Capítulo 8
A la mañana siguiente, Nathaniel entró en el comedor donde desayunaba Moira vestido a la última, con un conjunto de abrigo y bufanda. Al verla, se quedó helado y boquiabierto.
—¡Dios mío, te has acostado con él!
Por suerte estaban solos; de no ser así, Moira habría sentido tentaciones de matarlo. Por si acaso, se acercó a la puerta que tenía detrás y la cerró.
A pesar de la reprimenda, él no se inmutó, se quitó el abrigo y lo dejó sobre el sofá, acomodándose en una de las sillas de la mesa.
—Me lo tienes que explicar todo con detalle. ¿Fue impresionante?
Era imposible enfadarse con él, por muy impertinente que pudiera llegar a ser.
—No me he «acostado» con él, como tú tan educadamente dices —le aclaró mientras se sentaba de nuevo.
En la angelical cara de Nathaniel podía verse la duda.
—Pero ha pasado algo. Lo noto.
Ella frunció el ceño y le sirvió una taza de café de la cafetera de plata que tenía cerca de su codo.
—Tú no puedes notar nada.
—Sí puedo —insistió él, gesticulando con las manos—. Estás resplandeciente.
Ahora se estaba empezando a ruborizar.
—No, no lo estoy.
—Sí lo estás. Experimentaste «la petite morte», ¿verdad?
Moira no era una mujer experimentada en temas sexuales, pero sabía a qué se referían los franceses cuando decían «la pequeña muerte». No tuvo que contestar. Sentía como si su cara estuviera ardiendo, y estaba segura de que así debía de verse desde fuera.
—¡Lo hizo! —dijo chillando y, encantado, aplaudió en silencio—. ¡Oh, cómo me gustaría que Tony estuviera aquí ahora!
Incómoda, Moira lo miró a los ojos.
—Si Tony estuviera aquí, eso no habría pasado.
Por supuesto, a Nathaniel eso no lo desconcertó en absoluto. Se limitó a encogerse de hombros, como dando por sentado que todo el mundo tenía relaciones extramatrimoniales.
—Quizá sí habría pasado. Tony siempre me decía que le gustaría que tuvieras un amante.
—¿En serio? —preguntó Moira mientras se acercaba la taza de café a los labios, reflexionando sobre ese nuevo dato que Nathaniel le acababa de dar.
Tony había hecho algunas insinuaciones, pero ella siempre había supuesto que se trataba de una forma de bromear.
—¡Por supuesto! —Nathaniel parecía un poco molesto por que ella pensara lo contrario—. Él quería que fueras feliz. Nunca deseó que vuestro matrimonio fuera tan injusto para ti.
—Supongo que me tomé los votos muy en serio, al margen de lo insinceros que pudieran ser —dijo mientras se encogía de hombros y fruncía el ceño a la vez.
—No eran insinceros —replicó él cogiéndole la mano—. Eran atípicos.
Moira sonrió.
—Qué manera más educada de decirlo.
Su amigo se recostó en la silla, todo tranquilidad y elegancia.
—Entonces ¿me dirás de una vez lo que ha pasado entre tú y el guapo señor Ryland?
—¡Por supuesto que no!
—¡Oh, vamos! —Nathaniel se incorporó y apoyó los brazos en la mesa—. Yo te contaré a cambio lo que pasó entre el angelical Matthew y yo.
Era sin duda una proposición interesante. No sólo porque notaba vibrar en su amigo una alegría que hacía tiempo que no le veía, sino que, además, Moira sentía mucha curiosidad por saber qué hacían dos hombres juntos. Por otro lado, ella anhelaba hablar de lo sucedido con Wynthrope con alguien, pero con alguien que no lo conociera, y que tuviera experiencia en ese tipo de asuntos.
Por ejemplo, ¿qué significaba lo que había pasado entre ellos la noche anterior? Había sido tan placentero, tan intenso, pero después, ambos se habían sentido un poco incómodos el uno con el otro, aunque estuvieron aún dos horas más juntos antes de que él se fuera a su casa. Y al despedirse, él la había besado con mucha pasión. Eso ¿significaba algo o no? ¿Qué? ¿Quería decir que él tenía sentimientos hacia ella que iban más allá de lo sexual?
