Capítulo 29
SE quedó un largo rato encima de ella que le acariciaba la nuca bañada en sudor. Finalmente levantó la cabeza para mirarla. Caitlyn le devolvió la mirada y le sonrió temblando. El volvió a gemir y cerró los ojos como si su imagen le provocara dolor. Luego se retiró y rodó arrastrándola para que quedara acurrucada contra su costado, con la cabeza en el hombro y el brazo apoyado en la cintura de Connor sobre sus pantalones abiertos.
—Debería pegarme un tiro —dijo entre dientes con los ojos todavía cerrados. Su brazo se tensionó alrededor de ella. Caitlyn miró el rostro delgado y oscuro y vio sus ojos abiertos que la observaban—. Lamento tanto lo que ha pasado. No pude parar, o ejercer ningún tipo de control. No quería lastimarte.
—No... no fue tan malo. De verdad. —Parecía tan enfadado que tenía que darle seguridad. Con timidez le tocó el pecho. Los cabellos se sentían ásperos bajo la punta de sus dedos, la piel cálida y húmeda. Connor apretó la mandíbula.
—No fue tan malo —repitió con una sonrisa amarga. Se sentó, inclinado sobre ella y dejó un beso en su boca. Me he acostado con docenas, no, con veintenas de mujeres en mi vida. Y ninguna de ellas me ha dicho nunca después "no fue tan malo".
—Bueno, ves, yo te amo, y eso marca la diferencia. —Dijo esto con tanta seriedad que sólo pudo mirarla un momento. Luego volvió a reír; el sonido fue tan apagado como antes.
—¿Qué necesitaré para convencerte que hacer el amor es en general algo placentero? Tanto para la mujer como para el hombre. Que Dios me perdone, no debería haberte poseído, pero ya que lo hice debería haber tenido más cuidado. Te he estado deseando tanto, durante tanto tiempo... Me olvidé que no eres más que una niña. Sólo puedo culpar al whisky y a... ti. Te lanzaste sobre mí igual que los espíritus. Debí haber ido más lento, debí haberte preparado. La próxima vez te lo prometo, no te dolerá. Te gustará. Cada vez será mejor hasta que me niegues que te haga el amor en todo momento y yo lucharé contigo noche y día hasta que quede piel y huesos.
Ella lo miró llena de dudas. No la había convencido. —Te lo prometo —dijo. Ella lo miró. El la estudió un momento, luego se puso de pie.
—¿Dónde vas?
—A desvestirme.
—Ah. —Sonaba tan incómodo como se sentía. A las palabras siguió la acción. Se quitó la camisa bastante arrugada y los pantalones. Caitlyn se sentó y se envolvió en las mantas mientras miraba con cierto temblor y más interés cómo Connor se sentaba en la silla que estaba en la esquina de la habitación para quitarse las medias. Aunque la oscuridad velaba gran parte de los detalles, pudo ver su magnífica constitución física. Anchos hombros y brazos musculosos se continuaban en un amplio pecho oscurecido por una V de cabellos rizados que descendía hacia unas caderas estrechas y un abdomen firme. Los ojos de la joven saltaron la siguiente parte del cuerpo, el sexo, para seguir por las largas y poderosas piernas. Todavía no estaba preparada para ver lo que le había causado tanto dolor. Connor se puso de pie totalmente desnudo y se encaminó hacia ella. Un rayo de luna le iluminaba los ojos. El observaba cómo ella lo miraba y el saberlo la hizo enrojecer. —Muévete.
Lo miró con los ojos bien abiertos mientras él le extendía la mano para que saliera de la cama. Como vio que él la esperaba con paciencia, ella se puso de pie, todavía sujeta a las mantas. De pronto, inexplicablemente, sintió una gran timidez. Pero él no la miraba, estaba ocupado alisando las sábanas con eficiencia. Fuera, la lluvia había comenzado a caer; las gotas golpeaban rítmicamente el tejado. El fuego de la habitación se había apagado horas atrás y todo estaba frío y oscuro. Caitlyn encogió sus dedos descalzos al tomar contacto con el suelo helado y se preguntó si sus acciones eran la indicación de que regresara a su habitación. Nunca había estado antes con un hombre de modo que no sabía lo que debía hacer después.
