le ofreció una tarjeta.

—Aquí tiene todos mis datos.

A Moira le temblaron los dedos al cogerla.

—Gracias.

A pesar de que no quería dejar solo a Nathaniel, sabía que era de mala educación no acompañar al doctor a la puerta. Dejó la tarjeta en la mesita de noche, al lado del bote con la pomada y de un frasquito de láudano por si Nathaniel se despertaba y sentía mucho dolor. Le pidió a una sirvienta que se quedara con su amigo, y salió de la habitación con el señor Griggs.

Él se despidió de ella con una cálida sonrisa y se negó a aceptar que le pagara.

—Mi salario ya ha sido pagado, lady Aubourn.

No hacía falta que le preguntara quién lo había hecho. Había sido Wynthrope, de eso no cabía ninguna duda. ¿Por qué? ¿Por qué había hecho todo eso por ella y por Nathaniel si nadie se lo había pedido?

Cuando Griggs se fue, su primer instinto fue correr hacia la habitación y quedarse con Nathaniel hasta que se despertara. En lugar de eso, se encaminó por el pasillo hacia el salón donde había dejado a Minnie y a Lucas. Los diez minutos que les había prometido se habían convertido en dos horas. Ellos aún estaban allí, esperando que ella regresara con noticias de Nathaniel. Sospechaba que no iban a estar solos.

No se equivocaba, pero su descubrimiento la emocionó y la asustó a la vez. No, no se asustó. Moira no tenía miedo de Wynthrope, aunque una parte de sí misma le decía que debería tenérselo. Le molestaba que siguiera en su casa, le molestaba que él creyera que tenía derecho a seguir allí.

Estaba sentado en una silla junto al fuego, con un vaso de bourbon en la mano. Se acercó en silencio, sus zapatos sobre la alfombra no hicieron ruido, pero él la detectó en el mismo instante en que entró en la estancia. Levantó la cabeza y la miró directamente a los ojos, dejando a medias lo que estaba diciendo. Sus palabras no tenían sentido, lo único que Moira oía era el retumbar de su propia cabeza. Despacio, él se puso de pie.

Estaba hecho un desastre, pero aun así, al verlo, el corazón de Moira dio un vuelco. Estaba pálido y empapado, despeinado por culpa del viento y la lluvia. Llevaba el abrigo desabrochado y pudo ver que su chaqueta estaba manchada de sangre. La sangre de Nathaniel. La tenía en la camisa y también en las manos. ¿Es que no había pedido que le trajeran agua para lavarse?

No. Mirándolo a los ojos supo que lo único que había pedido era el bourbon.

Al ver que Wynthrope se había callado de golpe, Minnie y Lucas se dieron la vuelta en el sofá y, al ver a Moira, también se levantaron. Minnie se acercó a ella con la preocupación dibujada en su bello rostro.

—¿Cómo está? ¿Cómo está nuestro querido Nathaniel?

Moira abrazó a su hermana con cariño. Lo hizo tanto para consolarla a ella como a sí misma.

—Cuando se despierte le dolerá todo el cuerpo, y durante unos días tendrá mal aspecto, pero el señor Griggs cree que se recuperará en poco tiempo.

La joven suspiró aliviada.

—Oh, eso son buenas noticias.

Moira la abrazó de nuevo, pero toda su atención estaba centrada en el hombre que había junto al fuego. Intentaba parecer relajado, sereno, pero ella vio que apretaba el vaso con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.

Soltó a su hermana sin dejar de mirarlo.

—Minnie, ¿os importaría a ti y al señor Scott dejarme un momento a solas con el señor Ryland? Necesito hablar con él en privado.

Su hermana le dijo lo que pensaba de eso con sólo mirarla. Seguro que Wynthrope también lo había entendido. Minnie no quería dejarla a solas con el hombre que le había roto el corazón. La buena de Minnie. Ella sólo sabía lo poco que Moira le había contado, pero estaba convencida de que su hermana era la parte agraviada.

Y desde luego, lo era.

Minnie sabía que no podía montar una escena delante de Wynthrope y de su prometido por lo que, aun sin estar muy convencida, le pidió a Lucas que la acompañara a la biblioteca. Él la siguió sin preguntas, pero al salir dirigió a Moira una sonrisa tan cálida como decidida.

