Capítulo 11
FIEL a su palabra, Connor le enseñó a cabalgar. No tenía una montura para mujer, lo que la obligó a aprender a cabalgar a horcajadas, pero el mayor de los d'Arcy prometió rectificar la omisión en su próximo viaje a Dublín. Mientras tanto le permitían usar pantalones durante la corta sesión diaria. Aunque podía pasar hasta una hora, el tiempo siempre le parecía poco. Caitlyn descubrió que le encantaba estar sobre un caballo. Y le encantaba aún más la atención exclusiva de Connor.
—Tienes un don natural —dijo Connor con admiración al verla rodear sola la pradera al final de la primera lección. Para las prácticas había elegido una yegua manchada llamada Belinda. Pronto Caitlyn dominó los conocimientos esenciales y después de eso fue cuestión de refinar la técnica. Connor sólo le daba algunos consejos cuando cabalgaban a paso tranquilo para que ella explorase la campiña. Si él no estaba disponible, uno de los d'Arcy más jóvenes la controlaba, aunque había muchas más discusiones, en particular cuando la acompañaba Cormac. Ella no discutía con Connor, cuya compañía prefería a la de todos los demás. Había desarrollado un respeto por él que lindaba con el culto a un héroe, y cuando cabalgaban juntos se le iluminaba el día.
Con reticencias y debido a la insistencia de Connor, aceptó ayudar a la señora McFee en las tareas de la casa por la mañana a cambio de que le permitieran realizar tareas en el exterior por la tarde. Trabajaba bajo la supervisión de Rory o Mickeen, que estaban a cargo del cuidado diario de las ovejas. Se convirtió en una más que adecuada pastora después de comprender que esas tontas criaturas le temían a ella más de lo que a ella la aterrorizaban. A veces iba con Cormac a controlar a los campesinos que cortaban la turba que encendía el fuego o alimentaba a los animales en el invierno, y cuando Cormac tomaba una guadaña para ayudarlos, ella hacía lo mismo. Era fuerte para su tamaño y se las arreglaba bastante bien. Si el tiempo era malo, se retiraba al despacho con Liam o Connor, donde aprendía a llevar los libros de la granja. Lo que más le disgustaba era ayudar en el sacrificio de los animales, lo que era necesario cada tanto si querían tener carne en la mesa y seleccionar el ganado. Pero lo que era justo era justo, si todos los d'Arcy se turnaban según quien estuviera disponible, entonces ella no podía evadirse. Después de un tiempo, su estómago dejó de amenazar con desgraciarla y fue capaz de ser tan profesional como cualquiera de los demás.
Connor viajaba a Dublín una vez cada dos meses para buscar provisiones, la correspondencia y cualquier cosa que se necesitara. A veces cargaba una o dos ovejas en el carro para venderlas. Como había dicho, en el primer viaje después que Caitlyn aprendiera a cabalgar obtuvo una montura de mujer. Caitlyn quiso protestar pero se contuvo. Connor había dicho que tenía que aprender a montar de lado si deseaba cabalgar, y ella no tenía ganas de discutir con él sobre un asunto en el cual no cedería. Por lo tanto, tuvo que transferir todo lo que había aprendido a la nueva silla mientras pensaba que ser mujer no implicaba más que molestias. Las faldas eran una creación del mismo diablo y, ¡era probable que ella se partiera el cuello de un modo o de otro! Pero pronto pudo montar a jamugas tan bien como a horcajadas y Connor comenzó a permitirle que lo acompañara mientras trabajaba en la granja.
Unos cuatro meses después de que Connor le hubiese ofrecido su primer "empleo honesto", cabalgaba con él junto a los muros de piedra que cercaban la propiedad, controlando dónde se necesitaba alguna reparación. Acababa de pasar el mediodía de un encantador día de agosto y los rododendros florecían junto a la pared de piedra. Connor había desmontado para reparar un desmoronamiento y reemplazar las piedras él mismo en lugar de enviar trabajadores para que lo hicieran otro día. Caitlyn trató de ayudarlo, pero él le contestó con brusquedad que era más un estorbo que una ayuda. Ella sonrió para sus adentros; si hubiera sido uno de sus hermanos o cualquiera de sus hombres la habría puesto a trabajar de inmediato, pero Connor rara vez parecía perder de vista el hecho de que era una muchacha, aunque los otros lo hicieran a menudo y ella misma la mayor parte del tiempo.
