Capítulo 17

La entrada del túnel que conducía a la bodega estaba detrás de un armario de la despensa. Era un dato interesante, pero que no resultaba de demasiada utilidad. Aparentemente, las dos salas de piedra construidas en el sótano compartían una misma entrada, la del estudio, pero, tras un largo y frustrante día de búsqueda sin resultados por toda la casa, Tess había insistido por la noche en que volvieran a revisarlas.

Había pasado de no querer volver a ver la colección de Sinjon a estar casi obsesionada con encontrarla. Si en algún momento hubiera deseado que su padre volviera a la vida, habría sido para poder apuntarle a la cabeza con una pistola hasta que le revelara dónde la había escondido.

En ese momento, a la mañana del segundo día, estaba de pie en medio de la sala que antes albergaba la colección, contemplando los estantes vacíos.

—¿Te lo imaginas, Jack? ¿Te imaginas a Sinjon bajando con un candelabro, sentado en esa silla, aguantando la humedad y el frío de este lugar mientras se limitaba a… a mirar? ¿Qué era lo que hacía aquí?, ¿crees que revivía cada uno de los robos? Quizás recordaba cómo había seleccionado cada uno de los objetos ansiados, cómo había planeado el robo durante semanas o incluso meses antes de llevarlo a cabo. Me pregunto si lo que adoraba tanto era el hecho de poseer todos esos objetos, o el juego en sí.

—¿Acaso importa? —le preguntó él, antes de apoyar el hombro en el marco de la puerta.

Se le veía cansado y a punto de perder la paciencia. Tess sabía que, si no era cuidadosa, podía desencadenarse una discusión por el mero hecho de que no había ninguna otra forma de aliviar la frustración que sentían.

—No, supongo que no. No lo entendemos porque no pensamos tal y como lo hacía él.

—Eso puedes agradecérselo a Dios.

—En este momento no, ahora tenemos que pensar como él. Es improbable que le revelara a Andreas dónde había ocultado la colección, ¿verdad?

—Puede que le contara algo, pero no la verdad. Es posible que Andreas esté llevando a cabo una búsqueda inútil en este momento, convencido de que sabe dónde está la colección, o podría estar acechando cerca de aquí, a la espera de que la encontremos nosotros para ahorrarse el esfuerzo. Has pensado en esa posibilidad, ¿verdad?

—Sí, en más de una ocasión —le contestó ella antes de alzar el candelabro y deslizar los dedos por la pared de piedra, justo al lado de los estantes—. Me alegra que Will y Dickie hayan accedido a permanecer aquí unos días más, y Wadsworth parece ser un vigilante admirable. No podemos marcharnos antes de saber con certeza si la colección está aquí y tampoco podemos pedirles a los criados que regresen, ya que no sabemos si alguno de ellos trabaja para Liverpool. Tenemos que encontrar esa colección antes de que él se entere de su existencia, tenemos que lograrlo.

—Will se marcha mañana para poner sus asuntos en orden antes de zarpar.

—¿Está decidido a marcharse?, el asunto en el que va a meterse parece muy peligroso.

—Para él es pan comido y, conociéndole, incluso vital —le explicó, antes de quitarle el candelabro de las manos.

Sí, no había duda de que estaba cansado. Quizás incluso más que eso.

—¿Y tú qué?, ¿vas a echar de menos ese tipo de vida? Soy consciente de que la emoción que se crea puede ser… embriagadora —le observó con atención para ver cómo reaccionaba.

—No lo sé. Sabré la respuesta a eso cuando esté fuera de ese mundo, pero aún no ha llegado ese momento… ni llegará, si nos limitamos a perder el tiempo y a hablar de Sinjon y de su forma de pensar.

—¡No hace falta que me hables así! —se mordió el labio tras aquella muestra de mal genio, y le preguntó más calmada—: Estás pensando en tu madre, ¿verdad? En las preguntas que quieres hacerle, que son muchas más que antes.

—No, tan solo hay una: Quién demonios es mi padre. Solo quiero saber eso, ya no me importan lo más mínimo los motivos que pudieron llevarla a actuar como lo hizo.

—¿Crees que estará dispuesta a decirte la verdad? Es posible que crea que tenía una muy buena razón para mentirte.