—No dude en hacerme saber si puedo hacer algo por usted, lady Aubourn —dijo cordialmente, pero con su mirada le dio a entender otra cosa «Avíseme si necesita que eche al señor Ryland de su casa».

Moira le devolvió la sonrisa. Seguro que Minnie le habría contado a su prometido las penas de su hermana. Maravilloso. ¿Quién más lo sabría? Sin duda, todo Londres. Seguro que se comentaba el hecho de que, en los últimos días, no hubieran vuelto a aparecer juntos en ninguna fiesta. Que se decía que ella no salía de casa. Y seguro que la gente se había dado cuenta del mal aspecto que tenía Wynthrope, a pesar de que seguía siendo guapísimo.

Cuando se fueron, Moira cerró la puerta tras ellos y, con piernas temblorosas, cruzó la habitación para colocarse cerca de Wynthrope. Éste levantó la vista y la miró directamente a los ojos, y el corazón de ella no fue inmune al dolor que vio en él.

—Si quieres que me vaya me iré —le dijo Wynthrope con voz cansada—, pero pensé que quizá querrías hablar.

Moira tragó saliva con la esperanza de sonar relativamente normal cuando hablara. A lo mejor su arrepentimiento era sincero, pero ella no iba a permitir que él supiera lo mal que lo estaba pasando, no si podía evitarlo.

—¿Qué ha sucedido? —A pesar de todos sus esfuerzos, su voz sonó como si tuviera un nudo en la garganta.

Él bebió un poco de bourbon y sacudió la cabeza.

—No lo sé. Había ido a casa de North y Octavia, donde han celebrado que Blythe está embarazada.

¡Qué maravilloso! Esa buena noticia y el futuro enlace de Minnie eran los únicos rayos de luz entre las desgracias de esa noche y aquellos últimos días.

—Felicítales de mi parte, por favor —dijo ella con sinceridad, aunque eso no logró distraerla del drama que estaba viviendo—. Y entonces ¿qué ha pasado?

Él la miró de un modo desconcertante antes de continuar.

—He vuelto a mi casa, y, al llegar, me he encontrado a Nathaniel tirado en la escalera de entrada. Inmediatamente he pensado que debía traerlo aquí.

—¿Por qué? —¿Por qué allí?— ¿Por qué no lo has dejado en tu casa? ¿O en casa del señor Griggs?

—Porque tú lo quieres, y sabía que querrías estar con él. —Volvió a beber—. Y porque no tengo ni idea de dónde vive.

Hace unos días ella se habría reído del comentario, pero ahora sus labios eran incapaces de hacerlo.

—¿Tienes alguna idea de por qué fue hacia tu casa y no hacia aquí?

Wynthrope suspiró. Fue un sonido de reflexión más que otra cosa.

—No creo que fuera por su propia voluntad.

El miedo se apoderó de Moira. Ella ya lo había sospechado, pero oírselo decir la alteró.

—¿Crees que lo dejaron allí para que tú lo encontraras?

Él afirmó con la cabeza.

—Sí.

Ella frunció el ceño. Él le estaba ocultando algo, y de golpe se dio cuenta de lo que era.

—¿Sabes quién ha hecho esto?

Él volvió a afirmar y se frotó los ojos.

—No el hombre físicamente responsable, pero sí sé quién lo ordenó.

Un dolor fuerte y punzante se instaló en el estómago de Moira.

—La gente para la que trabajas, ellos han hecho esto.

Wynthrope estaba pálido como una estatua.

—Creo que sí.

—¿Por qué? —Ella se apoyó en la silla que había frente a él y se apretó el estómago con la mano—. Tú y Nathaniel apenas os conocéis. —No entendía nada.

Wynthrope la miró con ojos tristes y desesperados.

—No, pero tú y él sí.

Si era posible que alguien se quedara paralizado de miedo, a Moira le ocurrió algo muy parecido en ese instante.

—Era una advertencia.

—Sí.

—Para ti. —Ella sentía la lengua áspera y torpe dentro de la boca—. Porque no les llevaste la diadema.

Él apretó los labios.

—Sí.

Ella se rió asustada.

—¿Y qué será lo próximo, venir a por mí?

—O Minerva.