Caitlyn caminaba junto al muro y admiraba los colores de las flores. Cada tanto hacía una pausa para respirar su hermosa fragancia. Había un arroyo que cruzaba un grupo de pinos achaparrados al pie de la pradera. Se encaminó hacia allí —tenía calor y quería beber— y volvió a sonreír para sus adentros. Su vida había sobrellevado un cambio drástico en los últimos meses. No sólo había conseguido una casa y seguridad, sino que los d'Arcy eran casi como una familia para ella. Habían sido mucho más gentiles de lo que había esperado el primer día cuando Connor la llevó pataleando y gritando por las escaleras para arrojarla a la cama. Aunque Cormac y Rory podían burlarse de ella, Liam retarla y Connor enfurecerse con ella, no temía lo más mínimo a ninguno de los cuatro. Nadie había tratado nunca de lastimarla de ningún modo, y ahora sabía que nunca lo harían. Eran hombres buenos los d'Arcy, más gentiles y caballeros de lo que ella había imaginado...
—Hola, pequeña. ¿Qué estás haciendo en mi propiedad? Caitlyn estaba tan absorta en sus pensamientos que no se había dado cuenta de la presencia del hombre que estaba en el borde del matorral, quizás a tres metros de ella. Sabiendo que Connor estaba a poca distancia, no sintió miedo sino que lo miró con curiosidad. Llevaba una escopeta en los brazos y por su aspecto y el ave muerta que colgaba de su cintura, comprendió que había estado cazando. Quizá tenía unos cuarenta y cinco años, delgado y alto, de cabello fino y ojos gris claro. Su complexión era pálida, casi tan blanca como la de ella. Sus facciones eran regulares y aunque no precisamente guapo, no dejaba de ser atractivo. Caitlyn le sonrió y los ojos del caballero se agrandaron y luego se entrecerraron.
—¿Quién es usted? —le preguntó con un tono diferente.
Caitlyn le dijo su nombre y repitió:
—¿Quién es usted?
—Sir Edward Dunne. Está en mi propiedad. —Señaló con el arma el terreno donde estaba parada.
—Pensé que eran tierras de d'Arcy.
Sir Edward sacudió la cabeza.
—El arroyo marca el límite. Cuando se cruza, se entra en mis tierras. ¿Vive en Donoughmore?
Caitlyn asintió. Habría dicho algo más —no había razón para no hacerlo— cuando Connor apareció y habló de manera cortante.
—Sí, vive en Donoughmore. En la casa, para ser precisos. Es nuestra prima que acaba de quedar huérfana y ha venido a vivir con nosotros.
Caitlyn escuchó esto y se preguntó por qué Connor mentiría. Se esforzó por no parecer sorprendida. Estaba dispuesta a continuar cualquier historia que Connor inventara y estaba contenta de que él hubiera llegado cuando lo hizo, si no, ella habría dicho algo muy distinto. La verdad.
Las cejas de sir Edward se levantaron.
—Hay que felicitarlo, d'Arcy, al conseguir una... prima así. Va a ser muy bonita cuando crezca. —Había cierta animosidad subyacente en las palabras que Caitlyn no entendía.
—Tiene toda mi protección, sir Edward. —La voz de Connor fue dura. Caitlyn lo miró con ojos especuladores. Era indudable que existían malos sentimientos entre ellos.
—Y se regocija con eso, estoy seguro. —La respuesta de sir Edward fue suave como la seda. Caitlyn no podía imaginar la causa de las tensiones subyacentes en la conversación, pero el instinto la llevó a cruzar el arroyo y acercarse a Connor. El la miró sin sonreír, y apoyó sus manos en los hombros de la muchacha.
—Nos vamos. Buenos días, sir Edward. —Connor fue cortante.
