Capítulo 4

Tess pasó las horas siguientes alternando entre el llanto y la furia, caminando de un extremo al otro de su dormitorio en bata y camisón, sentándose de golpe en la silla que había frente a la chimenea, cayendo de rodillas en el centro de la habitación, rodeándose fuertemente con los brazos y meciéndose mientras se debatía contra la angustia y el dolor.

Jack se lo había contado todo, ella le había presionado hasta enterarse de todos los detalles.

Una mentira, la vida de su padre era una mentira. La imagen que tenía de él, lo que creía saber de él, era mentira. Su propia vida era una mentira. La muerte de René había sido por culpa de una mentira, al igual que la de su madre. Por codicia, por un puñado de objetos.

René y ella siempre habían creído que no estaban a la altura, que no eran lo bastante buenos, que no tenían la inteligencia ni la habilidad suficientes, que no eran merecedores del amor de su padre. Creían que habían fallado a su maravilloso y heroico padre, que habían sido una decepción para él… pero la realidad era otra.

Cosas. A su padre no le importaban lo más mínimo las personas, para él no eran más que los peones que necesitaba para que le consiguieran cosas. Puede que su madre hubiera sido la excepción, pero ni siquiera ella había podido apartarle de su principal amor, su verdadera pasión: cosas, cosas guardadas en una fría sala subterránea de piedra. Cosas… la búsqueda para obtenerlas, el momento de conseguirlas, el hecho de saber que habían pasado a pertenecerle a él, que era el único que las veía y las tocaba.

Su hermano y ella le consideraban un héroe consagrado al servicio de su país adoptivo, un héroe que se esforzaba por conseguir liberar a Francia del odiado Bonaparte y reinstaurar la monarquía. Lo único que querían era ayudarle, conseguir que se sintiera orgulloso de ellos.

Y para él no habían sido más que dos instrumentos que podía usar a su antojo, unos instrumentos defectuosos.

¿Y ella había renunciado a su única oportunidad de ser feliz por alguien así, por aquel padre desnaturalizado? Había apartado a Jack de su vida de forma tan efectiva que, incluso suponiendo que él aún la amara, nunca podría perdonarla por lo que había hecho… lo que había hecho porque el marqués de Fontaine le había dicho que era mejor que Jack no supiera nunca la verdad.

Ese había sido el castigo contra Jack, un castigo que se había vuelto contra ella.

—Tess…

Estaba sentada en la alfombra frente a la chimenea, con la mirada fija en el mortecino fuego, y ni siquiera se volvió al oír que la llamaba.

—Estoy bien, Jack —le contestó con voz queda.

Permaneció en silencio mientras él se sentaba a su lado; al ver que se rodeaba las rodillas con los brazos, se preguntó si lo hacía para contener las ganas de tocarla. ¿Acaso seguía deseándola a pesar de todo?

—No es ningún pecado que te sientas mal. Lo que has averiguado esta noche ha debido de ser un duro golpe para ti, ojalá hubiera habido otra forma de…

—No, me alegra que me lo hayas contado. Ojalá lo hubiera sabido años atrás, cuando René estaba vivo. Así podríamos habernos marchado de aquí, podríamos haber dejado a mi padre con su querida colección; al fin y al cabo, nunca nos necesitó de verdad, ¿no? ¿Crees que mi madre estaba enterada?, ¿murió sabiendo lo poco importante que había sido para su marido?

—Puede que a estas alturas ya se haya arrepentido de la vida que ha llevado, de todo lo que ha perdido. Seguro que tú misma le has dado vueltas al asunto. Sinjon entrenó al hombre que más tarde asesinó a René. Estamos hablando de un viejo al que nadie considera de utilidad, al que apartan de la vida activa mientras el demonio que él mismo creó campa a sus anchas. Un hombre así tiene mucho tiempo para pensar, para reflexionar sobre el pasado e intentar corregir al menos un error.

Ella siguió con la mirada fija en el fuego.

