21

Puede que el lobo se contentara con disfrazarse de oveja cuando estaba con Beth, pero cuando Claire aparecía en su órbita se mostraba como el depredador que era, pensó Gabby furiosa.

—Claire, querida, ¿qué haces aquí? — Por más que se esforzó, no logró ocultar la aspereza de su voz.

El hombre le dedicó una sonrisa pausada y diabólica.

—Ah, hola, Gabby. A Beth se le ha ocurrido una idea magnífica. En lugar de dejar que Wickham cene solo, cenaremos con él, aquí en su habitación. Beth volverá en cuanto se cambie de vestido.

Gabby se quedó atónita. Eso no se lo esperaba. Y desde luego no era una buena idea. Se negaba a que sus hermanas pasaran con ese canalla embustero más tiempo del estrictamente necesario. Era posible que Claire corriera un serio peligro. A tenor de todas las pruebas, su falso hermano no sólo era un criminal impenitente sino un licencioso sinvergüenza.

Gabby meneó la cabeza enérgicamente.

—No — dijo utilizando el tono cortante que solía emplear cuando imponía su autoridad como ama y señora de la casa—. Me temo que eso no es posible. Cenaremos en el comedor, como de costumbre. Seguro que Wickham sobrevivirá sin nuestra compañía. — Al ver que Claire la miraba asombrada, se devanó los sesos en busca de una excusa con que suavizar lo que a su hermana debía de parecerle una despótica orden muy poco propia de ella—. A fin de cuentas, aún no está completamente restablecido y estoy segura de que ninguna de nosotras deseamos obligarle a hacer esfuerzos. Además, daríamos mucho trabajo a los sirvientes. — Añadió esta última frase para zanjar el asunto.

Él la miró sonriendo.

—Pero yo ya les he dado permiso — dijo con un tono excesivamente meloso—. He ordenado a Stivers que instale la mesa aquí, en mi habitación. No te preocupes por mí. Gozar de la compañía de mis hermanas durante una encantadora cena en familia resultará más terapéutico que perjudicial.

Gabby lo miró fijamente. Él sostuvo su mirada con una serenidad y un aplomo digno del auténtico conde de Wickham. En ese momento, Gabby se percató de la magnitud de lo que había hecho. Al reconocer a ese impostor como Wickham, le había concedido plena autoridad sobre la casa y todo cuanto había en ella. Sobre Hawthorne Hall. Sobre todos los bienes del conde de Wickham. Sobre sus hermanas, en cuyo tutor legal se había convertido.

Sobre ella misma.

Sintió deseos de gritar. De arrancarse los cabellos con las manos. Había caído en una trampa por ella misma fabricada. ¡Dios santo! ¿Qué había hecho?

Ese canalla podía ordenar lo que deseara y no había nada, absolutamente nada, que ella pudiese hacer para impedirlo. Salvo decir la verdad, lo cual la hundiría junto con él.

La cena, excepto dos breves momentos de tensión, y pese a lo que Gabby había imaginado, resultó agradable.

La primera excepción ocurrió cuando Claire preguntó a Wickham si la herida le dolía mucho.

El impostor, con ayuda de Barnet, se había trasladado del lecho a una de las cómodas butacas orejeras que habían acercado a una pequeña mesa cuadrada que dos criados habían instalado en la habitación. Cubierta con un mantel de lino y dispuesta con vajilla de porcelana, copas de cristal tallado y cubiertos de plata que relucían a la luz de las velas, proporcionaba un ambiente encantador a la velada. Claire, extraordinariamente hermosa como aparecía siempre que se hallaba en compañía de personas con las cuales se sentía a gusto, se mostraba alegre y desenvuelta ante el encanto de su «hermano» y sus mejillas ofrecían un color semejante al de su vestido rosa. Estaba sentada a la derecha de él, riendo con frecuencia y pendiente de cada palabra suya. Beth, que no dejaba de reírse y parlotear, con un aspecto muy juvenil con su vestido de muselina blanco, estaba sentada a su izquierda. Cada vez que lo miraba, es decir constantemente, sus ojos centelleaban denotando un severo ataque de adoración al héroe. Gabby, que lucía un vestido de crepé de un suave azul grisáceo, estaba sentada frente a su enemigo, sintiéndose profundamente incómoda mientras observaba cómo subyugaba a sus hermanas. Con todo, tenía que reconocer que aquel bribón se mostraba igualmente atento con ambas, y si existía una apreciación ligeramente mayor en sus ojos cuando contemplaba a Claire, Gabby pensó que pasaría inadvertida para cualquier observador que no estuviera tan pendiente como ella. De las tres hermanas, Gabby fue la única que mereció una marcada diferencia de trato por parte de él. Le dirigió pocas veces la palabra durante la cena, y en las escasas ocasiones en que la miró, sus ojos traslucían lo que Gabby interpretó como una expresión fría y observadora, más que el risueño calor que dedicó a Claire y Beth. Pero a Gabby no le importó lo más mínimo. A fin de cuentas, con ello Wickham no hacía sino reconocer que eran adversarios. Quizá lograra, con su falso y manipulador encanto de hermano benevolente, conquistar a las chicas, pero jamás lograría conquistada a ella, y más le valía no intentado siquiera.

