Capítulo 26
—¿Qué diablos...? — Nick la agarró de los brazos mientras ella se convulsionaba encima de él, con una expresión de alarma en el rostro.
Aparentemente sobresaltada por toda aquella conmoción, la pálida sombra que era Muffy saltó con toda la gracia de un rinoceronte del hueco de la espalda de Jenna al colchón, donde se hizo un ovillo, a menos de un palmo del codo de Nick, para luego envolverse con su peluda cola y contemplar a aquel par de humanos tan alterados con unos ojos muy grandes que brillaban con obvio desagrado.
—Por Dios, menudo susto que me he llevado. — Nick volvió a dejarse caer sobre la cama con un suspiro de alivio, tirando de una almohada que había quedado precariamente suspendida cerca del borde para ponérsela debajo de la cabeza. Ahora que el atacante había sido identificado como la gata, toda su atención estaba concentrada en Jenna, que había rodado encima de él durante aquellos frenéticos primeros segundos y en ese momento combinaba el frotarse su espalda recién maltratada y el levantarse de la cama con la intención de ir a por la toalla.
—¿Tú? — Consciente de que Nick no apartaba la mirada de su trasero desnudo, se volvió de lado y dobló las rodillas en un esfuerzo por recoger la toalla de la forma más garbosa posible, al tiempo que intentaba no ofrecerle unas vistas demasiado explícitas durante el proceso—. Me saltó a la espalda. Con todas las uñas fuera.
—Qué gatita más mala — dijo Nick, no muy severamente, y añadió—: Espera un momento. ¿Adónde vas?
Envolviéndose con la toalla, Jenna sintió que controlaba un poquito más la situación. El polvo había sido increíble: devastador, como para tirar cohetes, todo lo que quisiera y más. ¿Lo de descubrir que estaba enamorada de Nick? No tanto. Él había dicho que estaba loco por ella, pero ¿qué significaba eso exactamente? Los hombres decían toda clase de cosas cuando estaban intentando llevarse una mujer a la cama. No tenía por qué significar necesariamente lo mismo que el amor. De todas formas, hacerle saber que estaba enamorada de él había puesto en las manos de Nick todas las clases posibles de poder, un poder que ella no estaba segura de que quisiera otorgarle. Naturalmente, la confesión se le había escapado tontamente en un momento de insensatez.
Jenna se sentía razonablemente segura de que era de eso de lo que él quería hablar. Y ella no quería hablar de ello, no hasta que hubiera tenido tiempo de acostumbrarse a la idea. Hasta que se hubiera acostumbrado a volver a ser ella misma, con todos los detalles firmemente asentados en su mente.
—Al cuarto de baño... — Se volvió para mirarlo. Pero la visión de él allí, tumbado en la cama con un brazo debajo de la cabeza, completamente desnudo sin que ello pareciera incomodarlo en lo más mínimo, mientras acariciaba a la gata, era tan deslumbrante que se calló sin llegar a terminar la frase. Nick estaba buenísimo, de eso no cabía duda. Y estaba claro que también le gustaban los animales. Muffy estaba tan extasiada que parecía un angelote peludo, con los ojos a medio mástil y una sonrisa de satisfacción felina en la cara. Era imposible estar segura con el zumbido del aire acondicionado, pero Jenna habría jurado que la gata estaba ronroneando. Por ridículo que fuese, sintió lo que casi era una punzada de celos. Muffy nunca la había mirado así. Entonces frunció el entrecejo cuando la realidad impuso su dominio—. Espera un momento. Esa gata no es mía.
—No — estuvo de acuerdo Nick mientras le rascaba las orejas a Muffy. Si había un nirvana para los gatos, Muffy parecía haberlo alcanzado.
—Es de Katharine. De la auténtica Katharine.
—Cierto.
—No me extraña que... — dijo Jenna, y se calló al ver que Nick fruncía el ceño y volvía la mirada hacia Muffy. Sus dedos estaban enterrados en la espesa mata de pelo bajo su hocico. Cuando salieron de allí, sujetaban la tarjetita que Jenna había descubierto previamente.
