Capítulo 14

LA lluvia caía con fuerza sobre Londres y hacía desaparecer la nieve; primero la derretía y luego la convertía en fango. Y cuando en las calles ya no quedaba nieve que derretir, seguía lloviendo. A veces era sólo una llovizna imperceptible a la vista y que sólo se notaba cuando humedecía los rostros o empapaba los abrigos. Otras eran unas gotas enormes que lo mojaban y enfriaban todo tanto que parecía que la ciudad nunca fuera a entrar de nuevo en calor.

Algunas veces, como ese día, llovía a raudales; una cortina de agua cayendo del cielo e inundando completamente la ciudad.

Moira estaba de pie, junto a la ventana, mirando cómo el caballo negro enfilaba el camino que salía de su casa. El hombre llevaba el cuello del abrigo levantado y el ala del sombrero inclinada hacia adelante. ¿Qué esperaba conseguir actuando de ese modo tan estúpido? ¿Acaso creería que si lo veía montado a caballo a merced de los elementos se le ablandaría el corazón? Pues así era, maldita fuera. El muy tonto se moriría si continuaba así.

Como era su costumbre, al irse, se dio la vuelta para mirar hacia la ventana. El chaparrón que caía impidió que Moira le viese la cara, pero sintió el impacto de su mirada como si un rayo de luz atravesara las nubes. En lo más profundo, quería creer que había arrepentimiento en esa mirada, incluso dolor. Pero ya sabía que no debía confiar en sí misma. De sobra había quedado demostrado que su corazón podía engañarla.

Esta vez él se dio la vuelta antes de que ella lo hiciera. Fue un gesto pequeño, sin importancia, pero Moira sintió que el mundo temblaba bajo sus pies. ¿Ya se estaba dando por vencido? Había esperado que continuara con aquella farsa durante más tiempo. Quizá en eso también lo había sobrevalorado.

—No hace falta que te diga quién era.

Moira se apartó de la ventana al entrar Nathaniel en la habitación y sonrió con tristeza. Tenía suerte de tener ese amigo. Él la había apoyado mucho durante esos días.

—Tarde o temprano se cansará de venir. —Tan pronto como se diera cuenta de que hacía falta algo más que martirizarse a caballo bajo la lluvia para convencerla.

Aunque tampoco entendía por qué lo estaba haciendo. ¿Esperaba volver a entrar en su vida para poder robar la diadema o de verdad estaba arrepentido? Quizá debería preguntárselo directamente a él, pero tenía miedo de lo que pudiera pasar si lo veía. Había una pequeña parte de ella que aún lo echaba terriblemente de menos y que quería creer que él era tan víctima como ella, que le había contado la verdad. Tenía tantas ganas de perdonarlo, de abrazarlo y de decirle que todo iría bien que no sabía si podría resistirse a él.

Quería que le contara el motivo por el que necesitaba la diadema. Quería que fuera el hombre que había imaginado que era. Quería creerle. Y por eso se negaba a verlo, porque tenía miedo de ver que estaba equivocada.

Oh, Dios, pero ¿y si tenía razón?

Wynthrope seguía yendo a verla. ¿No se daba cuenta del peligro que corría? Muchas mujeres se sentirían amenazadas por su actitud y acudirían a las autoridades, pero ella no. Ella no le tenía miedo, no en un sentido físico. ¿Qué estaba intentando demostrar? ¿Que la había traicionado por algo más grave de lo que le había contado? ¿Que de verdad sentía algo por ella?

Nathaniel se sirvió una copa de jerez de la licorera.

—Ha venido a verte cada día y siempre me pides que lo eche. Creo que no es un hombre que se rinda fácilmente. ¿Jerez?

Ella negó con la cabeza.

—No, gracias. Tienes razón, no se rinde fácilmente, pero tarde o temprano lo hará.

Su amigo frunció el ceño pensando que eso tardaría mucho tiempo en pasar.

—¿Estás segura de que no quieres verlo?

—No puedo. —Se abrazó, no lograba sacarse el frío que sentía por dentro—. Me duele demasiado. Si lo veo ahora no seré capaz de distinguir las mentiras de la verdad.

Nathaniel entendió lo que quería decir y bebió un poco de su jerez.

—¿No quieres al menos saber lo que me ha dicho?

—No. —Ella se abrazó más fuerte—. ¿Qué te ha dicho?