—Adelaide no necesita tener una razón para mentir, ella opera dentro de su propia versión de la realidad. Vive una obra de teatro que tiene escrita en su mente y se otorga a sí misma el papel principal siempre, al margen de que la obra sea una comedia o una tragedia.

Al ver que se frotaba la frente, Tess se preguntó si estaba intentando aliviar un dolor de cabeza o borrar algún recuerdo de su madre, pero optó por no preguntárselo.

—Lo lamento, Jack. Propongo que sigamos con lo que nos ocupa.

—De acuerdo, pero hagámoslo en otro sitio. Ya hemos revisado dos veces ambas salas. Dickie y Will han comprobado los cimientos y el sótano, y estas son las dos únicas salas que hay aquí abajo. No hay espacio para ninguna otra. También hemos revisado las construcciones anexas y creo que pronto tendremos que aceptar el hecho de que Sinjon trasladó la colección a otro lugar, a algún escondrijo que desconocemos; de hecho, puede que sea cierta la teoría de que está a bordo de algún barco rumbo a quién sabe dónde. Lo siento.

Tess se sintió derrotada.

—Tienes razón, no está aquí. Estaba convencida de que él la habría ocultado cerca de aquí. No tuvo tiempo de hacer nada más, a menos que…

—A menos que lo tuviera todo minuciosamente planeado, y tú y yo sabemos que eso es lo que él habría hecho. Lástima que no tuviera un diario personal en el que se regodeara escribiendo sobre su propia genialidad.

El rostro de Tess se iluminó al oír aquello.

—¡Sí que lo tenía! —le tomó de la mano y le llevó casi a rastras hacia los escalones que subían al despacho—. ¡Dios mío, claro que lo tenía!

Al llegar arriba, Jack dejó el candelabro sobre el escritorio y comentó:

—Nunca lo vi, y bien sabe Dios que Sinjon me sermoneó sobre lo estúpido que sería dejar alguna información por escrito. ¿Dónde está ese diario?

Ella se quitó el chal que se había puesto para protegerse de la humedad de las salas subterráneas.

—Arriba, en el cuarto de Jacques. En realidad no es un diario, sino una serie de cuentos que le escribía al niño… pequeños acertijos, trivialidades, algunas rimas. Podía preguntar, por ejemplo, que dónde estaban sus zapatillas, y entonces uno seguía los pasos lógicos para recordar dónde había estado hasta que las encontraba. «¿Están en la olla de la cocinera? No, ahí no», y así sucesivamente. Me parecía muy dulce de su parte hasta que me di cuenta de que, para él, esos cuentos eran las primeras lecciones que estaba recibiendo Jacques para llegar a ser igual que su abuelo.

—Lo que estamos buscando es mucho más grande que unas zapatillas, Tess —le recordó él, mientras subían a la habitación de Jacques.

Tess fue directa al mueble que había bajo el tragaluz y sacó dos diarios. Sinjon había empezado el segundo unos seis meses atrás, cuando el primero había quedado lleno de historias escritas con su pulcra caligrafía.

—Iba a quemarlos. Ten, tú revisa este. Los leeremos juntos.

Jack echó un vistazo a su alrededor. La habitación de Jacques era sencilla, pero Tess había dibujado una granja en una de las paredes.

—¿Eso de ahí es una oveja?

—Tenías que escoger lo que más me costó dibujar, ¿no? Sí, es una oveja. A Jacques le encantaba, aunque el gallo era su favorito.

Jack se acercó a la pared y se agachó para ver bien el animal en cuestión.

—¿Estás segura de que esto es un gallo?

—Si vas a empezar a criticarme…

—No, en absoluto —le aseguró a toda prisa, con una sonrisa traviesa—. Lo que pasa es que en Blackthorn los tenemos bastante mejores, pero será difícil convencer a Jacques de que son gallos de verdad si el único que ha visto hasta el momento es este.

Ella se sentó en el asiento de la ventana antes de contestar.

—Le gusta el color azul. Sabía que no iba a poder dibujar un gallo de verdad, así que hice uno… imaginario.

—Qué imaginativa eres —comentó él, en tono de broma.

