Capítulo 8
DURANTE dos días Caitlyn se vio obligada a quedarse en los alrededores. Los d'Arcy tenían bandas de campesinos que rastreaban la campaña en su búsqueda. El mismo Connor cabalgó con Mickeen y Cormac la misma noche en que ella desapareció y dos veces al día siguiente. Caitlyn se había escondido en el castillo derruido la primera noche, y como había pasado un día y después otro sin que la búsqueda disminuyera, tenía miedo de abandonarlo y de que Connor la encontrara en el camino o sus enviados, en los campos. Pensaba que era mejor dejar que la búsqueda se aquietara antes de volver a Dublín y a la vida que siempre había conocido.
Lo único que lamentaba era que tenía que dejar a Willie. En primer lugar, sería muy tonto de su parte tratar de contactar con él; los d'Arcy no eran estúpidos. Era probable que estuvieran esperando eso. En segundo lugar, Willie sin duda se había enterado de su verdadero sexo. No podía contar con él para que mantuviera el secreto si regresaba con ella a Dublín. Willie era un muchacho cándido. Tarde o temprano dejaría salir al gato de la bolsa. Y entonces ella se encontraría con verdaderos problemas. Pero se sentiría muy sola cuando volviera. Esa era la verdad.
El hambre y el aburrimiento eran sus peores problemas mientras esperaba que pasaran las horas hasta considerar seguro partir. Por fortuna, un trío de gallinas también había elegido el castillo como alojamiento, de modo que pudo robarles los huevos. Eso impidió que se muriera de hambre. Los huevos crudos no eran la comida más sabrosa que había probado, pero tampoco la peor. El agua no era un problema. Llovía varias horas al día y en todas partes se formaban grandes charcos.
Durante las horas de luz del día se quedaba arriba, en la torre en ruinas. Esa primera noche, deseosa de encontrar un lugar donde esconderse mientras las maldiciones de Connor le penetraban en el oído (él casi la encontró una vez, y su furia por la huida resonaba en las colinas), había trepado la ladera hacia el castillo sin siquiera pensar en ello. Acababa de llegar a los muros semiderrumbados; Mickeen, en sus talones, ordenaba a los campesinos que ayudaran en la búsqueda. Saltando por encima de una pila de piedras con tanta agilidad como lo había hecho antes la oveja, se había puesto de cuclillas a la sombra del muro, espiando cómo docenas de antorchas se concentraban en la casa principal para luego separarse por todo el campo. Ella no esperaba que Connor se esforzara tanto por encontrarla. Debía de haberse puesto furioso ante el fracaso de sus malvados planes para ella.
Cuando un grupo de perseguidores se acercó al castillo, se alejó dando tumbos del muro, llena de pánico, y provocó que el apretado grupo de ovejas que había decidido dormir allí se desperdigara. Se apartaron de ella con fuertes balidos. Durante unos momentos terribles, Caitlyn temió que la descubrieran. Huyó por el primer agujero que encontró con los ojos aterrados. Uno de los laterales de la torre en ruinas tenía unos escalones. Trepó con el corazón a todo palpitar por la cercanía de los perseguidores, manteniéndose cerca de la pared para no quedar expuesta a sus antorchas. A salvo en el parapeto circular de la torre, miró hacia donde continuaba la búsqueda. Le pareció que pasaron horas antes de que se marcharan por la ladera hasta perderse por la ribera del Boyne.
A solas tembló cuando se dio cuenta de dónde estaba. Allí estaba a salvo de sus perseguidores, sí, pero ¿estaba a salvo de los espíritus que custodiaban el castillo? La sombra del viejo conde, por un lado, y la de su esposa, que había exhalado su último aliento en esa pila de piedras, y todos los que habían vivido antes que ellos. Todos sabían que los fantasmas caminaban en la Tierra en el lugar donde habían sufrido una muerte violenta o temprana. Grises nubes pasaban por delante de la pequeña luna plateada y provocaban que la luz desapareciera con intermitencias, creando la ilusión de que una legión de seres de plata se estuviera moviendo en el patio. Un temblor la sacudió; Caitlyn se enroscó sobre sí misma pues esperaba hacerse invisible a las cosas que caminaban en la noche. Por fin, cuando la noche comenzó a abandonar el cielo, se sintió segura como para cerrar los ojos.