Él podría haberla tenido la anterior noche. Ella, probablemente, no se habría resistido si él la hubiera echado al suelo y la hubiera poseído. En cambio, le demostró de lo que era capaz y luego se apartó. ¿Por qué? ¿Pensaría que ella todavía era reacia? ¿Estaba intentando que fuera ella quien se acercara? ¿No lo había hecho ya la noche anterior?
—Él podría haber llevado las cosas hasta el final —confesó sotto voce—, pero no lo hizo.
Apoyando la barbilla en sus manos, Nathaniel esbozó una «o» perfecta con los labios.
—¿Cuán lejos llegó?
Moira se sonrojó y aspiró profundamente.
—Me tocó en lugares donde sólo mis manos habían llegado antes, aunque nunca de manera tan íntima como las suyas.
Los azules ojos de Nathaniel se abrieron por completo.
—¡No me digas! ¿Y te gustó?
Moira bajó la vista. ¡Era tan embarazoso!
—Por favor, Nathaniel.
Su amigo movió las manos en el aire dramáticamente.
—¿Qué? Si no te gustó es que no lo hace bien y, una de dos, o se le enseña o no vale la pena perder más tiempo.
Ella apenas podía sostener su mirada.
—Me gustó.
Su confesión fue aceptada con una picara sonrisa.
—Excelente. —Cogió con los dedos un poco del jamón que quedaba en el plato del desayuno de ella y se lo metió en la boca—. ¿Y tú le hiciste algo?
¡Por el amor de Dios, aquella conversación era escandalosa! Moira no había hablado de ese tipo de cosas nunca con nadie. Pero de hecho, tampoco antes había tenido un tema como ése para hablar.
—Sí.
Nathaniel prácticamente aulló de alegría. Moira estaba tentada de esconderse debajo de la mesa.
—¿Y pareció que a él le gustaba? ¿Necesitas algún consejo?
Moira lo miró con el ceño fruncido.
—Sí, le gustó. Bueno, eso creo. Él... él...
Nathaniel asintió con la cabeza, evitando que ella se sintiera aún más incómoda con el tema.
—Entiendo. Entonces, obviamente lo hiciste bien. —Pensó un instante y añadió—. De hecho, no creo que exista una mala manera de hacerlo.
—¿Me puedes enseñar? —preguntó Moira, la curiosidad venciendo a la humillación—. ¿Me puedes contar cosas que quizá a él le gustaría que le hiciera?
Nathaniel enarcó sus rubias cejas.
—¡Bueno, mira quién se ha convertido en una provocadora! Por supuesto que compartiré lo que sé contigo. Aparte de que me gusten los hombres, no olvides que yo también soy uno. Y sé exactamente lo que me gusta.
De eso Moira no tenía ninguna duda.
—Pero —añadió su amigo— antes de que te arriesgues a echar margaritas a los cerdos, déjame que te pregunte una cosa.
—Lo que quieras. —¿Cómo podría preguntar algo peor de lo que ya había preguntado hasta el momento?
—¿Sabes cuan profundamente te aprecia Ryland?
Ella negó con la cabeza, mostrando preocupación.
—No estoy segura. Hemos pasado juntos muchas veladas; en muchas ocasiones, simplemente hablando. Parece que le gusta mi compañía, y sé que le gusta la... parte física de la relación, pero no sé hasta dónde llega su sentimiento.
Nathaniel pareció que estaba considerando el tema.
—El hecho de que hubiese podido acostarse contigo ayer y no lo hiciera es un gran indicador.
El corazón de Moira se desmoronó.
—¿Eso significa que no me tiene apego?
Ahora era él quien frunció el ceño, mirándola como a la persona más simple del mundo.
—¡Serás gansa! Todo lo contrario. Indica que te tiene un gran apego.
Eso la había aliviado más de lo que estaba dispuesta a admitir.
—¿Me lo tiene?
¿No habría significado mayor aprecio que hubiera continuado? Así lo habría hecho ella, pero los hombres eran más difíciles de predecir.
—¡Por supuesto que sí! —Nathaniel la miró fijamente a los ojos, y prosiguió con paciencia—: Obviamente, él es consciente de tu reticencia. Lo parezcas o no, tú eres virgen, y las vírgenes, como cualquier persona ante algo nuevo, se sienten poco atraídas por lo desconocido. Sin duda él quiere que sepas que no te va a presionar. Quiere ganarse tu confianza.
¡Cómo deseaba creerle!
—Tengo que admitir que tiene sentido.
—Por supuesto que lo tiene. Yo estaba aterrado la primera vez.