A Tess le dieron ganas de tirarle el diario a la cabeza, pero se contuvo al ver que se sentaba junto a ella en el amplio asiento y le alzaba las piernas para que las colocara sobre su regazo. Abrieron los diarios, y él añadió:

—No sé lo que vamos a conseguir con esto, pero bien sabe Dios que ya hemos intentado todo lo demás —fue pasando las páginas hasta que encontró la primera historia—. «El soldadito de juguete perdió su tambor». De acuerdo, ¿adonde fue a buscarlo?

—No leas en voz alta, estoy intentando concentrarme.

—A la orden, señora —siguió leyendo, pero no habían pasado ni cinco minutos cuando dijo—: A menos que Sinjon lo escondiera todo en el armario de la ropa blanca, dudo mucho que hayamos dado con la clave para hallar la colección. Por muy interesante e increíble que me parezca esta oportunidad de ver una faceta de Sinjon que desconocía hasta el momento, creo que estamos perdiendo el tiempo.

—¿Ah, sí? Piensa un poco, Jack. Sinjon nunca hizo nada por mera bondad, detrás de todo lo que hacía había alguna razón. Recuerda sus enseñanzas: Todo es un entrenamiento de cara a lo que está por venir.

—Y también decía que el hombre cauteloso debe tenerlo todo planeado. Entonces, lo que estás diciendo o, mejor dicho, lo que creo que estás diciendo, es que en estos diarios tenemos… ¿qué?, ¿doce escondrijos? Hemos estado buscando la colección al completo, otra sala secreta, una puerta oculta en alguna de las construcciones anexas, un falso fondo en algún carro…

—Exacto, en vez de buscar doce escondrijos pequeños —afirmó ella, antes de pasar otra página—. Hemos estado buscando el pajar cuando, en realidad, habríamos tenido que buscar las agujas —bajó los pies al suelo y se puso de pie antes de ordenarle con firmeza—: Levántate, podemos poner a prueba mi teoría buscando el mejor delantal de la doncella.

—¿Aquí dentro? —quitó el cojín del asiento y alzó la tapa para dejar al descubierto el espacio hueco que había debajo—. No hay ningún delantal.

Ella se inclinó hacia delante para poder ver mejor.

—Te encanta ser exasperante, ¿verdad? ¿Acaso esperabas que un yelmo de oro diera un salto y anunciara su presencia sin más? —empezó a sacar lo que había dentro del asiento… sábanas, ropa que se le había quedado pequeña a Jacques, el abrigo de invierno de Emilie, y… algo más—. ¡Jack!

—¿Qué? —le preguntó él, antes de asomarse—. Espera, sí, ya lo veo. Hazte a un lado, voy a intentar…

Ella se apartó un poquito mientras él metía la mano y alzaba lo que parecía ser una tabla suelta que había al fondo de todo.

—¡Eso es! —exclamó, ebria de entusiasmo y excitación por el descubrimiento—. ¿Qué es lo que hay?, ¿qué es? —añadió, al verle sacar un saco de tela.

Después de mirarla con ojos que reflejaban su asombro por el hallazgo, él bajó la tapa del asiento y volvió a colocar el cojín. Vació allí encima el contenido del saco, y allí estaba todo… mejor dicho, una parte. Había media docena de anillos, varios brazaletes, y una docena de collares. Algunos de ellos eran muy antiguos, otros debían de tener unos cien o doscientos años de antigüedad, y todos ellos eran de oro macizo y tenían joyas incrustadas. Uno de los broches llevaba el escudo real de los Borbones.

Tess agarró un pequeño collar de oro que seguramente había pertenecido a una niña… alguna princesa egipcia, sin duda.

—¿Eso es todo? Solo vi la colección aquella única vez que me la mostraste tú, y me temo que en aquel momento estaba más ocupada maldiciendo a mi padre que prestándole atención a lo que tenía ante mí.

—No sé si estas son todas las joyas —admitió él, mientras empezaba a guardar de nuevo en el saco los anillos—. Mira este anillo, me acuerdo de él. Por Dios, el diamante es del tamaño de un huevo de paloma.

Tess se puso la enorme joya, que le abarcaba casi medio dedo y tenía grabados unos extraños dibujos que podrían ser una especie de pájaros primitivos. Se dio cuenta de que era muy posible que el suyo fuera el primer dedo que se ponía aquel anillo en más de mil años.