—¿Crees que se ha arrepentido? ¡Vaya ridiculez! Quieres que le perdone, ¿no? ¿De verdad me consideras tan generosa? No puedo hacerlo, Jack.

—No, supongo que no, al menos de momento. Seguro que Sinjon es consciente de ello. Pero tú eres su legado, Tess, lo único que le queda. Ha perdido a todos los demás. Los objetos que lleva coleccionando durante toda su vida no significan nada en comparación con el amor de un hijo, con el recuerdo que dejará tras de sí cuando muera.

Tess se volvió a mirarlo al fin, consciente de que sabía algo que él ignoraba.

—¿De verdad crees que le importa el recuerdo que me quede de él?

—Cuando una persona ve que cada vez está más cerca el momento de su muerte, empieza a tomar conciencia de la necesidad de ser recordado, de que se llore su ausencia. Tu padre sabía que, en cuanto me enterara de su muerte, habría que vaciar la sala subterránea y devolverles los objetos a sus legítimos dueños, o como mínimo entregárselos a la Corona. Esta tarde te he mentido. Esa sala solo tiene una entrada, así que ibas a acabar enterándote de la verdad tarde o temprano; además, ten en cuenta que Sinjon aún tiene asuntos pendientes.

—Sí, el cíngaro —Tess apretó los puños con fuerza al mencionar a aquel hombre.

—¿Has leído Frankenstein? —al verla negar con la cabeza, añadió—: Deberías hacerlo. Está en boca de todos en Londres, se ha formado casi tanto revuelo como con el Don Juan de Byron.

—No entiendo lo que tiene que ver un libro con…

—Espera, déjame acabar. Frankenstein es una obra con moraleja. El doctor Frankenstein anhela crear la perfección, y al final acaba por dar vida a un monstruo. El cíngaro es obra de tu padre y, por ahora, su legado. Creo que ha decidido que tiene el deber de destruir al monstruo… no, permite que me corrija: su intención es conducirme a mí hasta el cíngaro para que yo destruya al monstruo frente a él. Frente a ti.

—Todo lo que hace tiene un anzuelo oculto en alguna parte, ¿verdad? —le dijo, mientras una única lágrima le caía por la mejilla.

Apoyó la cabeza en su hombro, y él la rodeó con el brazo. Fue como regresar al hogar. Era un sentimiento que no iba a durar, era imposible que así fuera. Había cosas que podían explicarse y ser perdonadas, pero lo que ella le había hecho a Jack no entraba en esa categoría. Había elegido a su padre por encima de él. Había creído en la versión que su padre le había dado sobre lo que había sucedido aquella noche en Whitechapel y había echado de su vida a Jack sin darle la oportunidad de que se explicara. Si eso fuera todo, quizás habría alguna forma de arreglar las cosas, pero había más, mucho más, y se trataba de algo imperdonable.

—Te deseo, Tess —admitió él con suavidad—. Ya sé que no podemos recuperar lo que teníamos antes…, mejor dicho, lo que creíamos tener…, pero lo que tuvimos estuvo muy bien mientras duró, ¿verdad? Puedo ayudarte a olvidar al resto del mundo, aunque solo sea por esta noche. Sé lo que necesitas, porque yo también lo necesito.

Él estaba ofreciéndole un desahogo, nada más. Lo que creían tener en el pasado nunca había existido en realidad; de haber sido real, no habrían pasado los últimos cuatro años separados.

Vaciló cuando él se levantó y le ofreció la mano, no sabía si atreverse a aceptar lo que le ofrecía. Su vida llevaba años vacía, no sabía si iba a poder soportarlo cuando él volviera a marcharse; por otro lado, Jack no estaba ofreciéndole una eternidad, sino una sola noche. La cuestión era si no bastaba con una noche… o si era demasiado.

Jack Blackthorn era un hombre orgulloso y complejo, seguro que no le haría aquel ofrecimiento una segunda vez.

Alzó la mirada hacia su moreno y apuesto rostro, y aceptó la mano que él le ofrecía.

