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—No pude evitarlo — protestó Nick, esquivando un apagavelas lanzado con certera puntería—. Escúchame un momento, Gabriella.
Al mirar alrededor Gabby distinguió a Barnet, que acababa de aparecer seguido de Jem, la señora Bucknell, Stivers, Twindle y varios sirvientes que habían acudido al oír el alboroto.
—Y tú — dijo Gabby señalando a Barnet con el dedo — dejaste que yo creyera que había muerto. No; me dijiste claramente que había muerto. Trajiste a un funcionario del gobierno que lo confirmó. ¡Asististe a su funeral y lloraste!
Barnet, que se había detenido en el umbral, retrocedió un paso. — Sólo cumplo órdenes, señorita Gabby — respondió tímidamente, con aspecto cohibido.
—¡Órdenes! — gritó Gabby mirando alrededor en busca de otro objeto que arrojar.
—No la emprendas contra Barnet — dijo Nick con tono de guasa—. A propósito, es el sargento George Barnet, mi ordenanza, que no hizo sino obedecer mis órdenes. Yo también cumplía órdenes.
De pronto se abalanzó sobre Gabby y la sujetó por los brazos. Ella le miró con cara de pocos amigos.
—¿Cómo pudiste hacerme eso? ¿Sabes por lo que he pasado? Creí que habías muerto.
Entonces Gabby rompió a llorar, dando libre curso a las lágrimas que se había esforzado en reprimir y que empañaban sus ojos. La sonrisa de Nick se borró de su rostro. La miró con expresión contrita y, sin decir palabra, la tomó en brazos como si pesara menos que una pluma.
Gabby casi había olvidado lo fuerte que era.
Le rodeó el cuello con los brazos, hundió la cara en su hombro y sollozó desconsoladamente.
—Cálmate, Gabriella. Lo lamento — le susurró Nick al oído. Esta vez parecía sincero. Luego, en vista de que ella no cesaba de llorar y gimotear, Nick añadió dirigiéndose a todos los presentes—: Creo que necesitamos un poco de privacidad. Un estudio o algo así. Una estancia con la chimenea encendida.
Gabby tiritaba de forma incontrolable en sus brazos.
—Sígame, comandante — dijo Jem con un tono sólo ligeramente hosco.
Cuando Nick transportó a Gabby por el pasillo, ésta alzó la vista y vio que Jem abría la puerta del despacho para que pasaran. Luego fue presa de otro ataque de llanto, que no pudo controlar, y ocultó de nuevo la cara en el cuello de Nick, empapándole la chaqueta con sus lágrimas.
—Gracias, Jem — dijo Nick.
—Jamás imaginé que viviría para decir esto, comandante — respondió Jem con absoluta sinceridad—, pero me alegro de verle. Nunca había visto a la señorita Gabby en este estado.
Gabby notó que Nick asentía con la cabeza. Luego entró con ella en el despacho. Gabby oyó cerrarse la puerta a sus espaldas. Al cabo de unos momentos Nick se sentó frente al hogar sosteniendo a Gabby sobre sus rodillas.
—Gabriella. — Nick la besó en la mejilla. Tenía los labios tibios y su hirsuta barba le arañó la piel. Perversamente, las sensaciones que su caricia despertó en ella hicieron que redoblara sus sollozos—. No llores, amor mío. Te lo ruego. Lo lamento. Lo organizaron para que pareciera que yo había muerto. Yo sabía que iban a hacerlo antes o después, pero no supuse que lo harían en aquel momento. Mi agresor era uno de mis hombres. Me golpeó con un pellejo lleno de sangre de cerdo. Barnet oprimió un punto estratégico en mi cuello y me desvanecí al instante. El resto fue puro teatro.
—¡Dejaste que yo creyera que habías muerto!
—Aunque me dedique a cazar espías, sigo siendo un soldado. Me ordenaron que no se lo contara a nadie, ni siquiera a ti. No tuve más remedio que obedecer. He venido tan pronto como he podido. — La besó en la barbilla y añadió con tono persuasivo—: No podía pasarme la vida fingiendo ser el conde de Wickham. De haberlo hecho, ¿cómo hubiera podido pedirte que te casaras conmigo?
Al oír esas palabras Gabby, como era de prever, dejó de llorar y se enderezó. Se sorbió la nariz un par de veces y restregó sus mejillas húmedas con las manos. Luego miró a Nick con una expresión recelosa que le hizo sonreír.
—¿Me estás pidiendo que me case contigo?
—Sí.
Gabby frunció el entrecejo.
—No quiero casarme con un soldado.
—Tienes suerte — respondió él con una amplia sonrisa de satisfacción—. Acabo de dejar el ejército. Al igual que Barnet.
La expresión preocupada de Gabby se intensificó.