—Madre de Dios — dijo Nick, contemplando el rectángulo de plástico como si acabara de encontrar oro—. Me parece que es una de esas tarjetitas que puedes meter en el ordenador para usarlas como disco extraíble. ¿Qué diablos está haciendo un disco extraíble colgado del cuello de esta gata?
—Ni idea — dijo Jenna, mirando también la cosa que Nick tenía en la mano.
Muffy, súbitamente aprisionada, empezaba a parecer un poquito alterada. Movió la cola, los ojos se le agrandaron y echó la cabeza hacia atrás. Cuando Nick le pasó el collar por la cabeza, le lanzó una mirada ofendida. Luego se levantó, sacudió la cabeza y fue hacia los pies de la cama, donde volvió a hacerse un ovillo con el lomo vuelto hacía ellos. Claramente, Nick había perdido su favor.
Nick se sentó en la cama, sacó las piernas pasándolas por el borde, encendió la lámpara que había al lado y contempló el pequeño rectángulo de plástico gris suspendido del collar de cuero azul pálido. Había sido unido al aro para el chip de identificación mediante un anillito metálico. Era evidente que alguien lo había puesto allí deliberadamente.
—Ella escondió esta cosa en la gata — dijo Nick, cogiendo la tarjeta para examinarla con más atención—. Katharine, quiero decir. No sé qué habrá grabado en ella, pero he de admitir que es un buen escondite. Esto es algo que ella no quiere que sea encontrado por nadie.
Jenna frunció el ceño.
—Puede que eso sea lo que andaban buscando. Los hombres que entraron en mi casa. No encontraron lo que querían en la caja fuerte, recuerda. El otro tío volvió al día siguiente.
Nick la miró a los ojos mientras se hacía un silencio que no podía ser más elocuente.
—Puede que sí — dijo finalmente.
Había una creciente excitación en su rostro. Dejó el collar encima de la mesita de noche, se levantó de la cama y fue a coger sus ropas. A diferencia de ella, notó Jenna, él no hizo ningún esfuerzo por encontrar un ángulo favorecedor mientras se inclinaba. Claro que Nick no parecía tener ningún ángulo desfavorecedor. Todo él era músculo y lisa piel dorada.
—Hay una forma de averiguarlo. — Se puso los calzoncillos y a continuación los pantalones—. Tengo un ordenador portátil en mi coche. Conectaremos a esta pequeñina a mi portátil y veremos qué contiene.
—¿Qué crees que hay en ella?
—Ni idea. — Se subió la cremallera, se puso la camiseta y se calzó sin molestarse en ponerse los calcetines—. Pero conociendo a Katharine, me interesa muchísimo averiguarlo. — Fue hacia la puerta—. Enseguida vuelvo.
Jenna sintió una punzada de ansiedad.
—¿Me lo prometes? — preguntó mientras lo seguía con la mirada.
—Oh, sí.
Luego se fue. Jenna lo oyó ir por el pasillo y a través de la sala de estar, oyó abrirse y cerrarse la puerta, oyó el tenue chasquido de la cerradura. Entonces se le ocurrió que era una ocasión maravillosa para vestirse. Pensó en las bragas y la camiseta que se había quitado en el cuarto de baño, cayó en la cuenta de que si el resto de su persona había estado cubierto de sangre aquellas prendas probablemente también lo estarían, y se estremeció. Un momento. Nick había dicho que le había comprado unas cuantas cosas, y Jenna se preguntó si se referiría a ropa. Abrió la puerta del armario y encontró una bolsa de Macy's en el suelo. Dentro de la bolsa había dos conjuntos de sedosa ropa interior, dos pares de shorts de color caqui, dos camisetas y un par de chanclas. Eligió un delicado conjunto de bragas y sostén, uno de los shorts y una camiseta azul marino, y se lo llevó todo al cuarto de baño. Acababa de ponerse su nueva ropa interior y se estaba subiendo los shorts cuando oyó que Nick volvía a entrar en el apartamento.
El sonido de sus pasos le indicó que se estaba moviendo bastante deprisa.
—Jenna — la llamó él, y en su voz había una urgencia que hizo que ella se apresurara a abrir la puerta al tiempo que acababa de abrocharse los shorts.