—Pero si es amarillo, no sabía que los diamantes fueran de este color.

—Supongo que un pedrusco tan grande puede tener el color que le plazca. Bueno, ya está todo guardado. Aún nos queda mucho trabajo por delante, vamos a por Will y Dickie. ¿Se puede saber cuántas historias le escribió Sinjon a Jacques?

Ella agarró el pesado saco y lo apretó contra su pecho.

—Más de una docena. Sabes lo que significa esto, ¿verdad?

—¿Que eres más lista que yo? —le dijo en tono de broma, antes de besarle la mejilla.

—Bueno, sí, eso también —le contestó, sonriente—. Lo que realmente significa es que Sinjon no tenía intención de marcharse a ninguna parte, que decidió esconder sus tesoros hasta que hubiera lidiado con… con Andreas y contigo. Nosotros estábamos equivocados. No había trasladado su colección, se había limitado a esconderla, y había decidido de antemano los escondrijos que iba a utilizar. Su plan era vivir aquí hasta el fin de sus días, rodeado de la prueba material que demostraba su genialidad.

—Pues acertó a medias, porque el fin de sus días sí que le llegó aquí. Vamos, hay muchas historias y nos quedan muchos tesoros por descubrir; con un poco de suerte, podremos marcharnos mañana mismo.

Cuando les mostraron a Will y a Dickie el contenido del saco, se tomaron dos decisiones: la primera fue que Will y Wadsworth iban a partir rumbo a Londres de inmediato, el primero para preparar su viaje a Venezuela y el segundo para ir a por Jeremy y un pequeño contingente de tropas. Si Andreas tenía pensado arrebatarles la colección mientras la transportaban, iba a resultarle muy difícil. La segunda decisión fue que Dickie, Tess y Jack iban a continuar la búsqueda con la ayuda de los diarios.

En el lavadero encontraron el lazo preferido de Emilie junto con un par de bustos de bronce; la peonza de madera de Jacques y tres cuencos de cobre con incrustaciones de piedras preciosas estaban escondidos dentro de una vieja mantequera; en el armario de la ropa blanca hallaron escudos romanos de distintos tamaños metidos entre las sábanas dobladas, y Dickie encontró varios yelmos romanos en el gallinero cuando le enviaron allí en busca de las zapatillas de maman, que, según una de las historias de Sinjon, se había llevado el gallo.

No todos los hallazgos fueron así de fáciles, pero, cuando se dieron cuenta de que lo que estaban buscando eran piezas sueltas y no la colección al completo, el espacioso comedor no tardó en llenarse de los frutos de la búsqueda.

Había estatuillas doradas de dioses egipcios apiladas bajo el escalón inferior de la escalera que subía a la planta donde estaba la habitación de Jacques, pesadas corazas romanas envueltas en tela estaban metidas en las vigas abiertas del ático, encontraron intrincados medallones y platos griegos de cerámica ocultos entre la ropa de René, en un viejo arcón que había en su cuarto.

—Menos mal que Sinjon no sentía una extraña predilección por los dedales de oro, o algo igual de absurdo —comentó Dickie, varias horas después, mientras contemplaban todo lo que habían encontrado—; de ser así, pasaríamos semanas buscando por todas partes. Jack, ¿crees que lo tenemos todo? Se nos han acabado los cuentos.

—Sí, ya lo sé. Lo único que sé con certeza que falta es la Máscara de Isis, no sé si habrá algo más —se volvió hacia Tess y le preguntó—: ¿No hay ningún otro diario?

Ella negó con la cabeza. Estaba acalorada y sucia: Deseaba darse un baño y comer algo. La búsqueda se había alargado durante horas.

—No, supongo que lo único que podemos hacer es buscar por donde aún no lo hayamos hecho —miró hacia el pasillo, y añadió con cansancio—: Y eso abarca casi toda la casa, ¿verdad? No me había dado cuenta hasta ahora de lo enorme que es este lugar.

Dickie dejó sobre la mesa la lámpara egipcia que había estado frotando como si esperara que de ella saliera un genio, y comentó:

—Tengo una idea. Voy a ir a la taberna del pueblo a comprar algo de comida y, mientras tanto, vosotros dos podéis intercambiar ideas para ver si se os ocurre algo. De momento estáis haciéndolo bastante bien.

