Capítulo IV
EL aeroplano era una pequeña cámara alargada con un ala de metal sencilla. El interior estaba decorado con tonos de un azul claro. Los asientos de cuero eran del mismo color.
Las caras de las dos muchachas metidas en la cámara del aparato aerodinámico también presentaban, más o menos, el mismo color.
La joven alta y bien formada que manipulaba los aparatos de control tenía el cabello rubio, los ojos azules y una bonita boca. A no ser por un inconveniente hubiera parecido sorprendentemente hermosa. Pero su belleza quedaba, ahora, menguada por contraste con la otra joven sentada a su lado.
La que manipulaba los aparatos de control era Molly Mason, una de las chicas más ricas de los Estados Unidos.
La segunda muchacha, más hermosa, era Pat Savage, prima del extraordinario hombre de bronce.
Pat acababa de soltar el micrófono. Con los ojos asustados y desmesuradamente abiertos, miraba a su compañera, Molly Mason.
Pat Savage exclamó: —¡Dios mío, qué vamos a hacer! Se veía que la joven que manipulaba los instrumentes de control trataba furiosamente de hacer funcionar un timón de avión. Este descendía en picada hacia la tierra, a una velocidad fantástica.
Molly Mason jadeó:
—¡Está... está atascado! ¡No puedo mover el timón! ¡Nos estrellaremos!
Pat se agarraba a un soporte. Inclinóse, hizo señas a su compañera de que abandonara su asiento y dijo:
—Espera, déjame hacer a mí.
El vertiginoso movimiento de descenso del aeroplano debilitaba y hacía temblar a Molly Mason. Se dejó caer sobre el asiento contiguo y miró con terror. Pudo gritar:
—El nuevo acero... T 3 se empleó en los cables del timón. Es el más fuerte que se conoce. Pero ahora —agregó, señalando con una mano temblorosa la ventana próxima a ella,— se ha roto. ¡No podremos hacer funcionar el timón!
Pat Savage era la más tranquila de las dos. Apretando fuertemente los labios, manipuló las palancas. De repente comunicó al aparato un movimiento lateral. El aire entró con fuerza en la cabina del avión. Pat hizo mover el aparato de atrás hacia adelante.
Y bruscamente el aeroplano se enderezó y continuó volando hacia adelante en vuelo plano. De momento la horrible caída se había evitado.
Con la atención concentrada, Pat tomó los controles, respirando apenas a medida que obligaba al avión a descender lentamente describiendo una amplia espiral.
Con firmeza, anunció:
—Creo que podremos descender así. La presión del aire hizo girar el timón. Si nada ocurre...
Molly Mason asintió moviendo la cabeza, con su esbelto cuerpo bien erguido. Miró por una ventana lateral y exclamó:
—Ya estamos sobre el campo. Aquí es donde dije a papá que viniera a encontrarnos. ¡Cuidado, Pat!
Pero Pat no necesitaba ningún consejo. Logró obtener un control parcial del avión, y ahora efectuaba cada maniobra con infinita precaución.
Continuaron bajando siguiendo una larga espiral, y pronto el pequeño campo de aviación apareció debajo del avión. Era apenas algo más que un gran claro entre bosques circundantes. No había más que un solo hangar, y era evidente que el campo se usaba rara vez. No había nadie sobre el terreno que contemplaban desde arriba.
Pero a medida que Pat enderezaba cuidadosamente el avión para una toma de tierra fácil, Molly Mason exclamó:
—¡Mira allí... enfrente, al extremo del campo, el coche de papá! ¡Debe esperarnos!
Pat estaba demasiado ocupada para mirar. Ahora parecía que el campo volaba hacia ellas. La muchacha púsose tensa, sus labios musitaron una pequeña oración y el avión tomó contacto con la tierra.
El aparato saltó impetuosamente una vez, se estabilizó, luego permaneció sobre el terreno y corrió furiosamente hacia los árboles que bordeaban el seto del minúsculo aeropuerto. Por un momento pareció como si fueran a estrellarse contra la colosal limosina detenida en el mismo borde de la hilera de árboles.
En el último momento, Pat pudo, no obstante, comunicar al avión un movimiento semicircular y detenerlo bruscamente en medio de una nube de polvo. Cuando el aparato quedó inmóvil, la punta de una de sus alas hallábase a menos de seis pies del auto, ahora medio oculto por la nube de polvo.
Molly Mason profirió un grito de alivio y saltó hacia la puerta de salida. Su figura alta y graciosa había perdido ya todo rastro de tensión, y exclamó:
—¡Eres maravillosa, Pat! ¡Nunca hubiera hecho lo que tú...!
Pero al saltar a tierra, las dos muchachas retrocedieron, horrorizadas.
Pues los bandidos que se les acercaron procedentes de la limosina eran mucho más amenazadora que la tierra vista desde cuatro mil pies de altura.
Eran tres individuos de estaturas diferentes. Uno de ellos era pequeño y delgado; el otro, mediano y también delgado y el tercero, una especie de lambrija, más flaco aun que los otros dos.
Pero lo más extraño del trío era la expresión tétrica de sus huesudos rostros. Los tres estaban vestidos de luto riguroso y parecían, con aquella expresión tan sombría, tres famélicos empresarios de pompas fúnebres contemplando la fuente de juventud eterna.
La preciosa Molly Mason gritó. Miró con asombro la limosina y exclamó:
—¡Papá!
Uno de los hombres la asió y le dijo, sin expresión alguna:
—Ya puedes gritar, nena. ¡Tu papá se encuentra a cincuenta millas de aquí!
Los labios suavemente curvilíneos de Molly Mason se entreabrieron para exclamar, con horror:
—¡Pero si me dijo que nos encontraríamos aquí!