La curiosidad de Moira se disparó, pero ya tendría tiempo más adelante para escuchar las experiencias de Nathaniel. Ahora lo que quería era profundizar en su propia vida romántica.
Una vez olvidada la situación embarazosa que acababa de pasar, se inclinó hacia adelante.
—Así, según tú, ¿lo que pasó ayer entre nosotros es un síntoma positivo en lo que refiere al buen desarrollo de nuestra relación?
Él puso los ojos en blanco.
—Querida, has tenido a un hombre extraordinariamente apuesto dándote placer. ¿Qué puede indicar eso de malo? Pero claro, me has dado tan pocos detalles... —Su voz se fue atenuando y acabó con una picara sonrisa.
Moira se rió.
—No puedo creer que estés tan interesado en ello.
Él carraspeó burlonamente.
—¿Y quién no lo estaría? No todo el mundo es tan afortunado de tener un encuentro romántico con uno de los solteros más codiciados de Londres.
—¿Quién ha tenido un encuentro romántico con uno de los solteros más codiciados de Londres? —preguntó Minerva, que justo en ese momento entraba en la habitación, con toda su exuberancia juvenil y su refrescante belleza.
Moira se sonrojó de golpe. Esconderse debajo de la mesa habría sido una buena opción en ese instante, pero seguramente Minnie la seguiría bajo el mantel.
—No es de educación escuchar a hurtadillas —le recordó Moira a la joven.
Minnie hizo una mueca mientras se sentaba al lado de Nathaniel.
—No estaba escuchando a hurtadillas. Venía a desayunar cuando os he oído hablar. —Cogiendo un panecillo de la cesta que había en el centro de la mesa, se volvió y centró su atención en Nathaniel—. Así pues, ¿de qué estabais hablando?
—De Wynthrope Ryland —contestó él con una dulce sonrisa.
Moira le habría dado una patada, de no ser porque tenía muchos números de darle a Minnie por error. Lo miró enfurecida, pero él la ignoró.
Los oscuros ojos de Minnie se abrieron por completo. Miró a Nathaniel con aire de complicidad.
—En efecto, uno de los solteros más codiciados de Londres.
—Divino —asintió él, guiñándole un ojo.
Obviamente, Nathaniel se sentía tan cómodo con Minnie como lo estaba con Moira. Ésta no estaba segura de que le gustara la idea. Estaba acostumbrada a ser la única persona que conocía el secreto de Nathaniel.
—Yo estaría encantada de tener un encuentro romántico con él en cualquier momento —dijo Minnie, esbozando una sonrisa de oreja a oreja.
Nathaniel asintió con la cabeza y ambos miraron a Moira. Ella les devolvió una mirada desafiante.
—Desafortunadamente —prosiguió Minnie, metiéndose un trocito del panecillo en la boca—, Wynthrope Ryland escogió a Moira y no a mí. Por supuesto, él se lo pierde.
—Por supuesto. Estoy seguro que así lo piensa cada día —dijo Moira con una falsa sonrisa.
Los ojos de Minnie se iluminaron de malicia.
—Moira, ¡qué cáustica puedes llegar a ser! ¿Sabías que podía ser tan cruel? —le preguntó a Nathaniel.
Su Judas asintió.
—Lo esconde detrás de esa remilgada apariencia, pero de hecho tiene una lengua viperina, créeme.
Minnie cogió otro trozo de panecillo, lo masticó y engulló.
—Cuando más tiempo paso cerca de ti, Moira, más me arrepiento de no haber venido a visitarte antes.
Sus palabras parecieron llegarle a Moira directamente al corazón, dejándola sin aliento.
—¿Realmente lo piensas?
La joven afirmó con la cabeza.
—Pensaba que serías como nuestras hermanas. —Arrugó la nariz y prosiguió—. O como mamá. Me alegro tanto de que no sea así.
—No —afirmó Moira, un poco aturdida—. No soy para nada como nuestras hermanas ni como nuestra madre. —De hecho no, no se parecía a nadie de la familia. Muchas veces había pensado que tenía un defecto de fabricación. ¿En qué momento se dio cuenta de que eso era en realidad una virtud?
Probablemente cuando empezó a sentirse cómoda en su propia piel. Cuando Wynthrope Ryland entró en su vida y le dijo que debería comer lo que le apeteciera.