—Sube. —Acondicionó la última almohada y se volvió a ella. Caitlyn lo miró sin saber qué hacer.
—¿Vamos... a dormir juntos ahora?
Connor sonrió.
—Pensé que hablaríamos un poco antes, si no tienes objeciones.
—N...No. —Todavía tenía dudas, pero él estaba desnudo y debía estar congelándose y, después de todo, como él mismo había dicho, había hecho esto muchas veces antes y debía conocer todos los pormenores. No parecía tener nada de sueño; en realidad, parecía más alerta que cuando llegó a casa. Y en lo que a ella concernía, bueno, creía que no iba a poder dormir en toda la noche. Había muchas cosas en que pensar; mucho que considerar. El estaba esperando con paciencia que hiciera lo que le había pedido, de modo que lo hizo. Cuando estuvo acomodada de espaldas con la cabeza un poco rígida en la almohada, se ajustó la manta en la que estaba envuelta.
—No creo que necesites esto.
Por un momento Caitlyn se aferró instintivamente a la manta y lo miró con cierta desconfianza en los ojos, pero una ligera sonrisa de ese rostro bello y amado aquietó sus miedos. Después de todo, él también estaba desnudo. Y era Connor, a quien ella confiaría su vida y su cuerpo. Además, acababan de hacer el amor esa noche, y ella sabía que de ningún otro modo el la lastimaría. Por lo tanto dejó que él le quitara la manta sin protestar. En cuanto la dejó, se metió en la cama, pues no estaba preparada para estar desnuda bajo su inspección. Luego él se introdujo en la cama a su lado, junto a su desnudez. Su peso hizo un pozo en el centro de la cama, hacia el cual, ella se deslizó de un modo inexorable. Antes de que se acomodaran, la cabeza de Caitlyn estaba sobre el hombro de Connor y su brazo la rodeaba. Sus dedos jugaban con el cabello negro, lo extendían sobre los hombros desnudos que eran lo único visible por encima de la pila de mantas.
—¿Estás cómoda ahora? ¿No sientes frío? —Él había girado la cabeza para poder mirarla. Ella asintió. A decir verdad, estaba tan cómoda y confortable acurrucada al lado de su tibia piel desnuda que podría haberse quedado así para siempre. Descubrió que le gustaba esta parte de hacer el amor y pensó que la próxima vez sería mucho más fácil soportarlo, pues sabía que este período de maravillosa intimidad seguiría.
—¿Te duele en alguna parte?
Caitlyn pensó un momento. El lugar entre las piernas le molestaba un poco, pero no le dolía en realidad. Sacudió la cabeza.
—¿No me tienes miedo?
Cuando escuchó esta pregunta, se levantó y se apoyó en el codo mientras lo miraba sorprendida.
—Por supuesto que no.
—Sólo me preguntaba.
—Bueno, no. Sé que nunca me lastimarías deliberadamente, por tanto deja de sentirte tan culpable. Créeme, entiendo bastante de esto. Sé que los hombres obtienen una cantidad extraordinaria de placer con esto y estoy dispuesta a soportarlo para complacerte.
—Gracias —dijo con gravedad, luego emitió un sonido como si se estuviera ahogando. Con el entrecejo fruncido, Caitlyn vio que estaba luchando por no reírse.
—¿Y qué te resulta tan gracioso? —preguntó indignada. Connor sonrió entonces y le pellizcó la nariz mientras se recostaba hacia atrás.
—Nada, mi bien. Eres tan dulce y tan absurda que me haces sentir como el insensible más grande del mundo. Si cualquier otra persona te hubiera hecho lo que yo, le habría metido una bala en el cerebro. Como no quiero quedar sin castigo, haré lo mejor: te convertiré en una mujer honesta.
—¿Qué? —Caitlyn pestañeó pues no estaba segura de haberlo oído correctamente. Se sentó de repente y arrastró las mantas para quedar cubierta hasta las axilas, dejándolo desnudo hasta las caderas.
