Capítulo 26
VOLVIÓ a ver a Connor durante la cena. Aunque trató de ignorarlo, se sintió aliviada al verlo allí. Había estado más que asustada de pensar que había escoltado a la señora Congreve a su casa, o quizá que había vuelto a Dublín, como ocurrió después de su última sesión de sexo frustrada. Pero allí estaba sentado, a la cabecera de la mesa como siempre, enfadado y silencioso, pero presente. Caitlyn sintió un gran alivio.
Era difícil ignorar a un hombre cuando se le estaba sirviendo la comida. Impedida de ayudar en la cocina por demanda popular —los cuatro d'Arcy habían quedado asombrados de la cantidad de objetos extraños que su mano inexperta había hecho aparecer en la comida cuando la señora McFee le trataba de enseñar los rudimentos del arte culinario—, Caitlyn había sido condenada a ayudar a servir la comida. Se hizo sitio alrededor de la mesa para arrojar las patatas hervidas a los platos de porcelana. Tenía el entrecejo fruncido y las patatas aterrizaban con un sonido audible y salpicando considerablemente.
Aunque a Connor, como jefe de la casa, le servían en general en primer lugar, ella con deliberación lo había dejado para el final como una pequeña venganza. Su labio se torció de satisfacción cuando descubrió que, para cuando llegó a su plato, sólo quedaban tres pequeñas patatas.
—¡Cuida lo que haces! —le respondió la señora McFee cuando Caitlyn decidió pasar por alto deliberadamente el plato de Connor. Este le envió a Caitlyn una mirada punzante. Los dos tenían la misma expresión malhumorada pero no decían nada. Las patatas deformes aterrizaron a escasos milímetros del borde del plato, donde temblaron de un modo precario un momento antes de deslizarse hacia los trozos de cordero que estaban en el centro.
—Caitlyn está de mal humor —observó Cormac burlonamente; sus ojos de avellana brillaron cuando ella apoyó la fuente vacía con un golpe antes de tomar asiento.
Caitlyn lo miró con odio desde el otro lado de la mesa a modo de respuesta. Cormac sonrió y abrió la boca para decir algo más. Una mirada sorprendida apareció en su rostro.
—Eh, ¿por qué me das patadas? —preguntó asombrado mientras miraba a Liam.
—Cállate, idiota —le aconsejó Liam por lo bajo. La atención de Connor se dirigió por un momento a Rory que le preguntaba algo sobre las ovejas y que obtuvo un rugido por respuesta. Liam aprovechó la oportunidad abierta por su hermano mayor para echar una mirada significativa a Connor y luego a Caitlyn. Esta, que no menospreció la importancia de la mirada, se sonrojó. Los ojos de Cormac se agrandaron al ver la expresión tensa de Connor y casi la misma en el rostro de Caitlyn.
—¿Que estáis murmurando los dos? —La pregunta de Connor fue tajante. Perforado por la mirada enemiga de su hermano mayor, Cormac dudó, luego se encogió de hombros y volvió su atención al plato. Liam también se quedó en silencio. Connor los miró un momento y luego se concentró en su propia comida. Nadie habló durante el resto de la cena excepto para decir cosas como:
—Por favor, pásame el pan.
Acababan de levantarse de la mesa cuando la señora McFee apareció con un par de guantes de montar en la mano.
—He encontrado esto en el recibidor, su señoría. La señora los dejó. —Dirigió una mirada triunfante a Caitlyn mientras hablaba. Los ojos de la joven se entrecerraron y se puso rígida. Como se estaba levantando, esto provocó que la silla se deslizara hacia atrás. Liam la sujetó al instante y la volvió a poner derecha. Caitlyn apenas se dio cuenta. Sus ojos, incendiados de furia, estaban fijos en Connor. El miró a la señora McFee y extendió la mano para recoger los guantes.
—Gracias. —Los aceptó sin cambiar de expresión y se los llevó con él cuando salió de la habitación.