Tess se levantó de la silla cuando Dickie se marchó, y comentó con ironía:

—Bueno, supongo que acabamos de recibir nuestras órdenes.

—Sí, pero lo que necesitamos son ideas. Aquel primer día te encontré registrando el despacho de Sinjon, y, a juzgar por el desorden, estabas haciéndolo a conciencia.

—Recuerda que mi búsqueda fue infructuosa, no creo que ese lugar albergue más secretos.

—Ah, ¿quiere eso decir que encontraste el compartimento secreto que hay debajo del escritorio?

—No, no lo encontré —masculló ella entre dientes—. ¿Era eso lo que estabas haciendo aquel día?

—¿Cuándo?, ¿mientras tú estabas fuera intentando oír lo que hacía?

—No hace falta que me recuerdes todo lo que sucedió. ¿Qué había en ese compartimento?

—Nada —alargó el brazo para indicarle que le precediera hacia el pasillo antes de admitir—: No he vuelto a mirar allí desde entonces, me parecía innecesario, pero es lo bastante grande para que quepa la máscara.

Fueron por el pasillo hasta el despacho, y Tess rodeó de inmediato el escritorio y se sentó en la silla de su padre.

—No me digas cómo encontrarlo, a ver si puedo sola.

Él se cruzó de brazos como si pensara que tenía por delante una larga espera.

—Como quieras, avísame cuando te rindas.

—Qué engreído eres, no olvides quién ha vinculado los cuentos con la colección —refunfuñó, antes de abrir el cajón central y pasar los dedos con cuidado por los bordes interiores. Se trataba de un escritorio bastante grande de palisandro, así que había espacio para multitud de compartimentos secretos—. ¿Crees que es posible que la llevara consigo, por si se veía obligado a presentar una muestra de la mercancía que tenía en su poder?

—Sí, puede ser. ¿Dónde está mi máscara de oro? No está en la mantequera con la mantequilla; no está en el gallinero con las gallinas… y los gallos de color azul; no está en el ático ni en el sótano. ¿Dónde?, ¿dónde estará mi máscara de oro?

—Cierra el pico, Blackthorn —le advirtió ella con sequedad.

Había acabado de revisar los cajones, y en ese momento estaba arrodillada a la izquierda del escritorio; después de echarse hacia atrás el pelo, que a aquellas alturas estaba más que alborotado, deslizó las puntas de los dedos por los rosetones tallados justo debajo del borde superior del mueble, pero se dio cuenta de que esa sería una solución demasiado obvia; además, Jack seguía mirándola con una sonrisita de superioridad insufrible.

Se levantó y, después de indicarle que se quitara de en medio, se colocó delante del escritorio y se arrodilló de nuevo.

—La tenacidad es una de tus más encomiables virtudes cuando no la llevas hasta el extremo —le dijo él, mientras se acercaba a la mesa donde estaban las bebidas para servirse una copa de vino—. ¿Quieres que te dé una pista?

—¡Ni hablar! —masculló, mientras iba de rodillas hacia el lado derecho del escritorio para revisarlo también—. Y antes de que me lo preguntes, no, no estoy dispuesta a negociar.

—Pues es una pena, teniendo en cuenta que ya estás arrodillada y… ¡Ay! ¡Maldita sea, eso podría dañar de forma permanente a un hombre!

—¿Ah, sí? Yo solo quería dejarte sin habla por unos minutos —siguió inspeccionando el mueble con una sonrisa en la cara. El estado de ánimo de los dos había mejorado cuando habían empezado a encontrar objetos de la colección, y había momentos en los que ella aún se sentía un poco eufórica—. No te atrevas a decirme que no estabas intentando distraerme. Estoy acercándome, ¿verdad?

—Te contestaría si no me hubiera quedado sin habla.

Tess oyó un ligero chasquido al presionar el tercer rosetón, pero eso fue todo. Tan solo se oyó ese pequeño ruido, no se abrió nada por ninguna parte.