—¿Qué opinas sobre convertirte en una condesa? —Su sonrisa era traviesa y encantadora mientras recogía las manos detrás de la cabeza. Caitlyn tuvo una vaga impresión de sus músculos masculinos y su cuerpo oscuro, pero estaba mucho más interesada en sus palabras que en su apariencia en ese momento. Él le sonrió. Parecía despreocupado y feliz, como si un peso que cargaba desde hacía tiempo hubiera sido retirado de sus hombros.
—¿Me estás pidiendo que me case contigo? —La excitación la sacudió, le encendió los ojos, le coloreó la voz. La sonrisa de Connor se ensanchó.
—Parece ser. ¿Qué me dices?
—¡Oh, Connor! —Se lanzó sobre él y lo abrazó con tal fuerza que casi lo ahogó. Pero él le devolvió el abrazo y la besó en el cuello, antes de hacerla rodar para que su espalda se apoyara en la cama y él quedara encima de ella. La ropa de cama formaba un lío entre y alrededor de ellos.
—Supongo que eso significa sí.
—¡Sí!
—Entonces, puesto que eres mi prometida, no tengo que tener más escrúpulos y puedo enseñarte todo lo que necesitas saber respecto de hacer el amor. —La sugerencia le curvó las esquinas de la boca.
—Bueno, sí... ¿Quieres decir que hay más? —Su respuesta varió de la excitación a la consternación. Lo miraba con preocupación. Connor sonrió.
—Eres una constante fuente de delicias para mí, mi bien. Sí, hay más. Apenas has comenzado.
—Ahh.
Su sonrisa se ensanchó hasta que comenzó a reír.
—No estés tan preocupada. Hacer el amor es divertido. Te gustará una vez que te acostumbres. Tienes mi palabra.
Su risa encendió la sospecha en ella.
—Connor d'Arcy, ¿te estás burlando de mí?
—¿Qué te hace pensar eso?
—Un hombre no puede... tú no puedes... nosotros ya... hemos hecho el amor esta noche.
—Así es. —Su tono era solemne, pero había algo en sus ojos que la hacían sospechar que todavía se estaba riendo de ella—. Y tan es así que no tienes de qué preocuparte, ¿no es cierto? En cambio, quizá quisieras pensar en darme un beso para sellar nuestro compromiso. Besar no es nada que te cause temor, ¿no es cierto? Siempre pareciste bastante aficionada a hacerlo.
Caitlyn miró su bello rostro con su nariz aquilina y su mandíbula fuerte, la boca que ahora estaba torcida por la risa y algo que se parecía mucho a la ternura, los ojos color de agua que parecían tan claros contra su piel oscura, y sintió una ráfaga de amor tan fuerte que se sacudió. El era suyo, ahora y para siempre. Ella sería su esposa. La esposa de Connor. Era su sueño y se estaba volviendo realidad. Levantó una mano para acariciarle la mejilla.
—Seré una buena esposa —dijo como si estuviera haciendo un juramento. La risa en sus ojos se apagó y la miró con deseo. Luego sin esperar a que ella lo besara, bajó la cabeza y tomó su boca. La besó con ferocidad, como para sellar la posesión, y los brazos de Caitlyn se enredaron en su cuello mientras devolvía el beso. Con un murmullo inarticulado de impaciencia, apartó las mantas del medio sin dejar de poseer su boca. Luego la apretó contra él, piel contra piel bajo el refugio tibio de las mantas.
La mantuvo cerca mientras depositaba pequeños besos de una comisura de los labios a la otra. Caitlyn, perturbada por las rápidas incursiones de su lengua contra los dientes, se aferraba a sus cabellos y mantenía la cabeza erguida para poder besarlo con propiedad, como él le había enseñado. Luego la besó más profundo hasta que la cabeza de la joven dio vueltas y su estómago y sus pechos comenzaron a sacudirse contra el pecho musculoso, pese a lo que ahora sabía respecto de cuál era el final de esa sensación. Pero por el resto de la noche estaba a salvo, a salvo para permitirse esas maravillosas sensaciones sin miedo al final.