—Aquí — dijo innecesariamente mientras abría. Él ya estaba en el dormitorio, yendo hacia la puerta del cuarto de baño, y no cupo duda de que la vio. Sus ojos la recorrieron rápidamente. Los de ella, sin embargo, no se movieron. Nada más ver a Nick, se quedaron fijos en la pistola que empuñaba.
—Tenemos que irnos. Ahora mismo. — Pasó junto a ella al interior del cuarto de baño, cogió la camiseta azul marino del colgador de las toallas, y se la puso delante de la cara a Jenna mientras ella decía:
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Nos han encontrado. Estaban alrededor del Blazer, examinándolo. Si no saben exactamente en qué apartamento estamos, no tardarán mucho en averiguarlo. Vamos.
Jenna se había pasado la camiseta por la cabeza mientras él le hablaba. Que el corazón le palpitara frenéticamente en el pecho era algo que empezaba a resultarle familiar, pensó mientras Nick la cogía del brazo y la llevaba en dirección a la puerta. Al igual que lo de tener la boca seca y notar un nudo en el estómago.
—Espera un momento — dijo Nick entonces, deteniéndose de golpe en medio del dormitorio para mirarle los pies y fruncir el ceño con expresión lúgubre—. Me lo imaginaba. Zapatos.
Jenna había olvidado que estaba descalza.
—Tienes razón. — Corrió hacia la bolsa de Macy's, sacó las chanclas y metió los pies en ellas. Entonces se acordó de otra cosa, y lanzó una rápida mirada a la mesilla de noche. Excepto por la lámpara, estaba vacía—. Tienes el disco extraíble, ¿no?
—Oh, sí. Vamos.
Esta vez Nick la cogió de la mano, y corrieron juntos hacia la puerta. Una vez allí, él la hizo esperar mientras escuchaba cautelosamente con la oreja pegada al panel.
—Vale — susurró, y abrió la puerta sin hacer ningún ruido.
Muffy pasó junto a ellos como una exhalación en dirección al pasillo, maullando ruidosamente y agitando su peluda cola.
—Mierda — dijo Nick, lanzándole una mirada furibunda a la gata mientras se detenía a cerrar la puerta detrás de ellos y le echaba la llave—. ¿Qué haces?
Eso iba dirigido a Jenna, que se había recuperado del mini ataque al corazón que le había provocado la inesperada carrera de la gata junto a sus tobillos y estaba tratando de capturar a Muffy.
—No podemos dejarla aquí fuera.
—Anda que no.
Volvió a cogerla de la mano, al tiempo que lanzaba una mirada preocupada al ascensor mientras tiraba de ella en dirección a la puerta debajo de la indicación de salida. Presumiblemente, daba a unas escaleras, que tendrían que bajar porque, vio Jenna con horror en cuanto siguió la dirección de la mirada de Nick, alguien estaba subiendo en el ascensor. La lucecita circular encima del ascensor se encendió sobre el segundo piso mientras la miraba.
Dadas las circunstancias, en aquel pequeño edificio dormido a altas horas de la noche, Jenna se sintió razonablemente segura de que los ocupantes del ascensor eran los hombres malos. Ella y Nick disponían como mucho de unos cuantos segundos para escapar.
El corazón le dio un vuelco. Se quedó sin respiración. Si no hubiera sido por Nick, por su sólida presencia, su fuerte mano sosteniendo la suya y, por supuesto, su arma, se habría muerto de miedo allí mismo. Pensar en volver a caer en las redes de Ed bastó para que le entraran sudores fríos.
Daba igual que ella no fuese Katharine. Él la mataría de todos modos.
Acababan de entrar en el estrecho pozo de escalera tenuemente iluminado y la puerta estaba cerrándose tras ellos cuando Jenna oyó el ligero rechinar que anunciaba la llegada del ascensor.
Seguido por un ruidoso maullido que le hizo dar un salto y soltar una exclamación, y eso ahogó cualquier otro sonido.
Muffy pasó junto a ellos como un cohete, enfilando escaleras abajo.