El rostro de Caitlyn fue haciéndose cada vez más feroz mientras ayudaba a la señora McFee a quitar la mesa y lavar la vajilla. Por supuesto, Connor ¡ría a devolverle los malditos guantes. Seguramente iría esa misma noche... ¡y se quedaría en la cama de esa víbora! Eso era lo que se había propuesto al dejar los guantes en el recibidor. Ni por un momento Caitlyn creyó que se tratara de un olvido accidental. Era un plan deliberado, ¡y Connor iba a caer en él! "Caer en él" no era la expresión correcta. Connor era un hombre adulto y para nada tonto y sabía muy bien lo que la señora Congreve quería. No lo obligarían a hacer nada que no quisiera. Lo que dejó a Caitlyn con la molesta conclusión de que si terminaba en la cama de la señora Congreve, era porque ese era el lugar donde quería estar. ¡Y ella temía tanto que eso fuera verdad!
El silencio de la señora McFee no mejoraba en lo más mínimo el carácter de Caitlyn. Aunque la mujer no tenía idea del grado de relación que unía a Caitlyn y su señor, tendría que haber sido sorda, ciega y tonta para no darse cuenta de la tensión que había en los últimos tiempos cada vez que los dos se encontraban en la misma habitación. Ella desde el principio estuvo convencida de las intenciones de Caitlyn hacia Connor. Ahora que parecía que sus peores predicciones podían convertirse en realidad, estaba haciendo todo lo posible para frustrar lo que percibía como planes malignos de Caitlyn. Ese era el motivo por el cual esa noche el lavado de los platos tardó mucho más de lo acostumbrado. La mujer quería retener a Caitlyn en la cocina mientras le fuera posible.
Finalmente Caitlyn tuvo suficiente con las miradas de reojo y el trabajo a paso de tortuga y golpeó el plato que estaba secando.
—Si desea ir a su casa, deje que yo termine sola —le dijo de mal modo.
—Un momento, no eres tú quien tenga que decirme cuándo ir a casa. Trabajo para la familia, y para su señoría en particular. No para una pequeña trepadora.
Caitlyn la miró largo rato, tratando de controlar la necesidad de romperle el plato que acababa de terminar de secar en su rostro agrio. Los insultos de la señora McFee y las negras predicciones de los males que su presencia pudiera acarrear a todos los habitantes de Donoughmore eran más o menos constantes, y Caitlyn ya estaba en gran medida acostumbrada a ellos. Nunca le había gustado a la mujer. Esa noche su disgusto era con Connor, no con la señora McFee. El plato que estaba a punto de arrojar debía romperse en la cabeza de Connor, no en la de la criada.
—Puede terminar sola, entonces. Tengo cosas más importantes que hacer.
—¡Hum! ¡Para la ayuda que me das, de todos modos! —dijo a espaldas de Caitlyn. La joven apretó los dientes y decidió ignorar a la mujer. En un momento la señora McFee se envolvería en su chal y partiría para su casa en el pueblo hasta la mañana siguiente. Mientras tanto, Caitlyn liberaría su enojo en el recipiente adecuado. La sola idea de Connor intercambiando con la señora Congreve el tipo de intimidades que había compartido con ella en el establo la hacía hervir de furia. Era un cerdo, ¡y ella estaba dispuesta a decírselo!
Los d'Arcy se reunían en general en la sala después de la cena. Rory y Cormac estaban allí, sentados en los mullidos sillones de brocado dorado que adornaban a los lados de una enorme chimenea. En ese momento los sillones habían sido corridos hacia adelante de modo que se enfrentaban el uno al otro delante del fuego. Había una mesa entre ellos con un tablero de ajedrez. Cormac y Rory discutían acaloradamente pero en voz baja por el juego. Ni Connor ni Liam estaban.
—¿Dónde está Connor? —Preguntó Caitlyn con un aire de beligerancia al considerar la posibilidad de que ya hubiera salido para devolverle los guantes a la señora Congreve.
—Créeme, no querrás ver a Connor en este momento —le dijo Rory—. Después de la cena discutió con Cormac y conmigo, y en este momento está arriba torturando a Liam por un error que ha cometido con los libros.
—Así que está —Caitlyn dio media vuelta dispuesta a subir las escaleras para enfrentarse a Connor en el despacho. Si él quería pelea, la tendría.
