Capítulo 32

El bosque estaba sumido en una oscuridad completa, a no ser por el resplandor anaranjado que lanzaban las llamas vacilantes. Las sombras que proyectaba el fuego saltaban y danzaban como fantasmas paganos entre los troncos negros de los árboles. El viento gemía arriba, entre las ramas. Pequeñas bestias pasaban sigilosas, y chillaban.

Summer observó aquellos ojos negros impenetrables, aquel rostro feo, de intenso magnetismo, los hombros anchos, el áspero cabello negro. Estaba enamorada de este hombre. La asustaba tanto saberlo, que casi se sintió enferma... pero también le provocó euforia. Steve inclinó la cabeza y la besó en la boca.

Summer cerró los ojos. Fue un beso tierno, dulce, y las emociones que evocó, tan intensas, que le dieron ganas de llorar. De pronto, inesperadamente, interrumpió el beso. Se echó atrás, y Summer abrió los ojos, perpleja.

—Esto es un error — dijo, con voz insegura.

Dolida, Summer empezó a apartarse. Pero entonces, recordó que este era Steve, el orgulloso, inalcanzable Steve, al que ella amaba. El mismo Steve que había sido herido, y aún sufría. Steve, el que la necesitaba.

En lugar de desistir, apretó más los brazos en torno del cuello del hombre. Cerró los ojos, levantó la cabeza, y encontró los labios de él con los suyos. Cuando su boca tocó la de él. Él no se apartó, pero tampoco respondió. Era como si estuviese besando a una estatua, frotando con sensualidad los labios contra aquella boca reseca por la intemperie.

Se le resistía. ¿Por qué? Por Deedee. Summer lo supo por instinto. Estaba enzarzada con Deedee en una batalla por el alma de Steve. Y no tenía importancia que Deedee estuviese muerta.

Steve mantuvo los labios cerrados, obstinado. Summer, que jamás había seducido ex profeso a ningún hombre, en ese momento lo hizo. Recorrió el contorno de la boca de Steve con la lengua, sondeando en la unión de los labios. Sintió cómo se ponían tensos todos los músculos del cuerpo del hombre, que resistía.

—Bésame, Steve — murmuró, contra su boca.

Hasta el cuello estaba tenso, sintió, al acariciarle la nuca con dedos tiernos, tratando de hacerle bajar la cabeza.

—Por el bien de los dos, necesito mantener la cabeza clara — dijo Steve, con voz estrangulada.

Summer le sonrió, se acomodó en el regazo de él, y arregló la manta para que los abrigara a los dos. Sus brazos le rodeaban el cuello. Las rodillas levantadas, los muslos largos y musculosos de un lado, y el abdomen tibio y el pecho ancho del otro, formaban un buen nido para el trasero de Summer. Le rozó el tórax con los pechos. Las manos de Steve, por su propia voluntad, de eso estaba segura, encontraron la cintura de la mujer y se apretaron allí.

—Esta noche no necesitas tener la cabeza clara.

Sin esfuerzo, Steve podría haberla bajado de su regazo. Summer lo sabía, porque ya había experimentado la fuerza de él. Y no tenía dudas de que no tendría el menor escrúpulo en herirla, si lo que quería era librarse de ella. Pero no era eso. Lo sabía.

—Summer...

Pese a sus protestas, los ojos negros estaban fijos en la boca de Summer.

—Shhh.

Le puso un dedo en los labios para silenciarlo. No podía dejar de mirarlo. Estaba tan cerca, que podía ver cada marca, cada magulladura, cada cicatriz en su piel. Veía, uno por uno, cada pelo de la barba que sombreaba, áspera, la mandíbula oscurecida, la leve hinchazón que todavía deformaba el lado derecho de la cara, los bordes amarillentos de un hematoma violeta oscuro en la frente, los círculos violáceos en torno de los ojos. El corte en el pómulo empezaba a curarse, igual que el de la comisura de la boca. Verlo así, golpeado, debería disminuir su atractivo pero, por extraño que pareciera, no era así. Tenía la apariencia de un gladiador fatigado, concluyó para sí, absorbiendo cada rasgo de aquella cara, desde las cejas negras pobladas, el bulto en el puente de la nariz, que era como un cuchillo, hasta la curva inesperadamente tierna del labio inferior, sobre el mentón obstinado.

—Mira, no quisiera involucrarme...

Tenía la respiración entrecortada. Summer le sonrió con ternura.

—Yo tampoco, pero creo que ya es demasiado tarde.

Entonces se movió, alzó la boca hacia él y, al mismo tiempo, atrajo la cabeza de Steve hacia ella. Él se dejó, pero no le dio más estímulo que ese, y Summer no se engañó creyendo que no hubiese podido detenerla, si quería.