—Déjame pensar... Ah, sí. Ayer me dijo que seguiría viniendo hasta que aceptarás verle. Hoy sólo me ha pedido que te diga que te echa de menos. —Dio otro sorbo y se concentró.

A Moira el corazón le dio un vuelco. ¿De verdad había dicho eso? Seguro que era mentira, pero deseaba tanto que fuera verdad. Estaba hecha un lío. Su corazón le decía una cosa y su cabeza otra. ¿A quién debía escuchar? O, mejor todavía, ¿por qué no se callaban los dos durante un rato?

—Oh... y el primer día me dijo que te dijera que mantendría su promesa y que, si lo querías, el rey blanco era tuyo, pero no sé qué significa. —Nathaniel se encogió de hombros y se sirvió más jerez.

Moira cerró los ojos para concentrarse en controlar el temblor de todo su cuerpo. Ella sí sabía lo que eso significaba. Cuando jugaban al ajedrez él siempre jugaba con las piezas blancas. A menudo se refería a ella como su reina negra y él era, por supuesto, el rey blanco.

—Significa que él es mío. Si quiero.

Nathaniel se quedó boquiabierto.

—Oh, cariño. Eso es terriblemente romántico. Muy, pero que muy romántico. —Sacudió la cabeza—. Te aseguro, Moira, que si puedes resistirte a eso es que eres mucho más fuerte que yo.

—Solo dice esas cosas porque cree que yo soy lo suficientemente estúpida como para creérmelas de nuevo. Sólo va detrás de la diadema. —Si eso era verdad, ¿por qué no podía obligar a su corazón a creérselo?

Evidentemente, Nathaniel tampoco se lo creía.

—Si lo único que quiere es la diadema, ¿por qué no la ha robado?

—Porque no se atreve. —No sonaba convencida.

—¿Por qué no? —Nathaniel no estaba siendo cruel, sólo curioso—. Te tiene entre la espada y la pared. Los dos lo estáis. Tú no puedes delatarlo a las autoridades sin revelar tu propio secreto, y a él le pasa igual.

Moira hizo una mueca.

—Como si alguien fuera a creerme. Seguro que me haría quedar como una estúpida, como una mujer despechada porque no quiere volver a acostarse con ella.

Nathaniel meditó lo que acaba de oír.

—Eso sólo demuestra que de verdad le importas tú más que la diadema.

—Eso sólo demuestra —el corazón le latía tan fuerte, que a Moira le dolían las costillas— que no se puede confiar en él, Nathaniel. No puede venir a robar la diadema si tú sigues en casa.

Él levantó la copa en señal de que le daba la razón.

—Algo que no puede seguir mucho más, o el escándalo será tan grande que tendremos que casarnos.

—Sólo un tiempo más, por favor. —Suplicando así parecía una niña. Y sin embargo era una mujer adulta que llevaba ya dos años enfrentándose sola a la vida—. Sólo hasta que esté segura de que no va a volver.

Nathaniel ignoró el pánico que detectó en su voz y continuó con su teoría.

—Si es la mitad de hombre de lo que creo, seguirá viniendo. Él no anda detrás de esa joya, Moira. Anda tras de ti.

—Eso no es verdad. —Si se abrazaba más fuerte no podría respirar—. Lo único que le ha detenido es saber que tú estás aquí.

Su amigo se rió.

—Querida, él no me tiene miedo. Wynthrope Ryland no teme enfrentarse a mí, sabe que si lo hiciera yo gritaría como una niña. Lo único que pasaría entonces es que tú acabarías defendiéndome. Y no va a permitir que te enfades más con él, cosa que lograría si intentase hacerme daño.

El hecho de que Nathaniel lo pintase como si fuera un superhombre le hizo perder los estribos.

—Wynthrope Ryland no se detendrá ante nada para obtener lo que quiere.

—Entonces, será mejor que reces para que lo que quiera sea la diadema. —Nathaniel se tumbó en el sofá sin derramar ni una gota de su copa—. Porque si lo que quiere es a ti, no parará hasta tenerte.

Moira se volvió hacia la ventana deseando con todas sus fuerzas que eso fuera verdad.

Wynthrope entró en casa de North y Octavia, en Covent Garden, deseando y temiendo que Moira estuviera allí. Por desgracia, o por suerte, según se mirara, no estaba.