Así pues, durante la cena Gabby permaneció sumida en un oasis de silencio dentro de una tormenta de alegría. Habló sólo cuando alguien le dirigió la palabra, sonrió a sus hermanas cuando éstas la miraron, comió lo que le sirvieron y escuchó con creciente irritación a aquel despreciable embustero responder con imperturbable buen humor a las preguntas sobre su vida en Ceilán. Gabby evitó percatarse de lo atractivo que estaba cuando reía, o de la forma en que su bata de color rojo oscuro favorecía su piel bronceada, o del hecho de que sus anchas espaldas ocupaban todo el espacio entre las orejas de la butaca. Pero algo en su silenciosa mirada debió de penetrar la animada fachada que presentaba Wickham, consiguiendo enojado, pues a medida que transcurrió la cena las miradas que dirigió a Gabby se hicieron más frecuentes y menos amables. Cuando Claire le preguntó si le dolía la herida, él se recostó en la butaca, haciendo girar la copa entre sus manos, y respondió de una forma claramente destinada, en todo caso por lo que respectaba a Gabby, a vengarse por no haberle dedicado los halagos que le habían dedicado sus hermanas.

—A decir verdad — dijo dirigiendo una sonrisa radiante a Claire y una mirada fugaz a Gabby—, me molesta más una picadura que tengo en el hombro, sin duda causada por algún bicho que tuvo la desfachatez de colarse en mi cama.

Gabby se tensó al captar el significado de ese comentario, esforzándose por controlar cualquier reacción al mismo. Lo miró a los ojos por un instante cargado de tensión al tiempo que recordaba los hechos que habían propiciado ese mordisco. ¡El muy sinvergüenza! ¡El muy canalla! ¡El muy patán!, se dijo para sus adentros mientras ambos se miraban de hito en hito. Luego, horrorizada, por más que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para evitarlo, sintió que se sonrojaba al evocar con bochornosa nitidez aquel episodio. Para ocultar su turbación, cogió su copa y bebió un sorbo. El vino era dulce, afrutado, pero ni siquiera apreció su sabor.

Él la miró con ojos centelleantes y esbozó una leve sonrisa de satisfacción. Gabby, furiosa, roja como la grana e incapaz de impedir ni lo uno ni lo otro, comprendió con rabia que había mordido el anzuelo.

—¿Te refieres a una chinche? — preguntó Beth con tono inocente.

Luego miró a Gabby, quien imploró en silencio que el resplandor rojo del fuego consiguiera disimular el color encendido de sus mejillas, el cual se había intensificado al sentirse observada por todos.

—Exactamente, una chinche. — Wickham siguió sonriendo levemente, pero sus ojos mostraban una expresión burlona cuando los fijó en los furiosos y angustiados ojos de Gabby. Para rematarlo, se frotó el hombro que ella le había mordido como si le doliese—. Seguro que fue una chinche; me picó con saña. Son unos bichos rapaces.

—Debemos ordenar a la señora Bucknell que ventile las sábanas — comentó Claire horrorizada, volviéndose también hacia Gabby.

Gabby controló su genio. Perder los estribos en aquellos momentos hubiera equivalido a revelar demasiado.

—Estoy segura de que Wickham se equivoca. La señora Bucknell se disgustaría si supiera que ponemos en duda su buen hacer. Creo que podemos descartar la posibilidad de que haya chinches en ninguna de las casas que ella preside. — Miró a Wickham y añadió—: Quizá confundas esa picadura con otra cosa. Con otra herida que tú mismo te has infligido.