El que la asía dijo gravemente:
—¡No vendrá!
Molly Mason reprimió un sollozo. Pataleó, se retorció, arañó a su aprehensor. Pero el bandido, y era el más pequeño, debía estar hecho de cuero de látigo y alambres. Manejó a la alta y elegante muchacha con facilidad y empezó a arrastrarla hacia el enorme automóvil.
Para Pat Savage fueron necesarios los otros dos.
Pat se deshizo del lambrija, le golpeó la cara con sus puños, echó por tierra a su compañero y corrió hacia la puerta abierta del avión. El traje de Pat giró en torno a sus bonitas piernas. Llegó a la puerta del avión, cerróla tras sí con violencia y echó el cerrojo antes de que los hombres, aturdidos, pudieran apoderarse de ella.
Hubiérase dicho que Pat había determinado dejar a su amiga sola en la pelea.
Pero no era aquella la idea de Pat. Supo instintivamente que no podían luchar solas con aquellos hombres flacos. Había en la expresión de aquellos bandidos algo tan siniestro y amenazador, que Pat no dudó de que obtendrían lo que habían venido a buscar.
Pat intentaba sencillamente mantenerlos fuera del avión el tiempo suficiente para dejar un mensaje a Doc Savage.
Los dos individuos golpeaban con sus puños la puerta del aparato. Pat halló su bolso y se agachó lo bastante para que los hombres no vieran lo que hacía. Tal vez Doc no encontrara nunca su mensaje pidiendo socorro. Pero valía la pena intentarlo. Doc había descubierto llamadas menos importantes en el pasado.
En un pedazo de papel que sacó de su bolso escribió, con frenesí:
"Doc, tres hombres flacos nos han capturado. Es evidente que saben algo de J. Henry Mason que debía reunirse con nosotras aquí, en el campo de aviación a cinco millas del sur de Buffalo.
"Pat".
Pat dobló la nota y la escondió debajo de un asiento. Dudaba de que aquellos hombres se apoderasen del avión. Era seguro que habían advertido las dificultades experimentadas por Pat al aterrizar y sabían que algo extraño ocurría.
Y si Doc hallaba el aeroplano más tarde, lo examinaría minuciosamente en busca de huellas que le permitieran encontrar la pista de las muchachas perdidas, y hallaría el mensaje.
Pat giró entonces y se dirigió a un sitio donde había colgado un extinguidor de incendios. Lo hizo en el momento en que uno de los asaltantes rompía el cristal de la ventana del avión. Pat proyectó el líquido del extinguidor contra el rostro del que aparecía.
Esperaba que los hombres supusieran que había entrado en el avión para apoderarse del extinguidor.
El primer hombre, el más alto, se las arregló para introducir la mano por la ventana rota, y quitar el cerrojo, y entró farfullando y andando de un lado a otro mientras el líquido le azotaba la cara.
Gritó:
—¡Eh, condenada loca; suelta eso!
Pat se alejó retrocediendo, sin dejar de accionar el extinguidor.
Fué el mediano de los tres quien hizo uso del cuerpo de su compañero mayor.
Se agachó detrás de su compañero, esperó a que estuvieran cerca de Pat, luego giró rápidamente en torno de aquél y agarró a la muchacha de la muñeca.
Su garra de acero arrancó el extinguidor de la mano de Pat. La joven se estremeció de dolor. A pesar de su fuerza, aquellos individuos eran los más duros que Pat había encontrado.
Pronto fué dominada y metida a rastras en el interior del automóvil. Atadas de pies y manos, las dos muchachas fueron depositadas en el suelo. Dos de los hombres permanecían en pie mirándolas con aire sombrío desde la puerta abierta del auto. El tercero había desaparecido momentáneamente.
—Si esto es un secuestro —gritó Molly Mason,— y mi padre ha desaparecido también, ¿cómo van ustedes a cobrar?...
—No es un secuestro, señorita —contestó el pequeñuelo con voz inexpresiva;— al menos no lo parece.
—Entonces, ¿qué? —repuso Molly.
—¡Cállese! —ordenó el pequeñuelo.
Pat permanecía quieta, escuchando. Se arrimó a la otra muchacha atada y le susurró al oído:
—He dejado en el avión un mensaje para Doc.
Molly Mason se calmó entonces. Había oído decir muchas cosas del hombre de bronce llamado Doc Savage. Tal vez las encontrara pronto.
El tercer hombre se volvió bruscamente y se sentó detrás del volante del inmenso auto. Los otros dos se colocaron en la trasera. Las muchachas fueron amordazadas. Las dejaron sobre el piso del auto, y los dos hombres se sentaron en el asiento de atrás para asegurarse de que Pat y Molly permanecían donde estaban.
El auto arrancó, salió del campo y se introdujo por un camino secundario, a través del bosque. Al parecer, el pequeñuelo era el jefe, pues los otros dos se dirigían a él respetuosamente de vez en cuando.
De repente, el conductor comentó:
—¿Sabes una cosa, Wart? Esa dama creía que era lista. Aparentemente, Wart era el nombre del jefe.
—Lista, ¿eh? —inquirió torpemente.— ¿Cómo?
El conductor le pasó algo por detrás del asiento.
Torciéndose un poco, Pat Savage pudo ver la hoja de papel. Se sintió desfallecer.
El conductor terminó diciendo: —La muchacha dejó esta nota para Doc Savage.
El jefe, llamado Wart, echó una ojeada a la nota. Por primera vez, algo que quería ser una sonrisa alteró sus facciones sombrías. Dijo:
—Ya me figuraba que Doc Savage se interesaría en este asunto. Así, pues, nos cuidaremos de él.