Su mirada se dirigió a la cesta de panecillos. Le encantaba el pan. Podría vivir sólo de pan. Querría comerse toda aquella cesta. Abrió un panecillo, se lo untó con mantequilla y le dio un buen bocado. ¡Oh, sabía a gloria!
Minnie la miró con una angelical expresión mientras Moira masticaba.
—Entonces, ¿tuviste un encuentro romántico con Wynthrope Ryland?
Moira se atragantó. Tuvo que toser varias veces y tomarse un trago de café para facilitar que el trozo de pan le bajara por la garganta. Miró a su hermana con los ojos húmedos.
—¡Eso a ti no te importa!
—¡Lo tuviste! —dijo la joven con una amplia sonrisa.
—Vosotros dos sois incorregibles. —Seguidamente, se limpió la boca con una servilleta.
—¿Es bueno besando? —preguntó ahora Minnie con una expresión soñadora—. Parece que tenga que serlo. Tiene una boca muy bonita.
—Muy sensual —añadió Nathaniel.
Moira miró a los dos boquiabierta y asombrada antes de dirigirse a su hermana.
—¿Qué sabes tú de besar?
Minnie puso los ojos en blanco. Era una impertinente habilidad que, al parecer, los menores de veinte años habían perfeccionado.
—Ya me han besado alguna vez, Moira.
—¡Ooh! —Nathaniel se levantó de golpe—. ¿Quién ha sido? ¿Es alguien que yo conozca?
Tras untar más mantequilla en su panecillo, Moira le dio otro mordisco. ¿Qué estaba pasando esa mañana? ¿Cómo aquella conversación se había convertido en una farsa? Aquello era ridículo, y se le había ido de las manos.
—Adam Westlake —informó Minnie a Nathaniel con una orgullosa sonrisa.
La expresión de Nathaniel denotaba que estaba impresionado.
—¿Crees que te casarás con él?
Moira tardó un minuto en darse cuenta de que la pregunta iba dirigida a ella, pero a quién si no si era Minnie la que estaba preguntando.
—¿Con Wynthrope?
—¿Te casarás con él? —insistió su hermana.
La aturdida cabeza de la pobre Moira apenas podía continuar con aquella conversación.
—Yo... él no me lo ha propuesto. No tengo ningún motivo para pensar que lo haga algún día.
Admitir eso le causó una sensación de vacío en la boca del estómago, pero era cierto. En todo momento había sido consciente de que, pasara lo que pasase entre ella y Wynthrope, sin duda sería algo temporal. Él no le parecía el tipo de hombre que quisiera tener una relación estable.
—¿Por qué no? —siguió preguntando Minnie.
—Sí, eso —se añadió Nathaniel—. ¿Por qué no?
Sintió en ella la frustración. ¿Acaso no habían escuchado lo que acababa de decir? ¿Es que no entendían nada?
—Porque no tengo ni idea de lo que él siente por mí, o, ya puesta, lo que yo siento por él. —Ahí estaba toda la absurda verdad sobre lo poco que se conocía a sí misma, y lo poco que conocía a los demás.
Minnie se encogió de hombros.
—Los dos pasáis mucho tiempo juntos. Eso debe de significar alguna cosa.
¿Cómo explicar a su inocente hermana que había una razón por la que Wynthrope seguía volviendo? Aunque, si acostarse con ella era lo único que él quería, eso ya habría podido tenerlo; de eso no le cabía ninguna duda.
—Después de todo —continuó Minnie, cogiendo otro panecillo—, si lo que quería era que alguien le calentara la cama, eso podía encontrarlo en cualquier otro lugar. Lo que parece es que realmente le gusta pasar tiempo contigo.
No era necesario que Moira le explicara nada. Minnie parecía entender preocupantemente bien la situación. Nathaniel asintió.
—Ahí quería llegar yo exactamente. —Levantó la mirada hacia Moira—. Sé cautelosa hasta que no conozcas sus verdaderas intenciones, pero no asumas que necesariamente éstas vayan a ser malas.
—Le debes de gustar —añadió Minnie—. Estaría chalado si no le gustaras. Eres una buena persona, guapa y además rica. Y a ti te gusta. ¿Por qué no tendrías que gustarle a él?
Ahí estaba, la visión del mundo de una adolescente de dieciocho años. ¿Por qué no habría de gustarle ella?
¿Y por qué Moira sospechaba que, en lo más profundo de su corazón, deseaba algo más que «gustarle»?
No podía dejar de pensar en ella.