La conmoción de saber que tenía razón no fue nada comparada con la ira que sintió al oír el nombre de su hermana.

—Si alguien le hace daño a mi hermana, lo mato.

A él no pareció impresionarle su decisión.

—¿Cómo puedes matar a quien no conoces?

Ella entrecerró un poco los ojos.

—Tú sí los conoces.

Él negó con la cabeza. Nunca lo había visto tan abatido.

—Sé quién es uno de ellos. No sé con quién está trabajando.

Aquello no era suficiente.

—Pero tú estás en contacto con ese hombre.

—Sí. Pero no te diré cómo se llama. Precisamente para evitar que hagas algo por lo que puedan hacerte daño. —Se acabó el bourbon y dejó el vaso en el suelo, junto a la silla.

Ella, frustrada, apretó los puños. La ira le daba fuerzas.

—Diles que si hacen daño a alguien a quien quiero, yo personalmente destruiré esa diadema.

Una chispa de admiración brilló en los ojos azules de Wynthrope y por un momento le recordó al hombre que ella había adorado.

—Ése es uno de los motivos por los que te quiero, Moira. Pareces frágil, pero tienes la fortaleza del acero.

¿Uno de los motivos por los que la quería? Ya era un poco tarde para eso, ¿no?

—No me halague, señor Ryland. Mi amigo está gravemente herido y ha sido por su culpa. —Sus palabras fueron duras, pero ella quería que él negara esa acusación. Quería que se enfrentara a ella.

—Sí. —¿No iba a discutir?— Y sólo de pensarlo me pongo enfermo.

—A mí no me importa cómo te sientes tú. —Eso era una espantosa mentira, pero la dijo de todos modos—. Lo único que me importa es saber qué vas a hacer al respecto.

Él se pasó la mano por los ojos y parpadeó para aclararse la visión.

—No estoy seguro. Intentaré alejarlos de ti y de Minnie.

—¿Y cómo pretendes hacerlo? —El hombre para el que trabajaba sabía que ella tenía la diadema. ¿Qué le impediría contratar a otro para robársela? Era evidente que ansiaba tenerla; tanto, que incluso estaba dispuesto a herir a gente inocente para conseguirla.

Wynthrope levantó la barbilla y la miró a los ojos con tal sinceridad, que ella supo que lo que le dijera sería la pura verdad.

—Si hace falta, me entregaré a la policía en Bow Street y se lo contaré todo.

Ella lo miró. ¿Haría eso? ¿Por ella y por Minnie? No, por Minnie no, por ella. No podía engañarse de ningún modo. Quería protegerla, y eso estaba muy claro.

Moira se le acercó, aunque su cabeza le decía que no lo hiciera. No se detuvo hasta tenerlo delante y entonces se agachó para quedar a su misma altura y mirarlo directamente a los ojos.

—¿Si son capaces de hacerle eso a alguien que no tiene nada que ver, qué te harán a ti? —La voz le tembló al preguntar lo que su conciencia necesitaba saber.

Su silencio le llegó al corazón. Despacio, contra su voluntad, levantó la mano y le acarició la mejilla ensangrentada. Rápido como una centella, él le cogió la mano y se la apartó.

—No hagas eso —susurró.

Sin asustarse, ella levantó la otra mano y le acarició la otra mejilla. ¿No veía que intentaba reconstruir los puentes entre ellos? ¿Que trataba de decirle que, aunque hubiera destruido su confianza y le hubiera roto el corazón, no quería que le hicieran daño? La idea de vivir en un mundo sin Wynthrope era más insoportable que el hecho de que él no fuera el hombre que ella había imaginado.

Él le cogió también esa mano y, antes de que ella se diera cuenta de lo que estaba pasando, la levantó del suelo y la acercó a él. La tomó entre sus brazos y la miró fijamente a los ojos un segundo antes de besarla.

Casi había olvidado su sabor.

La besó sin piedad, invadió con la lengua los cálidos confines de su boca. Bebió de ella, y su alma se alegró de que ella volviera a acariciarle. El calor penetró por todas las partes de su interior que habían estado heladas durante esos días, y donde antes había habido un abismo ahora había luz. Le acarició la espalda y separó las piernas para acercarla más a él, para poder sentir cómo sus pechos se apretaban contra su torso, su terso vientre entre las piernas.