Summer cerró los ojos y rozó los labios de él con los suyos, primero con suavidad, con la delicadeza provocativa de una mariposa. No hubo respuesta. Su boca acarició la de él rogando, prometiendo. Steve siguió resistiéndose... pero la brusca inhalación de aire le dijo todo lo que necesitaba saber.

Esta batalla la ganaría ella. Lo sintió grande, cálido y sólido contra sí. Se acurrucó más cerca, cambió de posición para quedar medio tendida sobre el pecho de Steve, los pechos apretados cerca de los músculos duros, los brazos en torno de su cuello.

Steve abrió la boca para decir algo, otra protesta, sin duda, y lo venció, metiéndole la lengua dentro de la boca.

Él se puso rígido, como si se le hubiesen tensado todos los músculos en un espasmo. Este gladiador suyo, ¿pelearía hasta el final? Summer echó la cabeza atrás, abriendo los párpados, lánguida. Los ojos negros ardieron en los suyos, quemándola como las brasas de la hoguera. Le dio un beso suave, fugaz, pero Steve siguió incólume. Summer le sonrió, mientras sus pechos le rozaban el tórax. Los ojos de Steve se entornaron, y se le endureció el mentón. Summer percibió la suspensión momentánea de la respiración.

Y luego:

—Al diablo — murmuró el hombre, con voz espesa, y su boca se abatió sobre la de ella.

La besó como su estuviese famélico por la boca de ella. Acarició y devoró, una vez con la lengua, otra con los labios, los brazos apretados alrededor de la cintura de la mujer, sujetándola como si nunca más fuese a soltarla. Summer respondió al ansia de él con la propia, los brazos enlazados en el cuello del hombre, la cabeza echada atrás, sobre el hombro de él. De pronto se sintió floja, como si los músculos se le hubiesen convertido en gelatina. Creyó que, si él la soltaba, no podría sentarse por sus propios medios. Por fortuna, no había posibilidades de que la soltara. Sentía la pasión del hombre bullendo como en una caldera; su calor ya la abrasaba. Steve estaba ahora al mando del beso, y ella no hacía más que seguirlo.

Cuando, al fin, la boca se separó de la suya para deslizarse, ardiente, desde la mejilla de Summer hacia la oreja, la mujer gimió. Steve le mordió el lóbulo tierno con dientes que, más que castigar, excitaban, y luego besó la piel tersa de abajo.

—Te deseo — murmuró, acariciándole la oreja con su aliento cálido.

La frase fue increíblemente seductora, dicha con aquella voz ronca, entrecortada. Summer empezó a temblar.

—Yo también te deseo.

Entrelazó los dedos en el cabello de él, y apretó la boca contra el hueco tibio, debajo de la oreja. Sentía bajo los labios cómo se aceleraba el pulso de él.

Steve tenía la espalda apoyada contra el tronco del pino, y Summer, acostada sobre su pecho, las piernas rodeándolo, la manta alrededor de los dos. Steve ahuecó las manos detrás de la cabeza de Summer, y la echó atrás para que su boca llegara con más facilidad al cuello suave.

Summer alcanzó a divisar unos murciélagos que cazaban insectos contra el cielo nocturno, y cerró los ojos, negándose a recordar dónde estaban o por qué. Desechó toda noción, salvo la sensación de las manos, la boca, el cuerpo de Steve. Era lo único que quería, que necesitaba... sólo Steve.

La boca de Steve trazó el recorrido bajando por el cuello de la mujer, mordisqueando, chupando y lamiendo la suave columna. Por fin, llegó al hueco palpitante en la base de la garganta. Se detuvo ahí un momento, los labios apretados contra la piel. Summer sentía la dureza de su boca, la aspereza del mentón sin afeitar, la lengua tibia y húmeda, que exploraba, lánguida, la blanda depresión. Entonces, una mano grande y cálida encontró su pecho.

La cabeza le dio vueltas. El pezón se irguió instantáneamente, empujando contra la palma a través del rompevientos, la camiseta y el sostén. Steve encontró el capullo anhelante, lo acarició con el pul gar, lo apretó entre los dedos, haciéndolo girar con delicadeza a uno y otro lado. El placer fue tan intenso, que Summer jadeó.

De repente, anheló sentir la piel de él contra la suya. Pasó las manos por su pecho, las metió debajo de la camiseta, y gozó de la carne dura, cubierta de vello. Le acarició el pecho, el vientre. Era cálido, tan cálido... que lo único que deseaba era acercarse más a ese calor.

Sus dedos inquisitivos encontraron la pretina de los pantalones. Encontró el botón, lo soltó, bajó el cierre. La boca de Steve le quemaba la piel del cuello, la mano en el pecho de pronto se puso rígida, y tuvo la impresión de que había dejado de respirar. Entonces, metió los dedos dentro de los calzoncillos, cruzó el abdomen tenso, y se cerró sobre esa parte grande, caliente, hambrienta de él que estaba hecha para ella.

—¡Jesús!