—Es posible — convino él, sonriendo maliciosamente,

Gabby se percató, con una mezcla de furia y alivio, de que Wickham no se había propuesto revelar su indiscreción a sus hermanas, sino que quería mantener su vergonzosa conducta — y la forma aún más vergonzosa con que Gabby había reaccionado — en secreto. Por tanto podía seguir atormentándola en privado, pensó Gabby atribulada, como un niño que se divierte pinchando a un insecto con un alfiler.

Bajo la dirección de Gabby, la conversación discurrió por cauces más inocuos. Claire se mostró encantada de hablar sobre la moda, el halagador número de invitaciones que habían recibido y la interesante información de que la hija del primo Thomas, Desdémona, iba también a ponerse de largo ese año. En cuanto a Beth, afirmó que el parque por el que había paseado con Twindle le había parecido delicioso y recomendó a sus hermanas que lo visitaran sin falta.

—La hora más idónea para pasearse por allí y ser visto es entre las cinco y las seis de la tarde — comentó Wickham. Gabby, que confiaba perversamente en que éste se aburriera con la cháchara de sus hermanas sobre temas que se suponía sólo interesaban a las mujeres, comprendió que Wickham iba a hacérselas pagar cuando, tras mirada con aire burlón, fijó la vista en Claire—: En cuando pueda, lo cual confío que sea dentro de pocos días, te llevaré a dar un paseo en coche por el parque. El día de mi accidente adquirí un vehículo nuevo y aún no he tenido ocasión de probarlo.

—Eso sería magnífico — respondió Claire con una alegre sonrisa, mientras que Gabby se esforzó en ocultar su disgusto. Claire miró a su hermana menor—. Beth puede venir con nosotros, para mostramos el puesto de observación hacia el que se encaramaban ella y Twindle cuando ésta se torció el tobillo.

—En realidad era yo quien me encaramaba — dijo Beth con tono de disculpa—. Twindle trataba de impedirme que lo hiciera. Dijo que podía caerme.

—Y fue ella quien se cayó, lo que confirma que uno siempre es castigado por sus buenas obras — murmuró Wickham, mostrando una expresión neutra en respuesta a la inocente suposición por parte de Claire de que Beth sería una participante tan grata como ella misma en la expedición propuesta por él.

Gabby le dirigió una mirada de satisfacción que equivalía a la palabra «jaque», tras lo cual apartó su silla y se levantó.

—Nuestra encantadora cena familiar ha sido una delicia, pero debes disculpamos, Wickham — dijo con fingida afabilidad, tras lo cual miró a sus hermanas—. Recordad que lady Salcombe, la tía Augusta, pasará a recogemos a las nueve. Me reuniré con vosotras abajo dentro de tres cuartos de hora.

Mientras Beth trataba torpemente de disculparse con su «hermano» por dejarlo solo el resto de la velada, Gabby atravesó la habitación. Casi había alcanzado la puerta, cuando el impostor dijo:

—Gabriella.

Ella se volvió y le miró arqueando las cejas.

—¿Te has hecho daño en la pierna? He observado que cojeas.

La pregunta golpeó a Gabby con la fuerza de un puñetazo. No

sabía muy bien por qué le disgustaba tanto que aquel bribón hubiera observado y comentado que renqueaba un poco, pese al cuidado con que ella calibraba cada paso que daba, y tampoco tenía ganas de analizarlo. Pero el caso es que le disgustaba; no podía remediarlo, aunque sabía que disgustarse por no ser perfecta era tan inútil como desear tener alas y volar. Por más que intentara caminar normalmente, siempre cojearía un poco.

Con todo, sintiendo que él seguía mirándola, no pudo evitar oír la voz de su padre sonando a través del brumoso pasado: «Eres una criatura patética, que no sirve para nada. Habría sido mejor para todos que te hubiera ahogado cuando naciste».

Pese al tiempo transcurrido, pese a que su padre estaba muerto y enterrado hacía dieciocho meses, esas palabras seguían zahiriéndola. Al igual que la mirada de Wickham, hurgando en el motivo de su renqueante caminar, percatándose de su defecto y poniéndolo de relieve.

Pero del mismo modo que Gabby se había negado a dejarse amedrentar por el desprecio de su padre, ahora se negaba a dejar que aquel hombre se diera cuenta de que su pregunta la había herido profundamente.

Alzó el mentón y le miró a los ojos.

—He cojeado durante buena parte de mi vida. Me rompí la pierna cuando tenía doce años, y el hueso no soldó debidamente.

—¿Es que no sabías que Gabby era coja, Marcus? — preguntó Beth, asombrada.