Se sorprendió de que ella no se opusiera. Al principio había mantenido las manos alejadas de él pero ahora las tenía apoyadas sobre sus hombros. Si sentía que ella le presionaba, pararía al instante. No quería, pero respetaría sus deseos.

Ella no presionó, al menos no para apartarle. Sus dedos le apretaron los hombros para acercarlo más a ella. Gimió entre sus labios al notar que ella lo acariciaba con la lengua.

Por primera vez en aquella horrible noche, no, por primera vez desde que Daniels reapareció en su vida, Wynthrope sintió que había esperanza, que a lo mejor todo se solucionaría. Moira estaba en sus brazos, besándolo con tantas ganas que incluso le dolía. ¿Tenía alguna posibilidad de que le perdonara? ¿De que cuando todo aquello acabara, cuando Daniels se hubiera ido, pudiesen volver empezar? ¿Era posible que sintiera por él algo más que la animadversión que se tenía tan merecida?

Deslizó una mano por la suave tela de su espalda y la abrazó por la cintura. Había ganado un poco de peso, podía notar que sus huesos no se clavaban tanto en su mano y, al acariciar sus pechos, sintió que también eran más redondeados. Nunca en la historia de la humanidad había existido una mujer con pechos más bellos que los de Moira.

Sintió cómo se endurecían bajo sus caricias y su erección aumentó cuando ella gimió cerca de su boca.

A pesar de todo lo que ella sintiera por él en ese momento, a pesar de que lo despreciara, seguía deseándole. No podía negar que su cuerpo respondía al suyo, que le gustaba que la besara. Eso le daba más esperanzas de lo que se había atrevido a soñar. Era evidente que entre ellos aún había una conexión física, ahora lo que tenía que hacer era recuperar la confianza que había perdido.

A medida que su lenta y desesperada danza de besos continuó, cada vez tenía más dificultades para respirar. Deslizó la mano por su espalda resiguiendo sus caderas, y las caricias de sus dedos sobre su pecho se volvieron más insistentes, atormentándola hasta que ella se apretó contra su mano.

Las manos de Moira abandonaron sus hombros, se metieron bajo su chaqueta y empezaron a acariciarle el torso por encima de la ropa.

Le deshizo el nudo de la corbata y le quitó la pieza de lino que le envolvía el cuello, y que fue a parar al suelo. Siguió acariciándolo con ternura hasta que se encontró con la herida que le había hecho Daniels. Wynthrope sintió un escalofrío cuando ella la tocó. La herida aún estaba abierta.

—¿Qué te ha pasado?

Le cogió las manos y las apartó de su cuello.

—No es nada, me corté afeitándome.

Ella lo miró, pálida e incrédula.

—No me trates como si fuera tonta, Wynthrope.

—No me atrevería a hacerlo.

—¿Te lo ha hecho él?

No hacía falta que le preguntara quién era él. No se estaba refiriendo a Nathaniel, y el único otro hombre del que habían hablado esa noche era de Daniels, aunque Wynthrope había tenido buen cuidado de no mencionar su nombre. Lo había llamado Wynthrope por primera vez desde su llegada, y estaba preocupada por él, eso hacía que renacieran sus esperanzas.

—Sí.

Moira parecía confusa, como si luchara por decidir qué estaba sintiendo. En su rostro se reflejó la preocupación, la ira, el miedo y... ¿la resignación?

—¿Porque no le diste lo que quería? —Al menos ahora ella creía que él trabajaba para alguien. Por fin.

Wynthrope podía mentirle, pero ella lo vería en sus ojos, o quizá en su alma. Seguía convencido de que ella podía ver dentro de su corazón si quería hacerlo.

—Porque le pegué.

Ella aún no estaba satisfecha e insistió.

—¿Y por qué lo hiciste?

Maldita fuera, ¿de verdad era necesario que lo preguntara? Para ser alguien que durante días no había querido hablar con él, ahora tenía muchas preguntas. Claro que la única razón por la que ahora estaban hablando era porque su más querido amigo había sido herido por su culpa.

—Porque amenazó con herir a alguien. —Él apartó la mirada.

—¿A mí? —A ella le temblaba la voz.