Era una cena familiar, sólo estaban Devlin, Blythe, Miles, Varya y Brahm.

No era frecuente que Octavia organizara una cena y no invitara a Moira, así que, ¿por qué no estaba? ¿Le había dicho Moira a Octavia que prefería que le arrancaran las uñas antes que volver a verle? ¿O pasaba algo más? ¿Si no fuera porque también estaban Miles y Varya creería que su familia estaba tramando algo contra él? Pero ¿por qué? No le había contado a nadie lo del chantaje de Daniels y sólo había hablado de Moira con Brahm. Quizá éste no fuera la persona a quien más quería del mundo, pero sabía que se podía confiar en él.

North se le acercó en el preciso instante en que entró en la habitación.

—¿Qué le has hecho a Moira? —Tiró de Wynthrope hasta la esquina de la habitación y le habló en voz baja y enfadada. Hacía mucho tiempo que North no le agredía físicamente; no desde que descubrió que Wynthrope era el ladrón al que estaba persiguiendo.

Wynthrope se colocó bien las solapas de la chaqueta, lo que le dio un momento para recuperar la compostura.

—¿Por qué crees que le he hecho algo?

—Porque la última vez que Octavia fue a verla dijo que Moira no estaba bien, que estaba pálida y triste.

A Wynthrope le dolió oír eso. Le partía el corazón pensar que su Moira no estuviera bien y saber que era por su culpa, le resultaba insoportable.

—A lo mejor le había sentado mal la comida. —Incluso a él le sonó mal esa respuesta.

—Maldita sea, Wyn. No finjas ser un frío bastardo, no conmigo.

—¿Por qué crees que estoy fingiendo? —No le estaba provocando, lo preguntaba en serio.

—Tú tampoco eres el mismo. —North dio un paso atrás y lo miró directamente a los ojos—. Tú también estás triste.

No era ni el momento ni el lugar para hablar de eso.

—No tengo ni idea de a qué te refieres. —Pero últimamente a él eso también le preocupaba. ¿Quién era? ¿Era el hombre que Daniels creía o era el que se imaginaba Moira? ¿O bien el que todo el mundo pensaba que era? ¿Tal vez fuera una extraña mezcla de todos ellos? Quizá por eso no se reconocía. Puede que por eso no supiera qué hacer, porque en cada caso dependía de a quién quisiera complacer.

North lo miró como si no lo conociera.

—Algo te está pasando, ¿qué es?

—Eso sólo tu imaginación que se ha vuelto a disparar —dijo Wynthrope haciendo una mueca—. No me pasa nada.

—En lo que a ti se refiere, nunca me imagino nada. Siempre que tienes algo bueno lo echas a perder.

¿Echar a perder? ¿North pensaba que él había echado a perder su relación con Moira? Lo invadió la ira. ¿De verdad creía su hermano que él dejaría a alguien como Moira por su propia voluntad? Wynthrope la había perdido por «su» culpa. Si North no lo hubiese protegido años atrás, ahora Daniels no tendría con qué chantajearlo. Claro que, de no haber hecho North lo que hizo, Wynthrope tal vez tendría que haberse ido del país, o sufrido pena de cárcel, pero eso ahora no tenía importancia. Preferiría mil veces estar en Francia, donde no habría ninguna Moira Tyndale, o pudriéndose en una celda, antes que soportar el dolor que le causaba saber que había herido a Moira.

Ella misma se lo había dicho; ni sus padres le habían hecho tanto daño.

—¿Quieres saber si lo he echado a perder con Moira? —le preguntó sarcástico—. Pues sí, lo he hecho. Le levanté las faldas y...

North levantó la mano deteniendo sus palabras y lo miró disgustado. No dijo nada más y dejó solo a Wynthrope para volver con los otros. Lo miró alejarse sin arrepentirse de lo que le había dicho. No le gustaba hacer enfadar a su hermano pero así se había evitado responder a sus preguntas.

Lo único que quería era pasar una noche sin pensar en ella. Debería poder hacerlo estando con su familia, pero lo único que le venía a la mente era que en esa habitación había salvado a Moira de caerse de la escalera cuando estaba colgando el muérdago. En el mismo instante en que la abrazó supo que nunca estaría satisfecho sólo con eso, así que quiso besarla, y cuando finalmente lo hizo, supo que nunca tendría suficiente con un beso.