—Buenos días, d'Arcy. Ha sido un placer conocerla, mi querida señorita O'Malley. Ah... ¿la querida Meredith ha tenido el placer de conocer a su joven... prima, d'Arcy?
—No todavía —replicó Connor con sequedad, retirando sus manos de los hombros de Caitlyn. Una de ellas tomó el brazo de la joven y la condujo por el camino por el que habían venido.
—Tendré el placer de informarle de la reciente incorporación a la familia —dijo sir Edward por encima del hombro, riendo. Ya estaban en la pradera abierta de nuevo y los árboles los separaban de sir Edward.
Después de una mirada de reojo al rostro preocupado de Connor, Caitlyn permaneció en silencio hasta que él la sentó en la silla y montó para volver hacia Donoughmore.
—¿Quién es él? —se refrenó. Aunque llamaba a Cormac, Rory y Liam por sus nombres de pila, como todos en la granja, se sentía incómoda al tratar con tanta familiaridad a Connor. Excepto sus hermanos, todos lo llamaban "su señoría". Pero también se sentía incómoda llamándolo así, por eso en general no lo nombraba de ninguna manera cuando estaba con él y sólo lo llamaba Connor cuando pensaba en él.
—Sir Edward Dunne. Es dueño de Ballymara, la propiedad que linda con Donoughmore hacia el Norte.
Esto no agregaba nada a lo que ya sabía, y por la mueca de la boca de Connor había mucho más que decir. Por eso insistió.
—¿Por qué decirle que yo era una prima? Sus ojos color de agua la rodearon. —Es un mal hombre para una joven muchacha, en especial, si se trata de una joven criada. No piensa en nada más que obtener placer cuando puede, quiera o no la joven. Al decir que eres mi prima, al menos se lo haré pensar dos veces antes de abusar de ti cuando te encuentre desprotegida.
Sus ojos estaban llenos de tal turbulencia que Caitlyn abandonó el tema. Pero cuando Connor la devolvió al establo y volvió a salir con Fharannain como si tuviera al diablo en los talones, Caitlyn no perdió ni un minuto en acorralar a Cormac, que estaba en el establo luchando por dar de beber una poción a una oveja enferma.
—Cormac, ¿qué puedes decirme de sir Edward Dunne? —preguntó sin preámbulos. Cormac apenas la miró. La oveja estaba sacudiendo la cabeza como una víbora mientras trataba de administrarle el líquido amarillento. Por las manchas amarillas que adornaban sus ropas, era obvio que ya lo había intentado varias veces sin éxito.
—Siéntate en la cabeza de la maldita bestia, ¿quieres? —gruñó. Luego, la oveja levantó una de las patas y lo alcanzó en la pierna. Maldijo y murmuró con furia contenida—: ¡Odio a las malditas ovejas!
Caitlyn hizo lo que le pidió y se sentó sobre el cuello de la oveja mientras le sujetaba la cabeza con las rodillas. De ese modo, Cormac logró verter la mayor parte de la maloliente poción en el garguero del animal, luego se incorporó y se limpió la frente con alivio. Caitlyn se puso de pie y Cormac pronto se alejó de la oveja que había comenzado a gritar. A duras penas se paró y se dirigió al extremo opuesto del establo. Cormac salió y Caitlyn lo siguió.
—Cormac, ¡háblame de sir Edward Dunne! —insistió mientras él cerraba la puerta del establo y miraba con malos ojos a la oveja que balaba.
Esta vez logró su atención.
—¿Así que te has encontrado con sir Edward? Espero que no estuvieras sola.
Caitlyn negó con la cabeza.
—Connor estaba conmigo. Parece que no se llevan muy bien.
Cormac asintió.
—Connor odia a sir Edward y supongo que sir Edward no lo aprecia más a Connor. Sir Edward pensaba adquirir Donoughmore, cuando nuestro padre murió, pues las Leyes Penales prohibían que los católicos heredaran la tierra. Incluso hizo una oferta por la propiedad a la Corona. Pero lo que sir Edward no sabía era que mi padre crió a Connor como protestante para impedir justamente eso. Connor sólo tuvo que probar que no era católico. Por eso se permitió que Connor heredara después de todo.