Cuando la boca de Connor abandonó los labios para hacer un camino de besos a través de la mejilla hasta la oreja a la que hizo cosquillas con la lengua, Caitlyn sonrió y se retorció y devolvió el cumplido en la oreja. Connor sacudió la cabeza para liberarla de su boca voraz y la movió hacia abajo, donde estaba fuera de su alcance. Con infinita delicadeza trazó un sendero a través de la garganta, mientras la mantenía apretada contra su cuerpo de modo que su calor, su tamaño y su fuerza le intoxicaban cada célula. Ella se aferró más a él cuando su lengua recorrió la depresión de la garganta, presionando sobre el pulso agitado y descansando allí un momento mientras sus manos bajaban por la columna hasta las nalgas y se detenían para acariciar la carne redondeada. La agitación dentro de Caitlyn se aceleró y ella recordó lo maravillosas y mágicas que habían sido las sensaciones que Connor había despertado en su cuerpo antes de haberla lastimado de un modo inesperado al final. Pero como ya no tenía que temer eso, no esa noche, podía relajarse y disfrutar de las caricias y las sensaciones que él hacía aflorar en ella. Podía disfrutar de él. Durante meses había deseado que él la besara, que él la hiciera suya, besarlo y hacerlo suyo. Esa noche, con lo peor ya detrás, tenía la oportunidad de hacer lo que quería.
Sus manos comenzaron a explorarlo, con timidez al principio y luego cada vez con más seguridad. Recorrieron su pecho, descubrieron la mata sedosa de vello sobre los músculos de acero. Rozaron las tetillas hasta encontrar con sorpresa que se ponían erectas como sus pezones. Siguieron a través del abdomen rígido hasta el ombligo y continuaron hacia abajo. El permitió la exploración hasta este punto para que se familiarizara con su cuerpo. Pero entonces, cuando ella se atrevió a mirar su parte masculina que parecía de pronto mucho más grande y amenazadora que cuando había comenzado, sacudió la cabeza.
—Cambiar de posición no está permitido, sabes —dijo con una voz que casi parecía estar bromeando de no ser por la nota hosca que subyacía en las palabras. Caitlyn lo miró con los ojos bien abiertos mientras él se inclinaba para besarla. Pero cuando su boca estuvo en la de ella, la cabeza le comenzó a flotar y todo pensamiento racional huyó debido al sabor intoxicante del beso. Sus manos se deslizaron hacia adelante y empezaron a acariciar sus pechos, a retenerlos para besarlos. Los ojos de Caitlyn se cerraron cuando él apoyó los labios en los senos hinchados y los besó con tanta pasión que para el momento en que el primer pezón estuvo en su boca, ella gemía de placer. Con la parte de su mente que todavía era capaz de pensar de un modo coherente, se preguntó cómo todos esos preliminares podían dar a su cuerpo tanto placer cuando el final causaba tanto dolor. Pero entonces la mano de Connor se deslizó entre sus muslos y dejó de pensar.
—Separa las piernas para mí, cuilin —le susurró en el oído cuando, en parte por instinto en parte por temor, cerró las piernas. Los dedos de Connor se movieron con persuasión en el nido de seda de la cima de sus muslos mientras hablaba, insinuante, tocando y recorriendo hasta que con un gemido y un suspiro lo obedeció y liberó sus piernas en una convulsión para que él tuviera acceso a los secretos más profundos de su cuerpo. Sus ojos estaban bien cerrados, su cuerpo y sus piernas rígidas, sus uñas clavadas en los hombros de Connor mientras los dedos buscaban y exploraban hasta encontrarla. Se introdujeron en ese lugar donde él la había lastimado unos momentos antes y gimió. Pero no de dolor. No había dolor, sólo una gloriosa necesidad de gritar de alivio.
Caitlyn estaba al borde de algo vital cuando él retiró la mano.