Dios, acababa de llegar y ya estaba obsesionándose con ella. ¿Cómo se le había ocurrido pensar que allí podría lograrlo? Fuera donde fuese, el recuerdo de ella lo seguiría a todas partes.

Hoy él se había dado antes la vuelta porque no podía soportar ver cómo, una vez más, ella se apartaba de él. El infierno no era un antro de perdición en llamas. El infierno era saber que habías hecho daño a la persona que más te importaba y no saber cómo arreglarlo.

Su salvación apareció en la inesperada forma de Brahm. Wynthrope notó que algo le rozaba el muslo y vio que era la cabeza del bastón de su hermano. Levantó la vista y le pareció ver sonreír a éste.

—El otro día estaba en el desván y me topé con algunos efectos personales de papá. He pensado que a lo mejor te gustaría venir a casa y echarles un vistazo.

¿Fue la imaginación de Wynthrope o todos se quedaron callados a la espera de su reacción ante la oferta de Brahm? No quería ser demasiado amigable. Sólo por haber confiado en Brahm el otro día no significaba que ahora de repente le gustara. Aun así, notó que no sentía hacia él el mismo resentimiento de antes.

—¿Por qué querría hacer eso? —No creía que a su padre le hubiese gustado.

Brahm ladeó la cabeza y sonrió.

—Porque eres el único al que creí que podría gustarle el tablero de ajedrez que he encontrado.

Wynthrope abrió los ojos de par en par. ¿El juego de ajedrez de su padre? ¿Brahm quería que se lo quedase él? Le encantaba esa antigüedad. Cuando era pequeño, solía sentarse delante y jugar con las piezas. Su padre había jugado alguna partida con él. Era la única cosa que hacían juntos. Brahm odiaba el ajedrez, probablemente porque Wynthrope era mucho mejor en ese juego. ¿Le habría reñido su padre también por eso?

Intentó esconder la emoción de su mirada, pero Brahm se dio cuenta antes de que pudiera hacerlo, maldita fuera. Asintió tenso.

—Iré mañana, si te va bien.

Brahm se limitó a sonreír. Tenía que reconocer que en esa sonrisa no había ni burla ni sarcasmo, era sólo eso, una sonrisa. Nadie de la habitación podía darse cuenta de que la dinámica entre ellos dos había cambiado, no mirando a Brahm.

—Perfecto. Hay otras cosas que quizá también te interesen, libros y papeles. Estoy seguro de que a nuestro padre le gustaría que estuviesen en manos de alguien que supiera apreciarlos.

Entonces, antes de que Wynthrope pudiera darle las gracias, Brahm se volvió y se fue cojeando hasta la mecedora.

Wynthrope observó a su hermano mientras se alejaba. A Brahm debía de dolerle mucho la pierna con aquel frío tan húmedo. Se la había roto en el mismo accidente en que su padre había muerto. El carruaje se la había aplastado. Lo único que Wynthrope sabía sobre ello era que tanto Brahm como su padre estaban borrachos, y que, desde ese día, su hermano mayor no había vuelto a beber. Brahm nunca hablaba del accidente, al menos, no que él supiera. ¿Pensaba alguna vez que podría haberlo evitado? ¿Le consumía la culpa al pensar que quizá podría haber hecho algo más? ¿O estaba tan borracho que no se acordaba de nada? ¿Y por qué le importaba a Wynthrope lo que él sintiera? Nunca le había importado nada, ¿por qué se preguntaba ahora si su hermano sufría? Nadie culpaba a Brahm de la muerte de su padre. El accidente lo habría matado igual estando sobrio. Claro que, tal vez, si como mínimo uno de los dos no hubiera estado borracho, el accidente podría haberse evitado. Se decía que estaban haciendo una carrera con otro carruaje cuando ocurrió. Nadie lo sabía con certeza. Brahm parecía no recordarlo y cuando los encontraron no había nadie más presente.

Fantástico. Ahora en vez de obsesionarse con Moira se obsesionaba con Brahm. Necesitaba hacer algo. A ese paso pronto empezaría a preocuparse por el matrimonio de North y Octavia o invitaría a Brahm a cenar, y entonces tendrían que internarlo en Bedlam porque se habría vuelto loco.

Gracias a Dios, la voz de Octavia lo distrajo de sus pensamientos.

—Blythe, Devlin, ¿por qué no nos decís el motivo de esta reunión?