—¡Sí, maldita sea! —Wynthrope la miró a los ojos, enfadado porque había logrado que confesara—. Amenazó a mi familia y no hice nada. Te amenazó a ti y perdí el control. ¿Estás contenta?

Ella lo miró sorprendida. Estaba preciosa.

—¿Por qué iba a estarlo?

Cualquier otra mujer lo habría estado.

—Porque ahora ya sabes que me importas más que mi familia, a pesar de que yo para ti no signifique nada. —Eso era una exageración y lo sabía, pero una parte de él quería oírselo negar, igual que Moira había querido oír que perdió los estribos cuando Daniels la amenazó a ella.

—Eso no es cierto. —Fue todo lo que dijo. Lo tenía bien merecido, por haber esperado que ella confesara algo más.

Quería que Moira supiera lo culpable que se sentía y lo arrepentido que estaba.

—Así que cuando te amenazó le golpeé, él sacó su navaja y me la puso al cuello. Cuando me negué a retroceder, me cortó. No hay nada que te haga sentir más vulnerable que notar el acero en tu cuello, sobre todo si ya te está desgarrando la piel.

Ella palideció al oírselo contar. Bien. Tal vez no tuviese derecho a hacerle eso, pero necesitaba ver cómo su cara perdía el color. Necesitaba saber que no era tan fuerte como pretendía que creyese. Quería saber que aún le importaba, maldita fuera. Si no, no valía la pena continuar.

Moira se apartó y él, a pesar de las ganas que tenía de intentar seducirla y acabar lo que habían empezado, la dejó ir.

—Quédate aquí —dijo Moira en un tono que daba a entender que más le valía hacer lo que le decía.

Salió de la habitación como una exhalación y lo dejó esperando como un perro obediente. Recogió su corbata del suelo y volvió a envolverse el cuello lo mejor que pudo, teniendo en cuenta que le temblaban las manos y que no tenía espejo. ¿Tenía tiempo de tomarse otro bourbon? Otra bebida no le vendría mal. El breve instante en que la había tenido en sus brazos había sido una broma muy cruel. La deseaba tanto, pero estaba seguro de que por esa noche se habían acabado los besos.

Cogió su vaso del suelo y se dirigió al aparador donde estaban las botellas. Descorchó el bourbon y se sirvió una copa generosa, que se bebió de golpe.

En el mismo instante en que dudaba de servirse otra, Moira entró en la habitación. En una mano llevaba una caja de roble que dejó encima de la mesa, y en la otra un pequeño bote.

—Ven aquí —le ordenó.

¿Quería que moviera la cola? De mal humor fue hacia ella.

—¿Qué?

Ella destapó el bote.

—Quítate la corbata. Esta pomada de salvia ayudará a que cicatrice la herida.

Se quitó la corbata, que había empezado a apretarle. Hacía mucho que nadie le curaba una herida, y ese gesto le llegó a lo más profundo de su ser.

Moira le aplicó la pomada con suavidad. Le escoció un poco, pero nada más. Volvió a ponerse la corbata, y, al acabar le ofreció su pañuelo para que se limpiara la mano, y se negó a aceptarlo cuando ella quiso devolvérselo. Quería que lo conservara. Así tendría algo que le recordara a él y el error que había cometido confiando en él.

Ella dejó el pañuelo sobre la mesa y cogió la caja de roble. Durante un instante, permaneció allí de pie, mirándola, como si estuviera recordando la última vez que había tenido aquella caja en sus manos.

—Toma. —Saliendo de su ensimismamiento, le dio la caja.

La cogió y se le hizo un nudo en la garganta. La abrió y, aunque ya sabía lo que encontraría dentro, sintió náuseas.

La diadema brillaba recostada sobre una cama de terciopelo negro.

—Quédatela. —Sonaba convencida, incluso seca.

Él cerró la tapa y la miró directamente a los ojos.

—No puedo. —Empujó la caja hacia ella.

Moira dio un paso atrás, negando con la cabeza.

—Ahora es tuya. Dásela a ese hombre que tanto la quiere.

—Moira...

Se apartó de él, era obvio que se le había acabado la paciencia.

—Por todos los santos, Wynthrope, ¿quieres coger esa estúpida cosa? Hace unos días no tuviste ningún problema para intentar robarla.