—Maldita gata — dijo Nick, y Jenna tuvo la impresión de que esta vez él también había dado un salto.
No hubo sonidos, absolutamente ninguno, detrás de ellos mientras iban en pos de Muffy por el pozo de escalera recalentado que olía a cerrado. Jenna pensó que eso era un poco ominoso, aunque no habría sabido decir exactamente por qué.
—No oigo nada — susurró—. Si eran ellos, ¿no deberían estar llamando a la puerta, o echándola abajo, o haciendo algo?
Nick soltó un bufido.
—Ellos no necesitan llamar a las puertas. Si quieren entrar, entran. Lo que significa que ahora probablemente estarán registrando el apartamento. Cuando no nos encuentren, puedes apostar el dinero que tengas guardado en la hucha a que vendrán a examinar estas escaleras.
Con esa reconfortante información, llegaron al final del último tramo de escalones. Muffy había llegado antes que ellos y estaba plantada ante la puerta, esperando con impacientes meneos de cola a que se la dejara salir.
El rellano era pequeño, y la gata no tenía ningún lugar al que ir. Jenna la cogió en brazos.
—¿Qué haces? — le preguntó Nick por encima del hombro mientras abría un poco la puerta y echaba un vistazo fuera.
—Si nos sigue, y ellos la ven, sabrán qué dirección hemos tomado. — Estaba eso, y también el hecho de que no soportaba la idea de dejar suelta a Muffy por aquel barrio desconocido y abandonarla allí. Nada de comida, nada de agua, perros sueltos; estaba segura de que Muffy no sabría vérselas con ninguna de esas cosas. No era una gata callejera. De todas maneras, Muffy podía no ser suya, pero aun así se sentía responsable de ella.
—Claro. Anda, dámela. — Nick había aceptado la lógica del razonamiento de Jenna o quizá no quería perder el tiempo discutiendo, porque le quitó a Muffy, se la puso debajo del brazo como si fuera un balón de fútbol y abrió la puerta todo lo que ésta daba de sí—. Corre lo más deprisa que puedas hacia ese edificio que hay ahí y luego sigue por el lado izquierdo. No te detengas por nada, ¿entendido?
Jenna miró el edificio que él le señalaba — otro bloque cuadrado de apartamentos muy similar a aquel en el que estaban que daba a la calle siguiente, de modo que lo que ella veía era el cuadrado de ladrillos de la parte de atrás — asintió y echó a correr en dirección a él. No quedaba a mucha distancia, quizás unos doscientos metros, pero, con la luz de seguridad encima de la puerta y la claridad más lejana de las luces de los distintos parking, se sintió horriblemente expuesta mientras corría a través de las sombras y los retazos cambiantes de iluminación. Las desigualdades del suelo complicaban la carrera. El repiqueteo de las chanclas que calzaba sonaba espantosamente ruidoso en sus oídos. Una mirada de soslayo le mostró el parking en el que habían dejado el coche de Nick. No pudo distinguir el Blazer — el ángulo de visión no lo permitía — pero, ominosamente, pudo ver tres grandes Suburban negros estacionados en una ordenada hilera justo en el límite del parking. No habían estado allí antes, y verlos bastó para que el corazón empezara a redoblarle como un tambor.
No podía caber duda de a quién pertenecían.
Tras esquivar una piscinita infantil a medio llenar, que casi se le había pasado por alto en su preocupación por los tres Suburban, Jenna dobló la esquina del edificio y se detuvo, jadeante, a esperar a Nick. Él apareció detrás de ella, el arma en una mano y Muffy, con los ojos entornados y la cola meneándose, debajo del brazo.
Cuando Jenna siguió la dirección de la mirada de Nick, vio, más allá de él, que el pequeño rectángulo que era la puerta por la que acababan de salir se llenaba de luz al ser abierta desde dentro. Cuatro hombres con traje salieron por ella y miraron frenéticamente alrededor.
Jenna no dudó ni por un segundo quiénes — o mejor dicho qué — eran aquellos hombres.
Tragando aire y sin poder hablar, agarró del brazo a Nick y lo metió de un tirón entre las sombras junto al edificio. Cuando vio la cara que estaba poniendo Jenna, él también miró atrás.