Tumbado en el sofá estampado de su pequeño salón marrón y dorado, Wynthrope miraba el techo, contando los remolinos dibujados en el yeso.
No importaba lo que hiciera, o lo mucho que contara remolinos, no podía quitarse a Moira de la cabeza. Ella hechizaba todas las horas de Wynthrope con recuerdos de conversaciones, risas, besos y con aquella noche inolvidable en la biblioteca. Cuando se iba a la cama todavía era peor, porque cada vez que volvía a jugar la fatal partida de ajedrez y su petición de ser besada, en sus sueños se convertía en una situación muy diferente, en la que él se corría dentro de ella, no en su mano.
Se pasaba la mayor parte del tiempo frustrado, cuando no se moría de deseo o se sentía devastado por la culpa. Por un lado quería utilizarla, por otro la echaba terriblemente de menos, y no podía reconciliar sus sentimientos. Por mucho que lo intentara, no podía olvidar que tarde o temprano acabaría robándole.
Muchos días lograba no pensar en ello, pero ese día en concreto no podía quitárselo de la cabeza. Estaba a punto de traicionarla, y nadie salvo Daniels y él sabrían la verdad. Moira no sabría nunca que había sido él. ¿Podría continuar con la farsa? ¿Podría mentirle sólo para seguir teniéndola a su lado? No le podía decir la verdad. Ella podría ir a las autoridades y hacer que todo fuese aún peor. O quizá contárselo a Octavia, quien al instante se lo contaría a North. O, peor todavía, Moira podría hacer algo que la pusiese en peligro. Si Daniels sospechaba que Wynthrope no iba a llevar a cabo la operación, no dudaría en hacerle daño a Moira para conseguir la diadema.
Moira lo responsabilizaría de cualquier cosa que Daniels le hiciese, y tendría toda la razón del mundo. No, era mejor que ella no supiese nada. Wynthrope no podría soportar ver odio en su mirada. Era preferible abandonarla y dejar que pensase que era un crápula sin corazón, a que se diera cuenta del fraude que él era.
Ella creía que él —su yo auténtico— merecía ser amado. ¿Qué sabía ella? Ella era una mujer de cierta edad que, obviamente, no había experimentado ninguna gratificación sexual en su matrimonio, ni fuera de él. No quería ser rastrero, pero sabía cuál era la mirada de una mujer que llegaba por primera vez al orgasmo. A su edad, seguramente habría llegado a sensaciones similares por su cuenta, pero él había sido el primer hombre que la había hecho llegar al clímax.
Y, por su parte, ella había hecho que él se sintiera por unos minutos como un dios, aunque sólo lo sintiera en su propia mente.
Por Dios, qué hermosa, salvaje y ardiente había sido entre sus brazos. Tan húmeda y cálida. Debería haberla poseído. Debería haberlo hecho.
¿Por qué no lo hizo? Un estúpido sentimiento de caballerosidad lo había frenado. Quizá habría estado mal por su parte aprovecharse de ella. Tal vez no hubiera podido conseguir otra erección. Sí, la hubiese tenido de nuevo si ella se lo hubiera pedido. Lo que le pasó fue que tuvo miedo. Le prometió que la seduciría, le dijo que tenía toda la intención de hacerlo, y ella aceptó el desafío. Pero ¿qué pasaría luego? Que no querría irse de su lado. No le sería fácil hacerlo y, a menos que quisiera pasarse el resto de su vida mintiéndole, tendría que marcharse fuera como fuese.
El resto de su vida. ¿Se había planteado alguna vez pasar el resto de su vida con una mujer? No. Siempre había pensado que el matrimonio era como una prisión. La relación de sus padres y la de muchos de sus contemporáneos lo demostraban. Devlin y North eran una excepción. Ambos tenían buenos matrimonios con mujeres a las que adoraban. Y ellas los adoraban a ellos. Él los había visto cambiar por sus mujeres, pero no en un mal sentido, como solían decir en broma muchos hombres. Blythe y Octavia eran una influencia muy positiva en la familia Ryland, y habían ayudado a sus hermanos a curar heridas pasadas que habían arrastrado durante mucho tiempo.
¿Podría Moira curarle a él? ¿Querría hacerlo? ¿No era mucho pedir esperar que ella le diera algo más de lo que él ya estaba a punto de cogerle? Ella confiaba en él, o al menos así lo temía él. Lo había dejado entrar en su casa creyendo que el único motivo que tenía él para estar allí era ella. Quizá había pensado que seducirla era lo único que él tenía en la mente. Probablemente ella no tuviera ni idea de que él quería mucho más que eso.