—¿Y cómo piensas mantener a una familia?
Nick la miró con expresión risueña.
—Creo que ha llegado el momento de revelarte que soy inmensamente rico. Me propongo adquirir una finca, que tú misma puedes elegir, y trasladarme a ella contigo, tus hermanas y los sirvientes que deseen venir con nosotros. Hace mucho que no tengo un hogar y creo que va siendo hora de que tenga uno.
—Tía Augusta nos ha ofrecido su casa — respondió Gabby alzando el mentón en gesto altivo.
—Entonces debes elegir entre tía Augusta y yo.
Gabby bajó la vista, dudó unos instantes y luego le miró de nuevo.
—¿Y lady Ware?
—¿Belinda? — preguntó Nick arrugando el entrecejo—. ¿A qué te refieres?
—Debo confesarte que encontré casualmente algunas de sus... cartas — dijo Gabby.
En su fuero interior temía que Nick se pusiese furioso, pero ella jamás podría compartido con una amante. Le amaba demasiado para consentido. Aunque, bien pensado, prefería compartido con una amante que perderlo de nuevo. Eso no lo soportaría.
—¿Registraste mi cajón y leíste mis cartas, Gabriella? — preguntó Nick con tono severo.
Ella asintió con expresión contrita.
—Temía que te hubiera ocurrido algo malo. Buscaba algo que me indicara dónde te hallabas.
Nick la miró y soltó una carcajada.
—¡Ojalá hubiera podido ver tu cara! Las cartas de Belinda son bastante obscenas.
—Ya lo advertí, te lo aseguro — respondió Gabby secamente. Nick frunció el entrecejo.
—¿Y por eso aceptaste a Jamison? Estabas celosa de Belinda. — Volvió a reír.
—Y tú estabas celoso del señor Jamison — replicó Gabby irritada. — Es cierto. Te ruego que no me lo recuerdes. — La miró sonriendo. Gabby tenía las manos apoyadas en el regazo; Nick tomó una de ellas, se la acercó a los labios y la besó. De pronto adoptó una expresión seria al tiempo que bajaba su mano y la miraba fijamente—. Está bien, Gabriella, lo confieso: ha habido muchas mujeres en mi pasado. Pero te doy mi palabra de que si te casas conmigo, tú serás la única mujer en mi futuro.
Ella le miró mientras reflexionaba unos instantes, sintiendo que su corazón palpitaba y su pulso se aceleraba. Luego sonrió.
—Te amo, ya lo sabes.
—¿Eso significa sí?
—Sí. Claro que sí.
Él la abrazó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y le besó con todo el amor y el deseo que había tratado de sofocar durante semanas. Cuando Nick alzó la cabeza y ella contempló sus hermosos ojos azules, comprendió que por fin había hallado la dicha.
—Te amo — dijo Nick con voz grave y ronca al tiempo que volvía a acercar sus labios a los de Gabby—. Dedicaré toda mi vida a demostrarte lo mucho que te amo.
—Nick... — Profundamente conmovida, sintiendo su corazón henchido de amor, Gabby no pudo articular otra palabra.
De modo que volvió a besarle.
Más tarde, mucho más tarde, ambos yacían sobre la alfombra frente al fuego. La puerta estaba cerrada con llave, los otros ocupantes de la casa se habían acostado hacía rato y ellos estaban cubiertos tan sólo con el gabán de Nick, que éste había extendido sobre ambos. Estaban desnudos y sus cuerpos entrelazados. Él yacía boca arriba con la cabeza apoyada en un brazo. Tenía los ojos cerrados y parecía estar dormido. Gabby tenía la cabeza apoyada en su pecho, que utilizaba a modo de almohada, cuando el súbito crepitar de las llamas la sobresaltó y abrió los ojos.
Durante unos momentos miró el fuego pestañeando, somnolienta, mientras trataba de descifrar qué la había despertado. De pronto otro rescoldo emitió un chasquido más sonoro que el anterior y Gabby abrió los ojos, alarmada. Luego sonrió.
Fue delante de esta misma chimenea donde ella había hecho un pacto con el diablo. Y ahora éste yacía junto a ella, encarnado en un cuerpo firme y hermoso.
Acarició el torso cubierto de vello negro de Nick, mirándole de soslayo para ver si se había despertado. Pero seguía dormido.
El fuego volvió a crepitar. Gabby sonrió satisfecha y deslizó la mano hacia abajo.
Hablando del diablo, ahora era suyo y no estaba dispuesta a renunciar a él. No sólo eso, sino que se proponía casarse con él.
Pero entretanto, pensó sonriendo pícaramente cuando su mano encontró lo que buscaba, no estaría de más que le atormentara un poco.
FIN
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EDICIONES B, S.A., 2003
ISBN 9788466611596