—A lo mejor tiene dos cierres —se puso en pie, regresó al otro lado del escritorio, presionó el tercer rosetón… y se oyó un chasquido que debía de habérsele pasado por alto la primera vez—. Quizás haya que presionarlos sucesivamente, primero el de la izquierda y después el de la derecha. Sí, seguro que es eso.

—Estás muy cerca de la respuesta, pero aún no la has encontrado. Venga, deja que te muestre cómo se hace. ¿Qué pasa?, ¿no te importa si la máscara está ahí dentro?

—Claro que sí, pero quiero resolver el rompecabezas.

—La vida en sí es un rompecabezas tras otro, Tess. No podemos resolverlos todos.

Ella presionó el rosetón de la izquierda y después el de la derecha… nada. Lo intentó en el orden inverso… y nada. Volvió a intentarlo yendo de un lado al otro del escritorio.

—Vaya, qué profundo. ¿Estás convirtiéndote en filósofo?

—Puede que sí. ¿Qué es la vida?, ¿qué es la verdad? ¿Puede existir el mal, si nada está bien? ¿Llegará a darse cuenta Tess de que debe presionar los dos rosetones al mismo tiempo?

—¡Eres un botarate! —se colocó detrás del escritorio, se inclinó hacia delante con los brazos extendidos y la nariz apretada contra el mueble, pero no pudo alcanzar los dos extremos al mismo tiempo—. ¡Lo sabías! Mis brazos no son lo bastante largos, ¡tú sabías que no iba a poder lograrlo sola!

—Sí, pero estaba disfrutando del espectáculo —se acercó al lado izquierdo del escritorio, y puso la mano sobre el tercer rosetón—. ¿A la cuenta de tres?

Tess se arrodilló al ver que el panel que tenía junto a su pie se abría, y metió la mano en el hueco. En un primer momento creyó que iban a llevarse una decepción, pero tocó con los dedos lo que parecía ser un saco de tela y se apresuró a tirar de él.

—Pesa bastante.

Tiró hasta que logró sacarlo, y entonces lo abrió y sacó de dentro algo envuelto en una fina tela de algodón que dejó de inmediato sobre el escritorio.

—Ten cuidado, Tess. Es de oro, pero la pintura que la adorna es frágil.

Ella abrió la tela con manos temblorosas, y la Máscara de Isis apareció ante sus ojos.

—¡Dios mío!, ¡esto es…! ¿Cómo pudo robar algo así?

Jack se la quitó de las manos y volvió a envolverla con la tela.

—Él mismo me dijo que era su tesoro más preciado. No fue el primero que la robó, me contó que la había… adquirido, así era como lo llamaba él… en Francia. Es posible que la robara delante de las mismísimas narices de Bonaparte.

—Claro, que a su vez había traído consigo medio Egipto. Y este tesoro va a estar ahora en manos de Inglaterra. Sinjon tendría que haber aprendido que este tipo de objetos, estos tesoros antiguos procedentes de civilizaciones del pasado, jamás pueden llegar a pertenecer por completo a una sola persona. Y ni que decir tiene que no merece la pena morir por ellos.

—Ni matar por ellos. Ah, aquí llega Dickie. ¿Qué crees que nos habrá traído de la taberna?, ¿jamón con queso de pueblo, o queso con jamón de pueblo?

Tess sonrió justo antes de quedar paralizada de pies a cabeza. Jack estaba de espaldas a la puerta del pasillo, donde Sinjon había colocado años atrás un espejito. Estaba situado en la parte alta de la pared y ligeramente inclinado hacia la parte delantera de la casa, para que quien estuviera cerca del escritorio pudiera ver quién se acercaba por el pasillo antes de que dicha persona apareciera en la puerta. A Sinjon nunca le había gustado recibir sorpresas.

—Nos llega compañía, Jack —le dijo en voz baja, mientras tapaba del todo la máscara con la tela de algodón—. Es Andreas.

Él reaccionó con el sigilo de un gato, sacó el cuchillo de la bota y se colocó de espaldas a la pared. La miró alarmado al ver que permanecía quieta, y le indicó con un gesto airado que se agachara.