Gracias a Dios, ella no era consciente de lo que él la necesitaba en su vida. Wynthrope deseaba que Moira no supiera hasta qué punto él era un cobarde, no podía arriesgarse, y menos cuando había un trabajo por hacer. No cuando no podía estar seguro de que ella quisiera su corazón si él se lo entregaba. Ni siquiera tenía idea de cómo dárselo. Ese pensamiento le aterraba aún más que el de la prisión, la muerte o ser responsable de arruinar la carrera de North.
—¿Qué haces aquí solo, en la oscuridad?
Hablando del papa de Roma. ¿Estaba oscuro? No se había ni dado cuenta. Y tendría que haberlo pensado dos veces antes de darle a North las llaves de su apartamento.
—Enciende una luz si quieres —contestó, sin molestarse en levantarse.
Oyó unos pasos detrás de él y luego la chispa del pedernal. En un instante, una luz dorada iluminó una esquina de la habitación. Sí, estaba oscuro. Muy oscuro. ¿Qué haría cuando los días volvieran a ser más largos y no hubiera oscuridad en la que esconderse? Tendría que correr las cortinas y fingir que la había.
—¿Estás enfermo? —preguntó su hermano, dando la vuelta al sofá para ponerse delante de él.
—No. —No de la manera que North podía creer.
—Entonces ¿por qué estás aquí tumbado?
Girando la cabeza sobre el cojín, sonrió.
—Porque me apetece.
North frunció el ceño.
—No es propio de ti.
Wynthrope soltó una risa ahogada.
—¿Que no es propio de mí? Claro que lo es. Yo soy el que siempre reflexiona, ¿recuerdas? Yo medito. Me gusta pensar las cosas y ser melancólico. Estoy pensando en dar clases de eso.
Su hermano no parecía impresionado por su ingenio. Al fin y al cabo, no era nada nuevo en él. Aunque, últimamente parecía que le costara más ser frívolo. El sarcasmo no le salía tan bien como antes, y la única persona que parecía sorprendida por cualquier cosa que dijera o hiciera era él mismo.
Wynthrope suspiró.
—¿Por qué has venido, North?
Su hermano se sentó en el brazo de una butaca.
—¿Necesito un motivo para visitar a mi hermano?
—No, aunque siempre pareces tener uno. —Quizá ser frívolo no fuera tan difícil, a fin de cuentas.
La cara de North permaneció totalmente inexpresiva, pero no podía ocultar la inquietud que reflejaban sus ojos.
—Octavia pensó que quizá te apetecería venir a cenar esta noche. Cree que no comes lo suficiente.
Wynthrope sonrió.
—Tu mujer es demasiado buena para ti.
Por supuesto su hermano no se lo discutió.
—Me digo lo mismo cada día. ¿Vendrás a cenar o no?
Poniéndose un brazo bajo la cabeza, Wynthrope se incorporó un poco en el estrecho sofá.
—Agradéceselo a Octavia de mi parte y excúsame, pero creo que me quedaré aquí esta noche.
—¡Maldición, Wyn! —Aquello ya era demasiado y la cara de North pasó a mostrar frustración—. ¿Qué demonios te pasa?
Ahora era su turno de ser inexpresivo.
—Nada.
North frunció el ceño.
—Eres un maldito embustero.
Riéndose, Wynthrope miró a su hermano, al que dirigió una sonrisa agradecida.
—Estoy bien. Simplemente, esta noche no me apetece tener compañía.
North inclinó la cabeza, y torció un poco la boca.
—¿Ni siquiera de la encantadora lady Aubourn?
Debería habérselo imaginado. De tener la cabeza algo más despejada lo habría previsto.
—Dado que es una dama, no creo que vaya a venir sola a casa de un soltero, por lo que dudo que eso sea una posibilidad.
También debería haber sabido que su hermano sólo acababa de empezar.
—Últimamente has pasado mucho tiempo con ella.
Mirando al techo, Wynthrope cerró los ojos.
—Sí, es cierto.
—Y la gente habla.
—Sí, lo sé. —¿Adonde estaba encaminándose esa conversación?
Podía oír cómo North se movía en la silla.
—Ella es una buena amiga de Octavia, ya lo sabes.