—¿Connor es protestante? —Caitlyn recordó que Mickeen había contado esa historia cuando llegaron a Donoughmore pero, en ese entonces, ella no estaba tan interesada por la parte de la saga que afectaba a Connor. Cormac la miró brevemente.
—Sí, aunque el resto de nosotros somos católicos. Mi padre habría hecho cualquier cosa por conservar la tierra de la familia, y así lo hizo. Siempre temió que se la quitaran mientras vivía, aunque eso nunca sucedió por las conexiones de mi abuela materna en la Corte. Pero él sabía que después de su muerte no habría forma de salvar la tierra si su heredero pertenecía a la Verdadera Iglesia.
—Pero eso no explica por qué Connor odia a sir Edward en particular.
Cormac sonrió con amargura.
—Ah, verás. Sir Edward siempre ha deseado Donoughmore. Duplicaría el tamaño de sus posesiones. Y nuestro padre murió violentamente, en el momento en que el castillo se incendió. Connor cree, y todos nosotros también, que sir Edward está detrás de lo que sucedió.
—¿La Fuinneog an Mhurdair? —recordó Caitlyn que sólo había retenido esas palabras en gaélico.
—Entonces, ¿has oído acerca de eso? Sí, pero no tenemos pruebas y Connor no matará a un hombre sólo porque sospecha de él. Pero mantente lejos de sir Edward. Es un mal tipo.
—Eso es lo que dijo tu hermano. Le dijo a sir Edward que era vuestra prima.
La expresión triste se desvaneció del rostro de Cormac para ser reemplazada por una sonrisa.
—¿Sí? Pienso que a Conn le gusta tener una muchachita alrededor. Aviva un poco las cosas. De hecho, en el poco tiempo que has estado con nosotros, te has hecho un lugar por ti misma, pequeña Caitlyn.
Esta conversación avergonzó a Caitlyn, que no estaba acostumbrada a recibir muestras de afecto de ningún tipo. Sonrió con timidez y luego recordó algo. La sonrisa se transformó rápidamente en un entrecejo fruncido.
—No hay necesidad de que me llames "pequeña Caitlyn" con ese tono protector. No eres mucho mayor que yo.
—Tengo dieciocho —dijo Cormac con aire de alguien mayor.
—Bueno, yo tengo dieciséis —replicó Caitlyn—. No soy una niña, de modo que puedes dejar de comportarte como si lo fuera.
—¡No eres más que un bebé!
—¡Yo...!
—¿Otra vez los dos peleando? —Liam se había acercado sin que ninguno de los dos lo escuchara. Sacudió la cabeza—. Cormac, ¿diste el remedio a la oveja?
—Bueno, hay tres más que lo necesitan y Rory ha traído ya dos. Puedes empezar con ellas mientras trae la tercera.
Cormac protestó, pero fue a hacer lo que Liam le indicaba. Caitlyn lo siguió en respuesta al deseo de Cormac de que lo ayudara. En otras palabras, él quería que se sentara en la cabeza de las víctimas. Trabajando en conjunto no les llevaría mucho tiempo terminar con las ovejas. Cuando acabaron y salieron del establo, Caitlyn se atrevió a hacer otra pregunta que la perturbaba.
—Cormac, ¿piensas que soy... bonita?
La miró sorprendido. Caitlyn se sonrojó hasta las raíces del cabello.
—¿Tú, bonita? —se rió—. ¿O'Malley el mendigo, bonita? Dios mío, ¿de dónde has sacado eso?
El rechazo de esta idea como ridícula encendió la ira de Caitlyn.
—Sir Edward dijo que sería bella cuando creciera.
Cormac rió de nuevo.
—Siempre pensé que sir Edward no tenía cerebro. Ahora lo he comprobado.
Furiosa, Caitlyn dobló el puño y lo golpeó en las costillas con toda la fuerza que O'Malley hubiera usado. Después de dejarlo frotándose el costado, se marchó hacia la casa.