Estaba claro que pensaba esperar a que Andreas entrara en el despacho antes de abalanzarse sobre él y amenazarle con el cuchillo para que se quedara quieto. No era gran cosa como plan, pero no tenían tiempo de idear uno mejor y no iban a tener más remedio que ingeniárselas como pudieran, pero Tess vio la pistola que el cíngaro tenía en la mano y se dio cuenta de que, si había una refriega, Jack iba a llevar las de perder. Podía recibir un balazo o verse obligado a matar a su propio padre… mejor dicho, al hombre que podría ser su padre. ¿Sería capaz de vivir con semejante peso en su conciencia? Además, era posible que el hecho de que el cíngaro pudiera ser su padre le hiciera dudar en el último segundo antes de atacar, y eso podría resultar ser un error mortal para él.

Ella no estaba dispuesta a quedarse de brazos cruzados mientras veía cómo se desarrollaban los acontecimientos. Había llegado demasiado lejos para eso, Jack y ella tenían un hijo y estaban trabajando duro para forjarse un futuro juntos. No iba a permitir que el pasado empañara ese futuro, ya no, y mucho menos si la amenaza era el cíngaro. Ese hombre ya le había arrebatado mucho, no iba a quitarle también a Jack.

Si ella lograba hacer entrar a aquel tipo en el despacho y distraerle con la máscara, Jack contaría con cierta ventaja y tendría más posibilidades de zanjar aquello sin derramamiento de sangre, pero el plan no acababa de convencerla; por mucho que ella odiara a Sinjon, estaba convencida de que le habría temblado la mano si hubiera tenido que apuntarle con un arma sabiendo que podía verse obligada a dispararle. Un padre era un padre.

Lo que quería era que aquel hombre se fuera sin más, que fuera otro el que le capturara. No era justo que Jack tuviera que soportar esa carga.

Todos aquellos pensamientos relampaguearon en su mente en cuestión de segundos, y al final tomó una decisión.

Permaneció donde estaba mientras veía al intruso acercándose poco a poco, y luchó por mantener la voz calmada al decir en voz alta:

—¿Eres tú, Dickie? ¿Has visto a Jack? Estoy aquí, en el despacho. ¡Ven a ver lo que he encontrado!

Jack masculló en voz baja algo que no sonaba demasiado agradable.

Andreas, el cíngaro, apareció en la puerta en ese momento, pero no entró. Tuvo la prudencia de quedarse en el pasillo, a más de seis metros de ellos, como si supiera lo que iba a pasar si entraba en el despacho. No llevaba ni capa ni antifaz, así que Tess pudo ver bien su rostro de marcadas facciones… y también vio con claridad la pistola que empuñaba y que la apuntaba directamente a ella. Era posible que no lograra alcanzarla desde tan lejos, pero no le apetecía comprobarlo.

—Buenas tardes, mi señora.

Al oír su saludo, Tess notó algo que le había pasado desapercibido la primera vez: hablaba con un ligero acento, un acento casi imperceptible que parecía europeo y resultaba bastante agradable al oído.

Aquel hombre había asesinado a su hermano, había ejecutado a René con el único propósito de darle una lección a Sinjon. Aquel hombre podría resultar ser el padre de Jack.

Se dio cuenta de que Jack estaba haciéndole un gesto con disimulo, y supo sin necesidad de palabras lo que quería. Estaba preguntándole si el tipo estaba lo bastante cerca como para que él se girara y le plantara cara, quería que ella le indicara cómo estaba la situación para saber si debía atacar de inmediato.

Su respuesta fue decirle que no con la cabeza. Fue un gesto casi imperceptible con el que le pedía que dejara la situación en sus manos, que confiara en ella.

—¿Creéis que la pistola es necesaria, señor Andreas?

La expresión de Jack se endureció al oírla, pero permaneció callado.

—Pensé en traeros un ramo de flores, bella dama, pero al final me decidí por la pistola. Mil disculpas.

Ella hizo una mueca ante semejante ridiculez.

—Ya veo que era cierto, sois tan necio y teatrero como decía mi padre.

El tipo esbozó una sonrisa, y su blanca dentadura contrastó contra su tez morena. Tess intentó ver algún parecido entre aquella sonrisa y la de Jack. Los dos eran altos, de cabello oscuro y musculosos, pero el cíngaro era mayor, mucho menos apuesto… y también más rudo y grueso. Si llegaban a pelear, Jack no tenía la victoria asegurada ni mucho menos.