Wynthrope miró a su hermano pequeño y a su sonriente esposa. Estaban sentados uno al lado del otro en el sofá, y parecían el rey y la reina de un cuento mitológico. Se miraban a los ojos como si compartieran un gran secreto.

Devlin rodeó a Blythe por los hombros y ella se sonrojó.

—Dentro de ocho meses vais a tener otro sobrino o sobrina que malcriar.

La habitación se llenó de gritos de alegría y las mujeres corrieron a abrazar a Blythe. Ni Devlin se salvó de tanta exuberancia, lo rodearon para abrazarlo y besarlo a él también sin piedad. Los hombres fueron más comedidos y se limitaron a darle un beso a Blythe en cada mejilla y un apretón de manos a Devlin. Todos menos Brahm, que siempre había sido como un padre para su hermano pequeño, que lo abrazó y le dio un cariñoso golpe en la espalda.

Después de felicitarles, Wynthrope dio un paso atrás y miró desde la distancia esa celebración. Miles y Varya estaban contentísimos, ellos ya tenían hijos y estaban encantados de que Edward y la pequeña Irena fueran a tener un primito con quien jugar. North y Octavia, los recién casados, aún no tenían descendencia, pero a juzgar por sus caras tenían intención de tenerla pronto.

Al mirarlos, Wynthrope sintió tanta envidia como confusión. Tener un hijo no era nada nuevo. La gente llevaba años teniéndolos, así que no acababa de entender por qué a todos les excitaba tanto. Por supuesto que era un motivo de alegría para toda la familia, pero no era necesario tanto escándalo.

Aunque, siendo sincero, tenía que reconocer que quería que pararan porque, cuanto más contentos estaban, más se agitaba él. Envidiaba a Devlin y a Blythe tanto como a North y Octavia y a Miles y Varya. Envidiaba a todo el mundo que había encontrado al amor de su vida, a todos los que habían sido tan afortunados como para que los amaran y confiaran en ellos. Él también quería eso para sí mismo, pero no creía que eso fuera a suceder. A uno no le regalaban el amor, tenía que ganárselo, y Wynthrope no tenía ni idea de cómo hacerlo.

—Supongo que tú serás el próximo —dijo Brahm acercándose a él para mirar la escena también desde la distancia.

Wynthrope lo miró de reojo.

—Lo dudo. Yo apuesto por ti.

Brahm se rió del comentario.

—¿Quién querría a un viejo lisiado como yo?

—Un rico, noble y viejo lisiado —le recordó Wynthrope.

—Un escandaloso, rico, noble y viejo lisiado.

Wynthrope irguió los hombros.

—Estoy seguro de que hay algunas madres a las que les encantaría ofrecerte a sus hijas.

—Tú también eres rico, y por tus propios méritos —dijo Brahm en tono casual—, y si yo muero sin herederos...

Wynthrope lo miró horrorizado.

—No lo harás. Prométeme que no lo harás.

Su hermano se rió a carcajadas.

—A lo mejor tú te mueres antes que yo y el título pasa a los hijos de Devlin. —Ambos sabían que no importaba si North y Octavia tenían docenas de hijos, ninguno de ellos podría heredar jamás el título.

Él afirmó con la cabeza. Eso sonaba mucho mejor. De ningún modo querría que la responsabilidad del título cayera sobre sus hombros.

—La verdad es que estoy convencido de que tú vas a tener hijos. La idea de que un montón de bebés te incordien me parece muy divertida —dijo Wynthrope, y se volvió para mirar de nuevo a los demás.

Oyó cómo su hermano se reía de nuevo.

—Yo podría decirte lo mismo.

—Eso no ocurrirá nunca. —Wynthrope negó con la cabeza.

Permanecieron en silencio, apartados del resto de su familia. Nadie parecía darse cuenta de que ellos no estaban tan contentos.

—Gracias por el ajedrez —dijo Wynthrope.

—De nada. Sólo te pido una cosa a cambio.

Wynthrope lo miró suspicaz. Tendría que haber sabido que era una trampa.

—¿Qué?

Brahm lo miró muy serio.

—Que no dejes de perseguir a tu vizcondesa. Me gustaría mucho que ella fuera la madre de tus hijos.

Y con eso se alejó cojeando. Wynthrope lo miró sorprendido. Su hermano tenía un don envidiable para las salidas dramáticas.