—Sí — dijo con voz adusta—. Ya me imaginaba que no tardarían mucho en aparecer. Vamos.
Manteniéndose lo más pegados posible a las sombras, corrieron a través de esa calle, a través de otro patio, a lo largo de los muros posteriores de una larga hilera de edificios que podían haber sido bloques de casas, luego a través de otra calle y otra serie de patios. El corazón de Jenna latía a toda velocidad y tenía el pulso desbocado, primero por el miedo y luego por el miedo mezclado con el agotamiento. Empezó a no sentir las piernas. Le costaba respirar. Finalmente, le dio una punzada en el costado. Si no hubiera sabido, con tanta certeza como sabía que el sol saldría por la mañana, que era a ellos dos a quienes estaban buscando aquellos hombres, no habría sido capaz de seguir adelante. Finalmente, cuando ya pensaba que no tendría más remedio que parar, Nick se detuvo.
Habían llegado a un pequeño parking sumido en la oscuridad.
—¿Y ahora qué? — preguntó Jenna con voz entrecortada, inclinada hacia adelante con las manos apoyadas en las rodillas mientras intentaba tragar aire y no prestar atención a la punzada que notaba en el costado.
—Nos hacemos con un vehículo.
—¿En plan coger un taxi?
—En plan yo robo un coche y luego nos subimos a él.
—¿Puedes hacer eso?
—Cariño, no te imaginas la de cosas que puedo hacer. — Le tendió a Muffy—. Toma, coge esto.
Muffy era pesada y peluda y no se la veía nada feliz con la situación, pero parecía tener tan claro como Jenna que estaban en un barrio muy poco recomendable, y tenía suficiente sentido común para saber que no quería tener que pasar ni un solo segundo más en él. Jenna tampoco, de hecho, pero ambas estaban allí de todas maneras, sin que tuvieran otra elección. Mirando nerviosamente a su alrededor — no había luces de seguridad en aquel parking, y la única iluminación venía de la luna llena que flotaba en el cielo y de los faros de un coche que acuchillaron la noche al pasar — lo único que pudo ver fue un dédalo de edificios de ladrillo con sólo unas cuantas ventanas iluminadas, ninguna de ellas cerca. Si alguien aparte de Nick, quien estaba mirando a través del parabrisas de un coche no muy lejos de donde estaba Jenna, andaba por ahí, no pudo verlo en la oscuridad.
Lo que tampoco la hizo sentir mejor, precisamente.
Un instante después, un coche se detuvo a su lado, dándole un nuevo sobresalto. La puerta del asiento del acompañante fue abierta desde dentro. No se encendió ninguna luz interior. El coche siguió oscuro como boca de lobo.
—Adentro — dijo Nick.
Mirando a través del asiento delantero — era un asiento tipo banquillo, nada de lujosos asientos individuales para aquel viaje—. Jenna confirmó que realmente era Nick quien estaba al volante, y subió. Mientras cerraba la puerta, Nick condujo hacia la entrada del parking y Muffy saltó al asiento de atrás. Jenna dejó que sus cansados brazos se aflojaran por un segundo de alivio, y luego alargó la mano para coger el cinturón de segundad. No había ningún cinturón de seguridad. O, al menos, si lo había, su mano no pudo dar con él.
—Probablemente esté olvidado debajo del asiento — dijo Nick tras observar su infructuosa búsqueda—. Vamos en un Ford Fairlane del 72. Los cinturones de seguridad no eran tan populares en aquella época. El truco de hacer un puente sólo funciona en los modelos realmente antiguos.
—Es bueno saberlo — dijo ella, su mente tan ocupada en imaginar de cuántas maneras distintas podías llegar a morir que ir en un coche sin llevar puesto el cinturón de seguridad era lo que menos la preocupaba en aquel momento. Habían salido a la calle, e iban en dirección oeste. Una valla de tela metálica y una cancha de baloncesto sumida en la oscuridad y otra larga hilera de apartamentos desfilaron rápidamente por su ventanilla. Llegaron a un cruce, y cuando Nick se detuvo ante la señal de stop, otro coche atravesó rápidamente el cruce enfrente de ellos. Jenna lo miró con nerviosismo.