Para cuando despertó, era pleno día. Se sentó, se desperezó y se frotó los ojos mientras se preguntaba cuánto tiempo le llevaría caminar hasta Dublín. No más de dos días, calculaba. De pie, miró hacia la granja con la seguridad de que Connor habría perdido interés en perseguir a una muchacha perdida para ese entonces. Por el contrario, vio que conducía una partida a caballo que recorría la ribera del río, mientras Rory surgía con algunos hombres del corral de las ovejas gritando algo. Más hombres se dispersaban por el campo y batían los campos de turba de manera sistemática. Se volvió a alarmar. Connor estaba muy decidido a encontrarla entonces. Había dado en el clavo en lo referido a sus intenciones. Nadie se tomaría tantas molestias por una huérfana fugitiva que no le servía a nadie, excepto como objeto de placer de un hombre. Ese era el motivo por el que él la quería, no había dudas. ¿Qué otra razón podía haber?
Durante la noche del tercer día, la búsqueda había disminuido bastante. Esa tarde los campesinos regresaron a su tarea de cortar turba y Rory y Mickeen condujeron varios grupos de ovejas al corral, y se quedaron con ellas durante más de una hora. A Connor lo había visto sólo una vez montado en Fharannain. Al atardecer no había regresado todavía.
Si hubiera estado segura de dónde se encontraba Connor, se habría marchado hacia Dublín en ese mismo momento. Pero corría un riesgo demasiado grande de encontrarlo en el camino. Por supuesto, siempre se podría esconder si lo escuchara aproximarse, pero ¿qué si no lo escuchaba? O ¿qué si él la encontraba de todos modos? Esos ojos endemoniados probablemente significaban que poseía una segunda visión. No, se dijo Caitlyn, era mejor permanecer escondida hasta el amanecer. Luego podría marcharse y nadie se daría cuenta.
Más tarde comenzó a desear haberse ido. La noche se puso tan negra que apenas podía ver a tres metros de distancia. No había luna y el viento soplaba con violencia a través de las rendijas de la construcción derruida. Antes de amanecer iba a haber una tormenta. En el patio, las ovejas tenían una calma poco natural. Caitlyn pensó que podía escuchar voces susurrantes y pisadas apagadas que flotaban en el aire. Al principio se convenció de que sólo se trataba de su imaginación. Pero cuando pudo distinguir mejor los sonidos, escuchar crujidos y un grito estrangulado, se vio forzada a concluir para su horror que las ánimas estaban despiertas. Sobre el suelo frío de piedra del parapeto rezó para que pronto llegara el amanecer. Como una respuesta burlona, los cielos se abrieron y torrentes de agua la empaparon a ella y al campo.
El muro no ofrecía reparo para semejante lluvia. Helada, mojada hasta los huesos y completamente miserable, Caitlyn prefería capear la tormenta donde estaba antes que buscar asilo dentro del castillo donde los fantasmas se movían y se quejaban. Pero luego un tremendo rayo cayó del cielo, iluminando el campo al abrirse camino hacia la tierra. En minutos lo siguió otro, luego otro. Quedarse donde estaba, en la parte superior de una torre alta en una pradera abierta, era una tontería. Pero ella no quería bajar al sitio donde los fantasmas pudieran apresarla. Otro rayo, que se estrelló en la tierra muy cerca de Caitlyn, la decidió. Con mucho cuidado, bajó los escalones resbaladizos, manteniéndose cerca de la pared de la torre para no ser empujada por el viento. Se refugiaría entre las ovejas en el patio. ¿Cómo podía un fantasma distinguir a un ser humano en medio de tantas criaturas vivientes?
Caitlyn acababa de aventurarse a bajar de la torre cuando un resonar sordo atrapó su atención. Virgen Santa, ¿era todo un ejército de fantasmas que venían por ella? En un esfuerzo por ver a través de la copiosa lluvia, se tapó los ojos con las manos y dirigió la vista al lugar de donde el sonido parecía provenir. El golpeteo se hizo más fuerte, como si una legión de caballos estuviera corriendo directamente hacia el muro del castillo. Pero ¿qué jinetes estarían fuera en una noche como esa? En el momento en que reflexionaba de ese modo, un rayo se estrelló contra la tierra. En el mismo instante una enorme bestia negra voló por encima del muro seguida de otra y otra y otra y otra. ¡Caballos! Enormes figuras negras en la noche oscura, montadas por jinetes sin rostros y con capuchas. Aterrorizada, Caitlyn miró, pues no podía quitar los ojos de allí. Los caballos avanzaban a unos tres metros de donde ella estaba. Los jinetes no la vieron cuando, presa del pánico, se apretó contra la torre de piedra. Sin ruidos excepto el golpetear de los cascos, los caballos fantasmas galoparon hacia una arcada de piedra y desaparecieron dentro del castillo. Por un momento, Caitlyn escuchó el resonar de los cascos sobre la piedra. Luego hubo un grito y... silencio. Nada más.