Ahh. Ahora estaban llegando a algún punto. Por eso lo había visitado su hermano.
—Sí, ya lo sé.
—Y yo la tengo también en alta estima.
Wynthrope alzó las cejas sin todavía abrir los ojos.
—No tengo ninguna duda.
—Octavia y yo no soportaríamos verla... decepcionada por ningún motivo.
—Y tampoco sus amigos, supongo. —¡Qué calmado parecía! Aun sabiendo que el futuro ya estaba trazado delante de él y que Moira acabaría sintiéndose decepcionada por su culpa, de una u otra forma.
—¡Por el amor de Dios, Wyn! ¿Por qué no me miras?
Suspiró otra vez mientras abría los ojos y miraba a su hermano.
—¿Qué quieres saber, North?
Su hermano lo miró con el ceño fruncido y muy amenazante.
—Dime cuáles son tus intenciones con Moira.
—No lo sé. Llegar a conocerla mejor, supongo. —¡Mentiroso! Había sido un milagro que no se atragantara con sus palabras.
—Ella se merece mucho más que un simple revolcón.
Tenía razón. Se merecía mucho, muchísimo más; más de lo que él jamás podría darle.
—¿Es eso lo que crees que ando buscando?
La mirada de North denotaba suspicacia y severidad.
—No lo sé. ¿Qué andas buscando?
Maldición. Conociendo a North tendría que haber sabido que acabaría pillándole. Intentando no reflejar ninguna emoción, Wyn replicó.
—Obviamente algo más que un revolcón. Eso lo podría conseguir fácilmente en cualquier lugar con mucho menos esfuerzo del que estoy dedicando a la encantadora viuda Aubourn.
—¿Es eso lo que ella es para ti: un esfuerzo?
North tocó algo dentro de él, y Wynthrope se incorporó de golpe sentándose en el sofá.
—Lo que ella signifique para mí no es de tu incumbencia.
North se quedó mirándolo con la boca abierta. Wynthrope se habría reído al verlo así de no ser porque estaba muy enfadado con él por haberle hecho perder los estribos.
Se pasó una mano por los cabellos e inspiró profundamente antes de hablar. Se había calmado un poco.
—¿A qué se debe esta inquisición, North? ¿Octavia y tú creéis que quiero hacerle daño a Moira; que estoy jugando con ella? —Él mismo así lo pensaba, pero ésa no era la cuestión.
North se encogió de hombros. Como mínimo, tenía la consideración de sentirse incómodo. Sus ojos azul pálido no se encontraron con los de Wynthrope.
—Nunca estás con una mujer más de una o dos semanas.
—He estado viendo a Moira casi cuatro. —¡Por Dios santo! ¿Tanto tiempo había pasado ya? Sí. Él la empezó a frecuentar a principios de mes. Y ese día era veintinueve de diciembre.
—Por eso estamos preocupados. Es obvio que Moira no es una relación pasajera.
Wynthrope se desplomó contra el respaldo del sofá. ¡Por Dios, qué cansado que estaba!
—Si estás convencido de que no es una relación pasajera, entonces ¿por qué me preguntas todo esto?
—Porque a Octavia y a mí nos preocupa que ella pueda esperar de ti más de lo que realmente estás dispuesto a ofrecerle —dijo, levantando una ceja para enfatizar el comentario.
—¿Matrimonio? —¡Qué perverso y amargo había sonado!
North asintió.
—Eres el único hombre por el que ella se ha interesado desde la muerte de su marido. Todavía se siente insegura.
—No estaba insegura la otra noche cuando tenía su mano alrededor de mi pene. —Al darse cuenta de lo que había dicho, se arrepintió al instante. Aquello no tenía nada que ver con Moira, y él no tenía ningún derecho a mofarse de ella de aquel modo. Hizo que lo que había pasado la otra noche sonara vulgar y sórdido, cuando había sido precisamente todo lo contrario.
—Voy a olvidar que acabas de decir eso —dijo North en un tono tan frío como su mirada.
Wynthrope se restregó lo ojos.
—Bien. Será mejor que yo también lo olvide.
Pero su hermano no estaba dispuesto a dejar las cosas como estaban.
—De la forma en que yo lo veo, pasará una de dos cosas.
Wynthrope vio a North algo borroso al abrir los ojos. Miró a su hermano parpadeando, deseando que se fuera de una vez.
—¿Y cuáles son?
