Capítulo 26
"Igual que el cuerpo, el alma vive de aquello que la alimenta."
JOSIAH GILBERT HOLLAND
Deedee supo que empezaba a entender cómo era eso de ser fantasma. Al principio la desorientaba aparecer siempre aquí, allá, y en cualquier lado, sin ton ni son. Se encontró en la sala de su hogar de la infancia, donde descubrió a su madre y a su tía Dot, que vivían juntas desde que ambas habían enviudado en el término de un año, hacía ya ocho. Estaban intentando comunicarse con ella a través de un tablero de Ouija.
—Te digo que la vi, con la misma claridad que te veo a ti — estaba diciendo la madre de Deedee.
—No te contradigo, Sue. Lo que digo es que no la trae el tablero Ouija.
—Puede ser que tú no sepas usarlo.
—He usado tableros Ouija toda mi vida, así que, debo de saber cómo usarlos. Fue uno de ellos el que me aconsejó que me casara con Jett, cuando yo hubiese elegido a Carl Owens, lo sabes.
—Eso no me lo hace mucho más recomendable — replicó la madre.
Era cierto: las peleas de tía Dot con tío Jett eran legendarias. Deedee casi lo había olvidado. Esta vez, por mucho que se esforzó, no pudo materializarse. Pero sí controlar el señalador.
—E-S-T-O-Y-M-U-Y-B-I-E-N...
—Dorothy Jean, ¿eres tú la que mueve eso?
—¿Sabes que no sería capaz? ¡Oh, por todos los cielos!
—T-E-Q-U-I-E-R-O-MA.
—¡Deedee! ¡Oh mi dios! ¡Es mi nena! ¡Deedee, Deedee!
—¡Cálmate, Sue! ¡Pregúntale qué pasó aquella noche! ¡Rápido, pregúntale!
Las feas manos de la madre y la tía, enrojecidas por las tareas, impulsaron el señalador de plástico, una a cada lado, arrastrando, frenéticas, el borde forrado de fieltro alrededor del tablero. Pero Deedee ya era absorbida otra vez hacia el sitio de donde venía.
Cuando emergió otra vez, lo hizo sobre una sala de grabaciones en NashviIle. Una bonita rubia de unos veinticinco años, con auriculares y una minifalda escarlata, arrullaba en el micrófono.
Deedee observaba a la cantante desde la cabina de control, separada de la sala por un muro de plexiglás, donde dos hombres escuchaban, ceñudos, una voz que, para ella, era delgada como un junco.
—Tenemos que darle más volumen, Bill.
—Bueno, de cualquier modo, no ganaremos nada. Eso es todo lo que tiene. Pero no importa. Podremos resolverlo. Demonios, con el equipo que tenernos podemos arreglar cualquier cosa.
—Está anotada para cantar en Nashville Live, el sábado por la noche. "Agony" ya es el número dieciocho, y en ascenso. Nadie ha oído cantar hasta ahora. Si no conseguimos que salga mejor, los críticos se abalanzarán sobre ella con cuchillos.
—Demonios, si pudiera lo haría, ya lo sabes. Esta chica es guapa y canta bien, pero los dos sabemos que jamás habría olido, siquiera, un contrato para grabar si no estuviese casada con Hank Ketchum.
—Tienes que admitir que haberse casado con el jefe de Jalapeno Records fue una jugada magistral para su carrera. Lástima que no lo pensé yo.
—En tu caso, creo que él no te lo habría propuesto. De cualquier modo, como Ketchum es el que firma nuestros cheques, será mejor que cerremos el pico. — Bill apretó un botón y habló por el micrófono—. Hallie, cariño, trata de sostener un poco más esas notas altas, por favor. Y a ver si puedes ponerle un poco más de emoción. Imagina que acaba de escaparse tu perro.
—Lo intentaré, Bill.
—Gracias, con eso me bastará. ¿Quieres empezar desde el comienzo?
—Está bien.
Bill apretó otra vez el botón del micrófono, hizo una seña a los músicos, y se dejó caer otra vez en la silla.
—Para Nashville Live, tendremos que ponerle un coro de muchos cantantes que le hagan el fondo, y esperar que salga bien.
Sufro, estoy sufriendo tanto por ti ¿Qué pensaste que haría?
Los dos hombres del control se irguieron en sus asientos, fijaron la vista en la rubia que cantaba, y se miraron entre sí, incrédulos.
—¡Bueno, que me condenen! ¡Esa chica sí que canta!
—¡Maldición! ¡Es lo que buscarnos!
En el escenario. Deedee se debatió por conservar el control de las cuerdas vocales de las que se había apoderado, y puso lo mejor que tenía en la canción. Siguiendo la letra en el TeleProm Ter, cantó con toda el alma, y se sintió más cerca del Paraíso en esos minutos de lo que había estado en vida... o en la muerte.
...Tenderme y dejarme morir... no está en mí, pero aún sufro una agonía.
Al apagarse las últimas notas, Deedee sintió la conocida sensación de ser absorbida. Trató, en vano, de mantenerse.
Quería quedarse...
Retumbó una voz que salía de la cabina de control.
—¡Hallie, cariño, eso ha estado estupendo! ¡Magnífico!