 

 

Tess era distinta a como la recordaba. Había iniciado a una joven cuatro años atrás, pero en esa ocasión tenía a una mujer entre sus brazos. Aunque seguía estando delgada, parecía más curvilínea, tenía unas caderas más voluptuosas. Sus senos eran más grandes y los pezones habían dejado de ser los de una joven, tenían un tono rosado más oscuro del que recordaba y eran más sensibles, se endurecieron de inmediato con sus caricias.

Primero la llevó al éxtasis con la mano, la penetró con los dedos mientras ella se arqueaba contra él y gritaba de placer. Se inclinó sobre ella sin dejar de acariciarla y contempló su rostro conforme la pasión iba en aumento, mientras ella se tensaba enfebrecida hasta que el placer la inundó de golpe en oleadas que dejaron a su paso una dulce plenitud.

Fue entonces cuando la besó, cuando ella le abrazó y le devolvió el beso mientras se apretaba contra su cuerpo… piel contra piel, corazón con corazón. Fue entonces cuando se atrevió a amarla tal y como deseaba hacerlo: con lentitud, con un cuidado infinito, redescubriéndola, aunque en realidad nunca la había olvidado.

Había estado con otras mujeres desde que se había alejado de ella. Cuatro años era mucho tiempo y tenía necesidades físicas, pero no habían sido nada más que eso. Nadie había sido como Tess, con nadie había tenido lo que había compartido con ella. Ella era la única con la que sentía aquella necesidad de descubrir, con la que vivía aquel viaje de descubrimiento eterno que hacía que cada vez fuera como la primera. Sus suaves suspiros, sus gemidos ahogados de placer, la forma en que le acariciaba, cómo le conocía, cómo le excitaba… sentía que su corazón estaba a punto de estallar de felicidad al saber que la había satisfecho, su propio placer se intensificaba por el hecho de darle placer a ella. Oírla susurrar su nombre cuando la hacía llegar al éxtasis era una experiencia inigualable que le arrebataba el control.

Besó cada terso y fragante centímetro de su piel, fue relajándola y excitándola para que en su mente solo tuviera cabida el placer que estaba dándole. Deslizó la mano por su vientre y sus caderas, bajó hasta colocarse entre sus muslos y la alzó para saborear su esencia de mujer.

La cubrió con su cuerpo al cabo de un largo momento y, con los brazos apoyados en la cama, la penetró poco a poco con la mirada fija en su rostro. Ella le rodeó con brazos y piernas y se aferró a él con fuerza, tenía la respiración acelerada y se le habían oscurecido los ojos en una reacción que él reconoció de antaño. Sí, esos ojos hablaban sin necesidad de palabras… «Tuya, Jack. Toda tuya. Hazme tuya, toma todo lo que tengo para darte mientras yo tomo todo lo que me das. Adelante».

Sabía cuáles eran los ritmos que la enloquecían, y ella le conocía igual de bien. Sabía que todo lo demás había servido para llegar a aquellos efímeros momentos, a aquella fusión tan íntima de cuerpo y alma.

Empezó a moverse mientras se miraban en silencio, mientras una parte de su ser repetía una y otra vez en su interior dos únicas palabras: «Te amo, te amo, te amo, te amo, te amo…».

 

 

Jack vio aparecer la luz del amanecer tras las cortinas mientras revivía las últimas horas con Tess durmiendo entre sus brazos. Las palabras que habían resonado en su mente le atormentaban y le impedían conciliar el sueño.

Tiempo atrás había creído que lo que sentía era amor, había tenido la certeza de que lo era. La sonrisa de Tess, la forma en que se mordía el labio inferior cuando estaba dándole vueltas a un problema, aquel aroma tan suyo que le cautivaba… le bastaba con pensar en ella para que el mundo que le rodeaba le pareciera nuevo, limpio, lleno de esperanza. La forma en que lo miraba le hacía sentir que era un hombre mejor.

Los meses que habían pasado juntos habían sido maravillosos.