Caitlyn contuvo el aliento y, con el corazón en la garganta, siguió mirando hacia el lugar donde los jinetes habían desaparecido. Pasó cierto tiempo antes de que se diera cuenta de que se habían esfumado. No volvieron a salir, pero tampoco estaban dentro del castillo. Se habían desvanecido en el aire. Apenas pudo contener un grito de terror, dio media vuelta y se encaminó de nuevo hacia su parapeto para quedarse, temblando contra la piedra fría y rezando el Ave María una y otra vez. Los fantasmas estaban fuera esa noche y ella no quería tener nada más que ver con ellos. Mejor, mucho mejor, que la alcanzara un rayo o la mojara la lluvia.
Después de eso dormir resultó algo imposible. Temía ver otra aparición, escuchar más sonidos de ultratumba. La lluvia continuó hasta poco antes del amanecer. Caitlyn ya estaba preparándose para bajar de la torre cuando el cielo comenzó a aclarar. Por nada del mundo pasaría otra noche en el castillo de Donoughmore. Estaba convencida de que lo que había visto la noche anterior eran espectros salidos directamente del infierno.
Mientras trepaba por los montículos de piedra de una parte del castillo que daba a la granja, escuchó voces. Por un momento pensó que las ánimas se habían levantado durante el día para atraparla. Luego, reconoció palabras y voces y un pánico de otro tipo se apoderó de ella.
—Buscad en todas partes. En los calabozos, las torres, en todas partes. Si ella está aquí, quiero encontrarla. Aunque dudo que esté. —Caitlyn tembló al identificar esa voz: pertenecía a Connor. Dijo lo último mucho más despacio que el resto como si hablara con alguien que estaba muy cerca de él.
—Te digo que ella está aquí. Probablemente ha estado aquí escondida todo el tiempo. —Ese era Cormac.
—Lo dudo, Cormac. Probablemente fue un campesino que buscó refugio durante la tormenta. La pequeña muchacha hace tiempo que se fue, aunque no entiendo cómo pudo eludirnos.
—No nos eludió, ¿no comprendes? Se escondió ¡y aquí en el castillo!
—Los hombres buscarán hasta encontrarla, no te preocupes. Pero, sin embargo, pienso...
—¡Ahí está! —Ese grito de Cormac hizo girar la cabeza a Caitlyn. Allí estaban. Detrás del muro. Connor en Fharannain y Cormac en una brillante yegua baya. En ese rápido y aterrorizado vistazo, Caitlyn vio que una pequeña banda de campesinos se esparcía entre las paredes del castillo para recomenzar la búsqueda. Que era innecesaria ahora que los d'Arcy la habían visto...
En el momento en que azuzaron sus caballos para alcanzarla, Caitlyn comenzó a correr. Derrapó y se deslizó por la hierba mojada por la lluvia y, aunque sabía que era inútil, que era imposible correr más rápido que los caballos, aun así intentó y huyó como un zorro delante de los perros. Detrás de ella, los cascos resonaban. Se atrevió a echar una rápida mirada por encima del hombro para descubrir que Fharannain estaba casi encima de ella. Parecía como si Connor quisiera derribarla. Con un grito, dobló hacia la izquierda. El caballo hizo lo mismo rozándola. Luego un fuerte brazo la tomó y la dejó con el rostro hacia abajo sobre la montura. La conmoción la mantuvo en silencio un momento.
—¡Déjeme ir! —gritó mientras pataleaba y golpeaba en un ataque de pánico ciego. Los dedos de sus pies rozaban el costado de Fharannain; sus puños golpeaban las costillas del animal. Sorprendido por semejante tratamiento, el caballo retrocedió y levantó las patas delanteras. Caitlyn casi cayó al suelo.
—¡Maldición! —Connor logró controlar a la bestia y devolverla a la tierra tras unos momentos de lucha. Luego comenzó a galopar en dirección a la granja. Caitlyn tuvo que sujetarse con los dos brazos a la pierna musculosa de Connor para no caer debajo de las patas de Fharannain. El trayecto duró sólo unos minutos. Luego Connor se detuvo, saltó del caballo y pasó las riendas a Cormac que lo había seguido. Caitlyn vio cómo Connor la retiraba de la silla y la ponía por encima del hombro como si fuera una bolsa de semillas. Gritó una protesta y golpeó la espalda de su captor con los puños. Habría pataleado, pero él le mantenía las piernas bien sujetas.