Pese a saber que Beth había formulado su pregunta con la misma naturalidad que si hubiera dicho que su hermana tenía los ojos grises, a Gabby le dolió que aludiera en público a su cojera. Aparte de las magníficas cualidades que poseía, Beth siempre había llamado al pan pan y al vino vino. Lo cual tenía sus ventajas y desventajas.

—Gabby no es coja — terció Claire con vehemencia, mirando disgustada a su hermana menor—. Tiene una pierna más débil que la otra. Si cojeas, tienes que andar con un bastón, o en una silla de ruedas, o... apoyándote siempre en alguien. — Luego se volvió hacia Wickham y añadió—: Puede que Gabby cojee de vez en cuando, pero puede moverse perfectamente, te lo aseguro.

Gabby miró a Claire y sonrió afectuosamente. En aquel instante, en lugar de la joven espectacularmente bella en que se había convertido su hermana menor, la vio tan sólo como era a los cinco años, una niña con el pelo alborotado. Claire había sido la primera en correr a auxiliada cuando Gabby había sufrido el accidente, la que se había arrodillado junto a ella y le había sostenido la mano mientras una de las criadas corría en busca de ayuda. Gabby siempre había sabido, aunque no le gustaba pensar en ello, que su accidente había afectado profundamente a Claire.

—No seas boba, Claire. No pretendí ofender a Gabby. Es tan hermana mía como tuya.

—Eres una insensata si crees que a Gabby no le duele que digas que es coja. — Claire se levantó tan bruscamente, que su silla emitió un ruido chirriante al deslizarse sobre el suelo.

Beth también se levantó.

—Pues tú...

—Basta — interrumpió Wickham rápidamente, soslayando el conflicto con autoridad.

Miró a Gabby. Ésta no detectó ninguna compasión en sus ojos, lo cual le hizo sentirse un tanto aliviada.

—El mundo está lleno de casualidades — prosiguió él—. Yo también tengo una pierna mala. Me la partí por tres sitios cuando el caballo se me cayó encima. Tardó mucho tiempo en sanar, y cuando llueve me duele. Pero por lo general sólo me duele cuando recibe un golpe. Por ejemplo, si me caigo o le cae encima un objeto contundente, me duele durante días.

La cortés sonrisa con que pronunció esas palabras estuvo acompañada por una expresión severa que indicaba que se atribuía la culpa de la pronunciada cojera que mostraba Gabby en esos momentos.

Miró a Gabby sonriendo. El silencioso mensaje indicaba «te concedo el tanto».

—Queridas — dijo Gabby volviéndose hacia sus hermanas—, si no nos damos prisa nos retrasaremos, y no debemos hacer esperar a nuestra tía.

Al oír la advertencia, Claire y Beth se olvidaron de la cojera de Gabby, la cual no representaba para ellas ninguna novedad y, tras despedirse airosamente de Wickham, salieron apresuradamente de la habitación. Gabby permaneció unos instantes, para llamar al criado y ordenarle que retirara la mesa. Tras lo cual se dirigió hacia sus aposentos.

—Gabriella.

Ella se detuvo en el preciso momento en que se disponía a abandonar la estancia. Al volverse vio que él se había puesto de pie, sosteniéndose en el respaldo de la silla. Instintivamente, Gabby abrió la boca para decirle que se sentara, que no debía cansarse, pero pensó que el bienestar de ese hombre no le incumbía y se limitó a mirarle con expresión inquisitiva.

—Confío en que un día tú y yo nos mostremos nuestras respectivas cicatrices — dijo él.

La frase, pronunciada con voz queda, sonó como un mero comentario intrascendente. Gabby tardó unos segundos en captar el lascivo significado de la misma. Al hacerlo, se tensó y le miró indignada.

Él la observó con una sonrisa marcada mente burlona que no hizo sino intensificar la indignación de ella.

—Eres un repugnante libertino — murmuró furiosa—. No te acerques a mí ni a mis hermanas.

Tras esta advertencia, dio media vuelta y salió con aire digno de la estancia.

Más tarde, al ocupar un asiento en el palco de su tía en la ópera mientras Claire y Beth comentaban impresionadas todo cuanto contemplaban en la platea, Gabby comprendió que aquel impostor se había mostrado deliberadamente grosero con ella y que su grosería había cumplido un propósito: evitar que se sintiera como la pobre y patética niña que había dicho su padre, devolviéndole su dignidad.