—Despacio ahora —la calmó cuando protestó con un pequeño quejido. Y luego, mientras sus sentidos estaban todavía desordenados por el deseo y sus defensas completamente derribadas, él se colocó con rapidez encima de ella y deslizó su miembro viril dentro. Una sola convulsión y estaba enterrado, impulsándola a una sensación definitiva. Conmocionada por la rapidez y la sorpresa del acto, gritó y se tensó al recordar el dolor. Sus ojos se abrieron de golpe. Estaba enorme de nuevo, ardiente y palpitante y no era posible, no podía...
—¡Connor! —Su nombre fue una protesta y una súplica. Sus ojos eran enormes piscinas azules cuando encontró los de su amante. El se mantenía encima de ella, con el peso apoyado en los codos, su carne unida como antes. Pero esta vez había una tierna conciencia de ella en sus ojos. Las esquinas de su boca se curvaron cuando la miró, delgada y desnuda debajo de él, la boca hinchada por sus besos, el cabello flotando en olas sedosas sobre la almohada blanca.
—Pensé que me amabas. —Su voz se había vuelto un poco áspera.
—Sí, sabes que sí, pero...
—¿Entonces no confías en mí? Caitlyn lo miró casi con desesperación. Ella confiaba en él, por supuesto: él no le mentiría deliberadamente, pero quizás no supiera qué sentía una mujer. O quizás ella no fuera como la mayoría de las mujeres. Quizás ella fuera demasiado pequeña para él; quizá... quizá fuera deforme. No sabía; de lo único que estaba segura era de que la había lastimado antes y que temía el dolor de nuevo. Pero él ya estaba dentro de ella sin causarle dolor, y tal vez, sólo tal vez, ahora no le dolería tanto. Además, este era el precio que tenía que pagar por pertenecer a Connor. Si tenía que soportar esto cinco veces por noche durante el resto de su vida, lo haría.
—Está bien. —Apretó los ojos con fuerza y clavó los dientes en el labio inferior en preparación inconsciente para lo que temía. Su cuerpo se puso rígido. Sus manos descendieron de los hombros para cerrarse sobre los músculos del antebrazo hundiendo allí sus uñas. El la miró un momento con ojos crueles y tiernos a la vez. Luego, sin mover la parte baja de su cuerpo más de lo necesario, inclinó la cabeza para depositar tres dulces besos en su boca.
Caitlyn abrió los ojos y lo miró temblando.
—Estoy lista. Si...sigue —dijo con valentía. Los labios de Connor se curvaron en una especie de sonrisa tierna y volvió a inclinarse para besarla. La parte de él que estaba unida a ella ardía y palpitaba y parecía hincharse dentro de ella, pero él no se movía y no había dolor.
—No estés tan aterrada, mi bien. No voy a hacer nada más que esto, te lo prometo. A menos que tú quieras que siga. Así que puedes quedarte tranquila. ¿Esto no te duele, no es cierto?
—N...No.
—Bueno, entonces relájate.
Debajo de sus manos apretadas podía sentir los temblores que cruzaban los brazos de Connor, que mantenía su peso alejado de ella. En sus ojos podía ver el esfuerzo que la contención le estaba costando. El corazón de Caitlyn se encendió de amor por él. Se lo dijo y la respuesta fue un gesto contenido y el sudor acumulado en su frente. Sin embargo no movió la parte baja de su cuerpo, sólo se quedó dentro de ella, permitiendo que se acostumbrara a sentirlo. Esa parte de él que la poseía por completo podía crecer y arder por propia voluntad, pero él no la estaba usando contra ella y sabía que no lo haría. Poco a poco su cuerpo se relajó.
Esa posesión inmóvil no era en absoluto desagradable, acababa de descubrir ahora que el miedo al dolor inminente cedía. Las caderas de Connor, acomodadas entre sus piernas presionaban contra ella. El calor y la fricción se combinaban para crear una tensión interior que según creía enviaba pequeños temblores a sus terminaciones nerviosas. Las puntas de sus pechos apenas rozaban la suave mata de vello. Sus pezones endurecidos, erectos, dolían. Contra su abdomen podía sentir la tibieza del de Connor. Las piernas soportaban la fricción de sus muslos duros como rocas. Debajo de las manos, los músculos del brazo parecían de hierro. Casi inconscientemente, los dedos de Caitlyn se flexionaron y comenzaron a recorrer los tendones.