Más tarde, después de celebrar la noticia de la paternidad de Devlin y Blythe con una cena y una larga sobremesa, Wynthrope se fue. Fue el primero en hacerlo. Ya no podía soportar más estar rodeado de tanta felicidad. Todos le desearon buenas noches, excepto North, que seguía enfadado con él. Le dijo a Wynthrope que iría a visitarlo por la mañana. Wynthrope apenas podía contener el entusiasmo.

Le trajeron el carruaje y saltó a su cálido interior, se tapó con la manta y golpeó el techo. Esa tarde, en casa de Moira había cogido frío y aún no había logrado sacárselo de los huesos. Le estaba bien merecido, por haber ido a caballo, pero pensó que a ella le daría pena verlo tan compungido. Ahora ya sabía que no.

Al llegar a su residencia se sorprendió al ver a alguien tumbado en los peldaños de la escalera. Él no era el único soltero del edificio, así que pensó que podría ser otro de los inquilinos, que se hubiera desmayado volviendo borracho. Era una noche fría, así que se paró para ayudar al pobre infeliz.

Entonces se dio cuenta de que la ropa del individuo estaba sucia y rota y que tenía sangre por todas partes. Si era un borracho, seguro que esa noche se había visto envuelto en una pelea.

Wynthrope le dio la vuelta con cuidado para no hacerle más daño. Al verlo de frente pudo apreciar la gravedad de sus heridas. Tenía la cara hinchada y había tanta sangre que ni la lluvia lograba diluirla.

Lo iluminó con la lámpara y entonces se dio cuenta de quién era.

—No, por favor, no.

Esa noche, Minnie y su prometido cenaron con Moira. Nathaniel había hecho planes con Matthew y Moira no se había atrevido a pedirle que los anulara sólo porque ella tenía miedo de que Wynthrope pudiera ir de nuevo a su casa. Tarde o temprano tendría que verlo. Quizá sería mejor enfrentarse a él cuando aún estaba dolida, así su rabia la mantendría firme.

Pero por si acaso con la rabia no había suficiente, había decidido parapetarse con Minnie y su futuro marido.

A Moira le bastaron unos minutos para saber que Lucas Scott era perfecto para su hermana. Al cabo de cinco minutos de haber llegado vio que era lo bastante joven como para disfrutar de las mismas cosas que Minnie y a la vez lo suficientemente mayor como para saber la enorme responsabilidad que descansaba sobre sus hombros. No era un hombre fácil de engañar y era tan tozudo como Minnie, cosa que le sería muy útil cuando discutiera con su hermana. También era muy guapo. Su cabello rubio y sus ojos azules eran el contraste perfecto para el oscuro pelo de Minnie y su pálida piel. Sonreía mucho, lo que siempre era buena señal. Por lo que Minnie le había contado, su familia era muy numerosa y estaban muy unidos. Él se llevaba bien con todos sus hermanos, una circunstancia que cualquier Banning envidiaría. Sería bueno para Minnie formar parte de esa gran familia.

Pero lo mejor de todo era que adoraba a su hermana. Moira estaba encantada de ver cómo Lucas miraba a Minnie embobado. Hablaba con ella, bromeaban, y la escuchaba interesado siempre que ésta abría la boca.

Sí, Moira no podía alegrarse más por su hermana pequeña, o estar más celosa. Allí estaba ella, viuda y con más de treinta años, y su inocente hermanita tenía algo que ella nunca había sido capaz de tener. Apenas unos días atrás ella había imaginado poder conseguirlo con Wynthrope, pero ahora...

Dios santo, ¿es que no podía dejar de pensar en él ni unas horas? Sólo una o dos horas, era lo único que pedía. Últimamente le era imposible. Nunca había echado tanto de menos a alguien, ni siquiera a Tony.

Después de cenar, los tres se retiraron al salón, donde estaba encendido el fuego. Moira sirvió vino caliente y se dio cuenta de que era incapaz de bebérselo sin pensar en Wynthrope.

Por suerte, ni Lucas ni Minnie se dieron cuenta de nada. Estaban demasiado ocupados compartiendo secretos y sonrisas sentados en el sofá. Aunque les separaba la distancia apropiada, la atracción entre ellos dos era palpable. Dios, se había convertido en una intrusa en su propia casa.

Al final, Minnie apretó la mano de su prometido y se volvió hacia su hermana.