—Está de muy mal humor. Yo lo dejaría si fuera tú —insistió Rory.
—Como ella es la causa, se merece que se descargue con ella —le dijo Cormac a Rory.
La puerta del despacho estaba entreabierta. Sin siquiera la cortesía de llamar, Caitlyn la abrió por completo para descubrir a Liam sentado detrás del escritorio y a Connor inclinado sobre él señalándole algo. Los dos se detuvieron ante su intempestuosa entrada. La expresión inquisidora de Liam cambió rápido a una de temor al ver la furia que crecía en los ojos de Connor.
—Quiero hablar contigo —dijo a Connor, ignorando por completo a Liam.
—No tengo tiempo para berrinches de niñata ahora. Como puedes ver estoy ocupado. —El tono de Connor era duro, como sus palabras.
Berrinches de niñata, ¿eh? ¡Cómo se atrevía!
—Así que vuelvo a ser una niña, ¿no es cierto? No eres más que un hipócrita, Connor d'Arcy, ¡y esa es la verdad!
—¡Y tú eres la muchachita más persistente que he tenido la desgracia de conocer! —gruñó Connor. Se enderezó, dio un paso y se detuvo con un visible esfuerzo con las manos a los costados.
—¡Cobarde! —Caitlyn se enfrentó con los puños en las caderas y los ojos incendiados.
—¡Jezabel!
—¿Jezabel? —Indignada, Caitlyn apenas podía hacer otra cosa que repetir el insulto—. ¡Jezabel!
—¡Sí, Jezabel! ¡Sólo una Jezabel seguiría atormentando a un hombre que no quiere nada de ella!
—¡Conn...! —Alarmado, Liam trató de intervenir con una expresión aterrorizada en el rostro.
—¿Así que no quieres nada de mí? ¡Eso es una mentira y tú lo sabes, Connor d'Arcy! ¡Me deseas! ¡Sólo que eres un cobarde para tomar lo que quieres!
—Si tú estás todo el tiempo acosándome...
—¿Acosándote a ti?
—¡Conn! —Liam parecía cada vez más indignado. Miraba desesperado a los dos, pero lo ignoraban.
—¿Cómo lo llamarías? Te amo, Connor; quiero que me beses, Connor —la imitaba con crueldad—. ¿Si escucharas a otra mujer decir eso a un hombre, no considerarías que se está arrojando sobre él?
Con este golpe bajo, lanzado delante de Liam que tenía las orejas rojas de lo incómodo que se sentía, Caitlyn se puso tan furiosa que no pudo pronunciar palabra durante un minuto. En ese tiempo su enfado se unió a un dolor agudo que crecía con cada latido del corazón, pero no permitió que ninguno lo percibiera. Ni siquiera se animó a reconocerlo ante sí misma.
—¡Maldito bastardo! —Cuando pudo volver a hablar, arrojó las palabras como piedras.
—¡Has ido demasiado lejos, Connor! —dijo Liam poniéndose de pie de un salto y apoyando una mano en el brazo de su hermano.
—¡Todavía no! —La voz de Connor era salvaje; sus ojos no se apartaban del rostro pálido de Caitlyn. Luego, algo en la expresión de la joven hizo que su boca se pusiera rígida y mirara hacia la mano de su hermano que lo sujetaba. En sus ojos había violencia.
—¡Quítate de mi camino! —dijo entre dientes. Como Liam no se movió, Connor se lo quitó de encima y pasó frente a Caitlyn y salió de la habitación. Caitlyn y Liam se miraron mientras el sonido de las botas de Connor en la escalera retumbaba en sus cabezas.
—No quería decir eso, sabes —dijo Liam después de un momento de tenso silencio.
—¿No?—dijo con dureza Caitlyn.
—Sabes que no. Conoces a Conn. —Liam sacudió la cabeza y se acercó a ella para darle unas palmaditas en el hombro como un torpe consuelo—. Se descontrola, dice cosas que no siente y luego todo se olvida.
—No en mi caso —dijo Caitlyn con helada convicción—. No esta vez. Tu precioso hermano puede irse al infierno en lo que a mí concierne.