El se movió entonces, sólo un poco y una ola de calor la estremeció. Contuvo el aliento y sintió que sus músculos se aferraban a él. Los latidos del corazón se agitaron. Algo de lo que ella acababa de sentir debía haberse revelado en sus ojos, porque él apretó los dientes. Caitlyn se puso rígida. Sin embargo él no hizo ningún movimiento para encontrar su propio placer.
Esta vez no haría nada que la lastimara. Le había dado su palabra y Connor siempre fue un hombre de honor. El miedo de Caitlyn desapareció y surgió el despertar de una miríada de sensaciones que le atravesaban el cuerpo. Respiró profundamente y movió las piernas. El placer resultante la tomó de sorpresa. Sus ojos se agrandaron y se volvió a mover experimentando. Los ojos de Connor estaban casi cerrados ahora; su respiración, agitada. La transpiración caía de su frente hasta la mandíbula. Sin embargo, se mantenía completamente rígido y Caitlyn supo que estaba dejando que ella aprendiera cómo hacer el amor. Segura, inclinó las caderas para que estuvieran más cerca de él, luego las llevó hacia atrás. Sus ojos bajaron y se volvieron a abrir para encontrar que el rostro de Connor enrojecía. Sus brazos eran surcados por temblores, sus piernas estaban tensas. El saber que ella podía afectarlo tanto la intoxicaba. Se volvió a mover con más confianza esta vez, levantando las caderas del colchón para presionarlas contra él antes de bajarlas. Ante la exquisita fricción contuvo el aliento.
—Por Dios. —Las palabras de Connor casi no se escucharon. Caitlyn vio sus ojos cerrados y sus labios comprimidos. Parecía estar soportando dolor físico y ella tuvo una momentánea chispa de preocupación. Luego comprendió que ella era la causa de su molestia, que él la quería tanto que se estaba lastimando en el esfuerzo de contenerse y algo tibio comenzó a crecer dentro de ella. Con más audacia movió las caderas de nuevo, ondulando hacia atrás y hacia adelante, deslizándose hacia arriba y hacia abajo mientras sus manos trazaban un lento camino por sus brazos para envolverse en su cuello.
—Dios mío. —Bruscamente su rostro se contrajo y comenzó a retirarse. Caitlyn se aferró a su cuello con las piernas enroscadas instintivamente alrededor de su espalda para mantenerlo en el lugar.
—Caitlyn, déjame. Déjame o no seré responsable... —Estaba sudando con tanta profusión que su espalda estaba resbaladiza. Parecía desesperado; sus ojos cuando se abrieron parecían turbados. Ante esta evidencia visible de la fuerza de su pasión sintió cómo un temblor comenzaba a gestarse dentro de sus entrañas, giraba como un remolino e infundía calor a su piel.
—Ya no tengo miedo. Enséñame el resto. —Las palabras, apenas susurradas, tuvieron un efecto inmediato en él. Se tensó, tembló y luego cayó encima de ella con los brazos a su alrededor, empujándola hacia él con tanta fuerza que apenas podía respirar. Hundió su rostro en la depresión que forman el cuello y el hombro, murmurando cosas que Caitlyn no pudo descifrar. Sus caderas se incrustaron en ella con violencia y comenzaron a presionar hacia abajo y a relajarse con una intensidad que la hizo vibrar. Se aferró a él arqueando la espalda, con el rostro presionado en su hombro mientras un fuego le explotaba en las venas. Duró sólo unos minutos pero cuando terminó, todo su mundo había cambiado.
—Ay, mi Dios. —Esas fueron las primeras palabras que dijo cuando volvió a la tierra. Fueron pronunciadas tan cerca de su oído y lo sorprendieron tanto que lanzó una carcajada. Todavía estaba encima de ella, tratando de recuperar el aliento, pero esto lo hizo levantar la cabeza y mirarla.
—¿Ay, mi Dios? —repitió levantando las cejas.
Ella sonrió y no dijo nada más.