No se había dado cuenta de que les faltaba algo, de que carecían de una pieza fundamental que era la que les habría mantenido juntos durante los momentos difíciles.

Él había pasado toda su vida solo, incluso de niño. Siempre se había sentido al margen de los demás, nunca había encajado en ninguna parte. Sí, él era un bastardo; en cierto sentido, incluso más que sus hermanos, ya que siempre se había sentido diferente a ellos. Pero nunca había sabido lo que era estar realmente solo hasta que había perdido a Tess.

En ese momento la tenía entre sus brazos, y habría saboreado la plenitud que le embargaba de no ser porque tenía la sensación de que se trataba de un momento efímero; con la llegada del amanecer, la gloriosa noche había terminado y todo seguía como antes. No podía cambiar nada hasta que encontraran a Sinjon, hasta que Tess lograra reconciliarse en cierta medida con lo que sentía por su padre y conseguir una merecida paz.

Él era el hijo bastardo de su madre, así que entendía incluso mejor que ella esa necesidad de reconciliación; en cualquier caso, no era momento de volver a recorrer ese camino tan trillado. Su madre era una mujer compleja, quizás incluso más que Sinjon, y lo que la motivaba era un verdadero misterio. Él lo único que podía hacer, al igual que Tess, era aprender a vivir la vida que le había tocado en suerte y jugar con las cartas que había recibido.

Salió de la cama con cuidado de no despertarla y se vistió. Salió del dormitorio con la camisa por fuera del pantalón y los zapatos en la mano mientras pensaba ya en el siguiente paso que iba a dar: partir rumbo a Londres con Tess. Con un poco de suerte, Will y Dickie habrían encontrado el rastro de Sinjon y eso facilitaría las cosas, pero sabía que no podía contar con ello.

Se apoyó en la pared para ponerse los zapatos y decidió bajar a la sala secreta. Sinjon se había llevado muchas cosas de allí, pero aún quedaban muchas otras que podrían ser de utilidad.

En ese momento oyó risas y el sonido de pasos que se acercaban a la carrera, y se volvió justo a tiempo de ver emerger por el descansillo de la segunda planta a un niñito de pelo oscuro. Le seguía Emilie, que tenía el rostro acalorado por bajar corriendo la escalera tras él.

Jacques! Vous coquin, reviens ici! Jacques, viens à moi cet instant. Jacques Oh, Jésus, Mary et Joseph, c 'est toi!

El niño se detuvo de golpe y contempló al alto desconocido que estaba parado en medio del pasillo y le bloqueaba el paso.

Maman!

El pequeño tenía unos ojazos verdes, su rostro de querubín estaba enmarcado por unos espesos rizos tan negros como la noche, y tenía las mejillas sonrosadas por la excitación de haber logrado huir de la niñera. Una sonrisa iluminó de repente su rostro, y echó a correr de nuevo.

Maman!

Jack se volvió y vio que Tess se arrodillaba en la alfombra y abría los brazos mientras el niño corría hacia ella, la vio abrazar con fuerza al pequeño contra su cuerpo y ponerle una mano protectora en la nuca antes de alzar los ojos hacia él. La vio mirarle con expresión suplicante, como pidiéndole… ¿el qué? Solo Dios sabía lo que ella estaba pensando en ese momento.

—Jack…

Supuso que estaba pidiéndole comprensión, pero no se quedó a escucharla; después de lanzarle una última mirada de incredulidad al niño, dio media vuelta y bajó como una exhalación al vestíbulo, abrió la puerta principal con tanta fuerza que estuvo a punto de arrancarla de sus goznes, y la dejó abierta mientras se alejaba a ciegas por el camino de grava.

No sabía hacia dónde se dirigía. Lo único que quería era alejarse, tenía que alejarse de allí. Irse a algún lugar donde Tess no pudiera encontrarle, donde no pudiera darse cuenta del daño que le había hecho.

Era padre, tenía un hijo. ¡Un hijo!