—Ahora estamos a salvo, ¿verdad? — preguntó, mientras Nick aceleraba a través del cruce en cuanto tuvo el paso libre.
—Razonablemente, creo. Quienesquiera que fuesen, seguro que ahora esos tipos estarán removiendo cielo y tierra para dar con nosotros, pero como tienen mi coche, probablemente pensarán que todavía vamos a pie. Lo que nos da un poco de tiempo.
—¿Qué quieres decir con eso de «quienesquiera que fuesen»? ¿No eran hombres de Ed?
—Probablemente. No se me ocurre cómo consiguieron dar con nosotros. — Giró por otra calle, un poco mejor iluminada, y Jenna vio que estaban yendo hacia la vía rápida.
—Esos tíos son de la CIA. Pueden dar con lo que sea — dijo. Pensarlo la hizo estremecer, y volvió a mirar preocupadamente alrededor. Estaban llegando a la rampa de entrada en la Beltway, y las luces bajo las que pasaban iluminaron el interior del coche. Como resultado, Jenna se sintió terriblemente expuesta. Había más tráfico, montones de vehículos, de hecho, cuando se adentraron en la vía rápida, pero ninguno de ellos parecía particularmente amenazador. Aun así, cuando un tráiler de dieciocho ruedas los rebasó a toda velocidad, haciendo que toda la carrocería del viejo coche en el que iban se estremeciera violentamente, Jenna no pudo evitar dar un bote en el asiento.
«Admítelo, amiguita, tienes los nervios hechos polvo.»
—¿Adónde vamos? — preguntó, esperando que él tuviera un plan. Se le había ocurrido pensar que quizá se les estaban acabando las opciones.
—A un sitio seguro.
Ella lo miró sin decir nada. Cuando él siguió callado, dijo:
—¿Vas a decirme adónde?
La rápida sonrisa que transformó el rostro de él fue casi tranquilizadora.
—Supongo que ahora debería preguntarte si es que no confías en mí, pero me parece que ya conozco la respuesta.
—Tienes razón, ya la conoces.
—El caso es que, sólo por si no conseguimos llegar al sitio al que vamos, es mejor que no sepas dónde queda. Barnes no se anda con chiquitas a la hora de sonsacar información, como sin duda recordarás.
—¿Piensas que podría intentar arrancármela mediante la tortura? — El horror le agudizó la voz. Por una fracción de segundo, tuvo un flashback de aquellos momentos espantosos en los que Hendricks la había quemado con el cigarrillo, y le vinieron ganas de vomitar. Cuando volvió la mirada hacia los vehículos que aceleraban nuevamente en torno a ellos, fue consciente de los escalofríos que le corrían por la piel.
Nick no respondió, lo que Jenna supo era una respuesta en y por sí misma.
Diez minutos después, salieron de la Beltway luego de dejar Bethesda bastante atrás, y Nick condujo por una serie de carreteras secundarias que fueron volviéndose cada vez más estrechas y oscuras hasta que Jenna empezó a pensar seriamente en arrancarse a mordiscos las uñas pulcramente manicuradas, y llegó a dar un salto cuando oyó ulular a un búho.
Entonces Nick salió de la carretera secundaria que habían estado siguiendo hasta entonces para entrar en unos bosques, y el coche empezó a sacudirse sobre los baches de lo que era poco más que un camino rural. Tenía la anchura justa para que el coche pudiera pasar por él, y hubo varios momentos en los que Jenna pensó que no podrían seguir adelante.
Finalmente, Nick redujo todavía más la velocidad cuando una casita al estilo Cape Cod se hizo visible. Había una luz encendida en el piso de abajo, y otra en el de arriba en la ventana de un dormitorio. Justo cuando Jenna acababa de verla, se daba cuenta de que aquella casita tenía que ser el sitio al que iban y empezaba a relajarse un poco, un hombre surgió de la noche para aparecer en el camino rural enfrente del coche.
Vestía ropa de camuflaje y llevaba un rifle enorme, con el que apuntó a Nick a través del parabrisas.
* * *