—Bueno, al menos es mejor que "no fue tan malo", creo.
Ella volvió a sonreír con timidez y bajó los ojos.
—Caitlyn...
Ella levantó los ojos.
—Si no agregas algo a esa frase fascinante, es probable que apriete tu encantador cuello con mis manos.
Ella sonrió más todavía, como un gato que acaba de disfrutar de un enorme tazón de crema.
—Creo que me va a gustar bastante ser tu amante. Sabía que sí.
Connor frunció el entrecejo.
—No eres mi amante. Eres mi prometida, que es una cosa muy diferente. Vamos a casarnos. No es ninguna vergüenza lo que acabamos de hacer.
Caitlyn lo estudió. Ser su esposa era su sueño convertido en realidad y sin embargo sabía que no podía atraparlo en el matrimonio. Lo quería demasiado.
—No tienes que casarte conmigo, sabes, Connor. No por esto.
—¿Qué? ¿Prefieres que ponga en peligro mi alma inmortal? —sonrió de pronto despreocupado—. No voy a pasar el resto de la eternidad asándome en el fuego del infierno con los de tu calaña, pequeño demonio. Prefiero pasar la eternidad haciendo el amor a mi legítima esposa sin la sombra del pecado. De modo que quieras o no quieras, nos casaremos tan pronto como pueda arreglarlo. Y no quiero escuchar más discusiones al respecto.
El estaba bromeando, pero Caitlyn detectó una nota de seriedad bajo el tono burlón. El no había dicho que la quería pero Caitlyn estaba conforme. Si él no la amaba como ella a él, bien, ya lo haría. Ella se encargaría de eso. Como ella le había dicho antes, iba a ser una buena esposa. Luego se acordó de algo.
—No quiero más visitas a Meredith Congreve —le dijo enfadada.
El la miró un momento, luego sonrió sin el menor rastro de seriedad.
—Pero, pensé que lo sabías: todos los hombres casados conservan una amante. Es muy común. Y después de todo, tú vas a ser mi esposa.
Ella cerró el puño y lo golpeó directamente en el hombro aunque sabía que se estaba burlando de ella.
—No te compartiré, Connor —le dijo con fiereza fingida. El inclinó la cabeza para besarla.
—Ni yo, mi bien, de modo que cuando nos casemos estaremos pendientes el uno del otro de por vida.
—Nunca te haré trampas, Connor.
—Sí, lo sé. No tienes ni un hueso falso en tu precioso cuerpo. —Rodó y se puso de pie en un solo movimiento; se perdió en la oscuridad. Ella se apoyó en un codo para mirarlo.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó, intrigada, cuando volvió con una toalla.
—Voy a darte un baño en la cama, ponerte el camisón y llevarte a tu cama. Hasta que nos casemos, dormirás sola. No quiero escándalos con este matrimonio.
—Matrimonio —dijo como en sueños, apoyada en la cabecera de la cama sin pensar en su desnudez. El se acercó al lecho y se inclinó sobre ella para limpiarle el rostro con una toalla que había mojado. De pronto reaccionó y le quitó la toalla de las manos.
—Puedo bañarme sola, gracias. Si te das la vuelta.
—¿Todavía tímida, después de todo lo que hemos compartido? Te curaré de esto antes de que la tinta se seque en nuestra acta de matrimonio.
—Todavía no estamos casados —dijo con seguridad—. Y algunas cosas exigen intimidad. Ahora date la vuelta.
El la miró un momento, sonrió y capituló. Le pasó la toalla y se puso de espaldas.
—Me darás un baile, ¿no es cierto? Pero te advierto: quiero ser el señor de mi casa.
—Y yo quiero ser la señora de la mía. —Caitlyn pasó un instante admirando su espalda y sus glúteos, luego volvió su atención a su baño. Se lavó el cuerpo rápido, saliendo de la cama para volver a mojar la toalla después de darle a Connor una orden perentoria de no darse la vuelta. Cuando por fin lo hizo con su permiso, ella vestía su camisón. Sus ojos la recorrieron y sonrió.