North se cruzó de brazos. Wynthrope siempre había envidiado su musculatura.
—O estás intentando destruir a Moira por algún motivo, o estás enamorado de ella.
El corazón de Wynthrope golpeaba contra su pecho.
—Quizá sean ambas cosas. Quizá quiera destruirla enamorándome de ella.
Su hermano lo miró con el ceño fruncido. Si quería, ese bastardo de North podía intimidar mucho.
—¿Qué narices significa eso?
Con una sonrisa forzada, Wynthrope sacudió la cabeza, y dejó caer las manos sobre su regazo.
—No lo sé.
Pero obviamente, North no tenía intenciones de rendirse todavía.
—Sí lo sabes; si no, no lo hubieras dicho.
Tenía razón.
—No quiero destruir a Moira, North. Pienso demasiado en ella como para querer hacerle daño, pero no estoy seguro de ser capaz de no hacérselo.
Se llevaban sólo unos meses, pero en esos momentos, Wynthrope se sentía muchos años mayor que su hermano. Pobre North, parecía tan confundido.
—Dices tantas tonterías como cuando Devlin conoció a Blythe.
Wynthrope hizo un sonido de disgusto.
—De ninguna manera podría ser yo tan estúpido. —Pobre Devlin. Ahora era un feliz hombre casado, pero hubo una época en que estuvo a punto de abandonar a Blythe, porque pensaba que no era lo bastante bueno para ella.
—¿Es que no te oyes? Hablas como si no te merecieses a una mujer como Moira. —El tono de North era de incredulidad.
¿Estaba loco?
—Es que no me la merezco.
—No seas idiota. —Si las palabras fueran látigos, le habrían sacado la piel a tiras.
—No lo soy. Si yo fuera un monje y no hubiera hecho en mi vida más que buenas acciones, seguiría sin merecerme a una mujer como Moira. —Suspiró y levantó su cansada mirada hacia su hermano—. Eso no significa que, de tener la oportunidad, no aspirara a llegar alto.
Su respuesta pareció haber sorprendido a North casi tanto como a él.
—Te estás enamorando de ella.
Otra vez notaba unos incómodos latidos en su pecho. Quizá North se había acercado demasiado a la verdad, o quizá era la culpabilidad lo que le hacía sentirse tan mal.
—No sé. Antes de que llegaras estaba intentando no pensar en ello.
—Si de lo que tienes miedo es de enamorarte, es normal. Nos ha pasado a todos en algún momento.
Sus palabras le eran de poca ayuda, aunque Wynthrope sabía que ésa era su intención.
—Gracias, sabelotodo.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan imbécil? —dijo con el ceño fruncido otra vez.
—¿Por qué sigues aquí? —contraatacó Wynthrope a su vez.
North exhaló profundamente tocándose la barba.
—Porque eres mi hermano y te quiero.
Wynthrope se lo quedó mirando, inexpresivo, aunque esas palabras le habían llegado al corazón.
—Yo también te querría, pero tengo demasiado miedo.
Por un segundo, North estuvo tentado de golpearlo con todas sus fuerzas. De haberlo hecho, le habría hecho daño. Por suerte para Wynthrope, North se echó a reír.
—Realmente eres idiota, Wyn. ¿Lo sabías?
Wynthrope asintió, con una tímida sonrisa en los labios.
—Lo sé.
—¿Estás seguro de que no quieres venir a cenar? —dijo mirándolo de frente.
—Estoy seguro. Además, he comido algo de pan y queso hace un rato.
—Y dime que no tendré que defenderte de mi mujer cuando le rompas el corazón a su amiga.
La sonrisa de Wynthrope desapareció.
—Eso no te lo puedo asegurar, North, ya lo sabes.
Irguiéndose, North se encogió de hombros y se dirigió rápidamente hacia la puerta.
—Supongo que no hay nada más que decir.
Wynthrope se volvió a tumbar en el sofá cubriéndose los ojos con el brazo. Al cabo de unos minutos, en la habitación no habría nada más que silencio, y podría continuar batallando con tranquilidad con sus demonios.
—¿Estarás bien aquí solo? —preguntó North levantando la voz para que su hermano lo oyera.
—Estaré bien —contestó él con una mueca.
Pero cuando oyó el suave clic de la puerta al cerrarse, y la silenciosa oscuridad se apoderó de nuevo de la habitación, Wynthrope supo que no estaría bien. No estaría nada bien.