Aunque se merecía el comentario, le dolió oírselo decir. Que le dijera que había decidido no hacerlo no serviría para nada. No le creía.

—¿Por qué? —A lo mejor era estúpido preguntárselo, pero tenía que saberlo. ¿Había alguna posibilidad de que aún sintiera algo por él? ¿Podía ser que no hubiera destruido para siempre aquellos preciosos sentimientos?

—Porque ese pedazo de metal no vale nada comparado con la vida de Nathaniel o la de Minnie, o la tuya.

—O la tuya —añadió él, contento de que lo hubiera mencionado junto a las dos personas que más quería en el mundo.

Ella lo miró impasible.

—O la mía. Creo que ahora deberías irte.

Parpadeó. ¿Qué? Tenía que haberlo esperado. ¿Acaso creía que las cosas habían cambiado? No. Y, sin duda, ella iba a sentirse culpable de haberlo besado. Moira no iba a permitir que volviera a entrar en su vida tan fácilmente. Tal vez su cuerpo o incluso su corazón lo quisieran, pero su orgullo y su mente se lo impedían. Y Moira era una mujer muy lista y muy, muy orgullosa.

Ella levantó la barbilla, desafiante.

—Ahora ya tienes lo que querías. No tienes por qué seguir perdiendo el tiempo conmigo.

—¿Perder el tiempo? —No pudo contener la rabia que sentía—. ¿Crees que me he quedado con la esperanza de que me dieras esto? —Levantó la caja.

Ella negó con la cabeza.

—No. Creo que de verdad estabas preocupado por Nathaniel, y te lo agradezco, pero creo que es mejor que te vayas antes de que decida que en el fondo eres un buen hombre.

Eso le llegó al corazón.

—Moira...

Ella levantó la mano y le detuvo.

—Por favor, vete. Estaba dispuesta a afrontar cualquier escándalo para estar contigo, Wynthrope, pero me niego a poner en peligro a la gente que quiero. Al parecer es peligroso estar a tu lado, y aunque volviera a confiar en ti con todo mi corazón, no tengo ninguna garantía de que Minnie y Nathaniel no sufrirían por ello.

Se quedó mirándola. Ahora ya lo sabía. No importaba que reconquistara su corazón, ella no iba a cambiar de actitud, no mientras existiera la más remota posibilidad de poner en peligro a su amigo o a su hermana, no mientras él siguiera ocultándole la verdad. Ella no podía saber si surgirían más amenazas procedentes de su pasado. Moira no sabía que hacía años que ya no robaba. No lo sabía.

Y él no iba a decírselo porque, de momento, era mejor que supiera lo menos posible. Si se enteraba de toda la verdad, quizá sintiera lástima por él y podría hacer algo tan peligroso como querer ayudarle, y él no iba a permitir que hiciera tal disparate. A Wynthrope sólo le importaban Nathaniel y Minnie porque para Moira eran importantes. Pero quien de verdad le importaba era ella. Y preferiría morir antes que ponerla en peligro.

Cogió aire.

—Gracias por ayudarme.

—No lo hago por ti —contestó rápida y dolida—, lo hago por mi amigo, que está tumbado inconsciente en la cama mientras tú y yo hablamos. Él no tiene la culpa de nada y no permitiré que vuelva a sufrir por esto.

Wynthrope afirmó con la cabeza.

—Te lo agradezco, sin importarme cuáles sean tus motivos para hacerlo. Te juro que te compensaré.

Ella tragó saliva y él se dio cuenta de que ella tenía los puños apretados.

—Si te vas, estamos en paz.

Volvió a asentir con la cabeza, se puso la caja bajo el brazo y se encaminó hacia la puerta. Ella tenía todo el derecho a sentirse así, pero eso no evitaba que a él se le rompiera el corazón. Quería suplicarle que lo dejara quedarse, que no lo obligara a marcharse, que le diera otra oportunidad, pero aún le quedaba un poco de orgullo, y sabía que suplicarle no serviría para nada. Lo único que podía hacer para demostrarle lo arrepentido que estaba era cumplir su deseo. Le había hecho tanto daño, que apartarse de su lado era lo mínimo que podía hacer.

Lo mínimo.