—¡Déjeme ir! ¿Me escucha? —Connor atravesaba la puerta trasera con ella. Caitlyn profería maldiciones a viva voz mientras recorrían la cocina, pasaban delante de la señora McFee y su delantal y de Mickeen, que estaba cerca de la chimenea avivando el fuego. Los dos se dieron la vuelta para mirar. Caitlyn escupió camino del corredor.
—Mickeen, trae agua caliente para llenar la bañera en mi habitación. Señora McFee, necesitaremos algunas ropas secas. Ropas de mujer. ¡Todo lo que necesite para estar decentemente vestida! —Con esas instrucciones gritadas por encima del hombro, Connor subió la escalera de dos a dos escalones. Los sirvientes siguieron a su señor hasta el corredor con los ojos muy abiertos mientras este desaparecía por las escaleras con Caitlyn, que gritaba y maldecía. El rostro de la señora McFee se enrojeció ante las maldiciones, y ella y Mickeen intercambiaron una mirada significativa antes de disponerse a cumplir las órdenes de su amo. Las protestas de Caitlyn se elevaron a tal volumen que casi conmovieron a las vigas.
—¡Bájeme! —Fuera de sí, como sus golpes parecían no molestarlo en absoluto, hundió su cara en la espalda musculosa y lo mordió en el área carnosa encima de las costillas. El estaba sin chaqueta, vestido sólo con una camisa, pantalones y botas de montar negras. Con tan poca resistencia, los dientes de la joven penetraron en la carne.
—¡Maldición! —Mientras Connor gritaba de rabia y de dolor, Caitlyn salió despedida por el aire. Instintivamente levantó los brazos para protegerse la cabeza por el impacto anticipado cuando aterrizara en el duro suelo de madera. Pero se encontró acogida por una mullida cama de plumas. Eso fue peor que golpearse contra el suelo. Apenas tocó el colchón ya comenzó a revolcarse hacia el otro lado de la cama para salir de un salto.
—¡Lo mataré si me toca! —El terror le hizo palpitar el corazón en la garganta mientras se ponía en posición para volver a escapar. Connor, de pie en el lado opuesto de la inmensa cama, frunció el entrecejo y se frotó el costado herido.
—¡Muérdeme de nuevo y te separaré la piel de los huesos! ¡Dios es testigo de que lo haré!
Se miraron el uno al otro. Caitlyn observó más allá de Connor el contorno de la puerta que estaba abierta. Quizá podía conseguir la libertad. Pero Connor estaba en el camino, alto, fuerte y amenazador. Con esa mirada perturbadora en el rostro, no se parecía en nada al carilindo sajón que pensó que era al principio. Sin la chaqueta podía ver los hombros anchos y los fuertes músculos del pecho y los brazos, las caderas estrechas, las largas piernas musculosas. Era un hombre robusto. Pasar a través de él no sería fácil.
—¡Hijo del diablo! —Con los ojos enloquecidos, vio un cepillo de plata y un peine sobre la cómoda. Buscó el cepillo y se lo arrojó. Connor lo esquivó con una maldición y el objeto se estrelló contra la pared detrás de su cabeza. Antes de que pudiera recuperarse, Caitlyn arrojó el peine. También lo esquivó y rugió al incorporarse. Como esperaba, dio la vuelta hacia donde estaba ella, destilando furia por cada uno de los poros. Rápida como una gata, se revolcó por la cama y se dirigió a la puerta. Sus pies tocaron el suelo y luego una mano cerrada sobre su antebrazo la hizo volver a la cama. Cayó sobre su espalda y sus ropas mojadas ensuciaron el cubrecama. Connor se arrojó sobre ella, con ojos amenazadores y boca contorsionada por la furia. Caitlyn gritó por el temor de que la violara allí mismo. El grito estalló en el rostro de Connor en el momento en que la levantó en sus brazos.
Le dio la vuelta en el aire y la dejó con el rostro hacia abajo en sus rodillas. Mientras ella gritaba, maldecía y daba golpes al aire, él le administró una paliza en la parte trasera de sus pantalones. Su carne suave se encendía con cada golpe. Pero su orgullo le dolía más.
—¡No puede hacerme esto! ¡Lo mataré! ¡Lo mataré! ¡Maldito bastardo!