—Ésta es la vestimenta más seductora que he visto en mi vida. La última vez que la usaste aquí apenas pude contenerme para no arrancártelo del cuerpo.
—Me temo que es fácil seducirte.
Rió. —No tan fácil.
Él todavía estaba desnudo y los ojos de Caitlyn se regocijaron con ese cuerpo alto y poderoso. La oscuridad de la habitación velaba la mayoría de los detalles. Lo lamentaba. Ahora que no le temía, tenía bastante curiosidad por ver su sexo. Connor tomó sus pantalones y se los puso.
—¿Por qué te estás vistiendo?
—Te he dicho que voy a llevarte a tu cama.
—No seas tonto. No es necesario. Puedo caminar perfectamente bien.
Terminó de abrocharse los pantalones y luego la tomó en sus brazos pese a sus protestas.
—Tienes que aprender que quiero que me obedezcas. No tendré a una esposa terca que siempre esté discutiendo conmigo-
—Y yo no tendré a un tirano por marido, Connor. Bájame. ¿Me oyes?
—Te he oído, mi bien. ¡Qué mandona eres! ¡Cuídate que no te pegue con un palo cuando estemos casados!
—Inténtalo. Aunque puedes terminar yendo al cielo antes de lo que esperabas.
Connor rió e inclinó la cabeza para besarla allí mismo en el corredor. Caitlyn envolvió sus brazos en el cuello y lo besó con abandono. Tan distraída estaba que no escuchó la puerta que se abría al final del corredor. Apenas se dio cuenta de la presencia de Cormac cuando miró hacia arriba y lo vio. Estaba de pie en el umbral de la puerta de su alcoba. Al comprender cómo debía verse, en camisón en brazos de Connor, acurrucada contra su pecho desnudo mientras se besaban, Caitlyn se sonrojó. Connor que había tomado conciencia de la presencia de Cormac apenas un momento antes que ella, frunció el entrecejo por encima de la cabeza de Caitlyn y al ver que Cormac levantaba las cejas sin entender lo que pasaba intentó una explicación.
—Vamos a casarnos —dijo bruscamente a su hermano sin dejar a Caitlyn en el suelo. La sorpresa cruzó el rostro de Cormac. Otra expresión difícil de descifrar la siguió.
—Gracias a Dios. Quizás ahora las cosas vuelvan a la normalidad —dijo Cormac, luego regresó a su habitación y cerró la puerta. Connor y Caitlyn miraron la puerta cerrada un momento. Luego Connor sonrió y comenzó a caminar de nuevo.
—¿Crees que piensa que mi disposición mejorará una vez que me case?
—No podría empeorar. Últimamente has sido un oso.
—He estado luchando contra mi conciencia. Debo decir que mi conciencia perdió.
—¿Es cierto?
Sus bromas la hicieron sonreír y besarlo en la mejilla. Descubrió que le gustaba la sensación áspera de sus labios contra la piel sin afeitar, por eso sacó la lengua para probar algo más. Ante esa provocación él se detuvo donde estaba, a mitad de camino en la escalera que conducía al ático y la besó con tanta pasión que ella pensó que se sofocaría.
—Una semana —dijo cuando entró a su habitación y la dejó en la cama y la tapó—. No creo que se necesite más.
—¿Qué no necesita más? —Su mente apenas funcionaba después de ese beso perturbador.
—Arreglar todo para nuestra boda. Por supuesto. Tengo que explicarle al padre Patrick que, lejos de abandonarme, Satanás trepó a mi cama, pero...
Caitlyn lo golpeó. Connor sonrió y posó un prolongado beso en su boca. Dio media vuelta para irse. Cuando abrió la puerta, Caitlyn recordó algo.
—Connor.
—¿Sí? —Giró para mirarla.
—¿Qué significa "cuilin"?
—¡Claro! Mickeen me dijo que no sabías gaélico. Bien, esa es otra cosa que aprenderás pronto. Significa: tú, mi pequeña de hermoso cabello. —Con una sonrisa traviesa salió de la habitación. Caitlyn seguía sonriendo cuando se quedó dormida.