—Moira, le he dicho a Lucas que tú y yo ya hemos hablado, pero a él le gustaría pedirte algo.

Moira trató de sonreírle para darle ánimos y lo miró a los ojos. Él sonreía franco y seguro, aunque también un poco titubeante.

—Lady Aubourn, el cariño que siento por Minnie es evidente para usted y para cualquiera que esté a mi lado y vea cómo miro su adorable cara. —Tan pronto como acabó de decir eso no pudo evitar mirarla.

Oh, qué dulce. Aunque el corazón de Moira saltaba de alegría, también se moría de envidia. El amor debería ser siempre así. Minnie nunca se despertaría una noche y descubriría a Lucas traicionándola.

Lucas volvió a dirigirse a ella.

—La idea de vivir sin ella es insoportable, y por eso le pido humildemente que me alivie de este tormento y me permita pedirle su mano en matrimonio.

Iba a echarse a llorar. No podía evitarlo. Lo había dicho tan bien y sonaba tan sincero. Sólo el amor verdadero podía inspirar a un hombre a hablar así. Cuando Tony había pedido su mano a sus padres, en seguida empezaron a hablar de dinero y a escoger una fecha. Claro que ella también había estado impaciente por concretarlo todo cuanto antes. Tenía tantas ganas de escapar de aquella casa que no se planteó lo que estaba sacrificando.

Moira les sonrió a ambos y se le hizo un nudo en la garganta.

—Mi querido señor Scott, no sólo tiene mi permiso, sino también mi bendición. —Se puso de pie y les dio un beso en la mejilla a cada uno. Estaban tan contentos. Sabían que ella iba a decir que sí, pero oírselo decir parecía haberlos dejado sin habla.

—Supongo que querréis estar unos minutos a solas —dijo ella, y vio cómo les gustaba la idea. Sólo tenían ojos el uno para el otro y si Moira no se iba pronto, iban a explotar.

Pero que estuviera contenta, y un poco envidiosa, no implicaba que tuviera que descuidar sus deberes como responsable de Minnie.

—Tenéis diez minutos —dijo fingiendo severidad—, y dejo la puerta abierta.

No supo ni si la habían oído.

Salió sonriendo de la estancia y atravesó el vestíbulo hasta detenerse debajo del cuadro de Cupido y Psique que Tony había pintado.

—Tony, ojalá tú y yo hubiésemos sido tan afortunados como ellos. —Sonrió—. Aunque no necesariamente el uno con el otro, claro.

Si a Tony le hubiesen gustado las mujeres. No, incluso así las cosas podrían no haber funcionado entre ellos. Si Moira hubiese encontrado a alguien para ella, alguien que hubiera sido lo que Nathaniel era para Tony. Si Tony siguiera vivo.

No. Si Moira hubiese encontrado un amante mientras Tony estaba vivo, ella podría haberse sentido resentida porque Tony se interpusiera entre ella y el hombre al que amaba. Lo que Tony había hecho casándose con ella había sido ahorrarle durante unos pocos años el dolor de amar a alguien y no poder estar con esa persona. Moira prefería mil veces sentir el dolor de la traición de Wynthrope que estar resentida con Tony por nada. Al menos él nunca había hecho creer que era alguien que no era. Eso sólo lo hacía de puertas afuera.

Oyó que llamaban a la puerta y dejó sus cábalas. ¿Quién podía ser? No esperaba a nadie.

Afinó el oído y oyó que abrían. Cuando Chester gritó «Oh, Dios», Moira corrió hacia la entrada.

El corazón le dejó de latir en el pecho. Primero sólo vio a Wynthrope totalmente empapado, con el pelo pegado a la cara, y los ojos oscuros y asustados.

Luego se dio cuenta de que llevaba un bulto en los brazos. Frunció el ceño. ¿Era una persona?

Wynthrope entró, a pesar de que nadie le había dado permiso para hacerlo. Tenía la espalda un poco inclinada por el peso que cargaba y, al entrar, Moira vio que era un hombre.

Moira se le acercó, el corazón le latía descontrolado. Wynthrope se detuvo frente a ella y le mostró al hombre que llevaba en los brazos como si ofreciera un sacrificio a una diosa pagana.

Moira gritó cuando sus dedos tocaron el mojado cabello rubio. Supo quién era aun antes de ver la cara ensangrentada que reposaba en el hombro de Wynthrope.

Nathaniel.