—Así que eso decía, ¿no? ¿Cuál de los dos está contemplando la hierba desde abajo en este momento?, ¿cuál sigue vivo y está a punto de tomar posesión de todas esas preciosas fruslerías?

—¿Fruslerías?

Los brazos de Tess se tensaron de forma involuntaria alrededor de la máscara envuelta en tela. El legado de René, su nombre, estarían vinculados por siempre a la belleza de aquel tesoro, y no estaba dispuesta a permitir que aquel hombre se adueñara de él.

—Me temo que os han informado mal. Hemos averiguado que Sinjon hizo los arreglos necesarios para que todo fuera transportado a un barco que zarpó de Dover rumbo a Atenas. Aquí ya no queda nada. Puedo mostraros el conocimiento de embarque que acabo de encontrar en un compartimento secreto del escritorio.

—A las damas bellas como vos no les sienta bien la mentira. El gordito de fuera no se ha molestado en intentar engañarme.

Tess supuso que se refería a Dickie, que debía de haber regresado del pueblo.

—No le habéis lastimado, ¿verdad? Es inofensivo.

—En este momento está dormido. Vi que los otros dos se marchaban a caballo y les seguí hasta que me di cuenta de que iban camino de Londres. ¿Dónde está Jack?

«Cerca, muy cerca, pero lo bastante lejos como para no poder atacarte mientras empuñas ese arma», pensó ella para sus adentros.

—¿Os referís a vuestro hijo?

—Sí, exacto. Al revoltoso de mi hijo, cuánto se divirtió Sinjon con todo eso. ¿Dónde está? Cerca, sin duda.

Tess logró mantener la compostura a duras penas al oírle confirmar que Jack era hijo suyo, y contestó con calma:

—Justo donde vos mismo creéis que está. Junto a la puerta, listo para atacar en cuanto entréis a buscar esto —desenvolvió la máscara y la alzó para que la viera bien—. ¿Por qué vaciláis, Andreas? ¿Acaso no me creéis? No os miento, os lo aseguro. Sinjon siempre creyó que no hay nada ni nadie más importante que el objetivo ansiado, y ahora va a conseguir su perversa venganza: que el padre mate al hijo, que el hijo mate al padre. Qué contento debe de estar, aunque esté observándonos desde debajo de la hierba. Mais, puis, telle est la vie, oui?… Así es la vida, ¿verdad?

El cíngaro permaneció donde estaba, pero su sonrisa fue desvaneciéndose poco a poco mientras la observaba con ojos penetrantes. No miró la máscara en ningún momento, era como si no le importara lo más mínimo.

Al cabo de unos segundos, se llevó el cañón de la pistola a la frente en una especie de gesto de despedida… o de agradecimiento, y se marchó corriendo por donde había llegado.

—¡Jack, no!

Al ver que él no le hacía caso y perseguía al cíngaro, echó a correr tras ellos sin dudarlo. Cruzó el vestíbulo a la carrera, casi patinando por el suelo de mármol, y llegó a tiempo de ver a Andreas alejándose al galope a lomos de su enorme semental negro. Jack estaba en el camino de grava con los puños apretados en señal de impotencia, y su cuchillo estaba clavado en el suelo.

Se volvió a mirarla y le preguntó, lleno de furia:

—¿Por qué? ¿Por qué, Tess?

—Porque podríais haber muerto uno de los dos.

—¡Asesinó a tu hermano!

Ella cerró los ojos.

—Ya lo sé, pero, tal y como diría Sinjon, eso fue una cuestión de negocios. Ya le has oído, ha admitido que eres su hijo. Corrías el riesgo de apuñalar a tu propio padre, y yo no podía permitírtelo.

—¿Ah, no? ¿Quién demonios eres tú para decidir permitirme algo a mí? ¡Podría haberle atrapado!

—¿En serio? ¿Y por qué está clavado tu cuchillo en el suelo, y no en su espalda? ¿Qué pasa?, ¿no eres tan bueno como Will?

Jack se volvió justo a tiempo de ver que caballo y jinete alcanzaban la cima de la colina y desaparecían de la vista, y masculló en voz baja:

—Podría haberle atrapado…