Con sus cuerdas vocales recuperadas, Hallie contestó, agitada:
—Gracias, Bill. Algo se apoderó de mí...
Pero Deedee se perdió el resto de la conversación pues, una vez más, era arrastrada por el remolino. Cuando estuvo otra vez en reposo, era de noche, y se encontraba en un pequeño y pulcro cementerio rural. Vio a su esposo en cuclillas junto a la tumba.
Encaramada sobre la lápida, con las piernas cruzadas, Deedee se inclinó hacia delante, siendo fantasma, podía hacerlo sin caerse de narices, y leyó la inscripción:
Taylor Deidra Ann Cummins
Nacida El 21 De Enero De J958 — Muerta El 15 De Mayo De 1992
El amor es eterno.
Mitch estaba acuclillado junto a la tumba de ella. Contempló la cabeza rubia inclinada, y se preguntó si Mitch habría pensado la inscripción. Suponía que sí, pues era típico de él. Ciertamente, a la madre de ella no se le habría ocurrido algo tan poético.
Había amado a Mitch con desesperación desde que tenía trece años, casi hasta el instante en que murió. Habían tenido altibajos, algunos altos, muchos bajos, pero siempre lo había amado.
Ahora, lo veía desde una perspectiva nueva. En realidad, el amor no era eterno. Por lo menos, en este caso.
En ese momento, Mitch levantó la vista, y Deedee se preguntó si podría verla. No había sentido el cosquilleo característico de cuando se materializaba, y él no gritó, no se desmayó, ni siquiera palideció; eso la llevó a la conclusión de que no la veía.
Pero ella sí lo veía a él. Era tan apuesto como siempre, con ese cabello rubio ondulado, los ojos intensamente azules, el rostro de rasgos clásicos ligeramente bronceado. Daba la impresión de que hubiese adelgazado desde la última vez que lo vio, pero con su más de metro ochenta de altura, siempre había sido delgado, de modo que no estaba segura.
Arrodillado junto a la tumba, vestido con pantalones y un rompevientos, era la viva imagen del viudo apenado.
Eso, siempre que no se tuvieran en cuenta sus manos cubiertas de tierra. Al lado de él había tina pala, y aunque sobre la tumba había crecido la hierba, por alguna razón parecía fresca. Demasiado fresca para una sepultura de tres años.
Había sido removida. ¿En qué andas, Mitch Taylor?", pensó, furiosa. En el mismo instante en que sentía el cosquilleo, en que los ojos de Mitch se dilataban, también sintió que era arrastrada hacia atrás.
En esta ocasión, cuando se detuvo, era una tarde cálida y soleada. Así era al aire libre. Pero se hallaba en una cueva, flotando cerca del techo, y mirando hacia abajo veía a una pareja dormida, envuelta en una manta, sobre el suelo que estaba a menos de dos metros debajo de ella.
El hombre era Steve... tenía la cara hecha una pena; a la mujer no la conocía. Pero se los veía muy íntimos. Deedee estaba observándolos, interesada, cuando Steve abrió los ojos.
La vio. Lo supo de inmediato. Como se sobresaltó, perdió el control sobre sus átomos, y se desvaneció.
Cuando pudo integrarse de nuevo, estaba en un rincón de la misma cueva, y un perro de extraño aspecto la miraba. Steve estaba acostado otra vez, y la mujer se acurrucaba sobre su pecho. Él estaba despierto. La mujer, no.
Por cierto, la mujer no era Elaine, la esposa de Steve.
En cierto modo, era sorprendente. Salvo por el traspié con ella, Steve fue siempre recto como una flecha. Deedee no creía que hubiese engañado antes a Elaine. Y hubiese agregado "o desde entonces" si no fuera porque tenía la evidencia de lo contrario bajo sus narices. Si bien siempre supo que él se sentía atraído hacia ella, tuvo que esforzarse mucho para seducirlo. Le avergonzaba confesar que lo había hecho para darle una lección a Mitch. Mitch, capaz de bajarse a toda velocidad el cierre de los pantalones ante cualquier perra que se le cruzara, necesitaba con urgencia una lección.
El esposo de Deedee estaba enredado en una más de sus aventuras ardientes cuando ella decidió equiparar las cosas, seduciendo a Steve. Tras catorce años de matrimonio, Deedee ya conocía la conducta de Mitch, detectaba todas las señales. Y también sabía que Steve era una de las pocas personas en el mundo a las que su esposo tenía verdadero cariño. Mitch, apuesto, intrigante, abusador, por lo general sólo era amigo de las personas mientras las necesitaba. Pero la amistad con Steve había sobrevivido treinta años. Existía un lazo genuino entre ambos.
Steve, con ser quien era, había perdido la cabeza por ella durante tres semanas, y luego empezó a sufrir las torturas de los condenados.
No podía soportar la culpa de haber engañado a su esposa, y peor aún, de ponerle los cuernos a su mejor amigo. Siempre había sido tan correcto...
"Será por eso por lo que lo quiero tanto", pensó Deedee. No lo amaba, nunca lo había amado, pero lo quería como a un hermano. Como decía la canción, infinitas canciones, le había hecho daño. Mucho daño.
Con súbita comprensión, supo que eso era lo que la mantenía ligada a la tierra. No podría irse al Cielo hasta que no hubiese reparado el daño.