—¡He aguantado bastante tu boca sucia! ¡Y tu carácter! Te comportarás en esta casa, ¿entiendes?
Un fuerte golpe en el trasero enfatizó estas palabras. Caitlyn gritó, pataleó y maldijo.
—¿Entiendes? —La pregunta fue un rugido.
—¡No!
Le volvió a pegar.
—¿Entendiste?
—¡No! ¡Basta! ¡Maldito!
Le pegó una vez más.
—¡Está bien! —Ahora gemía tanto por la humillación como por el dolor. En toda su vida nunca nadie había hecho arrodillarse a Caitlyn O'Malley. Pero ahora estaba de rodillas, ante el hijo de Satán que la partiría en dos si no lo hacía. Y lo odiaba por eso. ¡Cómo lo odiaba!
—Muy bien. —La dejó deslizarse de su regazo. Se encogió en el suelo y se quedó allí un momento, avergonzada hasta lo más íntimo de su ser por su rendición. Su trasero le dolía y pedía venganza, pero la humillación que sentía era el peor dolor de todos. Luego el mal genio volvió a inundarle la cabeza y una furia ardiente colmó sus venas.
—¡Hijo de Satán! —De un salto se puso de pie antes de que él se diera cuenta de su intención y lo golpeó con el puño en el ojo derecho, con toda la fuerza que tenía. El golpe fue tan fuerte que lo hizo caer hacia atrás sobre la cama. Connor gritó de furia y de dolor. Caitlyn salió disparada hacia la puerta. Antes de que pudiera trasponerla él estaba encima de ella. Esta vez Caitlyn cayó sobre las duras planchas del suelo. El enorme peso de Connor aterrizó encima de ella. Asombrada, se quedó quieta un momento mientras él jadeaba.
—¿Necesitas ayuda, Conn?
Caitlyn miró hacia arriba y vio a Liam cuyas botas estaban plantadas a unos pocos metros de su cara. Detrás de Liam estaba Rory con una sonrisa ancha y detrás de él Cormac, también con una sonrisa. La señora McFee estaba en las escaleras con ropa en la mano y una expresión escandalizada en el rostro. Mickeen subía con dos cubos de agua caliente.
—¿No tenéis nada que hacer? —les reprendió Connor mientras se ponía de pie y arrastraba a Caitlyn hacia arriba con él. Por el momento estaba agotada pero, de todos modos, él mantuvo el brazo detrás de la espalda por seguridad mientras la empujaba al dormitorio.
—Sí. —Liam, apurado, empujó a sus hermanos para que bajaran. Mickeen se apresuró a verter el agua en la tina de baño escondida detrás de un biombo en una esquina del cuarto de Connor. La señora McFee, murmurando algo que enfatizaba con palabras como "¡Pecaminoso!" y "¡Herético!", siguió a Mickeen dentro de la habitación y colocó las ropas sobre la cama. Se dio la vuelta, cruzó los brazos y miró con severidad a Connor que sostenía a Caitlyn cautiva en el límite de la puerta.
—Quiero hacerle saber, su señoría, que no formaré parte de nada vergonzoso que ocurra en esta casa. ¡Qué idea! Una muchacha que se viste así y anda en compañía de hombres! ¡Y su vocabulario! Es pecaminoso y ¡está llena de pecado! ¡Este ser herético debe ser devuelto al lugar de donde vino! ¡Cuídese de que no lo arrastre en su camino hacia el infierno!
—No es más que una criatura, señora McFee, no creo que tenga más noción del pecado que un bebé. Y creo que todavía soy el amo aquí. —La voz de Connor era suave, pero hasta Caitlyn tembló con ese tono. La señora McFee se puso roja, luego bajó la cabeza y abandonó la habitación sin decir una palabra más.
—¿Necesita más agua, su señoría? Un cuarto de la tina está lleno.
—Eso será suficiente, Mickeen. Gracias. Puedes continuar con tu trabajo ahora.
—Sí, su señoría. —Su expresión de desaprobación cuando miró a Caitlyn dijo muchas cosas que no osó expresar en palabras después de la reprimenda a la señora McFee. Mickeen se marchó y cerró la puerta detrás de él. Connor arrastró a Caitlyn hacia la puerta y la cerró con una llave que colocó en el bolsillo.
—Te voy a soltar, pero no quiero otro escándalo más, ¿entendido?
Caitlyn asintió con una sacudida. Connor la liberó. De inmediato se dirigió al centro de la habitación y lo observó con cautela. Connor suspiró.