Cuando cerró los dedos sobre él, lo hizo gemir una vez, luego otra. De repente, Steve giró con ella, acostándola de espaldas con tanto apremio que perdió la orientación espacial y tuvo que aferrarse a los hombros de él, únicos puntos firmes en un mundo que giraba. Por un momento, quedaron enredados en la manta. Jurando por lo bajo, Steve los libró de ella, y la arrojó a un lado. Luego, se colocó encima de Summer, el cuerpo duro, pesado, la respiración que emergía en jadeos rápidos, entrecortados. Su boca se pegó a la de ella con hambrienta pasión, que encendió en ella el mismo fuego. Summer devolvió el beso con igual ardor, y deseó que le hiciera el amor con una ferocidad que jamás, hasta ese instante antes de Steve, se creyó capaz de sentir.

Con una mínima parte del cerebro que aún funcionaba, comprendió que él era lo que había estado buscando durante años: un hombre que la necesitara, un hombre a quien amar. Steve.

Con manos inseguras, la desvistió, y Summer tuvo que ayudarlo. Incapaz de bajar el cierre del rompevientos hasta el final, desistió y le sacó la prenda a tirones por la cabeza. Ella todavía tenía la camiseta y el sostén, y los apartó, impaciente, dejándolos debajo de las axilas. Cuando sus dedos hallaron los pechos, se apretaron sobre las suaves prominencias con una fuerza como para lastimarla aunque no la lastimaron, Summer gimió, y se olvidó de ayudarlo a sacarle la ropa. Él le besó los pechos, y Summer creyó que ese placer tan exquisito la mataría. Entonces, de repente, sintió que sacaba las manos y la boca. Abrió los ojos, y vio que le había quitado las manos de encima sólo para sacarse los pantalones, la camisa, los zapatos. Con manos trémulas, se incorporó para ayudarlo, pasando su boca ansiosa sobre el cuerpo, mientras los dos tiraban de la ropa de él.

Cuando terminó, fue el turno de ella. Steve le sacó la camiseta y el sostén por encima de la cabeza, sin molestarse en desabrocharlo. Sus manos se posaron en los pechos, y bajó la cabeza para besarlos, pero Summer lo eludió.

Tenía otra idea en mente.

Apoyándole las manos en los hombros, lo empujó sobre la suave y resbaladiza alfombra de hojas caídas, besándole el cuello, recorriendo con su boca la piel cálida, áspera de vello en el pecho, mordisqueando el abdomen tenso, camino de su objetivo.

Cuando lo encontró con su boca, el hombre gimió. Estaba grande, caliente y duro cuando lo besó, lo lamió, lo tragó entero. Los músculos rígidos, los ojos cerrados de Steve; y por un momento, mientras lo llevaba cada vez más alto, Summer gozó de su propio poder. Era suyo, todo suyo, y ella estaba poseyéndolo.

Entonces, las manos del hombre se enredaron en su pelo, la apartaron de sí, y la hicieron levantarse. Él se volvió junto con ella, acostándola de espaldas, y sacándole pantalones y bragas con una rápida serie de movimientos casi frenéticos. Pantalones y bragas quedaron a la altura de los tobillos, y seguía con las zapatillas puestas, pero Steve no podía esperar a terminar de desvestirla. Con un quejido, se puso otra vez encima. Los muslos de la mujer se separaron por propia voluntad, y le rodeó el cuello con los brazos, dándole la bienvenida.

El la penetró con ruda urgencia, y Summer jadeó. El gruñido de Steve la enardeció más aún. Su propio deseo la hizo alzarse y caer al ritmo de los movimientos del hombre que entraba y salía, y otra vez, en un ritmo incansable. La cabeza de Summer estaba echada hacia atrás la boca abierta mientras él la poseía, y ella también a él. Le clavó con fuerza las uñas en la espalda musculosa; apretó con los muslos las caderas del hombre. Estaba enloquecida de placer, delirante temblorosa. En su mente no había lugar para nada que no fuera el embeleso de su propio deseo... y de la convicción de que era Steve.

Steve le apretó las nalgas con las manos, levantándola para poder penetrarla más hondamente, y con un gemido ronco, su boca atrapó el tierno pezón del pecho izquierdo. Summer no pudo soportarlo más. Dentro de ella, glorioso estalló un placer más intenso que el que era capaz de imaginar.

—¡Oh, Steve! ¡Steve! ¡Steve!

Se estremeció, y se aferró a él, gritando su dicha a la oscuridad infinita. El respondió con un último impulso salvaje, y con su propio grito ronco, temblando, quedándose dentro de ella.

Entonces acabó, con el final abrupto de una tormenta pasajera. Summer quedó tendida, laxa, sobre el suelo, consciente de una larga lista de molestias. Tenía un montículo de hierba entre los hombros. Se le estaban helando las piernas. Aquella especie de gran tronco que tenía encima pesaba una tonelada.

Y empezaba a llover.