—Supongamos que te bañas, luego te vistes con la ropa que corresponde a tu sexo. Entonces podremos tener una conversación.
—Ya me he bañado esta semana. No necesito más.
Los ojos de Connor se entrecerraron.
—Estás empapada hasta los huesos y así debes estar tan fría como un bloque de hielo. Dudo que hayas estado seca desde que llegaste a Donoughmore. Ahora, no quiero que pese sobre mi conciencia que mueras de neumonía, por eso te digo que tomes un baño. Si no, muchachita, ¡yo mismo te pondré allí!
—¡No soy una muchacha!
—¡Maldición! ¡Ya basta de discusiones! ¡He dicho que te vas a bañar y lo harás! Y si quieres hacerlo en privado, entonces ¡no me saques de mis casillas! —Parecía al borde de un ataque. Los ojos de Caitlyn se agrandaron al comprender la importancia de su amenaza.
—Está bien. —Concedió de inmediato, mientras reflexionaba en secreto que eso significaba que la iba a dejar sola para realizar esa tarea. Era casi inconcebible que él fuera tan tonto como para cometer el mismo error dos veces, pero a caballo regalado no se le miran los dientes. Cuando saliera, treparía a una de las dos ventanas estrechas y escaparía de nuevo. Hizo todo lo posible para impedir que una sonrisa de triunfo se asomara a sus labios.
Los ojos de Connor se fijaron en los de ella. Estaba contenta de ver que la carne que rodeaba el ojo derecho estaba comenzando a hincharse en el lugar donde lo había golpeado. Esperaba que le quedara un ojo negro de recuerdo.
—Te daré quince minutos. Si no estás decente para entonces... —Dejó la amenaza colgando. Caitlyn asintió con la cabeza. Con una última mirada se fue de la habitación. Caitlyn escuchó la llave en la cerradura. Durante un largo rato estuvo apretándose las manos, temerosa de que él se quedara fuera y la escuchara abrir la ventana. Pero luego oyó que sus pasos se alejaban por el corredor. Contuvo el aliento hasta que escuchó que bajaba la escalera. Corrió de inmediato a la ventana más cercana. La abrió con dificultad, pero con todas sus fuerzas consiguió separar el espacio suficiente para que su cuerpo pasase. Sacó una pierna por encima del umbral, se quedó helada por un frío silbido. Con el corazón en la boca, miró hacia abajo y vio a Cormac que le sonreía.
—Ajá —dijo, señalándola con un dedo. Caitlyn maldijo y le escupió. Cormac rió mientras retrocedía. Al volver al interior de la alcoba, Caitlyn volvió a maldecir con la convicción de que estaba derrotada. Esta vez no tenía escape. Para descargarse, tomó la jarra blanca que estaba en la palangana para lavarse y la hizo estrellar contra la puerta. El ruido le resultó gratificante. Acababa de tomar la palangana para que siguiera el camino de su compañera cuando oyó que la llave giraba en la cerradura. Connor atravesó la puerta con los ojos encendidos. Caitlyn arrojó la palangana a su cabeza.
Esta vez logró golpearlo. El objeto se estrelló contra el hombro de Connor. Con un rugido furioso cruzó la habitación hacia donde estaba ella. Caitlyn empezó a correr, pero él se le echó encima de inmediato y comenzó a sacudirla.
—¡Maldición. No soportaré más tus berrinches! ¡No romperás nada más en esta casa y te sacaré de tu miserable escondite! ¿Entendido? —rugió. Su furia era aterradora. Hasta atemorizó a Caitlyn.
—¡Sí! ¡Entendido! —Los ojos de Connor eran pozos de fuego líquido.
—Como no te bañarás sola, ¡yo lo haré por ti! Aprenderás que yo soy el amo aquí, ¡y que debes obedecerme! Sí, aprenderás, no importa cuánto sufras con las lecciones.
Su enfado era tan feroz que tenía vida propia. Caitlyn, todavía conmocionada, sólo pudo gritar en protesta cuando él envolvió una mano en la tela harapienta del cuello de su camisa y la tiró hacia abajo. De pronto, la tela se abrió hasta la cintura y Connor dejó de sacudirla. Fijó los ojos en su pecho con expresión perturbada. Al mirar hacia abajo, Caitlyn vio sus dos pequeños pero inconfundibles pechos femeninos apuntando hacia él. Hubo un momento de silencio ensordecedor. Luego, por primera vez desde que era una pequeña niña, rompió a llorar.